Caminar en el invierno de 1994 por las calles de Damasco (y de cualquier otro lugar de Siria) se parecía bastante a recorrer las galerías de un museo dedicado a la figura de un solo hombre. O, para ser exactos, a la de dos, porque a Hafez al Asad, el presidente, el león, el gran dictador, no le hacía sombra ni su hijo, por más que este hijo fuese el mismísimo Basil, el favorito, el […]