programa nuclear

Los candidatos a las elecciones presidenciales en Irán, de izquierda a derecha y de arriba a abajo: Hasan Rohaní, Mohamed Baqer Qalibaf, Alí Akbar Velayatí, Mohamed Gharazí, Mohsen Rezaí y Said Yalilí. Fotos: Wikimedia Commons

Irán celebra este viernes unas elecciones presidenciales importantes para el futuro del país, pero marcadas por el control del todopoderoso Consejo de Guardianes, por la ausencia de auténticos opositores al régimen y, de fondo, por el más que probable mantenimiento del polémico programa nuclear del país, pase lo que pase.

Tras la exclusión inicial de dos de los candidatos favoritos, y después de la retirada de dos más en estos últimos días, quedan un total de seis aspirantes al puesto que ocupa Mahmud Ahmadineyad desde que fuera elegido para un segundo mandato en las controvertidas y caóticas elecciones de hace cuatro años. Solo uno de ellos, Hasan Rohaní, puede considerarse medianamente reformista, o, más exactamente, moderado.

No es previsible que ninguno de los posibles vencedores vaya a modificar las líneas principales de la política exterior iraní, especialmente en asuntos que conciernen a Occidente, como el programa nuclear o el apoyo al régimen sirio de Bashar al Asad. En ambos casos, las decisiones últimas dependen directamente del líder supremo. Sobre el programa nuclear, el jefe del equipo negociador iraní y uno de los candidatos a las presidenciales, Said Yalilí, ya adelantó el mes pasado a la cadena Euronews que «los resultados de las elecciones no van a afectar a las actividades de enriquecimiento [de uranio]».

Otra cosa es que un nuevo presidente de talante menos radical pueda llegar a influir en las posiciones de la cúpula dirigente, como ya ocurrió durante el mandato del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005). En cualquier caso, sí existen diferencias entre los aspirantes a la presidencia, entre los que aún no había un favorito claro al cierre de la campaña electoral, que pueden afectar al día a día de los iraníes.

Estas son algunas claves de los comicios:

Adiós a Ahmadineyad

Los iraníes están convocados para elegir en las urnas al que será el undécimo presidente de la República Islámica, en sustitución del actual, Mahmud Ahmadineyad. Ahmadineyad ha concluido su segundo mandato de cuatro años, y la Constitución iraní establece que el presidente no tiene derecho a presentarse a un tercero.

En el caso de que ningún candidato consiga más del 50% de los votos habrá una segunda vuelta, prevista, en principio, para el próximo 21 de junio, y en la que se volverán a enfrentar los dos candidatos que más votos hayan obtenido.

El cargo de presidente es el segundo más importante en la estructura política iraní, después del de líder supremo (jefe del Estado), puesto que ocupa desde 1989 el ayatolá Alí Jamenei.

Los Guardianes deciden

La elección se lleva a cabo por sufragio universal directo, pero, para poder presentarse, los candidatos tienen que pasar primero el visto bueno del Consejo de Guardianes, a través de un organismo formado por expertos en ley islámica y juristas especializados.

La ley establece que los candidatos deben ser «personalidades políticas y religiosas» de nacionalidad iraní, administradores experimentados, con buenos antecedentes, «dignos de confianza y virtuosos», y creyentes y comprometidos con los principios de la República Islámica y la confesión oficial del país (el islam chií).

Dos favoritos, fuera de juego

De las 686 candidaturas presentadas inicialmente, el Consejo de Guardianes, que no está obligado a explicar las razones de sus vetos, aprobó un total de ocho. Y entre los excluidos se encuentran dos de los candidatos que a priori estaban entre los favoritos: Akbar Hashemí Rafsanyaní, un reformista moderado que fue hombre de confianza del ayatolá Jomeini, que ha sido responsable en gran medida de la conformación política del aparato del Estado, y que ya ejerció la presidencia entre 1989 y 1997, y Esfandiar Rahim Mashaí, nacionalista conservador y liberal en cuestiones sociales, aliado político de Ahmadineyad y enfrentado a sectores clericales vinculados a Jamenei. Ambos, el primero desde el reformismo y el segundo desde el oficialismo, son vistos como los principales opositores a la línea del líder supremo.

Según explica Rana Rahimpour, del servicio en persa de la BBC, la descalificación de estos dos candidatos muestra que el líder supremo «ha optado por tener una elección tranquila, al convertirla en un partido amistoso entre conservadores y centristas».

Retiradas y consenso reformista

El primero en retirarse de los ocho candidatos admitidos fue el diputado Gholam Ali Hadad Adel, uno de los cinco aspirantes ultraconservadores islámicos a la presidencia. Un día después, este mismo martes (penúltimo día de campaña), anunció asimismo su renuncia el candidato reformista moderado Mohamed Reza Aref, quien explicó que abandonaba la campaña para dar más opciones al otro candidato de su corriente, Hasan Rohaní, y a petición del expresidente Jatamí, al que calificó de «líder reformista».

Los reformistas, que están centrando su estrategia en forzar una segunda vuelta entre Rohaní y uno de los cuatro candidatos ultraconservadores que quedan, esperaban también la renuncia en favor de Rohaní del tecnócrata Mohamed Gharazí, quien apuntó hace días que podría retirarse, aunque este miércoles su hijo lo negó.

Sin riesgos

Ninguno de los seis candidatos representa, de todos modos, una auténtica oposición que suponga una alternativa al régimen, situación que es interpretada como un intento por parte del Consejo de evitar que se repita el gran movimiento de protesta que estalló tras las elecciones de 2009 (la conocida como «revolución verde»).

No obstante, tanto Aref como Rohaní han llamado a acudir a las urnas a los seguidores de los reformistas, entre los que cunde el desencanto y el rechazo al Gobierno tras la crisis política y la represión que siguieron a los últimos comicios. Entonces, los reformistas denunciaron fraude y promovieron protestas multitudinarias que fueron reprimidas con el resultado de decenas de muertos y miles de heridos. Los dos líderes de esta corriente, Mir Husein Musaví y Mehdi Karrubí, fueron detenidos y en la actualidad permanecen bajo arresto domiciliario, prácticamente incomunicados.

Calificados de «sediciosos», los reformistas más avanzados han sido barridos de la contienda electoral y han pasado a promover el boicot a los comicios, mientras que el entorno de Ahmadineyad también ha sido marginado por el sector más religioso, y tachado de «desviacionista» del régimen islámico.

Los conservadores

Mientras, entre los cuatro candidatos considerados ultraconservadores y cercanos al líder supremo, las dudas sobre quién puede ser el ganador siguen sin despejarse.

Ali Akbar Velayatí, asesor del líder, parecía descartado, pero ha conseguido apoyos importantes entre influyentes clérigos chiíes. Otro de los mejor situados es Said Yalilí, el negociador nuclear de Irán, pero su candidatura solo la respaldan, principalmente, los grupos más radicales. Los otros dos, Mohamed Bagher Qalibaf (alcalde de Teheran) y Mohsen Rezaí (secretario del Consejo del Discernimiento) son más pragmáticos y pueden tener opciones si los electores se centran en temas como la economía o la gestión de los impuestos.

Quién es quién

Hasan Rohaní (64 años, moderado). Fue secretario del Consejo Superior de Seguridad Nacional entre 1989 y 2007 y es el actual representante del líder supremo en este mismo organismo. No es exactamente un reformista (su programa no incluye grandes cambios en la esencia del régimen), pero sí ha logrado el apoyo de los representantes de esta corriente, aunque sea como último recurso. Rohaní lideró el equipo iraní de negociación con la troika formada por el Reino Unido, Francia y Alemania en torno a los conflictos derivados del programa nuclear de Irán. Defiende la redacción de un código de derechos civiles, la creación de un Ministerio de la Mujer y también una política exterior que acabe con «el ambiente de confrontación con el mundo», ponga fin al creciente aislamiento de Irán y libere al país de las sanciones internacionales. Es el único clérigo de los seis candidatos.

Mohamed Gharazí (71 años, independiente). Ingeniero eléctrico de profesión, fue ministro de Correos y Telégrafos bajo la presidencia de Rafsanyani (entre 1985 y 1997) y, antes, ministro del Petróleo (entre 1981 y 1985). Puede lograr parte del voto reformista.

Mohamed Baqer Qalibaf (51 años, conservador). Es el alcalde de la capital, Teherán, desde 2005, y fue comandante de la Guardia Revolucionaria durante la guerra entre Irán e Irak. Doctor en geografía política, ejerció asimismo como comandante de los cuerpos de policía iraníes entre 2000 y 2005. En la asamblea del Foro Económico Mundial de 2008 en Davos (Suiza), Qalibaf afirmó que Irán no necesita armamento nuclear ni no convencional para su defensa, añadiendo que «según nuestra creencia islámica, ese tipo de cosas está prohibido». Qalibaf condenó el apoyo que mostraron a la primavera árabe y a la revolución egipcia los reformistas Musaví y Karrubí, a quienes ha calificado de «jefes de la sedición» y de «delincuentes». Ha criticado también a Ahmadineyad por su falta de tacto diplomático (al cuestionar el Holocausto, por ejemplo).

Mohsen Rezaí (58 años, conservador). Fue también comandante de la Guardia Revolucionaria durante la guerra Irán-Irak, y es actualmente secretario del Consejo de Discernimiento del Interés del Estado desde 1997. Formado en economía, Rezaí tiene como prioridades en su programa modernizar el sector agrícola para garantizar la seguridad alimentaria nacional, sustituir importaciones de Extremo Oriente, apoyar la industria, y cooperar más con el suroeste asiático. En noviembre de 2006, un juez argentino emitió una orden de arresto internacional contra él, otros seis iraníes y un libanés, en conexión con el atentado del 18 de julio de 1994 contra el centro cultural judío AMIA en Buenos Aires, que causó 85 muertos y 151 heridos. Las autoridades iraníes rechazan tajantemente la acusación.

Alí Akbar Velayatí (67 años, conservador). Fue ministro de Exteriores durante 16 años (con Jomeini, con el primer ministro Mir Hosein Musavi y con el presidente Rafsanyani, entre 1981 y 1997). Actualmente es consejero de política internacional del ayatolá Jamenei. Es la figura política de la República Islámica que más tiempo ha sido ministro, habiendo ejercido tanto durante casi toda la guerra Irán-Irak como durante el inicio del desarrollo de las relaciones con los países occidentales durante la presidencia de Rafsanyani. Tiene el apoyo de varias asociaciones de clérigos, pero le falta respaldo popular.

Said Yalilí (47 años, conservador). Candidato del partido Frente por la Firmeza de la República Islámica, es, desde 2007, el responsable de la diplomacia relativa al programa nuclear de Irán, un puesto en el que se ha mostrado inflexible, enarbolando insistentemente el derecho de Irán a desarrollar una «energía nuclear pacífica». Fue vicepresidente primero de Ahmadineyad desde 2009 y es considerado uno de los ‘duros’ de la política iraní. De fuertes convicciones religiosas, luchó en la guerra con Irak y es doctorado en Ciencias Políticas (publicó su tesis en 1994 bajo el título La política exterior del Profeta). Asesor del líder supremo y muy protegido por éste, se le considera el favorito del régimen.

El peso de las sanciones

En un país que sufre desde hace años el rigor de las sanciones impuestas por Occidente, a causa, fundamentalmente, del desarrollo de su programa nuclear, la gestión de la economía se ha convertido en un tema ineludible dentro del debate político nacional.

El régimen mantiene que las sanciones no están teniendo consecuencias graves, y es cierto que no puede hablarse de la gran escasez que, por ejemplo, padeció en este sentido el Irak de Sadam Huseín. Pero el veto financiero esta impidiendo que se realicen transferencias y operaciones bancarias entre Irán y otros países, y ello ha causado una falta de reservas de divisas fuertes (dólares, euros), que impide a Teherán importar muchas mercancías y productos que, en teoría, no están sujetos a sanciones, entre ellos, fármacos y equipos médicos. El régimen ha llegado a reconocer tambien una caída en sus ingresos por las vitales exportaciones de petróleo.

Boicot y desencanto

Otro factor clave en estas elecciones será la participación. Por un lado, los sectores más liberales han llamado al boicot; por otro, es probable que una parte importante de la población opte por la abstención, ante la falta de esperanzas de un cambio real, y tras la dramática experiencia de los últimos comicios.

Entre los más apáticos parecen encontrarse los jóvenes. Según explicaba un profesor universitario a la corresponsal de El País, «en las últimas elecciones, cuando preguntaba a mis alumnos, todos menos tres o cuatro iban a votar por [el líder opositor Mir-Hosein] Musaví. Ahora, solo tres o cuatro dicen que van a votar».

Bloqueo en Internet

Las autoridades iraníes han incrementado los obstáculos para el acceso a Internet en las últimas semanas, con más bloqueos, sobre todo, a las redes sociales, VPN y servicios proxy. Un experto iraní en Internet, que pidió no ser identificado, dijo a la agencia Efe que «los servicios secretos han tomado todo tipo de medidas para ralentizar el uso de Internet y evitar el acceso a cualquier página que consideran potencialmente peligrosa para la seguridad».

Un gran número de páginas web están bloqueadas en Irán, entre ellas las de muchos medios de comunicación extranjeros y también las de grupos sociales y políticos, tanto iraníes como de otros países e internacionales, que el Gobierno de Teherán considera hostiles.

También locales

En estos comicios está previsto elegir también a los miembros de los concejos municipales, así como a los representantes en la asamblea legislativa iraní de cuatro distritos electorales. A las elecciones locales, ensombrecidas por las presidenciales, se presentan un total de 285.000 candidatos.

La estructura de poder en Irán

Irán es un régimen teocrático cuya estructura de poder tiene cuatro pilares fundamentales:

Líder Supremo: Es la máxima autoridad política y religiosa. Controla también las fuerzas armadas.

Consejo de Guardianes: La institución más influyente. Está compuesto por doce miembros, la mitad de los cuales son designados directamente por el líder supremo. Revisa que las leyes no contradigan el espíritu de la revolución islámica.

Parlamento: El poder legislativo es ejercido por la Asamblea Consultiva Islámica. En la última elección (2012) ganaron los ultraconservadores, lo que acrecentó la influencia del líder supremo.

Guardia revolucionaria: Es el cuerpo armado que se encarga de mantener la seguridad interna y de preservar la revolución.


Con información de Efe, Reuters, Europa Press y Wikipedia
Publicado originalmente en 20minutos

Irán elige presidente bajo el férreo control del régimen

Irán celebra este viernes unas elecciones presidenciales importantes para el futuro del país, pero marcadas por el control del todopoderoso Consejo de Guardianes, por la ausencia de auténticos opositores al régimen y, de fondo, por el más que probable mantenimiento del polémico programa nuclear del país, pase lo que pase. Tras la exclusión inicial de dos de los candidatos favoritos, y después de la retirada de dos más en estos últimos días, quedan un total de seis aspirantes […]

Esta semana hemos sabido que los ingresos por petróleo de Irán desde marzo pasado han caído hasta un 50% debido a las sanciones impuestas por la Unión Europea, Estados Unidos y otros países occidentales. Así lo aseguró, al menos, el ministro de Economía iraní, Shamsedin Huseini, y debe de ser cierto, ya que solo un par de días después, el viceministro de Relaciones Exteriores, Hossein Amir Abdollahian, se apresuró a desmentir a su colega: «La información sobre la reducción de las exportaciones de petróleo iraní no es fiel a la realidad. Algunos estados compran menos petróleo iraní, pero el petróleo iraní tiene un mercado global diversificado», afirmó el viceministro. El diplomático reconoció que las sanciones han creado «algunas dificultades» para el país, pero enfatizó que «Irán tiene una economía desarrollada y, por lo tanto, no ha sentido de manera notable el efecto de las sanciones». Estas declaraciones fueron hechas durante una rueda de prensa en Moscú y recogidas por la cadena rusa RT (antigua Russia Today), cercana al Gobierno ruso y bastante crítica con Occidente y las sanciones.

La respuesta del régimen iraní forma parte del juego propagandístico que suele acompañar a la imposición de sanciones internacionales a un país. Ocurrió con el Irak de Sadam Husein y lleva décadas ocurriendo con Cuba. A principios de este mes, sin ir más lejos, el Gobierno de la República Islámica tildó las sanciones de «ridículas», destacando que la comunidad internacional no cumple «las directrices de EE UU» sobre las mismas, ya que sería «contraproducente para sus intereses», y añadiendo la consabida consigna de que Teherán «ha convertido las amenazas en oportunidades» y «ha ampliado su cooperación con los países de la región al tiempo que mantiene su independencia».

¿Están haciendo efecto entonces las sanciones o no? En lo que respecta a su objetivo último, es decir, ejercer presión política sobre el régimen, la respuesta es que no mucho. La excusa de las sanciones actuales es persuadir a Teherán para que abandone su programa nuclear, un programa destinado, según los gobiernos que han impuesto esas sanciones, a construir bombas atómicas. Sin negar que pueda existir un temor más o menos fundado a que esto sea cierto (Irán lo desmiente), una razón más de fondo es, también, ir abonando poco a poco el terreno para una eventual caída del régimen mismo, ya sea por motivos bienintencionados (la República Islámica no es precisamente un modelo en lo que respecta a los derechos humanos) o por motivos no tan nobles (Irán es una amenaza para los intereses políticos y económicos occidentales en Oriente Medio, una potencia discordante en la región, el gran enemigo de Israel y un factor de desequilibrio constante en el vital ajedrez petrolero que juega Occidente con Arabia Saudí y los países del Golfo, sus grandes rivales en la zona). En cualquier caso, el Irán de los ayatolás ha estado bajo sanciones unilaterales estadounidenses desde la creación de la República Islámica en 1979, y ahí sigue.

Donde sí están teniendo efecto las sanciones (no solo las impuestas por la ONU, sino también, y especialmente, las petroleras y financieras decretadas por EE UU y la UE) es, como suele ocurrir, entre la población. Irán no está sufriendo la terrible escasez ni el hambre que padeció Irak hasta que llegaron los parches envueltos en corrupción del famoso programa Petróleo por Alimentos, pero las consecuencias empiezan también a notarse.

Las sanciones financieras impiden que se realicen transferencias y operaciones bancarias entre Irán y otros países, y ello ha causado una escasez de reservas de divisas fuertes (dólares, euros), que impide a Teherán importar muchas mercancías y productos que, en teoría, no están sujetos a sanciones. Entre ellos, fármacos y equipos médicos. Hace aproximadamente un mes, una representación de los medicos iraníes pidió expresamente al secretario general de la ONU que esta organización facilitase una «exención eficaz» de los medicamentos y los alimentos de las sanciones financieras impuestas al país, «por el dolor y el sufrimiento que causan a la población». La carta dirigida a Ban Ki-moon llegaba después de que los medios locales iraníes hubiesen estado difundiendo noticias sobre la muerte de enfermos como consecuencia de la escasez de medicamentos, en especial los destinados al tratamiento de enfermedades graves. Al margen del aprovechamiento propagandístico que pueda hacer el régimen de la situación, lo cierto es que, como explica la ONG Arseh Sevom, no hay un solo día en que no salga a la luz una nueva historia sobre la escasez de medicamentos en Irán y sobre cómo afecta negativamente a los iraníes, especialmente a los que requieren medicación constante.

Peor aún: A la presión que viene de fuera se suma lo que la propia Arseh Sevom denomina «el mal interior». Según la ONG, con sede en Amsterdam, durante las últimas tres semanas algunos medios locales han destacado acusaciones de mala gestión y de «manejo de importaciones» por parte del Gobierno, lo que «ha contribuido a la crisis de medicamentos» y ha «revelado corrupción e incompetencia en los más altos niveles». Hossein Ali Shahriari, jefe de la comisión de Sanidad en el Parlamento, asegura que el Gobierno «no ha prestado atención al ámbito de la salud y la medicina», y que no ha habido «casi ningún dinero» para el presupuesto y la importación de medicamentos en los últimos seis meses. A las críticas se une la propia ministra de Sanidad, Marzieh Vahid-Dastjerdi: «No sabemos qué ha pasado con las divisas asignadas a la compra de medicamentos», dice. Según la ministra (que fue objeto recientemente de una moción de censura en el Parlamento), el Banco Central iraní solo ha proporcionado el 24% del presupuesto necesario para la compra de medicinas.

Por otro lado, el Gobierno iraní, que practica el doble juego de dar publicidad al sufrimiento que causan las sanciones mientras insiste en su autosuficiencia, afirma que el 95% de las medicinas necesarias se producen dentro del país, pero no aclara cuántos de esos medicamentos producidos localmente están certificados de acuerdo con las normas internacionales.

Las sanciones económicas son siempre un arma de doble filo en la frontera de lo moralmente aceptable, sobre todo cuando es la población quien las sufre, y no los dirigentes a quienes se pretende castigar. Los regímenes sancionados, además, tienden a reforzarse y venden, a menudo con éxito, las cartas del nacionalismo y de la unidad frente a «las injusticias del enemigo exterior». En una sociedad como la iraní, sin apenas libertad de expresión, esto no resulta especialmente complicado.

Los defensores de las sanciones argumentan que, a la larga, resultan eficaces, pero la historia parece demostrar lo contrario. No es, en cualquier caso, un debate simple. ¿Acaso no merecía sanciones —no las tuvo— el régimen dictatorial de Mubarak? Por otra parte, agotadas las vías diplomáticas en un conflicto, la otra opción podría ser la militar…

Pero tal vez las sanciones tendrían una mayor justificación si no estuvieran prostituidas por los intereses comerciales. De acuerdo con las razones a las que apela Occidente para imponer sanciones, China, por ejemplo, ha dado motivos más que de sobra para recibir unas cuantas. No parece probable, sin embargo, que estadounidenses, europeos o canadienses estén dispuestos a renunciar al mayor mercado del planeta.

En el caso de Irán, además, las sanciones no se han impuesto por los atentados contra los derechos humanos o por la represión de la oposición política, sino por la posibilidad de que el país pueda llegar a fabricar las mismas armas que tienen los países sancionadores, incluido Israel.


Más información y fuentes:
» Iran: Sanctions and Shortages, Empty Pockets for Healthcare (Arseh Sevom, traducido al castellano en Global Voices: Irán: Sanciones y escasez, bolsillos vacíos para la asistencia sanitaria)
» Médicos de Irán piden a la ONU que logre la exención de medicamentos de las sanciones (Efe)
» Iran oil revenues halved by sanctions: minister (AFP)
» Irán dice que las sanciones de la UE no han afectado a sus exportaciones de petróleo (RT)
» El Gobierno iraní tilda las sanciones impuestas contra el país de “ridículas” (Europa Press)
» Las sanciones empujan a Irán a la recesión (Reuters)
» Todas las sanciones impuestas a Irán, a qué y por quién (Reuters)

Irán: El fiasco de las sanciones

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