tortura

Las fuerzas armadas egipcias participaron en «desapariciones forzosas», torturas y asesinatos durante las protestas de 2011 contra el régimen de Hosni Mubarak, a pesar de que los líderes militares habían declarado públicamente su neutralidad, y según confirma un informe presidencial sobre los crímenes cometidos durante la revolución.

El informe, elaborado para el actual presidente, Mohamed Mursi, por un comité seleccionado por él mismo el pasado mes de enero, no se ha hecho público aún de manera oficial, pero una parte de la investigación, a la que ha tenido acceso en exclusiva el diario británico The Guardian, implica directamente a los militares en una serie de delitos contra civiles desde el primer momento en que los soldados fueron destacados en las calles.

Algunos de estos crímenes, de los que ya existían numerosas denuncias, fueron cometidos en el Museo Egipcio de El Cairo. El informe recomienda al Gobierno que investigue a los rangos más altos del ejército para determinar responsabilidades.

Es probable que esta investigación incremente la presión sobre Mursi, quien, hasta el momento, ha rechazado procesar judicialmente a oficiales, a pesar de las denuncias por abusos presentadas contra algunos altos mandos. Mursi asumió el poder de la mano del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas tras las elecciones del pasado mes de junio.

Se calcula que más de un millar de personas, incluyendo a muchos presos, desaparecieron durante los 18 días que duraron las protestas. En uno de los casos incluidos en el capítulo del informe difundido por el diario británico, los investigadores señalan que miembros de las fuerzas armadas detuvieron a un número indeterminado, «pero probablemente grande», de civiles en un control de carretera al sur de El Cairo, y que ninguno de los arrestados ha vuelto a ser visto desde entonces.

Los investigadores constatan asimismo torturas a manifestantes detenidos en el Museo Egipcio, antes de ser trasladados a prisiones militares; la muerte de al menos una persona, y la entrega en la capital a coroneles del Gobierno de al menos once cuerpos no identificados, presuntamente prisioneros, que fueron enterrados cuatro meses después en tumbas de indigentes.

«El comité ha comprobado que hubo ciudadanos que murieron estando detenidos por las fuerzas armadas, y que fueron enterrados después en tumbas de indigentes, al ser considerados como no identificados», señala el informe, añadiendo que las autoridades no llevaron a cabo investigación alguna, a pesar de que había pruebas evidentes de graves torturas.

El informe podría ser determinante en el nuevo juicio al que van a someterse tanto el expresidente Mubarak como su ministro del Interior, Habib Al Adly, quienes volverán a sentarse en el banquillo a partir de este sábado por su presunta responsabilidad en la muerte de manifestantes durante la revolución.

La justicia egipcia anuló en enero la sentencia que condenó a Mubarak a cadena perpetua por la muerte de manifestantes. El Tribunal de Apelación aceptó entonces los recursos presentados, tanto por los propios Mubarak y Al Adli, como por la Fiscalía General. La defensa de Mubarak sostenía que la histórica sentencia emitida por la corte el 2 de junio de 2012 no contaba con pruebas suficientes, mientras que la Fiscalía General apeló el fallo al considerar que Mubarak y Al Adli debían haber sido castigados con la pena de muerte.

A comienzos de este año, sin embargo, una comisión de investigación ordenada por el presidente Mursi presentó los resultados de sus pesquisas sobre el asesinato de manifestantes durante la revolución, y aportó nuevas pruebas que supuestamente demuestran que Mubarak siguió por un canal interno de televisión lo sucedido, lo que habría dado lugar al nuevo juicio.


Actualización (11/4/2012):

The Guardian publica este jueves nuevos detalles del informe, entre ellos, que las fuerzas armadas del régimen de Mubarak tenían permiso oficial para disparar munición real sobre los manifestantes en Suez durante los primeros días de la revolución, y que algunos médicos de un hospital de El Cairo «recibieron órdenes de operar sin anestesia» a manifestantes heridos.


» Artículo en The Guardian
» Texto íntegro del capítulo filtrado del informe (en árabe)

El ejército egipcio, implicado en torturas y asesinatos

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Al final, los únicos inocentes en cualquier guerra son siempre las víctimas. Sin dejar de condenar las «tácticas brutales» del régimen de Bashar al Asad, cuya represión de la rebelión iniciada hace un año en Siria se ha cobrado ya cerca de 8.000 muertos, la organización Human Rights Watch ha publicado este martes una carta abierta a los líderes de la oposición, en la que denuncia graves violaciones de los derechos humanos cometidas por miembros armados de los grupos rebeldes.

Los abusos incluyen secuestros, detenciones y torturas de miembros de las fuerzas de seguridad sirias, así como de personas que apoyan al gobierno o que han sido identificadas como integrantes de milicias progubernamentales. La ONG asegura asimismo haber recibido informes de ejecuciones de miembros de las fuerzas de seguridad y de civiles, llevadas a cabo por grupos armados de la oposición.

«Las tácticas brutales del Gobierno sirio no pueden justificar abusos por parte de los grupos armados opositores. Los líderes de la oposición deberían indicar claramente a sus seguidores que en ningún caso está permitido torturar, secuestrar o ejecutar», escribe en la carta Sarah Leah Whitson, directora de Human Rights Watch (HRW) para Oriente Medio.

La organización de defensa de los derechos humanos indica que hasta septiembre de 2011 el movimiento de protesta contra el régimen fue «abrumadoramente pacífico», pero que desde entonces un número cada vez mayor de desertores del ejército y de residentes en las zonas en conflicto han decidido tomar las armas, alegando la necesidad de defenderse contra las fuerzas de seguridad, y atacando puestos de control e instalaciones del gobierno en sus ciudades. La ONG añade que los combates se han intensificado desde el pasado mes de febrero, cuando el régimen comenzó los ataques militares a gran escala contra los principales focos rebeldes.

HRW aclara que muchos de los grupos antigubernamentales que han sido denunciados por cometer abusos no parecen pertenecer a una estructura organizada de mando, ni seguir órdenes del Consejo Nacional Sirio, pero añade que los líderes de la oposición tienen la responsabilidad de denunciar y condenar estas violaciones.

«Cualquier persona que esté bajo la custodia del Ejercito Libre Sirio, incluyendo miembros de las fuerzas de seguridad o de las milicias progubernamentales [los denominados shabeeha], debería ser tratada con humanidad, y de acuerdo con las normas internacionales sobre derechos humanos», señala la organización. «[Los líderes de la oposición] deben dejar claro que la Siria por la que luchan significa dejar atrás las violaciones de  la era de Asad, y acoger a todo el mundo, independientemente de su grupo religioso o de sus orígenes, sin discriminación alguna», añade.

A continuación, HRW detalla una serie de testimonios de casos de abusos y torturas cometidos por grupos autoproclamados de la oposición. Todos ellos pueden leerse aquí. El informe va acompañado de numerosos enlaces, incluyendo algunos a vídeos muy duros de torturas y ejecuciones.

La carta está dirigida al coronel Riad al Asad, comandante del Ejército Libre Sirio, al doctor Burhan Ghalioun, presidente del Consejo Nacional Sirio, y al general Mustafa al Sheij, líder del Consejo Militar.

El lado oscuro de la oposición siria

Al final, los únicos inocentes en cualquier guerra son siempre las víctimas. Sin dejar de condenar las «tácticas brutales» del régimen de Bashar al Asad, cuya represión de la rebelión iniciada hace un año en Siria se ha cobrado ya… Leer

Oficiales del Ejército y de la Policí­a Militar han detenido de forma arbitraria a al menos 119 personas desde que el Ejército tomó posiciones en las ciudades y pueblos de Egipto, la noche del pasado 28 de enero. En al menos cinco casos, estos detenidos han sido torturados. Lo que sigue es (traducido del inglés) el testimonio de uno de ellos, un manifestante, que ha sido entrevistado por Human Rights Watch.

El pasado viernes, sobre las 15.30 horas, iba caminando desde la casa de un amigo en el barrio de Talaat Harb hacia la plaza Tahrir, cuando me encontré con un grupo de violentos manifestantes pro Mubarak. No lo sabí­a, pero en ese momento estaba teniendo lugar dentro de la plaza un enfrentamiento entre los manifestantes y los seguidores de Mubarak. Las cosas estaban mucho más tranquilas por la mañana, cuando fui a visitar a mi amigo, así­ que no habí­a tomado precauciones para evitar la violencia, simplemente elegí­ el camino más corto para llegar hasta la plaza.

Los matones pro Mubarak me cogieron y me llevaron hasta una pequeña comisarí­a de policí­a en la calle Maarouf, en el centro de El Cairo. Una vez allí­, fui interrogado y golpeado. Miraron todos los documentos que llevaba. Tení­a unas cuantas notas que la gente habí­a escrito sobre los acontecimientos de la plaza Tahrir, así­ como documentos de carácter polí­tico en los que, como activistas en favor de la democracia, habí­amos estado trabajando. Me hicieron preguntas sobre a qué grupos pertenecí­a, sobre quién habí­a organizado esos grupos y sobre si yo estaba participando en las protestas. Después de este interrogatorio me pusieron en una habitación con las manos atadas y me dijeron que me liberarí­an, pero con la estricta condición de que me fuera directamente a casa y no participase en más protestas.

Sin embargo, cuando salí­a, me paró un policí­a de paisano. Me requisó el móvil, leyó mis mensajes SMS y se puso a tomar notas. Me dijo que cogiese mis pertenencias y mis documentos y luego me condujo hasta el hotel Hilton Ramesis, junto a un grupo de soldados uniformados. Por el camino iban diciéndole a la gente que habí­an capturado a un espí­a que trabajaba para Israel, y que yo era uno de los instigadores de las protestas en Tahrir.

En la plaza Abdelmoneim Riyad fui entregado al Ejército. Durante todo el trayecto hasta allí­ me habí­an ido pegando en la espalda con la culata de un rifle. Se hizo cargo de mi un oficial vestido de civil, quien más tarde me llevó a un barracón militar situado en el hotel Hilton Ramesis. Volvieron a interrogarme, preguntándome sobre mis antecedentes, mi procedencia, mi religión, mis afiliaciones polí­ticas, mi papel en las protestas y otras cosas por el estilo, pero esta vez se trataba de reunir información, y no hubo brutalidad. Cogieron todos mis documentos excepto un par de papeles y me dijeron que me marchase, sugiriéndome que fuese por la corniche.

Eran ya las 17.00 horas y habí­a comenzado el toque de queda, así­ que me preocupaba cómo iba a poder salir de allí­. No podí­a encontrar ningún taxi, y estaba viendo a lo lejos a algunos seguidores de Mubarak.

Tan sólo unos minutos después volvió a pararme otro oficial del Ejército. Le dije que acababa de ser puesto en libertad tras haber sido interrogado en el barracón militar. El soldado insistió en registrar mi bolso, y encontró los dos documentos que me habí­an permitido conservar. De pronto me encontré rodeado de soldados, y empezaron a darme patadas y empujones, y a insultarme. Cuando pararon, decidieron llevarme a otro puesto militar que se encontraba cerca de allí­.

Así­ que me llevaron, tratándome con gran rudeza, a un pequeño edificio blanco situado entre el Hilton Ramesis y Maspero. Estos soldados me parecieron oficiales más veteranos. Me ordenaron bajar la cabeza, no mirarles y mantener los brazos pegados al cuerpo.

El trato al que fui sometido en el edificio blanco fue infernal. En cuanto me metieron dentro empezaron a pegarme con fuerza. Luego me ordenaron que me sentara para un interrogatorio. Me ataron las manos a la espalda y varios soldados empezaron a golpearme. Cada vez que entraba un soldado -todos ellos llevaban uniformes del Ejército-, me insultaba y me amenazaba con utilizar horribles técnicas de tortura contra mí­. Decí­an que estábamos agotando al Ejército con protestas inútiles, que estábamos destruyendo los paí­ses. Me abofetearon y me dieron patadas. Algunos me golpearon también con palos y con las culatas de sus rifles.

Seguí­an preguntándome a quién estaba afiliado, qué hací­a en las manifestaciones, y qué paí­s extranjero estaba patrocinando y apoyando estas protestas. Realmente estaban convencidos de que nuestras protestas están siendo instigadas por algún pais exterior, y de que hay algún tipo de conspiración detrás.

Finalmente, entró un oficial de alto rango, me echó un vistazo y me dijo que iba a llevarme a un hospital. Los otros soldados se burlaban, no tení­a ni idea de por qué. De modo que me metieron en una ambulancia con dos soldados y un hombre que iba vestido de enfermero. Los soldados seguí­an dándome bofetadas. La ambulancia atravesó la plaza Tahrir hasta el Museo.

Pero cuando llegamos allí­, me sacaron de pronto de la ambulancia, tirándome del pelo. Aún tení­a las manos atadas a la espalda. En realidad no era una ambulancia. La usan para engañar a los manifestantes y transportar detenidos a través de la plaza Tahrir.

Estábamos dentro del complejo del Museo Egipcio, y varios soldados empezaron a darme patadas y puñetazos. Uno de ellos me ordenó que me echara al suelo y me pateó por todo el cuerpo. Después me llevaron más adentro, en el complejo del Museo, donde habí­a más oficiales del Ejército. Me dijeron que todaví­a no habí­a experimentado nada, y me amenazaron con torturarme con descargas eléctricas y con sodomizarme con una botella, mientras seguí­an pateándome una y otra vez.

Otro oficial militar llegó, me empujó contra la pared y me puso un cubo de plástico sobre la cabeza de manera que no pudiera ver nada. Entonces empezó a darme fuertes puñetazos en el pecho. Sabí­a muy bien lo que estaba haciendo: Esperaba lo suficiente entre puñetazo y puñetazo para que yo intentara recuperar el aliento, y entonces volví­a a golpearme, de modo que no me daba tiempo a coger aire. Después de recibir tres puñetazos así­, perdí­ la consciencia.

Cuando, unos segundos después, desperté, ví­ a dos oficiales, uno de ellos con uniforme militar y el otro vestido de civil. Una vez más, me interrogaron del mismo modo en que lo habí­an hecho en el Hilton Ramesis (quién era yo, si tení­a la nacionalidad egipcia, qué educación habí­a recibido). Me alejaron de los otros soldados.

Mientras estaba siendo interrogado trajeron a algunos otros: tres sudaneses, un periodista estadounidense y un fotógrafo egipcio. Los que me estaban interrogando ahora eran más educados que los de antes: Cuando mencioné que habí­a estudiado en el conservatorio quisieron saber qué instrumento tocaba. Pero el interrogatorio duró mucho, al menos dos horas. Leyeron las dos notas que llevaba conmigo y me hicieron preguntas muy concretas, pero yo les expliqué que me habí­a limitado a recoger lo que se distribuí­a en la plaza, que no lo habí­a escrito yo, y que no sabí­a quién lo habí­a escrito. Entonces me ordenaron que llamara al número de teléfono que estaba escrito en uno de los dos papeles, diciéndome que si no cooperaba me volverí­an a enviar con los otros soldados y les permitirí­an que me torturasen, pero que, si accedí­a, me dejarí­an en libertad.

Así­ que llamé al número e intenté hacer preguntas de manera que no resultase sospechoso. Los oficiales me presionaban para que preguntase por el nombre de la persona con la que estaba hablando, pero yo me limité a hacer preguntas generales y colgué rápidamente, diciendo que la persona en cuestión no se fiaba y que no querí­a darme ninguna información.

Entonces me ordenaron que llamara a otro número, pero les dije que apenas estaba consciente después de la paliza y que, además, nunca habí­a hecho algo así­ antes, por lo que realmente no sabí­a qué preguntar.

Uno de ellos me dijo que a todos los que estaban en la plaza Tahrir les habí­an lavado el cerebro, que las protestas las habí­a iniciado Hamas, y que él mismo habí­a pillado a algunos kuwaití­es en su barrio tratando de incitar a la gente. Yo me limité a hacer como que estaba escuchando y a mostrarme de acuerdo con todo lo que decí­a. Me devolvieron mi teléfono y mi tarjeta de identidad, pero cuando les pregunté que qué pasaba con mi bolso y con mi dinero, me dijeron que se habí­an perdido. Miraron por allí­ un poco y me dijeron que seguramente lo habí­a perdido yo en algún sitio, porque el Ejército no roba. Entendí­ el mensaje, así­ que no insistí­. Les dije que pensaba seguir su consejo e irme a casa, mantenerme alejado de los conspiradores que estaban organizando este movimiento, para evitar problemas.

Los dos oficiales que se encargaban de los interrogatorios me llevaron entonces a través de un pasadizo en el Museo hasta la sede incendiada del PND [Partido Nacional Democrático]. Cuando llegamos a la esquina del edificio, el soldado que estaba haciendo guardia preguntó a los oficiales: «¿Queréis que le pegue yo un poco más?». El oficial le respondió que ya habí­an acabado conmigo, y me dejaron ir. Llamé a unos amigos y les rogué que vinieran a buscarme.


Testimonio original (en inglés)

La brutalidad del régimen de Mubarak

Oficiales del Ejército y de la Policí­a Militar han detenido de forma arbitraria a al menos 119 personas desde que el Ejército tomó posiciones en las ciudades y pueblos de Egipto, la noche del pasado 28 de enero. En al menos cinco casos, estos detenidos han sido torturados. Lo que sigue es (traducido del inglés) el testimonio de uno de ellos, un manifestante, que ha sido entrevistado por Human Rights Watch: «El pasado viernes, sobre las 15.30 horas, iba caminando […]