Un cartel electoral de Erdoğan en Estambul, en 2011. Foto: Myrat / Wikimedia Commons
El partido gobernante en Turquía, Justicia y Desarrollo (AKP), obtendría el 44% de los votos (seis puntos porcentuales menos que en los últimos comicios) si se celebrasen ahora elecciones, de acuerdo con una reciente encuesta elaborada por la empresa demoscópica Sonar. El sondeo, realizado entre el 8 y el 16 de julio a un total de 3.000 personas en todo el país, es relevante porque es el primero a gran escala que se publica después de las históricas protestas ciudadanas de hace un mes, y también porque la agencia responsable es la que más se aproximó a los resultados finales de las elecciones anteriores, cuando el partido del primer ministro, Recep Tayip Erdoğan, consiguió cerca del 50% de los votos, asegurándose así un tercer mandato consecutivo.
La encuesta no pronostica ningún cambio radical en el panorama político turco. Un 44% de los votos permitiría al AKP (islamista moderado) seguir gobernando, ya que los aumentos que experimentan los partidos de la oposición no son suficientes para alcanzar la mayoría, ni siquiera en el improbable caso de que decidiesen unirse. El CHP (Partido Republicano del Pueblo, kemalista, laico y de centro-izquierda) sube solo dos puntos, hasta el 28%, y el MHP (Partido de Acción Nacionalista, considerado de extrema derecha), tres, hasta el 16%.
Sin embargo, de mantenerse este apoyo en las elecciones presidenciales previstas para dentro de un año, Erdoğan no podría ser elegido, ya que para ello necesitaría al menos un 50% de los votos. Erdoğan, a quien la ley impide aspirar a un cuarto mandato como primer ministro, espera presentarse a estos comicios, especialmente si al final consigue sacar adelante una polémica y poco popular reforma constitucional que daría amplios poderes ejecutivos a la presidencia, en un modelo semejante al estadounidense.
En este sentido, Hakan Bayrakci, director de la empresa encuestadora, recuerda en declaraciones al diario Hürriyet que la reacción de la gente durante las manifestaciones iniciadas en el parque Gezi «no era específicamente contra el AKP, sino contra el primer ministro y su postura ante las protestas».
De todos modos, y pese a la magnitud de las protestas de junio, no parece probable que hayan sido éstas la única causa de la pérdida de apoyo electoral que podría sufrir el primer ministro. La dura respuesta de Erdoğan puede haberle restado votos, pero, como explica Murat Yetkin en Hürriyet, también afianzó el apoyo al Gobierno del sector más conservador de la base electoral del AKP. Eso sin olvidar que la inmensa mayoría de los que salieron a la calle no eran precisamente votantes de Erdoğan. No se trataba de votantes defraudados, sino de gente que nunca ha votado al líder islamista, y que no tiene intención alguna de votarle en un futuro.
Por otro lado, tampoco había en las protestas una presencia mayoritaria de simpatizantes del CHP, un hecho que, mientras este partido no sea capaz de ganarse el apoyo de los descontentos, hace dudar de que la balanza se haya inclinado de forma determinante hacia del principal grupo de la oposición.
Así, la clave, según Yetkin, es necesario buscarla tambien en el aumento (pequeño pero significativo) logrado por los nacionalistas radicales del MHP, una subida que podría deberse al acuerdo alcanzado en marzo con los separatistas kurdos:
El ligero aumento de votos del MHP tiene más que ver con la iniciativa de Erdoğan de firmar la paz con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ha estado librando una campaña armada durante los últimos 30 años, que con las protestas del parque Gezi. El MHP, a diferencia del CHP, rechaza las conversaciones de paz con el PKK. Al tratar de cerrar un acuerdo con el PKK a través de su brazo político en el Parlamento, el Partido Paz y Democracia (BDP) –con un potencial de voto cercano al 7%– Erdoğan podría estar desviando votos del MHP de cara a las tres próximas elecciones […].
En esta misma línea se expresa también el analista de la Fundación Century Omer Zarpli:
El proceso de paz con los kurdos conlleva un gran riesgo político. Hace seis meses, el gobierno [de Erdoğan] inició negociaciones con el encarcelado líder del PKK Abdulá Ocalan, con el fin de acabar con una larga guerra de tres décadas. Pero si Erdoğan parecía comprometido, lo cierto es que actualmente, aunque sigue interesado, el público se mantiene ambivalente con respecto al proceso de paz. Las negociaciones con el vilipendiado Ocalan han despertado la ira de parte de la opinión pública. Erdoğan corre el riesgo de perder al bloque nacionalista, al que ha estado cortejando desde que comenzaron las protestas para intentar consolidar la base que le apoya. […] Erdoğan ha estado postergando sus decisiones, esperando probablemente a que el último militante del PKK haya salido de Turquía para anunciar e implementar reformas políticas más profundas. Pero los acontecimientos recientes han demostrado que la paz es cada vez más frágil a medida que el proceso se estanca y el Gobierno retrasa la adopción de estas reformas […]. Y, con una posición política cada vez más incierta, mantener ese difícil equilibrio entre las preocupaciones de la opinión pública turca y las demandas de los kurdos no va a ser fácil.
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El pasado 21 de marzo, Abdulá Ocalan, el líder y fundador del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), instó a los militantes de esta organización a poner fin a las hostilidades y a retirarse «más allá de las fronteras» de Turquía «para que callen las armas y hablen las ideas». Ocalan, que cumple cadena perpetua en la isla de Imrali, en el mar de Mármara, desde 1999, reclamó que turcos y kurdos «permanezcan unidos» como lo han estado «en el pasado».
La carta de Ocalan, difundida en turco y en kurdo, ha sido interpretada como histórica, por lo que supone de esperanza para acabar con un conflicto que dura ya más de 30 años y que ha dejado unos 40.000 muertos, muchos de ellos civiles: «Hemos sacrificado nuestra juventud. Hemos pagado un alto precio, pero no ha sido en vano. La lucha permitió a los kurdos recuperar su identidad. Pero la sangre que mana del pecho de los jóvenes es la misma sean estos kurdos o turcos. Estamos ante una nueva era. En lugar de armas, tenemos ideas», escribió el líder kurdo. Dos días después, la guerrilla del PKK anunció un alto el fuego.
El comunicado es, en cualquier caso, la consecuencia lógica de un proceso iniciado hace ya algún tiempo. En los últimos años, Ocalan y su grupo han moderado sus posiciones, y su principal reclamación se basa ahora, más que en la independencia, en una mayor autonomía para la región kurda del sudeste turco. De hecho, el Gobierno turco reveló el pasado mes de diciembre que llevaba meses conversando con Ocalan para buscar una solución al conflicto con el PKK, una organización armada fundada en 1974 como movimiento de liberación nacional, considerada actualmente como «terrorista» por Turquía, la UE y EE UU, y que se define como comunista-socialista, nacionalista y separatista.
A falta de saber cuándo y en qué condiciones los guerrilleros del PKK iniciarían su retirada, el Gobierno y el Parlamento de Ankara discuten ahora cómo avanzar en el proceso de paz. Los cuatro partidos presentes en la Asamblea ya han enviado sus borradores a la comisión encargada de la redacción de una nueva Constitución. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, el partido islamista moderado gobernante) y el Partido para la Paz y la Democracia (BDP, la principal fuerza política prokurda) quieren limitar la actual definición nacionalista turca del Estado y abren la puerta al uso cooficial del kurdo, a lo que se oponen los dos grandes partidos de la oposición.
El proceso de paz abierto, como cualquier iniciativa de diálogo encaminada a acabar con un conflicto armado, supone un paso fundamental, pero presenta, asimismo, muchas dificultades e interrogantes. El más inmediato es, sin duda, el problema de las armas.
En un segundo comunicado, dado a conocer el pasado día 4 por un diario turco, aunque desmentido después por el principal partido político kurdo, Ocalan habría pedido los combatientes del PKK que se retiren de territorio turco «sin armas». En este sentido, los líderes del PKK en las montañas del norte de Irak han pedido a las autoridades turcas garantías legales de que el ejército no atacará a los guerrilleros antes de que crucen la frontera, pero el Gobierno de Recep Tayyip Erdoğan ha rechazado estas condiciones. Durante una retirada anterior, en 1999, murieron cientos de guerrilleros como consecuencia de los enfrentamientos entre milicianos del PKK y las fuerzas de seguridad.
«No podemos dejar las armas y entonces retirarnos, eso es imposible. Dejar las armas es lo último sobre lo que tenemos que discutir ahora que estamos iniciando este proceso», asegura el comandante y jefe militar de la guerrilla del PKK Murat Karayilan, en una entrevista a El País. «Erdoğan quiere discutir el desarme al inicio del proceso, pero eso es como poner el carro delante del caballo», añade.
Otros obstáculos, no menos importantes, los expone el analista turco Ali Gokpinar en un artículo publicado hace unos días en openDemocracy. Según Gokpinar, la clave, como suele suceder en estas situaciones, es el perdón:
[Ocalan] ha instado a kurdos y turcos a que se perdonen los unos a los otros, pero no está claro que semejante camino pueda recorrrese de un modo fluido. El Gobierno turco ha rechazado firmemente la idea de conceder una amnistía a los exguerrilleros, o incluso de comenzar un proceso legal para ello. Este es el punto más débil de las actuales negociaciones de paz, porque, aunque todo el mundo habla de desmovilización y reintegración, parece que todos los actores principales están evitando discutir sobre un auténtico proceso de reconciliación y perdón. ¿Cómo nos vamos a perdonar los unos a los otros si no encaramos las heridas abiertas? ¿Cómo van a perdonar las madres kurdas y turcas a las fuerzas turcas y kurdas que han asesinado a sus seres queridos?
El propio Karayilan también hace referencia al problema:
Querríamos que se establezca una comisión para la verdad y la reconciliación, porque nosotros también hemos matado a soldados turcos. A través de esta comisión, ambas partes, mutuamente, se pueden perdonar.
Por otra parte, Ocalan pone las bases simbólicas para una aproximación entre kurdos y turcos en la coexistencia de varios grupos étnicos y religiosos en Mesopotamia, enfatizando los elementos comunes de todos ellos como pueblos hermanos en torno a las culturas del Cercano Oriente asentadas entre el Tigris y el Éufrates. Pero sus planteamientos están llenos de referencias islámicas, lo que no deja de ser paradójico, considerando el origen declaradamente laico y marxista del pensamiento de Ocalan. «Es cierto que muchos kurdos son devotos del islam, y que apoyarían la idea de construir los nuevos cimientos sobre la base del islam, pero la cuestión es cómo podrán asumir esta idea los muchos kurdos laicos o el propio PKK», indica Gokpinar.
Otros problemas tienen más que ver con la situación interna que viven ambas partes. Como escribe Pelin Turgut en Time:
Ocalan cuenta con que sigan sus pasos unos mandos del PKK con los que no tiene contacto desde hace una década. Y en Ankara, Erdoğan está obligado a lidiar con los elementos más duros de una oposición que, tanto desde la derecha como desde la izquierda, le acusan de estar asfaltando el camino para una mayor autonomía kurda, a costa del Estado turco.
Turgut destaca asimismo el elemento externo, en la cambiante situación actual de la región:
Hay también un sentimiento de urgencia que no está ligado tan solo a la dinámica interna de la política turca. El mapa de Oriente Medio está cambiando rápidamente, y los kurdos de Turquía están siendo impulsados por un Kurdistán iraquí rico en petróleo y cada vez más confiado. En Siria, los kurdos están emergiendo también como un nuevo actor autónomo. Se suele afirmar que los kurdos constituyen el mayor pueblo del mundo sin un Estado propio, pero los líderes kurdos, incluido Ocalan, aseguran cada vez más que ya no están tan interesados en un único Estado kurdo, sino en una especie de confederación que se extendería a través de varias fronteras nacionales.
En un estudio de 2011 citado por El País, la Asociación Internacional Kurda, una organización formada por kurdos residentes en EE UU, situaba en 37 millones el total de la población kurda en el mundo. La gran mayoría viven repartidos entre Turquía (cerca de la mitad, lo que supone en torno al 20% de la población de este país), Siria, Irak, Irán y, en menor medida, Armenia. En Europa hay una importante diáspora, principalmente en Alemania (unos 700.000) y en Francia (150.000).
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Combatientes kurdos en un control en Afrin, Siria, cerca de la frontera con Turquía. Imagen: Scott Bobb / Voice of America / Wikimedia Commons
La evolución de la guerra civil en Siria y, concretamente, en la zona fronteriza con Turquía, donde fuerzas kurdas han tomado el control de varios enclaves, está reavivando uno de los mayores miedos del Gobierno turco: la posible futura creación de un territorio autónomo kurdo en Siria, estrechamente ligado al Kurdistán iraquí y capaz de reavivar las demandas independentistas de la población kurda en Turquía. De hecho, uno de los principales integrantes de una recién creada coalición de grupos kurdo-sirios es el PYD, aliado del PKK turco, que lleva casi tres décacadas luchando contra el gobierno de Ankara.
Turquía ya se enfrentó a una situación similar en Irak, tras la imposición en 1991, por parte de Estados Unidos, de una zona de exclusión aérea en el Kurdistán iraquí, y la posterior caída, en 2003, de Sadam Huseín. Entonces Ankara reaccionó estrechando lazos con los líderes kurdos de Irak e invirtiendo grandes sumas de dinero en el nuevo territorio autónomo. Ahora, sin embargo, se enfrenta al dilema de que su actual apoyo a las fuerzas opositoras sirias le pueda resultar contraproducente.
Para complicar más aún la cosa, el Gobierno turco acaba de acusar al régimen de Bashar al Asad de estar proporcionando armas al PKK. Los enfrentamientos entre el ejército turco y militantes del PKK se han intensificado en las últimas semanas al este de la frontera con Siria, en el sureste de Turquía, y Ankara teme que el PKK esté aprovechando el caos reinante en el país vecino para expandir su influencia.
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Una bandera kurda en Duhok, en el Kurdistán iraquí. Foto: William John Gauthier / Flickr (CC)
Hace poco más de un mes, muchos de los pueblos que habitan Oriente Medio y el Asia central celebraron la festividad anual de Noruz, una tradición que hunde sus raíces en el zoroastrismo y que, durante más de 3.000 años, ha marcado puntualmente el principio de la primavera con ritos asociados al fuego, a la tierra, a la abundancia y al renacimiento de la vida. Es el año nuevo persa y, como tal, la fiesta se vive con especial intensidad en Irán. Pero no sólo allí. Para los kurdos, Noruz es el recuerdo de una victoria.
Cuando, en los tiempos del mito, el legendario héroe Kave Ahangar logró acabar por fin con el poder diabólico del tirano Zahak, la llegada de la primavera y la esperanza de un futuro mejor quedaron asociadas para siempre en el imaginario colectivo del pueblo kurdo. Fue, literalmente, el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Y si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir…
La cuestión es cuándo.
No existe un censo oficial, pero se calcula que los kurdos son actualmente entre 40 y 50 millones. Están repartidos entre Turquía (más de 20 millones), Irán (unos 13 millones), Irak (8 millones), Siria (algo menos de 2 millones) y Armenia (unos 100.000). Muchos viven también en la diáspora, sobre todo en Alemania, Suecia y el Reino Unido. Todos comparten una lengua y una cultura comunes, y la mayoría son musulmanes (suníes, principalmente), pero existe también una minoría de cristianos e incluso algunos judíos. Se les considera el mayor pueblo del mundo sin un Estado propio, y no es muy probable que esta situación vaya a cambiar, al menos a corto plazo.
Y es que los vientos de cambio que están barriendo la región del planeta en la que habitan están soplando en muchas direcciones, pero el Kurdistán, un país que tendría, si existiera, un tamaño semejante al de Irak, no parece ser, para variar, una de ellas.
De momento, lo único que han conseguido los kurdos al abrigo de las revoluciones actuales es obtener la ciudadanía en Siria, donde sufrían todos los problemas de estar sometidos a un Estado y ninguna de sus supuestas ventajas. Se trata de una ‘concesión’ que está enmarcada, en cualquier caso, dentro de las medidas con las que el dictador Bashar al Asad ha intentado, en vano, aplacar las protestas contra su régimen.
¿Llegaremos a ver una revuelta popular kurda semejante a las que están protagonizando muchos de los pueblos árabes? No parece probable.
En primer lugar, una hipotética revuelta kurda tendría, en principio, otras demandas. No se trataría de pedir más democracia, sino, en teoría, de exigir la independencia. Y eso puede ser mucho más complicado, entre otras cosas, porque lo que reclaman ya muchos kurdos, como los de Siria o los de Irak, no es la independencia en sí, sino mayores niveles de autonomía, menos corrupción, mejores condiciones económicas, igualdad de derechos con el resto de los ciudadanos o un respeto básico a su cultura.
En segundo lugar, no serían protestas dirigidas contra un solo régimen, sino contra cuatro, cada uno con su propia realidad, sus propios problemas y su propia política.
Al margen de la Historia
Cuando los antiguos poderes coloniales, Francia y el Reino Unido, se repartieron la región al término de la I Guerra Mundial sentaron las bases para la creación de estados nacionales que atendían exclusivamente a sus intereses económicos y geoestratégicos, y a base de tiralíneas. Con el tiempo, la situación acarreó todo tipo de problemas, incluyendo la división del pueblo árabe, la mezcla de diferentes identidades y comunidades en naciones artificiales, la ascensión al poder de gobernantes corruptos, tiranos, títeres o simplemente inoperantes, y, por supuesto, la pesadilla originada por la creación en Palestina del Estado de Israel.
Pero, probablemente, y al margen del problema palestino, quienes se llevaron la peor parte en el reparto de la tarta fueron los kurdos. Su territorio, el Kurdistán, quedó fragmentado entre nuevos países, y los kurdos se convirtieron, contra su voluntad, en turcos, iraquíes, sirios o iraníes, después de una efímera independencia que fue aplastada en 1921, con la ayuda de los británicos. En cada uno de estos países fueron obligados a «integrarse» y se les prohibió el desarrollo de su lengua, de sus costumbres y de su cultura.
En Turquía, la nación kurda no existe oficialmente. Los kurdos son considerados por el gobierno un pueblo de origen turco, y su idioma, una mezcla deformada del persa, el árabe y el turco. Hasta hace sólo unos años, los únicos maestros que podían enseñar en las escuelas kurdas eran docentes turcos enviados por el Estado desde la otra punta del país.
A pesar de que la situación ha mejorado algo en los últimos años, sobre todo debido al deseo de Turquía de ingresar en la Unión Europea, la represión sigue siendo importante. Es posible que hayan pasado los tiempos más duros del terrorismo independentista kurdo del PKK y la represalia brutal del ejército turco (una guerra que dejó 37.000 muertos desde finales de los años ochenta), pero la situación está aún lejos de una mínima normalidad.
Hace sólo unos días, la decisión de la Comisión Electoral Suprema de Turquía de impedir a importantes candidatos independientes kurdos presentarse a las elecciones de junio provocó violentas protestas en el Kurdistán turco, con el resultado de un muerto y varios heridos. En Estambul, decenas de personas llegaron a acampar en una céntrica plaza de la localidad, en un intento de emular las manifestaciones de la plaza Tahrir de El Cairo. La Comisión Electoral dio finalmente marcha atrás y acordó permitir la participación de los candidatos kurdos.
De las masacres al gobierno
En Irak, la suerte de los kurdos ha sido especialmente trágica. El régimen de Sadam Husein los puso en el punto de mira y, con el fin de evitar cualquier reivindicación que implicara una segregación del norte del país, rico en petróleo y donde vive la mayoría de la población kurda, no dudó en masacrarlos (armas químicas incluidas). Las excusas: terrorismo, colaboracionismo con Turquía o con Irán… Miles de personas, muchas de ellas civiles, y una gran cantidad de niños, fueron asesinados. Unos 5.000 kurdos de la ciudad de Halabja murieron en 1988, cuando el régimen de Sadam Husein usó gas nervioso contra la población. Se calcula que cerca de 182.000 civiles murieron entre 1986 y 1989 durante operaciones militares contra las zonas rurales del Kurdistán iraquí.
Tumbas de víctimas del ataque químico perpetrado por el régimen de Sadam Husein en 1988 contra la población kurda en Halabja, Irak. Foto: Adam Jones / Wikimedia Commons
No es de extrañar, por tanto, que varias facciones kurdas se levantaran contra el régimen de Sadam tras la primera Guerra de Golfo, o que los representantes políticos de los kurdos iraquíes apoyasen, en su mayoría, la invasión de Irak que lideró posteriormente EE UU, en 2003. Una vez derrocado Sadam Husein los kurdos lograron un alto grado de autonomía, y uno de sus principales dirigentes, Yalal Talabani, es hoy el presidente de Irak.
Actualmente, el Kurdistán iraquí es una de las regiones más estables y seguras del país. Mantiene sus propias relaciones exteriores, y es sede de consulados y oficinas de representación de varios países, como Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Suecia, Holanda o Rusia. En general, los kurdos de Irak se decantan por pertenecer a una nación federal y democrática más que por la independencia, algo, por otra parte, difícilmente conseguible estando a la sombra de Turquía.
La situación, sin embargo, no es tan idílica como pueda parecer. Las tasas de desempleo son muy altas y los graves niveles de corrupción preocupan especialmente a la población, hasta el punto de haber salido también a la calle para exigir reformas, transparencia y democracia. En una de estas protestas, el pasado 17 de febrero, murieron nueve personas al abrir fuego la policía contra grupos de manifestantes que se dirigían hacia las oficinas de los dos principales partidos kurdos iraquíes. Pero el descontento es, de momento, más socioeconómico que nacionalista.
Ciudadanos de segunda
¿Y en Siria? En 1962, antes incluso de la llegada al poder de Hafez al Asad, el padre del actual presidente, el gobierno, dominado ya por el partido Baaz, quitó la ciudadanía y los derechos civiles a más de 100.000 kurdos de la provincia de Al-Jasaka, en el noreste del país, durante una época de fuerte tensión con Turquía e Irak. La medida afectó también a sus descendientes, y ha estado vigente durante casi medio siglo, hasta que fue derogada el pasado 7 de abril por el presidente Bashar al Asad. La razón puede haber sido tanto el temor a que las protestas kurdas avivasen más aún la rebelión popular contra el régimen, como un intento de sembrar división y discordia entre las numerosas facciones y minorías que conforman Siria. Además, medio centenar de prisioneros kurdos fueron liberados.
Hasta ahora, por tanto, los kurdos de Siria (aproximadamente, el 12% de la población, prácticamente todos ellos musulmanes suníes) han luchado más por la dignidad que por la independencia. En las protestas, y a diferencia de actos similares organizados por partidos kurdos turcos o, en el pasado, iraquíes, los manifestantes no reivindicaban ni autonomía, ni Estado federal, ni segregación, sino poder disfrutar de los mismos derechos que tienen las demás comunidades sirias.
Lo que ocurra a partir de ahora es una incógnita, y depende de si el régimen logrará sobrevivir o no, y cómo, a la revolución en todo el país.
El caso de Irán, por último, es más complejo. En un principio, los kurdos iraníes (unos 4 millones, ubicados principalmente en las provincias noroccidentales de Kurdistán, Kermanshah e Ilam) apoyaron la revolución islámica de 1979 contra el sha, pero su oposición a la república teocrática chií les enfrentó al nuevo régimen. Jomeini les declaró una guerra santa y aplastó la revuelta sin contemplaciones. Con la llegada del relativo aperturismo de Jatami, en 1997, lograron algunos avances en el reconocimiento de su identidad cultural, pero cuando las protestas por el juicio en Turquía al líder kurdo Abdullah Öcalan se extendieron también a Irán, comenzaron a producirse choques sangrientos con la policía.
En 2004, miembros del PKK turco crearon el PJAK, una milicia en las montañas de la frontera entre Irak e Irán que, a partir de 2006, llevó a cabo varios atentados con bomba y fue a su vez bombardeada regularmente por el ejército iraní. Según diversas informaciones, el PJAK recibía apoyo de EE UU, lo que resultaba especialmente polémico, dado que Washington (y también la UE) considera al PKK un grupo terrorista.
En noviembre de 2008, poco después de la victoria electoral de Barack Obama, el PJAK anunció que ponía fin a la lucha armada contra Irán y que pasaba a enfrentarse directamente contra Turquía. No obstante, en abril de 2009 tuvo lugar un ataque a una comisaría iraní en el que murieron 18 policías y 8 guerrilleros. Irán contraatacó una semana después bombardeando una aldea kurda iraquí.
División… y petróleo
Más allá de las diferentes realidades de los kurdos en sus respectivos países, o del hecho de que las revueltas actuales en Oriente Medio esten más centradas en reclamar libertad, pan y democracia que en aspiraciones independentistas, uno de los principales impedimentos para que surja una ‘primavera’ kurda se encuentra, probablemente, en los propios kurdos y en la gran división que existe entre los distintos grupos políticos que les representan.
En Irak, sobre todo, la enemistad entre el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) domina la actividad política. Ambos partidos tienen sus propias zonas de influencia (el norte, con capital en Erbil, del PDK; el sur, con capital en Suleimania, del UPK), y la tensión alrededor de Kirkuk sigue manifestándose en ocasionales combates.
Pero al final, como suele ocurrir con tantos otros conflictos en la región, el problema definitivo es el petróleo.
El subsuelo de lo que sería el Kurdistán, un territorio de 500.000 Km² que abarca desde los montes Tauro de la Anatolia oriental, en Turquía, hasta los montes Zagros del oeste iraní y el norte de Irak, tiene una de las mayores reservas acuíferas y petrolíferas de todo Oriente Medio. Prácticamente todo el crudo extraído por Turquía y Siria, y un tercio del que se extrae de Irak, proviene de pozos perforados en territorio kurdo.
Hace más de 30 siglos que los kurdos viven allí, y, aunque han gozado de periodos de cierta autonomía en el pasado (durante el Imperio Persa, al principio del Imperio Otomano), nunca han tenido un Estado real. Es cierto que las rebeliones se han sucedido desde el siglo XIX, pero el feudalismo tribal que caracterizaba la sociedad kurda y la falta de un liderazgo común impidieron durante décadas la creación de una conciencia nacional, y contribuyeron a que los numerosos levantamientos kurdos producidos en los últimos 200 años fueran sofocados.
A pesar de todo, y por más que pese a muchos, la nación kurda sigue existiendo. Existe en su cultura, en su música, en su idioma y en su literatura; en unas tradiciones que, a pesar de la islamización que siguió a la dominación árabe, siguen conservando fuertes vínculos con la religión mazdeísta de sus orígenes, tan vinculada a la naturaleza. Y existe, también, en los recuerdos de los miles de exiliados dispersos por medio mundo, en las aspiraciones de libertad que aún se mantienen vivas, en un pasado común de continuas represiones y persecuciones, y en la esperanza de un futuro mejor que, si no ahora, tal vez llegue algún día tras un nuevo Noruz, en una nueva primavera.
Cronología moderna
10 de agosto de 1920. Tratado de Sèvres, en el que se establece la creación de un Kurdistán independiente que comprendiese la Anatolia suroriental (al sur del lago Van) y la región de Mosul. Yodo quedó en la nada por diferencias tribales y el rechazo del líder nacionalista turco Kemal Ataturk. En este periodo, los partidos kurdos se dividieron en dos ramas: la partidaria de mantener su autonomía en Turquía y la que optaba por la independencia.
1945-1948. Los kurdos piden ante la ONU la independencia de su territorio.
1945. Se funda la República Independiente de Mahabad (Irán), de un año de duración.
1961-1970. Revuelta kurda en Irak.
1970. Los kurdos logran el dominio de una región autónoma en Irak.
1975-1991. Guerra entre los kurdos y las fuerzas armadas de Irak, comenzada por los kurdos.
1978. Abdullah Öcalan funda el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que empieza a operar en Turquía.
Años ochenta. Las guerrillas kurdas, apoyadas por la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), y con base en Siria, Irak e Irán, realizan cientos de incursiones armadas en el sureste de Turquía.
1984. El PKK desencadena una guerra abierta contra Turquía.
1988. Ataques con armas químicas a los kurdos iraquíes por parte de Sadam Husein.
1991. Tras la Guerra del Golfo, varias facciones kurdas se levantan contra Irak.
1992. Facciones kurdas iraquíes constituyen un Gobierno.
1994. La activista y diputada kurda Leyla Zana es arrestada y acusada de pertenecer al PKK, tras serle levantada la inmunidad parlamentaria. Permanece diez años en prisión y es reconocida como prisionera de conciencia por Amnistía Internacional.
12 de abril de 1995. Parlamento kurdo en el Exilio, constituido en La Haya.
Octubre de 1998. Siria deja de apoyar al PKK.
Marzo de 1999. Es capturado en Kenia el líder kurdo Abdullah Öcalan. Juzgado en Turquía por alta traición y asesinato, Öcalan fue condenado a muerte, pero la sentencia está actualmente apelada ante el Tribunal de Justicia Europeo.
7 de abril de 2011. El presidente sirio Bashar al Asad promulga un decreto por el que concede la ciudadanía a los habitantes de origen kurdo.
Hace poco más de un mes, muchos de los pueblos que habitan Oriente Medio y el Asia central celebraron la festividad anual de Noruz, una tradición que hunde sus raíces en el zoroastrismo y que, durante más de 3.000 años,… Leer