La gran sorpresa de la gala de los Oscar, la aparición de Michelle Obama por videoconferencia desde la Casa Blanca para anunciar el premio a la mejor película, no ha sentado muy bien en Irán. Los medios oficiales de este… Leer
La gran sorpresa de la gala de los Oscar, la aparición de Michelle Obama por videoconferencia desde la Casa Blanca para anunciar el premio a la mejor película, no ha sentado muy bien en Irán. Los medios oficiales de este país ya estaban suficientemente molestos con el filme vencedor, Argo, al que han tachado de «distorsión de la historia». Ahora, las críticas se han disparado. La televisión estatal dijo que que la Academia de Hollywood había entregado su «Oscar más político», y acusó a Ben Affleck, director y protagonista de la película, de especializarse «en la exageración, la desproporción y la creación de escenas falsas».
Por su parte, Fars, la agencia semioficial de noticias iraní, ha estado más pendiente de otras cosas. En concreto, del cuerpo de la esposa del presidente de EE UU. Y es que, por lo visto, el vestido de Michelle Obama dejaba al descubierto demasiada piel, al menos para lo que dictan las reglas sobre la imagen de las mujeres en los medios oficiales de Irán. ¿La solución? El siempre socorrido Photoshop:
Al margen del asunto del escote de la primera dama (la censura de imágenes supuestamente ‘inmorales’ es habitual en los medios iraníes), las críticas se han centrado en la presunta intencionalidad de la aparición de la esposa del presidente. Según informa la agencia AFP, la televisión estatal iraní dijo que su participación «aumenta la especulación de que premiar esta película tenía un motivo político». Fars, afiliada a la Guardia Revolucionaria, indicó que Argo es un filme «anti-iraní», financiado por una «empresa sionista», en referencia a la producción, realizada por los estudios Warner Bros.
Argo, que obtuvo además el Oscar al mejor guión adaptado y a la mejor edición, narra cómo la CIA rescató a seis diplomáticos estadounidenses ocultos en la casa del embajador de Canadá en Teherán, durante la revolución iraní de 1979. Los otros 52 rehenes fueron retenidos durante 444 días, en una acción que provocó la ruptura de relaciones diplomáticas entre Washington y Teherán. La película no es, ni pretende serlo, un documental, sino un thriller político. Y los propios creadores han admitido que se han tomado libertades con la historia verdadera.
Dejando a un lado su calidad cinematográfica (la película es eficaz, pero también bastante convencional), Argo puede resultar polémica, en el sentido de que parece glorificar a agentes de la CIA, tiene aspectos propagandísticos y sufre de numerosas inconsistencias históricas. Pero no es una panegírico proestadounidense. «La película se inicia con la explicación de tres décadas de historia iraní, en la que desagraciadamente Estados Unidos tuvo mucho que ver», ha dicho Affleck.
El enfrentamiento, desde luego, no es nuevo. La imagen que innumerables películas de Hollywood ofrecen (cada vez menos, pero aún) de los musulmanes (estereotipados, violentos, terroristas, irracionales), tanto árabes como no árabes (una distinción demasiado sutil para muchos guionistas estadounidenses), ha sido objeto de muchas críticas, la mayoría, justificadas. Pero en el caso de Irán, en un contexto de contínua tensión con EE. UU., la hostilidad puede generarse incluso cuando se trata de hechos ocurridos hace miles de años. En 2007, por ejemplo, Hollywood provocó también la ira de los medios iraníes por la película 300, basada en un cómic de Frank Miller, y en la que se ofrece un descarnado relato de las guerras greco-persas, donde los antepasados de los iraníes no resultan muy bien parados.
La relación con Hollywood, sin embargo, parecía haberse destensado un poco el año pasado, cuando Irán ganó su primer Oscar con La separación, que obtuvo el premio a la mejor película de habla no inglesa, un momento que muchos medios iraníes calificaron de «histórico». Hasta ahora.
Actualización (26/2/2013):
Juan Cole escribe este martes en su blog, Informed Comment, una muy interesante y documentada crítica de la película, detallando sus falsedades históricas y denunciando su lado propagandístico: ‘Argo’ como orientalismo, y por qué molesta a los iraníes.
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Codirigido en 2011 por el palestino Emad Burnat y el israelí Guy Davidi, y coproducido por Palestina, Israel y Francia, el largometraje documental 5 cámaras rotas sigue durante varios años la lucha y las protestas pacíficas de los habitantes de Bil’in, un pueblo de Cisjordania que va perdiendo tierras de cultivo debido a la construcción del muro de separación con Israel y al avance de los asentamientos de colonos israelíes en las proximidades de la localidad.
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El Oscar a la mejor película de habla no inglesa conseguido por la película iraní A Separation, un drama familiar que relata la ruptura de un matrimonio en el Irán contemporáneo, es especialmente relevante, no solo porque supone un hito en la historia del cine de esta nación (nunca antes un film de Irán había logrado un Oscar, y, por muy devaluados que estén, siguen siendo los premios cinematográficos más importantes, o al menos los más famosos, del mundo), sino también porque, gracias al reconocimiento, serán muchos más los espectadores que podrán acercarse de un modo diferente a un país cuya relación con Occidente parece limitarse a fanatismos, amenazas, intransigencia, intereses petroleros y más y más tensión.
La fuerza de la cultura, de la voz de la gente y los artistas, más allá de los políticos y los gobernantes, es siempre una clave de la salud de una sociedad. Cuando las cosas van mal es, además, tremendamente necesaria.
El que mejor lo expresó, en cualquier caso, fue el propio director de la película, Asghar Farhadi, al recoger el premio en Los Ángeles. Con su habitual elegancia y sin decir una palabra más alta que otra, su breve, valiente y emocionante discurso fue un ejemplo de cómo aprovechar la oportunidad de poder dirigirse a una audiencia de millones de personas, para muchas de las cuales Irán solo es sinónimo de barbarie y de violencia:
En estos momentos, muchos iraníes en todo el mundo nos están viendo, e imagino que se sentirán muy felices. Felices no solo por este importante premio, o por una película, o por un director, sino porque en estos tiempos en los que los políticos solo hablan de guerra, intimidación y agresión, el nombre de su país se está escuchando aquí por su gloriosa cultura, una cultura rica y antigua que ha permanecido oculta bajo el pesado polvo de la política. Lleno de orgullo, ofrezco este premio a la gente de mi país, a la gente que respeta todas las culturas y civilizaciones y reniega de la hostilidad y del resentimiento.
La noticia se celebró en Irán por todo lo alto, una fiesta a la que no dudaron en sumarse también, paradójicamente, los medios oficiales. Y es que, a pesar de que cualquier cosa que venga de Estados Unidos suele ser tratada con duras críticas o con desdén por parte de la prensa gubernamental, esta vez el premio era demasiado grande como para hacerle ascos.
«El cine iraní hace historia», titulaba, por ejemplo, la agencia oficial de noticias IRNA. Lo que no decía, sin embargo, es que, aunque finalmente fue seleccionada por las autoridades para representar a Irán en los Oscar, esa misma histórica película fue retirada por el gobierno de las salas iraníes durante más de una semana, el pasado otoño, tras el apoyo expresado por Farhadi a sus colegas cineastas que permanecen encarcelados en el país.
El Oscar a la mejor película de habla no inglesa conseguido por la película iraní A Separation, un drama familiar que relata la ruptura de un matrimonio en el Irán contemporáneo, es especialmente relevante, no solo porque supone un hito… Leer