Recep Tayyip Erdoğan seguirá siendo presidente de Turquía cinco años más tras ganar la segunda vuelta de las elecciones del domingo a su rival de siempre, Kemal Kilicdaroglu. Si cumple el mandato completo de cinco años, habrá ocupado el poder… Leer
Recep Tayyip Erdoğan seguirá siendo presidente de Turquía cinco años más tras ganar la segunda vuelta de las elecciones del domingo a su rival de siempre, Kemal Kilicdaroglu. Si cumple el mandato completo de cinco años, habrá ocupado el poder durante 26 años, casi toda la historia de Turquía en el siglo XXI.
Lo sorprendente es que la mayoría del pueblo turco eligiera a Erdoğan a pesar del empeoramiento de su economía y de una hiperinflación crónica que probablemente derribaría a cualquier gobierno de un país democrático.
Entonces, ¿cómo ganó Erdoğan las elecciones y, lo que es más significativo, qué es probable que ocurra en el país en el futuro inmediato?
Las elecciones fueron libres en el sentido de que los partidos políticos podían presentar candidatos por su cuenta y hacer campaña. Los partidos también tenían derecho a tener representantes en cada colegio electoral para garantizar el recuento correcto de los votos. Y los votantes eran libres de votar.
Sin embargo, las elecciones distaron mucho de ser justas.
En primer lugar, Ekrem Imamoglu, posible principal rival en la carrera electoral, fue condenado en diciembre a más de dos años de prisión por “insultar a personalidades públicas”.
Imamoglu, el popular alcalde de Estambul, infligió al partido de Erdoğan una rara derrota en las elecciones de Estambul de 2019. Las encuestas habían mostrado que podría ganar a Erdoğan en las elecciones presidenciales por un cómodo margen.
Algunos argumentan que el fallo del tribunal tuvo motivaciones políticas. Con Imamoglu fuera de juego, la oposición tuvo que unirse en torno a Kilicdaroglu, el más débil de todos los posibles candidatos de alto perfil.
Erdoğan también ejerce un control casi omnipresente sobre los medios de comunicación turcos, a través de Fahrettin Altun, jefe de prensa y comunicación del palacio presidencial.
Muchos medios de comunicación turcos son propiedad directa de familiares de Erdoğan, como el popular periódico Sabah, dirigido por Sedat Albayrak, o están controlados por directores nombrados y supervisados por Altun. Algunos sitios independientes de noticias en Internet, como T24, practican la autocensura para seguir funcionando.
Con este control masivo de los medios de comunicación, Erdoğan y sus hombres aseguraron una mayor cobertura televisiva. Los medios de comunicación presentaron a Erdoğan como un líder mundial que hacía avanzar a Turquía construyendo aeropuertos, carreteras y puentes. Se le puso delante de decenas de periodistas en televisión, pero todas las preguntas estaban preparadas de antemano y Erdoğan leía sus respuestas a través de un apuntador.
Altun también orquestó una campaña masiva de difamación contra Kilicdaroglu. El líder de la oposición tuvo una cobertura televisiva mínima, y cuando aparecía en los medios, se le describía como un líder inepto incapaz de gobernar el país.
Altun no sólo controlaba los canales de televisión convencionales y la prensa escrita, sino también las redes sociales. En Twitter, plataforma muy influyente en Turquía, Altun utilizó bots y un ejército de trolls e influencers a sueldo para tratar de controlar la conversación.
Y funcionó. Un número suficiente de votantes se dejó influir por la confusión y el miedo a que el país fuera mucho peor si Kilicdaroglu salía elegido.
Por último, existía la posibilidad de fraude debido a la forma poco transparente en que se procesan los resultados de las elecciones. Una vez escrutada cada urna, la papeleta y la hoja de resultados son transportadas por la policía en las ciudades y el ejército en las zonas rurales hasta la junta electoral. Tanto la policía como el ejército están bajo el férreo control de Erdoğan.
Los resultados sólo se comunican a través de la agencia estatal Anadolu, mientras que antes lo hacían varias agencias independientes.
Incluso si no surgen pruebas de fraude en estas elecciones, la mera sospecha cuestiona la integridad de todo el proceso electoral.
Hay otros dos factores decisivos en las elecciones.
El primero es el apoyo que Erdoğan recibió de Sinan Ogan, que quedó tercero en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de hace dos semanas, con el 5,2% de los votos. Erdoğan convenció a Ogan para que le brindara su apoyo.
El segundo factor, y el más importante, fue la forma en que los votantes conservadores y religiosos veían a Erdoğan, casi como un mito. Para ellos, Erdoğan es un héroe religioso y un salvador.
La población religiosa de Turquía lleva mucho tiempo sufriendo persecuciones en nombre del laicismo. Para ellos, Kilicdaroglu y su Partido Popular Republicano simbolizaban esa persecución. Aunque Kilicdaroglu abandonó las antiguas políticas laicas del partido, muy estrictas, estos votantes nunca le perdonaron que impidiera a las mujeres musulmanas llevar el pañuelo en la cabeza en las instituciones educativas y estatales y que mantuviera la religión fuera de la vida pública y la política durante décadas.
La derecha conservadora y religiosa de Turquía ve a Erdoğan como un líder mundial y un héroe que luchó contra fuerzas malintencionadas, tanto internas como externas, para volver a hacer grande a Turquía.
Turquía necesitaba desesperadamente un cambio de gobierno y un soplo de aire fresco. Ahora es probable que la asfixia social, política y económica empeore.
Erdoğan había prometido un renacimiento turco para 2023, que es el centenario de la fundación de la república. Se suponía que para entonces Turquía entraría en la lista de las 10 primeras economías del mundo. Sin embargo, apenas figura entre las 20 primeras. Ocupa el puesto 19º.
La economía ha experimentado un importante declive en los últimos tres años. El valor de la lira turca se ha desplomado, lo que ha dado lugar a una economía basada en el dólar.
Pero los dólares son difíciles de conseguir. El Banco Central turco mantuvo la economía a flote vaciando sus reservas en los últimos meses para las elecciones. El Banco Central ha estado registrando un déficit por cuenta corriente de entre 8.000 y 10.000 millones de dólares cada mes, y sus reservas la semana pasada cayeron en negativo por primera vez desde 2002.
Ahora Erdoğan tiene que encontrar dinero. Recurrirá a préstamos extranjeros con altos intereses y se embarcará en una gira diplomática por los países musulmanes ricos en petróleo para atraer parte de sus fondos a Turquía. La incertidumbre sobre el éxito de estos esfuerzos y sus probables beneficios a corto plazo puede sumir a la economía turca en una recesión.
Para la población de Turquía, esto podría significar un desempleo masivo y un aumento del coste de la vida. La tasa de inflación alcanzó el año pasado un 85,5%, el máximo en 24 años, y podría subir aún más, ya que el gobierno, falto de liquidez, sigue imprimiendo dinero digital para pagar a su numerosa plantilla de funcionarios.
En política exterior, Erdoğan seguirá intentando convertirse en una potencia regional independiente de la OTAN, la Unión Europea y Estados Unidos. Es probable que siga reforzando los lazos de Turquía con el presidente ruso Vladimir Putin, lo que ha sido motivo de preocupación para los aliados occidentales de Turquía.
Este será el último mandato absoluto de Erdoğan, según la Constitución turca, y podría acortarse.
El presidente, de 69 años, tiene muchos problemas de salud. Está cada vez más frágil, le cuesta caminar y a menudo habla con dificultad. Es posible que en los próximos años su estado empeore y tenga que ceder la presidencia a un adjunto de confianza.
La otra posibilidad es que miembros destacados de su partido decidan dar un golpe de Estado para derrocar a Erdoğan antes de que termine su mandato, de modo que puedan recabar el apoyo de la opinión pública antes de las elecciones presidenciales de 2028.
Aunque por ahora pueda haber cierta estabilidad política en la Turquía postelectoral, el país seguirá sumido en la agitación económica, social y política en un futuro próximo.
Mehmet Ozalp es teólogo islámico e intelectual público. Creó el Centro de Estudios y Civilización Islámicos de la Universidad Charles Sturt en 2011. En 2009 fue director fundador de la Academia de Investigación y Ciencias Islámicas de Australia. Se doctoró en la Universidad de Sídney. Es autor de tres libros.
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 30/5/2023
Traducción del original en inglés: How Erdogan held onto power in Turkey, and what this means for the country’s future
Recep Tayyip Erdoğan seguirá siendo presidente de Turquía cinco años más tras ganar la segunda vuelta de las elecciones del domingo a su rival de siempre, Kemal Kilicdaroglu. Si cumple el mandato completo de cinco años, habrá ocupado el poder… Leer
Decenas de miles de personas han muerto y millones se han quedado sin hogar en el sur de Turquía y el norte de Siria tras el fuerte terremoto de 7,8 grados que sacudió la región el pasado 6 de febrero, una tragedia por la que la antigua ciudad turca de Antakya, conocida en época romana y medieval como Antioquía, ha pasado ya otras veces.
A finales del siglo IV, dos días después de que un fuerte terremoto sacudiera la zona de la actual frontera entre Turquía y Siria, el predicador cristiano Juan Crisóstomo dirigió un sermón a la atemorizada congregación de su sacudida ciudad de Antioquía, que, de forma muy parecida a los supervivientes de hoy, luchaba por comprender la destrucción. «Vuestras noches son insomnes», reconoció: «Vuestras posesiones se desgarraron más fácilmente que una tela de araña… Por poco tiempo os convertisteis en ángeles en lugar de humanos».
Como historiadora del cristianismo en el mundo romano tardío, mi investigación sobre la cristianización de Antioquía me llevó a la zona en 2006, 2008 y 2010, y ver destrozada de nuevo la región donde la gente me acogió tan generosamente me ha roto el corazón. Ayuda, sin embargo, conocer la rica historia de Antakya y la resistencia y valentía de sus gentes, que han logrado reconstruir la ciudad en otras ocasiones.
La ciudad ha conocido numerosos gobernantes en su larga historia y una notable diversidad religiosa. Comunidades judías, cristianas y musulmanas han considerado Antioquía su hogar desde finales de la Antigüedad hasta nuestros días.
El Nuevo Testamento relata que Antioquía es donde los seguidores de Jesús fueron llamados «cristianos» por primera vez, y que los apóstoles Pedro y Pablo se reunieron en la ciudad; los emperadores romanos solían pasar los inviernos en esta templada metrópoli; y el maestro griego del siglo IV Libanio declaró en su oratoria Sobre Antioquía que esta ciudad a orillas del río Orontes era tan hermosa que incluso los dioses preferían habitarla.
La antigua ciudad grecorromana quedó bajo control musulmán en el año 637, volvió a manos grecocristianas en el siglo X, musulmanas por un breve periodo en el siglo XI y cristianas occidentales en 1098, durante la Primera Cruzada.
Los cruzados establecieron el Principado de Antioquía, que duró hasta la llegada de los mongoles en el siglo XIII, cuando, tras algunas luchas, la ciudad pasó a ser gobernada por los mamelucos musulmanes de Egipto. En el siglo XVI pasó a formar parte del Imperio otomano y, tras la Primera Guerra Mundial, Francia supervisó la región como parte de Siria hasta que Turquía la anexionó en 1939. Desde que comenzó la guerra civil de Siria en 2011 ha acogido a innumerables refugiados.
Durante mis visitas, las capas llenas de texturas de la larga historia de la ciudad eran visibles en todas partes. La calle principal, Kurtuluş, seguía la antigua calzada romana, y la mezquita Habibi Neccar, destruida en el reciente terremoto, conmemoraba los primeros tiempos de la historia musulmana de la ciudad en un lugar que antes había sido una iglesia.
El río Orontes seguía fluyendo por la ciudad, y las casas modernas se asentaban, como antaño las viviendas romanas, al pie de la misma montaña donde los primeros ascetas cristianos se retiraban a rezar. Restos del acueducto romano y muros de piedra medievales serpenteaban por la ciudad y la ladera de la montaña.
Los terremotos han marcado tanto el pasado como el presente de la ciudad, incluidos al menos dos que devastaron la ciudad romana de la misma forma que presenciamos en este mes de febrero.
En su Historia romana, de principios del siglo III, el historiador primitivo Casio Dio describió la catastrófica devastación y pérdida de vidas a causa del grave terremoto que asoló la ciudad en 115: «Toda la tierra se levantó y los edificios saltaron por los aires». El historiador paleocristiano Juan Malalas sobrevivió a otro devastador terremoto en la ciudad en 526, y describió en su Crónica el terrible incendio que agravó la insondable destrucción después de que «la superficie de la tierra hirviera y… todo cayera al suelo».
También hoy, innumerables edificios han sido arrasados, como la histórica mezquita Habibi Neccar, que ya había sido reconstruida después de que otro terremoto la destruyera en 1853. Los cruzados medievales construyeron una imponente entrada de piedra a la iglesia rupestre de la montaña asociada al apóstol Pedro, y esperamos aún saber si ha sufrido daños.
«No puedo decirte lo malo que ha sido», respondió mi amiga Hülya a mi primer mensaje de pánico el 6 de febrero. Gran parte de su familia de Antakya sobrevivió de algún modo, pero su tío y su sobrina, nuestro amigo Ercan y su joven familia, y decenas de miles de personas más de la región no tuvieron tanta suerte. «Rezad por nosotros», escribió.
La historia de la ciudad, sin embargo, es una historia de transición y renacimiento, y creo que hay esperanza entre los escombros.
Malalas escribió que, en 526, «las mujeres embarazadas… dieron a luz bajo la tierra y salieron ilesas con sus hijos», haciéndose eco de la supervivencia de una niña que nació en Antakya el 6 de febrero de 2023, bajo los escombros derrumbados de su casa, y que ha sido llamada Aya, una palabra árabe que se traduce vagamente como una señal de Dios.
Mientras los vecinos buscan supervivientes entre los edificios derruidos, el mundo se apresura a prestar ayuda. Mi amigo de Knoxville, Tennessee, Yassin Terou, refugiado sirio, ha regresado a la región para ofrecer comidas a los supervivientes como parte de los esfuerzos mundiales de socorro.
Trabajadores humanitarios y voluntarios se apresuran a proporcionar atención médica, alimentos, refugio y agua potable a la región, aunque sigue siendo difícil llegar a las personas aisladas en el norte de Siria.
El alcance de la catástrofe es desgarrador, pero creo que estos ecos del pasado romano pueden ser un recordatorio esperanzador de la capacidad de recuperación de los habitantes de la ciudad, que ya se han recuperado otras veces de terremotos devastadores. Tal vez, con el apoyo del mundo, puedan hacerlo de nuevo.
Christine Shepardson es profesora y directora del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Tennessee (EE UU)
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 16/2/2023
Traducción del original en inglés: Turkey’s historic city of Antakya, known in Roman and medieval times as Antioch, has been flattened by powerful earthquakes in the past – and rebuilt itself
Decenas de miles de personas han muerto y millones se han quedado sin hogar en el sur de Turquía y el norte de Siria tras el fuerte terremoto de 7,8 grados que sacudió la región el pasado 6 de febrero,… Leer
Las autoridades de Turquía elevaron este sábado a más de 40.600 los muertos a causa de los terremotos registrados el 6 de febrero en el sur del país, cerca de la frontera con Siria, donde han fallecido asimismo por el seísmo entre 4.000 y 6.000 personas, dependiendo de las fuentes.
Las operaciones de búsqueda y rescate continúan en 118 edificios derrumbados en Turquía, incluidos 98 edificios en la provincia de Hatay, 19 en Kahramanmaras y uno en Adıyaman, según informó la Dirección de Comunicaciones del país.
Trece días después de los seísmos, tres personas, entre ellas un niño que murió después, fueron rescatadas este sábado con vida tras casi 200 horas horas atrapadas bajo los escombros de un edificio derrumbado en la arrasada ciudad turca de Antioquía.
Según informó la agencia oficial turca Anadolu, un equipo de rescate de Kirguizistán logró salvar a Samir Muhammed Accar, su esposa Ragda y su hijo de 12 años, que habían quedado bajo las ruinas del edificio de apartamentos donde tenían su vivienda. Poco después, la misma fuente indicó que el niño había fallecido tras su rescate, mientras que los dos adultos fueron hospitalizados con heridas de diverso grado.
Mientras, en Siria, el Programa Mundial de Alimentos volvió a pedir este sábado a las autoridades que controlan el noroeste del país que dejen de bloquear el acceso a la zona, para poder prestar ayudar a los cientos de miles de personas víctimas de los terremotos.
Las autoridades de Turquía elevaron este sábado a más de 40.600 los muertos a causa de los terremotos registrados el 6 de febrero en el sur del país, cerca de la frontera con Siria, donde han fallecido asimismo por el… Leer
A punto de cumplirse una semana de los devastadores terremotos que el pasado lunes asolaron el centro-sur de Turquía y el noroeste de Siria, la cifra de muertos en ambos países superó este domingo los 33.000, la mayoría de ellos –29.605, según el último balance oficial de Ankara–, en Turquía. En Siria, los últimos balances publicados por el Gobierno y los grupos rebeldes contabilizan 3.580 fallecidos, si bien la OMS calcula que al menos 9.300 personas han muerto en el país a causa del terremoto. Hay, además, más de 85.000 heridos en ambos países, unos 80.000 de ellos en Turquía, y, aunque los equipos de rescate siguen trabajando, las esperanzas de encontrar supervivientes se agotan.
Se trata ya del movimiento sísmico más mortífero ocurrido en la región en más de un siglo, con una letalidad que supera la registrada durante el terremoto de Erzincan en 1939, en el que murieron entre 32.700 y 33.000 personas.
En cuanto a la actualidad de las últimas horas, el Gobierno turco ha dictado ya un total de 113 órdenes de detención relacionadas con el desastre, incluyendo en ellas a constructores acusados de haber eliminado pilares para ganar espacio en las viviendas, lo que habría hecho estas más vulnerables.
Según fuentes oficiales, en torno a 6.000 edificios colapsaron en Turquía como consecuencia de los terremotos. Numerosos medios locales e internacionales han destacado estos días que, a diferencia de construcciones más modernas en ciudades como Estambul, las estructuras de los edificios de la zona más afectada por los terremotos son muy débiles y no están preparadas para aguantar temblores de esta magnitud.
Con respecto a Siria, el secretario general adjunto de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Martin Griffiths, reconoció este domingo que su organización «ha fallado a la gente en el noroeste de Siria», donde apenas ha llegado ayuda humanitaria. «Hemos fallado a la gente del noroeste de Siria. Se sienten abandonados, y con razón, en busca de una ayuda internacional que no ha llegado», señaló Griffiths en su cuenta de Twitter. El primer convoy de Naciones Unidas comenzó a entregar este sábado los primeros suministros específicos para los afectados.
El primer seísmo, de magnitud 7,8, ocurrió a las 4:17 hora local del 6 de febrero, cerca de Gaziantep, en el sur de Turquía, junto a la frontera con Siria, mientras la gente dormía. El segundo, de magnitud 7,5, tuvo lugar a principios de la tarde, alrededor de las 13:30 hora local. En total hubo en torno a un millar de réplicas. Una gran tormenta invernal obstaculizó los primeros esfuerzos de rescate, con una fuerte nevada sobre las ruinas y una caída en picado de las temperaturas. Los supervivientes, especialmente aquellos atrapados bajo los escombros, quedaron expuestos además a un gran riesgo de hipotermia.
Los terremotos ocurrieron en una de las zonas con más actividad sísmica del planeta, en la convergencia de la placas tectónica de Anatolia y Arabia. Decenas de ciudades de Turquía y Siria vieron desmoronarse sus edificios e infraestructuras. Las zonas más afectadas fueron las cercanas a los epicentros, en áreas como Gaziantep o Kahramanmaras, y otras localidades donde se experimentaron fuertes réplicas. En Siria, los terremotos han sido especialmente devastadores en la región de Alepo, donde barrios enteros de algunas ciudades estaban ya destruidos como consecuencia de la guerra.
A punto de cumplirse una semana de los devastadores terremotos que el pasado lunes asolaron el centro-sur de Turquía y el noroeste de Siria, la cifra de muertos en ambos países superó este domingo los 33.000, la mayoría de ellos… Leer
La cifra de muertos por los terremotos que sacudieron Turquía y Siria el 6 de febrero ha superado los 21.000 en cuatro días, dejando atrás la estimación de 20.000 de la Organización Mundial de la Salud, y sigue aumentando cada hora que pasa, a medida que se hacen más sombríos descubrimientos bajo los escombros.
Las labores de búsqueda y rescate están bien encaminadas en Turquía tras una respuesta inicialmente lenta, pero aún no han despegado realmente en el norte de Siria. Los sirios de las zonas controladas por los rebeldes se quedaron esperando ayuda debido a las tensiones políticas y a las infraestructuras destrozadas tras el terremoto y más de diez años de conflicto.
Hasta ahora, nadie sabe cuántas personas siguen atrapadas bajo los escombros. Ovgun Ahmet Ercan, experto turco en terremotos, declaró a The Economist que había calculado que 180.000 personas o más podrían estar atrapadas bajo los escombros, casi todas muertas.
Un convoy de la ONU logró finalmente acceder al norte de Siria el jueves por la mañana, un día después de lo que se considera el plazo crítico de 72 horas para encontrar supervivientes. Pero las esperanzas de una misión de rescate realmente eficaz se desvanecieron, ya que no se proporcionó equipo pesado de búsqueda y rescate. Ahora la tasa de supervivencia de las personas atrapadas bajo los escombros es inferior al 6%.
Para evitar la pérdida de más vidas y reducir el sufrimiento, la respuesta de la ayuda internacional será ahora más crítica que nunca. Basándome en mi investigación doctoral, centrada en la ayuda humanitaria en situaciones de conflicto y crisis política, he aquí las prioridades clave.
Será una operación de ayuda extremadamente difícil. Para empezar, el tiempo no está del lado de los equipos de respuesta: ambos países están sufriendo un duro y húmedo invierno. También hay tensiones políticas regionales y millones de refugiados en ambos países debido al conflicto en Siria.
Siria se enfrenta a una convergencia de catástrofes. El conflicto, un brote de cólera y unas instalaciones médicas ya peligrosamente sobrecargadas son solo algunos de los problemas a los que hay que hacer frente.
Un centro crucial de ayuda de la ONU para el norte de Siria, cercano al epicentro del terremoto inicial en Turquía, se vio afectado. Esto podría haber agravado la escasez de suministros clave necesarios inmediatamente después del seísmo.
Una de las decisiones más importantes que toma un gobierno en caso de catástrofe es declarar o no el estado de emergencia. Para las organizaciones humanitarias, esto significa que pueden trabajar libremente en las zonas afectadas. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, ya ha declarado el estado de emergencia durante tres meses. Como consecuencia, la respuesta en Turquía ha recibido muchos más recursos y atención de los medios de comunicación.
El gobierno sirio, sin embargo, no ha declarado el estado de emergencia. Esto significa que no reconoce ni apoya oficialmente a ninguna organización que trabaje en zonas controladas por los rebeldes, lo que supone un riesgo para los trabajadores humanitarios. Aún no hay garantías oficiales de seguridad y la proliferación de grupos armados aumenta los riesgos de seguridad para las misiones de rescate y ayuda.
La ayuda disponible para Siria sólo será eficaz si el régimen de Asad está dispuesto a permitir el acceso a las zonas controladas por los rebeldes. Las organizaciones internacionales de ayuda no pueden hacer mucho ante un gobierno intransigente. Otros gobiernos deberían intentar seriamente entablar un diálogo con el presidente sirio, Bashar al Asad. La prioridad para Siria es negociar con el gobierno y otros grupos armados un acceso seguro y sin trabas que garantice el suministro de más ayuda durante el tiempo necesario.
Las donaciones en metálico del público y de los gobiernos son importantes. Lo ideal es que no se destinen a fines específicos, es decir, que los donantes no dicten cómo debe gastarse el dinero. Esto permite a las organizaciones de ayuda adaptar rápidamente sus respuestas cuando sea necesario.
Obviamente, en estos momentos, las principales prioridades son los alimentos y el agua, el acceso a la asistencia médica y ropa y cobijo adecuados a las condiciones meteorológicas actuales.
Es comprensible que la población desee que los suministros se envíen lo antes posible, pero el estado de las infraestructuras en la región del terremoto no lo permite y el almacenamiento de suministros en la zona aumenta el riesgo de robo. Además, el tipo de ayuda que se necesita está cambiando rápidamente, ya que la atención pasa de poner el foco en la búsqueda y el rescate a centrarse en mantener a la gente con vida.
El objetivo debe ser garantizar un suministro lento pero constante de artículos esenciales. Esto significa encontrar rutas de acceso alternativas y seguras, por ejemplo, utilizando el transporte marítimo para construir una vía continua de suministros internacionales, entregándolos constantemente a las zonas más afectadas mediante vehículos pequeños. Los animales de carga, como los burros, también pueden desempeñar un papel importante en la entrega de suministros básicos y proporcionar un servicio de ambulancia para las personas que se encuentran en lugares de difícil acceso.
Deben abrirse corredores de ayuda hacia el norte de Siria. En el pasado reciente, Rusia y China han bloqueado los esfuerzos de la ONU para reabrir varias rutas desde Turquía a Siria cerradas por el régimen de Assad. Mientras tanto, Damasco se niega a destinar recursos al territorio controlado por los rebeldes y acusa a las organizaciones internacionales que responden de «financiar a terroristas». Esto va a requerir un gran esfuerzo diplomático para que la ayuda fluya desde ambos lados.
Las organizaciones de ayuda deben coordinar sus esfuerzos y colaborar con las comunidades locales y los actores políticos, algo especialmente importante en el norte de Siria, de donde los trabajadores humanitarios internacionales se vieron obligados a salir hace varios años debido a los elevados riesgos de seguridad.
Como ya se ha mencionado, también hay un brote de cólera en la región afectada. La Organización Mundial de la Salud identifica el cólera como una de las pocas enfermedades que pueden transmitirse a través de los cadáveres, por lo que esto puede suponer un enorme riesgo para la salud pública tras una catástrofe natural.
Para evitar repetir los mismos errores que se cometieron en Haití, donde un gran número de personas acabaron infectadas, el control de la enfermedad debe ser una prioridad. Esto requerirá ayuda especializada para garantizar unas condiciones sanitarias y unos enterramientos adecuados.
La lentitud de la respuesta no tiene por qué ser una característica definitoria de esta crisis. Todavía hay tiempo para la coordinación, la colaboración y la diplomacia para poner las cosas en marcha y salvar tantas vidas como sea posible.
Nonhlanhla Dube es profesora de Gestión de Operaciones en la Universidad de Lancaster (Reino Unido)
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 10/2/2023
Traducción del original en inglés: Turkey-Syria earthquake: why it is so difficult to get rescue and relief to where it is most needed
La cifra de muertos por los terremotos que sacudieron Turquía y Siria el 6 de febrero ha superado los 21.000 en cuatro días, dejando atrás la estimación de 20.000 de la Organización Mundial de la Salud, y sigue aumentando cada… Leer
El alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, fue condenado el pasado 14 de diciembre por un tribunal turco a dos años y siete meses de prisión por insultar a funcionarios en unos comentarios realizados hace tres años. El impacto de esta sentencia se dejará sentir en un acontecimiento que tendrá lugar dentro de tan solo unos meses: las elecciones presidenciales turcas.
Si el tribunal de apelación confirma la condena ‒basada en un discurso de 2019 en que el İmamoğlu supuestamente llamó «tontos» a los miembros del consejo electoral supremo de Turquía‒, el alcalde no podrá seguir ocupando ningún cargo político. Con ello, el presidente, Recep Tayyip Erdoğan, gana por partida doble: además de retomar el control de Estambul, impediría potencialmente que su mayor contrincante se presentara a las elecciones de junio de 2023.
Sin embargo, obedezca o no a motivos políticos, la sentencia podría no tener el resultado que esperan los rivales de İmamoğlu, como debería saber bien el propio Erdoğan. El largo camino del presidente turco hacia el dominio político comenzó, precisamente, con su elección como alcalde de Estambul en 1994. La élite laicista, que en aquel momento dominaba la política turca y temía el auge del conservadurismo religioso de Erdoğan, le prohibió hacer política mediante una decisión judicial que le llevó a la cárcel durante cuatro meses por incitar al odio religioso en un discurso. Aquella sentencia, de hecho, no hizo sino reforzar el apoyo al actual presidente. Tal vez de forma similar, la condena a İmamoğlu fue seguida de la salida a la calle de miles de sus seguidores en señal de protesta.
El veterano presidente es un político pragmático. Durante más de 25 años, Erdoğan ha seguido una doble estrategia para afianzar su control del poder: conseguir legitimidad ganando elecciones y, al mismo tiempo, consolidar el poder a través de una larga lista de métodos autoritarios, como encarcelar a periodistas y calificar de «terroristas» a figuras de la oposición.
Sin embargo, las elecciones de 2023 se van a celebrar en un momento en el que la posición de Erdoğan en Turquía parece más débil, ya que las encuestas sugieren que podría perder frente a alguno de los posibles aspirantes, a la espera de que la oposición anuncie quién concurrirá a los comicios.
Las elecciones municipales de Estambul de 2019 supusieron un punto de inflexión en la suerte política de Erdoğan. İmamoğlu, el candidato de su principal oposición, el Partido Republicano del Pueblo, ganó frente al candidato del Partido Justicia y Desarrollo de Erdoğan. El presidente no aceptó la derrota y apoyó la anulación de los comicios mediante una decisión del consejo electoral supremo, lo que motivó el comentario de «tontos» de İmamoğlu.
En la repetición de las elecciones, İmamoğlu volvió a ganar, con un margen aún mayor.
Desde 2019, la popularidad de Erdoğan ha disminuido aún más, según la mayoría de las encuestas publicadas. Actualmente es menos popular que İmamoğlu y que el alcalde de Ankara, Mansur Yavas, del mismo partido de la oposición.
Una de las principales razones del problema de popularidad de Erdoğan es la actual crisis económica. La tasa de inflación anual de Turquía se ha disparado por encima del 80%. En una encuesta nacional de febrero de 2021, el 50% afirmó que la pobreza les obligaba a saltarse comidas.
La crisis económica está directamente asociada al gobierno de Erdoğan, que ha provocado una fuga de cerebros y ha estado marcada por políticas financieras equivocadas, especialmente su insistencia en bajar los tipos de interés para reducir la inflación, algo que va en contra de lo que prescribirían la mayoría de los economistas.
Si la oposición sigue una estrategia razonable, y los comicios son justos y libres, Erdoğan se encamina hacia la derrota en las elecciones de junio de 2023.
No obstante, los observadores temen que intente jugar con el sistema o cambiar las reglas para ganar las elecciones y mantener sus poderes superpresidenciales durante cinco años más.
Erdoğan ya ha trabajado para establecer unos medios de comunicación obedientes, mediante la confiscación, el capitalismo de amiguetes y la represión, e incluyendo la detención y encarcelamiento de periodistas. En octubre, Erdoğan promulgó una nueva «ley de censura» para criminalizar aún más a los periodistas y controlar las redes sociales.
También ha estrechado lazos con el presidente ruso, Vladimir Putin, y ha normalizado relaciones con los príncipes herederos de Arabia Saudí, y de Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Bin Salman y Mohammed Bin Zayed, en un intento de fomentar su apoyo financiero de cara a las elecciones.
Y luego está el ataque directo a las figuras de la oposición. Si İmamoğlu es encarcelado, no será el único político importante que languidece en las prisiones turcas.
Selahattin Demirtas, ex copresidente del prokurdo Partido Democrático de los Pueblos, lleva más de seis años entre rejas. Demirtas apoyó a İmamoğlu durante las elecciones municipales de 2019 y ha criticado la nueva sentencia judicial contra el alcalde de Estambul.
Es una muestra de lo que convierte a İmamoğlu en una amenaza electoral potencialmente potente para Erdoğan: su capacidad para atraer a votantes de varios segmentos de la sociedad. Puede conseguir el minoritario pero crucial voto kurdo, y mantener a la vez sólidas relaciones con los políticos nacionalistas. Pertenece a un partido laico, pero es capaz de recitar el Corán en público para atraer a los votantes religiosos. Lo que Erdoğan teme es una figura de la oposición que pueda servir como candidato de «gran carpa».
Esto ayudó a İmamoğlu a derrotar al partido de Erdoğan en Estambul dos veces en 2019. En unos meses, veremos si puede conseguir el mismo logro en el escenario nacional, aunque eso solo puede suceder si İmamoğlu puede presentarse legalmente.
El peligro para Erdoğan es que la popularidad de İmamoğlu podría aumentar si la población turca considera que su encarcelamiento obedece a motivaciones políticas. De ser así, la historia podría repetirse en Turquía, solo que esta vez para desgracia de Erdoğan.
Ahmet T. Kuru es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de San Diego (EE UU). Se doctoró en la Universidad de Washington y ocupó un puesto de posdoctorado en la Universidad de Columbia. Su libro Islam, Authoritarianism, and Underdevelopment: A Global and Historical Comparison (Cambridge University Press, 2019) recibió el Premio de la Sección de Historia y Política Internacional de la Asociación de Ciencias Políticas de EE UU. Kuru es también autor del premiado Secularism and State Policies toward Religion: The United States, France, and Turkey (Cambridge, 2009) y coeditor (con Alfred Stepan) de Democracy, Islam, and Secularism in Turkey (Columbia, 2012).
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 15/12/2022
Traducción del original en inglés: Why Istanbul’s mayor was sentenced to jail – and what it means for Turkey’s 2023 presidential race
El alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, fue condenado el pasado 14 de diciembre por un tribunal turco a dos años y siete meses de prisión por insultar a funcionarios en unos comentarios realizados hace tres años. El impacto de esta… Leer
La desaparición del Imperio otomano, paralela en muchos aspectos a la del Imperio austrohúngaro, produjo una larga serie de consecuencias políticas, sociales, económicas, culturales e incluso religiosas para una amplia franja de territorios europeos y asiáticos.
En una perspectiva combinada, destacan tres hechos fundamentales:
En primer lugar, la desaparición de una entidad política multiétnica y diversa, basada en autonomías culturales, en favor de la consolidación definitiva de Estados nación de vocación y titularidad monoétnicas.
En segundo lugar, el reparto desconsiderado de amplios territorios de Oriente Medio bajo la forma de Mandatos de la Sociedad de Naciones, germen de futuros permanentes conflictos en la zona. Los mandatos suponían que territorios o colonias que antiguamente pertenecían al Imperio alemán y al otomano pasaban a ser administrados por las potencias ganadoras de la Primera Guerra Mundial.
En tercer lugar, la redefinición drástica del pueblo turco en torno a un proyecto de occidentalización y secularización radical que en la práctica nunca pudo completarse del todo.
En noviembre de 1922 se ponía fin definitivamente a una entidad política que había ocupado la historia de Europa, Asia y África durante más de 600 años. La decadencia política del Imperio otomano fue un proceso largo, pero el golpe definitivo fue el de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que se sumó al bando de los imperios centrales, a la postre derrotados.
Incluso tras el fin de la guerra, continuaron los conflictos bélicos con países vecinos como Grecia o entre etnias del propio Imperio. El resultado final fue la aparición de un gobierno alternativo exclusivamente turco designado para establecer la nueva República de Turquía.
Con todas sus imperfecciones, el Imperio otomano tenía una vocación plural y nunca pretendió la asimilación cultural o religiosa de sus poblaciones. Los turcos otomanos, conscientes de su inferioridad numérica, no aspiraron a diseñar un único modelo público para todos los súbditos.
Como consecuencia de una tradición islámica que abre el camino a la convivencia de diferentes religiones, la idea de entidad política unificada o la lealtad esperada al sultán no se traducían en un modo de vida único. En el Imperio podían convivir poblaciones de religión cristiana, musulmana o judía. También etnias de origen túrquico, latino, eslavo, caucásico, iranio, griego o magiar, sin que ello implicara un cuestionamiento del proyecto común.
En realidad, el Imperio otomano constituye uno de los mejores ejemplos históricos de utilización de la autonomía como instrumento fundamental de la gestión de la diversidad. Diferentes grupos de población, básicamente alineados conforme a sus creencias religiosas (cristianos ortodoxos, cristianos armenios y judíos, fundamentalmente), componían los llamados millet. Estos fueron antecedentes de las autonomías personales o culturales existentes en varios países de la Europa central u oriental, o de Oriente medio.
Mediante los millet, los diferentes grupos religiosos disponían de autonomía en la gestión de sus propias normas y disputas, con tribunales propios. En última instancia, estos dependían de sus propios líderes religiosos, residentes, como el sultán, en la propia capital del Imperio. El número de millet, además, se amplió en los últimos siglos del Imperio.
Lógicamente, el sistema pluralista del Imperio otomano no siempre funcionó a la perfección ni pudo evitar conflictos entre comunidades. Tampoco se fundamentaba en una igualdad estricta, puesto que hasta las reformas del siglo XIX la comunidad musulmana gozaba de cierta primacía incluso en el plano jurídico.
También resulta inevitable hacer referencia a un lamentable episodio que se produjo en los estadios finales del Imperio y en una situación bélica. Hablamos del genocidio armenio, una evacuación forzosa y letal de gran parte de la población armenia de Anatolia oriental bajo la acusación de colaborar con el enemigo ruso.
Si comparamos el modelo otomano y su desarrollo con las políticas seguidas en la mayor parte de los países de mayoría cristiana y, por supuesto, con las de los Estados nación que los sustituyeron, podemos afirmar que la desaparición de los imperios plurinacionales fue un duro golpe para la diversidad histórica de una buena parte de Europa y Asia.
La segunda gran consecuencia de la desaparición del Imperio fue la orfandad política en la que se dejó a una amplia zona del occidente de Asia, fundamentalmente poblada por el pueblo árabe.
Reino Unido y Francia se repartieron de forma secreta el control de dichos territorios y la legitimación de tal reparto se produjo mediante el sistema de Mandatos de la Sociedad de Naciones. Este sistema asignaba un territorio al gobierno de una potencia occidental con la excusa de garantizar el desarrollo de sus poblaciones bajo la supervisión de la Sociedad de Naciones. En realidad se trató de una nueva manera de adquirir colonias por parte de dichas potencias a costa de los países derrotados en la guerra.
El nuevo reparto territorial fue muy desafortunado. De entrada, privó de soberanía a los pueblos que poblaban dichos espacios. Además, estableció unas fronteras ilógicas que generaron gran resentimiento en el pueblo árabe al dividirlo arbitrariamente. Con ese sistema tampoco se satisfacían las aspiraciones de las comunidades judías que buscaban disponer de un hogar nacional propio en Tierra Santa.
Además, el reparto de fronteras obvió absolutamente la suerte de otros pueblos, como los kurdos, cuya existencia quedaba condenada a ser permanentemente minoritaria en diferentes Estados, con la consiguiente represión y su exclusión de la comunidad internacional.
Por último, la desaparición del Imperio marcó la necesidad del pueblo turco, titular teórico de aquél, de redefinirse nacional, territorial y políticamente. El proceso se realizó en condiciones bélicas y de conflictos constantes por todos los puntos cardinales, y bajo la idea de crear un Estado nuevo al estilo occidental.
Los fundadores del nuevo Estado turco, liderados por el militar Mustafá Kemal (posteriormente conocido como Atatürk o «padre de los turcos»), implantaron sin piedad un proyecto radical basado en un laicismo estricto, y un nacionalismo mayoritario. Esto pronto supuso la exclusión y represión de la diversidad presente en el país, para desconsuelo de kurdos, caucásicos, griegos, armenios, árabes y otras minorías.
En definitiva, la desaparición del Imperio otomano no puede entenderse como una buena noticia. Los cien años transcurridos desde entonces han servido fundamentalmente para que los Estados sucesores reafirmen su uniformidad a costa de la diversidad y para que las minorías sufran represión y asimilación.
La convivencia en la diversidad, la riqueza cultural y la autonomía de grupos, vividos durante siglos en Salónica, Adrianópolis, Esmirna, Damasco o la propia Estambul, son hoy poco más que un recuerdo de la Historia. Una historia no europea ni occidental, de la que sigue siendo necesario y urgente extraer lecciones.
Eduardo Ruiz Vieytez es profesor de la Universidad de Deusto, en la que ha ejercido como Director del Instituto de Derechos Humanos, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, y Vicerrector de Estrategia Universitaria. En el pasado ejerció como asesor jurídico del Ararteko (Defensor del Pueblo del País Vasco) y fue presidente de una ONG de apoyo a inmigrantes extranjeros. Ha sido Vocal del Foro para la Integración Social de los Inmigrantes, del Comité Científico del Observatorio del Pluralismo Religioso, del Instituto Internacional de Sociología Jurídica (Oñati) y de los patronatos de las Fundaciones Ceimigra (Valencia) y Gernika Gogoratuz (Gernika). Ha realizado estancias de investigación y docencia en diversas universidades extranjeras y ha participado como experto independiente en misiones del Consejo de Europa sobre derechos de las minorías en países como Serbia, Ucrania, Moldavia, Armenia o la Federación Rusa. Sus publicaciones principales tratan sobre minorías nacionales en Europa, derechos humanos y diversidad cultural, lingüística o religiosa.
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 4/12/2022
La desaparición del Imperio otomano, paralela en muchos aspectos a la del Imperio austrohúngaro, produjo una larga serie de consecuencias políticas, sociales, económicas, culturales e incluso religiosas para una amplia franja de territorios europeos y asiáticos. En una perspectiva combinada,… Leer
En apenas un mes, dos antiguas iglesias bizantinas de Estambul utilizadas como museos durante décadas, la famosa Santa Sofía y la de San Salvador de Cora, han sido convertidas en mezquitas. La medida ha sido recibida con preocupación. Y la comunidad greco-ortodoxa de la ciudad siente que lo que está en juego va más allá de estos dos monumentos.
Los griegos ortodoxos de Estambul, los Rum Polites, constituyen la mayor parte de los feligreses del Patriarcado Ecuménico, el centro tradicional de la Iglesia Ortodoxa Oriental. Numerosos e influyentes durante las épocas bizantina y otomana, en la actualidad representan una pequeña minoría de apenas 2.000 personas. Las experiencias traumáticas que han sufrido a lo largo de la historia, incluyendo pogromos y expulsiones, han provocado que estén dispersos por todo el mundo. Pero los Rum Polites siguen manteniendo una fuerte conexión con Estambul y con su herencia bizantina, palpable en hitos arquitectónicos como Santa Sofía y Cora.
Tanto Santa Sofía como San Salvador de Cora eran iglesias reverenciadas en la Constantinopla bizantina. Santa Sofía, cuyo ingenio arquitectónico asombró al mundo, fue la iglesia imperial del Imperio Bizantino. Cora formaba parte de un complejo monástico rural y estaba ricamente adornada con impresionantes mosaicos y frescos.
Los dos lugares fueron convertidos en mezquitas por los otomanos: Santa Sofía, inmediatamente después de la caída de Constantinopla en 1453, y Cora medio siglo después. Ya en las décadas de 1930 y 1940, durante la República de Turquía, Santa Sofía y Cora fueron transformadas en museos, en consonancia con el espíritu laico y la actitud orientada hacia Occidente del nuevo Estado. Las representaciones de figuras en los mosaicos y frescos, que habían sido cubiertas de yeso por los otomanos, fueron sacadas de nuevo a la luz durante este periodo, mediante extensos proyectos de restauración.
La solución republicana ha sido deshecha con los recientes decretos presidenciales de Recep Tayyip Erdoğan que han reconvertido oficialmente Santa Sofía y Cora en mezquitas.
Al igual que muchos otros habitantes de Estambul, los Rum Polites temen que la transformación de iglesias históricas bizantinas en mezquitas suponga la decadencia de la identidad cosmopolita de la ciudad y de su historia de múltiples capas. «No debería existir una competición entre civilizaciones, especialmente en una ciudad tan culturalmente rica como Estambul, capital de un imperio durante más de 1.500 años», señaló Laki Vingas, presidente de la Asociación de Fundaciones Rum, tras la conversión de Cora.
Como museos, Santa Sofía y Cora personificaron el pasado bizantino y otomano, y fueron símbolos de la coexistencia entre múltiples religiones. Su conversión implica una jerarquía que da prioridad a su pasado islámico sobre todas las demás capas.
La decisión de Erdoğan es el reflejo de una retórica de conquista que intensifica la alienación del pasado cristiano de Estambul.
En el discurso del pasado 10 de julio en el que anunció la decisión de abrir Santa Sofía, el presidente turco destacó que la conversión de la antigua basílica satisfaría «el espíritu de conquista» de Mehmet II. El 24 de julio, Ali Erbas, jefe de la Dirección de Asuntos Religiosos de Turquía, pronunció el primer sermón del viernes en Santa Sofía con una espada en la mano, simbolizando asimismo una tradición de conquista. Podría decirse que semejante discurso marca a los no musulmanes de Turquía como sujetos reconquistados y ciudadanos de segunda clase.
El arzobispo Elpidoforos, de la Archidiócesis Ortodoxa Griega de América, y natural de Estambul, dijo a la BBC que Santa Sofía evoca «sentimientos especiales por cualquier cristiano, especialmente por los ortodoxos, que están más directamente relacionados con este monumento». Y añadió: «Soy un ciudadano turco, y no quiero que el estado tenga mentalidad de conquistador, porque no me considero parte de una minoría conquistada. Quiero sentirme en mi propio país como un ciudadano más».
En otra declaración igualmente personal y emotiva, el arzobispo de Constantinopla – Nueva Roma y Patriarca Ecuménico, Bartolomé I, dijo sentirse triste y «herido» por la conversión.
Las reconversiones de Santa Sofía y Cora en mezquitas pueden deberse a los muchos desafíos a los que se enfrenta Erdoğan, incluyendo sus maniobras para ganar poder geopolítico, su batalla contra el legado laicista del fundador de la Turquía moderna, Kemal Ataturk, su llamada al nacionalismo religioso para revivir su popularidad electoral, o sus tácticas para desviar la atención de la caída en picado de la economía turca. Sin embargo, como advierte el historiador rum Foti Benlisoy, sería un error pensar que se trata únicamente de conseguir pequeñas victorias en la política interna.
Según sostiene Benlisoy, estos actos de reislamización o desoccidentalización probablemente reflejan una orientación «neo-otomana» hacia la construcción de una «identidad nacional alternativa» basada en la polarización. Esta guerra cultural conduce a un clima hostil que, especialmente para las comunidades vulnerables como los Rum Polites, pone en peligro aún más su supervivencia en la ciudad.
La comunidad de los Rum Polites es una parte tan valiosa del patrimonio cosmopolita de la ciudad como lo son Santa Sofía y Cora. Las urbes metropolitanas como Estambul deben abrazar su legado multicultural en su totalidad, tanto en el tejido urbano como en la diversidad cultural, y crear un lugar seguro para la convivencia. De lo contrario, la identidad de la propia ciudad puede verse en peligro.
Algunos monumentos son tan grandiosos que su impacto va más allá de los habitantes de la ciudad en que se encuentran, o incluso de los visitantes; pertenecen a la humanidad. Sin embargo, siguen siendo la principal referencia para algunos lugareños, o para sus compañeros de la diáspora, cuya identificación con la ciudad se materializa a través de esos monumentos. Es el caso de Santa Sofía y Cora para la comunidad ortodoxa griega de los Rum Polites, en Estambul y más allá.
Ilay Romain Ors es investigadora del Centro de Migración, Políticas y Sociedad (COMPAS) de la Universidad de Oxford. Actualmente vive en Grecia y trabaja en un proyecto de investigación sobre las migraciones en el Mar Egeo, financiado por la Independent Scholar Research Foundation.
Tuğba Tanyeri-Erdemir es investigadora en el Departamento de Antropología de la Universidad de Pittsburgh. Su trabajo se centra en la vertiente etnográfica de los edificios religiosos históricos reconvertidos, la gestión del patrimonio cultural de sitios sagrados y la reutilización y museificación del patrimonio religioso.
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 15/9/2020
Traducción del original en inglés: Former Byzantine churches are being converted to mosques – this threatens Istanbul’s cosmopolitan identity
En apenas un mes, dos antiguas iglesias bizantinas de Estambul utilizadas como museos durante décadas, la famosa Santa Sofía y la de San Salvador de Cora, han sido convertidas en mezquitas. La medida ha sido recibida con preocupación. Y la… Leer
«Me amenazó con matar a mi hija, violarme, hacer fotos y distribuirlas a todo el mundo. Me obligó a mirar mientras torturaban cruelmente a mujeres. Era tan horrible que me puse enferma solo de verlo», relata una mujer anónima en un vídeo en el que detalla su captura en Afrin, en el norte de Siria.
Afrin era una región de mayoría kurda donde las mujeres tenían más derechos que en ningún otro lugar de Siria, un país patriarcal sumido en una guerra sangrienta. El matrimonio infantil y la poligamia estaban prohibidos, y la violencia doméstica, penalizada.
Durante buena parte de la guerra en Siria, la ciudad de Afrin se mantuvo segura, convertida en un santuario que acogía a todo el mundo. Shiler Sildo, una antigua residente en Afrin de 31 años de edad, voluntaria en la Media Luna Roja kurda, explica a openDemocracy que «disfrutábamos de un ambiente de libertad donde todo el mundo, especialmente las mujeres, podía mostrarse como quisiera. Podías vestir pantalones cortos, faldas, vestidos cortos, lo que fuera».
«Había un nivel de criminalidad muy bajo. Tener esa clase de seguridad en Siria era especial. Había una atmósfera utópica, era un lugar muy pacífico», recuerda Shiler.
Pero esto pronto cambió.
Desde 2018, Afrin ha estado bajo el control de milicias respaldadas por Turquía, que tomaron el control de la región tras una operación de dos meses que sacó de allí a las fuerzas kurdas. Para muchos civiles residentes en la ciudad, es como vivir en estado de sitio.
En marzo de 2018, Shiler y su familia huyeron de su casa de cinco dormitorios. «La ciudad ya no podía seguir aguantando la tensión entre las distintas facciones», dice.
Una comisión reciente de Naciones Unidas ha encontrado grandes evidencias de que «la situación de las mujeres kurdas es precaria». La Comisión de Investigación sobre Siria de la ONU halló pruebas abrumadoras de violaciones diarias, violencia sexual, acoso y tortura, en la primera mitad de 2020. Solo en febrero, el informe documenta la violación de al menos 30 mujeres en la ciudad kurda de Tal Abyad . «Las facciones están cometiendo cientos e incluso miles de violaciones a diario», señala Shyler, con preocupación.
A principios de este año, un vídeo mostró a mujeres siendo sacadas de la celda secreta, ilegal y abarrotada de una prisión. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos informó de que estaban desnudas cuando las encontraron.
Estas atrocidades se asemejan a lo que padeció la población kurda a manos de Estado Islámico en varias partes de Irak y Siria, tan solo unos años antes. La diferencia es que estas mujeres no están siendo torturadas por un grupo militante islamista, sino que se encuentran bajo el control de milicias respaldadas por Turquía, un país miembro de la OTAN y aliado de Estados Unidos.
Hay ahora «un clima generalizado de miedo a la tortura, hasta el punto de que muchas mujeres no salen de sus casas porque no quieren convertirse en el objetivo de los grupo armados», indica Meghan Bodette, fundadora del proyecto Mujeres Desaparecidas de Afrin, una página web lanzada en 2018 para rastrear las desapariciones de mujeres en la zona, la otra gran preocupación, junto a la tortura.
Desde enero de 2018, un total de 173 mujeres y niñas han sido presuntamente secuestradas. Solo se ha informado de la liberación de 64 de ellas, mientras que el destino de las 109 restantes sigue sin conocerse. Meghan lo califica como una «total campaña de terror contra la población kurda». Otros investigadores locales de derechos humanos aseguran que ha habido más de 1.500 secuestros. Es importante reseñar que Meghan solo documenta los casos de aquellas mujeres de las que se conoce la identidad completa.
Muchos kurdos huyeron de Afrin en 2018, entre ellos, Hassan Hassan, de 50 años, que cuenta a openDemocracy cómo su familia escapó «con solo algo de comida y la ropa puesta, dejando atrás nuestra casa, los álbumes de fotos, libros de toda una vida, juguetes de niños, muebles y aparatos eléctricos».
La familia de Hassan se refugió en un pueblo y vivió en una cueva durante 45 días: «Había bombardeos a diario, F-16 y drones en el cielo. Pudimos escapar del asedio gracias a la misericordia de Dios». Ahora viven en el lúgubre campamento de Shahba, cerca de Alepo, con otros desplazados internos, incluyendo Shiler y sus tres hijos.
Hassan y Shiler dejaron atrás a unos 200.000 habitantes en Afrin. Los que se quedaron se arriesgaron a ser torturados y secuestrados. Primos, amigos y vecinos de Hassan han desaparecido.
Su nueva vida tampoco ha supuesto un respiro en su sufrimiento. «Ayer no pudimos dormir por el estruendo de las bombas», dice Shiler.
La zona donde se encuentra el campo estuvo anteriormente bajo el control de Estado Islámico, que colocó cientos de minas. Shiler ha sido testigo de la pérdida de vidas, y pasa junto a cuerpos todos los días. «Soportamos este tipo de vida porque, geográficamente, nos sentimos cerca de casa», explica.
Hace ahora un año, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, ordenó invadir este enclave kurdo en Siria para «eliminar a todos los elementos del PKK [Partido de los Trabajadores del Kurdistán] y de las YPG [Unidades de Protección Popular]», grupos que considera terroristas. Describió el área como una «zona segura» de unos 480 kilómetros de ancho a lo largo de la frontera. La violencia fue consecuencia de la orden de Donald Trump de retirar todas las tropas estadounidenses del norte de Siria.
Según Human Rights Watch, la realidad en esta «zona segura» es un horror de saqueos diarios, ejecuciones, tiroteos y desplazamientos forzados. Sarah Leah Whitson, directora para Oriente Medio de la ONG, afirma que existen «pruebas irrefutables de por qué las ‘zonas seguras’ propuestas por Turquía no son seguras en absoluto».
Meghan cita la retirada de Trump como un desencadenante de muchas «ramificaciones políticas internas en los Estados Unidos», lo que hizo que los medios occidentales se tomaran mucho más en serio los asesinatos, gracias a un nuevo ángulo político estadounidense.
Un ejemplo fue el asesinato de Hevrin Khalaf, una política e ingeniera civil kurdo-siria, que fue torturada y ejecutada durante la Operación Primavera de Paz, la ofensiva turca de 2019 en el noreste de Siria. Un vídeo de Bellingcat relaciona su muerte con rebeldes respaldados por Turquía. Otras fuente han informado de que estuvo involucrado Ahrar al-Sharqiya, un grupo rebelde sirio que lucha como parte del Ejército Nacional Sirio apoyado por Turquía, a pesar de que este lo ha negado.
El asesinato de Khalaf fue descrito en el diario conservador turco Yeni Safak como una exitosa operación antiterrorista, lo que no podría estar más lejos de la verdad. Khalaf dedicó su vida a la democracia y al feminismo. La autopsia indicó que la sacaron de su automóvil con tanta violencia que le arrancaron el pelo. Luego le dispararon en la cabeza a quemarropa y murió a consecuencia de una hemorragia cerebral grave.
Meghan está preocupada por la «política expansionista y muy nacionalista de Turquía», que, según indica, se extiende a Siria y constituye un gran peligro para las minorías étnicas y religiosas. «Mientras mantengan territorio en Siria, existe el riesgo de que intenten invadir y ocupar más», añade.
Un informe del Centro de Información de Rojava revela que más de 40 exmiembros de Estado Islámico están «siendo refugiados, financiados y protegidos por Turquía en las regiones ocupadas», y que están trabajando en Afrin. Shiler, una antigua maestra, asegura que su escuela, que una vez albergó a más de 200 alumnos, es ahora un centro de la inteligencia turca, y que hay una foto de Erdoğan en pleno centro de Afrin. Hassan afirma que su granja «se la han apropiado excombatientes de Estado Islámico».
La sola mención de Estado Islámico es preocupante, particularmente para las mujeres yazidíes, la minoría religiosa que sufrió un genocidio a manos de los militantes de ese grupo. Amy Austin Holmes, investigadora en la Iniciativa para Oriente Medio de la Universidad de Harvard y miembro del Wilson Center, dice que «se calcula que el 90% de la población yazidí de Afrin ha sido expulsada de sus hogares». ¿Cómo puede sobrevivir esta comunidad tras tanta persecución a lo largo de los años?
El doctor Jan Ilhan Kizilhan, un destacado psicólogo kurdo-alemán que trabaja con los yazidíes, habla del trauma colectivo al que se enfrenta este grupo. «Toda la comunidad se ve afectada directa e indirectamente por los asesinatos. Te conviertes en parte de ese trauma colectivo. Si estás sufriendo, es posible que tengas pesadillas, trastornos del sueño y una sensación de impotencia».
Según Jan, eso es también lo que está sucediendo en Afrin: «[Militantes] están cometiendo violaciones, pero también están destruyendo la dignidad de la sociedad. Es un ataque a tu comprensión del mundo, porque la pregunta es: ¿cómo puede un humano hacer esto?».
Hassan y Shiler comparten esa opinión: «Cuando nos enteramos de lo que les pasa a las mujeres, sentimos que nos pasa a todas. Es difícil para los demás entender el impacto psicológico que nos causa», dice Shiler. Hassan, por su parte, cree que su padre, fallecido recientemente, murió «de dolor».
La comisión de la ONU también detalla el saqueo y la destrucción de sitios religiosos, santuarios y cementerios de una profunda importancia en la región de Afrin.
El informe de la ONU ha confirmado los hallazgos de Meghan, quien, no obstante, y aunque se muetsra agradecida por ello, explica que «tan pronto como estos grupos controlaron el territorio, comenzaron a cometer atrocidades contra la población civil, así que creo que es demasiado tarde». Es muy difícil para los periodistas acceder a esta zona, y quienes hablan arriesgan sus vidas.
«Los medios de comunicación no tienen permitido el acceso, por lo que la gente de Afrin desconoce el número de violaciones que se cometen cada día. La gente está tan asustada que prefiere morir en sus hogares en lugar de salir», dice Shiler.
Estos informes deberían ser usados por Naciones Unidas como una herramienta pata justificar la imposición de sanciones a los Estados responsables de los crímenes. Actualmente, Estados Unidos no ha sancionado a ninguno de los grupos armados respaldados por Turquía, y están permitiendo, de hecho, una operación de ingeniería demográfica con los kurdos, muchos de los cuales perdieron a sus familias luchando al lado de las fuerzas estadounidenses contra Estado Islámico.
Estados Unidos y el Reino Unido son responsables. El Reino Unido congeló las nuevas licencias de exportación para la venta de armas a Turquía, pero las licencias existentes aún pueden utilizarse.
«A Turquía no le importa si ocurren estas violaciones, está satisfecha con cualquier cosa que haga la vida miserable a los kurdos. Pero creo que no les gusta que se hable de ello internacionalmente, y que se le preste atención», señala Meghan.
Shiler, por su parte, piensa que la ocupación es «como el infierno».
Rachel Hagan es una periodista independiente, editora y escritora, especializada en derechos de la mujer y actualidad internacional. Su trabajo ha sido publicado en The Independent, VICE, The Financial Times, Glamour Magazine, ELLE, Huck Magazine y otros.
Publicado originalmente en openDemocracy bajo licencia Creative Commons el 11/11/2020
Traducción del original en inglés: How Syria’s Afrin became hell for Kurds
«Me amenazó con matar a mi hija, violarme, hacer fotos y distribuirlas a todo el mundo. Me obligó a mirar mientras torturaban cruelmente a mujeres. Era tan horrible que me puse enferma solo de verlo», relata una mujer anónima en… Leer
Entre el 16 y el 19 de mayo de 1916, en plena Guerra Mundial, fue ratificado en las cancillerías europeas uno de los documentos más controvertidos de la historia: el pacto por el que británicos y franceses, con el consentimiento de Rusia y a espaldas de los pueblos afectados, planearon repartirse las posesiones del Imperio Otomano en Oriente Próximo una vez acabada la contienda. En palabras del historiador árabe George Antonius (1891-1942), «una estupidez producto de la desconfianza y la codicia».
Firmado en secreto hace ahora cien años, el conocido como Acuerdo Sykes-Picot (por los nombres de sus negociadores) estipulaba que, pese a las promesas hechas a los árabes a cambio de su ayuda contra los turcos, la región se dividiría en dos grandes áreas administradas por ambas potencias. Finalmente, en la Conferencia de Paz de París de 1919 se optó por un nuevo reparto bajo la forma de mandatos, y las fronteras que conocemos hoy fueron dibujándose en las décadas siguientes a través de otros acontecimientos, como la creación del Estado de Israel o la nueva república turca, que acabaron siendo más significativos.
El tratado de Sykes-Picot y sus consecuencias no son los únicos orígenes de la inestabilidad que ha sufrido la zona en el último siglo, y a la artificialidad de sus fronteras y de las que surgieron después no es fácil oponer otras más ‘racionales’ (basadas en grupos étnicos o religiosos) que hubiesen garantizado la paz. El legado del imperialismo es una pesada losa, pero también lo son las dictaduras que han castigado Oriente Medio durante generaciones, el extremismo religioso, los dobles raseros de la comunidad internacional, el intervencionismo, o los intereses derivados del petróleo.
Y, sin embargo, Sykes-Picot sigue siendo invocado como el gran pecado original, tal vez por su innegable carácter simbólico: cuando, en junio de 2014, el grupo Estado Islámico llevó a cabo su espectacular expansión, lo primero que hizo tras conectar las zonas que controlaba en Siria e Irak fue «dar por muerto» el histórico pacto.
Cien años después, el futuro de la región, incluyendo el de los Estados más periféricos a los que el tratado no afectó directamente, parece tan turbio como su pasado, y su presente, con tres países en guerra abierta, cientos de miles de muertos por la violencia, millones de refugiados, economías destrozadas, derechos humanos sistemáticamente violados y una ‘primavera árabe’ que es ya como un sueño lejano, no deja mucho espacio para la esperanza.
La guerra civil en Siria, ya en su sexto año, tiene su origen en las protestas contra el gobierno dictatorial de Bashar al Asad, iniciadas en 2011 en el contexto de la ‘primavera árabe’, y que el régimen reprimió duramente. La compleja realidad étnica, social y religiosa del país, los apoyos internacionales (Rusia, Irán y Hizbulá, con el Gobierno; Turquía, Arabia Saudí y las monarquías del Golfo, con los rebeldes), la descomposición de la oposición moderada, la determinante irrupción del yihadismo fundamentalista (Estado Islámico, Al Qaeda), y el rechazo a una intervención directa por parte de EE UU han estancado el conflicto. Pese a la frágil y poco respetada tregua de los últimos meses, los intentos de conversaciones de paz han sido, hasta ahora, un fracaso.
En lo que va de siglo, y después de los 25 años de la dictadura de Sadam Husein (incluyendo la devastadora guerra contra Irán y las acciones genocidas contra los kurdos), Irak ha sufrido una invasión (la liderada por EE UU en 2003), una guerra civil (2006-2007), el terrorismo de Al Qaeda y, ahora, la sangrienta expansión de Estado Islámico y continuos atentados masivos. Tras el fracaso del Gobierno sectarista de Al Maliki, el nuevo ejecutivo reformista de Al Abadi se enfrenta a grandes protestas, en un sistema político con hondas raíces en el clientelismo y en los intereses de los diferentes grupos que conforman la sociedad iraquí. En primera línea contra Estado Islámico, los kurdos, repartidos entre Irak, Siria, Irán y Turquía, y a los que tanto Sykes-Picot como los tratados posteriores negaron un Estado independiente, han visto incrementadas sus aspiraciones.
Hasta el año pasado, en Yemen se superponían cuatro conflictos: el del Gobierno contra la guerrilla hutí; la revuelta separatista en el sur; las protestas de la ‘primavera árabe’ (que acabaron sacando del poder al presidente Saleh tras 33 años en el cargo); y la actividad de los yihadistas asociados a Al Qaeda. En enero de 2015, los hutíes (chiíes) forzaron la salida del nuevo presidente, Mansur Hadi. El teórico respaldo del régimen chií de Irán a la guerrilla, y el consiguiente temor de Arabia Saudí (suní) por perder influencia, motivó una intervención militar de una coalición árabe liderada por los saudíes, cuyos bombardeos han causado más de la mitad de las víctimas civiles en más de un año de conflicto.
Con el proceso de paz enterrado, y después de la Segunda Intifada, los últimos años han estado marcados por la mano dura del Gobierno israelí del conservador Benjamin Netanyahu, la expansión de las colonias ilegales israelíes en los territorios ocupados, las operaciones militares contra una franja de Gaza en la que 1,5 millones de personas siguen viviendo en estado de sitio, y las acciones violentas de una nueva generación de jóvenes palestinos que ya no esperan prácticamente nada de sus divididas, ineficaces y maniatadas autoridades. La guerra en Siria y en Irak y la tensión con Irán han alejado el foco informativo de Palestina, e Israel confía en sacar provecho del caos en que están inmersos sus vecinos.
La crisis de los refugiados sirios (Turquía es, con mucho, el país que más acoge, y la principal puerta de entrada de éstos a Europa) y el polémico acuerdo (ahora en entredicho) sobre deportaciones alcanzado con la UE han protagonizado la agenda de la convulsa política turca en los últimos meses, en medio del creciente autoritarismo del presidente Erdoğan, con acoso a sus enemigos políticos y a la prensa, e intentos por acaparar más poder. Implicada militarmente en la guerra siria, Turquía sufre, además, una grave oleada terrorista y la ruptura del alto el fuego con la guerrilla kurda del PKK tras dos años de tensa paz.
Tras décadas de continua violencia (15 años de guerra civil, control militar sirio, guerrillas palestinas, invasiones israelíes), la precaria estabilidad del Líbano, un complicado experimento de reparto de poder entre sus diferentes minorías étnicas y religiosas, y sus poderes económicos y políticos, ha vuelto a ser sacudida, esta vez por la guerra en la vecina siria. Los refugiados han desbordado el país, huyendo de un conflicto en el que participa militarmente la milicia libanesa chií Hizbulá, auténtico «Estado dentro del Estado» y uno de los principales agentes en el Gobierno actual, mientras el Parlamento lleva dos años sin ponerse de acuerdo para elegir un nuevo presidente.
Inmersa en una lucha con el Irán chií por la hegemonía en la región, y origen ideológico (y a menudo financiero) del extremismo religioso yihadista, Arabia Saudí continúa bajo la acusación constante de las organizaciones de derechos humanos (discriminación de la mujer, de los homosexuales, represión de la oposición política). Bajo el nuevo rey, Salman, el país ha abandonado su tradicional política de discreción para entrar en nueva era más agresiva en la que se enmarcarían los bombardeos sobre Yemen, el incremento de las ejecuciones, la ayuda a los insurgentes sirios, el reforzamiento del eje con las otras monarquías absolutistas del Golfo (especialmente Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos), o los movimientos para alterar el precio del petróleo, cuya caída le está afectando seriamente.
Los años de enfrentamiento frontal con Occidente que caracterizaron las presidencias de Ahmadineyad han dado paso a un mayor entendimiento, de la mano del más moderado Rohaní, con el pacto nuclear alcanzado en 2014 y el levantamiento de sanciones económicas como principal consecuencia. El poder real, no obstante, sigue en manos de una reaccionaria élite religiosa, las violaciones de los derechos humanos y la represión política continúan, y el país, en una creciente rivalidad con Arabia Saudí, y considerado aún la gran amenaza por Israel, está implicado militarmente en Siria (respaldando a Asad) e Irak (milicias chiíes contra los suníes de Estado Islámico), mientras mantiene su apoyo a Hizbulá y a la guerrilla hutí en Yemen.
Publicado originalmente en 20minutos
Más información:
» Acuerdo Sykes-Picot (1916)
» How the Curse of Sykes-Picot Still Haunts the Middle East (Robin Wright, en The New Yorker)
» Sykes-Picot Roundup (The Afternoon Map)
» Could Different Borders Have Saved the Middle East? (Nick Danforth, en The New York Times)
» Middle East still rocking from first world war pacts made 100 years ago (Ian Black, en The Guardian)
» Don’t Blame Sykes-Picot for the Middle East’s Mess (Steven A. Cook y Amr T. Leheta, en Foreign Policy)
» Rant: The Next Week will be Full of Op-Eds about Sykes-Picot: Almost All of them Will Get it Wrong (Michael Collins, Middle East Institute Editor’s Blog)
» La regla y el pegamento de Sykes-Picot 100 años después (Itxaso Domínguez de Olazabal, en esglobal)
» The clash within a civilisation (The Economist)
» The war within (The Economist)
» Unintended consequences (The Economist)
» Middle East – The Mother of All Humanitarian Crises (Baher Kamal, en Inter Press Service)
Entre el 16 y el 19 de mayo de 1916, en plena Guerra Mundial, fue ratificado en las cancillerías europeas uno de los documentos más controvertidos de la historia: el pacto por el que británicos y franceses, con el consentimiento… Leer