El último gráfico de Visualizing Palestine, coincidiendo con el 65 aniversario de la Nakba –catástrofe–, el término con el que el mundo árabe denomina la expulsión, desposesión, exilio o huida de cientos de miles de palestinos tras la fundación del Estado de Israel y la guerra árabe-israelí de 1948.
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«Cuando estalló la guerra árabe israelí en 1948, bibliotecarios de la Biblioteca Nacional de Israel siguieron a los soldados que entraron en las casas palestinas, en ciudades y pueblos. Su misión era recopilar tantos libros y manuscritos valiosos como fuese posible. Se cree que reunieron alrededor de 30.000 libros en Jerusalén, y otros tantos en Haifa y Jaffa. Oficialmente fue una «operación de rescate cultural», destinada a preservar el patrimonio, pero para los palestinos fue un «robo cultural». La extensión real de esta ‘colección’ no fue conocida hasta 2008, año en que un estudiante israelí de doctorado se encontró con una serie de documentos en el archivo nacional…».
Así presenta la cadena Al Jazeera El gran robo de los libros, un magnífico documental producido por su programa Witness, y dirigido por Benny Brunner.
«Cuando estalló la guerra árabe israelí en 1948, bibliotecarios de la Biblioteca Nacional de Israel siguieron a los soldados que entraron en las casas palestinas, en ciudades y pueblos. Su misión era recopilar tantos libros y manuscritos valiosos como fuese… Leer
Manifestantes palestinos penetran en la zona fronteriza entre Israel y Siria el pasado 15 de mayo, durante la conmemoración de la Nakba. Foto: Jalaa Marey / JINI / Getty Images
El pasado fin de semana, en el aniversario de la Nakba –catástrofe–, como denomina el mundo árabe al éxodo provocado por la fundación del Estado de Israel, millares de palestinos, la mayoría descendientes de los 700.000 que huyeron o fueron expulsados de su tierra en 1948, trataron de penetrar en los Altos del Golán –territorio sirio ocupado por Israel–, en diversas zonas limítrofes con Líbano, en pasos fronterizos en Gaza y en varios puntos de Cisjordania.
Los manifestantes, cuyas protestas se extendieron a Egipto y Jordania, y que, obviamente, tenían que contar con el permiso de los Estados limítrofes, se veían a sí mismos como una prolongación de la lucha democrática que sacude el mundo árabe desde hace ya más de cuatro meses.
Y ante esta protesta, simbólicamente invasora pero desarmada y, salvo en algunos casos donde se produjeron graves enfrentamientos, esencialmente pacífica, las fuerzas de seguridad israelíes volvieron a demostrar que no saben, o no quieren, manejar el problema. Al menos 13 manifestantes fueron abatidos el fin de semana, varios centenares resultaron heridos o detenidos, y el crédito internacional del ocupante, como resaltaba el editorial del diario El País de este martes, volvió a caer por los suelos.
Más allá del lamentable desenlace, no obstante, la cuestión clave parece ser la posibilidad de que haya surgido al fin un movimiento de protesta palestino más general, más unido y, trascendiendo a las dos intifadas anteriores, basado en la resistencia no violenta.
No va a ser fácil. Una resistencia no violenta efectiva requiere, entre otras cosas, dejar de trabajar para el enemigo, y esto es algo que muchos palestinos no están en condiciones de permitirse, si quieren seguir llevando dinero a sus ya de por sí empobrecidas familias (más del 30% de la población palestina vive en el paro y sin ningún tipo de protección social).
Actualmente se calcula que hay unos 65.000 trabajadores palestinos en Israel, aunque probablemente sean muchos más, ya que una gran parte están empleados en la economía sumergida. La mayoría son trabajadores temporales y su situación es realmente precaria: Según denunciaba Hasan Bargouthi, director de Democracia y Derechos para los Trabajadores de Palestina, en una entrevista publicada en Rebelión hace dos años, la Policía les detiene y a veces les rompe el permiso de trabajo, con lo que se encuentran en territorio israelí sin permiso; pagan diferentes impuestos para el Gobierno israelí, pero apenas tienen beneficios; y de su salario les descuentan un 1% para un sindicato israelí que no les protege en absoluto, y otro 13% para un fondo de pensiones supuestamente palestino, pero que no funciona porque el Gobierno israelí lo retiene.
Para muchos, no obstante, eso es más de lo que pueden encontrar en los territorios ocupados.
Y, sin embargo, la resistencia no violenta puede ser la última solución que queda en una lucha donde han fracasado ya tanto los levantamientos más violentos (dos intifadas que han mantenido despierta la atención del mundo, pero sin posibilidad alguna de éxito ante una maquinaria militar israelí que opera prácticamente con impunidad internacional), como las eternas negociaciones y pseudonegociaciones de paz. Porque a los líderes (israelíes y palestinos) les falta valor para adoptar compromisos y ceder posiciones en favor del entendimiento, y porque la comunidad internacional se ha mostrado impotente, en el mejor de los casos, y claramente interesada, en el peor.
Siempre resulta sencillo animar a alguien a que resista sin violencia desde la comodidad del sofá, a miles de kilómetros de distancia, frente al televisor. Es fácil aconsejar a los palestinos que se sienten en el suelo y reciban palos hasta que el mundo no pueda aguantar más el espectáculo y reconozca por fin su derecho a un Estado independiente. Pedirles que se nieguen a mostrar sus pasaportes, que se encadenen al vergonzoso muro que les aprisiona como animales en Cisjordania, que no respondan a la provocación con pedradas o con cohetes, sino de forma pacífica y tenaz, día tras día, hasta que el invasor quede humillado y sin argumentos.
La realidad sobre el terreno es, por supuesto, mucho más dura y mucho más compleja. Y la realidad social del pueblo palestino hoy en día no tiene mucho que ver ni con la India de los años cuarenta ni con el sur de EE UU en los sesenta. Tras años de ocupación y de miseria, lo que ha crecido en el terreno desesperado y claustrofóbico de los territorios ocupados no es, precisamente, la filosofía gandhiana, sino planteamientos mucho más radicales de los que se ha aprovechado, además, el fanatismo religioso. No es una realidad unánime, ni es lo mismo vivir en Ramala que en un suburbio de la franja de Gaza, pero es una realidad que no puede ignorarse. Una gran parte de los niños palestinos vive en una especie de pecera destructiva, donde la violencia (no sólo la israelí) y la falta de futuro es el lenguaje cotidiano a ambos lados del cristal. Muchos niños palestinos no han oído hablar jamás de Gandhi, pero conocen de memoria los nombres de sus «mártires». Y los niños de hoy son los jóvenes de mañana, como los jóvenes de hoy, que son quienes están llamados a hacer la revolución, eran los niños de ayer, cuando las cosas no estaban mucho mejor, sino tal vez peor incluso.
Por otra parte, la posibilidad de que el integrismo reaccione con actos de terrorismo ante lo que sin duda calificará de «concesiones» y de «debilidad» siempre está ahí. Y el comprensible miedo de los ciudadanos israelíes a morir masacrados por una bomba mientras cenan en un restaurante seguirá justificando la represión a ojos de buena parte del mundo.
Pero, con ser todo esto cierto, también lo es que la oportunidad parece única. El impulso y el ejemplo de las revueltas en el resto del mundo árabe, la reciente reconciliación (aunque sólo sea sobre el papel) entre las dos facciones palestinas rivales y un gobierno estadounidense que, al menos en teoría, puede mostrarse algo más receptivo, son factores que conforman, todos ellos, un escenario nuevo.
La tarea, sin embargo, no podrán llevarla a cabo los palestinos solos. Como destacaba ayer uno de los artículos (como siempre, sin firma) del semanario británico The Economist,
Durante años hemos escuchado a los analistas de EE UU renegar del carácter violento del movimiento nacional palestino. Si escucharan las lecciones de Gandhi y de Luther King, insisten, tendrían su Estado hace ya mucho tiempo. Ningún gobierno israelí reprimiría con violencia un movimiento palestino no violento de liberación nacional que tan sólo pretendiese el reconocimiento universal a su derecho de autodeterminación.
Pero […] este punto de vista ignora el hecho de que ya existe ese movimiento no violento, y de que está creciendo. […] Incluso la primera intifada, que estalló en 1987, estuvo al principio tan cerca de la no violencia como podía esperarse razonablemente. La mayoría de los actos de protesta eran huelgas y manifestaciones, y, luego, un buen número de chicos tirando piedras y la contínua amenaza de actos terroristas, procedente, en su mayor parte, de organizaciones con base en el extranjero. […]. Fue la brutal respuesta israelí lo que hizo que la intifada perdiera rápidamente su carácter no violento. […]
En cualquier caso, para los que siguen creyendo que Israel dará a los palestinos un Estado en el instante en que renuncien a la violencia, el momento de la verdad parece haber llegado ya. […] Lo ocurrido durante la Nakba es «la peor pesadilla de Israel: Masas de palestinos marchando, desarmados, hacia las fronteras del Estado judío […]».
[…] Les hemos pedido a los palestinos que depongan las armas. Les hemos dicho que la culpa de que no tengan un Estado es suya, que si abrazasen la no violencia, el mundo, razonable y sin prejuicios, vería la justicia de sus reclamaciones. Pues bien, eso es lo que han hecho. ¿Qué va a ocurrir si miles de palestinos siguen manifestándose de forma no violenta, e Israel les sigue disparando? ¿Haremos buena nuestra retórica y presionaremos a Israel para que reconozca su Estado, o resultará que nuestras teorías no eran más que una táctica cínica en un contexto internacional inmoral, dominado por el militarismo israelí y los grupos de la derecha estadounidense, unidos por su discurso común de la amenaza árabe-musulmana?
El pasado fin de semana, en el aniversario de la Nakba –catástrofe–, como denomina el mundo árabe al día en que se fundó Israel, millares de palestinos, la mayoría descendientes de los 700.000 que huyeron o fueron expulsados de su tierra en 1948, trataron de penetrar en los Altos del Golán –territorio sirio ocupado por el Estado israelí–, en diversas zonas limítrofes de Israel con Líbano, en pasos fronterizos en Gaza y en varios puntos de Cisjordania.
Manifestación pro Palestina en El Cairo, en el Día de la Nakba. Foto: Gigi Ibrahim / Wikimedia Commons
• Recordando la Nakba. Un adolescente palestino murió el sábado y al menos otros ocho palestinos han muerto este domingo, durante la oleada de enfrentamientos entre manifestantes palestinos y fuerzas israelíes con motivo de la celebración del 63º Día de la Nakba. La Nakba (catástrofe) recuerda la expulsión que sufrieron miles de palestinos al crearse el Estado de Israel, en 1948. La conmemoración, que coincide con las celebraciones israelíes por el aniversario de su Estado, está envuelta este año en una polémica aún mayor de la habitual, al haber aprobado recientemente el Parlamento israelí una ley por la cual no se podrán conceder subvenciones procedentes de fondos públicos a ninguna institución que conmemore o estudie el éxodo palestino. Para conocer historias personales más allá de los números y, en definitiva, para saber más, merece la pena visitar la página web del Instituto para el Entendimiento en Oriente Medio (IMEU, por sus siglas en inglés), que estos días ofrece, en forma de vídeos cortos, los testimonios de jóvenes palestinos que cuentan las experiencias vividas por sus familias, todas ellas víctimas de la Nakba.
• La primavera árabe se tiñe de sangre. Enric González, autor de varios libros muy recomendables y veterano corresponsal de El País (ahora, en Jerusalén), analiza el momento en que se encuentran las revueltas populares en el mundo árabe. El resultado no es muy optimista: «La primavera árabe ha costado ya mucha sangre. Y todo apunta a que este es solo el principio de un proceso largo y violento. Libia sufre una guerra civil que la intervención extranjera no ha decantado hacia los rebeldes; Siria permanece encallada en un círculo de protestas y represión y corre el riesgo de una implosión sectaria de tipo libanés; Bahréin ha sido tomada por tropas saudíes; Yemen se hunde en el caos. Incluso Egipto, cuya revolución resultó relativamente modélica, padece convulsiones sociales y económicas de consecuencias imprevisibles».
• La revolución egipcia, 100 días después: Luchando contra las incertidumbres. Otro balance, centrado en la revolución egipcia y a cargo de Michael Collins, editor del Middle East Institute. Casi tres meses después de la caída de Hosni Mubarak, ¿qué está pasando en el país?, ¿se ha atrancado la revolución o es inevitable un progreso lento y difícil?, ¿están claras las intenciones de quienes están llevando las riendas del cambio? Un análisis detallado con enlaces muy interesantes.
• Apuntando a Gadafi desde el cielo. Rosie DiManno, columnista del Toronto Star, habitual enviada especial a las zonas más calientes de la actualidad, y uno de los periodistas estrella del diario canadiense, ofrece desde Italia una esclarecedora y detallada perspectiva de la misión militar internacional en Libia, a través de una entrevista a Charles Bouchard, comandante de la misión de la OTAN en el país magrebí.
• Apatía en los campamentos palestinos. Gideon Levy dedica su última columna en el diario israelí Haaretz a explicar, mediante una interesante entrevista a un activista local de Hamás, las causas por las que ninguno de los dos grandes acontecimientos de estos últimos días (la muerte de Bin Laden y el acuerdo de reconciliación entre Hamás y Al Fatah) ha logrado generar grandes reacciones entre los palestinos del campo de refugiados de Jenin.
• Los nuevos colores de Bagdad. Con más o menos éxito estético, la capital iraquí se está rediseñando a sí misma tras las grises décadas del régimen de Sadam Husein. Colores chillones, palmeras falsas… Un original reportaje en The New York Times, con fotogalería incluida.
Expulsados palestinos con sus pertenencias durante la Nakba, en 1948, en la actual Galilea. Foto: Fred Csasznik
El Parlamento israelí acaba de aprobar una ley por la cual no se podrán conceder subvenciones procedentes de fondos públicos a cualquier institución que conmemore la Nakba (catástrofe), el día en que los palestinos recuerdan la expulsión que sufrieron miles de ellos al crearse el estado de Israel, en 1948. En este artículo, publicado originalmente en inglés en Midthought1, la activista israelí Shiri Raphaely denuncia el carácter discriminatorio de una norma que ha pasado casi desapercibida para la opinión pública.
Israel es un país marcado por múltiples fracturas, surgidas en torno a narrativas superpuestas que derivan las unas hacia las otras, se desafían y luchan entre sí por obtener el inalcanzable título de la verdad absoluta. Y, a pesar de que no existe tal cosa, se diría que el actual gobierno israelí se está esforzando seriamente por establecer de forma oficial un relato autorizado de los hechos, como parte de la construcción de una identidad nacional exclusivamente judío-sionista. En la noche del pasado martes (22 de marzo), la Knesset [Parlamento israelí] aprobó una normativa que parece haber pasado desapercibida, a pesar de su gran importancia. La «Ley Nakba», que establece la retirada de fondos públicos para cualquier institución que conmemore el día palestino del duelo, es discriminatoria, supone una amenaza para los ciudadanos palestinos y daña los intereses de palestinos e israelíes por igual.
El Día de la Nakba recuerda la expulsión, el desplazamiento y la pérdida de vidas y de propiedades que sufrió el pueblo palestino en 1948, y coincide con las celebraciones del Día de la Independencia israelí. Preguntado por las razones de esta ley, el diputado Alex Miller, del partido Israel Beitenu, y uno de los promotores de la norma, indicó que «yo entiendo el Día de la Independencia como un símbolo del Estado, pero, desde edades muy tempranas, a algunos ciudadanos de Israel se les enseña a ver este día como un día de luto. Hay que elegir entre tener una educación para la paz y la coexistencia o tener alumnos a los que se lava el cerebro y se incita desde pequeños en contra de otros ciudadanos de su mismo Estado».
Apelar a la coexistencia como la razón de una ley que deslegitimiza la memoria colectiva de una minoría indígena es absurdo. Es un gran paso atrás, si se compara con los avances conseguidos en la educación sobre las minorías a escala global. Las sociedades postcoloniales o surgidas de conflictos, como Bolivia, Guatemala, Perú o Sudáfrica, han empezado a desarrollar programas educativos interculturales y multiculturales, en los que se enseñan múltiples narrativas históricas, en un esfuerzo por avanzar hacia la reconciliación y construir una identidad nacional integradora. La nueva ley israelí, sin embargo, ratifica oficialmente la incompatibilidad de la historia y la cultura palestinas con la actual construcción de la nación-estado de Israel, al promover una historia que no puede cuestionarse, debatirse o examinarse, y al definir el punto de vista palestino como inválido, violento, antagonista e ilegal.
La ley, además, será más fácil de ignorar por parte de los ciudadanos israelíes, porque su efecto se concentra en los ciudadanos palestinos. De hecho, fue aprobada por 37 votos contra 25, ya que muchos diputados liberales que se habrían opuesto ni siquiera estaban presentes para votar, tal vez porque no consideraban la norma lo suficientemente importante. Sin embargo, creo que la idea de que esta ley no nos concierne es uno de los mayores errores que existen en torno a la conmemoración de la Nakba. La Nakba es una parte significativa de la historia de los judíos israelíes, y es crucial que se reconozca la tragedia que conllevan las victorias violentas, si es que queremos aprender lecciones del pasado.
Si alguna vez va a existir una paz verdadera en la región, ésta no vendrá de verdades absolutas que todo el mundo está obligado a aceptar. Vendrá, más bien, de abrazar el valor de las múltiples narrativas. Mientras escribo sobre el tema de la historia, me parece necesario citar a Howard Zinn, el historiador revisionista que me hizo poner en cuestión (a mí y a muchos de mis compañeros) por primera vez las narrativas históricas estadounidenses: «Creo que si conocéis la historia no seréis engañados tan fácilmente por un gobierno que os dice que tenéis que ir a la guerra por esta o aquella razón; creo que la historia es como una armadura que nos protege de ser inducidos al error».
Ahora que una parte de la historia está siendo borrada en Israel, ¿qué supone esto para nuestro futuro en esta tierra?
Shiri Raphaely es una activista estadounidense-israelí que vive en Israel y trabaja en el campo de los derechos humanos con el Centro Mossawa y Amigos de la Tierra.
El Parlamento israelí acaba de aprobar una ley por la cual no se podrán conceder subvenciones procedentes de fondos públicos a cualquier institución que conmemore la Nakba (catástrofe), el día en que los palestinos recuerdan la expulsión que sufrieron miles de ellos al crearse el estado de Israel, en 1948. En este artículo, publicado en Midthought, la activista israelí Shiri Raphaely denuncia el carácter discriminatorio de una norma que ha pasado casi desapercibida para la opinión pública.
Una breve historia en imágenes de los eventos clave y los personajes que han ido marcando el conflicto árabe-israelí a través de las décadas:
1914–1918. El Imperio Otomano, que había conquistado el Mediterráneo oriental en 1516, se alía con Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Los británicos logran la ayuda de los árabes contra los turcos apoyando su revuelta, y les prometen la independencia en sus territorios. Pero Londres, en la Declaración Balfour (1917), promete también a los judíos una patria en Palestina.
Jerusalén, a principios del siglo XX. Foto: Matson Photo Service, Biblioteca del Congreso de Estados Unidos
1918. Los árabes se hacen cargo de Siria, con el príncipe Faisal Ibn Hussein, de la dinastía árabe hachemí, a la cabeza. Pero después de la guerra, la Liga de Naciones otorga a Francia y Gran Bretaña el control (en «mandatos») de los antiguos territorios otomanos. Francia recibe Siria, y Gran Bretaña las actuales Israel, Cisjordania, Gaza y Jordania.
Soldados británicos en la Ciudad Vieja de Jerusalén, durante el mandato británico de Palestina, en los años treinta. Foto: Matson Eric / Wikimedia Commons
1921. Los británicos dividen su mandato en dos: la parte este del río Jordán se convierte en el emirato de Transjordania, gobernado por el hermano de Abdullah, Faisal; la parte oeste será el mandato de Palestina, y se mantiene bajo control británico.
Abdullah Hussein, emir de Transjordania y futuro rey Abdullah I de Jordania, en El Cairo (sentado a la izquierda en el coche, en la imagen), para un encuentro con el Alto Comisionado británico en Egipto, Edmund Allenby, en 1921. Foto: General Photographic Agency / Hulton Archive / Getty Images
1930. La inmigración judía desde Europa hacia el mandato británico de Palestina, que había comenzado en la década de 1880, se incrementa justo antes de la Segunda Guerra Mundial debido a la persecución nazi. Muchos árabes locales se oponen, y se producen enfrentamientos.
Judíos supervivientes del campo de concentración nazi de Buchenwal, a su llegada al puerto de Haifa. en julio de 1945. Foto: Wikimedia Commons
1947-1949. Gran Bretaña abandona el mandato de Palestina, que queda bajo la supervisión de Naciones Unidas. La ONU propone la creación de dos Estados: uno árabe y otro judío. La propuesta es aceptada por los judíos, pero rechazada por los árabes. David Ben-Gurion declara la fundación del Estado de Israel el 15 de mayo de 1948. Egipto, Siria, Líbano y Jordania invaden el territorio, pero son rechazados. El armisticio de 1949 supune una importante ampliación del territorio designado originalmente para Israel. Entre tanto, se produce la Nakba –catástrofe–, el término con el que el mundo árabe denomina la expulsión, desposesión, exilio o huida de cientos de miles de palestinos tras la fundación del Estado de Israel y la guerra árabe-israelí.
Expulsados palestinos con sus pertenencias durante la Nakba, en 1948, en la actual Galilea. Foto: Fred Csasznik
1956. Tras llegar al poder en Egipto, Gamal Abdel Nasser integra los ejércitos egipcio y sirio y nacionaliza el Canal de Suez, hasta entonces de propiedad europea. Israel se une a Gran Bretaña y Francia y, el 29 de octubre de 1956, invaden la península egipcia del Sinaí. La presión internacional obliga a los israelíes a retirarse, y el Reino Unido y Francia sacan sus tropas del canal.
El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser iza la bandera de Egipto en Port Said, tras la retirada de las tropas británicas de la zona del canal de Suez, en junio de 1956. Foto: Bibliotheca Alexandrina / Wikimedia Commons
1964. Se funda la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), bajo el liderazgo de Yasir Arafat. Tras la debacle de la Guerra de los Seis Días, la OLP se proclamará la única representante del pueblo palestino. El objetivo: conseguir la devolución de su tierra y acabar con el Estado de Israel.
El líder de la OLP, Yasir Arafat, con Nayef Hawatmeh y Kamal Nasser, en Jordania, en junio de 1970. Foto: Al Ahram / Wikimedia Commons
1967. Las hostilidades entre Israel y sus vecinos continúan, y ambas partes vandesarrollando su fuerza militar. El 5 de junio de 1967, Israel lanza un «ataque preventivo» contra las tropas árabes a lo largo de sus fronteras. En la Guerra de los Seis Días, Israel conquisa el Sinaí a Egipto, los Altos del Golán a Siria, y Cisjordania y la ciudad vieja de Jerusalén, a Jordania. Desde entonces, las conversaciones han girado en torno al regreso a las fronteras anteriores a 1967.
Prisioneros de guerra egipcios en el desierto del Sinaí, tras la conquista de la península por las tropas israelíes, en 13 de junio de 1967. Foto: Central Press / Getty Images
1973. El 6 de octubre, Siria y Egipto lanzan un ataque sorpresa contra Israel coincidiendo con la festividad judía del Yom Kipur. Después de las pérdidas iniciales, los israelíes recuperan casi todo el territorio que habían ocupado durante la Guerra de los Seis Días.
Soldados sirios se rinden a las tropas israelíes en los Altos del Golán el 10 de octubre de 1973. Foto: GPO / Getty Images
1979. EE UU combina presiones diplomáticas y económicas para suavizar las relaciones entre Egipto e Israel. En 1979, el presidente egipcio, Anuar Al Sadat, firma un pacto de reconocimiento mutuo con Israel y Egipto recupera el territorio del Sinaí.
El presidente egipcio Anwar al Sadat, el presidente de EE UU Jimmy Carter, y el primer ministro israelí Menájem Beguín, tras la firma de los acuerdos de Camp David, el 17 de septiembre de 1978. Foto: Jimmy Carter Library / CIA
1982. En respuesta a los ataques que venía sufriendo en las ciudades del norte, Israel invade el Líbano y llega a Beirut el 6 de junio de 1982. Durante la guerra se produce la masacre de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Beirut, cuando entre cientos y miles (según las versiones) de palestinos son asesinados a manos de la Falange Libanesa, sin que el ejército israelí, presente en la zona y sabiendo lo que estaba ocurriendo, haga nada por evitarlo. En 1985 Israel se retira de la mayor parte del Líbano, pero mantendrá una «zona de seguridad» a lo largo de la frontera hasta el año 2000.
Una mujer palestina llora mientras trabajadores de la defensa civil retiran el cadáver de un familiar de las ruinas de su casa en el campo de refugiados de Sabra, en Beirut, tras la masacre cometida por la Falange Libanesa, el 19 de septiembre de 1982. Foto: STF / AFP / Getty Images
1987. Durante los años 80, el establecimiento de asentamientos judíos en tierras palestinas continúa de forma sistemática. En 1987 los palestinos de Cisjordania y Gaza lanzan la Intifada (levantamiento popular) contra la ocupación israelí.
El primer ministro israelí Isaac Rabin, y el presidente de la OLP Yasir Arafat, se dan la mano en la Casa Blanca, en presencia del presidente de Estados Unidos Bill Clinton, tras la firma de los Acuerdos de Oslo, el 13 de septiembre de 1993. Foto: Vince Musi / The White House
2000. Bajo el patrocinio de EE UU, Arafat y Ehud Barak, primer ministro israelí, se reúnen de nuevo en Camp David. La conferencia fracasa al no poderse llegar a un acuerdo sobre la parte vieja de Jerusalén. Ariel Sharon, líder del partido derechista israelí Likud, visita la Explanada de las Mezquitas acompañado por 1.000 policías para subrayar la soberanía de Israel sobre la parte más sagrada (para musulmanes y judíos) de la ciudad. El gesto provoca violentas manifestaciones, que desembocan en la Segunda Intifada.
Ariel Sharon, rodeado de personal de seguridad, en la Explanada de las Mezquitas (Monte del Templo para los judíos) de Jerusalén, el 28 de septiembre de 2000. Foto: Brian Hendler / Getty Images
2002. Un terrorista suicida mata a 29 israelíes en un hotel, en el más sangriento ataque individual de la Segunda Intifada. Israel aísla a Arafat en su complejo de Ramala, vuelve a ocupar amplias zonas palestinas que habían conseguido la autonomía en virtud de los Acuerdos de Oslo, y empieza la construcción de un muro de separación en Cisjordania. EE UU plantea una «hoja de ruta» que incluye el fin de los ataques palestinos y el desmantelamiento de los asentamientos israelíes construidos desde marzo de 2001.
El ejército israelí destruye uno de los edificios del complejo de Arafat en Ramala, Cisjordania, el 20 de septiembre de 2002. Foto: Atta Oweisat / AFP / Getty Images
2003. Con el apoyo de EE UU, Mahmud Abás, también conocido como Abu Mazen, se convierte en el primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina.
Mahmud Abás, recién nombrado primer ministro de la Autoridad Palestina, en sus oficinas de Ramala, Cisjordania, el 27 de marzo de 2003. Foto: David Silverman / Getty Images
2004. Israel asesina al jeque Ahmed Yassin, cofundador de Hamás en Gaza. Su sucesor, Abdel Aziz Al Rantisi, es asesinado también en un ataque similar con misiles. Arafat muere el 11 de noviembre y Mahmud Abás le sucede como presidente de la OLP, ganando las elecciones, y bajo la promesa de intentar poner fin a la violencia y firmar la paz con Israel.
Una multitud lleva el féretro del jeque Ahmed Yassin, asesinado en un ataque israelí, durante su funeral en Gaza, el 22 de marzo de 2004. Foto: Mohammed Abed / AFP / Getty Images
2005. Sharon y Abás anuncian un alto el fuego y la violencia disminuye. Después de 38 años de ocupación, Israel completa la evacuación de 15.000 colonos judíos de Gaza, pero el lanzamiento de cohetes desde la franja provoca renovados ataques aéreos israelíes.
Un colono se enfrenta a un soldado israelí en el asentamiento judío de Neve Dekalim, en Gaza, durante la evacuación forzosa y el desmantelamiento de las colonias israelíes en la Franja, el 17 de agosto de 2005. Foto: Spencer Platt / Getty Images
2006. El paisaje político cambia, tanto en Israel como en los territorios palestinos. En Israel, Sharon entra en coma tras un derrame cerebral y sus poderes pasan a Ehud Olmert. Y, en las elecciones palestinas, Hamás, no reconocida por Israel como interlocutor y considerada un grupo terrorista por buena parte de la comunidad internacional, logra la victoria en Gaza, imponiéndose a Al Fatah.
El primer ministro en funciones de Israel, Ehud Olmert, junto a la silla vacía del primer ministro, Ariel Sharon, durante una reunión del gabinete de crisis del Gobierno. Foto: Lior Mizrahi / Pool / Getty Images
2006. En julio, tras el asesinato de los miembros de una patrulla israelí en la frontera, Israel entra de nuevo en el Líbano y combate a Hizbulá en una guerra de un mes de duración que causa al menos 1.100 libaneses y 156 israelíes muertos, aparte de enormes destrozos. La comisión oficial israelí concluye que el enfrentamiento terminó «sin una victoria militar definida».
Un soldado israelí en la frontera entre Israel y Líbano carga una unidad de artillería que dispara proyectiles contra objetivos de Hizbulá en el sur libanés, el 16 de junio de 2006. Foto: Menahem Kahana / AFP / Getty Images
2007. La coalición entre Al Fatah y Hamás se viene abajo cuando Hamás toma el control de Gaza en combates que dejan cientos de muertos. Israel declara Gaza «territorio hostil» y corta el suministro de combustible y electricidad. La división palestina continúa hasta hoy: Hamás controla Gaza, y Al Fatah, Cisjordania. EE UU patrocina una infructuosa conferencia de paz en Annapolis (el primer intento estadounidense en siete años para alcanzar un acuerdo).
Un chico palestino, junto a un vehículo en llamas durante los enfrentamientos entre Hamás y Al Fatah en Gaza, el 14 de mayo de 2007. Foto: Mohammed Abed / AFP / Getty Images
2008, 2009. Gaza, controlada por Hamás y aislada por un férreo bloqueo económico y humano, sufre dos grandes ofensivas israelíes tras ataques de cohetes desde el territorio palestino hacia las ciudades del sur de Israel. En la primera, en febrero de 2008, mueren más de 120 palestinos; la segunda, entre diciembre de 2008 y enero de 2009, deja más de 1.300 palestinos y 13 israelíes muertos. Un mes después, Netanyahu gana las elecciones en Israel.
Una breve historia en imágenes de los eventos clave y los personajes que han ido marcando el conflicto árabe-israelí a través de las décadas: 1914–1918. El Imperio Otomano, que había conquistado el Mediterráneo oriental en 1516, se alía con Alemania… Leer
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