Un porteador en un mercado de Bagdad, en una imagen de archivo. Foto: Chatham House / Wikimedia Commons
En la calle Al Rashid de Bagdad, los puestos, las casas de té y los restaurantes sirven a clientes sin mascarilla en mercados abarrotados, a pesar de que la COVID-19 sigue propagándose rápidamente entre la población. Esta concurrida calle ejemplifica un fracaso preexistente de gestión, que ha afectado a muchos países en desarrollo, sacudidos por el impacto de la pandemia en sus economías.
Cerca de allí, en la plaza Al Rusafi, porteadores exhaustos acarrean pesadas cargas cruzándose en una telaraña de tráfico bajo el sol abrasador del inmisericorde verano iraquí. Un caballo enganchado a un carro observa a los conductores de taxis convertidos en autobuses llamar a gritos a los últimos pasajeros para completar un asiento vacío. Las bocinas se mezclan con una retaíla de insultos lanzados a bocajarro por un enojado conductor que quiere pasar, pero no puede. El diario repertorio de caos continúa, y el estruendo resuena por toda la plaza, en el mismo lugar donde los coches bomba han incinerado a tantos seres humanos en los últimos años.
A los más vulnerables a la pobreza se les ha instado a quedarse en casa, pero no se les ha ofrecido ninguna alternativa, y la ausencia de apoyo financiero les está empujando a retomar sus trabajos en un entorno de riesgo. Si bien la flexibilización de las restricciones de movimiento ha permitido a los trabajadores diarios poder mantener a sus familias, las autoridades no han habilitado equipos móviles de concienciación sobre medidas sanitarias en los mercados abarrotados, ni han organizado la distribución de mascarillas, cada vez más caras.
En Irak, al igual que en los otros países que se están enfrentando a los múltiples desafíos planteados por la pandemia, las personas pertenecientes a los grupos más frágiles tienen que valerse por sí mismas, mientras el gobierno se dispara a sí mismo en la carrera por contener la propagación de las infecciones de COVID-19.
«Nos moriríamos de hambre»
Para los residentes de las muchas áreas empobrecidas del centro y el este de Bagdad, quedarse en casa es un lujo que no se pueden permitir. «Nos moriríamos de hambre», dice Mohammed Turki, un porteador de 44 años, sentado en un callejón cercano.
Turki lleva 16 años trabajando como porteador, ganando, en el mejor de los casos, unos 20 dólares al día. «Pero eso es solo si puedo encontrar trabajo», aclara. De lo contrario, su salario diario transportando mercancías en los mercados de Bagdad no supera los 8 dólares, apenas suficiente para alimentar a sus cuatro hijos.
Actualmente, un paquete de mascarillas quirúrgicas cuesta en Bagdad 13 dólares.
Hacia el mediodía, los propietarios de las tiendas de la cercana plaza Al Rusafi que se quejan de la caída de las ventas bajan sus persianas. Las consecuencias económicas de la COVID-19 están ensombreciendo muchos modos de vida.
Tomando como referencia proyecciones del Banco Mundial según las cuales la pobreza se duplicará en 2020, un informe del Ministerio de Planificación iraquí, con el apoyo de UNICEF y otras organizaciones, señaló que «4,5 millones (11,7%) de iraquíes más corren el riesgo de caer por debajo del umbral de la pobreza, como resultado del impacto socioeconómico de la COVID-19», añadiendo que «este fuerte aumento incrementaría la tasa de pobreza nacional hasta el 31,7%, desde el 20% de 2018».
En el Irak posterior a la invasión, gobiernos consecutivos han fracasado, o han carecido de la voluntad suficiente, a la hora de diversificar la economía dependiente del petróleo del país. Han mantenido en el limbo la industria y la agricultura nacionales, centrándose en cambio en inundar el mercado iraquí con productos importados.
Un reciente estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre el impacto de la COVID-19 y la caída de los precios del petróleo indica que «altos niveles de conflicto, junto con el brote de la COVID-19 y la caída de los ingresos del petróleo, pueden aumentar la pobreza extrema».
Ali Tawfiq se encuentra entre quienes corren ese riesgo de caer más profundamente aún en la pobreza, si se vuelve a imponer un confinamiento total para frenar la propagación de la COVID-19. Para poder seguir cuidando de su padre ciego, de sus dos hermanos discapacitados (un vendedor y otro porteador), y de él mismo, no ve otra opción que seguir tirando de un carrito a través de mercados abarrotados.
«Soy yo el que sostiene a mi familia. No venir al mercado significa no poder comer ni beber», dice.
El legado de la guerra
Tawfiq, de 19 años, pertenece a una de las varias generaciones oprimidas por la guerra que Estados Unidos y sus aliados libraron contra Irak en 2003. Comenzó a trabajar como porteador a la edad de diez años. Pocos años después de la ocupación, perdió a su hermana en un ataque terrorista. «Mi hermana murió en la explosión de un coche bomba en Al Mansour en 2007. Tenía solo diez años», cuenta.
Cada día va a trabajar a pie desde la zona de Alawi Al Hilla. Su hermano mudo de 14 años empezó a trabajar con él hace cuatro. Su hermano mayor, un veterano herido durante la lucha contra los militantes del autodenominado Estado Islámico (EI), y dado de baja posteriormente, dedica sus mañanas a vender botellas de agua en la plaza.
Mientras Tawfiq habla, una bandera iraquí hecha jirones ondea a duras apenas con el escaso viento, colocada en la mano de la estatua de Ma’ruf al Rusafi. Si el poeta estuviera vivo, tal vez reclamaría su tribuna y diría:
Tú, que preguntas por nosotros en Bagdad, somos ganado en una tierra estéril El oeste se elevó a los cielos, observándonos y seguimos mirando desde abajo
El centro de Bagdad exhibe en toda su crudeza la miseria que envuelve al Irak de hoy y borra el esplendor de su pasado. Allí, tanto la historia como los seres humanos han quedado abandonados. Las grietas atraviesan el minarete de la mezquita de Al Khulafa, de la época abasí. El agua subterránea daña los cimientos y el minarete se va inclinando gradualmente hacia el este, al borde del colapso. En el lado opuesto de la calle Al Jumhuriyah, la humedad domina las paredes del interior de la catedral de San José. Dos lugares históricos de referencia que ahora están cerrados a los visitantes.
Montones de basura se acumulan al pie de antiguas mezquitas e iglesias, y de las tradicionales casas shanshūl, en callejuelas ruinosas donde se despoja de su infancia a los porteadores más jóvenes. Mapas de desesperación invaden los rostros de mendigos traumatizados (mujeres y niños), y de ancianos que pasan lo que les queda de vida sorbiendo té hirviendo en las numerosas casas de té de la calle Al Rashid, horrorizados ante la draconiana deformación que ha sufrido su ciudad.
Y mientras Tawfiq, su hermano y Turki deambulaban por los zocos de Bagdad tirando de carritos en chanclas, los políticos que llegaron tras la invasión y su séquito mordían las arcas del Estado como termitas. Los «agentes», como fueron etiquetados por los ciudadanos corrientes, alimentaron sus obesas cuentas bancarias en lugar de invertir en unas infraestructuras en constante deterioro. El debilitado sector de la salud del país es solo un ejemplo.
Miseria en los hospitales de Irak
Un médico empleado por el Estado que trabajó recientemente en uno de los hospitales de Bagdad designados para pacientes de COVID-19 describe en privado la situación de los hospitales iraquíes como «bastante miserable».
El Ministerio de Sanidad de Irak ha confirmado hasta ahora más de 177.000 casos de COVID-19, mientras que la enfermedad ha acabado con la vida de alrededor de 6.000 pacientes infectados*. Los profesionales sanitarios, sin embargo, aseguran en privado que calculan números más altos que los detectados.
«No digo que las estadísticas oficiales mientan, pero no reflejan la realidad», dice uno de ellos, que prefiere permanecer anónimo.
Atrapados en un constante tifón de conflictos y corrupción, los hospitales se encuentran abarrotados con un número «inmenso» de personas infectadas, la capacidad de hacer test es insuficiente, y las camas de UCI para pacientes en fases críticas están tan limitadas que «ponemos a los enfermos en listas de espera» para tratarlos cuando mueran otros pacientes, añade.
Lo que dice no es sorprendente. Si bien el confinamiento impuesto por las autoridades como respuesta a la aparición inicial de infecciones resultó decisivo para frenar el aumento de casos de COVID-19 durante unos meses, la medida no se implementó adecuadamente ni se respetó por completo, especialmente considerando que el vecino de Irak, Irán, es uno de los epicentros de la pandemia en Oriente Medio.
Los concurridos mercados y los pequeños comercios en los barrios populares permanecieron abiertos, a diferencia de los de las calles principales y las áreas más lujosas. Se ordenó el cierre de los restaurantes cuando las autoridades levantaron parcialmente el toque de queda, pero muchos de los que se encuentran en el principal mercado de Shorja, o entre las calles Al Rashid y Al Saadoun, dos de las vías más importantes del centro de Bagdad, permanecieron abiertos.
«En mi opinión, hay al menos 10.000 casos nuevos cada día», dice el médico. Otro doctor, que pide asimismo permanecer en el anonimato, calcula que el número real de pacientes con COVID-19 es al menos el doble de lo que se detecta cada día.
El Ministerio de Sanidad informa de alrededor de 4.000 contagios diarios* de COVID-19.
«Cayendo al abismo»
Los médicos en Bagdad critican la gestión del brote por parte del gobierno, y denuncian que la mayoría de los principales hospitales de la ciudad tuvieron que centrarse en tratar y aislar a pacientes de COVID-19, mientras que otros centros recibían solo urgencias no relacionadas con el coronavirus.
De este modo, y según explica el doctor, las personas que sufren otras dolencias tienen menos posibilidades de ser tratadas en los hospitales públicos, y las familias no saben dónde recibirán sus seres queridos la atención necesaria.
Según datos del Banco Mundial, en Irak hay solo 1,4 camas de hospital por cada 1.000 habitantes.
Los pacientes llegan a un determinado hospital pensando que la sala de emergencias recibe todos los casos, pero son redirigidos a otro lugar, a un hospital especializado, lo que, teniendo en cuenta los tristemente famosos atascos de tráfico en Bagdad, «aumenta la carga», explica el médico. Ante la presión de los familiares de pacientes en estado crítico, «en ocasiones te ves obligado a recibir pacientes con COVID-19 en una sala de emergencias donde hay pacientes que no tienen COVID-19», dice. Así, pacientes que ya eran vulnerables se enfrentan a veces al riesgo de contraer el virus.
«Podría haber un plan alternativo, como, por ejemplo, designar edificios específicos para pacientes [de COVID-19] en cuarentena, con el fin de que los hospitales públicos puedan seguir funcionando con normalidad», indica.
El 4 de agosto, el ministro de Sanidad del país anunció que los hospitales públicos de Bagdad reanudarían sus operaciones regulares, ya que se habían designado cuatro hospitales para atender a las personas contagiadas con COVID-19, una decisión que fue alabada por los médicos. Sin embargo, el gobierno dio otro paso atrás, al levantar el toque de queda de 24 horas que generalmente comienza el jueves y termina el sábado.
En cualquier caso, los pacientes se han enfrentado siempre a «obstáculos» en los hospitales públicos, que no suelen ofrecer servicios médicos integrales, según explica el médico.
«La gente dice que el sistema de salud se ha derrumbado, pero lo cierto es que ni siquiera había uno antes […]. Llevamos mucho tiempo al límite, la COVID-19 nos ha dado un empujón, y ahora estamos cayendo hacia el abismo», añade.
Este joven médico está actualmente en su casa, tratándose a sí mismo del asalto de la COVID-19 a su propio cuerpo.
* Datos a 18 de agosto de 2020
Nabil Salih es un periodista freelance establecido en Bagdad.
En la calle Al Rashid de Bagdad, los puestos, las casas de té y los restaurantes sirven a clientes sin mascarilla en mercados abarrotados, a pesar de que la COVID-19 sigue propagándose rápidamente entre la población. Esta concurrida calle ejemplifica… Leer
Hay meses, como éste, en los que la violencia se cobra más vidas en Irak que en Siria. No es cuestión de comparar unos muertos con otros, o de ponerlos en una balanza; todos pesan lo mismo. Pero a veces es necesario recurrir a la fría estadística para recuperar la atención y combatir el olvido; repasar los datos, los números, los recuentos diarios de fallecidos, y mirar después a las víctimas, a los ciudadanos cuya vida ha sido segada mientras esperaban el autobús o en la cola del paro, cuando compraban en un mercado callejero, cuando jugaban al fútbol en un partido de barrio entre aficionados…
Solo este lunes, al menos 64 muertos; desde principios de julio, unos 800; en lo que va de año, y la cifra es de Naciones Unidas, cerca de 3.000. Están todos, para que la cotidianeidad de la muerte no los acabe borrando de la memoria (en la portada de la edición en inglés de Al Jazeera, por ejemplo, no hay ahora mismo ni una sola noticia de Irak), en la página web Iraq Body Count.
De los 64 muertos de este lunes, 54 fallecieron como consecuencia de una cadena de atentados perpetrados en zonas de mayoría chií. En Bagdad estallaron once coches bomba en nueve barrios diferentes. En al menos siete de ellos la mayoría de la población pertenece a esta confesión religiosa. Los otros diez muertos fueron militantes abatidos por las fuerzas de seguridad en la ciudad de Tikrit, según informan las agencias internacionales, citando fuentes oficiales.
En Ciudad Sadr, barrio chií de Bagdad, un coche bomba explotó en una plaza donde estaban reunidos obreros jornaleros que buscaban trabajo. La explosión hizo volar por los aires un minibús, arrojándolo a más de diez metros, y destruyó los escaparates de varias tiendas, según relató un fotógrafo de AFP.
Otro coche bomba explotó en Mahmudiya, a 30 Km al sur de la capital, matando al menos a dos personas e hiriendo a otras 25. En Kut, una ciudad de mayoría también chií a 160 Km al sur de Bagdad, al menos seis personas murieron y 57 resultaron heridas en la explosión de dos coches bomba. Al menos dos personas más murieron y decenas resultaron heridas por la explosión de dos coches bomba en Samawa, otra ciudad chií situada a 280 Km al sur de Bagdad. Y en Basora, en el sur, y también de mayoría chiita, estalló otro coche bomba, con un balance de cuatro muertos y cinco heridos.
En los últimos tres meses, la violencia ha alcanzado niveles semejantes a los de la guerra civil de 2006-2007. Los ataques con bomba, coordinados contra la población civil, ocurren de promedio una o dos veces por semana. A ello hay que sumar otros atentados, con blancos más específicos, que acosan diariamente a las fuerzas del orden.
El incremento de la violencia está vinculado al resentimiento de la población suní con la mayoría chií, actualmente en el poder, y a la que los suníes acusan de practicar una discriminación sistemática. Pero una lectura que se quede en el mero enfrentamiento sectario sería demasiado pobre.
Hace unos meses este blog publicó unas cuantas claves para tratar de entender un poco mejor lo que está ocurriendo. El editorial de este lunes del diario británico The Guardian ofrece algunas más:
[…] La crueldad y los objetivos indiscriminados recuerdan los años terribles que sucedieron a 2006, años que, supuestamente, Irak debería haber dejado atrás con el establecimiento de un gobierno democrático, la aprobación de la Constitución y la transferencia de la responsabilidad de la seguridad a los soldados y la policía iraquí por parte de los estadounidenses
Pero el primer ministro, Nuri al Maliki, ha demostrado ser un líder desastroso que ha trastocado la Constitución para concentrar el poder en sus manos, excluir a la mayoría suní y amenazar potencialmente el hasta ahora pacífico norte kurdo. El consiguiente contraataque de los suníes, explotado por Al Qaeda, es el trasfondo de esta última oleada de violencia. Y la situación ha empeorado tras las recientes fugas ocurridas en las prisiones de Abu Hhraib y Taji, que han devuelto a la lucha a veteranos extremistas, y que parecen demostrar que este gobierno puede ser tan incompetente como dictatorial. A fin de cuentas, la seguridad era, en teoría, el punto fuerte de Maliki.
Es cierto que no es comprable la guerra convencional a gran escala de Siria con las bombas y los asesinatos de Irak, porque las proporciones son diferentes en ambos países. En Irak el Gobierno tiene su base en la mayoría chií, y los rebeldes pertenecen a la minoría suní. En Siria gobierna, o lo intenta, la minoría alauí, conectada con el chiísmo, y los rebeldes proceden de la mayoría suní. El balance militar refleja esta realidad demográfica.
Pero las dos partes, en los dos países, creen que tal vez podrían dar la vuelta a este equilibrio si se aliasen con sus correligionarios al otro lado de la frontera. Los dos conflictos, por tanto, empiezan ya a solaparse, una posibilidad de pesadilla que puede extender la agonía de ambos pueblos durante mucho tiempo.
El periódico español El País dedica también, en una línea parecida, un editorial a la situación de Irak:
[…] Irak, su exacerbada violencia y su caos político, ha sido eclipsado en los últimos años por la vorágine que sacude a otros países árabes en proceso de transición. Pero tras ese velo informativo se está produciendo la disolución como Estado unitario y funcional de la nación llamada a irradiar la transformación democrática del mundo árabe, como asegurara George W. Bush hace 10 años, antes de enviar las tropas a Bagdad. La guerra civil que enfrentó en Irak a las milicias chiíes y suníes y que después volvió a ambas contra el invasor se ha transformado en un terrorismo estructural —la sangre llama a la sangre— que se considera ya adherido irremisiblemente a la vida cotidiana.
Bagdad es un trampantojo democrático, pese a la proliferación de partidos o la celebración de elecciones. El enfrentado Gobierno de coalición entre chiíes, suníes y kurdos, que dirige con mano de hierro el chií Nuri al Maliki, es incapaz de garantizar la seguridad ciudadana o prestar los servicios básicos. Es reflejo de una élite sectaria, opaca y corrupta a los ojos de la mayoría de los iraquíes, más atenta a sus intereses que a los de un Estado en caída libre. La determinante sombra de Irán, en cuya órbita gira Al Maliki, y los acontecimientos de Siria, donde la mayoría suní combate a El Asad, agudizan el autoritarismo de un primer ministro que ignora la Constitución e igual purga a la minoría política suní que llega al borde del conflicto armado con el Gobierno autónomo kurdo.
Como los dirigentes de otros países árabes en ebullición, los de Bagdad tampoco quieren entender, pese al tiempo transcurrido, que el compromiso con el adversario y la inclusión de las minorías son elementos determinantes de la convivencia y la democracia. Irak, invertebrado y vulnerable, se aleja vertiginosamente de ese modelo, con consecuencias irreparables.
Hay meses, como éste, en los que la violencia se cobra más vidas en Irak que en Siria. No es cuestión de comparar unos muertos con otros, o de ponerlos en una balanza; todos pesan lo mismo. Pero a veces… Leer
Una selección de fotografías tomadas en Oriente Medio esta semana. Pincha en los enlaces de las localizaciones para ver las imágenes.
Alepo, Siria, 29/11/2012: Varios vehículos pasan al anochecer frente a edificios destruidos en la calle Sa’ar, entre ellos, el hospital Al Shifa. La semana pasada los bombardeos sobre esta zona de la ciudad dejaron decenas de muertos. Foto: Narciso Contreras / AP
Naciones Unidas, Nueva York (EE UU), 29/11/2012: Resultado de la votación de la Asamblea General de la ONU para el reconocimiento de Palestina como Estado observador no miembro de las Naciones Unidas. A favor, 138; en contra, 9 (Israel, Estados Unidos, Canadá, República Checa, Panamá, Palaos, Micronesia y las Islas Marshall); abstenciones, 41. Imagen: Captura de vídeo de United Nations Webcast
Ramala, Cisjordania (Palestina), 29/11/2012: Una multitud celebra en las calles de la ciudad el reconocimiento de Palestina como Estado observador no miembro de la ONU. Foto: Abbas Momani / AFP
Área E1, cerca de Jerusalén Oriental, Palestina, 1/12/2012: Como respuesta a la decisión de la ONU de reconocer a Palestina como estado observador, Israel aprobó el viernes la construcción de 3.000 nuevas viviendas en asentamientos para colonos judíos de Jerusalén Este y Cisjordania, concretamente, en el área conocida como E1, que bloquea la continuidad territorial de un futuro Estado palestino. Este domingo, el Gobierno israelí anunció además la confiscación de impuestos recaudados a los palestinos. Israel retendrá a la Autoridad Nacional Palestina unos 92,8 millones de euros y transferirá la partida a pagar parte de la deuda que el Gobierno palestino tiene con la empresa de electricidad israelí. Foto: Baz Ratner / Reuters
El Cairo, Egipto, 28/11/2012: Un hombre camina en la plaza Tahrir sobre un graffiti en el que puede leerse: «Mursi vete». La declaración constitucional por la que el presidente egipcio, Mohamed Mursi, se otorgó poderes extraordinarios por encima de la justicia ha disparado la tensión en el país, con grandes manifestaciones en su contra (laicos y opositores) y a su favor (islamistas). La concentración más masiva de la oposición tuvo lugar el martes en Tahrir. Los islamistas respondieron con una manifestación tambien muy numerosa este sábado. El Club de Jueces, principal asociación de la magistratura egipcia, anunció este domingo que los magistrados del país han acordado no supervisar el referéndum sobre la nueva Constitución, previsto para el próximo 15 de diciembre, como medida de protesta por el decreto de Mursi. Foto: Mahmoud Khaled / AFP
El Cairo, Egipto, 29/11/2012: El clérigo Yasser Borhamy (derecha), líder salafista, conversa con Bassam Al Zarqa, uno de los consejeros del presidente Mohamed Mursi, en el Consejo de la Shura (la Cámara Alta del Parlamento), durante la votación final del borrador de la nueva Constitución egipcia. Foto: Mohamed Abd El Ghany / Reuters.
El Cairo, Egipto, 1/12/2012. Manifestantes en apoyo del presidente egipcio, Mohamed Mursi, cerca de la Universidad de El Cairo. Foto: Khaled Elfiqi / EPA
Ramala, Cisjordania (Palestina), 27/11/2012: Tayeb Abdel Rahim, secretario general de la Presidencia Palestina, deposita una corona de flores en la tumba de Yasir Arafat. Los restos mortales de Arafat fueron exhumados este martes con ayuda de expertos forenses franceses con el objetivo de confirmar si el histórico dirigente fue envenenado, como apunta su mujer, Suha. En el proceso estuvieron presentes varios forenses franceses, así como expertos suizos y rusos, a petición de la Autoridad Nacional Palestina. Foto: Xinhua / Zuma Press
Bagdad, Irak, 28/11/2012: Daños en una vivienda del distrito de Shuala, tras la explosión de uno de los tres coches bomba colocados el martes junto a otras tantas mezquitas chiíes. Al menos 20 personas murieron y decenas resultaron heridas. Foto: Mohammed Ameen / Reuters
Daret Ezza, Siria, 28/11/2012: Rebeldes sirios celebran el derribo de un avión de guerra del Gobierno. Foto: Francisco Leong / AFP
Ceylanpinar, Turquía, 30/11/2012: Un soldado turco, en su posición de vigilancia cerca de la frontera con Siria. Foto: Laszlo Balogh / Reuters
Ciudad de Kuwait, Kuwait, 1/12/2012: Recuento de votos tras las elecciones de este sábado. Los comicios estuvieron marcados por el boicot de la oposición. Foto: Raed Qutena / EPA
Karranah, Bahréin, 1/12/2012: Musulmanas chiíes, durante una marcha de protesta contra la medida del Gobierno de prohibir manifestaciones de grupos opositores. Foto: Mohammed Al-Shaikh / AFP
Rafah, Franja de Gaza (Palestina), 2/12/2012: Trabajadores palestinos reparan un túnel de contrabando entre Gaza y Egipto, destruido en uno de los últimos bombardeos israelíes contra la Franja. Foto: Eyad Al-Baba / APA / Zuma Press
Alepo, Siria, 30/11/2012: Un niño, durante una manifestación tras la oración del viernes. Foto: Narciso Contreras / AP
Ramtha, Jordania, 2/12/2012: Funeral por los refugiados sirios Emara Al Zoabi, de siete meses de edad; Moath Al Rawashdeh, de 30 años, y Ahmed Al Natoor, de 62, quienes murieron tras resultar heridos en un ataque de las fuerzas gubernamentales sirias contra la localidad de Tafas, en Siria. Foto: Muhammad Hamed / Reuters
Sidón, Líbano, 2/12/2012: Una seguidora del jeque Ahmad Al Assir, líder salafista, hace una foto con una tableta durante una manifestación contra el régimen sirio de Bashar Al Asad. Foto: Mahmoud Zayyat / AFP
Franja de Gaza, Palestina, 28/11/2012. Palestinos recogen guisantes cerca de la frontera con Israel. Foto: Majdi Fathi / APA / Zuma Press
Franja de Gaza, Palestina, 28/11/2012: Un pescador, con un tiburón recién capturado en el Mediterráneo. Foto: Ali Ali / EPA
Al Wathba, Abu Dabi, 30/11/2012: Un halcón, en el primer día de la competición de cetrería Al Tilwah. Foto: Jumana El Heloueh / Reuters
Mitspe Shalem, Israel, 2/12/2012: Un hombre se ducha tras tomar un baño en el Mar Muerto: Foto: Marko Djurica / Reuters
El exhaustivo reportaje que, dirigido por Íñigo Sáenz de Ugarte, emitió Telecinco en octubre de 2003 sobre el ataque al hotel Palestina, en Bagdad, ocurrido el 8 de abril de ese mismo año, y en el que perdieron la vida el cámara español de esa cadena José Couso y el periodista ucraniano de la agencia Reuters Taras Protsyuk. Nueve años después, la familia y los compañeros de Couso siguen esperando que se haga justicia.
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Manifestación pro Palestina en El Cairo, en el Día de la Nakba. Foto: Gigi Ibrahim / Wikimedia Commons
• Recordando la Nakba. Un adolescente palestino murió el sábado y al menos otros ocho palestinos han muerto este domingo, durante la oleada de enfrentamientos entre manifestantes palestinos y fuerzas israelíes con motivo de la celebración del 63º Día de la Nakba. La Nakba (catástrofe) recuerda la expulsión que sufrieron miles de palestinos al crearse el Estado de Israel, en 1948. La conmemoración, que coincide con las celebraciones israelíes por el aniversario de su Estado, está envuelta este año en una polémica aún mayor de la habitual, al haber aprobado recientemente el Parlamento israelí una ley por la cual no se podrán conceder subvenciones procedentes de fondos públicos a ninguna institución que conmemore o estudie el éxodo palestino. Para conocer historias personales más allá de los números y, en definitiva, para saber más, merece la pena visitar la página web del Instituto para el Entendimiento en Oriente Medio (IMEU, por sus siglas en inglés), que estos días ofrece, en forma de vídeos cortos, los testimonios de jóvenes palestinos que cuentan las experiencias vividas por sus familias, todas ellas víctimas de la Nakba.
• La primavera árabe se tiñe de sangre. Enric González, autor de varios libros muy recomendables y veterano corresponsal de El País (ahora, en Jerusalén), analiza el momento en que se encuentran las revueltas populares en el mundo árabe. El resultado no es muy optimista: «La primavera árabe ha costado ya mucha sangre. Y todo apunta a que este es solo el principio de un proceso largo y violento. Libia sufre una guerra civil que la intervención extranjera no ha decantado hacia los rebeldes; Siria permanece encallada en un círculo de protestas y represión y corre el riesgo de una implosión sectaria de tipo libanés; Bahréin ha sido tomada por tropas saudíes; Yemen se hunde en el caos. Incluso Egipto, cuya revolución resultó relativamente modélica, padece convulsiones sociales y económicas de consecuencias imprevisibles».
• La revolución egipcia, 100 días después: Luchando contra las incertidumbres. Otro balance, centrado en la revolución egipcia y a cargo de Michael Collins, editor del Middle East Institute. Casi tres meses después de la caída de Hosni Mubarak, ¿qué está pasando en el país?, ¿se ha atrancado la revolución o es inevitable un progreso lento y difícil?, ¿están claras las intenciones de quienes están llevando las riendas del cambio? Un análisis detallado con enlaces muy interesantes.
• Apuntando a Gadafi desde el cielo. Rosie DiManno, columnista del Toronto Star, habitual enviada especial a las zonas más calientes de la actualidad, y uno de los periodistas estrella del diario canadiense, ofrece desde Italia una esclarecedora y detallada perspectiva de la misión militar internacional en Libia, a través de una entrevista a Charles Bouchard, comandante de la misión de la OTAN en el país magrebí.
• Apatía en los campamentos palestinos. Gideon Levy dedica su última columna en el diario israelí Haaretz a explicar, mediante una interesante entrevista a un activista local de Hamás, las causas por las que ninguno de los dos grandes acontecimientos de estos últimos días (la muerte de Bin Laden y el acuerdo de reconciliación entre Hamás y Al Fatah) ha logrado generar grandes reacciones entre los palestinos del campo de refugiados de Jenin.
• Los nuevos colores de Bagdad. Con más o menos éxito estético, la capital iraquí se está rediseñando a sí misma tras las grises décadas del régimen de Sadam Husein. Colores chillones, palmeras falsas… Un original reportaje en The New York Times, con fotogalería incluida.