De izquierda a derecha., el consejero saudí de Seguridad Nacional, Musaid Al Aiban; el jefe de la diplomacia china, Wang Yi; y el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shanjaní, tras la firma del acuerdo para reanudar las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. Foto: Ministerio de Exteriores de China
Tras más de cuatro décadas como enemigos aparentemente implacables a ambos lados de una profunda división político-religiosa en Oriente Medio, Arabia Saudí e Irán han acordado restablecer relaciones diplomáticas y reabrir embajadas. El acuerdo, firmado en Pekín, se produce siete años después de la ruptura de relaciones diplomáticas tras la ejecución en Arabia Saudí del clérigo chií Nimr Al Nimr, y se ha anunciado como «un momento decisivo» para la región.
Aunque es innegable que se trata de un paso positivo, el acuerdo no pondrá fin a la situación de conflicto en la región, ya que los graves problemas internos siguen impulsando el conflicto y la violencia en Yemen, Irak, Líbano y Siria. Sin embargo, serias dificultades económicas han llevado a saudíes e iraníes a entablar conversaciones diplomáticas en los últimos años para crear un orden regional más estable, lo que ha permitido a ambos países emprender programas de reforma interna.
La rivalidad entre Riad y Teherán tiene raíces muy complicadas, conformada en torno a la interacción de las preocupaciones por la seguridad, las reivindicaciones de liderazgo en el mundo musulmán, las rivalidades etno-sectarias y las diferentes relaciones con Washington. Los análisis perezosos han reducido a menudo la rivalidad a un conflicto sectario, consecuencia de «odios ancestrales», pero tal lectura de los acontecimientos es xenófoba y orientalista, e ignora el contexto y las contingencias que configuran las relaciones entre ambos Estados.
A pesar de sus orígenes conflictivos, las relaciones entre los dos países han oscilado entre la hostilidad manifiesta y la creciente distensión desde la creación de la República Islámica de Irán en 1979, y se han desarrollado de distintas formas en Oriente Medio.
Región conflictiva
La presencia de identidades religiosas, étnicas e ideológicas compartidas en toda la región también ha llevado a otros a ver los conflictos en la zona a través de la lente de las «guerras subsidiarias». Se ha considerado que diversos grupos de Yemen, Siria, Líbano, Irak, Bahréin y otros países se limitan a cumplir las órdenes de sus pagadores en Riad o Teherán, algo que ignora los factores internos del conflicto y la división, reduciendo el análisis a un binario simplista que enfrenta a sunníes y chiíes.
En toda la región, los Estados en los que han chocado los intereses saudíes e iraníes también se han visto acosados por una serie de complejos retos socioeconómicos y políticos propios.
Desde la destitución de Sadam Husein, Irak se ha caracterizado por la lucha entre varias facciones por dominar el Estado. Los partidos chiíes, que representan a la mayoría del país, han solido ser los ganadores en las elecciones, a menudo con el apoyo de Irán y para disgusto de Arabia Saudí. Sin embargo, sería erróneo pensar que la política iraquí representa únicamente una guerra subsidiaria entre sus dos vecinos. Ello supondría ignorar las preocupaciones internas de muchos y los esfuerzos por crear un panorama político que funcione para los iraquíes y no sea solo un escenario para que Riad y Teherán aumenten su poder.
En Yemen, aunque tanto Arabia Saudí como Irán han desempeñado un papel destacado en la guerra civil, los principales motores del conflicto son internos, en medio de una lucha más amplia por el territorio, la política, las visiones del orden, el tribalismo, los recursos y las diferencias sectarias. La implicación de Riad y Teherán –de distintas maneras– exacerba estas tensiones. El temor a los avances de los rebeldes hutíes apoyados por Irán en Yemen llevó a Arabia Saudí a emprender una devastadora campaña de bombardeos para frenar las acciones del grupo.
El apoyo de Teherán a los hutíes –y los ataques del grupo contra el territorio saudí– exacerbaron los temores del reino. Sin embargo, la guerra en Yemen es también consecuencia de la fragmentación del Estado y de la aparición de varios grupos diferentes que compiten por la influencia en un paisaje acosado por graves problemas medioambientales y escasez de alimentos.
En Líbano, una devastadora crisis socioeconómica se desarrolla en el armazón mismo del Estado, con grupos sectarios que proporcionan apoyo y protección a sus electores en lugar de un gobierno que funcione. Los grupos clave han recibido apoyo de Arabia Saudí e Irán, sobre todo Hizbulá, que mantiene fuertes vínculos ideológicos con la República Islámica, y el Movimiento Futuro, partido de gobierno durante la mayor parte de la última década, que mantiene una compleja relación con Arabia Saudí.
Es evidente que tanto saudíes como iraníes tienen un gran interés en la política libanesa. Pero, en realidad, cualquier conflicto aquí está impulsado por la competencia entre grupos locales que tratan de imponer sus visiones del orden en un panorama político, social y económico precario.
Aunque no cabe duda de que Arabia Saudí e Irán disponen de medios para influir en la política de toda la región, los grupos locales tienen sus propias agendas, aspiraciones y presiones. Queda por ver cómo resonará la reconciliación entre Riad y Teherán en espacios acosados por la división.
Es innegable que hay aspectos positivos para la seguridad regional. La reconciliación mejora la posibilidad de que se reactive el acuerdo nuclear con Teherán, aunque queda por ver qué ha ofrecido Arabia Saudí a Irán para facilitar el acuerdo, y viceversa. Por otra parte, cabe preguntarse qué mecanismos de control y ejecución ha puesto en marcha China.
El papel de China
Quizá el aspecto más intrigante de todo esto se refiera, precisamente, al papel de China en los procedimientos. Aunque los esfuerzos diplomáticos para mejorar las relaciones entre los dos rivales llevan varios años en marcha, la capacidad de China para forjar un acuerdo a partir de estas conversaciones apunta a la creciente influencia de Pekín en la región.
China mantiene desde hace tiempo estrechos lazos económicos con Irán, pero en los últimos años Pekín ha tratado de aumentar su compromiso con los Estados árabes, especialmente Irak y Arabia Saudí. El deterioro de las relaciones entre las dos grandes potencias del Golfo habría tenido un impacto negativo en el compromiso y la inversión chinos en Oriente Medio, tanto en lo que respecta a sus proyectos de infraestructuras como a la más amplia iniciativa Belt and Road.
Aunque Estados Unidos ha celebrado públicamente el acuerdo, en privado existen varias preocupaciones sobre las implicaciones que este pueda tener para Oriente Medio y para la política mundial, en un momento, además, en que las relaciones entre Riad y Washington son tensas.
El mejor ejemplo de ello fue la visita del presidente estadounidense, Joe Biden, a Arabia Saudí tras sus críticas al historial del reino en materia de derechos humanos y la publicación de un informe que afirmaba que el príncipe heredero Mohamed bin Salmán había aprobado la operación para asesinar al periodista Jamal Khashoggi, ciudadano estadounidense. Durante la visita, Biden y Bin Salmán mantuvieron una tensa reunión que, en gran medida, no sirvió para mejorar las relaciones y puso de manifiesto la precariedad de las mismas.
En este contexto, no es de extrañar la creciente influencia china en el reino y en Oriente Medio. La mediación de China ofrece cierta esperanza de que también pueda alcanzarse un acuerdo para poner fin a la guerra en Ucrania, pero ¿a qué precio? El modelo chino de inversión y prestación de «ayuda desvinculada» –prestación de apoyo financiero sin condiciones– ha ignorado durante mucho tiempo las preocupaciones por la democracia y los derechos humanos. Así, el acuerdo entre saudíes e iraníes ha sido interpretado por algunos como una victoria del autoritarismo, que margina aún más a los movimientos reformistas en ambos países.
Al igual que Estados Unidos, Israel también está preocupado por el acuerdo. Para los sucesivos gobiernos israelíes, Irán ha ocupado durante mucho tiempo el papel de bete noire regional, lo que en última instancia se tradujo en la firma de los Acuerdos de Abraham en el verano de 2020, que normalizaron las relaciones entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos como una alianza estratégica contra Teherán. El gobierno de Netanyahu ha buscado durante mucho tiempo normalizar las relaciones con Arabia Saudí y esperaba utilizar la amenaza iraní como medio para lograr este objetivo.
Además, el acuerdo plantea interrogantes sobre el futuro de la seguridad regional. Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo mediador en las disputas regionales y ha sido considerado como garante de la seguridad por Israel, Arabia Saudí y otros Estados del Golfo. Las acciones de China en este ámbito sugieren que está tratando de reafirmarse en la política de la región. Los informes apuntan a que Pekín acogerá una reunión de líderes árabes e iraníes a finales de año. Si esto es cierto, China se posiciona firmemente como un actor dominante –si no el único– en Oriente Medio.
Una reconciliación entre saudíes e iraníes es, sin duda, positiva para el orden regional. Pero no abordará las causas del conflicto en Yemen ni en otros lugares de la región. También plantea varias cuestiones serias en torno a la seguridad regional y el orden mundial, la importancia de la democracia y los derechos humanos, y el futuro del compromiso de Estados Unidos con Oriente Medio.
Aunque la iniciativa es un paso positivo, no es una solución para los conflictos de la zona. De hecho, este acuerdo mediado por Pekín puede dar lugar a nuevos e importantes desafíos para la población de la región.
Simon Mabon es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Lancaster (Reino Unido)
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La Plaza Dira, en Riad, donde suelen llevarse a cabo las ejecuciones en Arabia Saudí, en una imagen de 2011. Foto: Luke Richard Thompson / Wikimedia Commons
Las autoridades de Arabia Saudí anunciaron este sábado las ejecuciones, en un solo día, de 81 personas. Se trata de la ejecución múltiple más numerosa en la historia reciente del reino.
Los ejecutados habían sido condenados por pertenencia a las organizaciones terroristas Estado Islámico y Al Qaeda, por formar parte de la insurgencia hutí en Yemen, y por otros crímenes castigados con la pena de muerte en el país, como la violación o el asesinato, según informó la agencia oficial de noticias saudí SPA (Saudi Press Agency, en inglés).
Entre los ejecutados, todos hombres, hay varios que eran menores de edad cuando fueron detenidos, según informa Ángeles Espinosa, corresponsal del diario El País en la región. En concreto, siete yemeníes, un sirio y varios saudíes chiíes.
El anterior récord de ejecuciones multitudinarias se remonta a enero de 1980, cuando el Estado saudí mató a los 63 condenados por el ataque a la Gran Mezquita de La Meca en 1979, una acción considerada como el peor ataque terrorista contra el reino, y que se saldó con 229 muertos.
Según informó la agencia SPA, los delitos cometidos por las personas ejecutadas este sábado incluyen «haber jurado lealtad a organizaciones terroristas extranjeras, como Estado Islámico, Al Qaeda y los hutíes» —estos últimos declarados por Arabia Saudí, que combate contra ellos en Yemen, como organización terrorista—, así como «ataques a ciudadanos árabes y viajar a zonas regionales de conflicto para unirse a organizaciones terroristas».
Entre los ejecutados también hay, según SPA, condenados por «atacar al personal del gobierno y sitios económicos vitales, matar a agentes del orden y mutilar sus cuerpos, y colocar minas terrestres contra vehículos policiales», así como por «delitos de secuestro, tortura, violación, contrabando de armas y atentados con bomba».
En el comunicado del Gobierno saudí que recoge SPA, el Ministerio del Interior señala que «el Reino seguirá adoptando una postura estricta e inquebrantable contra el terrorismo y las ideologías extremistas que amenazan la estabilidad del mundo entero», y asegura que a todos los acusados se les ha garantizado «el derecho a un abogado y todos sus derechos bajo la ley saudí durante el proceso judicial».
Las ejecuciones en Arabia Saudí se llevan a cabo por decapitación con sable.
«Lo opuesto a la justicia»
Según ha denunciado Amnistía Internacional, Arabia Saudí incrementó notablemente el año pasado el número de ejecuciones, una vez concluyó el turno del país en la presidencia del G20, con un total de 40 entre enero y julio de 2021, más que el total registrado en 2020:
En 2020, hubo una reducción del 85% en el número de ejecuciones registradas en Arabia Saudí. Inmediatamente después de terminar la presidencia saudí del G20, se reanudaron las ejecuciones, con 9 personas ejecutadas solo en diciembre de 2020. Entre enero y julio de 2021, al menos 40 personas fueron ejecutadas, más de las 27 de todo el año 2020. En muchos casos, las ejecuciones tuvieron lugar tras sentencias condenatorias en juicios manifiestamente injustos, ensombrecidos por denuncias de tortura durante la detención previa al juicio para obtener «confesiones» forzadas, cuya investigación la fiscalía obvió sistemáticamente.
Por su parte, la Organización Europea-Saudí para los Derechos Humanos cifró el total de ejecuciones el año pasado en 67, un 148% más que en el año anterior, informa Europa Press. Ali Adubusi, director de esta organización, denunció que algunos de los ejecutados habían sido torturados y se enfrentaron a juicios «llevados a cabo en secreto». «Estas ejecuciones son lo opuesto a la justicia», dijo, en declaraciones recogidas por la cadena pública canadiense, CBC.
«El mundo ya debería saber que cuando Mohamed bin Salmán [príncipe heredero, viceprimer ministro y ministro de Defensa de Arabia Sudí, hijo del rey Salmán bin Abdulaziz] promete reformas, es inevitable que se produzca un derramamiento de sangre», afirmó por su parte Soraya Bauwens, subdirectora de Reprieve, un grupo de defensa de los derechos humanos con sede en Londres, también a la CBC.
En 2019, el reino decapitó a 37 ciudadanos saudíes, la mayoría de ellos pertenecientes a la minoría chií, en una ejecución masiva llevada a cabo en varios puntos del país, por presuntos delitos relacionados con el terrorismo.
Las autoridades de Arabia Saudí anunciaron este sábado las ejecuciones, en un solo día, de 81 personas. Se trata de la ejecución múltiple más numerosa en la historia reciente del reino. Los ejecutados habían sido condenados por pertenencia a las… Leer
Inundaciones en Saná, Yemen, en agosto de 2020. Foto: Wikimedia Commons
Para Yemen, 2020 ha sido un año apocalíptico, que ha superado incluso los peores pronósticos que se cernían sobre un país devastado por años de guerra y desastres humanitarios.
El acercamiento entre los hutíes, un movimiento político y armado que controla dos tercios de la población de Yemen, y Arabia Saudí a finales de 2019 fue visto con cierto optimismo, pero desde entonces han estallado nuevos enfrentamientos en todo el país. Ni siquiera el brote de COVID-19 detuvo la violencia. Como resultado de estos nuevos enfrentamientos, más de 18.600 personas murieron entre el 1 de enero y el 5 de diciembre de 2020, según el Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados (ACLED, por sus siglas en inglés).
En una entrevista en 2018, Robert Malley, responsable de la oficina de Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional de EE UU durante el gobierno de Obama, reconoció que era «muy probable» que la intervención militar de la coalición saudí en Yemen tuviese consecuencias desastrosas. «Para empezar, se trata del país más pobre de la región [Yemen], bombardeado por el país más rico [Arabia Saudí]», dijo.
Un desastre humanitario
Yemen ha sido víctima de una disputa regional, pero también de las potencias occidentales. Una coalición liderada por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que, según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, tiene «acceso a algunas de las tecnologías militares más sofisticadas y caras del mundo», ha podido utilizar las tácticas más sangrientas. Como Martha Mundy, profesora emérita de antropología en la London School of Economics, escribió en su informe Las estrategias de la Coalición en la guerra de Yemen, estas tácticas incluyen un bloqueo por tierra, mar y aire que ha usado el hambre como método de guerra, y ataques indiscriminados contra la población civil y la producción de alimentos.
Para poder cometer tales atrocidades, la coalición saudí necesitaba asistencia logística de países como Estados Unidos y el Reino Unido. Las consecuencias han sido brutales. Según un informe de abril de 2019 elaborado por el Centro Pardee para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y de acuerdo con los datos de ACLED, el número de muertos en el país desde el comienzo de la guerra supera con creces los 250.000 y puede incluso estar cerca de los 300.000.
La magnitud de la crisis es difícil de comprender: cada 12 minutos aproximadamente muere un niño en Yemen, donde 24 millones de personas necesitan ayuda humanitaria.
De Trump a Biden
La política exterior de Donald Trump se ha traducido repetidamente en un empeoramiento de las crisis humanitarias en los países más pobres. Dos ejemplos recientes han sido el esfuerzo por suspender las ayudas destinadas a Yemen en marzo de este año, y la decisión de Trump, anunciada en mayo, de que Estados Unidos iba a dejar la Organización Mundial de la Salud, lo que tendrá un efecto desastroso a menos que el presidente electo, Joe Biden, decida reincorporar al país a la organización. La retirada de la financiación estadounidense tendrá como consecuencia el abandono de millones de personas en Yemen que dependen de esos fondos para sobrevivir. No se trata de medidas sorprendentes, en cualquier caso, teniendo en cuenta el apoyo de la administración de Trump –su «cheque en blanco», en palabras de Biden– a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.
Mientras, lo que se espera de Biden es mucho. A pesar de haber sido vicepresidente de Barack Obama, quien apoyó la guerra en Yemen, Biden ha sido presionado para que «reconsidere» las relaciones de Estados Unidos con Arabia Saudí, empujado por los sectores progresistas y por la impopularidad de la propia guerra. Si bien esto ha generado muchas esperanzas, se avecinan semanas difíciles antes de que Trump abandone la Casa Blanca. La aparente intención de Trump de tensar las relaciones con Irán y sus planes de designar a los hutíes como grupo terrorista pueden agravar la situación con los sectores más duros de los hutíes, empeorar la guerra y alejar cualquier perspectiva de paz.
Una serie de calamidades
La guerra no es la única catástrofe que ha sufrido Yemen este año. Las fuertes lluvias caídas entre la primavera y el verano causaron enormes daños y desplazaron a 300.000 personas. De hecho, Yemen es un claro ejemplo de las trágicas consecuencias de la crisis climática, cuyos efectos van más allá de las inundaciones. Casi 18 millones de personas no tienen acceso a agua potable, un problema que se agravará en el futuro.
Para los yemeníes, la COVID-19 no es más que la última en una serie de pandemias: en los últimos años el país se ha enfrentado a brotes de malaria, dengue y cólera. El hecho de que esta última sea una enfermedad perfectamente prevenible que debe ser erradicada nos recuerda que mientras el mundo buscaba vacunas para la COVID-19, la gente en Yemen estaba sufriendo las consecuencias de vivir sin agua potable. Peor aún, el sistema de salud en Yemen prácticamente se ha derrumbado.
Políticas de pandemia
Incluso la pandemia de COVID-19 se ha convertido en una lucha política, especialmente en la zona controlada por los hutíes, que se han negado a reconocer los casos y han difundido noticias falsas y desinformación que estigmatiza a quienes contraen la enfermedad, lo que supone que muchos no estén buscando tratamiento.
Actualmente se desconoce el verdadero alcance del brote de COVID-19 en Yemen, pero es probable que la cantidad de muertes en el país sea mucho mayor que las 607 reportadas por la OMS1. Las imágenes de satélite utilizadas para calcular los entierros entre abril y septiembre en la ciudad portuaria de Adén sitúan el exceso de mortalidad en la zona en 2.100 fallecidos frente a las 1.300 muertes previstas.
La economía está también en ruinas. Desde 2015, el valor del rial yemení ha caído a YER800/US$, más de dos tercios por debajo de su valor anterior a la guerra, mientras que la población depende cada vez más de las remesas que los yemeníes envían desde países como Arabia Saudí. Pero estos pagos también se han visto afectados por la crisis de la COVID-19, ya que muchos trabajadores en el extranjero han perdido sus empleos, lo que significa que la cantidad de dinero enviado a casa ha caído drásticamente.
Cada vez menos ayuda
La comunidad internacional empeoró una situación ya de por sí desastrosa cuando comenzó a reducir los fondos humanitarios enviados a Yemen, con el pretexto, a veces, de que los hutíes estaban utilizando la ayuda para sus propios intereses.
Esto ha tenido consecuencias nefastas, y Naciones Unidas ha pedido más fondos para evitar el colapso de los programas humanitarios, advirtiendo de que millones de niños «se enfrentan a una hambruna mortal». Mark Lowcock, subsecretario general de Asuntos Humanitarios de la ONU, advirtió de que «la crisis humanitaria en Yemen nunca ha sido peor», y el secretario general, António Guterres, afirmó recientemente que «Yemen se encuentra ahora en peligro inminente de sufrir la peor hambruna que el mundo ha visto en décadas». En palabras de Lowcock, «los yemeníes no estando “pasando hambre”. Los están matando de hambre».
A falta de un mes para que acabase 2020, se había enviado menos de la mitad de la ayuda humanitaria solicitada por la ONU (se requieren otros 1.750 millones de dólares). Mientras tanto, se gastaron decenas de miles de millones de dólares en ventas de armas occidentales a Arabia Saudí y a los Emiratos durante la guerra.
Este contraste invita a la reflexión: el deber de los países democráticos es evitar desastres inimaginables. No queda tiempo. Los gobiernos occidentales deben actuar ahora, dejando de enviar armas y proporcionando, en cambio, fondos inmediatos para aliviar la mayor crisis humanitaria del mundo.
(1) El 30 de diciembre de 2020 la OMS registraba en Yemen 2.100 casos confirmados de COVID-19 y 611 muertes causadas por la enfermedad.
Isa Ferrero ha estudiado ingeniería energética y escribe sobre medio ambiente y cambio climático. Como activista de derechos humanos, ha investigado el imperialismo estadounidense y la crisis en Yemen. Ha escrito el libro Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen.
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Mapa firmado por Mark Sykes y François Georges-Picot en 1916, con el reparto de Oriente Próximo entre Francia (zona A) y Gran Bretaña (zona B), con Palestina bajo administración internacional. Wikimedia Commons
Entre el 16 y el 19 de mayo de 1916, en plena Guerra Mundial, fue ratificado en las cancillerías europeas uno de los documentos más controvertidos de la historia: el pacto por el que británicos y franceses, con el consentimiento de Rusia y a espaldas de los pueblos afectados, planearon repartirse las posesiones del Imperio Otomano en Oriente Próximo una vez acabada la contienda. En palabras del historiador árabe George Antonius (1891-1942), «una estupidez producto de la desconfianza y la codicia».
Firmado en secreto hace ahora cien años, el conocido como Acuerdo Sykes-Picot (por los nombres de sus negociadores) estipulaba que, pese a las promesas hechas a los árabes a cambio de su ayuda contra los turcos, la región se dividiría en dos grandes áreas administradas por ambas potencias. Finalmente, en la Conferencia de Paz de París de 1919 se optó por un nuevo reparto bajo la forma de mandatos, y las fronteras que conocemos hoy fueron dibujándose en las décadas siguientes a través de otros acontecimientos, como la creación del Estado de Israel o la nueva república turca, que acabaron siendo más significativos.
El tratado de Sykes-Picot y sus consecuencias no son los únicos orígenes de la inestabilidad que ha sufrido la zona en el último siglo, y a la artificialidad de sus fronteras y de las que surgieron después no es fácil oponer otras más ‘racionales’ (basadas en grupos étnicos o religiosos) que hubiesen garantizado la paz. El legado del imperialismo es una pesada losa, pero también lo son las dictaduras que han castigado Oriente Medio durante generaciones, el extremismo religioso, los dobles raseros de la comunidad internacional, el intervencionismo, o los intereses derivados del petróleo.
Y, sin embargo, Sykes-Picot sigue siendo invocado como el gran pecado original, tal vez por su innegable carácter simbólico: cuando, en junio de 2014, el grupo Estado Islámico llevó a cabo su espectacular expansión, lo primero que hizo tras conectar las zonas que controlaba en Siria e Irak fue «dar por muerto» el histórico pacto.
Cien años después, el futuro de la región, incluyendo el de los Estados más periféricos a los que el tratado no afectó directamente, parece tan turbio como su pasado, y su presente, con tres países en guerra abierta, cientos de miles de muertos por la violencia, millones de refugiados, economías destrozadas, derechos humanos sistemáticamente violados y una ‘primavera árabe’ que es ya como un sueño lejano, no deja mucho espacio para la esperanza.
Siria
En guerra civil desde 2011.
Más de 270.000 muertos y 4 millones de refugiados.
La mitad de la población, desplazada.
El 50% de las infraestructuras, destruidas.
La guerra civil en Siria, ya en su sexto año, tiene su origen en las protestas contra el gobierno dictatorial de Bashar al Asad, iniciadas en 2011 en el contexto de la ‘primavera árabe’, y que el régimen reprimió duramente. La compleja realidad étnica, social y religiosa del país, los apoyos internacionales (Rusia, Irán y Hizbulá, con el Gobierno; Turquía, Arabia Saudí y las monarquías del Golfo, con los rebeldes), la descomposición de la oposición moderada, la determinante irrupción del yihadismo fundamentalista (Estado Islámico, Al Qaeda), y el rechazo a una intervención directa por parte de EE UU han estancado el conflicto. Pese a la frágil y poco respetada tregua de los últimos meses, los intentos de conversaciones de paz han sido, hasta ahora, un fracaso.
Irak
En guerra con Estado Islámico.
Terrorismo y violencia sectaria.
Crisis política y Estado en riesgo de descomposición.
7.515 muertos por la violencia en 2015.
En lo que va de siglo, y después de los 25 años de la dictadura de Sadam Husein (incluyendo la devastadora guerra contra Irán y las acciones genocidas contra los kurdos), Irak ha sufrido una invasión (la liderada por EE UU en 2003), una guerra civil (2006-2007), el terrorismo de Al Qaeda y, ahora, la sangrienta expansión de Estado Islámico y continuos atentados masivos. Tras el fracaso del Gobierno sectarista de Al Maliki, el nuevo ejecutivo reformista de Al Abadi se enfrenta a grandes protestas, en un sistema político con hondas raíces en el clientelismo y en los intereses de los diferentes grupos que conforman la sociedad iraquí. En primera línea contra Estado Islámico, los kurdos, repartidos entre Irak, Siria, Irán y Turquía, y a los que tanto Sykes-Picot como los tratados posteriores negaron un Estado independiente, han visto incrementadas sus aspiraciones.
Yemen
En guerra desde marzo de 2015.
9.000 víctimas civiles (3.200 muertos y 5.700 heridos).
2,4 millones de desplazados.
14 millones necesitados de asistencia humanitaria.
Hasta el año pasado, en Yemen se superponían cuatro conflictos: el del Gobierno contra la guerrilla hutí; la revuelta separatista en el sur; las protestas de la ‘primavera árabe’ (que acabaron sacando del poder al presidente Saleh tras 33 años en el cargo); y la actividad de los yihadistas asociados a Al Qaeda. En enero de 2015, los hutíes (chiíes) forzaron la salida del nuevo presidente, Mansur Hadi. El teórico respaldo del régimen chií de Irán a la guerrilla, y el consiguiente temor de Arabia Saudí (suní) por perder influencia, motivó una intervención militar de una coalición árabe liderada por los saudíes, cuyos bombardeos han causado más de la mitad de las víctimas civiles en más de un año de conflicto.
Israel y Palestina
En conflicto permanente desde la creación del Estado de Israel en 1948.
Gaza y Cisjordania, ocupadas desde 1967.
Negociaciones de paz paralizadas.
Con el proceso de paz enterrado, y después de la Segunda Intifada, los últimos años han estado marcados por la mano dura del Gobierno israelí del conservador Benjamin Netanyahu, la expansión de las colonias ilegales israelíes en los territorios ocupados, las operaciones militares contra una franja de Gaza en la que 1,5 millones de personas siguen viviendo en estado de sitio, y las acciones violentas de una nueva generación de jóvenes palestinos que ya no esperan prácticamente nada de sus divididas, ineficaces y maniatadas autoridades. La guerra en Siria y en Irak y la tensión con Irán han alejado el foco informativo de Palestina, e Israel confía en sacar provecho del caos en que están inmersos sus vecinos.
Turquía
Reactivación de la violencia entre el Estado y la minoría kurda.
Oleada terrorista.
Deriva autoritaria del Gobierno y crisis política.
2 millones de refugiados sirios en su territorio.
La crisis de los refugiados sirios (Turquía es, con mucho, el país que más acoge, y la principal puerta de entrada de éstos a Europa) y el polémico acuerdo (ahora en entredicho) sobre deportaciones alcanzado con la UE han protagonizado la agenda de la convulsa política turca en los últimos meses, en medio del creciente autoritarismo del presidente Erdoğan, con acoso a sus enemigos políticos y a la prensa, e intentos por acaparar más poder. Implicada militarmente en la guerra siria, Turquía sufre, además, una grave oleada terrorista y la ruptura del alto el fuego con la guerrilla kurda del PKK tras dos años de tensa paz.
Líbano
Gravemente afectado por la guerra en Siria, con 1,2 millones de refugiados en su territorio y Hizbulá combatiendo junto al régimen de Bashar Al Asad.
Crisis política (sin presidente desde 2014).
Tras décadas de continua violencia (15 años de guerra civil, control militar sirio, guerrillas palestinas, invasiones israelíes), la precaria estabilidad del Líbano, un complicado experimento de reparto de poder entre sus diferentes minorías étnicas y religiosas, y sus poderes económicos y políticos, ha vuelto a ser sacudida, esta vez por la guerra en la vecina siria. Los refugiados han desbordado el país, huyendo de un conflicto en el que participa militarmente la milicia libanesa chií Hizbulá, auténtico «Estado dentro del Estado» y uno de los principales agentes en el Gobierno actual, mientras el Parlamento lleva dos años sin ponerse de acuerdo para elegir un nuevo presidente.
Arabia Saudí
Intervención directa en la guerra de Yemen, e indirecta en Siria.
150 ejecutados en 2015, el 72% por protestas políticas y crímenes no violentos.
Inmersa en una lucha con el Irán chií por la hegemonía en la región, y origen ideológico (y a menudo financiero) del extremismo religioso yihadista, Arabia Saudí continúa bajo la acusación constante de las organizaciones de derechos humanos (discriminación de la mujer, de los homosexuales, represión de la oposición política). Bajo el nuevo rey, Salman, el país ha abandonado su tradicional política de discreción para entrar en nueva era más agresiva en la que se enmarcarían los bombardeos sobre Yemen, el incremento de las ejecuciones, la ayuda a los insurgentes sirios, el reforzamiento del eje con las otras monarquías absolutistas del Golfo (especialmente Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos), o los movimientos para alterar el precio del petróleo, cuya caída le está afectando seriamente.
Irán
Participación militar en Siria e Irak, y conflicto regional con Arabia Saudí.
Represión política y de derechos humanos.
Apertura tras el acuerdo nuclear de 2014.
Los años de enfrentamiento frontal con Occidente que caracterizaron las presidencias de Ahmadineyad han dado paso a un mayor entendimiento, de la mano del más moderado Rohaní, con el pacto nuclear alcanzado en 2014 y el levantamiento de sanciones económicas como principal consecuencia. El poder real, no obstante, sigue en manos de una reaccionaria élite religiosa, las violaciones de los derechos humanos y la represión política continúan, y el país, en una creciente rivalidad con Arabia Saudí, y considerado aún la gran amenaza por Israel, está implicado militarmente en Siria (respaldando a Asad) e Irak (milicias chiíes contra los suníes de Estado Islámico), mientras mantiene su apoyo a Hizbulá y a la guerrilla hutí en Yemen.
Entre el 16 y el 19 de mayo de 1916, en plena Guerra Mundial, fue ratificado en las cancillerías europeas uno de los documentos más controvertidos de la historia: el pacto por el que británicos y franceses, con el consentimiento… Leer
El conjunto Saudi Ensemble, durante su actuación en el Meyer Auditorium de Washington, en noviembre de 2012. Foto: Freer-Sackler Gallery
La galería Freer-Shackler del Museo Smithsonian, en Washington DC (EE UU), albergó hace unos años una gran exposición, Roads of Arabia, dedicada a la arqueología y la historia de Arabia Saudí. Dentro de los actos organizados con motivo de la muestra, el grupo musical Saudi Ensemble, proveniente de la ciudad saudí de Yeda, ofreció en noviembre de 2012 un concierto en el Meyer Auditorium de la citada institución, que puede escucharse (y descargarse) en la propia página web del museo.
A lo largo de algo más de una hora, los seis miembros del conjunto —nay (flauta), simsimiyya (lira), oud (laúd), qanun (cítara), violín y tabla— realizaron un completo recorrido por la música tradicional de la Península Arábiga, incluyendo desde temas de amor hasta canciones de pescadores. Muy recomendable:
(Más información sobre cada uno de los temas, aquí).
La galería Freer-Shackler del Museo Smithsonian, en Washington DC (EE UU), albergó hace unos años una gran exposición, Roads of Arabia, dedicada a la arqueología y la historia de Arabia Saudí. Dentro de los actos organizados con motivo de la… Leer
Protesta frente a la embajada saudí en Teherán contra la ejecución del clérigo chií Nimr al Nimr. Foto: Erfan Koughari / Wikimedia Commons
Quienes confiaban en que el nuevo año trajese al fin la progresiva resolución, si no de todos, sí al menos de algunos de los conflictos que están castigando Oriente Medio, van a tener, muy probablemente, que seguir esperando: una de las claves fundamentales para llegar a alcanzar cierta estabilidad y poner freno a la violencia que arrasa actualmente países como Siria o Yemen pasa por la voluntad de cooperación de las dos grandes potencias de la región, Irán y Arabia Saudí, y eso es algo que, tras la crisis desatada esta semana entre ambos países, no parece que vaya a ocurrir a corto plazo.
La enconada rivalidad entre Riad y Teherán, un enfrentamiento de décadas interconectado con la tensión religiosa (el 95% de los 29 millones de habitantes de Arabia Saudí son musulmanes suníes; el 89% de los 78 millones de Irán, musulmanes chiíes), pero cuyos motivos reales tienen mucho más que ver con la lucha por obtener el dominio geopolítico de la región, se ha acrecentado más aún si cabe estos últimos días, tras la ejecución el pasado sábado, por parte de las autoridades saudíes, de 47 personas acusadas de «terrorismo», entre ellas, un influyente clérigo chií, Nimr Al Nimr.
Los sentenciados, en su mayoría suníes de nacionalidad saudí, murieron en doce prisiones distribuidas por todo el país (decapitados en ocho de ellas, fusilados en las cuatro restantes), en una masiva aplicación de la pena capital que bien podría haber escandalizado no solo a Irán, sino a cualquier otro país, incluyendo los occidentales, que tan a menudo hacen la vista gorda ante los abusos saudíes contra los derechos humanos. Pero no fue el desatado uso del patíbulo lo que soliviantó a las autoridades de Teherán, que, a fin de cuentas, ejecutan a al menos 300 personas al año, frente a la media de 80 de Arabia Saudí (más de 150 en 2015 bajo el reinado del nuevo rey Salman), sino el hecho de que entre los ajusticiados se encontrara el mencionado Al Nimr, una figura muy crítica con el régimen de Riad y que gozaba de una gran popularidad entre la minoritaria comunidad chií de Arabia Saudí.
La ejecución de Al Nimr fue recibida en Irán como una provocación en toda regla. Tan solo unas horas después de que se llevase a cabo la sentencia, grupos de manifestantes incendiaron la embajada saudí en Teherán clamando venganza, y, pese a que el Gobierno iraní condenó el ataque, Arabia Saudí respondió rompiendo relaciones diplomáticas con Irán. En los días siguientes lo harían también Sudán, Bahréin, Yibuti y Somalia, mientras que los Emiratos Árabes Unidos reducían sus contactos con Teherán, y Catar y Kuwait llamaban a consultas a los embajadores iraníes en estos países.
Moviendo piezas en el puzle regional
Esta última crisis es, en todo caso, la escenificación política de un conflicto que lleva años dirimiéndose fuera de las fronteras de ambos países, en guerras subsidiarias (proxy, en el término inglés comúnmente utilizado por los expertos) donde las dos potencias están desempeñando un papel determinante, apoyando a sus respectivas facciones afines.
De momento, un enfrentamiento bélico directo entre Irán y Arabia Saudí, de catastróficas consecuencias para ambos y para el resto de la región, no parece, muy probable. Por un lado, los dos tienen demasiado que perder; por otro, la rivalidad ya se está expresando suficientemente en el complicado tablero que constituyen actualmente los conflictos de Siria, Yemen e Irak. El problema es que este enfrentamiento indirecto puede acabar resultando igual de catastrófico.
En Siria, Irán respalda abiertamente, junto con Rusia, al régimen de Bashar al Asad (por afinidad religiosa —la élite gobernante siria es alauí, una rama del islam conectada con el chiísmo—, pero, sobre todo, para extender su influencia y mantener el eje de territorio amigo que le conecta con la milicia chií Hizbulá en Líbano), mientras que de Arabia Saudí ha partido una parte esencial del apoyo obtenido por las milicias integristas (salafistas y yihadistas) que han acabado eliminando la oposición laica y moderada al régimen de Damasco.
La ayuda de Moscú a Asad es, sin duda, esencial, pero sin la intervención de Teherán, y también de sus aliados chiíes de Hizbulá, el dictador sirio habría tenido serios problemas para mantenere en el poder. Y sin la intervención saudí (especialmente la indirecta, a través de dinero más o menos privado), los grupos yihadistas, incluyendo Estado Islámico, no habrían llegado hasta donde están ahora, ni la oposición laica estaría tan debilitada.
Las escasas esperanzas de que llegue a alcanzarse un acuerdo sobre el futuro de Siria, y de que puedan avanzar las hasta el momento infructuosas negociaciones de paz, pasan, aparte de por el compromiso de actores externos como Rusia o EE UU, por el entendimiento entre Riad y Teherán, no solo en lo referente a su injerencia (armamentística, política y financiera) en el conflicto, sino, especialmente, y como destaca la analista Itxaso Domínguez de Olazábal, para hacer de la lucha contra Estado Islámico el objetivo prioritario de ambos, más allá de sus intereses contrapuestos. Algo que, por ahora, no está en la agenda real de ninguna de las dos potencias.
En Yemen, mientras tanto, los papeles se reparten al contrario: los saudíes apoyan al régimen del presidente Abd Rabu Mansur Hadi, liderando una coalición internacional que lleva meses bombardeando el país sin piedad, en un intento de acabar con la rebelión de los hutíes, un grupo opositor chií que, con el supuesto respaldo de Irán (según Teherán, solo moral), se hizo a principios de 2015 con el control de la capital, Saná, y forzó la salida del mandatario.
Teherán, a su vez, ha multiplicado su presencia militar en Irak (país de mayoría chií), donde milicias iraníes combaten a los yihadistas suníes de Estado Islámico, de forma paralela a la lucha contra Daesh que llevan a cabo el Ejército regular iraquí y los combatientes kurdos. Irán es, asimismo, y por otro lado, el principal valedor de la milicia chií libanesa Hizbulá, un factor que podría contribuir de forma determinante a desactivar el bloqueo político en el que se encuentra Líbano, sin presidente desde mayo de 2014.
¿Chiíes contra suníes?
Superada al menos —aparentemente— la antigua simplificación de «árabes contra persas», la tentación contemporánea, alentada por el enfoque igualmente simplificador de muchos medios de comunicación, es reducir toda esta crisis a un enfrentamiento religioso, o sectario, entre suníes y chiíes, en una lucha que se habría venido produciendo «durante siglos», y a la que se acude cada vez más a la hora de explicar todos y cada uno de los conflictos de Oriente Medio, con la excepción del palestino-israelí.
La realidad, sin embargo, es bastante más compleja, y tiene como fondo principal el uso que los poderes políticos han hecho y siguen haciendo de esa rivalidad religiosa, invocando argumentos sectaristas para justificar ambiciones estratégicas. La tensión sectaria, evidentemente, existe y juega un papel innegable en los diferentes escenarios de violencia que padece la región, pero es el continuo secuestro identitario que supone la utilización de esa tensión como elemento excluyente (no solo por ambas partes, sino también por Occidente) lo que la ha exacerbado hasta sus incendiarios niveles actuales.
Según explica Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante, bajo este enfoque exclusivamente sectarista subyace un intento de «debilitar a los escasos regímenes seculares que habían conseguido éxitos relativos a la hora de instaurar un Estado moderno, centralizado y avanzado; convertir a estos países en Estados fallidos y volver a las lógicas sectarias y tribales». En este sentido, resulta útil recordar, por ejemplo, el desastre político a que dio lugar en Irak el enfoque sectario del gobierno auspiciado por Estados Unidos tras la invasión de 2003.
Tampoco es cierto, por otra parte, que suníes y chiíes hayan estado en guerra constante desde el cisma que dio lugar a las dos principales ramas del islam, durante el periodo que siguió a la muerte del profeta Mahoma, en el siglo VII. Ambos grupos han alternado periodos de gran conflictividad con largas épocas de convivencia más o menos pacífica, y han compartido objetivos e intereses (dos ejemplos significativos: el califato otomano, de naturaleza suní, obtuvo el respaldo de importantes grupos chiíes a principios del siglo XX; y durante la guerra entre Irán e Irak —1980-1988—, muchos chiíes iraquíes combatieron al lado de Bagdad, anteponiendo la identidad nacional a la religiosa o, al menos, compartiendo con sus compatriotas suníes su condición de víctimas obligadas a luchar por el régimen de Sadam Husein).
Dicho esto, el elemento religioso tampoco puede obviarse, pero la clave en este sentido se encuentra más en el extremismo que caracteriza a los gobiernos, tanto de Irán como de Arabia Saudí (los dos son teocracias fundamentalistas regidas por la sharia, o ley islámica), que en el hecho de que pertenezcan a ramas religiosas diferentes.
A continuación, los episodios más destacados del enfrentamiento entre saudíes e iraníes a lo largo de las últimas décadas, incluyendo las claves de la crisis actual:
1979. Revolución iraní
Durante las décadas más tensas de la Guerra Fría, tanto Irán como Arabia Saudí fueron considerados por Occidente como países aliados frente a la influencia soviética en Oriente Medio (especialmente en Siria y, en menor medida, en Egipto). Con el Irán del sha, colocado en el poder después de que los servicios secretos del Reino Unido y Estados Unidos se encargasen de derrocar al incómodo primer ministro Mohammad Mosaddeq en 1953, se podía contar para cualquier cosa. Y respecto a Arabia Saudí, la tranquilidad estaba también asegurada gracias, en parte, el pacto más o menos secreto alcanzado el 14 de febrero de 1945 a bordo del crucero Quincy entre el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt (que volvía de la Conferencia de Yalta) y el rey saudí Ibn Saud. Por este acuerdo se reconocía que la estabilidad de Arabia Saudí forma parte de «los intereses vitales» de EE UU (petróleo), el reino saudí se comprometía a garantizar el aprovisionamiento energético y Washington le otorgaba, a cambio, «la protección incondicional contra cualquier amenaza exterior». Además, Ibn Saud concedía el monopolio de la explotación del petróleo a las compañías estadounidenses, lideradas por la Aramco del clan Rockefeller, durante un plazo de 60 años, al término del cual Riad recuperaría sus pozos.
Todo esto cambió en febrero de 1979 con el triunfo de la revolución islámica en Irán, liderada por el ayatolá Jomeini. Desde entonces, el objetivo declarado de Teherán de exportar la revolución a todo el mundo musulmán, y, en concreto, la asunción por parte de Teherán de la doctrina de Wilayat Faqih (gobierno del faqih), según la cual el máximo poder temporal entre los chiíes debe residir en su líder supremo, ha chocado de frente con los intereses de Arabia Saudí, que, como guardiana de los lugares más sagrados del islam (La Meca y Medina), insiste en proclamarse como líder del islam suní, mayoritario entre los musulmanes de todo el mundo.
La ineficacia de Irán a la hora de extender la revolución (con la excepción de su influencia en Líbano, a través de la milicia Hizbulá) fue tranquilizando, no obstante, las suspicacias saudíes, mientras que en el interior del reino, cada vez más rico gracias a los ingresos del petróleo, iba cobrando más y más fuerza la interpretación salafista (fundamentalista) del islam suní, que, entre otras cosas, considera herejes a los chiíes.
1980-1988. Guerra entre Irán e Irak
La guerra entre Irán e Irak, que comenzó en 1980, supuso el primer escenario en el que Arabia Saudí se opuso expresamente a Irán. Pese a no ser un aliado natural del régimen iraquí (laico) de Sadam Husein, Riad financió el esfuerzo bélico de Bagdad con unos 25.000 millones de dólares, y animó a los países vecinos (Kuwait, Emiratos, Catar, Bahréin) a que hicieran lo mismo.
En 1981, Arabia Saudí creó el Consejo de Cooperación del Golfo para extender su zona de influencia y aislar en lo posible la onda expansiva de la revolución iraní. La iniciativa, sin embargo, no fue muy eficaz, ya que el resto de las monarquías del Golfo se mostraron reticentes a participar en una fuerza militar conjunta bajo el mando saudí.
La guerra irano-iraquí tuvo consecuencias también en el aspecto económico, ya que, con el fin de debilitar las finanzas iraníes, Riad aumentó considerablemente su producción de petróleo, en un intento de hacer caer los precios y poner en peligro las exportaciones petroleras de Irán, base fundamental de la economía del país persa. Según explica la experta Agnès Levallois en el diario Le Monde, uno de los principales factores que explican la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán es, precisamente, esta competencia sobre la gestión de los recursos energéticos y económicos de la región.
Irán, por su parte, respondió a la invasión iraquí que dio lugar a la guerra desarrollando una estrategia de «defensa preventiva», basada en la creación de lazos (milicias paramilitares, partidos políticos) con árabes chiíes en otros países, lo que le permitiría actuar de manera subsidiaria más allá de su territorio, algo que Arabia Saudí no vio precisamente con buenos ojos.
1988. Masacre en La Meca y primera ruptura
El 31 de julio de 1987, las autoridades saudíes reprimieron una multitudinaria manifestación antiestadounidense y antiisraelí de peregrinos iraníes en La Meca. Durante los disturbios murieron 400 peregrinos, 275 de ellos iraníes. En respuesta, grupos de manifestantes asaltaron la embajada saudí en Teherán y retuvieron al personal diplomático como rehenes. Uno de los funcionarios saudíes murió y, en abril del año siguiente, Arabia Saudí rompió relaciones diplomáticas con Irán por primera vez.
Ambos países, sin embargo, dejarían a un lado sus diferencias para hacer frente común contra Sadam Husein, cuando éste invadió Kuwait en 1990, dando lugar a la Primera Guerra del Golfo. En 1991, Irán volvió a autorizar los vuelos directos de peregrinos a La Meca.
Años noventa. Calma y acercamiento
Durante el resto de la década de los noventa, las relaciones entre Irán y Arabia Saudí, así como entre Irán y Estados Unidos, mejoraron notablemente, gracias, en parte, a las presidencias en Irán del pragmático Hashemi Rafsanjani (1989-1997) y del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005).
Tras largas negociaciones, saudiés e iraníes retomaron relaciones diplomáticas y comerciales y, en 1997, Irán organizó la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica, en la que participaron 54 países, y a la que acudió el entonces príncipe heredero y futuro rey de Arabia Saudí, Abdala bin Abdulaziz.
Dos años más tarde, Jatamí viajó a Arabia Saudí, en la primera visita oficial al reino de un presidente iraní desde la revolución de 1979.
2003. Guerra de Irak
La caída de Sadam Husein tras la invasión de Irak por parte de la coalición liderada por Estados Unidos en 2003 alteró la balanza sectaria en la región. Pese al carácter laico del régimen de Sadam, el dictador, un suní, había enfatizado la vertiente religiosa de su gobierno, en un intento por ganarse simpatías durante los duros años de sanciones económicas internacionales que siguieron a la Primera Guerra del Golfo.
Ahora, Arabia Saudí perdía un importante contrapeso suní frente al poder chií de Irán, en un país, Irak, donde la mayoría de la población es también chií, al tiempo que, de la mano de Washington, el Gobierno iraquí pasaba a manos de un chií, Nouri Al-Maliki (en el poder hasta 2014).
La guerra civil en Irak que siguió a la invasión estadounidense, la creciente actividad terrorista de Al Qaeda (una organización suní que bebe de la ideología salafista que mana del manantial fundamentalista saudí) contra objetivos chiíes (civiles incluidos), la proliferación de milicias chiíes proiraníes y, finalmente, la política discriminatoria hacia la comunidad suní del gobierno de Maliki, convirtieron Irak en un nuevo escenario de enfrentamiento entre las dos potencias, y fueron abonando asimismo el terreno para el nacimiento de Estado Islámico.
2011. Las primaveras árabes
El estallido en 2011 de las revueltas populares que sacudieron Oriente Medio y el Magreb, la conocida como «primavera árabe», supuso nuevos enfrentamientos entre Irán y Arabia Saudí, aliados con facciones enfrentadas entre sí en diversos escenarios, especialmente, en Siria, Bahréin y, posteriormente, Yemen.
En marzo de 2011, tropas del Consejo de Cooperación del Golfo, encabezadas por Arabia Saudí (un millar de soldados) y con participación también de militares emiratíes (500), entraron en Bahréin para ayudar al Gobierno de este país (suní) en su represión contra las protestas de la mayoría chií (la llamada «revolución de la plaza de la Perla»), unas protestas que contaban con el respaldo de Teherán. Hubo miles de detenidos y se impuso el estado de emergencia.
Teherán rechazó la intervención militar saudí en Bahréin, y los países del Golfo, liderados por Riad, denunciaron la «permanente interferencia iraní» en sus asuntos, sobre todo tras el descubrimiento de una red de espionaje relacionada con Irán. El jefe de las tropas enviadas a Bahréin, el general Mutlaq bin Salem, llegó a decir que su objetivo era evitar una «agresión extranjera» en el país árabe, en clara referencia a Irán.
Mientras, en Siria, Irán es, desde que comenzo la guerra civil en 2011, el principal apoyo del presidente Bashar al Asad (alauí, una rama del chiísmo). Damasco recibe de Teherán ayuda tanto militar como financiera. Arabia Saudí, por su parte, respalda a los grupos opositores, mayoritariamente suníes, y dominados ahora por las distintas facciones yihadistas, lo que ha complicado terriblemente el rompecabezas sirio, y ha puesto en entredicho el papel saudí en el conflicto.
2015. Intervención en Yemen
Desde marzo de 2015, Arabia Saudí lidera una coalición militar internacional árabe en apoyo del presidente de Yemen, Abd Rabu Mansur Hadi, quien fue desalojado del palacio presidencial en enero de ese año por los rebeldes hutíes. Los hutíes profesan el zaidismo, una rama islámica relacionada con la vertiente imamí del chiísmo (institucionalizada en Irán), lo que, en teoría, les hace aliados de Teherán. De hecho, tanto Arabia Saudí como el Gobierno yemení han denunciado en reiteradas ocasiones que los hutíes están recibiendo apoyo de Teherán, algo que Irán, quien no oculta su apoyo moral a los rebeldes, niega.
Según explica Levallois, Arabia Saudí está convencida, «de un modo casi paranóico», de que la revuelta hutí supone la emergencia de una nueva «colonia iraní» al otro lado de sus fronteras, «mientras que lo único que reclaman las minorías chiíes es tener los mismos derechos que sus conciudadanos suníes».
En cualquier caso, exista o no ese apoyo directo iraní, la reducción del conflicto en Yemen a un mero enfrentamiento entre chiíes y suníes supone, de nuevo, una gran simplificación, e implica considerar suníes a todos los rivales de los hutíes, algo que no es cierto.
Como explicaban en la revista Middle East Report los profesores Stacey Philbrick Yadav y Sheila Carapico, «el zaidismo está relacionado con la rama imamí del chiísmo del mismo modo que, por ejemplo, los ortodoxos griegos son una rama del catolicismo. Relacionar ambos credos puede tener sentido, tal vez, en términos esquemáticos, pero en lo relativo a doctrina, prácticas, políticas y hasta festividades religiosas, el zaidismo y el chiísmo imamí son muy distintos. […] En el limitado sentido en que este conflicto es ‘sectario’, también lo es institucional, ya que empezó con la rivalidad existente entre campamentos hutíes y campamentos salafistas financiados por Arabia Saudí […], un relato bastante más interconectado con el poder estatal contemporáneo que con ‘eternas disputas’ entre las dos ramas dominantes del islam».
La guerra en Yemen ha causado ya casi 6.000 muertos, de ellos 2.800 civiles, y desatado una gravísima crisis humanitaria. Según datos de Naciones Unidas, más de 21 millones de personas en Yemen requieren algún tipo de ayuda humanitaria para sobrevivir, lo que supone alrededor de un 80% de la población, incluidas las 2,3 millones de personas que se han visto desplazadas.
2015. Acuerdo nuclear con Irán
Después de doce años de crisis, el acuerdo nuclear alcanzado finalmente el pasado 14 de julio entre Irán y el denominado Grupo 5+1 (EE UU, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) permitió el inicio de la vuelta de Teherán al escenario político internacional, y supondrá, con el progresivo levantamiento de las sanciones económicas, un respiro financiero para el país de los ayatolás.
Arabia Saudí, que se opuso desde un principio a este acuerdo (Irán llegó a acusar a Riad de aliarse con el enemigo número uno, Israel, para impedir que las negociaciones salieran adelante), teme que los nuevos ingresos económicos que empezarán a fluir poco a poco hacia Irán permitan a Teherán incrementar su influencia en la región, al tiempo que se siente, de algún modo, desplazada en las preferencias de sus aliados tradicionales, empezando por Estados Unidos.
2016. Ejecución del Al Nimr y nueva ruptura diplomática
El pasado día 2, Arabia Saudí anunció la ejecución de 47 acusados de «terrorismo», incluyendo al clérigo disidente chií Nimr Al Nimr, una acción ante la que Estados Unidos y los países europeos, maniatados por sus intereses económicos con el reino saudí, permanecieron callados o respondieron de la manera más tibia posible, pero que causó fuertes protestas, no solo en Irán y entre la propia comunidad chií saudí, sino también en Irak, donde cientos de chiíes tomaron las calles pidiendo al gobierno iraquí el cierre de la embajada saudí (reabierta el mes pasado tras 25 años), y en la parte india de Cachemira, donde miles de chiíes se manifestaron contra la ejecución, blandiendo carteles con la imagen del clérigo o llevando banderas negras.
La reacción más intensa, no obstante, se produjo, obviamente, en Irán, donde manifestantes llegaron a incendiar la embajada saudí en Teherán. El asalto a la delegación diplomática derivó en la decisión de Riad de romper relaciones diplomáticas con Teherán, una iniciativa a la que se sumaron posteriormente Sudán, Bahréin, Yibuti y Somalia.
Según la versión oficial, Al Nimr, detenido en julio de 2012 por apoyar los disturbios contra las autoridades saudíes que estallaron en febrero de 2011 en la provincia de Al Qatif, en el este del país y de mayoría chií, fue sentenciado a la pena capital por «desobedecer a las autoridades, instigar a la violencia sectaria y ayudar a células terroristas». Para Irán, Al Nimr no era más que una voz crítica contra el régimen de Riad, y su muerte se enmarca en la represión sistemática que, según Teherán, ejerce el reino saudí contra su minoría chií.
La muerte del clérigo, sin embargo, no puede entenderse sin tener en cuenta la situación interna por la que atraviesa el régimen saudí. De hecho, Arabia Saudí ha aplicado en muy pocas ocasiones la pena capital a detenidos relacionados con protestas de la minoría chií. Así, la mayoría de los expertos coinciden en interpretar la ejecución de Al Nimr como una cortina de humo destinada a desviar la atención de la población, en un momento en el que el Gobierno, atenazado por la caída del precio del petróleo, se enfrenta a una incipiente crisis económica, con un déficit presupuestario cercano a los 80.000 millones de dólares, un desempleo (sobre todo el juvenil) en aumento, y serios recortes sociales a la vista que amenazan con minar el privilegiado estado del bienestar al que están acostumbrados los saudíes.
A ello se añadiría la necesidad de aplacar las voces de las facciones religiosas suníes más ultraconservadoras, cuyas críticas al régimen se han multiplicado en los últimos meses; el deseo de dar un respiro mediático a la guerra en Yemen, estancada y sin resultados favorables claros para el reino saudí; y, por supuesto, la intención de reafirmar la autoridad saudí en la región, en un momento en el que, tras la firma del acuerdo nuclear con Irán, Riad se siente menos respaldada internacionalmente.
Por último, las 47 ejecuciones del pasado sábado pueden interpretarse asimismo como un gesto más dentro de la campaña de mano dura que, obligado a consolidar su poder ante las intrigas internas, parece estar llevando a cabo el nuevo rey saudí, Salman bin Abdulaziz, desde que accedió al trono hace un año tras la muerte de su medio hermano, el rey Abdala, y en colaboración con su hijo, el príncipe heredero sustituto y ministro de Defensa, Mohamed bin Salman.
Ambos serían los principales responsables de que Arabia Saudí haya abandonado la política de discreción y operaciones en la retaguarda que había caracterizado al país durante años, en una nueva era más agresiva en la que se enmarcarían, además de los bombardeos sobre Yemen, el incremento del número de ejecuciones, las ayudas a los insurgentes sirios, el reforzamiento del eje que forma con el resto de las monarquías absolutistas del Golfo (especialmente Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, ya que Omán sigue tratando de mantener un papel más neutral), o incluso los movimientos para alterar el precio del petróleo, destinados a perjudicar a Irán y a los países no pertenecientes a la OPEP.
En cuanto a Irán, las autoridades civiles del país respondieron a la ejecución de Al Nimr lanzando graves acusaciones contra Arabia Saudí (incluendo la de apoyar el terrorismo), pero, al mismo tiempo, han tratado asimismo de calmar los ánimos, empezando por el presidente del país, Hasan Rohaní, quien condenó lo ocurrido en la delegación diplomática saudí y aseguró que el Ministerio del Interior, el servicio secreto y la policía debían perseguir a los responsables. «El ataque de extremistas contra la embajada saudí en Teherán es injustificable y tuvo consecuencias negativas para la imagen de Irán», indico: «Este tipo de actos tienen que terminar de una vez por todasx.
Menos moderada se han mostrado, como era de esperar, la otra columna del poder en Irán: la religiosa. El líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, dijo el domingo pasado que los políticos del reino saudí se enfrentarán a un castigo divino por la muerte el clérigo ejecutado. «La sangre injustamente derramada de este mártir oprimido, sin duda pronto mostrará su efecto, y la divina venganza caerá sobre los políticos saudíes», afirmó. El Consejo de Guardianes de la Revolución, por su parte, prometió una «dura venganza» contra la dinastía real saudí.
Quienes confiaban en que el nuevo año trajese al fin la progresiva resolución, si no de todos, sí al menos de algunos de los conflictos que están castigando Oriente Medio, van a tener, muy probablemente, que seguir esperando: una de… Leer
Desde principios de este mes se han registrado 21 casos confirmados de personas afectadas por un nuevo coronavirus, cuyo brote parece estar en un centro sanitario del este de Arabia Saudí (concretamente en la localidad de Hofuf, en cuyo hospital se han detectado la mayoría de los últimos casos). El virus fue identificado el año pasado, y desde entonces han sido confirmados unos 40 casos en todo el mundo, con una veintena de fallecidos. La mayoría de las muertes (15) han ocurrido en Arabia Saudí, pero también ha habido víctimas mortales, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Francia, Alemania, Jordania, Catar y el Reino Unido.
Un coronavirus, visto a través de un microscopio electrónico. Imagen: British Health Protection Agency
El virus, denominado NCoV(novel coronavirus), no es el famoso SARS (síndrome respiratorio agudo severo, por sus siglas en inglés), el coronavirus que en 2003 mató a 775 personas, pero pertenece a la misma familia. Se desconoce aún su origen, aunque algunos científicos apuntan a que podría estar relacionado con murciélagos existentes en cuevas de la Península Arábiga donde la gente recoge agua. Sí se sabe que se desarrolla como una neumonía grave en muchos de los afectados, mientras que en otros provoca tan solo un resfriado. Casi todos los fallecidos hasta ahora son hombres mayores que padecían también otras enfermedades de tipo respiratorio.
El pasado día 13, la OMS advirtió por primera vez del riesgo de contagio entre personas: «La mayor preocupación es el hecho de que se hayan visto diferentes agrupaciones de casos en distintos países, lo que aumenta la evidencia de que cuando hay un estrecho contacto entre personas el coronavirus puede contagiarse», señaló. Este miércoles, la OMS confirmó los primeros casos de infección en dos trabajadores sanitarios en Arabia Saudí que estuvieron en contacto con enfermos.
Atendiendo al número de casos confirmados, la mortalidad es muy alta (superior al 50%), pero hay que tener en cuenta que el número total de contagiados será, seguro, mayor, ya que de los que han sufrido tan solo un catarro no se tiene registro.
En declaraciones al diario El País, el experto en coronavirus Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, afirma que «es una situación rara», porque «no es normal que este tipo de patógenos empiecen a propagarse desde un territorio tan poco poblado» como la Península Arábiga. «No sabemos de dónde viene, y tampoco el patrón de la transmisión es claro», añade.
Otra incógnita es por qué se ha acelerado ahora el ritmo de contagios. Enjuanes indica, en este sentido, que «todos estábamos pendientes de la gran peregrinación a La Meca del año pasado, cuando se juntaron 14 millones de personas, y en cambio no pasó nada».
Ha habido, también, cierta polémica en torno al descubrimiento del virus. Según informó en enero la revista Nature, el médico que lo identificó, el virólogo egipcio Ali Mohamed Zaki, mandó las primeras muestras a Holanda a espaldas de las autoridades saudíes, lo que causó malestar en el Ministerio de Salud del país árabe.
El virus fue identificado por Zaki en junio de 2012, en un paciente que falleció en un hospital de la ciudad saudí de Yeda, donde trabajaba entonces el médico egipcio. Posteriormente, en septiembre, la OMS lanzó la primera alerta internacional al confirmarse la infección en el Reino Unido de un hombre catarí que había estado recientemente en Arabia Saudí.
El doctor Zaki indicó hace unos días que, aunque existe el riesgo de epidemia, ésta no tiene por qué darse en su forma más letal: «Parece que va paso a paso y que cada vez se transmite con mayor facilidad», dijo, añadiendo, no obstante, que «ahora tenemos el virus antes de que ocurra la epidemia, y tenemos también las herramientas necesarias para diagnosticarlo».
Los coronavirus causan infecciones respiratorias en humanos y animales. Los afectados tienen fiebre, tos y dificultades para respirar. Además de neumonía, en algunos casos pueden provocar fallos en el riñón. Aún no se sabe cuál es el mejor tratamiento, ni existe una vacuna preventiva. Los pacientes con síntomas severos necesitan atención médica intensiva para poder respirar.
Desde principios de este mes se han registrado 21 casos confirmados de personas afectadas por un nuevo coronavirus, cuyo brote parece estar en un centro sanitario del este de Arabia Saudí (concretamente en la localidad de Hofuf, en cuyo hospital… Leer
Algunas llevan el cabello, las piernas y los brazos cubiertos, en consonancia con la tradición musulmana imperante en el Golfo. Otras van en camiseta y pantalones cortos, con el pelo a la vista. Todas pertenecen al equipo de baloncesto del Salwa Al Sabah, uno de los clubes participantes en la primera liga femenina de este deporte que se celebra en Kuwait. Según informa la agencia AP, en uno de sus partidos recientes aplastaron a sus rivales del club Qadsiya por 63 a 13. Al encuentro acudieron cientos de aficionados, hombres y mujeres. Además de la de baloncesto, también han arrancado en Kuwait las primeras ligas femeninas de atletismo y de tenis de mesa.
No parece mucho, especialmente habiendo todavía hay tanto camino por recorrer en materia de igualdad, o, al menos, de no discriminación. Pero en una región donde la presencia de las mujeres en el deporte está tan estigmatizada, cuando no directamente prohibida, la puesta en marcha de estas competiciones femeninas es todo un hito. Baste recordar, por ejemplo, que hace un mes la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) canceló el tercer maratón de Gaza, debido a que las autoridades del territorio, gobernado por Hamás, habían prohibido la participación de mujeres en la carrera.
Los factores que, tímida y lentamente, están dando visibilidad y oportunidades (en definitiva, reconociendo derechos básicos) al deporte femenino en algunos países árabes son varios. Entre ellos está, necesariamente, el apoyo creciente de los gobiernos, pero también, y sobre todo, el hecho de que la población va alcanzando un mayor nivel educativo (especialmente en la región del Golfo), al tiempo que van evolucionando, o incluso erosionándose, ciertos valores tradicionales. Este desgaste no es tan rápido como en Occidente, pero, en un mundo cada vez más interconectado, también existe. El desarrollo de Internet y las redes sociales, o de la televisión por cable, por ejemplo, hacen cada vez más difícil evitar la penetración y el calado de otros modos de vivir y de pensar. Y algunas aspiraciones, como la práctica del deporte en igualdad, resultan ser universales, sin que ello suponga traicionar unas tradiciones que, aunque evolucionen, siguen estando hondamente arraigadas entre la población local, empezando por muchas de las propias deportistas.
El mejor ejemplo de este avance es, sin duda, el fútbol femenino, cada vez más consolidado en muchos países de Oriente Medio. Siria, Palestina, Catar, Irak, Egipto, Líbano, Jordania o Bahréin cuentan con selecciones nacionales, aunque carezcan aún de una infraestuctura de base, que es lo que realmente puede funcionar como motor de cambio. Y, en el Golfo, Catar y los Emiratos tienen ya sendas ligas femeninas de fútbol, un sueño que se empeñan también en mantener vivo, pese a las muchas dificultades, los seis equipos de chicas que participan en la incipiente Liga Nacional de Palestina.
Lo cierto es que la presencia de la mujer árabe en el deporte rey ha avanzado mucho desde que en 2004 las televisiones árabes retransmitieran por primera vez un partido de fútbol femenino. Fue un encuentro amistoso disputado en Dubai entre una selección de jugadoras árabes (las Arab All Stars Ladies), y el Chelsea inglés, y lo vieron en directo Jordania, los Emiratos, Egipto, Libia, Marruecos y Líbano. Aquella iniciativa partió de la princesa Haya, hermana del rey Abdallah II de Jordania, con el fin de «demostrar que la mujer árabe también está preparada para el fútbol».
Arabia Saudí, por su parte, permitió por primera vez en Londres 2012 (presionada por el Comité Olímpico Internacional) la participación de dos mujeres atletas en unos Juegos. A la cita olímpica acudieron asimismo seleccionadas de Catar. Las autoridades de Arabia Saudí, donde las mujeres tienen prohibido practicar en público la mayoría de los deportes, anunciaron además, el mes pasado, que permitirán competiciones femeninas en escuelas privadas, siempre que estén regidas por la ley islámica.
Actualmente, las mujeres saudíes no pueden dejarse ver corriendo en pantalones de deporte, ni pueden registrarse en clubes deportivos o participar en competiciones. Tampoco pueden tomar parte en pruebas nacionales de clasificación, lo que les impide homologar marcas para poder competir internacionalmente. Solo el mayor centro universitario saudí (la Universidad Princesa Nora Bint Abdul Rahman) tiene instalaciones deportivas para las estudiantes (unas piscina, una pista de tenis y un gimnasio).
Otras veces no es la práctica del deporte en sí, sino las condiciones en que las mujeres tienen que (o simplemente desean) practicar el deporte lo que acaba en situaciones de discriminación. Así, en 2011 la selección femenina de fútbol de Irán tuvo que decir adiós a su anhelo de participar en los Juegos de Londres por culpa de su atuendo. El combinado iraní, que nunca ha llegado a disputar la Copa del Mundo o los Juegos Olímpicos en la categoría femenina, sumó dos derrotas automáticas en la fase de clasificación por su negativa a jugar sin el hiyab, ya que el reglamento de la FIFA prohíbe expresamente que «jugadores u oficiales muestren mensajes o lemas políticos, religiosos, comerciales o personales, en cualquier forma o idioma, ni en el equipamiento deportivo ni en su cuerpo». En la memoria queda aquella famosa foto de las jugadoras iraníes llorando desconsoladas al ser descalificadas.
El caso saudí y el iraní son extremos, pero en otros países más moderados las dificultades con las que se enfrentan las mujeres (y los hombres) a la hora de practicar deporte de un modo más o menos profesional son también de carácter económico. Dejando a un lado los ricos Estados del Golfo, la situación económica entre la mayoría de los países de Oriente Medio no es precisamente de desahogo, y la promoción del deporte no suele estar entre las prioridades cuando hay que cubrir necesidades más básicas.
En unas declaraciones realizadas en 2011 a la página web de la FIFA, la presidenta de la Comisión de Fútbol Femenino de la Asociación de Fútbol de Jordania, Rana Husseini, señalaba que «la lucha por el reconocimiento no ha terminado, pero el desafío se ha convertido más en una cuestión de recursos: El desarrollo futbolístico exige un buen presupuesto y es un reto encontrar el respaldo económico necesario para cumplir con las obligaciones financieras. No quiero decir con esto que las barreras culturales ya no existan. Está claro que todavía hay personas que piensan que las mujeres no deben jugar al fútbol, ni practicar ningún deporte de contacto, pero conseguir apoyo económico y patrocinadores también puede ayudar a superar estas barreras y estimular la práctica deportiva en general y, en un sentido social más amplio, es responsabilidad de todos continuar promoviendo los derechos de la mujer y transferirlos a todos los ámbitos, incluido el deporte».
Desde principios de marzo y hasta mediados de junio, la Ciudad Cultural de Katara, en Catar, acoge la exposición Hey’Ya, Las mujeres árabes y el deporte. La muestra se gestó durante los Juegos Árabes de Doha, en 2011. Comisionadas por la Autoridad de Museos de Catar, la fotógrafa Brigitte Lacombe y su hermana Marian, cineasta y documentalista, montaron un estudio en la villa olímpica, donde trabajaron con atletas femeninas durante diez días. Después se embarcaron en un viaje por 20 países árabes, desde el Golfo al Norte de África, fotografiando y grabando vídeos de hasta 70 mujeres deportistas, desde aficionadas y principantes hasta competidoras olímpicas, jóvenes y experimentadas. Una de las retratadas, Mariam Hussein, resume en solo una frase el poder potencial que tiene el deporte para una nueva generación cada vez menos conformista: «El baloncesto me ayuda a pensar que puedo ser lo que yo quiera ser».
Algunas llevan el cabello, las piernas y los brazos cubiertos, en consonancia con la tradición musulmana imperante en el Golfo. Otras van en camiseta y pantalones cortos, con el pelo a la vista. Todas pertenecen al equipo de baloncesto del… Leer
Una selección de fotografías tomadas en Oriente Medio esta semana. Pincha en los enlaces de las localizaciones para ver las imágenes.
Arabia Saudí, 27/4/2013: Esta semana se ha difundido el considerado como primer cartel oficial contra la violencia doméstica hacia las mujeres en Arabia Saudí. Bajo la imagen de una mujer en la que, pese al velo, son claramente visibles los efectos del maltrato, puede leerse: «Algunas cosas no pueden cubrirse. Luchando juntos contra el abuso a las mujeres». La campaña está patrocinada por la Fundación Caritativa Rey Jalid, y en ella se denuncia que «el maltrato a las mujeres en Arabia Saudí es un fenómeno mucho mayor de lo que parece», al tiempo que se anima a los saudíes a denunciar los casos que conozcan. Imagen: King Khalid Charitable Foundation
Ramadi, Irak, 26/4/2013: Militantes antigubernamentales de tribus sunníes de la provincia occidental de Anbar, durante una protesta contra el Gobierno (dominado por chiíes). Naciones Unidas advirtió esta semana de que Irak se encuentra en una encrucijada e hizo un llamamiento a la calma, después de que varios días seguidos de violencia sectaria dejaran alrededor de 200 muertos en diversos enfrentamientos, y ante el peligro de que pueda estallar una nueva guerra civil. Por su parte, el Gobierno iraquí suspendió la licencia de diez canales de televisión por satélite, entre ellos, Al Yazeera, por considerar que incitan a la violencia por la cobertura que han hecho de los recientes disturbios. Foto: Azhar Shallal / AFP
Beit Lahia, Gaza (Palestina), 28/4/2013: Israel lanzó este domingo un ataque aéreo contra objetivos de Hamas en la Franja de Gaza. El ejército israelí dijo que el ataque iba dirigido contra «almacenes de armas», y en respuesta a los cohetes disparados el sábado hacia el sur de Israel desde el territorio palestino. No se registraron víctimas. Es el segundo ataque aéreo israelí desde que a finales de noviembre entrara en vigor la tregua entre Israel y Hamas. En la imagen, niños jugando, este domingo, en un muro de la localidad de Beit Lahia, al norte de la Franja. Foto: Ali Ali / EPA
Al Safirah, Siria: El presidente de EE UU, Barack Obama, prometió el viernes una «escrupulosa investigación» para determinar si el Gobierno sirio ha usado armas químicas contra los rebeldes y dijo que, de confirmarse, las reglas del juego cambiarán. El jueves, Washington y Londres afirmaron por primera vez que el régimen sirio «probablemente» ha utilizado armas químicas, aunque añadieron que sus informes no eran suficientes para tener la certeza de que Damasco ha franqueado la «línea roja» trazada en agosto por Washington. El Gobierno sirio respondió este sábado que las acusaciones «no corresponden a la realidad y son una mentira descarada». En la imagen, tomada por un satélite en agosto de 2012, una instalación en Al Safirah, Siria, que algunas informaciones identifican como un posible depósito de armas químicas.
Alepo, Siria, 25/4/2013: Los combates entre los rebeldes sirios y las fuerzas del régimen de Al Asad han acabado derribando el histórico minarete de la Mezquita Omeya de Alepo, un recinto que ya se encontraba gravemente dañado por la guerra. Ambas partes se acusaron mutuamente. El minarete había sido construido en el siglo XI. Foto: AP
Jan Al Assal, Siria, 27/4/2012: Un combatiente del Ejército Libre Sirio inspecciona su arma. Los insurgentes atacaron este sábado una base aérea militar en el noroeste del país, al tiempo que en el sur arremetían contra una serie de posiciones y puestos del ejército, según indicaron activistas de la oposición. Los ataques se llevaron a cabo tras casi dos semanas de avances de las fuerzas del Gobierno, principalmente en los suburbios de la capital, Damasco, y en algunos sectores cerca de la frontera libanesa, en la provincia central de Homs. Foto: Abdalghne Karoof / Reuters
Raqqa, Siria, 25/4/2013: Buscando supervivientes con una linterna entre las ruinas de un edificio, tras una ataque con misiles lanzado, según activistas de la oposición, por fuerzas del Gobierno sirio. Foto: Hamid Khatib / Reuters
Beirut, Líbano, 24/4/2013: Tres chicas libanesas de origen armenio sostienen una pancarta en la que puede leerse: «Juro por la sangre derramada de mis antepasados que nunca olvidaré ni perdonaré, 24 de abril de 1915». Participan en una de las numerosas manifestaciones y vigilias con las que las comunidades armenias de todo el mundo conmemoraron este viernes el 98 aniversario de la muerte de entre 1,5 y 2 millones de armenios a manos del ejército turco durante la Primera Guerra Mundial, una masacre que sigue siendo controvertida al negarse el Gobierno de Turquía a reconocerla como genocidio. Foto: Bilal Hussein / AP.
Deir Yarir, Cisjordania (Palestina), 26/4/2013: Soldados israelíes usaron gases lacrimógenos y balas de goma para dispersar a cerca de 500 palestinos que se manifestaban en contra de un asentamiento de colonos judíos. La marcha de protesta fue la más numerosa de este tipo en varios años. Foto: Mohamad Torokman / Reuters
El Cairo, Egipto, 26/4/2013: Un manifestante, con una cruz y un Corán, durante una protesta en demanda de una mayor independencia del poder juducial. El presidente de Egipto, Mohamed Mursi, y el Consejo Supremo Judicial acordaron celebrar una «conferencia por la justicia» para discutir los «obstáculos» de la reforma judicial que, según denuncia la oposición, pretende entregar el control de este poder estatal a los Hermanos Musulmanes. Foto: Amr Nabil / AP
Tel Aviv, Israel, 22/4/2013: El Gobierno de Israel aprobó un acuerdo de cielos abiertos con la UE para impulsar el tráfico aéreo desde y hacia Europa, a pesar de la huelga protagonizada por los trabajadores de la principal aerolínea israelí, El Al, y de otras dos pequeñas compañías aéreas, que temen que el aumento de la competencia con las empresas extranjeras implique pérdidas de empleo en el sector. En la imagen, pasajeros afectados por la huelga en el aeropuerto internacional Ben-Gurion. Foto: Ariel Schalit / AP
El Cairo, Egipto, 28/4/2013: Manifestación en contra del ministro de Información egipcio, Salá Abdel-Maksud, acusado de haber acosado a una periodista. Abdel-Maksud fue demandado el pasado día 17 a raíz de un comentario que hizo a una periodista durante una rueda de prensa. La demanda fue presentada por «acoso verbal, minar la moral pública y hacer insinuaciones de carácter sexual». La periodista, que trabaja para el portal de noticias privado Hoqouq, cuestionó del estado de la libertad de prensa en el país, a lo que Abdel-Maksud respondió con una expresión coloquial en árabe egipcio que se traduciría como «Ven aquí y te digo dónde puedes encontrar tu libertad de prensa». Foto: Mai Shaheen / Al Ahram
Jerusalén, 28/4/2013: Un cristiano ortodoxo, durante la procesión del Domingo de Ramos en la Iglesia del Santo Sepulcro. A diferencia de la iglesia católica y de las iglesias cristianas occidentales, que celebran la Pascua el primer domingo después de la luna llena tras el equinocio de primavera, las iglesias cristianas orientales basan sus cálculos en el calendario juliano, por lo que su fecha se sitúa entre el 4 de abril y 8 de mayo. Foto: Ariel Schalit / AP
Monte Gerizim, Cisjordania (Palestina), 23/4/2013: Miembros de la secta de los samaritanos asan ovejas en un horno, durante la ceremonia tradicional que conmemora el sacrificio de la Pascua, en el Monte Gerizim, cerca de Nablus. Los samaritanos son un grupo étnico y religioso que se considera descendiente de las doce tribus de Israel. Hablan árabe o hebreo moderno. Para sus ceremonias religiosas utilizan el hebreo samaritano o el arameo samaritano. Foto: Nir Elias / Reuters
Merón, Israel, 27/4/2013: Judíos ultraortodoxos bailan en la tumba del rabino Shimon Bar Yochai durante la festividad de Lag Ba’omer. Shimon Bar Yojai vivió en Galilea durante la época romana, después de la destrucción del segundo Templo de Jerusalén (a finales del siglo I). La tradición oral judía señala que, tras haber criticado al gobernador romano, fue condenado a muerte y tuvo que exiliarse a una gruta durante 13 años, en el curso de los cuales escribió el Zohar, obra fundamental de la Cábala y de la mística judía. Hoy está considerado un «santo» por algunas comunidades judías sefardíes y cabalistas. Todos los años se organiza una peregrinación a su tumba en Merón. Foto: Menahem Kahana / AFP
Ciudad de Gaza, Gaza (Palestina), 23/4/2013: Un trabajador recoge madera en una de las pocas plantas de fabricación de carbón locales existentes en la Franja. Foto: Majdi Fathi / Demotix / Corbis
Al Minufiyah, Egipto, 24/4/2013: Un granjero cosecha trigo en un campo al norte de El Cairo. Según el Gobierno egipcio la producción de este cereal superará las previsiones este año y alcanzará las 10 millones de toneladas. Foto: Mohamed Abdel Ghany / Reuters
Bagdad, Irak, 25/4/2013: Niñas de una escuela de ballet y música, durante una actuación de fin de curso. Foto: Ahmad al-Rubaye / AFP
Singapur, 25/4/2013: La momia de Nesperennub, una de las seis momias incluidas en la exposiciónLos secretos de la tumba, inaugurada esta semana en el Museo de Artes y Ciencias de Singapur. La muestra incluye más de un centenar de objetos del Antiguo Egipto pertenecientes a la colección del Museo Británico. Foto: Suhaimi Abdullah
El Cairo, Egipto, 21/4/2013: Actuación durante el homenaje organizado en memoria de Abdel-Moneim Kamel, bailarín, coreógrafo y exdirector de la Ópera de El Cairo, fallecido el pasado mes de febrero. Foto: Ópera de El Cairo / Al Ahram
Teherán, Irán, 23/4/2013: Policías esperan en la grada el comienzo del partido de fútbol entre el equipo iraní Esteghlal y el catarí Al-Rayyan, en el estadio Azadi. Foto: Vahid Salemi / AP
Ciudad de Gaza, Gaza (Palestina), 23/4/2013: Niñas del coro de una escuela palestina de la Agencia de Refugiados de la ONU (UNRWA), durante su actuación en el festival Al Sununu, en el que participaron un total de 700 niños de 23 coros infantiles palestinos de Gaza, Cisjordania, Siria y Líbano, y que se retransmitió vía satélite. El concierto fue el acto final de un programa musical de tres años organizado por la Fundación Rostropovich-Vishnevskaya, con el objetivo de ayudar a los jóvenes más desfavorecidos de la región a través de la educación. Foto: Mohammed Abed / AFP.
El secretario de Defensa de EE UU, Chuck Hagel, con su homólogo israelí , Moshe Ya’alon, a su llegada a Israel. Foto: Ministerio de Defensa de Israel
Primero fue el secretario de Estado, John Kerry, y ahora le ha tocado el turno al de Defensa, Chuck Hagel. El trasiego por Oriente Medio de los flamantes nuevos miembros del Gobierno estadounidense (ambos fueron nombrados en febrero) continúa, aunque, eso sí, con objetivos y resultados bien distintos.
Tras su visita a Israel a principios de este mes, lo único que Kerry pudo sacar en claro fue que «todas las partes están comprometidas con el proceso que podría sentar las bases para la paz» entre israelíes y palestinos (las negociaciones llevan cuatro años estancadas), y que el trabajo «fluyó muy bien». Hagel, por su parte, llegó este fin de semana a la región para vender armas, y eso es lo que está haciendo. Estados Unidos anunció el viernes pasado sus planes para vender, en concepto de material militar propio y a través de subcontratas del Pentágono, misiles avanzados y aviones por valor de 10.000 millones de dólares (7.660 millones de euros) a Israel, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, tres de sus principales aliados en Oriente Medio. Todo un negocio cuyo fin oficial, no obstante, es «neutralizar la amenaza iraní», una amenaza que sienten (y explotan) los tres países compradores.
La gira empezó en Israel. Este mismo domingo, Hagel estampó su firma en un acuerdo que llevaba meses negociándose, y por el que Washington proveerá a este país con misiles anti-radiación que permiten destruir las defensas aéreas enemigas, radares para aviones de combate, aparatos de reaprovisionamiento aéreo, y aeronaves Osprey V-22, que despegan como un helicóptero y desarrollan la velocidad de un avión. Los aviones nodriza que comprará Israel son capaces de avituallar a los cazas en una hipotética operación contra Irán.
Como explica la periodista Carmen Rengel desde Jerusalén, los cuatro aviones KC-135 que comprará Israel «le permitirán mantener a sus aeronaves más tiempo en el aire, algo esencial en misiones de largo alcance como podría ser el ataque a instalaciones nucleares iraníes». «Tel Aviv dista de Teherán más de 1.600 kilómetros e Israel no tiene en la zona bases amigas en las que repostar, por lo que hasta ahora ha usado Boeing 707 transformados para esta misión de repostaje, un parche que no le da garantías en una misión de mayor rango», añade.
«Estados Unidos e Israel ven en Irán exactamente la misma amenaza», ha dicho Hagel durante su visita, si bien ha reconocido asimismo que existen «algunas diferencias» entre los dos aliados a la hora de estimar las capacidades nucleares del régimen iraní. «Lo esencial es que Irán es una amenaza, una verdadera amenaza», declaró el secretario de Defensa. En caja: 3.000 millones de dólares.
A los Emiratos, por su parte, les tocan 26 aviones de combate F-16 y una partida de sofisticados misiles para aviones de combate. En caja, 5.000 millones.
Los 2.000 millones restantes los pondrá Arabia Saudí, que ya acordó comprar 84 aparatos de combate F-15 en 2010, y que comprará ahora los mismos misiles que los Emiratos. Con ellos, los aviones saudíes podrán alcanzar blancos en tierra desde una gran distancia. En 2011, según informa El País, el Pentágono ya había autorizado a su subcontrata Boeing la venta de 84 cazas F-15SA a Arabia Saudí por valor de 29.400 millones de dólares, en una de las mayores autorizaciones de adquisición de armamento a aliados extranjeros en la historia reciente de EE UU.
Para evitar suspicacias, la diplomacia estadounidense ha hecho coincidir la venta de armamento a Israel con la venta a los dos países árabes. La idea de Washington es que la transacción asegure a Israel su supremacía militar en Oriente Medio, por la que vela desde hace décadas, sin que ello sea interpretado como una luz verde a un ataque unilateral a Irán, y a pesar de que parte del armamento vendido permitiría precisamente eso.
En este sentido, fuentes del Pentágono señalaron la semana pasada que «una parte crucial del acuerdo es que creemos, del mismo modo que lo creen los israelíes, que ofrecerles estas capacidades [a los EAU y Arabia Saudí] no disminuye de ningún modo la preponderancia militar de Israel, sino que va en conformidad con la respuesta a las amenazas que existen en este momento en la zona».
Todas «estas capacidades» se «ofrecen», por otra parte, tan solo unos días después de que el propio Kerry presentara solemnemente el último informe que cada año elabora su departamento sobre el estado de los derechos humanos en el mundo, país por país. En el apartado dedicado, por ejemplo, a Arabia Saudí se dice:
Los principales problemas de derechos humanos registrados incluyen la inexistencia de medios legales para que los ciudadanos puedan cambiar su gobierno; restricciones generalizadas a derechos universales como la libertades de expresión (incluyendo en Internet), de reunión, de asociación, de movimiento y de religión, y la falta de igualdad de derechos para las mujeres, los niños y los trabajadores expatriados.
Otros problemas […] incluyen la tortura y otros abusos, el hacinamiento en las cárceles y los centros de detención, la retención de presos y detenidos políticos, la falta de procesos justos, arrestos y detenciones arbitrarias, e interferencias arbitrarias en la vida privada, en el hogar y en la correspondencia. La violencia contra la mujer, la trata de personas y la discriminación por razón de sexo, religión, secta, raza y etnia son comunes. La falta de transparencia gubernamental y de acceso [a la información] hace que sea difícil evaluar la magnitud de muchos de los problemas de derechos humanos denunciados.
A estas alturas ya sabemos que podemos denunciar abusos en un país y a la vez venderle armas, que los principios geoestratégicos y económicos tienen prioridad sobre cualquier otra consideración de orden moral o mínimamente coherente. Pero, puestos a ser prácticos, cabe preguntarse también si al final no acabamos pagando el precio de nuestra propia hipocresía. Como escribe Eugenio García Gascón, «que Estados Unidos arme hasta los dientes a los países de una de las regiones más armadas del planeta debería preocuparnos a todos».
Primero fue el secretario de Estado, John Kerry, y ahora le ha tocado el turno al de Defensa, Chuck Hagel. El trasiego por Oriente Medio de los flamantes nuevos miembros del Gobierno estadounidense (ambos fueron nombrados en febrero) continúa, aunque,… Leer