Mapa: U. S. Central Intelligence Agency, 1996.
Carmen Sigüenza (Efe), 16/3/2010:
El escritor israelí David Grossman acaba de publicar en España su novela La vida entera, un mosaico sobre la condición humana y la dura realidad de su país. «Necesitamos unos dirigentes valientes que digan a la gente lo que es inevitable hacer y hoy el Gobierno de Israel está cometiendo error tras error», dice.
Humanista convencido, el narrador y ensayista David Grossman (Jerusalén, 1954), cuyo deseo tanto en la literatura como en el ensayo «es conocer y comprender al otro» y «ponerse en su lugar», cree que en Israel como en Palestina «se necesitan unos dirigentes que no trasmitan miedo a la población». […]
Mapa: ‘Atlas of the Middle East’, U.S. Central Intelligence Agency, 1993.
La noche se sienta donde tú estás.
Tu noche es de lilas.
A veces, de los rayos de tus hoyuelos
se escapa un signo que rompe la copa de vino
y alumbra la claridad de las estrellas.
Tu noche es tu sombra,
un fragmento de tierra legendaria
para igualar nuestros sueños.
Yo no soy el viajero ni el residente
en tu noche de lilas.
Soy el que un día fue yo.
Cada vez que la noche te rodea
mi corazón duda entre dos moradas
y ni el ser ni el alma se satisfacen.
En nuestros cuerpos, un cielo abraza a una tierra,
y toda tú eres tu noche… una noche que resplandece
como la tinta de los astros. Una noche,
bajo la protección de la noche, repta por mi cuerpo
aletargada, cual sopor de zorros.
Una noche que rezuma misterio,
luminosa sobre mi lenguaje.
Cuanto más se aclara, más
temo el mañana en el puño de la mano.
Una noche que contempla segura y tranquila
su inmensidad, que sólo rodean su espejo
y las canciones de los antiguos pastores
al verano de unos emperadores
enfermos de amor.
Una noche que florece en la poesía
preislámica sobre los brincos de Imru Al Qays y otros
y que, para los soñadores, ha ensanchado
el camino de la leche hacia una luna hambrienta
en los confines de las palabras…
—Mahmud Darwish (Al-Birwa, 1941 – Houston, 2008), Tu noche es de lilas
A partir de la traducción de María Luisa Prieto.
La noche se sienta donde tú estás. / Tu noche es de lilas. / A veces, de los rayos de tus hoyuelos / se escapa un signo que rompe la copa de vino / y alumbra la claridad de las estrellas. / Tu noche es tu sombra, / un fragmento de tierra legendaria / para igualar nuestros sueños. / Yo no soy el viajero ni el residente / en tu noche de lilas. / Soy el que un día fue yo. / Cada vez que la noche te rodea / mi corazón duda entre dos moradas / y ni el ser ni el alma se satisfacen. […]
Día a día despierto
nuevamente del sueño
como si fuera ayer aún.
No sé lo que me espera
y quizás se evidencie
que no me espera nada.
La primavera de hoy es
igual a la anterior;
reconozco al mes de Iyar
pero no le dedico especial pensamiento.
No distingo entre el día y la noche
sino por ser la noche la más fría
aunque el silencio en ambos sea el mismo.
Oigo de mañana pájaros piando.
Y de tanto cariño
que por ellos siento
fácilmente adormezco.
Aquel que me es querido ya no está más aquí
y quizás simplemente nunca estuvo.
Paso de día en día,
del día a la noche
como una pluma que
el pájaro ignora
que se le desprendió.
—Dalia Ravikovitch (Ramat Gan, 1936 – Tel Aviv, 2005), Del día a la noche
Día a día despierto / nuevamente del sueño / como si fuera ayer aún. / No sé lo que me espera / y quizás se evidencie / que no me espera nada. / La primavera de hoy es / igual a la anterior; / reconozco al mes de Iyar / pero no le dedico especial pensamiento. / No distingo entre el día y la noche / sino por ser la noche la más fría / aunque el silencio en ambos sea el mismo. / Oigo de mañana pájaros piando. / Y de tanto cariño / que por ellos siento / fácilmente adormezco. […]
A una muchacha de formados senos
Invité a tenderse, sin cojín, sobre la arena del desierto.
«Así lo haré, aunque no sea mi costumbre», dijo ella.
Y cuando iba a despuntar la aurora me dijo:
«Me has deshonrado. Ahora vete si quieres, o sigue,
si así lo prefieres».
Pero no hice salvo sorber sus encías
y, entre charlas, besarla en la boca.
Me llené de toda ella,
me envolví en su vestido de seda
y a mis ojos dije: «llorad ahora».
Entonces se levantó
para borrar con su manto las huellas
y buscar las perlas del collar desparramadas.
—Umar Ibn Abi Rabi’a (Hiyaz, h. 644 – La Meca, h. 712), Réplicas
Traducción de Josefina Veglison Elías de Molins.
A una muchacha de formados senos / Invité a tenderse, sin cojín, sobre la arena del desierto. / «Así lo haré, aunque no sea mi costumbre», dijo ella. / Y cuando iba a despuntar la aurora me dijo: / «Me has deshonrado. Ahora vete si quieres, o sigue, / si así lo prefieres». / Pero no hice salvo sorber sus encías / y, entre charlas, besarla en la boca. / Me llené de toda ella, / me envolví en su vestido de seda / y a mis ojos dije: “llorad ahora”. […]
En la ladera del monte Ararat, a cuatro mil doscientos metros, hay un lago al que llaman Küp. A decir verdad, más parece un pozo que un lago, porque es muy profundo y apenas más grande que una era. Está completamente rodeado de rocas tan escarpadas y relucientes como el filo de un cuchillo. Desde las rocas hasta el lago desciende, cada vez más estrecho, un hollado camino de blanda tierra cobriza sobre la que asoma, aquí y allá, la hierba verde. Luego comienza el azul del lago, un azul muy particular. No existe otra agua con un azul semejante, tan oscuro, suave y aterciopelado.
Cada año, cuando se funde la nieve y la primavera abre los ojos, cuando el Ararat estalla en una solemne frescura, las riberas del lago y la delgada capa de nieve se llenan de pequeñas flores de penetrante perfume y brillantes colores. Incluso la más pequeña de ellas reluce a lo lejos con un resplandor azul, rojo, amarillo o morado. El agua azul del lago y la tierra cobriza desprenden aromas de una intensidad enervante, y el olor se difunde hasta muy lejos.
Y cada año, cuando la primavera abre los ojos en el Ararat, los pastores altos y fornidos, de bellos y tristes ojos negros y largos dedos, llegan con sus flautas al lago Küp junto a las flores, al intenso olor, a los colores y a la tierra cobriza. Extienden sus capotes al pie de las rocas rojas, sobre la tierra cobriza y la primavera milenaria, y se sientan a orillas del lago. Antes de que salga el sol, bajo la masa de estrellas que brillan sobre el monte, sacan las flautas del cinto y comienzan a tocar la furia del Ararat. Esto continúa desde el alba hasta el ocaso. Justo cuando el sol se pone, un pájaro pequeñito y blanco como la nieve, estilizado como una golondrina, comienza a dar vueltas sobre el lago, gira velozmente y va dibujando uno detrás de otro amplios círculos blancos que caen en hebras sobre el azul marfileño del lago. En el momento en que desaparece el sol, los flautistas dejan de tocar, vuelven a guardarse las flautas en el cinto y se ponen en pie. En ese instante, el pájaro que vuela sobre el lago desciende como un relámpago, sumerge un ala en el agua azul y se eleva de nuevo. Lo repite tres veces y luego se aleja volando, desaparece de la vista, se esfuma. Tras el pájaro blanco se retiran los pastores, silenciosos, de uno en uno o en parejas, se mezclan con la oscuridad, se van.
—Yaşar Kemal (Hemite, Turquía, 1923), La furia del monte Ararat (fragmento)
Edición: Ed. Punto de Lectura, 2000. Traducción de Rafael Carpintero Ortega.
En la ladera del monte Ararat, a cuatro mil doscientos metros, hay un lago al que llaman Küp. A decir verdad, más parece un pozo que un lago, porque es muy profundo y apenas más grande que una era. Está completamente rodeado de rocas tan escarpadas y relucientes como el filo de un cuchillo. Desde las rocas hasta el lago desciende, cada vez más estrecho, un hollado camino de blanda tierra cobriza sobre la que asoma, aquí y allá, la hierba verde. […]
El Salón Paris-Photo, considerado uno de los más importantes del mundo, ha inaugurado su XIII edición con un centenar de galerías de 23 países. Este año dedica su espacio de honor a la creación fotográfica en Irán y en los países árabes.
El Salón Paris-Photo, considerado uno de los más importantes del mundo, ha inaugurado su XIII edición con un centenar de galerías de 23 países. Este año dedica su espacio de honor a la creación fotográfica en Irán y en los… Leer
Andrew Lawler, en Archaeology (noviembre de 2009):
Una enorme ciudadela construida en lo alto de una colina de más de 45 metros de altura domina el barrio antiguo de Alepo. Las fortalezas han proliferado en esta ciudad del norte de Siria desde la época romana, pero en el corazón de la ciudadela, entre las ruinas de palacios otomanos y escondido detrás de altos muros del tiempo de los cruzados, un equipo de arqueólogos alemanes y sirios están despejando los escombros de un gran foso que muestra la importancia de esta cumbre mucho antes de que llegaran los romanos. Aquí, entre nubes de polvo, una maltratada esfinge de basalto y un león –ambos erguidos y con una altura de más de dos metros– guardan la entrada de uno de los grandes centros religiosos de la antigüedad, el santuario de Adda, el dios de las tormentas.
Kay Kholmeyer, arqueólogo de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berlín y codirector de las excavaciones, ha pasado más de diez años separando las capas de escombros que ocultan la rica historia de este templo. Y ha descubierto que fue construido originalmente por gentes de la primera Edad de Bronce y reconstruido luego por toda una sucesión de culturas, incluyendo a los hititas, los constructores indoeuropeos de imperios cuyo dominio se extendió desde Anatolia hasta el norte de Siria en el siglo XIV aC.
A lo largo de los milenios, mientras culturas sirias, anatolias y mesopotámicas se mezclaban y difuminaban en este antiguo cruce de caminos, Adda fue conocido como Addu, Teshup, Tarhunta y Hadad. Los estilos artísticos y las lenguas surgían y desaparecían, pero el dios de las tormentas permaneció. […]
Leer el artículo completo (en inglés)
Más información: Temple of the Storm God in the Citadel of Aleppo (World Monuments Fund)
Era casi verano y yo me acercaba al cuello del Líbano –un poco al sur del macizo más elevado del país– cruzando las largas y altas montañas del Baruk, que se perdían de vista descendiendo por el este hacia el Antilíbano. Estas laderas cálidas eran perfectas para acampar. Después de la puesta de sol, la llama azul de mi hornillo portátil brilló en la falda del monte una media hora, luego me resguardé entre los peñascos y me zambullí en el olvido de la fatiga profunda durmiendo hasta el amanecer.
—Colin Thubron (Londres, 1939), Las montañas de Adonis (fragmento)
Edición: Entre árabes, Ed. Península, 2003. Traducción de Concha Cardeñoso.
Era casi verano y yo me acercaba al cuello del Líbano –un poco al sur del macizo más elevado del país– cruzando las largas y altas montañas del Baruk, que se perdían de vista descendiendo por el este hacia el Antilíbano. Estas laderas cálidas eran perfectas para acampar. Después de la puesta de sol, la llama azul de mi hornillo portátil brilló en la falda del monte una media hora, luego me resguardé entre los peñascos y […]