música árabe

Detalle de la portada del álbum 'Checkpoint Tunes', de Checkpoint 303.
Detalle de la portada del álbum ‘Checkpoint Tunes’, de Checkpoint 303

Lanzado en el año 2004 por el tunecino SC (del inglés sound catcher, o sound cutter) MoCha, en colaboración con el palestino SC Yosh, el colectivo Checkpoint 303 es un proyecto de música electrónica y de vanguardia que ha albergado desde entonces una serie de trabajos bastante inclasificables en cuanto al estilo, pero con el denominador común de reflejar el rastro sonoro de la opresión que sufren a diario grandes sectores de la población en Oriente Medio en general, y en Palestina en particular.

Como explica el propio colectivo en su página web, Checkpoint 303 (nombre que hace referencia a uno de los puestos de control israelíes que restringen y controlan el paso en Belén, en la Cisjordania ocupada) nació con el objetivo de «cortar, rastrear, fragmentar y reconstruir el paisaje sonoro de la vida cotidiana en Oriente Medio y en todo el mundo árabe, para crear un nuevo reportaje sonoro sobre la injusticia, una oda a la resistencia frente a la opresión».

Checkpoint 303, añaden, «se inspira en los sonidos que marcan el ritmo de la vida cotidiana de millones de personas en Oriente Medio. El sonido chirriante de las balas, ecos de injusticias, alboroto, protestas y revueltas, desesperación y tristeza. Y aún así, en medio de todo eso, sonidos tranquilizadores. De esperanza, de normalidad. Actos triviales. La vida, como en todas partes. Esto no es un videojuego. La violencia no es una imagen en movimiento en la televisión. Es la pesadilla diaria de millones».

El grupo trabaja sin ánimo de lucro para mantener su independencia, e incluye a artistas tanto de dentro como de fuera de Palestina, algunos de los cuales han actuado como teloneros de la banda británica Massive Attack.

Aunque el colectivo no ha producido ningún nuevo proyecto recientemente –el último álbum es de 2018–, sus cinco trabajos publicados hasta la fecha siguen disponibles, tanto a través de su página web como en YouTube y en las distintas plataformas de streaming.

La memoria y el presente de Iqrit

El trabajo de Checkpoint 303 que probablemente obtuvo más relevancia internacional y repercusión en los medios es The Iqrit Files (los archivos de Iqrit), de 2015, un álbum cuyo punto de partida son, como escribió Sarah Irving en The Electronic Intifada, «canciones palestinas, poesía, historia y paisajes que se combinan con los sonidos mucho más juveniles del drum and bass, el minimal techno y la electrónica ambiental».

Los palestinos de Iqrit, una localidad situada en el norte de Galilea, en la frontera con Líbano, fueron expulsados por soldados israelíes en 1948 con la promesa de que podrían regresar al cabo de unas semanas. Nunca se les permitió volver y la mayoría de los edificios fueron demolidos en 1951. Solo permanecen la iglesia y el cementerio.

El núcleo de este álbum son grabaciones de canciones populares palestinas de la zona, cantadas por Wardeh Sbeit (nacida en la propia Iqrit) y Jawaher Shofani (de una localidad próxima), y acompañadas de poemas escritos e interpretados por Jihad Sbeit.

En su reseña, Sarah Irving destaca que el álbum recoge no solo las obras de continuidad cultural y de resistencia de estos artistas, sino también «los actos realizados por los habitantes de Iqrit para mantener una propiedad simbólica, y hasta cierto punto real, de su pueblo»: «Los iqritis siguen enterrados en el cementerio del lugar y el álbum incluye grabaciones de alguien barriendo el suelo de la iglesia con una escoba. Los jóvenes, descendientes de los expulsados en 1948, han intentado recuperar las tierras de la aldea a pesar de haber sido expulsados por las fuerzas israelíes. Las muestras de Checkpoint 303 incluyen el sonido de su generador en marcha y a Walaa Sbait, un activista cuya familia procede de Iqrit, haciendo freestyle mientras camina por el pueblo».

Junto a sonidos grabados en los alrededores esta despoblada localidad, el álbum entrelaza fragmentos que apelan también, de un modo más genérico, a la cuestión palestina, desde Eleanor Roosevelt leyendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos hasta Albert Einstein elogiando las tácticas no violentas de Gandhi, pasando por un taxista que se queja de las condiciones en la Cisjordania ocupada y critica tanto a los israelíes como a Mahmud Abás, o por grabaciones de figuras como Nelson Mandela o Bob Marley.

«Esta música –escribe Irving– funciona en varios niveles. Se puede escuchar de fondo, dejando que los recuerdos y mensajes se filtren en el subconsciente (la mayoría de los temas son paisajes sonoros breves y evocadores, y solo uno supera los cinco minutos de duración) […], o se pueden poner los pies en alto durante una hora y escuchar todo el álbum, siguiendo su conmovedora narrativa en cada detalle. La sensación de añoranza y melancolía en las canciones de pérdida de Sbeit y Shofani es poderosa y, a pesar de algún que otro tema más contundente, el tono general es bastante meditativo».

Resistencia hasta el final

Voice of Resistance (voces de resistencia), el último álbum publicado por Checkpoint 303 hasta ahora, supone una experiencia diferente y especialmente íntima, ya que se trata, también, del último trabajo en el que participó la popular cantante, compositora y arreglista palestina Rim Banna, quien falleció por un cáncer a los 51 años el 24 de marzo de 2018, apenas un mes antes de la publicación del disco.

Según explica el propio colectivo en su web, la idea del álbum surgió en mayo de 2015, justo después de que los médicos indicasen a Rim que sus cuerdas vocales estaban parcialmente paralizadas y que ya no podría seguir cantando. Rim se reunió entonces en Oslo con su productor noruego, Erik Hillestad, y con SC MoCha, y juntos idearon «un experimento sonoro sin precedentes»: Checkpoint 303 remezclaría los datos de los historiales médicos de Rim (imágenes PET de tomografías y rayos X) y los convertiría en sonidos con los que la cantante recitaría (y siempre que fuera posible cantaría) sus propios poemas, describiendo su resistencia y su lucha. El pianista de jazz Bugge Wesseltoft, que había colaborado con Rim en su último álbum, también se integró en el proyecto.

«Con increíble determinación, y a pesar de su enfermedad y de la parálisis de sus cuerdas vocales, Rim trabajó sin descanso en su nuevo álbum y consiguió terminar todas las grabaciones en enero de 2018», señalan. «Rim –añaden– dijo que quería que este álbum fuera poderoso y desafiante, y no triste ni melancólico. Musicalmente, quería algo radicalmente nuevo, un acto creativo de resistencia frente a la injusticia y la ocupación en todas sus formas. Es una poderosa declaración que celebra su lucha y la del pueblo palestino contra todos los enemigos y males, siempre con un signo de victoria y una sonrisa de esperanza».


Más información y fuentes:
» Página web oficial de Ckeckpoint 303
» A new way of hearing Palestine (The Electronic Intifada)
» Checkpoint 303 en Soundcloud
» Checkpoint 303 en Wikipedia
» SC MoCha en The Khatt Found
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Checkpoint 303: activismo sonoro desde los paisajes de la opresión

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El grupo libanés Mashrou’ Leila, en 2018. Foto: Schorle / Wikimedia Commons

Ocurre de vez en cuando: una estrella anglosajona —por ejemplo, Damon Albarn— se junta con músicos del Sur Global —por ejemplo, The Orchestra of Syrian Musicians— y el resultado nos deslumbra. O un grupo europeo —por ejemplo, The Blaze— graba un videoclip bellísimo que muestra a un migrante que regresa al lugar donde nació —por ejemplo Argelia— y nos emocionamos. O, con menos frecuencia, plataformas como Boiler Room nos traen la música de una estrella siria —por ejemplo, Omar Souleyman—, tunecina o maliense. Entonces, recordamos —nosotros, que presumimos de saber todo lo que ocurre en los sótanos de Madrid y Glasgow— que la música no se acaba donde termina el alfabeto latino y aparece una curiosidad difícil de saciar.

Intentar abarcar una escena completa (imaginemos: «el rock radical vasco», «los años de la ruta destroyer») en un texto breve siempre implica, por cada acierto, muchas arbitrariedades y omisiones. Intentar abarcar la producción musical reciente de unos 280 millones de personas (el número de hablantes del árabe) tiene, en el mejor de los casos, algo de empeño quijotesco, y en el peor, algo de fantasía taxonómica. Sin embargo, en la práctica es el mercado el que aplasta con su rodillo incluso estas fantasías discutibles y el que impide —mediante sus algoritmos de recomendación o mediante la imagen que los medios generalistas dibujan de los países árabes— que lleguen a nuestros oídos las canciones que se producen y comparten en lugares como Soukra, El Cairo o Manama.

Son muy pocos los grupos y solistas que, desde el mundo árabe, alcanzan el circuito de festivales occidental (algo importante para la difusión de su mensaje, puesto que en lugares como Bahréin o Tánger los músicos están entre los primeros que padecen la falta de libertad de expresión y son reprimidos), y son muy pocos los medios que prestan atención a sus lanzamientos. En este sentido, lo que sigue es solo una iniciación deficiente: un intento de recoger tres o cuatro ideas o movimientos principales y una lista de nombres valiosos escogidos, sobre todo, mediante el azar que dirige las derivas virtuales de link en link. Pero si te interesa lo que sigue, vas a necesitar mucha más información, así que en cuanto puedas visita el blog del periodista Andy Morgan, siempre al tanto de lo que suena en el Sáhara; descárgate la aplicación Mideast Tunes, una potente alternativa a Spotify creada por la activista Esra’a Al Shafei; únete al grupo de Facebook 𐌀CID 𐌀RAB, activo y lleno de novedades; y, claro, escucha Mediterráneo (Radio 3), conducido por Pilar Sampietro.

Amplificadores en la arena

A finales de los años 80 el raï era la sensación. Algunos vieron en este género, que surge en Orán y añade sintetizadores y batería a las flautas, panderos y darbukas de la música tradicional magrebí, una respuesta a las décadas de partido único y rigorismo islámico en Argelia. El raï llegó a Europa a través de París y se integró entre los géneros urbanos de aquella ciudad gracias a dos emisoras de radio que hoy siguen emitiendo.

Las estrellas del raï, como Cheb Khaled, disponen de millones de suscriptores en sus canales de YouTube y defienden un estilo de vida hedonista que incluye un abundante consumo de alcohol («no queremos beber, queremos emborracharnos; no queremos cantar, queremos gritar»). Estos estribillos impíos han costado la vida a más de un intérprete, como Cheb Aziz o Cheb Hasni, asesinados a mediados de los años 90, pero forman parte de la esencia transgresora y rebelde del género, frente al que el gobierno argelino ha mantenido posiciones cambiantes (desde la prohibición hasta el reconocimiento). Ahora el raï es una parte importante de la industria discográfica francesa y, si algunos lo compararon durante su despegue con el blues (por sus temas, por su vocación marginal), finalmente sus hibridaciones más interesantes se han dado con el reggae y con el jazz.

La tesis fundamental de La música: una historia subversiva, de Ted Gioia (Turner, 2020), es que la innovación musical siempre procede de los entornos más desfavorecidos. La pintura y la escultura necesitarían del poder y los mecenas para desarrollarse, la novela solo se explicaría a partir del tiempo libre del que goza la burguesía en el siglo XIX, mientras que, por el contrario, los nuevos modos de expresión musical casi siempre surgen, desafiantes, de los «esclavos, bohemios, rebeldes y otros individuos excluidos de las posiciones de poder que sienten poca lealtad hacia las formas de actuar y las actitudes dominantes de las sociedades en las que viven».

En Malí y Níger, el pueblo tuareg ha estado marginado durante décadas. Protagonistas de cuatro rebeliones, la última en 2012 (terminó con la fundación del Estado de Azawad, no reconocido internacionalmente), los tuaregs son, además de los habitantes más pobres del Sáhara según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, los herederos de una riquísima tradición musical y los verdaderos bluesmen del desierto, por usar una etiqueta espectacular pero también precisa.

Ali Farka Touré fue uno de los pioneros. Ingeniero de sonido, en los años 80 alcanza el éxito internacional con su disco homónimo. Sus canciones, que recuerdan a las de John Lee Hooker por la superposición de ritmos, suelen estar escritas en lengua songhay, lingua franca a lo largo del río Níger. Pero si las referencias de Touré son occidentales, Tinariwen son los primeros en incorporar la guitarra eléctrica a los sonidos del desierto. Mientras en España algunos acoplaban sus amplificadores al flamenco, ellos inauguraban el rock tuareg, en el que la percusión la protagoniza el tende y no la batería y aparece un sonido parecido al de la slide guitar gracias al imzad.

Tinariwen funciona como un colectivo —su formación varía de gira en gira, muchos de sus integrantes son nómadas— liderado por Ibrahim Ag Alhabib. Ibrahim a menudo cita a un misterioso personaje llamado Aziz como principal influencia del grupo, aunque su mentor fue Boubacar Traoré y también se interesó por estrellas del pop como Boney M o Kenny Rogers.

Durante los años 80, Tinariwen se convirtió en la voz de los ishumaren (literalmente: desempleado), una generación de tuaregs que vagaban por el Sáhara soñando con fundar un Estado propio. Tras la paz de 1996 (los tuareg se integraron en Malí durante algunos años), Ibrahim decide ser músico a tiempo completo y, gracias a la amistad con el grupo francés Lo’Jo (que mezcla el folklore gitano con el norteafricano), su grupo comienza a tener éxito en Europa.

Tinariwen —que parecen haber influido en bandas como los sevillanos Pony Bravo— abrieron las puertas del mercado europeo a muchos grupos que han seguido explorando su estilo lisérgico basado en guitarras hipnóticas, como Oumara Bombino o Kel Assouf. Por cierto, en 2020 la revelación en el género —y bastante más allá— fueron Bab L’Bluz, una formación francomarroquí liderada por Yousra Mansour que, como las anteriores, mezcla su herencia bereber con la psicodelia de, por ejemplo, Brian Jones (o al revés: el miembro de los Rolling Stones prestó mucha atención a la música marroquí y grabó un álbum en 1968 acompañado por los Músicos Maestros de Jajouka).

El hip hop es para la primavera

Más al norte, en las ciudades mediterráneas de Túnez y Egipto (especialmente, aunque las protestas se extendieron por muchos más países), entre 2010 y 2012, se produjeron las manifestaciones que terminarían por agruparse bajo el nombre de «primavera árabe». Entonces las movilizaciones se sucedieron a una velocidad tan sorprendente (solo se puede explicar mediante el uso masivo de las redes sociales) que muchos analistas declararon que fue imposible preverlas, pero otros vieron en las comunidades formadas por músicos y melómanos el germen de aquel movimiento: las continuas resistencias a pequeña escala ejercidas por músicos cada vez más politizados contra la tiranía gubernamental habrían anticipado los sucesos de la plaza Tahrir.

La música es uno de los aglutinantes más efectivos para generar redes afectivas o políticas y esto lo saben bien los ultras de los equipos de fútbol, que elaboran mediante sus cánticos una parte importantísima de su identidad. Curiosamente, los ultras, acostumbrados a enfrentarse a la policía, jugaron un papel importante en la lucha contra el régimen de Mubarak. Sus cánticos se convirtieron en himnos improvisados de la revolución junto a los temas de varios raperos.

La buena salud del rap egipcio, que nace en Alejandría (donde se funda hace 14 años el colectivo Revolution), puede comprobarse en la plataforma Mideast Tunes. Allí existen más de 70 artistas agrupados bajo esta etiqueta. Arabian Knigthz son el trío más conocido desde que lanzaron Rebel el día que el gobierno desbloqueó internet (tras su bloqueo unos días atrás, en febrero de 2011); pero hay cientos de solistas y bandas que escriben sobre la situación política de su país aprovechando los esquemas del rap noventero americano (admiran a Tupac Shakur o a Notorious B.I.G.).

Simultáneamente, en los suburbios de Túnez, Balti grababa sus canciones durante la revolución contra Ben Ali. Y directamente a este presidente derrocado se dirigía Hamada Ben Amor, conocido como El General, autor del tema Mr. President Your People Are Dying. Son los dos mitos contemporáneos del rap tunecino, una escena cada vez más rica en la que destacan también Lak3y (que ya suena a trap) o Medusa, la más visible de varias rap queens que luchan por ganar reconocimiento para las mujeres dentro del hip-hop (Nour Ben Soltan, además de rapear practica break-dance y organiza competiciones de esta disciplina).

EDM e indie en la orilla sur del Mediterráneo

También en Túnez la música electrónica o EDM se ha desarrollado particularmente. Por sus características rítmicas, la tradición musical árabe se presta a ser reinterpretada en clave tecno y esto es lo que hizo durante años el británico Bryn Jones, simpatizante de la causa palestina, que vivió durante toda su vida en Mánchester. Con el nombre de Muslimgauze, Jones abrió un espacio durante los años 90 en el que hoy desarrollan sus carreras muchos djs de origen árabe como DJ Said Mrad (famoso por sus remixes de la legendaria cantante libanesa Fairuz) o el propio Souleyman, dos buenos ejemplos del género electro-oriental.

En Túnez las raves son frecuentes y, puesto que la música electrónica no suele tener letra, son toleradas por las autoridades que las consideran una amenaza menor. Sin embargo, estos encuentros generan comunidades con lazos muy fuertes y han servido de lanzadera a proyectos como el de Deena Abdelwahed, presente en la última edición del Sonar Barcelona con una propuesta entre la nostalgia ochentera y el arte sonoro o el de SKNDR, a la vanguardia del techno global.

Pero en el mundo árabe también hay sitio para los temas acústicos más convencionales o para la música producida con hechuras indie (una palabra que actualmente tiene más que ver con el uso de determinados recursos y clichés que con los modos de producción o distribución). Cairokee es un grupo de indie egipcio, especializado en baladas melancólicas que en sus letras homenajea a los opositores a Mubarak. Por su parte, Aziza Brahim es una cantante saharaui nacida en Tinduf que añade a la música tradicional de su pueblo la producción más elaborada y pop de este repaso.

En una escala distinta, con millones de reproducciones en todas las plataformas, se mueven los libaneses Mashrou’ Leila, quizá el grupo independiente más escuchado del mundo árabe. Cada vez más escorados hacia el pop de base electrónica, Mashrou’ Leila defienden abiertamente la homosexualidad en un país en el que está penada con la cárcel. Su líder, Hammed Sinno, es un icono de la comunidad LGTBI libanesa.

Esra’a Al Shafei y las narrativas digitales

Esra’a Al Shafei, activista bahreiní nacida en 1986, ha creado y dirige varias plataformas digitales agrupadas en Majal, una organización para la que trabajan diez mujeres que surge a partir del proyecto Mideast Youth (2006). Majal integra Crowdvoice, una herramienta dedicada al estudio de protestas y conflictos humanitarios en todo el mundo que pretende recoger voces y acumular (pero también organizar) datos; o Ahwaa, un foro en el que jóvenes LGBT pueden discutir con seguridad.

Al Shafei es también la fundadora de Mideast Tunes, el servicio de streaming ya citado que agrupa a músicos que no quieren someterse a las condiciones de servicios occidentales como Spotify y tampoco quieren adaptarse a Rotana, la plataforma de música y series de pago más popular en el mundo árabe que banaliza cualquier discurso y censura a los artistas disidentes. Ella sostiene que es muy importante para la juventud árabe tener el control de sus identidades y narrativas digitales. Defiende que, ahora que es muy barato crear comunidades online gracias al creciente número de programadores dispuestos a colaborar con sus creaciones de código abierto, se deben construir recursos y plataformas que impidan que pongamos nuestros datos y nuestra información en manos de compañías que no sabemos si los respetarán o los protegerán.

En su crónica Una dacha en el golfo (Anagrama, 2019), sobre su experiencia en Bahréin, Emilio Sánchez Mediavilla, indica: «Toda la música árabe que escuché en Bahréin la descubrí a través de búsquedas de Spotify o por recomendaciones de amigos europeos». Poco después continúa, refiriéndose a un miembro de la élite suní con el que coincide en una fiesta: «H. cantaba y componía siempre en inglés. Por ejemplo, Don’t Burn the Tires, no queméis las ruedas, una irónica balada contra los jóvenes chiíes que cortaban el tráfico en la carretera». Al Shafei prefiere no ser tajante y, ante la pregunta de si las élites suelen usar el inglés y las propuestas disidentes el árabe, o de si existen géneros más politizados que otros, nos contesta: «Intentamos no juzgar tan solo por el género o el idioma elegido por cada artista. Cada uno tiene sus propias razones para crear música y estas pueden ser políticas o no. Lo que es seguro es que en Mideast Tunes nos aseguramos de que el artista tenga el control de su narrativa, por ejemplo, ellos pueden escribir sus propias biografías. Algo que tienen en común es que todos desean ser significativos a nivel cultural y social y no conozco a ningún artista en Mideast Tunes que no quiera marcar la diferencia, independientemente de si produce tecno, trance, hip-hop…».

Lo que está claro es que la música es una de las principales fuerzas transformadoras en el mundo árabe, un agente de cambio e incluso una tecnología, capaz de contener y transmitir ideas políticas o de acercar a los pueblos. En este sentido, Al Shafei concluye: «A través de festivales, colaboraciones e incluso de la manera en que nos relacionamos con el contenido multimedia y digital, descubrimos las perspectivas de los demás. Algunos incluso se interesarán por los derechos humanos gracias a estas conexiones, por ejemplo, es posible entender los problemas del pueblo kurdo a través de su rap. Comunidades que de otro modo no interactuarían se unen gracias a la música, que nos afecta de una manera muy distinta a como lo hacen el cine, la escuela o el periodismo, y que forja relaciones a un nivel muy profundo. Es muy poderosa y ayuda a los pueblos a rebasar barreras y a los individuos a sentirse menos solos».


Publicado originalmente en El Salto bajo licencia Creative Commons el 15/2/2021
Título original: Rap y revolución, guitarras y arena: los sonidos contemporáneos del mundo árabe

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