¿Intervenir o no intervenir? El dilema de Siria

8/5/2012 | Miguel Máiquez

El enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan, ha dicho este martes al Consejo de Seguridad que su plan de paz podría ser «la última oportunidad para evitar una guerra civil» en el país. La propuesta, un documento de menor rango que una resolución, pero lo único en lo que ha sido capaz de ponerse de acuerdo el Consejo de Seguridad en más de un año de rebelión y represión, incluye un alto el fuego, diálogo político entre Gobierno y oposición, garantizar la asistencia humanitaria, liberación de detenidos y el respeto a la libertad de asociación y de manifestación pacífica.

Para muchos, sin embargo, la guerra civil es ya una realidad en Siria. El jefe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Jakob Kellenberger, no duda en calificar la situación de «guerra civil localizada», puesto que en algunas provincias como Homs o Idleb se dan ya los requisitos que esta organización humanitaria requiere para aplicar esta denominación.

Guerra o no, lo que es evidente es que la situación sigue siendo dramática. La aceptación teórica del plan del alto el fuego de Kofi Annan, con la llegada del primer contingente de observadores de la ONU, no ha significado de momento ni la retirada de los soldados del régimen de las localidades más conflictivas (en Hama y en Idlib continúan los ataques), ni el fin de las acciones armadas de los rebeldes. Según la ONU, desde el inicio de las protestas han muerto unas 9.000 personas, más de 200.000 se han desplazado a otras zonas dentro del país y 30.000 se han refugiado en países vecinos, especialmente en Turquía. Este mismo martes, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informó de que 14.500 refugiados sirios se han registrado en Jordania desde marzo de 2011.

Ante este panorama, analistas y expertos parecen cada vez más divididos sobre cómo lograr una salida al conflicto, y mientras que algunos apoyan sin reservas una intervención militar exterior semejante a la llevada a cabo en Libia, o facilitar armamento a los rebeldes, otros opinan que esta opción sería desastrosa, tanto para Siria como para toda la región, y abogan por seguir insistiendo, aunque de manera más eficaz, en la vía de la negociación y la diplomacia.

De esta última opinión es, por ejemplo, Mariano Aguirre, director del Centro Noruego de Recursos para la Paz (Noref, por sus siglas en inglés), quien, en un artículo titulado Armas vs negociaciones, publicado este lunes en OpenDemocracy, afirma:

Es legítimo que los gobiernos y ciudadanos de la comunidad internacional estén preocupados por la represión en Siria, y es lógico que algunos sirios estén empuñando las armas. Pero la urgencia moral por proteger a las víctimas puede esconder importantes factores que deberían ser reconocidos, tales como las posibles consecuencias negativas de estas buenas intenciones, los verdaderos motivos que subyacen bajo el deseo de algunos países de ver caer a Asad, el coste de descartar las vías políticas para parar las muertes, o la complejidad de la realidad política siria, que no puede ser entendida desde una visión simplista de blanco o negro, y que va más allá de un régimen brutal, una sociedad reprimida y una valiente oposición armada.

Aguirre  hace hincapié en las consecuencias que tendría proporcionar armas a la oposición:

[…] Parece claro que proporcionar armas a los grupos rebeldes no serviría más que para agravar el conflicto y para dar al presidente sirio excusas para intensificar la represión. Esto pondría a Estados Unidos, Europa, Turquía y los países árabes ante el dilema de tener que elegir entre dejar que el régimen siga aplastando el levantamiento o intervenir militarmente, que es justo lo que se pretende evitar proporcionando armas a los rebeldes. El gobierno, a su vez, respondería explotando la rivalidad entre suníes y chiíes, y aumentando la tensión entre otras minorías (cristianos, drusos, kurdos). Más armas en manos de civiles podría conducir a Siria a una mezcla entre el Líbano de los años 70, la Argelia de los 80 y el Irak desde 2003. Mientras, Arabia Saudi y Catar están pasando ya armas a los rebeldes, pero sus intereses tienen más que ver con derribar a un aliado de su archienemigo Irán, que con cuestiones humanitarias.

Tras citar el caso de Libia, donde las milicias siguen controlando el país, como un ejemplo claro de la necesidad de «ser prudentes a la hora de derrocar dictadores sin tener un plan», Aguirre concluye apostando por la propuesta realizada por el International Crisis Group, consistente, en líneas generales, en una transición en el poder que preserve la integridad de las instituciones claves del Estado, una reforma gradual y completa de los servicios de seguridad, y el inicio de un proceso de justicia y reconciliación nacional.

El Gobierno sirio necesita una salida, y la oposición necesita una estrategia distinta al mero sacrificio o a la espera de una intervención internacional. La propuesta del International Crisis Group, que supondría la participación de Rusia a la hora de negociar accesos humanitarios y promover un periodo de transición, es más realista que armar a los rebeldes sirios o lanzar otra guerra de la OTAN con el apoyo de algunos países árabes.

En la misma línea que Aguirre, Yezid Sayigh, del Carnegie Middle East Center, señala:

La propuesta del plan de Annan puede ser lenta y dolorosa, pero ofrece una oportunidad crucial a la oposición para sustituir la confrontación en el plano militar, donde el régimen es más fuerte, por la lucha en el plano político y el plano moral, donde la oposición es más fuerte.

También en contra de armar a los rebeldes, Samer Araabi escribe en Right Web:

[…] El gobierno no parece capaz de mantener el control sobre todo el territorio sirio, y aunque los puntos fuertes de los rebeldes han sido machacados, está claro que el régimen ha perdido el apoyo de base que necesita para seguir gobernando. Antes o después, tendrá que enfrentarse a esta realidad. Pero cuanto más dure la violencia, más podrá centrarse en acabar con una oposición armada que sencillamente no puede hacer frente al poder militar y la cohesión interna del ejercito sirio.

[…] Con más armas, más fondos y más legitimidad, los rebeldes sirios podrían abandonar el patrón de ir ganando terreno que caracterizó la victoria libia, y centrarse, en su lugar, en tácticas asimétricas como bombas, secuestros o asesinatos […]. Y si la historia enseña algo, estas tácticas no es probable que produzcan el tipo de victoria, o de apoyo, que los combatientes necesitarán en una nueva Siria.

Araabi aboga por una mayor presión internacional, tanto de Occidente como de Rusia y China, con el fin de garantizar un compromiso negociado que de a la oposición algunos de sus objetivos, pero no todos, y ponga a Siria «camino de una democratización que acabe con la corrupción y la brutalidad de la era de Asad». Pero advierte que esta opción solo será posible si se abandona la idea de la intervención militar, y recuerda que, por muy frustante que resulte, «el régimen sirio es demasiado poderoso y tiene demasiados apoyos como para caer fácilmente».

En el otro lado del debate se sitúan Steven Heydemann, del U.S. Institute of Peace, y Reinoud Leenders, profesor de la Universidad de Amsterdam. Ambos firman un artículo conjunto en OpenDemocracy, en respuesta al mencionado texto de Mariano Aguirre, y titulado Crisis siria: Una amenaza creíble es lo que hace falta:

La escalada de la violencia del régimen no es una respuesta a una oposición armada, sino la reacción del gobierno de Asad a un levantaniento popular que ha demostrado una gran resistencia […]. Desde los primeros días del levantamiento, con los ataques a manifestantes pacíficos en Dar’a […], ha sido evidente que el uso asimétrico de la violencia por parte del régimen ha dificultado el surgimiento de una auténtica oposición armada. Esta actitud ha definido la respuesta del régimen a todas y cada una de las iniciativas, regionales e internacionales, para poner fin a la violencia mediante algún tipo de negociación […].

Considerar la militarización [de la oposición] como una causa de la violencia del regimen, en lugar de como una legítima y desesperada respuesta de vulnerables y acorralados ciudadanos a los actos brutales de un régimen ilegítimo es un caso especialmente flagrante de culpar a la víctima de los actos de su verdugo.

La resistencia pacífica puede ser efectiva en muchos casos, y siempre es deseable, pero cuando, como en el caso de Siria, las fuerzas represoras continúan sus ataques contra manifestantes pacíficos y soldados desertores por igual, la resistencia armada se convierte en inevitable, para salvar la propia vida y la de los demás, y para evitar que el régimen acabe borrando las exigencias populares de cambio.

Los autores del artículo argumentan asimismo que la militarización de la oposición es ya un hecho:

Actualmente están ya entrando armas en Siria a través de conductos informales y no regulados, lo que impide controlar el tipo de armas que se está suministrando, a quiénes están llegando, y cómo van a ser usadas. El crecimiento de la criminalidad entre grupos armados de la oposición mal dirigidos, algunos de los cuales tienen un carácter sectario, es una consecuencia de esta militarización irregular. Además, el actual proceso de militarización no controlada está exacerbando la fragmentación de la oposición, y minando las iniciativas para que los grupos armados acepten la autoridad del Consejo Nacional Sirio o de otras autoridades civiles.

Uno de los artículos en favor de la intervención en Siria más comentados ha sido, no obstante, el publicado en The New York Times por Ann-Marie Slaughter, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Princeton y directora de Planificación Política en el Departamento de Estado de EE UU entre 2009 y 2011:

La intervención militar extranjera en Siria supone la mayor esperanza para evitar una larga, sangrienta y desestabilizadora guerra civil. El mantra de quienes se oponen a la intervención es que «Siria no es Libia». De hecho, Siria está situada en una posición mucho más estrategica que Libia, y una guerra civil tendría consecuencias mucho peores para los intereses de EE UU […].

Limitarse a armar a la oposición, la opción más fácil, en muchos sentidos, conllevaría exactamente el peor escenario posible: una guerra por el poder que podría salpicar al Líbano, Turquía, Irak y Jordania, y que fracturaría Siria en grupos sectarios. También facilitaría a Al Qaeda y otros grupos terroristas poner un pie en Siria y, tal vez, lograr acceso a armas químicas y biológicas.

Pero hay una alternativa: […] Establecer «zonas de exclusión» [«no-kill zones»] para proteger a todos los sirios, independientemente de su credo, su etnia o sus ideas políticas. El Ejército Libre Sirio, una fuerza cada vez mayor formada por desertores del Ejército sirio, se encargaría de establecer estas «zonas de exclusión» cerca de las fronteras con Turquía, Líbano y Jordania […] para permitir la creación de corredores humanitarios a través de los cuales la Cruz Roja y otras organizaciones puedan introducir comida, agua y medicinas, y evacuar heridos […].

El establecimiento de estas zonas requeriría que países como Turquía, Catar, Arabia Saudí y Jordania suministrasen a los soldados de la oposicion armamento antitanque y antiaéreo. Fuerzas especiales de Catar, Turquía y, posiblemente, el Reino Unido y Francia, podrían ofrecer apoyo táctico y estratégico a las fuerzas del Ejército Libre Sirio […].

Con respecto a la legitimidad de esta intervención, Slaughter señala:

Al igual que en Libia, la comunidad internacional no debería actuar a menos que contase con la aprobación de los países de la región más directamente afectados por la guerra de Asad contra su propio pueblo. Por tanto, corresponde a Turquía y a la Liga Árabe adoptar un plan de acción. Si Rusia y China quisieran abstenerse, en lugar de ejercitar otro veto-facilitador de masacres, entonces la Liga Árabe podría pedir la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y si no, entonces Turquía y la Liga Árabe deberían actuar de acuerdo con su propia autoridad, con la de los otros 13 miembros del Consejo de Seguridad y con la de los 137 miembros de la Asamblea General que han condenado la brutalidad de Asad.