De izquierda a derecha., el consejero saudí de Seguridad Nacional, Musaid Al Aiban; el jefe de la diplomacia china, Wang Yi; y el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shanjaní, tras la firma del acuerdo para reanudar las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. Foto: Ministerio de Exteriores de China
Tras más de cuatro décadas como enemigos aparentemente implacables a ambos lados de una profunda división político-religiosa en Oriente Medio, Arabia Saudí e Irán han acordado restablecer relaciones diplomáticas y reabrir embajadas. El acuerdo, firmado en Pekín, se produce siete años después de la ruptura de relaciones diplomáticas tras la ejecución en Arabia Saudí del clérigo chií Nimr Al Nimr, y se ha anunciado como «un momento decisivo» para la región.
Aunque es innegable que se trata de un paso positivo, el acuerdo no pondrá fin a la situación de conflicto en la región, ya que los graves problemas internos siguen impulsando el conflicto y la violencia en Yemen, Irak, Líbano y Siria. Sin embargo, serias dificultades económicas han llevado a saudíes e iraníes a entablar conversaciones diplomáticas en los últimos años para crear un orden regional más estable, lo que ha permitido a ambos países emprender programas de reforma interna.
La rivalidad entre Riad y Teherán tiene raíces muy complicadas, conformada en torno a la interacción de las preocupaciones por la seguridad, las reivindicaciones de liderazgo en el mundo musulmán, las rivalidades etno-sectarias y las diferentes relaciones con Washington. Los análisis perezosos han reducido a menudo la rivalidad a un conflicto sectario, consecuencia de «odios ancestrales», pero tal lectura de los acontecimientos es xenófoba y orientalista, e ignora el contexto y las contingencias que configuran las relaciones entre ambos Estados.
A pesar de sus orígenes conflictivos, las relaciones entre los dos países han oscilado entre la hostilidad manifiesta y la creciente distensión desde la creación de la República Islámica de Irán en 1979, y se han desarrollado de distintas formas en Oriente Medio.
Región conflictiva
La presencia de identidades religiosas, étnicas e ideológicas compartidas en toda la región también ha llevado a otros a ver los conflictos en la zona a través de la lente de las «guerras subsidiarias». Se ha considerado que diversos grupos de Yemen, Siria, Líbano, Irak, Bahréin y otros países se limitan a cumplir las órdenes de sus pagadores en Riad o Teherán, algo que ignora los factores internos del conflicto y la división, reduciendo el análisis a un binario simplista que enfrenta a sunníes y chiíes.
En toda la región, los Estados en los que han chocado los intereses saudíes e iraníes también se han visto acosados por una serie de complejos retos socioeconómicos y políticos propios.
Desde la destitución de Sadam Husein, Irak se ha caracterizado por la lucha entre varias facciones por dominar el Estado. Los partidos chiíes, que representan a la mayoría del país, han solido ser los ganadores en las elecciones, a menudo con el apoyo de Irán y para disgusto de Arabia Saudí. Sin embargo, sería erróneo pensar que la política iraquí representa únicamente una guerra subsidiaria entre sus dos vecinos. Ello supondría ignorar las preocupaciones internas de muchos y los esfuerzos por crear un panorama político que funcione para los iraquíes y no sea solo un escenario para que Riad y Teherán aumenten su poder.
En Yemen, aunque tanto Arabia Saudí como Irán han desempeñado un papel destacado en la guerra civil, los principales motores del conflicto son internos, en medio de una lucha más amplia por el territorio, la política, las visiones del orden, el tribalismo, los recursos y las diferencias sectarias. La implicación de Riad y Teherán –de distintas maneras– exacerba estas tensiones. El temor a los avances de los rebeldes hutíes apoyados por Irán en Yemen llevó a Arabia Saudí a emprender una devastadora campaña de bombardeos para frenar las acciones del grupo.
El apoyo de Teherán a los hutíes –y los ataques del grupo contra el territorio saudí– exacerbaron los temores del reino. Sin embargo, la guerra en Yemen es también consecuencia de la fragmentación del Estado y de la aparición de varios grupos diferentes que compiten por la influencia en un paisaje acosado por graves problemas medioambientales y escasez de alimentos.
En Líbano, una devastadora crisis socioeconómica se desarrolla en el armazón mismo del Estado, con grupos sectarios que proporcionan apoyo y protección a sus electores en lugar de un gobierno que funcione. Los grupos clave han recibido apoyo de Arabia Saudí e Irán, sobre todo Hizbulá, que mantiene fuertes vínculos ideológicos con la República Islámica, y el Movimiento Futuro, partido de gobierno durante la mayor parte de la última década, que mantiene una compleja relación con Arabia Saudí.
Es evidente que tanto saudíes como iraníes tienen un gran interés en la política libanesa. Pero, en realidad, cualquier conflicto aquí está impulsado por la competencia entre grupos locales que tratan de imponer sus visiones del orden en un panorama político, social y económico precario.
Aunque no cabe duda de que Arabia Saudí e Irán disponen de medios para influir en la política de toda la región, los grupos locales tienen sus propias agendas, aspiraciones y presiones. Queda por ver cómo resonará la reconciliación entre Riad y Teherán en espacios acosados por la división.
Es innegable que hay aspectos positivos para la seguridad regional. La reconciliación mejora la posibilidad de que se reactive el acuerdo nuclear con Teherán, aunque queda por ver qué ha ofrecido Arabia Saudí a Irán para facilitar el acuerdo, y viceversa. Por otra parte, cabe preguntarse qué mecanismos de control y ejecución ha puesto en marcha China.
El papel de China
Quizá el aspecto más intrigante de todo esto se refiera, precisamente, al papel de China en los procedimientos. Aunque los esfuerzos diplomáticos para mejorar las relaciones entre los dos rivales llevan varios años en marcha, la capacidad de China para forjar un acuerdo a partir de estas conversaciones apunta a la creciente influencia de Pekín en la región.
China mantiene desde hace tiempo estrechos lazos económicos con Irán, pero en los últimos años Pekín ha tratado de aumentar su compromiso con los Estados árabes, especialmente Irak y Arabia Saudí. El deterioro de las relaciones entre las dos grandes potencias del Golfo habría tenido un impacto negativo en el compromiso y la inversión chinos en Oriente Medio, tanto en lo que respecta a sus proyectos de infraestructuras como a la más amplia iniciativa Belt and Road.
Aunque Estados Unidos ha celebrado públicamente el acuerdo, en privado existen varias preocupaciones sobre las implicaciones que este pueda tener para Oriente Medio y para la política mundial, en un momento, además, en que las relaciones entre Riad y Washington son tensas.
El mejor ejemplo de ello fue la visita del presidente estadounidense, Joe Biden, a Arabia Saudí tras sus críticas al historial del reino en materia de derechos humanos y la publicación de un informe que afirmaba que el príncipe heredero Mohamed bin Salmán había aprobado la operación para asesinar al periodista Jamal Khashoggi, ciudadano estadounidense. Durante la visita, Biden y Bin Salmán mantuvieron una tensa reunión que, en gran medida, no sirvió para mejorar las relaciones y puso de manifiesto la precariedad de las mismas.
En este contexto, no es de extrañar la creciente influencia china en el reino y en Oriente Medio. La mediación de China ofrece cierta esperanza de que también pueda alcanzarse un acuerdo para poner fin a la guerra en Ucrania, pero ¿a qué precio? El modelo chino de inversión y prestación de «ayuda desvinculada» –prestación de apoyo financiero sin condiciones– ha ignorado durante mucho tiempo las preocupaciones por la democracia y los derechos humanos. Así, el acuerdo entre saudíes e iraníes ha sido interpretado por algunos como una victoria del autoritarismo, que margina aún más a los movimientos reformistas en ambos países.
Al igual que Estados Unidos, Israel también está preocupado por el acuerdo. Para los sucesivos gobiernos israelíes, Irán ha ocupado durante mucho tiempo el papel de bete noire regional, lo que en última instancia se tradujo en la firma de los Acuerdos de Abraham en el verano de 2020, que normalizaron las relaciones entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos como una alianza estratégica contra Teherán. El gobierno de Netanyahu ha buscado durante mucho tiempo normalizar las relaciones con Arabia Saudí y esperaba utilizar la amenaza iraní como medio para lograr este objetivo.
Además, el acuerdo plantea interrogantes sobre el futuro de la seguridad regional. Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo mediador en las disputas regionales y ha sido considerado como garante de la seguridad por Israel, Arabia Saudí y otros Estados del Golfo. Las acciones de China en este ámbito sugieren que está tratando de reafirmarse en la política de la región. Los informes apuntan a que Pekín acogerá una reunión de líderes árabes e iraníes a finales de año. Si esto es cierto, China se posiciona firmemente como un actor dominante –si no el único– en Oriente Medio.
Una reconciliación entre saudíes e iraníes es, sin duda, positiva para el orden regional. Pero no abordará las causas del conflicto en Yemen ni en otros lugares de la región. También plantea varias cuestiones serias en torno a la seguridad regional y el orden mundial, la importancia de la democracia y los derechos humanos, y el futuro del compromiso de Estados Unidos con Oriente Medio.
Aunque la iniciativa es un paso positivo, no es una solución para los conflictos de la zona. De hecho, este acuerdo mediado por Pekín puede dar lugar a nuevos e importantes desafíos para la población de la región.
Simon Mabon es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Lancaster (Reino Unido)
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Imágenes aéreas tomadas por un dron muestran la destrucción causada por el terremoto del 6 de febrero en la ciudad turca de Antioquía. Vídeo: Euronews
Decenas de miles de personas han muerto y millones se han quedado sin hogar en el sur de Turquía y el norte de Siria tras el fuerte terremoto de 7,8 grados que sacudió la región el pasado 6 de febrero, una tragedia por la que la antigua ciudad turca de Antakya, conocida en época romana y medieval como Antioquía, ha pasado ya otras veces.
A finales del siglo IV, dos días después de que un fuerte terremoto sacudiera la zona de la actual frontera entre Turquía y Siria, el predicador cristiano Juan Crisóstomo dirigió un sermón a la atemorizada congregación de su sacudida ciudad de Antioquía, que, de forma muy parecida a los supervivientes de hoy, luchaba por comprender la destrucción. «Vuestras noches son insomnes», reconoció: «Vuestras posesiones se desgarraron más fácilmente que una tela de araña… Por poco tiempo os convertisteis en ángeles en lugar de humanos».
Como historiadora del cristianismo en el mundo romano tardío, mi investigación sobre la cristianización de Antioquía me llevó a la zona en 2006, 2008 y 2010, y ver destrozada de nuevo la región donde la gente me acogió tan generosamente me ha roto el corazón. Ayuda, sin embargo, conocer la rica historia de Antakya y la resistencia y valentía de sus gentes, que han logrado reconstruir la ciudad en otras ocasiones.
Las capas del tiempo
La ciudad ha conocido numerosos gobernantes en su larga historia y una notable diversidad religiosa. Comunidades judías, cristianas y musulmanas han considerado Antioquía su hogar desde finales de la Antigüedad hasta nuestros días.
El Nuevo Testamento relata que Antioquía es donde los seguidores de Jesús fueron llamados «cristianos» por primera vez, y que los apóstoles Pedro y Pablo se reunieron en la ciudad; los emperadores romanos solían pasar los inviernos en esta templada metrópoli; y el maestro griego del siglo IV Libanio declaró en su oratoria Sobre Antioquía que esta ciudad a orillas del río Orontes era tan hermosa que incluso los dioses preferían habitarla.
La antigua ciudad grecorromana quedó bajo control musulmán en el año 637, volvió a manos grecocristianas en el siglo X, musulmanas por un breve periodo en el siglo XI y cristianas occidentales en 1098, durante la Primera Cruzada.
Los cruzados establecieron el Principado de Antioquía, que duró hasta la llegada de los mongoles en el siglo XIII, cuando, tras algunas luchas, la ciudad pasó a ser gobernada por los mamelucos musulmanes de Egipto. En el siglo XVI pasó a formar parte del Imperio otomano y, tras la Primera Guerra Mundial, Francia supervisó la región como parte de Siria hasta que Turquía la anexionó en 1939. Desde que comenzó la guerra civil de Siria en 2011 ha acogido a innumerables refugiados.
Durante mis visitas, las capas llenas de texturas de la larga historia de la ciudad eran visibles en todas partes. La calle principal, Kurtuluş, seguía la antigua calzada romana, y la mezquita Habibi Neccar, destruida en el reciente terremoto, conmemoraba los primeros tiempos de la historia musulmana de la ciudad en un lugar que antes había sido una iglesia.
El río Orontes seguía fluyendo por la ciudad, y las casas modernas se asentaban, como antaño las viviendas romanas, al pie de la misma montaña donde los primeros ascetas cristianos se retiraban a rezar. Restos del acueducto romano y muros de piedra medievales serpenteaban por la ciudad y la ladera de la montaña.
El temblor de la Tierra
Los terremotos han marcado tanto el pasado como el presente de la ciudad, incluidos al menos dos que devastaron la ciudad romana de la misma forma que presenciamos en este mes de febrero.
En su Historia romana, de principios del siglo III, el historiador primitivo Casio Dio describió la catastrófica devastación y pérdida de vidas a causa del grave terremoto que asoló la ciudad en 115: «Toda la tierra se levantó y los edificios saltaron por los aires». El historiador paleocristiano Juan Malalas sobrevivió a otro devastador terremoto en la ciudad en 526, y describió en su Crónica el terrible incendio que agravó la insondable destrucción después de que «la superficie de la tierra hirviera y… todo cayera al suelo».
También hoy, innumerables edificios han sido arrasados, como la histórica mezquita Habibi Neccar, que ya había sido reconstruida después de que otro terremoto la destruyera en 1853. Los cruzados medievales construyeron una imponente entrada de piedra a la iglesia rupestre de la montaña asociada al apóstol Pedro, y esperamos aún saber si ha sufrido daños.
«No puedo decirte lo malo que ha sido», respondió mi amiga Hülya a mi primer mensaje de pánico el 6 de febrero. Gran parte de su familia de Antakya sobrevivió de algún modo, pero su tío y su sobrina, nuestro amigo Ercan y su joven familia, y decenas de miles de personas más de la región no tuvieron tanta suerte. «Rezad por nosotros», escribió.
Esperanza para el futuro
La historia de la ciudad, sin embargo, es una historia de transición y renacimiento, y creo que hay esperanza entre los escombros.
Malalas escribió que, en 526, «las mujeres embarazadas… dieron a luz bajo la tierra y salieron ilesas con sus hijos», haciéndose eco de la supervivencia de una niña que nació en Antakya el 6 de febrero de 2023, bajo los escombros derrumbados de su casa, y que ha sido llamada Aya, una palabra árabe que se traduce vagamente como una señal de Dios.
Mientras los vecinos buscan supervivientes entre los edificios derruidos, el mundo se apresura a prestar ayuda. Mi amigo de Knoxville, Tennessee, Yassin Terou, refugiado sirio, ha regresado a la región para ofrecer comidas a los supervivientes como parte de los esfuerzos mundiales de socorro.
El alcance de la catástrofe es desgarrador, pero creo que estos ecos del pasado romano pueden ser un recordatorio esperanzador de la capacidad de recuperación de los habitantes de la ciudad, que ya se han recuperado otras veces de terremotos devastadores. Tal vez, con el apoyo del mundo, puedan hacerlo de nuevo.
Christine Shepardson es profesora y directora del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Tennessee (EE UU)
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Trabajos de rescate en Gaziantep, Turquía, tras el terremoto del 6 de febrero. Foto: Lisa Hastert / Dirección General de Protección Civil y Ayuda Humanitaria, Comisión Europea
Las autoridades de Turquía elevaron este sábado a más de 40.600 los muertos a causa de los terremotos registrados el 6 de febrero en el sur del país, cerca de la frontera con Siria, donde han fallecido asimismo por el seísmo entre 4.000 y 6.000 personas, dependiendo de las fuentes.
Las operaciones de búsqueda y rescate continúan en 118 edificios derrumbados en Turquía, incluidos 98 edificios en la provincia de Hatay, 19 en Kahramanmaras y uno en Adıyaman, según informó la Dirección de Comunicaciones del país.
Trece días después de los seísmos, tres personas, entre ellas un niño que murió después, fueron rescatadas este sábado con vida tras casi 200 horas horas atrapadas bajo los escombros de un edificio derrumbado en la arrasada ciudad turca de Antioquía.
Según informó la agencia oficial turca Anadolu, un equipo de rescate de Kirguizistán logró salvar a Samir Muhammed Accar, su esposa Ragda y su hijo de 12 años, que habían quedado bajo las ruinas del edificio de apartamentos donde tenían su vivienda. Poco después, la misma fuente indicó que el niño había fallecido tras su rescate, mientras que los dos adultos fueron hospitalizados con heridas de diverso grado.
Mientras, en Siria, el Programa Mundial de Alimentos volvió a pedir este sábado a las autoridades que controlan el noroeste del país que dejen de bloquear el acceso a la zona, para poder prestar ayudar a los cientos de miles de personas víctimas de los terremotos.
Las autoridades de Turquía elevaron este sábado a más de 40.600 los muertos a causa de los terremotos registrados el 6 de febrero en el sur del país, cerca de la frontera con Siria, donde han fallecido asimismo por el… Leer
Trabajos de rescate en un edificio derrumbado en Osmaniye (Turquía), tras los terremotos del 6 de febrero. Foto: Onur Erdoğan / Wikimedia Commons
A punto de cumplirse una semana de los devastadores terremotos que el pasado lunes asolaron el centro-sur de Turquía y el noroeste de Siria, la cifra de muertos en ambos países superó este domingo los 33.000, la mayoría de ellos –29.605, según el último balance oficial de Ankara–, en Turquía. En Siria, los últimos balances publicados por el Gobierno y los grupos rebeldes contabilizan 3.580 fallecidos, si bien la OMS calcula que al menos 9.300 personas han muerto en el país a causa del terremoto. Hay, además, más de 85.000 heridos en ambos países, unos 80.000 de ellos en Turquía, y, aunque los equipos de rescate siguen trabajando, las esperanzas de encontrar supervivientes se agotan.
Se trata ya del movimiento sísmico más mortífero ocurrido en la región en más de un siglo, con una letalidad que supera la registrada durante el terremoto de Erzincan en 1939, en el que murieron entre 32.700 y 33.000 personas.
En cuanto a la actualidad de las últimas horas, el Gobierno turco ha dictado ya un total de 113 órdenes de detención relacionadas con el desastre, incluyendo en ellas a constructores acusados de haber eliminado pilares para ganar espacio en las viviendas, lo que habría hecho estas más vulnerables.
Según fuentes oficiales, en torno a 6.000 edificios colapsaron en Turquía como consecuencia de los terremotos. Numerosos medios locales e internacionales han destacado estos días que, a diferencia de construcciones más modernas en ciudades como Estambul, las estructuras de los edificios de la zona más afectada por los terremotos son muy débiles y no están preparadas para aguantar temblores de esta magnitud.
Los dos terremotos ocurridos en Turquía y Siria el 6 de febrero de 2023. Imágenes: Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS)
Con respecto a Siria, el secretario general adjunto de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Martin Griffiths, reconoció este domingo que su organización «ha fallado a la gente en el noroeste de Siria», donde apenas ha llegado ayuda humanitaria. «Hemos fallado a la gente del noroeste de Siria. Se sienten abandonados, y con razón, en busca de una ayuda internacional que no ha llegado», señaló Griffiths en su cuenta de Twitter. El primer convoy de Naciones Unidas comenzó a entregar este sábado los primeros suministros específicos para los afectados.
El primer seísmo, de magnitud 7,8, ocurrió a las 4:17 hora local del 6 de febrero, cerca de Gaziantep, en el sur de Turquía, junto a la frontera con Siria, mientras la gente dormía. El segundo, de magnitud 7,5, tuvo lugar a principios de la tarde, alrededor de las 13:30 hora local. En total hubo en torno a un millar de réplicas. Una gran tormenta invernal obstaculizó los primeros esfuerzos de rescate, con una fuerte nevada sobre las ruinas y una caída en picado de las temperaturas. Los supervivientes, especialmente aquellos atrapados bajo los escombros, quedaron expuestos además a un gran riesgo de hipotermia.
Los terremotos ocurrieron en una de las zonas con más actividad sísmica del planeta, en la convergencia de la placas tectónica de Anatolia y Arabia. Decenas de ciudades de Turquía y Siria vieron desmoronarse sus edificios e infraestructuras. Las zonas más afectadas fueron las cercanas a los epicentros, en áreas como Gaziantep o Kahramanmaras, y otras localidades donde se experimentaron fuertes réplicas. En Siria, los terremotos han sido especialmente devastadores en la región de Alepo, donde barrios enteros de algunas ciudades estaban ya destruidos como consecuencia de la guerra.
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Edificio derrumbado en Diyarbakır, Turquía, tras el terremoto del 6 de febrero. Foto: Mahmut Bozarslan / VOA / Wikimedia Commons
La cifra de muertos por los terremotos que sacudieron Turquía y Siria el 6 de febrero ha superado los 21.000 en cuatro días, dejando atrás la estimación de 20.000 de la Organización Mundial de la Salud, y sigue aumentando cada hora que pasa, a medida que se hacen más sombríos descubrimientos bajo los escombros.
Las labores de búsqueda y rescate están bien encaminadas en Turquía tras una respuesta inicialmente lenta, pero aún no han despegado realmente en el norte de Siria. Los sirios de las zonas controladas por los rebeldes se quedaron esperando ayuda debido a las tensiones políticas y a las infraestructuras destrozadas tras el terremoto y más de diez años de conflicto.
Hasta ahora, nadie sabe cuántas personas siguen atrapadas bajo los escombros. Ovgun Ahmet Ercan, experto turco en terremotos, declaró a The Economist que había calculado que 180.000 personas o más podrían estar atrapadas bajo los escombros, casi todas muertas.
Para evitar la pérdida de más vidas y reducir el sufrimiento, la respuesta de la ayuda internacional será ahora más crítica que nunca. Basándome en mi investigación doctoral, centrada en la ayuda humanitaria en situaciones de conflicto y crisis política, he aquí las prioridades clave.
Desafíos enormes
Será una operación de ayuda extremadamente difícil. Para empezar, el tiempo no está del lado de los equipos de respuesta: ambos países están sufriendo un duro y húmedo invierno. También hay tensiones políticas regionales y millones de refugiados en ambos países debido al conflicto en Siria.
Una de las decisiones más importantes que toma un gobierno en caso de catástrofe es declarar o no el estado de emergencia. Para las organizaciones humanitarias, esto significa que pueden trabajar libremente en las zonas afectadas. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, ya ha declarado el estado de emergencia durante tres meses. Como consecuencia, la respuesta en Turquía ha recibido muchos más recursos y atención de los medios de comunicación.
El gobierno sirio, sin embargo, no ha declarado el estado de emergencia. Esto significa que no reconoce ni apoya oficialmente a ninguna organización que trabaje en zonas controladas por los rebeldes, lo que supone un riesgo para los trabajadores humanitarios. Aún no hay garantías oficiales de seguridad y la proliferación de grupos armados aumenta los riesgos de seguridad para las misiones de rescate y ayuda.
La ayuda disponible para Siria sólo será eficaz si el régimen de Asad está dispuesto a permitir el acceso a las zonas controladas por los rebeldes. Las organizaciones internacionales de ayuda no pueden hacer mucho ante un gobierno intransigente. Otros gobiernos deberían intentar seriamente entablar un diálogo con el presidente sirio, Bashar al Asad. La prioridad para Siria es negociar con el gobierno y otros grupos armados un acceso seguro y sin trabas que garantice el suministro de más ayuda durante el tiempo necesario.
El dinero es crucial
Las donaciones en metálico del público y de los gobiernos son importantes. Lo ideal es que no se destinen a fines específicos, es decir, que los donantes no dicten cómo debe gastarse el dinero. Esto permite a las organizaciones de ayuda adaptar rápidamente sus respuestas cuando sea necesario.
Obviamente, en estos momentos, las principales prioridades son los alimentos y el agua, el acceso a la asistencia médica y ropa y cobijo adecuados a las condiciones meteorológicas actuales.
Es comprensible que la población desee que los suministros se envíen lo antes posible, pero el estado de las infraestructuras en la región del terremoto no lo permite y el almacenamiento de suministros en la zona aumenta el riesgo de robo. Además, el tipo de ayuda que se necesita está cambiando rápidamente, ya que la atención pasa de poner el foco en la búsqueda y el rescate a centrarse en mantener a la gente con vida.
El objetivo debe ser garantizar un suministro lento pero constante de artículos esenciales. Esto significa encontrar rutas de acceso alternativas y seguras, por ejemplo, utilizando el transporte marítimo para construir una vía continua de suministros internacionales, entregándolos constantemente a las zonas más afectadas mediante vehículos pequeños. Los animales de carga, como los burros, también pueden desempeñar un papel importante en la entrega de suministros básicos y proporcionar un servicio de ambulancia para las personas que se encuentran en lugares de difícil acceso.
Deben abrirse corredores de ayuda hacia el norte de Siria. En el pasado reciente, Rusia y China han bloqueado los esfuerzos de la ONU para reabrir varias rutas desde Turquía a Siria cerradas por el régimen de Assad. Mientras tanto, Damasco se niega a destinar recursos al territorio controlado por los rebeldes y acusa a las organizaciones internacionales que responden de «financiar a terroristas». Esto va a requerir un gran esfuerzo diplomático para que la ayuda fluya desde ambos lados.
Las organizaciones de ayuda deben coordinar sus esfuerzos y colaborar con las comunidades locales y los actores políticos, algo especialmente importante en el norte de Siria, de donde los trabajadores humanitarios internacionales se vieron obligados a salir hace varios años debido a los elevados riesgos de seguridad.
Cuidar de los muertos
Como ya se ha mencionado, también hay un brote de cólera en la región afectada. La Organización Mundial de la Salud identifica el cólera como una de las pocas enfermedades que pueden transmitirse a través de los cadáveres, por lo que esto puede suponer un enorme riesgo para la salud pública tras una catástrofe natural.
Para evitar repetir los mismos errores que se cometieron en Haití, donde un gran número de personas acabaron infectadas, el control de la enfermedad debe ser una prioridad. Esto requerirá ayuda especializada para garantizar unas condiciones sanitarias y unos enterramientos adecuados.
La lentitud de la respuesta no tiene por qué ser una característica definitoria de esta crisis. Todavía hay tiempo para la coordinación, la colaboración y la diplomacia para poner las cosas en marcha y salvar tantas vidas como sea posible.
Nonhlanhla Dube es profesora de Gestión de Operaciones en la Universidad de Lancaster (Reino Unido)
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La primera asamblea constituyente de los Hermanos Musulmanes, con predicadores de Al Azhar y Dar Al-Ulum. La organización fue fundada en Egipto en 1928. Foto: Wikimedia Commons
Ibrahim Munir, líder de los Hermanos Musulmanes de Egipto, falleció el pasado 4 de noviembre en su exilio en Londres. Aunque la noticia generó pocos titulares en la prensa internacional, la muerte de Munir marca un momento crítico en la evolución de un grupo fundado hace casi 100 años como movimiento social y religioso.
Con el paso de los años, la Hermandad se convirtió en el movimiento social más importante de Egipto, así como en la principal oposición política del país. Su ideología islamista, que aboga por políticas públicas acordes con su interpretación del Islam, adquirió una gran influencia en todo el mundo.
Pero desde el golpe militar de 2013, que apartó del poder al candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, el grupo ha quedado prácticamente destruido, con la mayoría de sus líderes encarcelados, asesinados o en el exilio.
De momento, el grupo tiene un nuevo líder interino: Muhyeddine Al Zayet, una figura de 70 años de edad y de alto rango en el movimiento. Pero la cruda realidad es que la Hermandad se encuentra en un punto de inflexión. El movimiento tendrá que reinventarse o enfrentarse a la perspectiva de desvanecerse gradualmente en la irrelevancia.
Como estudiosa de los movimientos sociales que ha analizado la evolución de la Hermandad y entrevistado tanto a miembros como a desertores, creo que su destino depende de tres cuestiones: cómo va a responder a la represión del presidente egipcio, Abdel Fatah Al Sisi, contra los grupos de la oposición, incluida la Hermandad; qué líderes van a guiar al movimiento durante esta crisis; y cómo se va a reconstruir el grupo en el exilio.
¿Ha agotado su ciclo la Hermandad?
La organización de los Hermanos Musulmanes fue fundada en 1928 por Hassan Al Banna, un maestro de primaria que creía que la piedad y los valores islámicos podían ayudar a transformar al individuo, reformar la sociedad y, en última instancia, crear un Estado islámico.
Apelando a los egipcios desilusionados con las instituciones religiosas existentes en el país, críticos con el sistema político y enojados por la injerencia occidental en el mundo musulmán, la Hermandad creció como un movimiento de base con una intrincada red de escuelas, periódicos y servicios sociales.
A finales del siglo XX la Hermandad dominaba la sociedad civil en Egipto, convertida en una destacada fuente de oposición política, y con sucursales y afiliados en todo el mundo musulmán.
Tras la Primavera Árabe de 2011, en la que se produjeron levantamientos populares en varios países de Oriente Medio, la Hermandad llegó al poder en las primeras elecciones libres y justas celebradas en Egipto. Su partido político afiliado, el Partido Libertad y Justicia, obtuvo el mayor bloque parlamentario, y su candidato, Mohamed Mursi, fue elegido presidente. Sin embargo, en junio de 2013, la desilusión por la falta de avances políticos y los malos resultados económicos del país provocaron una amplia movilización popular contra la Hermandad. Un mes después, los militares derrocaron a Mursi.
Dos Hermandades
Cuando los partidarios de la Hermandad salieron a la calle y exigieron la restitución del presidente elegido democráticamente, la policía y el ejército abrieron fuego contra los manifestantes. El 14 de agosto de 2013, las fuerzas de seguridad reprimieron brutalmente la sentada de protesta en la plaza de Rab’a, en el este de El Cairo, matando a más de 800 personas, en lo que Human Rights Watch calificó de probable crimen de lesa humanidad.
En algunos miembros de la Hermandad, la brutalidad de las fuerzas de seguridad despertó un deseo de venganza y justificó una respuesta violenta.
Para los líderes más veteranos, sin embargo, la violencia no resultaba una opción ni políticamente pragmática ni ideológicamente justificada. A falta de una visión clara de cómo responder a la crisis política, muchos miembros jóvenes se desilusionaron con la organización.
Para 2014, la Hermandad no solo estaba perdiendo miembros, sino que surgieron además otras dos líneas de fractura: la cuestión del liderazgo y la cuestión del exilio.
Las detenciones masivas provocaron un vacío de liderazgo que llevó a un nuevo grupo de miembros de rango intermedio a hacerse cargo de las actividades dentro de Egipto. Estos nuevos líderes adoptaron un tono más revolucionario y empezaron a actuar con independencia de los antiguos dirigentes. Las reivindicaciones paralelas de autoridad y las visiones divergentes sobre cómo responder a la represión política provocaron una escisión entre los llamados «líderes históricos» y los nuevos dirigentes.
En 2016 había ya, de hecho, dos Hermandades: el grupo original, bajo la dirección de Ibrahim Munir como guía adjunto que operaba desde el Reino Unido, y la llamada «Oficina General», bajo la nueva dirección. La Oficina General atrajo a muchos jóvenes revolucionarios, incluidas mujeres, pero el grupo contaba con muchos menos recursos, lo que hizo que acabara disipándose.
A través de entrevistas con miembros de la Hermandad pude saber que, con Munir ejerciendo de líder en el exilio, surgió un debate interno profundamente controvertido sobre la necesidad de reestructurar el movimiento y trasladar la toma de decisiones estratégicas a los líderes en el extranjero. Fuera de Egipto, la organización estableció consejos consultivos regionales en la mayoría de los Estados anfitriones con una presencia significativa de la Hermandad, sobre todo en Turquía.
Aunque esto permitió cierta apariencia de reconstrucción organizativa, algunos líderes siguieron insistiendo en que todas las decisiones importantes sobre la dirección, las tácticas y las estrategias de la Hermandad se tomaran dentro de Egipto.
¿Podrá resurgir la Hermandad?
Esta no es la primera vez que los Hermanos Musulmanes han estado a punto de ser destruidos por la represión gubernamental. En 1954, una facción militante de la Hermandad intentó supuestamente asesinar al primer ministro Gamal Abdel Nasser, lo que provocó una severa represión contra el grupo. La tortura y los abusos a los que se enfrentaron los miembros de la Hermandad en prisión inspiraron una nueva visión militante del activismo y llevaron a un pequeño grupo de miembros de la Hermandad a empezar a planear atentados contra funcionarios del gobierno. El gobierno descubrió estas células antes de que los planes fructificaran, lo que dio lugar a una segunda gran oleada de represión en 1965.
Pero las circunstancias en las que se encuentra hoy la Hermandad son diferentes a las de esos periodos pasados de represión. Ahora está más profundamente dividida que antes. Y, lo que es más importante, la represión actual se produce después de que el movimiento llegara al poder y tuviera la oportunidad de gobernar, pero finalmente fracasara.
El Barómetro Árabe, una red de investigación no partidista, muestra que desde 2013 los egipcios se muestran sistemáticamente escépticos ante el islam político expresado por la Hermandad, aunque la población siga siendo mayoritariamente religiosa. Para muchos de los jóvenes egipcios, la Hermandad no puede ofrecer ninguna solución a las dificultades económicas a las que se enfrenta el país, ni a las crecientes violaciones de los derechos humanos.
La Hermandad sabe que, si bien muchos egipcios están de acuerdo con los valores religiosos del grupo, al mismo tiempo son profundamente críticos con sus ambiciones políticas.
Si la Hermandad quiere volver a ser una fuerza de cambio y atraer a una nueva generación de activistas islamistas, creo que necesita desarrollar una nueva visión y teoría de la agencia política que inspire tanto a los jóvenes en el exilio, que hablan el lenguaje de la inclusión, la diversidad y la revolución, como a los jóvenes de Egipto, hambrientos de libertad y oportunidades económicas.
Ioana Emy Matesan es Profesora Asociada de Gobierno en la Universidad de Wesleyan (EE UU), y centra su investigación en política contenciosa y en la política de Oriente Medio, con especial interés en la violencia política, la democratización y los movimientos islamistas. Ha realizado trabajos de campoen Egipto y en Indonesia, explorando por qué los grupos adoptan o abandonan las tácticas violentas, y cómo se produce el cambio táctico e ideológico dentro de los movimientos islamistas. En Wesleyan, Matesan imparte cursos de política comparada, política de Oriente Medio y terrorismo y cine.
Ibrahim Munir, líder de los Hermanos Musulmanes de Egipto, falleció el pasado 4 de noviembre en su exilio en Londres. Aunque la noticia generó pocos titulares en la prensa internacional, la muerte de Munir marca un momento crítico en la… Leer
El alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, en junio de 2019. Foto: Mark Lowen / Wikimedia Commons
El alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, fue condenado el pasado 14 de diciembre por un tribunal turco a dos años y siete meses de prisión por insultar a funcionarios en unos comentarios realizados hace tres años. El impacto de esta sentencia se dejará sentir en un acontecimiento que tendrá lugar dentro de tan solo unos meses: las elecciones presidenciales turcas.
Si el tribunal de apelación confirma la condena ‒basada en un discurso de 2019 en que el İmamoğlu supuestamente llamó «tontos» a los miembros del consejo electoral supremo de Turquía‒, el alcalde no podrá seguir ocupando ningún cargo político. Con ello, el presidente, Recep Tayyip Erdoğan, gana por partida doble: además de retomar el control de Estambul, impediría potencialmente que su mayor contrincante se presentara a las elecciones de junio de 2023.
Sin embargo, obedezca o no a motivos políticos, la sentencia podría no tener el resultado que esperan los rivales de İmamoğlu, como debería saber bien el propio Erdoğan. El largo camino del presidente turco hacia el dominio político comenzó, precisamente, con su elección como alcalde de Estambul en 1994. La élite laicista, que en aquel momento dominaba la política turca y temía el auge del conservadurismo religioso de Erdoğan, le prohibió hacer política mediante una decisión judicial que le llevó a la cárcel durante cuatro meses por incitar al odio religioso en un discurso. Aquella sentencia, de hecho, no hizo sino reforzar el apoyo al actual presidente. Tal vez de forma similar, la condena a İmamoğlu fue seguida de la salida a la calle de miles de sus seguidores en señal de protesta.
La popularidad a la baja de Erdoğan
El veterano presidente es un político pragmático. Durante más de 25 años, Erdoğan ha seguido una doble estrategia para afianzar su control del poder: conseguir legitimidad ganando elecciones y, al mismo tiempo, consolidar el poder a través de una larga lista de métodos autoritarios, como encarcelar a periodistas y calificar de «terroristas» a figuras de la oposición.
Sin embargo, las elecciones de 2023 se van a celebrar en un momento en el que la posición de Erdoğan en Turquía parece más débil, ya que las encuestas sugieren que podría perder frente a alguno de los posibles aspirantes, a la espera de que la oposición anuncie quién concurrirá a los comicios.
Las elecciones municipales de Estambul de 2019 supusieron un punto de inflexión en la suerte política de Erdoğan. İmamoğlu, el candidato de su principal oposición, el Partido Republicano del Pueblo, ganó frente al candidato del Partido Justicia y Desarrollo de Erdoğan. El presidente no aceptó la derrota y apoyó la anulación de los comicios mediante una decisión del consejo electoral supremo, lo que motivó el comentario de «tontos» de İmamoğlu.
Desde 2019, la popularidad de Erdoğan ha disminuido aún más, según la mayoría de las encuestas publicadas. Actualmente es menos popular que İmamoğlu y que el alcalde de Ankara, Mansur Yavas, del mismo partido de la oposición.
Si la oposición sigue una estrategia razonable, y los comicios son justos y libres, Erdoğan se encamina hacia la derrota en las elecciones de junio de 2023.
También ha estrechado lazos con el presidente ruso, Vladimir Putin, y ha normalizado relaciones con los príncipes herederos de Arabia Saudí, y de Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Bin Salman y Mohammed Bin Zayed, en un intento de fomentar su apoyo financiero de cara a las elecciones.
¿Se repetirá la historia?
Y luego está el ataque directo a las figuras de la oposición. Si İmamoğlu es encarcelado, no será el único político importante que languidece en las prisiones turcas.
Selahattin Demirtas, ex copresidente del prokurdo Partido Democrático de los Pueblos, lleva más de seis años entre rejas. Demirtas apoyó a İmamoğlu durante las elecciones municipales de 2019 y ha criticado la nueva sentencia judicial contra el alcalde de Estambul.
Es una muestra de lo que convierte a İmamoğlu en una amenaza electoral potencialmente potente para Erdoğan: su capacidad para atraer a votantes de varios segmentos de la sociedad. Puede conseguir el minoritario pero crucial voto kurdo, y mantener a la vez sólidas relaciones con los políticos nacionalistas. Pertenece a un partido laico, pero es capaz de recitar el Corán en público para atraer a los votantes religiosos. Lo que Erdoğan teme es una figura de la oposición que pueda servir como candidato de «gran carpa».
Esto ayudó a İmamoğlu a derrotar al partido de Erdoğan en Estambul dos veces en 2019. En unos meses, veremos si puede conseguir el mismo logro en el escenario nacional, aunque eso solo puede suceder si İmamoğlu puede presentarse legalmente.
El peligro para Erdoğan es que la popularidad de İmamoğlu podría aumentar si la población turca considera que su encarcelamiento obedece a motivaciones políticas. De ser así, la historia podría repetirse en Turquía, solo que esta vez para desgracia de Erdoğan.
Ahmet T. Kuru es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de San Diego (EE UU). Se doctoró en la Universidad de Washington y ocupó un puesto de posdoctorado en la Universidad de Columbia. Su libro Islam, Authoritarianism, and Underdevelopment: A Global and Historical Comparison (Cambridge University Press, 2019) recibió el Premio de la Sección de Historia y Política Internacional de la Asociación de Ciencias Políticas de EE UU. Kuru es también autor del premiado Secularism and State Policies toward Religion: The United States, France, and Turkey (Cambridge, 2009) y coeditor (con Alfred Stepan) de Democracy, Islam, and Secularism in Turkey (Columbia, 2012).
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El estadio Al Janoub, en Al Wakrah, Catar, en octubre de 2019. Foto: Valdenio Vieira / PR / Wikimedia Commons
El Mundial de Fútbol 2022, que comienza este lunes, promete reforzar el estatus de Catar como principal centro deportivo en Oriente Medio y también como potencia mundial en el negocio del deporte.
Aunque Catar no tiene fama de ser un país deportivo, ha logrado atraer al mundo del deporte hasta su puerta, y confía en que el deporte ‒junto con el turismo‒ será un elemento clave en el futuro de su economía, dado que sus reservas de petróleo y gas no son infinitas.
Sin embargo, la elección de Catar como anfitrión del Mundial ha sido especialmente polémica. ¿A qué se debe esto? ¿Y cómo han maniobrado la FIFA y Catar para desviar las críticas?
En 2010, Catar fue el sorprendente ganador de la votación de la FIFA para organizar la Copa del Mundo de 2022, una decisión que los críticos atribuyeron a perversas influencias más allá de la propia candidatura.
Resultaba difícil entender que Catar, con temperaturas medias diurnas de más de 40℃ en verano, fuera un entorno ideal para este torneo.
Unos años más tarde, en un giro sin precedentes, la FIFA permitió a Catar trasladar el evento a su invierno, a pesar de que eso perturbaría los prestigiosos calendarios futbolísticos del hemisferio norte.
Así, a pesar de que algunos críticos pidieron que se le retirara a Catar la Copa del Mundo, este país del Golfo, diminuto, pero con una economía excepcionalmente rica gracias al petróleo y al gas, logró conservar el apoyo de la familia de la FIFA.
Presión renovada
Sin embargo, el respaldo de la FIFA a Catar no tardó en sufrir nuevas presiones, por dos motivos principales.
En primer lugar, los críticos reafirmaron su consternación por la hostilidad de la nación anfitriona hacia la homosexualidad. En 2010, la FIFA era consciente de que, para las autoridades de Catar, la homosexualidad es una afrenta al islam, pero también aceptaba que el país no iba a apartarse de sus normas culturales.
En respuesta, el entonces presidente de la FIFA, Sepp Blatter, bromeó torpemente diciendo que los aficionados al fútbol LGBTQI+ podrían «abstenerse» de realizar actividades amorosas durante su estancia en Catar.
En segundo lugar, Catar ha permitido que se explote a los trabajadores extranjeros vulnerables ‒fundamentales para la construcción de la infraestructura de la Copa del Mundo‒, con condiciones de empleo y de vida propias de la esclavitud moderna.
Aunque es difícil obtener cifras precisas, una investigación realizada en febrero de 2021 por The Guardian calculó alrededor de 6.500 muertes en el lugar de trabajo durante la década que siguió a la concesión de la Copa del Mundo a Catar. Si bien no todas las víctimas trabajaban específicamente en las instalaciones del torneo, los expertos afirman que la mayoría de los fallecidos estaban empleados en las infraestructuras de apoyo al evento.
La FIFA era muy consciente de que la construcción de los estadios dependería de la importación de trabajadores extranjeros en el marco del sistema conocido en algunos países de Oriente Medio como kafala, que permite a los empresarios ricos oprimir a los trabajadores empobrecidos.
Derechos humanos
Las reticencias de Occidente a la elección de Catar como anfitrión del Mundial han provocado, sin duda, un despertar de lo que se ha descrito como «la sensibilidad de la FIFA hacia los derechos humanos». Y destacan dos factores.
Por una parte, ante la presión concertada sobre los derechos humanos, los estatutos de la FIFA se modificaron en 2013 para declarar que la discriminación por «orientación sexual» está «estrictamente prohibida y se castiga con la suspensión o la expulsión» del fútbol.
Sin embargo, los anfitriones del Mundial de Rusia (2018) y de Catar (2022) tenían ya contratos para organizar el evento de acuerdo con sus propias leyes y costumbres, que son hostiles a la homosexualidad. La FIFA, al optar por no insistir en la cuestión de la libertad sexual con ninguno de esos dos anfitriones, estaba retrasando de hecho la aplicación de las medidas antidiscriminatorias incluidas en su estatuto modificado de 2013.
La FIFA podía haber amenazado, si hubiese querido, con retirar cualquiera de esos dos contratos. Pero no tenía interés en las consecuencias logísticas ni en las posibles repercusiones legales. En el caso de Catar, la FIFA se consoló abogando por reformas en las condiciones laborales de los trabajadores extranjeros.
Además, Catar ha rechazado enérgicamente las reclamaciones de los organismos de derechos humanos ‒junto con la FIFA‒ de que debe indemnizar a las familias de los trabajadores extranjeros muertos en los proyectos de infraestructura del Mundial.
Esfuerzo extraordinario
Catar ha hecho un esfuerzo extraordinario para organizar el Mundial, con un gasto estimado de 100.000 millones de dólares en infraestructuras. Las temperaturas diurnas en invierno pueden alcanzar a menudo los 30℃, por lo que los ocho estadios (siete de ellos nuevos) estarán climatizados a un mínimo de 24℃.
Para desplazar a los espectadores por los recintos, se ha creado el metro de Doha, complementado con un nuevo sistema de transporte en autobús.
Catar ha organizado un evento mundial, pero lo ha hecho a través de un prisma local. Es el primer país musulmán que organiza una Copa del Mundo de fútbol y, por lo tanto, aporta su propia visión del mundo a la competición de la FIFA.
Es probable que dos cuestiones pongan a prueba tanto a los anfitriones como a los aficionados al fútbol.
En primer lugar, el Mundial se asocia desde hace tiempo con el consumo en público de grandes cantidades de alcohol. Y aunque el alcohol está disponible en Catar, beber en público está prohibido.
Sin embargo, la Fan Zone de Catar, con capacidad para 40.000 personas, permite la venta de alcohol desde las 18.30 h hasta la 1.00 h, por lo que es posible ver los partidos nocturnos en pantalla grande mientras se bebe una cerveza. Sin embargo, quienes beban demasiado se arriesgan a ser alojados temporalmente en «carpas de sobriedad».
En segundo lugar, Catar ha tratado de garantizar a los aficionados al fútbol de cualquier orientación sexual que estarán seguros y serán bienvenidos, aunque con la advertencia de que las demostraciones públicas de afecto ‒de cualquier tipo‒ suelen estar «mal vistas» a nivel local.
Al igual que con el alcohol, parece que Catar se acomodará temporalmente a normas diferentes. Según un informe de un sitio de noticias holandés, que dice haber visto documentos compartidos entre los organizadores del torneo y la policía catarí, las personas de la comunidad LGBTQI+ que «muestren afecto en público no serán reprendidas, detenidas ni procesadas. Podrán llevar banderas del arco iris. Las parejas del mismo sexo podrán compartir habitación de hotel».
El mundo ha venido a Catar y, al menos por un tiempo, Catar está ajustando sus normas locales. Un legado más duradero de la Copa Mundial han sido las reformas graduales en el trato a los trabajadores extranjeros. Pero la ausencia de una compensación efectiva para las familias de los trabajadores fallecidos sigue haciendo a Catar merecedor de la maldita tarjeta roja.
Daryl Adair es profesor asociado de Gestión Deportiva. Impartió clases en la Universidad Flinders de Australia del Sur (Adelaida), la Universidad de Montfort (Leicester), la Universidad de Queensland (Brisbane) y la Universidad de Canberra (ACT), antes de incorporarse a la Universidad Tecnológica de Sidney en julio de 2007. Forma parte del consejo editorial de las revistas académicas Sporting Traditions, Sport in Society, Performance Enhancement and Health, Journal of Sport History y Journal of Sport for Development.
El Mundial de Fútbol 2022, que comienza este lunes, promete reforzar el estatus de Catar como principal centro deportivo en Oriente Medio y también como potencia mundial en el negocio del deporte. La espectacular Zona Aspire (la ciudad deportiva de… Leer
El nombre de Mahsa Amini lleva más de cinco semanas apareciendo en los medios de comunicación de todo el mundo. Prensa, radio, televisión y redes sociales se han hecho eco de la muerte de la joven kurda de 22 años que se encontraba con su familia de turismo en Teherán, capital de Irán.
Con el pretexto de no llevar el velo obligatorio conforme a lo estipulado por la República Islámica, la joven fue detenida por los guardianes de la moral. Mahsa falleció el 16 de septiembre después de haber sido ingresada en el hospital y permanecer varios días en coma con claros signos de violencia corporal.
La respuesta de buena parte de la población iraní al conocerse la noticia se extendió por todo el país: de Teherán a Shiraz, pasando por Kerman e Isfahán y el Kurdistán iraní.
Ser mujer en Irán en 2022
En un Irán ahogado por las sanciones internacionales, sumido en una grave crisis económica y profundamente castigado por la covid-19, ha nacido esta rebelión que devuelve la esperanza en el cambio.
La República Islámica de Irán, cuyo líder supremo indiscutible es Alí Jamenei, al que queda subordinada la presidencia del gobierno, se rige en gran medida por la sharía o ley islámica, tal y como se contempla en la Constitución de 1979.
Esta ley influye directamente en los derechos y deberes de todos los iraníes, pero especialmente sobre los de la mujer, a la que considera subordinada al hombre: hereda la mitad que su hermano, su testimonio en un juicio tiene la mitad de valor y, en caso de divorcio, la custodia de los hijos pasa directamente al marido.
Asimismo, las mujeres no pueden acceder a ciertos cargos de poder, necesitan permiso del padre o del marido para realizar algunos trámites y se consiente el sigheh, contrato matrimonial temporal con una dote y una fecha de finalización acordada mutuamente. De esta forma, la prostitución encuentra un vacío legal en este estatus, al ser la duración mínima de una hora.
Todos los imperativos morales y religiosos se reflejan también en su cotidianidad, en el ocio, donde parece que todo está prohibido, como relata en su blog personal el dibujante iraní Touka Neyestani, exiliado en Canadá:
En todas partes me reía a carcajadas, lo que no estaba permitido. Me encantaba comer platos que no estaban permitidos. Prefería beber Pepsi en lugar de bebidas de yogur, y eso no estaba permitido. No se permitía leer ninguno de mis libros ni a mis escritores favoritos. Trabajé en periódicos y revistas que no estaban permitidos. Pensaba en cosas que no estaban permitidas. Tenía deseos que no estaban permitidos.
Desde el 16 de septiembre, las mujeres luchan no solo contra la obligatoriedad del pañuelo, sino contra todo lo que representa: luchan por el derecho a decidir sobre sus vidas y sobre sus cuerpos. El campo de batalla se ha establecido de una forma muy evidente en las calles, donde en símbolo de protesta, aupadas y respaldadas por sus compañeros, las mujeres iraníes se cortan el cabello y desafían las fuerzas de la ley.
Estos actos, sin embargo, están siendo brutalmente reprimidos mediante detenciones, golpes y muertes, cifradas en más de doscientas según la ONG Iran Human Rights. Las víctimas están siendo también menores de edad.
Los dibujantes alzan sus lápices
El activismo está cogiendo fuerza en las calles, pero también a través de manifestaciones artísticas que se comparten en las redes sociales, especialmente mediante Instagram.
La viñeta satírica es una herramienta clave a la hora de denunciar los abusos con pocas o ninguna palabra. De forma sencilla y contundente se convierte en un estandarte para los iraníes y una forma de comprender desde fuera qué está pasando.
Cuatro décadas de lucha contra el hijab en Irán en una viñeta de Mana Neyestani. IranWire / Twitter
Mana Neyestani, con más de un millón de seguidores en su cuenta de Instagram y publicando sus caricaturas de forma habitual en medios como IranWire, Cartooning for Peace o Dw Persian, tuvo que huir de Irán en 2006 tras un malentendido con una de sus viñetas, por lo que fue encarcelado en la prisión de Evin.
Pasó por Emiratos, Turquía y Malasia antes de llegar a Francia, donde actualmente vive como refugiado político. Sus cómics, autobiográficos como Una metamorfosis iraní, y ficcionados como L’Araignée de Mashhad, giran en torno a las repercusiones directas que el régimen actual tiene en la sociedad iraní y su cotidianidad.
Sin embargo, es por su trabajo como caricaturista por lo que es toda una celebridad para los iraníes: dibuja con sátira mordaz a los clérigos y representa al ayatollah Jamenei, aunque esté prohibido, con lo que señala y denuncia las injusticias. Tras la muerte de Mahsa Amini, mujeres y niños han sido los protagonistas de sus viñetas. La mujer empoderada y combativa y la fractura del poder y la autoridad aparecen en dibujos duros pero llenos de fuerza y esperanza por el cambio.
Mana es uno de los viñetistas que está haciendo de bisagra entre Irán y el exterior, compartiendo la actualidad para que ambas partes se mantengan informadas y conectadas y puedan seguir la rebelión que están liderando las mujeres.
Sin embargo, no es el único: Touka Neyestani, exiliado en Canadá, hace de la figura de Jamenei el blanco de su sátira, con un dibujo que nos remite a los grabados de Goya; Hadi Heidari, en Francia, habla de la falta de libertad mediante metáforas como la jaula o el fuego y dibuja a Mahsa Amini y a Nika Shakarami como estandartes y piezas clave de la rebelión.
Y ellas también (se) dibujan: Firoozeh Mozaffari, activista desde Irán, Zeynab Nikche o Nahid Zamani, así como las cuentas womanlifefreedom.art o freeiranianwomen2022 reúnen y comparten dibujos y viñetas con el hashtag#mahsaamini. El pelo, el pañuelo y metáforas que aluden a la prisión, la libertad y la lucha inundan sus dibujos, donde los colores verde, blanco y, especialmente, el rojo, se funden en una única reivindicación.
Las viñetas denuncian pero también hacen memoria. Para comprender qué está sucediendo y hacerlo a través de historias individuales que nos transmiten también lo colectivo, se puede leer a Marjane Satrapi (especial mención a Bordados), Parsua Bashi, Shaghayegh Moazzami o Amir Soltani y Khalil Bendib, entre otros.
Aunque la solidaridad internacional no tardó en hacerse eco de las protestas por el asesinato de Mahsa, desde Occidente es posible hacer que no sea un apoyo efímero y amplificar sus voces, contribuyendo a que el apagón digital dentro del país sea menor.
Es pronto aún para entrar a valorar qué puede pasar en Irán a nivel político, social y cultural. Pero los cambios se están dando desde dentro, por los propios iraníes, y eso puede suponer transformaciones estructurales, tal vez lentas pero incontestables.
Elena Pérez Elena es doctoranda FPU en el programa Estudios Artísticos, Literarios y de la Cultura de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y profesora en el Grado de Lenguas Modernas, Cultura y Comunicación (UAM).
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 31/10/2022
El nombre de Mahsa Amini lleva más de cinco semanas apareciendo en los medios de comunicación de todo el mundo. Prensa, radio, televisión y redes sociales se han hecho eco de la muerte de la joven kurda de 22 años… Leer
Miles de personas se dirigen hacia el cementerio de Aichi, en Saqez, en el Kurdistán iraní, al cumplirse 40 días de la muerte de Mahsa Amini. Foto: Publicada en redes sociales, autoría no identificada
Irán ha vivido este miércoles una jornada especialmente dramática, marcada por la multitudinaria conmemoración del fin del periodo de duelo por la muerte de Mahsa Amini, y por un brutal atentado en un santuario de Shiraz, reivindicado por Estado Islámico, que ha dejado al menos 15 muertos y 40 heridos.
En Saqez, en el Kurdistán iraní, miles de personas desafiaron a las autoridades y se congregaron en el cementerio de Aichi, donde está enterrada la joven Amini, muerta el pasado 16 de septiembre a los 22 años cuando se encontraba bajo custodia policial, tras haber sido detenida por la llamada Policía de la moral por no llevar bien puesto el velo islámico. Fue la más multitudinaria de las numerosas concentraciones que se llevaron a cabo en varias ciudades del país durante la jornada de este miércoles.
A pesar de que la oficina del gobernador de la provincia había anunciado que la familia no iba a celebrar la ceremonia –el rito, propio de la cultura chií iraní, de poner fin a un periodo de luto recordando al difunto pasados 40 días de su muerte–, ni la fuerte presencia policial ni las advertencias de las autoridades evitaron que una auténtica marea humana se dirigiese hacia el cementerio de la ciudad de la que era originaria la joven, con las consignas que se han hecho ya habituales desde que comenzaron las protestas en todo el país tras la muerte de Amini: «Mujer, vida, libertad», «Muerte al dictador» (en referencia al líder supremo de Irán, Ali Jameneí), «Todos somos Mahsa»…
Medios oficiales como la agencia Fars indicaron que la concentración reunió a unas 2.000 personas, pero, como informa Efe, los vídeos compartidos por activistas en redes sociales muestran una multitud mucho mayor, incluyendo colas kilométricas en las carreteras en dirección al cementerio.
En la propia ciudad natal de Amini se produjeron choques con las fuerzas de seguridad, que medios oficiales como la agencia ISNA calificaron como «enfrentamientos dispersos». Sin embargo, la ONG Hengaw, una organización con sede en Noruega que monitorea los abusos a los derechos humanos en las regiones kurdas de Irán, aseguró que la Policía usó gases lacrimógenos y llegó a disparar a la multitud. Testigos citados por el diario The Guardian confirmaron que hubo disparos, mientras que el Gobierno iraní dijo que las fuerzas de seguridad se vieron obligadas a responder a los disturbios. Las autoridades restringieron el acceso a internet en toda la provincia para intentar controlar las protestas, según informó la plataforma NetBlocks.
Fue precisamente en el cementerio de Aichi donde, el pasado 17 de septiembre, un día después de la muerte de Amini, comenzaron las protestas y se quemaron los primeros pañuelos en rechazo a la obligatoriedad del velo islámico. Desde entonces se suceden las manifestaciones, centradas ahora sobre todo en las universidades, en medio de una fuerte represión que ha causado al menos 108 muertos, informa Efe, con datos de la ONG Iran Human Rights.
Entre las movilizaciones de este miércoles destacó asimismo la convocada por los médicos de la capital, Teherán, en protesta por la presencia de agentes de seguridad en los hospitales donde se recuperan los heridos en las concentraciones por la muerte de Amini. Europa Press informa de que testigos presenciales consultados por la agencia alemana DPA hablaron de un «enorme despliegue policial» para controlar la manifestación, que acabó siendo disuelta con el lanzamiento de gases lacrimógenos.
Masacre en Shiraz
Mientras, en Shiraz, en el sureste del país, al menos 15 personas murieron y otras 40 resultaron heridas en un ataque armado contra el santuario chií de Shah Cheragh, que ha sido reivindicado por Estado Islámico.
Según explicó un responsable de Seguridad de la gobernación de Fars, el ataque se produjo mientras los fieles realizaban sus oraciones, en la hora en que más visitantes suele haber en el templo. Al parecer, el atentado fue llevado a cabo por un único individuo, que comenzó a disparar con un rifle tras lograr entrar en el santuario, y que fue finalmente detenido, según aseguraron las autoridades. Otras fuentes, no obstante, hablan de al menos tres atacantes y dos arrestados.
El presidente iraní, Ebrahim Raisi, ha afirmado que el ataque fue perpetrado por «los enemigos de la revolución islámica» y ha prometido «una respuesta severa», mientras que el ministro de Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, ha dicho que Teherán tomará medidas contra «terroristas y entrometidos extranjeros». «Este crimen ha dejado completamente claras las siniestras intenciones de los promotores del terror y la violencia en Irán», ha añadido Amir-Abdollahian en un comunicado difundido por los medios estatales.
Estado Islámico (grupo yihadista suní) ha reivindicado varios ataques anteriores en Irán, incluido el doble atentado de 2017 en Teherán, que tuvo como objetivo el Parlamento y la tumba del fundador de la República Islámica, el ayatolá Jomeini, con el resultado de 23 muertos (incluidos cinco atacantes) y medio centenar de heridos.
Irán ha vivido este miércoles una jornada especialmente dramática, marcada por la multitudinaria conmemoración del fin del periodo de duelo por la muerte de Mahsa Amini, y por un brutal atentado en un santuario de Shiraz, reivindicado por Estado Islámico,… Leer