Los horrores y las masacres llevan sucediéndose en Siria desde hace más de dos años. Cientos de miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, un país descompuesto y dividido por un odio que durará generaciones… Si, al margen de… Leer
Los horrores y las masacres llevan sucediéndose en Siria desde hace más de dos años. Cientos de miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, un país descompuesto y dividido por un odio que durará generaciones… Si, al margen de que sea o no la mejor opción, las razones para una intervención internacional se fundamentan en intentar detener semejante tragedia, hace mucho tiempo ya que esas razones están sobre la mesa. Y, por otra parte, ninguno de los dilemas y los caminos sin salida que han desaconsejado esa intervención en el pasado han cambiado ahora en lo más mínimo. Las posibilidades de una victoria militar clara y rápida siguen siendo escasas, y el riesgo de que el conflicto se vuelva más duro (represalias, ataques indiscriminados), o incluso de que se extienda a otros países de la región, sigue siendo muy alto. De tener éxito, además, las perspectivas de futuro, teniendo en cuenta la cantidad de grupos extremistas que hay operando sobre el terreno y la fragmentación de la oposición, no son muy halagüeñas.
La diferencia, lo que ha cambiado en estos últimos días hasta el punto de que estemos hablando ya de intervención «inminente» y de planes de ataque, es la posibilidad de que se hayan utilizado armas químicas contra la población. No es la primera vez que se aduce el uso de este armamento prohibido por las leyes internacionales, pero hasta la semana pasada no se había reportado un ataque verosímil a una escala tan brutal. Y Estados Unidos, país en el que están ahora fijadas todas las miradas, pese a mantener una posición de prudencia, ya dijo en su día que esa era la «línea roja» cuyo traspaso no estaba dispuesto a permitir. (El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, tiene prevista una rueda de prensa sobre la crisis siria para este mismo lunes).
Es, por tanto, una cuestión de umbrales, pero también de legitimidad. Hasta el absurdo de la guerra tiene sus códigos, y unas formas de matar son aceptables y otras no, aunque los muertos estén igual de muertos. En teoría, las leyes internacionales consideran el armamento nuclear, biológico y químico como algo que tiene que ser especialmente regulado y controlado, lo use quien lo use. Cualquiera que lo emplee debe enfrentarse a una respuesta. En caso contrario, su utilización podría acabar por normalizarse.
Eso no significa que sea automáticamente legítimo intervenir sin el respaldo de Naciones Unidas. Las lecciones de la invasión de Irak liderada por EE UU, con su sarta de mentiras sobre las armas de destrucción masiva, están aún muy recientes como para haberlas olvidado ya. Pero sí es cierto que abre muchas puertas para justificar un ataque.
James Blitz repasa en el Financial Times precedentes y opciones:
Existen precedentes de acciones legales sin el respaldo de la ONU. Estados Unidos y sus aliados bombardearon Serbia durante 78 días en 1998 para detener la limpieza étnica en Kosovo, y esta acción no tenía autorización de la ONU. No obstante, el presidente Bill Clinton invocó entonces el argumento de que era correcto proteger a una población que estaba en peligro. Por otra parte, Estados Unidos podría argumentar que Siria está violando el Protocolo de Ginebra de 1925, que prohíbe el uso de gases tóxicos en la guerra. Desde el final de la Primera Guerra Mundial, las potencias mundiales han prohibido la utilización de armas químicas y, especialmente, de agentes nerviosos. Estados Unidos podría defender ahora el argumento de que una respuesta militar está justificada, ya que se trata de prevenir que el uso indiscriminado de armas químicas se convierta en una nueva forma de hacer la guerra.
Las diferencias con la guerra de los Balcanes, sin embargo, son notables. En un escenario como el sirio, con los tanques y la artillería del régimen situados en ciudades, como Damasco, el riesgo de causar daño a civiles es mucho mayor.
En cualquier caso, mientras Rusia siga oponiéndose, no hay ninguna posibilidad de que el Consejo de Seguridad autorice una intervención militar en Siria. Otra cosa es que esto sea relevante o no. La experiencia demuestra que, a la hora de verdad, el respaldo de la ONU importa poco cuando las potencias occidentales están resueltas a seguir adelante. De hecho, Obama ni siquiera necesitaría la aprobación del Congreso de su país.
De momento, la división es total. EE UU, el Reino Unido y Francia han amenazado (los europeos, con bastante más vehemencia que Washington) con una «respuesta contundente» si la investigación demuestra el uso de componentes neurotóxicos. Alemania, que sigue siendo la voz discordante en el bando aliado, descarta cualquier tipo de intervención militar. Rusia y China se oponen expresamente a un ataque («no hay pruebas»), e Irán habla incluso de represalias si éste llega a producirse. La Unión Europea ha evitado pronunciarse, a la espera de «los resultados de la investigación», e Israel ha dicho que «no vamos a intervenir en el tumulto regional, pero si nos atacan, responderemos».
Según las siempre macabras quinielas de la guerra, en un eventual ataque a Siria podrían tomar parte Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Arabia Saudí, Catar, Jordania y, probablemente, Turquía, con la ayuda de otros 27 países.
Entre tanto, los inspectores de Naciones Unidas han llegado finalmente este lunes a la zona del supuesto ataque químico, cerca de Damasco. Despues de seis días negándose, el Gobierno sirio cedió a la presión internacional y permitió que una comisión de la ONU accediese al lugar de los hechos. Los expertos están ahora recogiendo muestras y entrevistando a heridos. Para los países partidarios de la intervención, no obstante, la inspección llega demasiado tarde. Y los inspectores, a todo esto, han sido recibidos a tiros. Uno de sus vehículos fue atacado múltiples veces por francotiradores no identificados.
A estas alturas parece claro que el ataque químico se produjo. Uno de los informes más concluyentes en ese sentido es el hecho público hace unos días por Médicos sin Fronteras. Según esta ONG, tres hospitales de la provincia de Damasco a los que presta su apoyo la organización informaron de la llegada de aproximadamente 3.600 pacientes con síntomas neurotóxicos en un periodo de menos de tres horas durante la mañana del pasado día 21. De ellos, 355 fallecieron.
No está tan claro aún, sin embargo, quién fue el responsable. Los rebeldes, obviamente, acusan al régimen; el régimen, a los rebeldes. Resulta difícil creer que alguien pueda perpetrar semejante monstruosidad contra su propia gente, aunque sea con motivos propagandísticos, o para forzar una intervención internacional, pero tampoco encaja en el sentido común que el Gobierno sirio lance un ataque de esas características justo cuando acaban de llegar los inspectores de la ONU. Sea como fuere, eso es, precisamente, lo que hay que investigar. No tanto el «qué», sino el «quién».
Las especulaciones, mientras tanto, continúan. Brian Whitaker se hace eco en su blog de un reportaje publicado por Phil Sands en The National, un diario de los Emiratos, según el cual el bombardeo fue ordenado por oficiales que ignoraban el contenido químico de los misiles. Una de las fuentes de Sands (procedente de «una familia con buenos contactos, tanto entre la oposición como entre los fieles al régimen») indica:
Personas cercanas al régimen nos han contado que que los misiles químicos fueron suministrados tan solo unas horas antes de los ataques. No procedían del Ministerio de Defensa, sino del servicio de inteligencia de la fuerza aérea, bajo las órdenes de Hafez Maklouf [primo de Bashar al Asad]. Los oficiales del ejercito aseguran que no sabían que se trataba de armas químicas. E incluso algunas de las personas que las transportaron afirman que no tenían ni idea de que lo que había en esos cohetes. Pensaban que eran explosivos convencionales.
La comunidad internacional parece haber salido de su letargo con respecto a Siria, pero lo ha hecho sin una sola voz, demasiado tarde y con la opción de más guerra aún como única alternativa. En su editorial de este lunes, El País señala:
Las potencias occidentales tardaron en implicarse en Siria porque pensaron que Al Asad tenía los días contados. Y esa misma tardanza es la que ahora dificulta extraordinariamente la intervención. Al contrario de lo que ocurrió en Libia, el régimen no implosionó, y la situación ha derivado, al cabo de dos años y medio, en una brutal guerra sectaria que enfrenta a suníes, chiíes, alauíes, cristianos y kurdos. Nadie quiere poner las botas en Siria y se estudia una ofensiva con misiles tierra-aire contra objetivos militares y, tal vez, una zona de exclusión aérea. Las opciones son escasas y el riesgo de inflamar toda la región es alto. […]. Con las espadas en alto, la conferencia sobre Siria prevista en Ginebra en octubre parece un sarcasmo, pero es la única alternativa pacífica que queda.
Más información y fuentes:
» Is a US attack on Syria now inevitable? (Mark Mardell, en la BBC)
» US rallies support for Syria air strikes (Brian Whitaker, en Al Bab)
» Una eventual intervención militar en Siria divide a las principales potencias mundiales (20minutos.es)
» La opción de los Tomahawk (Íñigo Sánez de Ugarte, en Guerra Eterna)
» Strikes on Syria may now start – but the solutions are not military (Mark-Malloch-Brown, en The Financial Times)
» Obama’s Limited Options: Bombing Syria unlikely to be Effective (Juan Cole, en Informed Comment)
» Obama no necesita aprobación del Congreso si decide intervenir en Siria (AFP)
» Obama Can Strike Syria Unilaterally (Time)
» Syrian chemical attack spurs finger-pointing inside Assad regime (The National)
» Top U.S. officer outlines options for military force in Syria (Reuters)
» El avispero sirio (El País, editorial)
» Convention on the Prohibition of the Development, Production, Stockpiling and Use of Chemical Weapons and on their Destruction (ONU)
Leer también:
» El brutal ataque químico en Siria, supuesto, pero verosímil
» Los rebeldes sirios, la democracia y la única salida posible
» Siria, un atolladero cada vez más sangriento
Los horrores y las masacres llevan sucediéndose en Siria desde hace más de dos años. Cientos de miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, un país descompuesto y dividido por un odio que durará generaciones… Si, al margen de… Leer
La revista británica The Economist dedica esta semana su portada y su editorial a la situación en Siria, bajo el titular Syria: The death of a country (Siria, la muerte de un país). El semanario, que publica también un reportaje sobre la desintegración de la nación árabe a causa de la guerra, repasa el explosivo escenario que se avecina y reclama una intervención internacional urgente, especialmente por parte de Estados Unidos, como único modo de intentar evitar lo que califica de «catástrofe».
En concreto, The Economist insiste en la necesidad de crear una zona de exclusión aérea (incluyendo la destrucción de misiles del régimen) e indica que la Administración de Barack Obama debería reconocer, como han hecho ya algunos países occidentales, un gobierno de transición formado por «miembros selectos» de la oposición. También cree que EE UU debería armar a los grupos rebeldes no islamistas, algo que, en opinión de la revista, no apoyarían muchos países europeos, pero sí el Reino Unido y Francia.
En líneas generales, la tesis de The Economist es que el régimen de Bashar al Asad es intolerable, pero un país devastado y dominado por islamistas radicales puede ser incluso peor, al menos para los intereses occidentales. Por ello, afirma, es necesario asegurarse de que son los grupos «no yihadistas» de la oposición quienes tomarán las riendas tras la caída del dictador.
El arranque del editorial dibuja un panorama con muy poco espacio para el optimismo:
Tras la Primera Guerra Mundial, Siria surgió del despiece del cadáver del Imperio Otomano. Tras la Segunda, obtuvo su independencia. Tras la lucha que está librando hoy, podría dejar de funcionar como Estado.
Mientras el mundo se limita a mirar (o mira hacia otro lado), el país, encajonado entre Turquía, Jordania, Irak e Israel, se está desintegrando. Tal vez el régimen de Bashar al Asad, el presidente sirio, acabará derrumbándose en un caos, o, durante un tiempo, seguirá luchando desde algún enclave fortificado, como la mayor milicia en una tierra de milicias. Sea como sea, Siria tiene cada vez más probabilidades de caer presa de feudos de señores de la guerra, islamistas y bandas: una nueva Somalia pudriéndose en el corazón del Levante.
Y si eso sucede, millones de vidas se verán arruinadas. Una Siria fragmentada alimentaría asimismo a la yihad global y avivaría las violentas rivalidades existentes en Oriente Medio. Las armas químicas de Asad, que de momento están seguras, podrían caer en manos peligrosas. La catástrofe se sentiría en toda la región y más allá. Y, sin embargo, el resto del mundo, incluyendo Estados Unidos, no está haciendo prácticamente nada para evitarlo.
La revista británica The Economist dedica esta semana su portada y su editorial a la situación en Siria, bajo el titular Syria: The death of a country (Siria, la muerte de un país). El semanario, que publica también un reportaje… Leer
«Otra descarada mentira». Así calificó este jueves la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Susan Rice, la versión oficial del régimen sirio, que responsabilizó a «grupos armados» de la matanza perpetrada el pasado viernes en la ciudad de Hula, donde murieron más de un centenar de personas, incluyendo 49 niños.
La masacre, según los observadores de la ONU, llevaba el sello del régimen y de las milicias progubernamentales conocidas como shabiha. «Está bastante claro lo que pasó, no hay lugar para ambigüedades acerca de quién usó artillería pesada contra quién, ni tampoco sobre la implicación de milicias progubernamentales en los asesinatos de inocentes, en ejecuciones que se realizaron puerta a puerta», dijo Rice.
El régimen, sin embargo, insiste en negar su responsabilidad. A falta de una declaración del presidente, Bashar al Asad (quien lleva semanas sin dirigirse en público a la nación, pese a la gravedad de los últimos acontecimientos y al incremento de la presión internacional), el general Qasem Yamal Suleiman aseguró que su gobierno «no puede cometer un crimen tan horrible».
Si algo está claro en el conflicto sirio es la gran dificultad existente a la hora de comprobar lo que está ocurriendo. Con la presencia de periodistas extranjeros fuertemente restringida, o directamente vedada, los medios de comunicación occidentales tienen que acudir a las informaciones proporcionadas por los grupos opositores o a testimonios ciudadanos para contrarrestar la propagandadel régimen. A los observadores de Naciones Unidas les fue denegado el acceso a Hula el pasado viernes, cuando comenzó el bombardeo sobre la ciudad.
Aún así, existe un consenso generalizado en la comunidad internacional sobre la responsabilidad del gobierno sirio en las masacres y sobre la brutalidad de la represión. Así lo confirman las sanciones económicas impuestas, las reiteradas llamadas a Asad para que abandone el poder, las continuas condenas verbales o, como ocurrió tras la matanza de Hula, la expulsión de los embajadores sirios de la mayoría de las potencias occidentales, España incluida.
Tampoco hay dudas sobre quiénes son las víctimas de esta situación: Los propios ciudadanos sirios, que han visto convertidas las protestas que se iniciaron de forma pacífica hace unos catorce meses en un conflicto cada vez más complejo y sangriento en el que, pese a que la principal carga violenta corresponde al régimen, no faltan tampoco ataques y graves violaciones de los derechos humanos por parte de grupos armados de la oposición.
Según la ONU, desde el inicio de las protestas han muerto más de 9.000 personas, unas 200.000 se han desplazado a otras zonas dentro del país y al menos 30.000 se han refugiado en países vecinos, especialmente en Turquía. Hace tan solo unas semanas el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informó de que 14.500 refugiados sirios se han registrado en Jordania desde marzo de 2011.
En resumen, la situación en Siria es cada vez más insostenible, al tiempo que los esfuerzos diplomáticos parecen cada vez más inútiles. La aceptación teórica del plan del alto el fuego del enviado especial de la ONU, Kofi Annan, y la llegada del primer contingente de observadores de la ONU, no ha significado de momento ni la retirada de los soldados del régimen de las localidades más conflictivas (Hama e Idlib), ni el fin de las acciones armadas de los rebeldes.
¿Qué espera entonces la comunidad internacional para intervenir? ¿Por qué no actúa como lo hizo en Libia, o incluso en los Balcanes? Muchos analistas, de hecho, ven semejanzas entre la matanza de Hula y la ocurrida en la ciudad bosnia de Srebrenica en 1995, una masacre que supuso el abandono de la diplomacia y el recurso a la acción militar. Sin embargo, tanto EE UU, como la UE (salvo advertencias poco concretas de Francia) y la OTAN insisten en que, de momento, la intervención armada en Siria no se contempla. Algunos países árabes, sobre todo Arabia Saudí y Catar (enemigos acérrimos de Asad, a quien ven como un aliado de su némesis chií en la región, Irán), piden el uso de la fuerza, pero limitándola a proporcionar armas y dinero a la oposición siria. Y, sobre todo, Rusia y China siguen oponiéndose firmementea todo lo que huela a intervención exterior en el país árabe.
La principal razón que está frenando una intervención occidental en Siria, ya sea militar o de apoyo directo a los grupos rebeldes, es la oposición de Rusia, cuyos intereses en la zona son grandes y que mantiene un importante comercio de armas con Damasco. Mientras Rusia (y también China) mantenga su veto en el Consejo de Seguridad, la OTAN no podrá intervenir respaldada por una resolución de la ONU, como hizo en Libia.
Pero, además, como explica en la BBC Shashank Joshi, del Royal United Services Institute, el creciente papel de Al Qaeda y de otros grupos yihadistas similares en Siria en los últimos meses (parecen ser los responsables de los recientes atentados en Damasco, por ejemplo), ha hecho que Washington tema que el apoyo a la oposición termine en manos de los mismos grupos que organizaron los ataques en Irak contra las fuerzas occidentales.
Apoyar a la oposición, por otra parte, tampoco sería tarea fácil. Los rebeldes, dentro y fuera de Siria, están profundamente divididos y no han logrado unificarse, ni política ni militarmente, en más de 14 meses de levantamiento. Y en cuanto al ataque militar, Siria tiene, en comparación con Libia, defensas aéreas mejor preparadas y una capacidad defensiva mucho mayorque la del país norteafricano.
Así las cosas, EE UU confía en acabar convenciendo a Moscú para que facilite la salida de Asad sin que ello suponga necesariamente la caída total del régimen, en una maniobra similar a la llevada a cabo para sacar del poder al presidente de Yemen, Alí Abdulá Saleh. Pero el problema es que Siria no tiene nada que ver con Yemen. El régimen de Damasco es muy personalista y, además, cuenta con un considerable apoyo entre la población, no tanto, desde luego, como asegura el gobierno, pero más del que quieren creer muchas cancillerías occidentales.
En cualquier caso, la opción de la intervención exterior tampoco es vista por muchos expertos como la solución idónea. Para algunos puede ser incluso desastrosa. Es la opinión, por ejemplo, de Mariano Aguirre, director del Centro Noruego de Recursos para la Paz (Noref, por sus siglas en inglés), quien, en un artículo titulado Armas vs negociaciones, afirma: «Es legítimo que los gobiernos y ciudadanos de la comunidad internacional estén preocupados por la represión en Siria, y es lógico que algunos sirios estén empuñando las armas. Pero la urgencia moral por proteger a las víctimas puede esconder importantes factores que deberían ser reconocidos, tales como las posibles consecuencias negativas de estas buenas intenciones, los verdaderos motivos que subyacen bajo el deseo de algunos países de ver caer a Asad, el coste de descartar las vías políticas para parar las muertes, o la complejidad de la realidad política siria, que no puede ser entendida desde una visión simplista de blanco o negro, y que va más allá de un régimen brutal, una sociedad reprimida y una valiente oposición armada».
Según Aguirre, proporcionar armas a los grupos rebeldes no serviría más que para agravar el conflicto y para dar al presidente sirio excusas para intensificar la represión. Esto pondría a Estados Unidos, Europa, Turquía y los países árabes ante el dilema de tener que elegir entre dejar que el régimen siga aplastando el levantamiento o intervenir militarmente, que es justo lo que se pretende evitar proporcionando armas a los rebeldes. El gobierno, a su vez, respondería explotando la rivalidad entre suníes y chiíes, y aumentando la tensión entre otras minorías (cristianos, drusos, kurdos). Más armas en manos de civiles, indica, podría conducir a Siria a «una mezcla entre el Líbano de los años 70, la Argelia de los 80 y el Irak desde 2003». Mientras, Arabia Saudi y Catar están pasando ya armas a los rebeldes, pero sus intereses tienen más que ver con derribar a un aliado de Irán que con cuestiones humanitarias.
Aguirre cita el caso de Libia, donde las milicias siguen controlando el país, como un ejemplo claro de la necesidad de «ser prudentes a la hora de derrocar dictadores sin tener un plan», y concluye apostando por la propuesta realizada por el International Crisis Group, consistente, en líneas generales, en una transición en el poder que preserve la integridad de las instituciones claves del Estado, una reforma gradual y completa de los servicios de seguridad, y el inicio de un proceso de justicia y reconciliación nacional.
En la misma línea que Aguirre, Yezid Sayigh, del Carnegie Middle East Center, señala que «la propuesta del plan de Annan puede ser lenta y dolorosa, pero ofrece una oportunidad crucial a la oposición para sustituir la confrontación en el plano militar, donde el régimen es más fuerte, por la lucha en el plano político y el plano moral, donde la oposición es más fuerte».
También en contra de armar a los rebeldes, Samer Araabi escribe en Right Web: «El gobierno no parece capaz de mantener el control sobre todo el territorio sirio, y aunque los puntos fuertes de los rebeldes han sido machacados, está claro que el régimen ha perdido el apoyo de base que necesita para seguir gobernando. Antes o después, tendrá que enfrentarse a esta realidad. Pero cuanto más dure la violencia, más podrá centrarse en acabar con una oposición armada que sencillamente no puede hacer frente al poder militar y la cohesión interna del ejercito sirio. […] Con más armas, más fondos y más legitimidad, los rebeldes sirios podrían abandonar el patrón de ir ganando terreno que caracterizó la victoria libia, y centrarse, en su lugar, en tácticas asimétricas como bombas, secuestros o asesinatos […]. Y si la historia enseña algo, estas tácticas no es probable que produzcan el tipo de victoria, o de apoyo, que los combatientes necesitarán en una nueva Siria».
En el otro lado del debate se sitúan Steven Heydemann, del U.S. Institute of Peace, y Reinoud Leenders, profesor de la Universidad de Amsterdam. Ambos firman un artículo conjunto titulado Crisis siria: Una amenaza creíble es lo que hace falta, en el que afirman que la escalada de la violencia del régimen no es una respuesta a una oposición armada, sino la reacción del gobierno de Asad a un levantaniento popular que ha demostrado una gran resistencia: «Considerar la militarización [de la oposición] como una causa de la violencia del régimen, en lugar de como una legítima y desesperada respuesta de vulnerables y acorralados ciudadanos a los actos brutales de un régimen ilegítimo es un caso especialmente flagrante de culpar a la víctima de los actos de su verdugo», indican.
Según estos expertos, «la resistencia pacífica puede ser efectiva en muchos casos, y siempre es deseable, pero cuando, como en el caso de Siria, las fuerzas represoras continúan sus ataques contra manifestantes pacíficos y soldados desertores por igual, la resistencia armada se convierte en inevitable,para salvar la propia vida y la de los demás, y para evitar que el régimen acabe borrando las exigencias populares de cambio».
Los analistas favorables a la intervención argumentan asimismo que la militarización de la oposición es ya un hecho: Actualmente están ya entrando armas en Siria a través de conductos informales y no regulados, lo que impide controlar el tipo de armas que se está suministrando, a quiénes están llegando, y cómo van a ser usadas. Así, el crecimiento de la criminalidad entre grupos armados de la oposición mal dirigidos, algunos de los cuales tienen un carácter sectario, sería una consecuencia de esta militarización irregular. Además, el actual proceso de militarización no controlada estaría exacerbando la fragmentación de la oposición, y minando las iniciativas para que los grupos armados acepten la autoridad del Consejo Nacional Sirio o de otras autoridades civiles.
Uno de los artículos en favor de la intervención en Siria más comentados ha sido el publicado en The New York Times por Ann-Marie Slaughter, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Princeton y directora de Planificación Política en el Departamento de Estado de EE UU entre 2009 y 2011. Según Slaughter, la intervención militar extranjera en Siria supone la mayor esperanza para evitar una guerra civil: «El mantra de quienes se oponen a la intervención -afirma- es que Siria no es Libia. Efectivamente: Siria está situada en una posición mucho más estrategica que Libia, y una guerra civil tendría consecuencias mucho peores».
Para Slaughter, no obstante, limitarse a armar a la oposición, «la opción más fácil», conllevaría el peor escenario posible: una guerra por el poder que podría salpicar al Líbano, Turquía, Irak y Jordania, y que fracturaría Siria en grupos sectarios. También «facilitaría a Al Qaeday otros grupos terroristas poner un pie en Siria y, tal vez, lograr acceso a armas químicas y biológicas».
En este sentido, la alternativa que propone es establecer «zonas de exclusión» para «proteger a todos los sirios, independientemente de su credo, su etnia o sus ideas políticas». El Ejército Libre Sirio, una fuerza cada vez mayor formada por desertores del Ejército sirio, se encargaría de establecer estas zonas cerca de las fronteras con Turquía, Líbano y Jordania para «permitir la creación de corredores humanitarios a través de los cuales la Cruz Roja y otras organizaciones puedan introducir comida, agua y medicinas, y evacuar heridos». El establecimiento de estas zonas requeriría que países como Turquía, Catar, Arabia Saudí y Jordania suministrasen a la oposicion armamento antitanque y antiaéreo, y fuerzas especiales de Catar, Turquía y, posiblemente, el Reino Unido y Francia, podrían «ofrecer apoyo táctico y estratégico».
Con respecto a la legitimidad de esta intervención, Slaughter señala que «al igual que en Libia, la comunidad internacional no debería actuar a menos que contase con la aprobación de los países de la región más directamente afectados». Es decir, correspondería a Turquía y a la Liga Árabe adoptar un plan de acción. Y si Rusia y China se abstuviesen, en lugar de volver a imponer su veto, entonces la Liga Árabe podría pedir la aprobación del Consejo de Seguridad. En caso contrario, concluye Slaughter, «Turquía y la Liga Árabe deberían actuar de acuerdo con su propia autoridad, con la de los otros 13 miembros del Consejo de Seguridad y con la de los 137 miembros de la Asamblea General que han condenado la brutalidad de Asad».
Publicado originalmente en 20minutos
«Otra descarada mentira». Así calificó este jueves la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Susan Rice, la versión oficial del régimen sirio, que responsabilizó a «grupos armados» de la matanza perpetrada el pasado viernes en la ciudad de Hula, donde murieron más de un centenar de personas, incluyendo 49 niños. La masacre, según los observadores de la ONU, llevaba el sello del régimen y de […]
El enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan, ha dicho este martes al Consejo de Seguridad que su plan de paz podría ser «la última oportunidad para evitar una guerra civil» en el país. La propuesta, un documento de menor rango que una resolución, pero lo único en lo que ha sido capaz de ponerse de acuerdo el Consejo de Seguridad en más de un año de rebelión y represión, incluye un alto el fuego, diálogo político entre Gobierno y oposición, garantizar la asistencia humanitaria, liberación de detenidos y el respeto a la libertad de asociación y de manifestación pacífica.
Para muchos, sin embargo, la guerra civil es ya una realidad en Siria. El jefe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Jakob Kellenberger, no duda en calificar la situación de «guerra civil localizada», puesto que en algunas provincias como Homs o Idleb se dan ya los requisitos que esta organización humanitaria requiere para aplicar esta denominación.
Guerra o no, lo que es evidente es que la situación sigue siendo dramática. La aceptación teórica del plan del alto el fuego de Kofi Annan, con la llegada del primer contingente de observadores de la ONU, no ha significado de momento ni la retirada de los soldados del régimen de las localidades más conflictivas (en Hama y en Idlib continúan los ataques), ni el fin de las acciones armadas de los rebeldes. Según la ONU, desde el inicio de las protestas han muerto unas 9.000 personas, más de 200.000 se han desplazado a otras zonas dentro del país y 30.000 se han refugiado en países vecinos, especialmente en Turquía. Este mismo martes, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informó de que 14.500 refugiados sirios se han registrado en Jordania desde marzo de 2011.
Ante este panorama, analistas y expertos parecen cada vez más divididos sobre cómo lograr una salida al conflicto, y mientras que algunos apoyan sin reservas una intervención militar exterior semejante a la llevada a cabo en Libia, o facilitar armamento a los rebeldes, otros opinan que esta opción sería desastrosa, tanto para Siria como para toda la región, y abogan por seguir insistiendo, aunque de manera más eficaz, en la vía de la negociación y la diplomacia.
De esta última opinión es, por ejemplo, Mariano Aguirre, director del Centro Noruego de Recursos para la Paz (Noref, por sus siglas en inglés), quien, en un artículo titulado Armas vs negociaciones, publicado este lunes en OpenDemocracy, afirma:
Es legítimo que los gobiernos y ciudadanos de la comunidad internacional estén preocupados por la represión en Siria, y es lógico que algunos sirios estén empuñando las armas. Pero la urgencia moral por proteger a las víctimas puede esconder importantes factores que deberían ser reconocidos, tales como las posibles consecuencias negativas de estas buenas intenciones, los verdaderos motivos que subyacen bajo el deseo de algunos países de ver caer a Asad, el coste de descartar las vías políticas para parar las muertes, o la complejidad de la realidad política siria, que no puede ser entendida desde una visión simplista de blanco o negro, y que va más allá de un régimen brutal, una sociedad reprimida y una valiente oposición armada.
Aguirre hace hincapié en las consecuencias que tendría proporcionar armas a la oposición:
[…] Parece claro que proporcionar armas a los grupos rebeldes no serviría más que para agravar el conflicto y para dar al presidente sirio excusas para intensificar la represión. Esto pondría a Estados Unidos, Europa, Turquía y los países árabes ante el dilema de tener que elegir entre dejar que el régimen siga aplastando el levantamiento o intervenir militarmente, que es justo lo que se pretende evitar proporcionando armas a los rebeldes. El gobierno, a su vez, respondería explotando la rivalidad entre suníes y chiíes, y aumentando la tensión entre otras minorías (cristianos, drusos, kurdos). Más armas en manos de civiles podría conducir a Siria a una mezcla entre el Líbano de los años 70, la Argelia de los 80 y el Irak desde 2003. Mientras, Arabia Saudi y Catar están pasando ya armas a los rebeldes, pero sus intereses tienen más que ver con derribar a un aliado de su archienemigo Irán, que con cuestiones humanitarias.
Tras citar el caso de Libia, donde las milicias siguen controlando el país, como un ejemplo claro de la necesidad de «ser prudentes a la hora de derrocar dictadores sin tener un plan», Aguirre concluye apostando por la propuesta realizada por el International Crisis Group, consistente, en líneas generales, en una transición en el poder que preserve la integridad de las instituciones claves del Estado, una reforma gradual y completa de los servicios de seguridad, y el inicio de un proceso de justicia y reconciliación nacional.
El Gobierno sirio necesita una salida, y la oposición necesita una estrategia distinta al mero sacrificio o a la espera de una intervención internacional. La propuesta del International Crisis Group, que supondría la participación de Rusia a la hora de negociar accesos humanitarios y promover un periodo de transición, es más realista que armar a los rebeldes sirios o lanzar otra guerra de la OTAN con el apoyo de algunos países árabes.
En la misma línea que Aguirre, Yezid Sayigh, del Carnegie Middle East Center, señala:
La propuesta del plan de Annan puede ser lenta y dolorosa, pero ofrece una oportunidad crucial a la oposición para sustituir la confrontación en el plano militar, donde el régimen es más fuerte, por la lucha en el plano político y el plano moral, donde la oposición es más fuerte.
También en contra de armar a los rebeldes, Samer Araabi escribe en Right Web:
[…] El gobierno no parece capaz de mantener el control sobre todo el territorio sirio, y aunque los puntos fuertes de los rebeldes han sido machacados, está claro que el régimen ha perdido el apoyo de base que necesita para seguir gobernando. Antes o después, tendrá que enfrentarse a esta realidad. Pero cuanto más dure la violencia, más podrá centrarse en acabar con una oposición armada que sencillamente no puede hacer frente al poder militar y la cohesión interna del ejercito sirio.
[…] Con más armas, más fondos y más legitimidad, los rebeldes sirios podrían abandonar el patrón de ir ganando terreno que caracterizó la victoria libia, y centrarse, en su lugar, en tácticas asimétricas como bombas, secuestros o asesinatos […]. Y si la historia enseña algo, estas tácticas no es probable que produzcan el tipo de victoria, o de apoyo, que los combatientes necesitarán en una nueva Siria.
Araabi aboga por una mayor presión internacional, tanto de Occidente como de Rusia y China, con el fin de garantizar un compromiso negociado que de a la oposición algunos de sus objetivos, pero no todos, y ponga a Siria «camino de una democratización que acabe con la corrupción y la brutalidad de la era de Asad». Pero advierte que esta opción solo será posible si se abandona la idea de la intervención militar, y recuerda que, por muy frustante que resulte, «el régimen sirio es demasiado poderoso y tiene demasiados apoyos como para caer fácilmente».
En el otro lado del debate se sitúan Steven Heydemann, del U.S. Institute of Peace, y Reinoud Leenders, profesor de la Universidad de Amsterdam. Ambos firman un artículo conjunto en OpenDemocracy, en respuesta al mencionado texto de Mariano Aguirre, y titulado Crisis siria: Una amenaza creíble es lo que hace falta:
La escalada de la violencia del régimen no es una respuesta a una oposición armada, sino la reacción del gobierno de Asad a un levantaniento popular que ha demostrado una gran resistencia […]. Desde los primeros días del levantamiento, con los ataques a manifestantes pacíficos en Dar’a […], ha sido evidente que el uso asimétrico de la violencia por parte del régimen ha dificultado el surgimiento de una auténtica oposición armada. Esta actitud ha definido la respuesta del régimen a todas y cada una de las iniciativas, regionales e internacionales, para poner fin a la violencia mediante algún tipo de negociación […].
Considerar la militarización [de la oposición] como una causa de la violencia del regimen, en lugar de como una legítima y desesperada respuesta de vulnerables y acorralados ciudadanos a los actos brutales de un régimen ilegítimo es un caso especialmente flagrante de culpar a la víctima de los actos de su verdugo.
La resistencia pacífica puede ser efectiva en muchos casos, y siempre es deseable, pero cuando, como en el caso de Siria, las fuerzas represoras continúan sus ataques contra manifestantes pacíficos y soldados desertores por igual, la resistencia armada se convierte en inevitable, para salvar la propia vida y la de los demás, y para evitar que el régimen acabe borrando las exigencias populares de cambio.
Los autores del artículo argumentan asimismo que la militarización de la oposición es ya un hecho:
Actualmente están ya entrando armas en Siria a través de conductos informales y no regulados, lo que impide controlar el tipo de armas que se está suministrando, a quiénes están llegando, y cómo van a ser usadas. El crecimiento de la criminalidad entre grupos armados de la oposición mal dirigidos, algunos de los cuales tienen un carácter sectario, es una consecuencia de esta militarización irregular. Además, el actual proceso de militarización no controlada está exacerbando la fragmentación de la oposición, y minando las iniciativas para que los grupos armados acepten la autoridad del Consejo Nacional Sirio o de otras autoridades civiles.
Uno de los artículos en favor de la intervención en Siria más comentados ha sido, no obstante, el publicado en The New York Times por Ann-Marie Slaughter, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Princeton y directora de Planificación Política en el Departamento de Estado de EE UU entre 2009 y 2011:
La intervención militar extranjera en Siria supone la mayor esperanza para evitar una larga, sangrienta y desestabilizadora guerra civil. El mantra de quienes se oponen a la intervención es que «Siria no es Libia». De hecho, Siria está situada en una posición mucho más estrategica que Libia, y una guerra civil tendría consecuencias mucho peores para los intereses de EE UU […].
Limitarse a armar a la oposición, la opción más fácil, en muchos sentidos, conllevaría exactamente el peor escenario posible: una guerra por el poder que podría salpicar al Líbano, Turquía, Irak y Jordania, y que fracturaría Siria en grupos sectarios. También facilitaría a Al Qaeda y otros grupos terroristas poner un pie en Siria y, tal vez, lograr acceso a armas químicas y biológicas.
Pero hay una alternativa: […] Establecer «zonas de exclusión» [«no-kill zones»] para proteger a todos los sirios, independientemente de su credo, su etnia o sus ideas políticas. El Ejército Libre Sirio, una fuerza cada vez mayor formada por desertores del Ejército sirio, se encargaría de establecer estas «zonas de exclusión» cerca de las fronteras con Turquía, Líbano y Jordania […] para permitir la creación de corredores humanitarios a través de los cuales la Cruz Roja y otras organizaciones puedan introducir comida, agua y medicinas, y evacuar heridos […].
El establecimiento de estas zonas requeriría que países como Turquía, Catar, Arabia Saudí y Jordania suministrasen a los soldados de la oposicion armamento antitanque y antiaéreo. Fuerzas especiales de Catar, Turquía y, posiblemente, el Reino Unido y Francia, podrían ofrecer apoyo táctico y estratégico a las fuerzas del Ejército Libre Sirio […].
Con respecto a la legitimidad de esta intervención, Slaughter señala:
Al igual que en Libia, la comunidad internacional no debería actuar a menos que contase con la aprobación de los países de la región más directamente afectados por la guerra de Asad contra su propio pueblo. Por tanto, corresponde a Turquía y a la Liga Árabe adoptar un plan de acción. Si Rusia y China quisieran abstenerse, en lugar de ejercitar otro veto-facilitador de masacres, entonces la Liga Árabe podría pedir la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y si no, entonces Turquía y la Liga Árabe deberían actuar de acuerdo con su propia autoridad, con la de los otros 13 miembros del Consejo de Seguridad y con la de los 137 miembros de la Asamblea General que han condenado la brutalidad de Asad.
El enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan, ha dicho este martes al Consejo de Seguridad que su plan de paz podría ser «la última oportunidad para evitar una guerra civil» en el país…. Leer