El estadio Al Janoub, en Al Wakrah, Catar, en octubre de 2019. Foto: Valdenio Vieira / PR / Wikimedia Commons
El Mundial de Fútbol 2022, que comienza este lunes, promete reforzar el estatus de Catar como principal centro deportivo en Oriente Medio y también como potencia mundial en el negocio del deporte.
Aunque Catar no tiene fama de ser un país deportivo, ha logrado atraer al mundo del deporte hasta su puerta, y confía en que el deporte ‒junto con el turismo‒ será un elemento clave en el futuro de su economía, dado que sus reservas de petróleo y gas no son infinitas.
Sin embargo, la elección de Catar como anfitrión del Mundial ha sido especialmente polémica. ¿A qué se debe esto? ¿Y cómo han maniobrado la FIFA y Catar para desviar las críticas?
En 2010, Catar fue el sorprendente ganador de la votación de la FIFA para organizar la Copa del Mundo de 2022, una decisión que los críticos atribuyeron a perversas influencias más allá de la propia candidatura.
Resultaba difícil entender que Catar, con temperaturas medias diurnas de más de 40℃ en verano, fuera un entorno ideal para este torneo.
Unos años más tarde, en un giro sin precedentes, la FIFA permitió a Catar trasladar el evento a su invierno, a pesar de que eso perturbaría los prestigiosos calendarios futbolísticos del hemisferio norte.
Así, a pesar de que algunos críticos pidieron que se le retirara a Catar la Copa del Mundo, este país del Golfo, diminuto, pero con una economía excepcionalmente rica gracias al petróleo y al gas, logró conservar el apoyo de la familia de la FIFA.
Presión renovada
Sin embargo, el respaldo de la FIFA a Catar no tardó en sufrir nuevas presiones, por dos motivos principales.
En primer lugar, los críticos reafirmaron su consternación por la hostilidad de la nación anfitriona hacia la homosexualidad. En 2010, la FIFA era consciente de que, para las autoridades de Catar, la homosexualidad es una afrenta al islam, pero también aceptaba que el país no iba a apartarse de sus normas culturales.
En respuesta, el entonces presidente de la FIFA, Sepp Blatter, bromeó torpemente diciendo que los aficionados al fútbol LGBTQI+ podrían «abstenerse» de realizar actividades amorosas durante su estancia en Catar.
En segundo lugar, Catar ha permitido que se explote a los trabajadores extranjeros vulnerables ‒fundamentales para la construcción de la infraestructura de la Copa del Mundo‒, con condiciones de empleo y de vida propias de la esclavitud moderna.
Aunque es difícil obtener cifras precisas, una investigación realizada en febrero de 2021 por The Guardian calculó alrededor de 6.500 muertes en el lugar de trabajo durante la década que siguió a la concesión de la Copa del Mundo a Catar. Si bien no todas las víctimas trabajaban específicamente en las instalaciones del torneo, los expertos afirman que la mayoría de los fallecidos estaban empleados en las infraestructuras de apoyo al evento.
La FIFA era muy consciente de que la construcción de los estadios dependería de la importación de trabajadores extranjeros en el marco del sistema conocido en algunos países de Oriente Medio como kafala, que permite a los empresarios ricos oprimir a los trabajadores empobrecidos.
Derechos humanos
Las reticencias de Occidente a la elección de Catar como anfitrión del Mundial han provocado, sin duda, un despertar de lo que se ha descrito como «la sensibilidad de la FIFA hacia los derechos humanos». Y destacan dos factores.
Por una parte, ante la presión concertada sobre los derechos humanos, los estatutos de la FIFA se modificaron en 2013 para declarar que la discriminación por «orientación sexual» está «estrictamente prohibida y se castiga con la suspensión o la expulsión» del fútbol.
Sin embargo, los anfitriones del Mundial de Rusia (2018) y de Catar (2022) tenían ya contratos para organizar el evento de acuerdo con sus propias leyes y costumbres, que son hostiles a la homosexualidad. La FIFA, al optar por no insistir en la cuestión de la libertad sexual con ninguno de esos dos anfitriones, estaba retrasando de hecho la aplicación de las medidas antidiscriminatorias incluidas en su estatuto modificado de 2013.
La FIFA podía haber amenazado, si hubiese querido, con retirar cualquiera de esos dos contratos. Pero no tenía interés en las consecuencias logísticas ni en las posibles repercusiones legales. En el caso de Catar, la FIFA se consoló abogando por reformas en las condiciones laborales de los trabajadores extranjeros.
Además, Catar ha rechazado enérgicamente las reclamaciones de los organismos de derechos humanos ‒junto con la FIFA‒ de que debe indemnizar a las familias de los trabajadores extranjeros muertos en los proyectos de infraestructura del Mundial.
Esfuerzo extraordinario
Catar ha hecho un esfuerzo extraordinario para organizar el Mundial, con un gasto estimado de 100.000 millones de dólares en infraestructuras. Las temperaturas diurnas en invierno pueden alcanzar a menudo los 30℃, por lo que los ocho estadios (siete de ellos nuevos) estarán climatizados a un mínimo de 24℃.
Para desplazar a los espectadores por los recintos, se ha creado el metro de Doha, complementado con un nuevo sistema de transporte en autobús.
Catar ha organizado un evento mundial, pero lo ha hecho a través de un prisma local. Es el primer país musulmán que organiza una Copa del Mundo de fútbol y, por lo tanto, aporta su propia visión del mundo a la competición de la FIFA.
Es probable que dos cuestiones pongan a prueba tanto a los anfitriones como a los aficionados al fútbol.
En primer lugar, el Mundial se asocia desde hace tiempo con el consumo en público de grandes cantidades de alcohol. Y aunque el alcohol está disponible en Catar, beber en público está prohibido.
Sin embargo, la Fan Zone de Catar, con capacidad para 40.000 personas, permite la venta de alcohol desde las 18.30 h hasta la 1.00 h, por lo que es posible ver los partidos nocturnos en pantalla grande mientras se bebe una cerveza. Sin embargo, quienes beban demasiado se arriesgan a ser alojados temporalmente en «carpas de sobriedad».
En segundo lugar, Catar ha tratado de garantizar a los aficionados al fútbol de cualquier orientación sexual que estarán seguros y serán bienvenidos, aunque con la advertencia de que las demostraciones públicas de afecto ‒de cualquier tipo‒ suelen estar «mal vistas» a nivel local.
Al igual que con el alcohol, parece que Catar se acomodará temporalmente a normas diferentes. Según un informe de un sitio de noticias holandés, que dice haber visto documentos compartidos entre los organizadores del torneo y la policía catarí, las personas de la comunidad LGBTQI+ que «muestren afecto en público no serán reprendidas, detenidas ni procesadas. Podrán llevar banderas del arco iris. Las parejas del mismo sexo podrán compartir habitación de hotel».
El mundo ha venido a Catar y, al menos por un tiempo, Catar está ajustando sus normas locales. Un legado más duradero de la Copa Mundial han sido las reformas graduales en el trato a los trabajadores extranjeros. Pero la ausencia de una compensación efectiva para las familias de los trabajadores fallecidos sigue haciendo a Catar merecedor de la maldita tarjeta roja.
Daryl Adair es profesor asociado de Gestión Deportiva. Impartió clases en la Universidad Flinders de Australia del Sur (Adelaida), la Universidad de Montfort (Leicester), la Universidad de Queensland (Brisbane) y la Universidad de Canberra (ACT), antes de incorporarse a la Universidad Tecnológica de Sidney en julio de 2007. Forma parte del consejo editorial de las revistas académicas Sporting Traditions, Sport in Society, Performance Enhancement and Health, Journal of Sport History y Journal of Sport for Development.
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