Seguidores del depuesto presidente egipcio Mohamed Mursi, durante una manifestación en Damieta, Egipto, el pasado 5 de julio. Foto: Mohamed Elsayed / Wikimedia Commons
Tras haberle mantenido casi un mes «retenido» sin cargos e incomunicado (es decir, secuestrado), las nuevas autoridades egipcias controladas por el ejército han presentado al fin este viernes acusaciones contra el depuesto presidente Mohamed Mursi, junto con una orden de prisión preventiva de quince días. Las acusaciones, dadas a conocer justo el mismo día en que hay convocadas masivas concentraciones ciudadanas a favor y en contra del golpe de Estado, se centran en que Mursi supuestamente conspiró con el grupo palestino islamista Hamás para perpetrar «acciones enemigas contra el país» (lo que, técnicamente, equivale a traición) y escapar de la cárcel durante la revolución de 2011 contra Mubarak, una acción en la que fueron asesinados presos y funcionarios, se secuestró a soldados y se prendió fuego a edificios. Por todo ello, y según informa Reuters, Mursi estaría acusado también de asesinato y secuestro.
La medida ha sido adoptada por el juez Hasan Samir, del Tribunal de Apelación de El Cairo, tras interrogar a Mursi, y hace referenecia a los sucesos ocurridos el 28 de enero de 2011 (la jornada conocida como «Día de la Ira», durante la revolución), cuando cientos de detenidos, Mohamed Mursi entre ellos, escaparon de la cárcel de Wadi Al Natrun, al noroeste de El Cairo. Trece personas murieron durante la fuga, y Hamás (organización conectada con los Hermanos Musulmanes que respaldan a Mursi) fue acusada de haber conspirado para llevar a cabo el ataque a la prisión. Ello supondría que los lideres de los Hermanos Musulmanes habrían colaborado con elementos extranjeros en una acción contra la soberanía nacional y la seguridad del Estado.
Hace tres días, el jefe del Gobierno de Hamás en Gaza, Ismail Haniye, negó toda implicación de su movimiento en Egipto y pidió a los medios de comunicación de este país que dejen de publicar acusaciones «falsas». Los Hermanos Musulmanes, por su parte, se han apresurado a rechazar las acusaciones: «Todos sabemos que estos cargos no son más que el producto de la fantasía de un puñado de generales y de una dictadura militar», ha dicho su portavoz, Gehad al Haddad. «Vamos a continuar con las protestas en las calles», añadió.
Fantasía o no, pretender que la razón por la que se ha privado a Mursi de libertad durante todo este tiempo tiene que ver con la fuga de una prisión ocurrida hace dos años resulta un poco burdo. Los propios militares habían dicho anteriormente que Mursi estaba retenido para asegurar su «protección».
En cualquier caso, no parece que a los mandos del ejército egipcio les preocupe mucho el asunto de la legitimidad judicial. Su argumento sigue siendo que la legitimidad se la ha dado la calle, es decir, las manifestaciones (multitudinarias e impresionantes, sin duda, pero ni unánimes ni tan numerosas como se ha llegado a informar) contra Mursi que precedieron al golpe de Estado. Por eso, el jefe del ejército, el general Abdel Fatah al Sisi, hizo hace unos días un llamamiento a los egipcios para que se manifestaran este mismo viernes en apoyo de las medidas adoptadas desde el golpe, y para respaldarle en su intento de «acabar con la violencia y el terrorismo» en el país, donde en los últimos días han muerto una quincena de personas.
Y, mientras tanto, Estados Unidos sigue intentando nadar y guardar la ropa. Tras recibir asesoramiento legal de sus abogados, el Gobierno estadounidense ha concluido que no tiene obligación legal de determinar si la deposición de Mursi por parte de los militares fue o no un golpe de Estado. Y es que, en el caso de que Washington lo definiese como tal, EE UU debería suspender, por ley, su ayuda financiera a Egipto, una acción que, según la administración estadounidense podría desestabilizar más aún el país árabe, por no hablar de las consecuencias para algunas empresas de EE UU. En este sentido, un alto funcionario citado por The New York Times señaló que «la ley no nos obliga a realizar una declaración formal sobre si ha habido o no un golpe de Estado, y hacer semejante declaración no conviene a nuestro interés nacional».
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Una selección de fotografías tomadas en Oriente Medio esta semana. Pincha en los enlaces de las localizaciones para ver las imágenes.
Mafraq, Jordania, 18/7/2013: Vista aérea del campo de refugiados sirios de Zaatari. El inmenso campamento, convertido ya en la quinta ciudad más grande de Jordania, y que alberga a unas 115.000 personas (más de la mitad de las cuales son menores de edad), fue visitado este jueves por el secretario de Estado de EE UU, John Kerry. Foto: Mandel Ngan / AFP
El Cairo, Egipto, 15/7/2013: Un seguidor del depuesto presidente egipcio Mohamed Mursi, durante enfrentamientos con la policía el pasado lunes. Esa noche, la violencia desatada tras el golpe militar dejó en la capital al menos siete muertos, más de 250 heridos y unos 400 detenidos. El viernes, décimo día del Ramadán, miles de islamistas volvieron a protestar en la calle, y hubo al menos tres muertos en choques entre partidarios y detractores de Mursi en Mansura. Foto: Mohamed Abd El Ghany / Reuters
El Cairo, Egipto, 20/7/2013: Manifestantes en contra del depuesto presidente egipcio Mohamed Mursi, y a favor, este sábado, en la capital del país. Fotos: Mai Shaheen / Al Ahram
Ramala, Cisjordania (Palestina), 19/7/2013. El secretario de Estado de EE UU, John Kerry, anunció esta semana un preacuerdo entre israelíes y palestinos para reaunadar las conversaciones sobre el proceso de paz, lo que puede suponer acabar con un estancamiento en las negociaciones que duraba ya tres años. En la imagen, Kerry, con el presidente palestino, Mahmud Abás, este viernes. Foto: Mandel Ngan / AFP / Pool
Kfar Nubul, Siria, 16/7/2013: El niño Yahya Sweed, de 13 años de edad, acompañado por su padre, un día después de ser dado de alta del hospital donde tuvieron que amputarle una pierna, tras resultar herido durante un bombardeo de las fuerzas gubernamentales sirias. Foto: Daniel Leal-Olivas / AFP
Deir al Zor, Siria, 17/7/2013: Un joven miembro del Ejército Libre Sirio combate el calor con una improvisada ducha de agua fría en la calle. Foto: Khalil Ashawi / Reuters
Alepo, Siria, 15/7/2013: Combatientes del Ejército Libre Sirio avanzan en plena noche por una calle desierta en el distrito de Karm al Jabal. Foto: Muzaffar Salman / Reuters
Sarafand, Líbano, 17/7/2013: Fatima Darrar (a la derecha), de 17 años de edad e hija del analista político sirio Mohamed Darrar Yamo, partidario del régimen de Bashar al Asad, llora la muerte de su padre, asesinado este miércoles en su casa del sur del Líbano por un grupo de hombres armados. Foto: EPA
Gastria, Chipre, 17/7/2013: Un vertido de al menos 100 toneladas de fueloil procedente de una central eléctrica afectó esta semana a entre siete y diez kilómetros de la costa septentrional chipriota, en una zona bajo jurisdicción de la autoproclamada República Turca del Norte de Chipre. El incidente, que se produjo en torno a la central AKSA Elektrik, ha provocado un gran desastre ambiental. De acuerdo con la prensa turcochipriota, al menos una piscifactoría con 400 toneladas de pescado se ha visto afectada por el vertido. En la imagen, un cangrejo en una de las playas contaminadas. Foto: Harun Ucar / AP
Tel Aviv, Israel, 15/7/2013: Un manifestante sostiene una bandera palestina durante una protesta contra un proyecto aprobado por el Gobierno israelí que contempla el desplazamiento y la relocalización de cerca de 30.000 beduinos nómadas del sur del desierto del Neguev. Foto: Ariel Schalit / AP
Altos del Golán, 17/7/2013: Un soldado israelí limpia el cañón de un tanque cerca de la frontera con Siria, en los Altos del Golán. La guerra civil siria ha acabado con décadas de relativa calma en este territorio ocupado por Israel desde la guerra de 1967. El ejército israelí está en alerta permanente ante los combates que libran los grupos rebeldes y las fuerzas del régimen de Bashar al Asad en las localidades cercanas. Foto: Baz Ratner / Reuters
Estambul, Turquía, 20/7/2013: Nuray Cokol, una enfermera de 32 años, y Ozgur Kaya, un electricista de 34, se conocieron (y enamoraron) durante las protestas del pasado mes de junio en la plaza Taksim de Estambul. Esta semana se casaron, y decidieron hacerlo en el emblemático lugar donde se inició la revuelta ciudadana, el parque Gezi. La pareja, en la imagen, convirtió la ceremonia en un acto reivindicativo, al que acudieron cerca de un millar de personas. La policía intervino restringiendo el acceso al parque y dispersando a los congregados. El parque volvió a abrise al público a mediados de julio, pero las manifestaciones siguen prohibidas. Foto: Ozan Köse / AFP
Qalandia, Cisjordania (Palestina), 19/7/2013: Una familia palestina se dirige hacia un control israelí, de camino a la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, durante el mes sagrado musulmán del Ramadán. Foto: Majdi Mohammed / AP. Más fotos del Ramadán, aquí y aquí.
Hebrón, Cisjordania (Palestina), 18/7/2013: Niños palestinos esperan en un comedor social un reparto de comida donada por fieles, durante el mes sagrado musulmán del Ramadán. Foto: Ammar Awad / Reuters
Saná, Yemen, 15/7/2013: Varios hombres leen el Corán en una mezquita, durante el mes sagrado musulmán del Ramadán. Foto: Yahya Arhab / EPA
Jerusalén, 16/7/2013: Judíos ortodoxos duermen junto al Muro de las Lamentaciones, durante una noche de oración dentro del ayuno anual conocido como Tisha B’av, una festividad religiosa que conmemora las destrucciones del primer y segundo templos. Foto: Abir Sultan / EPA
Barcelona, España, 17/7/2013: El equipo de natación sincronizada de Egipto entrena en el Palau Sant Jordi, una de las sedes del Campeonato Mundial de Natación, que se celebra en la capital catalana hasta el 4 de agosto. La competición había sido adjudicada originalmente a Dubai (Emiratos Árabes Unidos), en 2009, pero en marzo de 2010 el comité organizador de este país renunció a la organización del evento, y en septiembre de ese mismo año la FINA reeligió a Barcelona como sede. Foto: Albert Gea / Reuters
Venecia, Italia: Por primera vez desde la invasión de Irak que lideró EE UU en 2003, la Biennale de Venecia, considerada el mayor festival de arte contemporáneo del mundo, acoge este año trabajos de artistas iraquíes. El pabellón iraquí, denominado Welcome to Iraq (bienvenidos a Irak), ha sido organizado por la Fundación Ruya, e incluye obras de once artistas de este país. Entre ellos se encuentran Hashim Taeeh y Yassen Wami, quienes exhiben una habitación (foto), en la que todos los elementos son esculturas realizadas con cajas de cartón desechadas, un material que los artistas utilizan desde 1991, año en que Irak estaba bajo diversas sanciones económicas. Foto: Catherine Milner / Al Jazeera
El entonces ministro de Defensa de Egipto, Abdel Fatah Al Sisi, en abril de 2013. Foto: RogDel / Wikimedia Commons
Podemos elucubrar y hasta filosofar todo lo que queramos sobre si lo sucedido en Egipto es o no un mal menor, tal y como estaban las cosas. Pero negar que el derrocamiento del presidente Mursi ha sido un golpe de Estado es como decir que el caballo blanco de Santiago es negro. Los militares han destituido a un presidente democráticamente electo, han suspendido la Constitución, se han autoproclamado salvadores de la patria, han sacado tanques y soldados a la calle, han detenido a los líderes del partido gobernante, han cerrado los medios de comunicación que no les apoyan y han prometido nuevas elecciones pero sin concretar aún cuándo («el año que viene»). Eso, en castellano, es un golpe de Estado, en toda regla y de manual.
La pregunta, por tanto, es más bien si ha sido un golpe de Estado «bueno», necesario incluso, o no. Y la respuesta, en mi opinión, es que no, por la sencilla razón de que no existe tal cosa. Cualquier intervención de los militares en la vida política de una sociedad democrática (y, si apuramos, en cualquier aspecto de la vida, salvo catástrofes en las que puede resultar útil un cuerpo jerarquizado y disciplinado, aunque no necesariamente armado) es negativa.
Es cierto, como se cita una y otra vez estos días, que fueron los militares, por ejemplo, quienes derribaron al dictador Salazar en Portugal, o que, sin ir tan lejos, fueron también ellos quienes realmente acabaron derrocando al propio Mubarak, cuya caída habría sido mucho más complicada si el ejército no le hubiese dado el golpe de gracia durante la histórica revolución popular que sentó las bases para ello. Pero ninguno de los dos eran líderes con legitimidad democrática, y a los dos, además, los habían puesto donde estaban, o mantenido allí, los propios militares.
Mursi era un fracaso como gobernante. Su política económica, si es que la tenía, estaba resultando nefasta. Por falta de tiempo –solo llevaba un año en el poder–, por la descomposición del régimen anterior y la entrada en el siempre difícil periodo de transición, por su poca experiencia, por una agenda interesada y sectaria, por pura ineptitud o por todo lo anterior, su gobierno no ha llegado a abordar los dos problemas fundamentales de la sociedad egipcia: la pobreza y el paro. El último invierno ha sido especialmente duro para el ciudadano de a pie, con escasez de gasolina y cortes diarios de electricidad.
Además, la brecha con la oposición (laicos y antiislamistas, pero no solo ellos) no ha hecho más que crecer durante su mandato, polarizando en extremo al país, y la Constitución aprobada por su gobierno –sin consenso, pero ratificada en referéndum– estaba muy lejos de lo que en Occidente consideraríamos una carta magna mínimamente respetuosa con los derechos de colectivos como las mujeres o las minorías religiosas.
Mursi ni siquiera era popular, no es un líder carismático. Sus medidas y golpes de efecto iniciales (cuando consolidó su poder destituyendo a la vieja guardia del ejército, o cuando patrocinó el alto el fuego entre Israel y Hamás), han quedado en el olvido. Y tampoco estaba preparado, ni él ni los Hermanos Musulmanes que le respaldan, para dar respuesta a las enormes expectativas generadas por la revolución. La calle había exigido pan y justicia social, y Mursi no ha sido capaz de ofrecer ni una cosa ni la otra.
A todo eso hay que sumar la presión ejercida contra determinados medios de comunicación (en el último año abogados islamistas han presentado decenas de demandas contra periodistas y activistas, acusándoles de insultar al presidente o de difamar la religión), la nula reforma del aparato policial y la falta de condenas a los responsables de represión y torturas durante las protestas de 2011 (la mayoría de los oficiales juzgados han sido absueltos), las críticas de una gran parte del sector cultural por lo que denuncian como un intento de islamizar el arte, o la presentación de una ley que aumenta el control estatal sobre la financiación y las actividades de las ONG.
Y, de fondo, un sistema político encargado de pilotar la transición que no es precisamente un ejemplo de consenso y eficacia. Como recuerda en El Mundo Francisco Carrión, la Cámara Baja fue disuelta en junio de 2012, las elecciones legislativas que debían celebrarse la pasada primavera han sido aplazadas, y el poder legislativo lo ostentaba de manera temporal la Shura o Cámara Alta, un hemiciclo elegido en 2012 por un 7% del censo electoral, en un proceso que, al igual que la composición de la Asamblea Constituyente, fue declarado ilegal por el Tribunal Constitucional.
En definitiva, razones para el descontento y para la preocupación por el futuro no faltaban. Pero Mursi había ganado las elecciones de forma legítima y, aunque ha intentado controlar cada vez más resortes del Estado, no había convertido Egipto en un sistema dictatorial. Sus detractores le acusan de haber gobernado sin sentido de Estado y de servir a los intereses de los Hermanos Musulmanes, pero, por más que hubiese logrado colocar a sus hombres en ciertos puestos clave, no había conseguido avanzar demasiado en lo que la oposición denomina su proyecto de «islamización».
Ganar unas elecciones no es obtener un cheque en blanco, y la democracia es, o debería ser, algo más que depositar un voto cada cuatro años. Pero no pueden ser los militares quienes decidan cuándo se ha perdido la legitimidad obtenida en las urnas, y cuándo hay que devolver el cheque (las comparaciones son odiosas, pero imaginemos por un momento que el ejército hubiese decidido derrocar al Gobierno en España por no atender las justas demandas del 15-M, o por haber apoyado la guerra de Irak pese a las masivas manifestaciones en contra). No olvidemos, además, que los militares egipcios tienen un gran interés por mantenerse en el poder, o cerca de él, para poder conservar sus grandes privilegios económicos.
Los defensores del golpe argumentan que el ejército se ha limitado a escuchar la voz del pueblo y a actuar en consecuencia. Pero «la voz del pueblo» es un concepto demasiado abstracto y, sobre todo, demasiado difícil de medir. Es obvio que una gran parte de la sociedad egipcia exigía la dimisión del presidente (las multitudinarias manifestaciones en los días que precedieron a la intervención militar así lo reflejan), pero también lo es que otra buena parte le apoyaba y le apoya. El pueblo, y particularmente el pueblo egipcio, tiene muchas voces. La triste realidad de los enfrentamientos y las decenas de muertos de estos últimos días habla por sí misma. Por otra parte, tampoco el apoyo popular es siempre una garantía. Pinochet contaba con mucho cuando derribó el gobierno de Salvador Allende.
Otro aspecto importante es saber hasta qué punto los militares y la policía han contribuido al éxito de las protestas. En las manifestaciones de los últimos meses contra el gobierno de Mursi apenas había fuerzas de seguridad. Tras el golpe, la presencia de agentes en las calles fue inmediata. Y, según informa The New York Times, las gasolineras vuelven a tener combustible y los cortes de luz han cesado desde que los militares se hicieron con el poder.
El debate que subyace bajo todo esto es, obviamente, viejísimo. De lo que estamos hablando, en el fondo, es de si es legítimo o no matar al tirano, de dónde ubicar los límites del poder de las mayorías, de si el fin justifica los medios, de si existen verdades objetivas y principios ‘naturales’ y universales, por encima del comportamiento de aquellos a quienes hemos cedido el mando. Es decir, de cómo nos organizamos como sociedad. Pero, por concretar un poco y evitar en lo posible el bizantinismo, lo que parece claro en este caso es que el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Lo último que necesitaban los Hermanos Musulmanes es más persecución, más victimismo, más mártires, más clandestinidad. Lo que realmente necesitan es enfrentarse al duro muro de la realidad democrática, al día a día de la economía, a los caminos poco épicos de la negociación, el compromiso y, posiblemente, el fracaso. Tal vez así, el elemento religioso pasará a ser secundario para muchos de los que les votan (tanto en Egipto como en otros países), y serán los resultados de su gestión los que determinen el apoyo que reciben. Cuando nunca has gobernado (y un año no es suficiente) es fácil decir que puedes arreglarlo todo. Después de cuatro años en el poder, la cosa no es tan sencilla. De seguir la trayectoria que llevaba, no es descabellado pensar que Mursi habría perdido muchos de los votos que consiguió en las últimas elecciones. Ahora, depuesto y ultrajado, sus posibilidades electorales (o las de los Hermanos) puede que vuelvan a subir como la espuma.
Eso no quiere decir que el dilema egipcio tenga fácil solución. El riesgo de que el Gobierno de Mursi hubiera avanzado cada vez más hacia el autoritarismo y hacia la islamización de la sociedad, coqueteando con un Estado teocrático, era real, y la situación económica empezaba a ser intolerable. El problema es que hayan sido los generales los encargados de pararle los pies.
Podemos estar de acuerdo o no con los sistemas representativos capitalistas a los que llamamos democracia, podemos pensar que están pervertidos y que en muchos casos son ampliamente mejorables, pero lo cierto es que, hoy por hoy, en los modelos democráticos imperantes, y mientras sigamos creyendo en el discutible principio de que necesitamos a alguien que nos gobierne para poder vivir, la única forma razonablemente justa de dilucidar hacia dónde se inclina la mayoría es mediante unas elecciones. ¿Permitirán los militares (o el recién formado gobierno provisional) que se presenten los Hermanos Musulmanes en los próximos comicios? En las últimas elecciones legislativas obtuvieron una victoria muy ajustada (el 51% de los votos). ¿Qué ocurriría ahora? ¿Qué pasará si vuelven a ganar?
En principio, y aunque no es fácil pedir paciencia a un pueblo que ha estado sometido a un gobierno dictatorial durante décadas, bastaba con esperar a que Mursi agotase su mandato, y retirarle entonces el apoyo en las urnas. Pero incluso para quienes piensan que la situación era excepcionalmente urgente y que no era posible esperar tres años más, existen otros mecanismos de lucha, todos ellos preferibles al lenguaje de la bota militar, y que tampoco suponen necesariamente tomar la Bastilla. Huelga, desobediencia, resistencia pacífica, boicot, presión (política, mediática y cultural), mociones de censura, protesta civil, campañas internacionales… Está todo inventado hace mucho tiempo y, si es realmente una «inmensa mayoría» quien se planta, las posibilidades de cambio existen.
Tal vez sea una ingenuidad, o la expresión de un deseo, pero las revoluciones las hace el pueblo, no el ejército.
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El jefe militar de las fuerzas armadas de Egipto, Abdel-Fatá al Sisi, en la televisión estatal, el pasado 3 de julio. Imagen: Televisión Estatal de Egipto (captura de vídeo)
7 de marzo: La Comisión Electoral egipcia suspende la convocatoria de las elecciones legislativas que estaban previstas para el 22 de abril.
Abril: Miembros del Movimiento Egipcio por el Cambio, que se formó en 2004 para impulsar la reforma política bajo el gobierno del expresidente Hosni Mubarak, fundan Tamarod (rebelión), el nuevo movimiento que convocará las protestas de finales de junio, asegurando haber acumulado más de 22 millones de firmas a favor de la dimisión del presidente Mohamed Mursi.
30 de junio-1 de julio:Masivas manifestaciones contra Mursi en la plaza Tahrir de El Cairo. El Ejército da 48 horas al presidente para que cumpla las demandas de los manifestantes. Enfrentamientos entre islamistas y opositores dejan al menos 20 muertos en distintos puntos del país.
2 de julio: Dimiten varios ministros del Gobierno de Mursi.
3 de julio: El Ejército suspende la Constitución, depone a Mursi y coloca al presidente del Tribunal Constitucional, Adli Mansur, en la jefatura del Estado.
4 de julio: Al menos 15 muertos en enfrentamientos tras el golpe. Mansur jura su cargo como presidente interino. La Fiscalía prohíbe salir del país a Mursi. La televisión egipcia informa sobre la detención del guía espiritual de la Hermandad, Mohamed Badia, acusado de instigar al asesinato de manifestantes pacíficos, y del número dos, Jairat al Shater, aunque no hay confirmación oficial.
5 de julio: La Unión Africana suspende a Egipto de este organismo. Mansur disuelve el Parlamento, dominado por los islamistas. Mueren tres manifestantes pro Mursi después de que el Ejército abriese fuego. Mohamed Badia aparece en público después que se anunciara su arresto y dice que seguirán en las plazas hasta que vuelva Mursi. El Ejército despliega carros de combate cerca de la plaza Tahrir para intentar controlar los choques entre partidarios y detractores del depuesto presidente, que han causado ya al menos 30 muertos y 1.077 heridos en varios puntos del país.
6 de julio: Mansur se reúne con el ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas, el general Abdel Fatah al Sisi, y con el ministro de Interior, Mohamed Ibrahim, para analizar la crisis. El partido salafista Al Nur, que en principio apoyó el golpe, critica que el nuevo presidente haya comenzado a emitir declaraciones constitucionales «sin efectuar consultas con la sociedad y los partidos». El premio Nobel de la Paz Mohamed ElBaradei es nombrado primer ministro provisional del gobierno de transición.
8 de julio. La tensión y el riesgo de conflicto civil se dispara tras la muerte de al menos 50 partidarios del depuesto presidente Mursi en un ataque de la Policía y las Fuerzas Armadas, durante choques ocurridos en El Cairo. Los partidarios de Mursi mantienen que fueron atacados mientras rezaban. El Ejército asegura que varios «terroristas» abrieron fuego contra los soldados e intentaron «asaltar» el cuartel para liberar a Mursi.
16 de julio. Tras una nueva noche de violencia (siete muertos, más de 250 heridos y al menos 400 detenidos), se forma el nuevo gobierno provisional, encabezado por el economista Hazem el Beblaui y sin islamistas. Los nuevos ministros (una treintena, entre ellos, tres mujeres) toman juramento ante el presidente interino, Adli Mansur. El hasta ahora ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas, Abdel Fatah al Sisi, mantiene la cartera y ocupa además el puesto de primer viceprimer ministro. Los Hermanos Musulmanes rechazan el gabinete al considerarlo «ilegítimo». Estados Unidos, que desde un principio evitó hablar de «golpe de Estado», respalda el nuevo proceso de transición e insta a que esta etapa sea «transparente e inclusiva» , con un «diálogo continuo, sin excluir a ninguna parte».
Con información de las agencias Efe, Reuters, AP y AFP Vídeos: Euronews, CNN, Al Jazeera, AP
7 de marzo: La Comisión Electoral egipcia suspende la convocatoria de las elecciones legislativas que estaban previstas para el 22 de abril. Abril: Miembros del Movimiento Egipcio por el Cambio, que se formó en 2004 para impulsar la reforma política… Leer
«Esto no es un golpe de Estado». El comandante en jefe del ejército egipcio, en lugar de la no-pipa de Magritte. Por Valérie Châr Aux Boeufs y King Tucky. Publicado en Facebook el pasado 4 de julio. Más viñetas (de ambos bandos) sobre lo que está ocurriendo estos días en Egipto, aquí.
10/7/2013
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Miguel Máiquez
«Esto no es un golpe de Estado». El comandante en jefe del ejército egipcio, en lugar de la no-pipa de Magritte. Por Valérie Châr Aux Boeufs y King Tucky. Publicado en Facebook el pasado 4 de julio. Más viñetas (de… Leer