Horrorizados por Siria, olvidamos Irak. E Irak, donde todo iba a ir sobre ruedas una vez que cayera Sadam, sigue siendo una carnicería casi diaria. No es una forma de hablar, es literal. Según datos divulgados este lunes por el… Leer
Horrorizados por Siria, olvidamos Irak. E Irak, donde todo iba a ir sobre ruedas una vez que cayera Sadam, sigue siendo una carnicería casi diaria. No es una forma de hablar, es literal. Según datos divulgados este lunes por el gobierno iraquí, el número de muertos por ataques violentos y atentados (casi todos por bombas) en el mes de septiembre llegó a 365 (182 civiles, 95 soldados y 88 policías). La cifra es el doble de la registrada en agosto, y convierte al pasado septiembre en el mes más sangriento en dos años. Y eso sin contar los 683 heridos, muchos de ellos graves, o marcados de por vida.
El día más terrible fue el 9 de septiembre, cuando más de 100 personas murieron en ataques con bombas y con armas de fuego. Este mismo domingo, 35 personas perdieron la vida y más de 90 resultaron heridas en una cadena de atentados y ataques armados en distintos puntos del país, principalmente en Bagdad.
La mayoría de las víctimas son chiíes, y los principales ataques coordinados han sido reivindicados por la rama iraquí de Al Qaeda, una organización suní. El derrocamiento de Sadam Husein dio paso en Irak a una escalada en los enfrentamientos religiosos, que se han exacerbado desde la retirada de las tropas estadounidenses, el pasado mes de diciembre. La rama iraquí de Al Qaeda, conocida como Estado Islámico de Irak, dijo en junio que estaba planificando «un resurgimiento» tras haberse debilitado por el ataque sostenido de las tropas estadounidenses y de otros grupos militantes suníes en el año 2007.
Primero Sadam, luego Bush, ahora Al Qaeda. Es como habitar un país sobre el que hubiese caído una maldición, un país que, encima, parece importarnos cada vez menos, como si de verdad hubiese sido una «misión cumplida».
Encuentro una gran crónica del fallecido Anthony Shadid, publicada en marzo de 2009 en The Washington Post. Un extracto, traducido:
El martes a mediodía hubo una explosión. Siguieron disparos y murieron 33 personas. Pedazos de sus cuerpos se mezclaban con agua estancada, con la basura, con desechos mojados de alimentos. El martes por la tarde hubo el Atlal.
La palabra árabe significa restos, ruinas, lo que queda de algo que se deja atrás. El Atlal del ataque del martes, uno de los dos que la semana pasada mataron a decenas de personas en la capital y sus alrededores, fueron los cartuchos brillantes de bala que, según los sobrevivientes, habían disparado los soldados contra ellos en el caos y la confusión que siguieron a la explosión.
El Atlal fue también un niño huérfano que estaba vendiendo bolsas de plástico por unos pocos centavos. Fue el vendedor de verduras que vio cómo su hija de 18 meses era arrancada de sus manos mientras él caía sobre el asfalto. Fueron las personas que esperaban de pie en la morgue donde se encontraban los restos de sus familiares, junto con los de la persona que los mató.
[…] En 2003, cuando Estados Unidos comenzó su ocupación, atentados con la mitad de las víctimas de este martes sugerían que Estados Unidos no iba a tener éxito. Hoy, cuando Estados Unidos y sus aliados iraquíes parecen estar ganando, el ataque ni siquiera ha aparecido en la primera página del periódico del gobierno.
«A nadie le importan ya las víctimas», dice Mohamed Awad, uno de los familiares que espera cerca de la Morgue, bajo un sol que parece haber borrado los colores de Abu Ghraib.
Horrorizados por Siria, olvidamos Irak. E Irak, donde todo iba a ir sobre ruedas una vez que cayera Sadam, sigue siendo una carnicería casi diaria. No es una forma de hablar, es literal. Según datos divulgados este lunes por el… Leer
The first or second morning after the invasion, I was so tired and I had spent so many years at the AP, learning the rules of keeping your distance from the story, and I said to myself, I’m just going to write it the way I feel it. From then on, I kind of just did that. I think you have to care about these stories to do them justice. And I did care about it. I care about the Middle East. You have to be careful and still there are certain rules you have to follow. But I think there’s enough gray there that you can kind of get away with being a little more interpretive. It’s not easy. What’s so rewarding about the reporting in Egypt, the reporting in Iraq is, if you just tell peoples’ stories, then they become the vehicles for these sentiments, these emotions. It becomes much more real in a certain way. Also much more honest.
Anthony Shadid, en una entrevista en Columbia Journalism Review
“The first or second morning after the invasion, I was so tired and I had spent so many years at the AP, learning the rules of keeping your distance from the story, and I said to myself, I’m just going to write it the way I feel it. From then on, I kind of just did that. I think you have to care about these stories to do them justice. And I did care about […]
Manifestantes juegan al ajedrez mientras pasan la noche en la plaza Tahrir de El Cairo, Egipto el 1 de febrero. Foto: Patrick Baz / AFP / Getty Images
Anthony Shadid, en The New York Times (6/2/2011):
Minutos antes de la medianoche del domingo, al tiempo que una inesperada lluvia lava las somnolientas calles de El Cairo, Ahmed Abdel-Moneim camina con unos amigos cruzando el puente que se ha convertido en el pasaje hacia la capital paralela de la Plaza Tahrir, un lugar que es ya, también, una idea. «Mi vista va mucho más lejos de lo que alcanzan mis ojos», dice.
La revolución egipcia es como una carrera de ultimatums –caos y revolución, libertad y sumisión–, pero el ruedo de la Plaza Tahrir es más tranquilo por las noches. La cacofonía de la rebelión da paso a un rato para la poesía, las representaciones y la política.
Ya sea en la cantina donde se preparan bocadillos de queso, entre los voluntarios que llevan té a los guardias de las barricadas, en las farmacias atiborradas de Betadine o entre los artistas que han traído su estética hasta el asfalto, otro Cairo, el suyo propio, comienza cuando la ciudad duerme. El cansancio es ya agotamiento, pero nadie quiere rendirse en un momento que se siente lleno del idealismo del desafío.
«Aquí todo el mundo está despierto», dice Abdel-Moneim, mientras pasa por un control del ejército donde un soldado acaba de orinar sobre su propio tanque. «Es posible que esté exhausto, pero sé que al llegar la mañana puedo respirar el aire de la libertad. Lo que he visto aquí no lo he visto nunca antes en toda mi vida». O, como reza un grafiti en un tanque, «la revolución se hace en Tahrir, no durmiendo en la cama».
En un día como otro cualquiera, la ciudad más grande del mundo árabe se tambaleó, y a sus 18 millones de habitantes se les unió otro millón en el campo. […]
Anthony Shadid, en The New York Times