«Perdón por seguir vivos»

20/11/2012 | Miguel Máiquez
Embed from Getty Images

Palomas en la plaza Marjeh de Damasco, el pasado 7 de noviembre. Foto: Joseph Eid / AFP / Getty Images

Patria, tribu, frontera, raza, mi dios y tu dios, mi pueblo y tu pueblo, mi historia y tu historia… Son conceptos que, como pensar que la Tierra es plana, deberían pertenecer ya a una etapa anterior en el proceso evolutivo del ser humano. Pero ahí siguen. Y, en connivencia con otros mil intereses, opresiones, miedos, abusos, intolerancias, venganzas y rencores, nuestros y suyos, están, una vez más, sembrando Oriente Próximo de dolor y de cadáveres.

La distancia entre la Franja de Gaza y Damasco es de apenas 280 kilómetros. Si Felix Baumgartner hubiera realizado su famoso salto estratosférico sobre esta castigada zona del mundo, solo habría tenido que girar un poco la cabeza para ver bombas cayendo en ambos lados. Es de suponer, además, que desde allí arriba el conjunto habría resultado más absurdo aún, más sin sentido.

El número de muertos en Gaza como consecuencia de los ataques israelíes supera ya el centenar, y el 40% son niños y mujeres civiles. La brutalidad de estas cifras, unida a la polarización y al intenso debate que genera siempre el conflicto palestino israelí, ha hecho que la situación en la Franja acapare la información mundial sobre Oriente Medio. El resultado, comprensible pero evitable, es que el otro gran drama actual en la región, la guerra en Siria, ha pasado a un segundo plano. Y en Siria la situación no solo no ha mejorado, sino que sigue agravándose cada día.

Hoy era un día para hablar, tal vez, de que el ataque israelí está consiguiendo reforzar a los islamistas radicales de Hamás, debilitar aún más a la ya maltrecha Autoridad Palestina, y alejar la posibilidad de una ‘primavera’ democrática en los territorios, más allá de la ocupación. O de que el grupo Yihad Islámica ha confirmado que Irán les está suministrando cohetes que luego lanzan contra Israel. O de por qué Netanyahu y buena parte de la población israelí prefieren este status quo imperfecto y periódicamente violento a un avance real en las negociaciones; de los diferentes efectos que tienen las treguas en ambos lados (los israelíes logran vivir en paz; los palestinos siguen ocupados y encerrados); de la encrucijada del nuevo presidente egipcio ante la crisis; de las razones de la prensa occidental en el tratamiento del conflicto; de los argumentos de la resistencia no violenta

Pero mejor, sin embargo, volver a Siria, aunque solo sea por un momento. Hay una buena excusa: la ventana que, entre la esperanza y la desesperación, nos abre este artículo de Lina Sinjab (BBC), escrito desde Damasco:

Una nueva normalidad en la herida Damasco

Hoy, como muchos otros días aquí en Siria, me siento esquizofrénica.

Me despierto, me levanto de la cama e intento vivir una vida «normal».

Busco atenta el sonido de los pájaros, pero no hay forma de escucharlo… Una fuerte voz se impone sobre todo lo demás… Intento ignorarla. Una imagen aparece en mi mente: edificios derrumbados y civiles siendo rescatados de entre los escombros.

La voz se vuelve vez más fuerte y más cercana… Es un ruido al que cada vez estamos más acostumbrados aquí, el de los aviones de guerra MiG.

Cierro los ojos de nuevo, intentando bloquearlo, pero el ruido persiste. Los aviones están volando más cerca, o eso parece.

Boom… Una gran explosión… Luego otra… Las bombas caen del cielo. Y puedo oír más aviones volando sobre mí, así que habrá más explosiones pronto.

Intento no pensar en dónde pueden haber caído las bombas.

Me preparo un café y me quedo en silencio. Tengo una cierta sensación de traición. El café aquí es un lujo.

Intento desterrar las imágenes de cuerpos sin vida y de niños llorando, quiero sobrevivir.

Y me odio aún más por ello.

Hay otra explosión mientras subo las escaleras que conducen hacia la terraza, desde donde busco las huellas del fuego.

Me encuentro a mis vecinos asomados a los balcones, mirando a todas partes. Hasta esa mujer mayor que apenas puede caminar se está asomando para encontrar rastros de muerte.

Seguimos otra vez con nuestras vidas. Enciendo la televisión. Están mostrando imágenes de rebeldes ejecutando a oficiales del ejército.

El corazón se pone a latir de nuevo, me quedo muda.

Apago el televisor y pongo música. ¿¿Música?? Esfuerzos desesperados por vivir de forma normal.

Pienso en amigos que se han ido de Damasco, en momentos pasados de felicidad, de risas y de fiestas en torno a una cena.

Todo eso se ha ido. Los que se han quedado son aquellos que no han podido salir, o aquellos que desean resistir en estos tiempos, aun sabiendo que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina.

El hecho de saber que la muerte puede llevarnos en cualquier momento nos hace apreciar nuestro tiempo juntos, disfrutar de los buenos ratos siempre que es posible.

Los lazos se han hecho más fuertes.

A pesar de nuestra evidente tristeza, nos reímos. Nos reímos como una forma de supervivencia. Bromeamos sobre la muerte. Nos reímos para mantener firmes los buenos recuerdos.

Nos cogemos de la mano, nos animamos los unos a los otros, nos decimos que estamos aquí, aguantando juntos, con fuerza.

Pero pronto volvemos a ser conscientes de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Cuando nos decimos adiós nos vamos sabiendo que alguno de nosotros puede faltar al día siguiente.

Pienso en los momentos de amor.

Aún hay amantes cogiéndose de la mano en las calles, chicos y chicas robándose momentos de pasión bajo un árbol, a la orilla de una carretea. Sonrío al pensar que hay esperanza. Todas las emociones son tan intensas en tiempos de guerra.

Seguimos adelante gracias a nuestro profundo amor a la vida y a nuestro odio a la muerte y al asesinato.

Seguimos adelante porque queremos volver a sentir el olor de las especias en el viejo zoco, el sonido de las voces de los comerciantes llamando a los clientes en el mercado cubierto; disfrutar del helado con sabor a chicle y coronado de pistachos en la famosa tienda de Bagdash; escuchar al narrador de cuentos la historia de Sherezade en el café Nufara, justo detrás de la Mezquita Omeya.

Seguimos adelante porque aún conservamos la esperanza de un mañana mejor, de una vida llena de colores, más allá del negro del humo y el rojo de la sangre. Seguimos soñando con un futuro libre de miedo.

El MiG está volando otra vez. Me saca de mis reflexiones. Me rindo y vuelvo a la desesperanza.

Los sonidos no son ecos, son reales. Las imágenes no pertenecen a una película; los cuerpos no forman parte de una escenografía, son de carne y hueso, de sangre.

El llanto de los niños que mueren es cada vez más fuerte en mis oídos.

Perdón por seguir vivos.


Artículo original (en inglés): A new normality in damaged Damascus, por Lina Sinjab


Archivado en: Actualidad
Más sobre: , , , , , ,