Sumergirse en las páginas de un buen cómic antes de dormir es una de las mejores formas que conozco de acabar el día. Y si, además, el cómic es sobre Oriente Medio, la fiesta es completa para quienes sentimos pasión por ambas cosas. Cómics, tebeos, historietas, «novelas gráficas», llamémoslos como queramos, siempre que evitemos, a estas alturas, esa generalización peyorativa que, inexplicablemente, algunos tienen aún cosida en el cerebro.
Como en cualquier forma de arte, hay cómics horribles y cómics maravillosos, y, también como en cualquier forma de arte, suele ser el lector quien acaba decidiendo cuáles pertenecen al primer grupo y cuáles al segundo. Hay cómics que no sirven ni para envolver las sobras de la comida, y otros que emocionan más que la Capilla Sixtina. En cualquier caso, éste no es lugar para semejantes disquisiciones, ni para reivindicar una forma de expresión que hace ya mucho tiempo que no necesita ser reivindicada.
La idea es dedicar, de vez en cuando, cuando el tiempo libre lo permita, una entrada a cómics que, en mi opinión, merecen leerse. Algunos tendrán ya bastantes años y serán de sobra conocidos; otros serán más recientes y, tal vez, menos populares. El único denominador común, aparte de su relación con Oriente Medio, será el haber disfrutado con ellos y la necesidad, por tanto, de compartirlos.
Las bibliotecas están llenas de tesoros, y el cofre de los cómics puede ser una grata sorpresa para quien no se haya lanzado aún a descubrirlo. Y si, además, sirve para que nos asomemos a otras realidades de una región de la que solo nos suelen llegar noticias envueltas en violencia y destrucción, mejor que mejor. La creatividad y el talento son antídotos infalibles contra el reduccionismo.
Arrancamos con una historia de la dibujante libanesa Zeina Abirached.
El juego de las golondrinas
- Guión y dibujo: Zeina Abirached
- En castellano: Sins Entido, 2008
- Original: Mourir, partir, revenir. Le jeu des hirondelles (Cambourakis, 2007), en francés
Beirut, Líbano, 1981. En plena guerra civil (un escenario que, desgraciadamente, podría ser el fondo de tantas décadas en la historia libanesa), dos niños esperan ansiosos el regreso a casa de sus padres. Las horas pasan en el pequeño habitáculo del edificio donde los vecinos se refugian de las bombas, mientras, poco a poco, vamos acercándonos a sus vidas, a lo que fueron y a lo que la guerra les ha hecho ser.
La autora nació en Beirut cuando la guerra llevaba machacando la ciudad desde hacía ya seis años, y aún faltaban otros diez para que concluyese, en 2002. Las bombas, las barricadas, los sacos de arena, la escasez y los francotiradores, pero también la especiales relaciones de afecto que solo las tragedias pueden crear, fueron parte cotidianda de su vida durante toda su infancia. El cómic, autobiográfico, refleja estas rutinas con un dramatismo sin matices (no hay grises, solo un grueso blanco y negro), pero también con una especie de serenidad.
La influencia de la iraní Marjane Satrapi (Persépolis), o incluso de David B. (Epiléptico) es evidente desde el principio, pero a las pocas páginas el libro cobra personalidad propia. El ritmo y la composición de la narración, marcados por el gran tapiz que preside la habitación a modo de talismán protector, son una delicia, y los personajes están llenos de una vida tan real que, pese a haber compartido con ellos poco más de 180 páginas, acabamos sabiendo que les echaremos de menos.
A veces lo más anecdótico puede ser la mejor manera de describir algo aparentemente inabarcable. El juego de las golondrinas (morir, partir, regresar), donde el atribulado Líbano de los años ochenta parece caber entre las cuatro paredes de un vestíbulo, es un buen ejemplo.
» Otras obras de la autora: Beyrouth-Catharsis (Cambourakis, 2006), 38, rue Youssef Semaani (Cambourakis, 2006), Je me souviens – Beyrouth (Cambourakis, 2008; en español: Me acuerdo, Sins Entido, 2008)
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