arqueología

Piedras verticales talladas con figuras antropomórficas en el santuario neolítico hallado en el desierto jordano. Foto: Ministerio de Turismo y Antigüedades de Jordania

Un equipo de arqueólogos jordanos y franceses ha hallado un santuario de aproximadamente 9.000 años de antigüedad en un yacimiento neolítico situado cerca de las montañas de Jafr, en el desierto oriental de Jordania, a unos 200 kilómetros al sureste de la capital, Ammán.

Según informó el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Jordania, el complejo ritual fue descubierto cerca de estructuras conocidas como «cometas del desierto», grandes trampas que se cree eran utilizadas para la caza, concretamente de gacelas salvajes destinadas probablemente al sacrificio.

Estas trampas consisten en dos o más paredes largas de piedra que convergen hacia un recinto donde quedaban atrapados los animales, y se encuentran dispersas por los desiertos del Oriente Medio.

«Se trata de un yacimiento único, especialmente por su estado de conversación», afirmó el arqueólogo jordano Wael Abu-Azziza, codirector del proyecto, en declaraciones recogidas por la agencia AP. «Tiene 9.000 años y todo estaba casi intacto», añadió.

«El plano arquitectónico más antiguo»

Dentro del santuario fueron halladas dos piedras verticales talladas con figuras antropomórficas. Una de ellas incluye una representación en miniatura de una «cometa del desierto» que, según el Ministerio de Turismo jordano, constituiría «el plano arquitectónico de trampas de piedra más antiguo del mundo».

«El descubrimiento comprende el modelo arquitectónico más antiguo del mundo y el plano más antiguo de trampas de piedra, que datan de en torno al año 7000 a. C., en el periodo del Neolítico», explicó el ministro de Turismo y Antigüedades de Jordania, Nayef al Fayez.

Los arqueólogos hallaron asimismo varios fósiles marinos, figuras de animales, herramientas de piedra y otros artefactos relacionados con la práctica de rituales religiosos.

Según señalaron los investigadores en un comunicado, el santuario descubierto «arroja una luz completamente nueva sobre el simbolismo, la expresión artística y la cultura espiritual de estas poblaciones neolíticas hasta ahora desconocidas».

La proximidad del santuario a las trampas sugiere que los habitantes eran cazadores especializados y que las trampas eran «el centro de su vida cultural, económica y hasta simbólica en esta zona marginal», indica el comunicado, recogido por AP.

El equipo incluía arqueólogos de la Universidad Al Hussein Bin Talal de Jordania y del Instituto Francés de Oriente Próximo. El santuario fue excavado durante la última temporada de trabajos, en 2021.


Más información y fuentes:
» Archaeologists find 9,000-year-old shrine in Jordan desert (AP)
» Descubren en Jordania “el plano arquitectónico más antiguo del mundo”, de hace 9.000 años (EFE / 20Minutos)
» La caza de las cometas del desierto (Público)
» Strange Desert Kites are how ancient man trapped his kill (Green Prophet)
» Desert kites in Jordan and Saudi Arabia: Structure, statistics and function, a Google Earth study (Quaternary International)
» Desert kite (Wikipedia)

Descubierto un santuario de hace 9.000 años en el desierto de Jordania

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Un cementerio romano de 2.000 años de antigüedad con al menos 20 tumbas decoradas ha sido descubierto en el norte de la Franja de Gaza, cerca de la ciudad de Beit Lahia, durante unas obras para la construcción de viviendas. «Hemos hecho varios descubrimientos arqueológicos en el pasado, pero este es el más importante en los últimos diez años», afirmó el director general del Ministerio de Turismo y Antigüedades de Gaza, Jamal Abu Rida, en declaraciones recogidas por Reuters.

El cementerio tiene una superficie de unos 50 metros cuadrados, y se cree que puede contener hasta 80 tumbas romanas. De momento solo se han abierto dos, y en una de ellas había restos óseos y algunas vasijas de barro. El yacimiento está siendo supervisado por un equipo de expertos franceses.

La forma de las tumbas y el hecho de que estén decoradas hace pensar que probablemente pertenecieron a “personas de alto rango” en el Imperio romano durante el siglo I, según explicó Abu Rida. A diferencia de las tumbas musulmanas de periodos posteriores que miran de norte a sur, las tumbas romanas se encuentran orientadas de este a oeste, añadió.

Localización de Beit Lahia, en el norte de la Franja de Gaza

Las obras del área residencial durante las cuales fue descubierto el cementerio forman parte de un proyecto de reconstrucción financiado por Egipto, dentro del paquete de ayuda por valor de 500 millones de dólares prometido por El Cairo tras el conflicto entre Gaza e Israel de mayo de 2021.

Gaza es una de las zonas históricamente más transitadas en el Mediterráneo oriental, como paso esencial en la ruta comercial entre Egipto y el Levante. Su importante patrimonio arqueológico (filisteos, califatos islámicos, Imperio otomano, ocupación británica…) está amenazado por la grave crisis económica que sufre la Franja, fruto principalmente del bloqueo impuesto por Israel desde que la organización islamista Hamás llegó al poder en 2006, así como por la falta de interés de unas autoridades acusadas a menudo de corrupción, y por los saqueos llevados a cabo en un contexto de pobreza y falta de recursos.


Más información y fuentes:
» Builders find 2,000-year-old Roman cemetery in Gaza (Nidal Al-Mughrabi
, Reuters)
» La difícil supervivencia del patrimonio de Gaza (Chom Sánchez, La Vanguardia)

Encuentran en Gaza un cementario romano de hace 2.000 años

Embed from Getty Images Un cementerio romano de 2.000 años de antigüedad con al menos 20 tumbas decoradas ha sido descubierto en el norte de la Franja de Gaza, cerca de la ciudad de Beit Lahia, durante unas obras para… Leer

Restos del arco de entrada al Templo de Bel, en Palmira (Siria), en marzo de 2016. Las ruinas del templo fueron destruidas por Estado Islámico en agosto de 2015. Foto: Jawad Shaar / Tasnim News Agency / Wikimedia Commons

El hundimiento de los regímenes políticos en el Próximo y Medio Oriente, tras la Guerra de Irak (2001–2003) y la Guerra de Siria después del fracaso de la primavera árabe en 2011, propició el surgimiento de movimientos políticos fuertemente ideologizados con una concepción religiosa radical como Estado Islámico (EI) o Daesh.

En los territorios que permanecieron bajo su control se llevaron a cabo una serie de acciones presentadas como la aplicación estricta de los principios islámicos, pero que, de hecho, suponían ataques contra la concepción occidental de la sociedad, como la destrucción de la biblioteca de Mosul y el saqueo de museos y yacimientos arqueológicos como Nimrud, Hatra, Dur Sharrukin (Khorsabad), incluyendo el palacio de Senaquerib, y especialmente el conjunto arqueológico de la ciudad de Palmira, considerada Patrimonio de la Humanidad (World Heritage Site) por la UNESCO desde 1980, donde fueron destruidos los templos de Bel y Baalshamin, el León de A–lat, el Arco monumental, la Torre de Elahbel y diversas secciones del castillo.

No se trata únicamente de una reafirmación ideológica, sino de la transmisión de un mensaje al mundo occidental que entiende los monumentos histórico-arqueológicos como elementos esenciales de un pasado cultural e ideológico común de la Humanidad. Esta moderna iconoclastia constituye un acto político y propagandístico, que llegó incluso a la decapitación pública del conservador del centro arqueológico, Khaled al–Asaad, acusado de apostasía e idolatría.

Las destrucciones realizadas por Estado islámico desde 2004 no constituyen una excepción, al sumarse, entre otros, al saqueo de los museos egipcios durante las revueltas políticas entre 2011 y 2013, o la voladura por los talibanes de los budas de Bamiyan, también patrimonio de la UNESCO, en 2001.

Borrar el pasado, herramienta de control

El trasfondo ideológico para dichas destrucciones no es únicamente la defensa del monoteísmo, sino una versión moderna de la Damnatio memoriae (condena y eliminación de la memoria) romana, un intento de borrar la existencia de una determinada estructura social y cultural en un territorio como sistema para negar el derecho a la existencia representado por los elementos icónicos de su pasado.

Destruir el pasado significa negar el presente y, especialmente, el futuro. Infamar los vestigios del pasado es también una herramienta político–social destinada a reafirmar la posesión de un territorio mediante la desaparición de los elementos tangibles de su historia. Es una forma de desarraigo.

La iconoclastia incluye, no obstante, problemáticas diferentes. En otros casos, la destrucción de los símbolos del pasado puede simbolizar una revisión de la propia historia, entendiendo que los cambios sociales contemporáneos deben aplicarse también a la construcción del discurso narrativo del pasado. Es el caso de las estatuas confederadas en Estados Unidos.

Beneficio económico y mercado clandestino

Las destrucciones de yacimientos arqueológicos por parte de Estado Islámico tienen también un claro componente de beneficio económico. El saqueo de los museos de Irak durante la invasión de 2003 propició la entrada en el circuito semiclandestino de antigüedades de un gran número de materiales arqueológicos, en parte perdidos definitivamente dentro de las redes ilegales del mercado negro de obras de arte.

Ese saqueo fue seguido por el intento de forzar una modificación de la legislación iraquí para permitir la exportación legal del patrimonio histórico–arqueológico. Con la justificación de preservar una herencia cultural común, se actualizaron las prácticas coloniales que supusieron la exportación del patrimonio arqueológico de Mesopotamia, el Próximo Oriente y Egipto entre finales del siglo XVIII y el siglo XX. Estas son las principales colecciones de los museos europeos y estadounidenses.

Estos materiales, junto a los procedentes de los territorios subsaharianos, asiáticos y oceánicos, se encuentran en muchos casos en litigio de devolución tras las reclamaciones de los países de procedencia. Los pleitos sólo en una pequeña parte culminan con el retorno de los mismos. Esto hace perdurar la fractura y el despojo del patrimonio en aplicación de principios neocoloniales derivados de una errónea, pero arraigada, idea de superioridad cultural.

Financiación de Daesh

El tráfico de antigüedades ha constituido durante años una de las principales fuentes de financiación de Daesh. Exporta el producto de sus expolios a través de las permeables fronteras de Turquía, Jordania y el Líbano con la complicidad activa y pasiva de las redes de tráfico de obras de arte y las autoridades políticas, responsables de la comercialización y del cierre de las fronteras.

Se trata de un tráfico que ha comportado un volumen tan elevado de exportaciones ilegales, realizado casi sin enmascaramiento, que forzó la resolución 2199 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de 15 de marzo de 2015 por la que se declaraba ilegal el comercio de obras de arte histórico–arqueológicas procedentes de Irak y Siria.

Relieve funerario de Palmira, antes y después de la guerra en Siria. Fotos: Gianfranco Gazzetti / Wikimedia Commons – Hamed Jafarnejad / Tasnim News Agency / Wikimedia Commons

Este intento por combatir el tráfico ilícito no tiene muchas posibilidades de servir, al depender fundamentalmente de la voluntad de dos grupos de gobiernos: aquellos que deben impedir el tránsito de los materiales procedentes del saqueo de museos y yacimientos por su territorio, y los que albergan puertos francos de depósito y «enfriamiento» de los materiales antes de que, una vez «blanqueados», pueden incorporarse al mercado clandestino del arte y, lo que es peor, en muchas ocasiones al comercio legal.

En concreto, la resolución de Naciones Unidas incluía: la condena a la destrucción de enclaves del patrimonio cultural de Irak y Siria, con especial mención a los edificios de carácter religioso; la prohibición de llevar a cabo cualquier tipo de tráfico de antigüedades con organizaciones como ISIL, ANF y Al Qaeda; la reafirmación de la ilegalidad del tráfico de obras de arte procedentes de Irak; y la declaración como ilegal del tráfico de obras de arte procedentes de Siria.

¿Hasta dónde llega el patrimonio?

En todo caso, las iniciativas de la ONU y la UNESCO se han demostrado ineficaces debido a la propia extensión de la idea de lo que es y significa el patrimonio histórico–arqueológico en muchos países, cuyos dirigentes llegan a considerar dicha destrucción como un problema menor dentro de las tensiones políticas, sociales y económicas que les afectan, mucho más profundas y acuciantes que la conservación de las obras de arte.

Posiblemente, entra en juego también una decisión calculada de minimizar la expansión de Estado Islámico dentro de una política de contención de daños que pasa por la colaboración encubierta. Como en cualquier transacción económica, existe la venta como resultado de una creciente demanda, pero no se actúa con la suficiente firmeza frente a las redes de tráfico ni tampoco ante los intermediarios en las transacciones ni los receptores de los materiales, dado que, con excepción de las piezas mejor conocidas y catalogadas, el mercado de materiales arqueológicos y de obras de arte se nutre del desconocimiento de la procedencia y del blanqueo a que son sometidos los objetos expoliados.

Dos décadas de destrucción y expolio

La problemática indicada no dispone de una solución a corto plazo pese a que haga ya más de dos décadas de su inicio. Cabe recordar que todavía en la actualidad, y después de tres cuartos de siglo del final de la Segunda Guerra Mundial, las consecuencias del saqueo de los tesoros artísticos europeos por la Alemania nazi continúan sin resolverse. Eso pese a la ingente labor realizada, incluyendo, en el caso de Francia, la creación y difusión de fondos documentales destinados a la identificación de los propietarios legítimos de obras que forman parte de las colecciones nacionales francesas y, en su caso, proceder a su devolución.

Si el citado es un caso difícil pero asumible dado que muchas de las piezas estaban catalogadas antes de 1939, en el caso de los bienes procedentes del saqueo contemporáneo de yacimientos arqueológicos realizados sin ningún tipo de registro técnico, el problema puede llegar a ser irresoluble.


Glòria Munilla Cabrillana es profesora agregada de Estudios de Artes y Humanidades y directora del Máster Interuniversitario del Mediterráneo Antiguo en la Universitat Oberta de Catalunya.


Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 14/7/2021

El patrimonio artístico de Oriente Próximo está desapareciendo, y es casi imposible evitarlo

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Estatua de Nectanebo I, primer faraón de la Dinastía XXX (378 – 361 a.C.). La obra perteneció a la colección de Cristina de Suecia y llegó a España en el siglo XVIII formando parte de la colección que Felipe V e Isabel de Farnesio adquirieron en Roma a Livio Odescalchi. Se conservó en el Museo Nacional del Prado hasta que en el año 1979 fue depositada en el Museo Arqueológico Nacional. Fuente: Museo Arqueológico Nacional.

Estatua de Nectanebo I, primer faraón de la Dinastía XXX (378 – 361 a.C.). La obra perteneció a la colección de Cristina de Suecia y llegó a España en el siglo XVIII formando parte de la colección que Felipe V e Isabel de Farnesio adquirieron en Roma a Livio Odescalchi. Se conservó en el Museo Nacional del Prado hasta que en el año 1979 fue depositada en el Museo Arqueológico Nacional. Fuente: Museo Arqueológico Nacional.

Un ibis momificado, en el Museo de Brooklyn. Foto: Trish Mayo / Flickr

Si va en coche al sur de El Cairo (Egipto) y se deja guiar por la gran pirámide escalonada de Djoser, el edificio en pie más antiguo del mundo, es muy probable que encuentre la enigmática necrópolis de Saqqara, cuyo gran momento ha llegado, transcurridos unos 5.000 años desde su gran esplendor.

Este complejo de pirámides, tumbas y catacumbas, que yace bajo una densa capa de arena sahariana acumulada durante milenios, guarda los secretos de miles de años de ceremonias religiosas y funerarias egipcias. Estamos ante un periodo que se extiende desde la Primera Dinastía hasta el período Helenístico o grecorromano. Los hallazgos más interesantes son el templo funerario de la reina Nearit, la mujer del faraón Teti, numerosos pozos funerarios, y cientos de ataúdes y momias acompañadas de numerosas estatuas, estelas, juguetes, maquetas de barcos funerarios y máscaras de momia que datan del Imperio Nuevo.

Los arqueólogos confirman la existencia en la necrópolis de numerosos talleres para producir ataúdes y otros objetos funerarios, y para realizar las tareas de momificación. Sin embargo, recibir sepultura en Saqqara no era solo privilegio de los faraones o de los altos funcionarios. Allí también se enterraban animales, y muchos. Probablemente para servir como exvotos, se disecaron halcones, gatos, babuinos, toros y otros animales, aunque ninguno de ellos en cantidades tan grandes como los ibis sagrados africanos (Threskiornis aethiopicus), asociados para su desgracia con Thoth, el dios de la sabiduría y la escritura.

Un ibis sagrado. Vídeo: Jonn Leffmann / Wikimedia Comons

Un cálculo aproximado cifra en cuatro millones el número de ibis momificados de Saqqara y probablemente todos son ibis sagrados africanos. Durante los 400 años de ceremonias celebradas en el periodo grecorromano, estas aves fueron enterradas a un ritmo de 10.000 al año. Se cree que hay enterrados otros cuatro millones en la necrópolis Tuna al Gebel de Hermópolis. Unas cifras tan enormes invitan a pensar que alguna vez Egipto debió producir ibis a escala industrial.

A razón de 10.000 ofrendas anuales, la presión sobre la población de ibis sagrados del área de Saqqara habría sido masiva y, en unos pocos años, la captura de ejemplares silvestres se habría convertido en insostenible. Aunque los ibis vivos bien pudieran haberse importado de todo Egipto e incluso de más lejos, la avicultura local se antoja una alternativa mejor para asegurar un suministro continuo.

Pero, ¿podrían haberse criado ibis como si fueran aves de corral? ¿Cómo? Ciertamente, no faltan pruebas de que los animales fueron criados en santuarios por los antiguos egipcios para fines religiosos. Incluso los sacerdotes criaron cocodrilos cerca de algunos lugares sagrados.

Un ibis momificado, en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Foto: Metropolitan Museum of Art / Wikimedia Commons

La reproducción y la cría de miles de ibis al año para una ceremonia fúnebre –que quizás se celebraba solo una vez cada doce meses– sería una enorme tarea. Aunque supongamos que prosperaran cuatro huevos como media, teniendo en cuenta que producen entre dos y cinco huevos al año, habría que criar en cautiverio 2.500 parejas (es decir, 5.000 aves parentales) y atender a un total de 15.000 aves hambrientas.

En realidad, los ibis sagrados son bastante fáciles de criar en cautiverio. Si se les quitan los huevos para que sean incubados, por ejemplo, por gallinas, o se les arrebatan los polluelos, pondrán de nuevo hasta tres veces al año. Así que de mil parejas pueden obtenerse unos 10.000 polluelos anuales. Aunque así fuera, la empresa requeriría disponer de corrales para 11.000 ibis en total, además de las gallinas que servirían de madres adoptivas.

Debido a la enorme escala de la industria de las momias de ibis, muchos egiptólogos han asumido que, como hacían con los guacamayos sagrados los indígenas de Chaco Canyon, Nuevo México, estas aves fueron criadas en grandes granjas centralizadas.

Sin embargo, hasta ahora en ninguno de ambos casos se ha descubierto evidencia física de instalaciones que pudieran haber albergado una empresa de ese tamaño.

Algunas fuentes documentales del antiguo Egipto apuntan hacia la existencia de grandes explotaciones de ibis a escala industrial que están aún por descubrir. Por ejemplo, el Archivo de Hor –que recoge los escritos de un sacerdote que trabajó en las galerías de Saqqara donde se encerraba a los ibis– recoge la cantidad de comida que se requería para alimentar a 60.000 ejemplares y habla de un portero cuya tarea era guardar a las aves y sus polluelos.

La genética moderna entra en escena

La genética está en contra de la idea de una cría masiva de aves domesticadas. A diferencia del ADN nuclear, que es transmitido tanto por la madre como por el padre, el ADN mitocondrial es transmitido solo por la madre. Esto significa que no se mezcla de generación en generación. Si los egipcios hubieran criado los ibis en granjas, la endogamia habría provocado que su ADN mitocondrial se asemejara cada vez más a lo largo del tiempo.

Por el contrario, el análisis comparado de genomas mitocondriales completos de momias de ibis sagrados indica que la diversidad mitogenómica entre las momias y la que se encuentra en las poblaciones silvestres modernas de toda África es muy similar. Si en los ibis rituales no aparece la característica endogamia con escasa variabilidad genética típica de las aves criadas en las granjas modernas, eso significa que no fueron criados en cautividad el tiempo suficiente como para que pudieran reproducirse.

Dada la enorme cantidad de los ibis sacrificados, es seguro que el negocio asociado a los rituales funerarios no podía depender de la estacionalidad del suministro, sino que los proveedores acorralaban a los ejemplares silvestres durante el tiempo transcurrido entre la llegada de las aves capturadas y el momento en que eran sacrificadas y sepultadas.

¿Unos corrales perdidos del Nilo? Quizás. Cualquiera que sea la respuesta, es difícil sustraerse a la ironía de que, en el Egipto moderno, ni un solo ibis sagrado pasea por las orillas del gran río. La nueva investigación del ADN quizás puede ayudar a responder la pregunta de por qué el ibis sagrado africano finalmente se extinguió en Egipto a mediados del siglo XIX. Hasta ahora, los investigadores han presumido que los ibis sagrados, que disfrutan de los humedales pantanosos, podrían haber desaparecido a medida que el clima de Egipto se volvió más seco con el tiempo.

La pérdida de hábitat no puede ser la única respuesta ya que, como hacen las cigüeñas o las gaviotas, los ibis se adaptan y recurren a los vertederos para alimentarse. La extinción de los ibis del Nilo forma parte de un rompecabezas más grande que implica las interacciones entre humanos y animales y su impacto en el medio ambiente.


Manuel Peinado Lorca es catedrático de Biología Vegetal en la Universidad de Alcalá (Departamento de Ciencias de la Vida), e investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos.


Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 21/2/2021

La genética ayuda a averiguar de dónde salieron los cuatro millones de ibis momificados de Saqqara

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Construcciones levantadas aún con ladrillos de adobe, una agricultura preindustrial, técnicas ancestrales de tejido, el río como elemento central de la cultura y la sociedad… Cuando hace casi cien años Harry Burton –«el fotógrafo de los faraones»–, y Albert Lythgoe, fundador del Departamento de Arte Egipcio del Museo Metropolitano de Nueva York (MET), filmaron la película Vida cotidiana en Egipto (sobre estas líneas), el Valle del Nilo, eminentemente rural y con una población mucho menor que la actual, ofrecía un aspecto que para muchos viajeros occidentales debía de parecerse mucho a lo que habrían esperado encontrar en el Egipto faraónico.

Publicado originalmente en 1925 y rescatado recientemente con motivo del 150 aniversario del MET, el cortometraje fue una de las primeras películas realizadas por el Museo. Pese a lo forzadas que a ojos de hoy resultan las comparaciones entre el Egipto de principios del siglo XX y el de hace 3.500 años, y a pesar también de que apenas se muestra el legado de siglos de islamización y arabización que constituye la esencia contemporánea del país, la extraordinaria nitidez de las imágenes hacen que siga siendo un documento fascinante.

El fotógrafo Harry Burton, en la entrada de la tumba de Tutankamón, en 1923

No menos interesante es, también, la vida del propio Harry Burton, el autor, junto con Lythgoe, de la película.

En 1914 Burton, un egiptólogo y fotógrafo británico que llevaba cuatro años trabajando en el Valle de los Reyes (dirigió, entre otras, excavaciones en la tumba de Ramsés II), fue contratado como miembro de la Sección Gráfica del MET para registrar las distintas excavaciones que estaba llevando a cabo el Museo en Egipto.

Como cuentan en un ensayo sobre su figura Catharine H. Roehrig y Malcolm Daniel, de los departamentos de Arte Egipcio y Fotografía, respectivamente, del MET, la labor de Burton consistía en tomar imágenes de la evolución de los trabajos y del interior de las tumbas, documentando además todo lo que se iba descubriendo. Pronto se ganó la reputación de ser el mejor fotógrafo arqueológico de su tiempo.

No es de extrañar, por tanto, que Howard Carter solicitase sus servicios al Metropolitan en cuanto descubrió la tumba de Tutankamón, en 1922. Las increíbles fotos que hizo Burton en el interior del sepulcro han quedado para la historia.

Entre 1914 y su muerte (en Egipto) en 1940, Burton produjo e imprimió más de 14.000 negativos de vidrio, la mayoría de los cuales se encuentran en los archivos del Museo neoyorquino. Es el gran tesoro del MET para los egiptólogos, un registro de valor incalculable para arqueólogos e historiadores y, a menudo, una extraordinaria propuesta estética, ya que, pese a que su misión era fundamentalmente documental, Burton solía configurar su cámara y las luces que empleaba con un sentido marcadamente artístico y muy evocador.

El salto al cine

Con la idea de que el uso de las últimas tecnologías podría ser de utilidad a la hora de presentar al público sus excavaciones, el Museo compró en 1921 una cámara de cine que llegaría a Luxor un año después. Según señalan Roehrig y Daniel, Burton aprendió a utilizar la cámara por sí mismo y, en 1924, viajó a Hollywood para estudiar el modo en que los grandes estudios resolvían los problemas de iluminación (ese año se estrenó, por ejemplo, El ladrón de Bagdad, de Raoul Walsh, con Douglas Fairbanks).

Por recomendación de Burton, el MET acabó comprando dos lámparas de arco, que resultaron muy útiles para fotografiar el interior de las tumbas, al menos, cuando se podía encontrar una fuente fiable de electricidad. No obstante, Burton filmó la mayor parte de su material al aire libre, bajo la cegadora luz del sol del desierto, y en unas condiciones en las que de poco le sirvió lo que había aprendido en Hollywood.

Mientras, Albert Lythgoe, el responsable del Departamento de Arte Egipcio del MET, había decidido que, además del archivo puramente arqueológico, las escenas de la vida cotidiana en Egipto serían igualmente valiosas, tanto para las conferencias que organizaba el Museo en Estados Unidos, como para su fondo gráfico.

Al igual que Burton, Lythgoe aprendió a usar las cámaras de cine y, entre 1922 y 1925, ambos grabaron más de 13 horas de película en Egipto. Entre ellas, el documental que ahora rescata el Museo, un siglo después.


Más información:
» Daily Life in Egypt: Ancient and Modern, 1925 (MET, vídeo)
» Harry Burton (1879–1940): The Pharaoh’s Photographer (MET)
» Tutankhamun: Anatomy of an Excavation, The Howard Carter Archives: Photographs by Harry Burton (The Griffith Institute)

» Photographing Tutankhamun: How the Camera Helped Create “King Tut” (Harvard Museum of the Ancient Near East, vídeo)
» Albert Lythgoe (Wikipedia)

Egipto, hace un siglo: el fotógrafo de los faraones filma la vida cotidiana

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La pirámide escalonada de Zoser, en Egipto. Foto: Isawnyu / Wikimedia Commons

Las autoridades de Egipto reabrieron al público el pasado 5 de marzo la pirámide escalonada de Zoser, considerada la más antigua del país, después de unos trabajos de restauración que se han prolongado durante 14 años y cuyo coste ha alcanzado los 6,6 millones de dólares, según informó el primer ministro egipcio, Mustafa Madbouli.

La pirámide, construida hace unos 4.700 años y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, tiene una altura de cerca de 60 metros y domina la gran necrópolis de Saqqara, al sur de El Cairo, en la antigua capital de Memfis. Prototipo de las pirámides de Guiza y de las restantes pirámides egipcias, se cree que pudo haber sido construida bajo la dirección de Imhotep, el primer arquitecto e ingeniero de nombre conocido de la historia.

«Hemos completado la restauración de la primera y más antigua pirámide en Egipto, la del rey Zoser, el fundador del Antiguo Reino», anunció el ministro egipcio de Antigüedades y Turismo, Khaled el Enany, en declaraciones recogidas por la agencia AFP. «Es el primer edificio del mundo hecho completamente de piedra», recalcó.

Tras los considerables daños causados en el interior de la pirámide por el gran terremoto que sacudió El Cairo en 1992, los trabajos de renovación comenzaron en 2006, pero se interrumpieron en 2011, en el contexto de la revolución que acabó derrocando al presidente Hosni Mubarak, y de la gran crisis del sector turístico que vivió Egipto como consecuencia de la agitación social que vivió el país.

Las obras se reanudaron en 2013, pero un año después se vieron envueltas en la polémica, cuando los medios egipcios informaron de que la pirámide había sido dañada durante los trabajos, y varias ONG egipcias aseguraron que la fachada original del monumento había sido alterada.

Según explicó Enany, después de las críticas de los expertos de la UNESCO, los trabajos se llevaron a cabo de conformidad con las normas del organismo de la ONU y «en 2018 la UNESCO nos dio informes positivos».

Egipto ha promocionado una avalancha de hallazgos arqueológicos en los últimos años, con la esperanza de impulsar su sector turístico. El año pasado, las autoridades revelaron un cementerio de 4.500 años de antigüedad cerca de las pirámides de Guiza, repleto de coloridos ataúdes de madera y estatuas de piedra caliza. Y en noviembre de 2018, el Ministerio de Antigüedades anunció el descubrimiento de siete sarcófagos, algunos de más de 6.000 años, en una zona situada al borde del complejo piramidal de Saqqara.

Egipto recibió en 2018 un total de 11,3 millones de turistas, frente a los 5,3 millones de 2016.

Un monumento funerario sin precedentes

La pirámide del rey Zoser (o Dyeser) formaba parte de un complejo para celebraciones rodeado por un muro pétreo, que albergaba un templo y varios edificios de carácter simbólico, la mayoría macizos, no accesibles, con un amplio patio ceremonial y un intrincado sistema de galerías subterráneas y almacenes. Hasta su construcción, las tumbas reales consistían en cámaras subterráneas cubiertas por una estructura de adobe en forma de pirámide truncada llamada mastaba.

La pirámide está construida en piedra y consiste en seis enormes mastabas, una encima de otra, en lo que fueron cinco revisiones y desarrollos del plan original. La primera mastaba, de base cuadrada, tiene 63 metros de lado y 8 de altura, y está considerada el primer monumento erigido en el Antiguo Egipto utilizando piedra tallada.

La cámara funeraria del rey se encuentra en el centro de la pirámide, en el fondo de un pozo de 28 metros de profundidad y siete de anchura. Se construyó en granito y se revistió con yeso. Fue sellada con varios bloques de granito que suman un peso total de 3.500 kilos, colocados como un puzle. El arquitecto y egiptólogo francés Jean-Philippe Lauer, que comenzó a restaurar el complejo en 1932, encontró restos de una momia que fueron datados en una época cientos de años posterior.


Más información y fuentes:
» Egypt reopens Djoser pyramid after 14-year restoration (AFP)
» Egypt reopens Djoser pyramid – in pictures (The Guardian)
» U.N. Agency Investigating Claims of Damage to Ancient Pyramid (Time)

Egipto reabre su pirámide más antigua tras 14 años de obras

Las autoridades de Egipto reabrieron al público el pasado 5 de marzo la pirámide escalonada de Zoser, considerada la más antigua del país, después de unos trabajos de restauración que se han prolongado durante 14 años y cuyo coste ha… Leer

Caja con forma de pato del siglo XIII a. C. Procedente del yacimiento de Minet el Beida, en el puerto de Ugarit, actual Ras Shamra (Siria). Conservada en el Museo del Louvre.

Caja con forma de pato del siglo XIII a. C. Procedente del yacimiento de Minet el Beida, en el puerto de Ugarit, actual Ras Shamra (Siria). Conservada en el Museo del Louvre.

Tablet V of the Epic of Gilgamesh
Tablilla V de la ‘Epopeya de Gilgamesh’, Museo Sulaymaniyah, Irak. Foto: Osama Shukir Muhammed Amin / Wikimedia Commons

La Epopeya de Gilgamesh es un poema babilonio compuesto en el antiguo Irak, milenios antes de Homero. Narra la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, cuya incesante y destructiva energía tratan de domar los dioses creándole un amigo, Enkidu, que crece en la estepa, entre los animales. Cuando Gilgamesh oye hablar de este hombre salvaje, ordena traer a una mujer llamada Shambat para que le encuentre. Shambat seduce a Enkidu, y los dos hacen el amor durante seis días y siete noches, lo que acaba transformando a Enkidu de bestia a hombre. Su fuerza disminuye, pero su intelecto se expande, y ahora ya es capaz de pensar y hablar como un ser humano. Shambat y Enkidu viajan juntos hasta un campamento de pastores, donde Enkidu aprende las maneras de la humanidad. Finalmente, Enkidu va a Uruk para enfrentarse al abuso de poder de Gilgamesh. Los dos héroes luchan, y el resultado es que nace entre ellos una apasionada amistad.

Esta es, al menos una de las versiones del inicio de Gilgamesh, ya que la epopeya pasó, de hecho, por varias ediciones diferentes. Empezó siendo un ciclo de historias escritas en el lenguaje sumerio, que fueron después recogidas y traducidas al idioma acadio en una sola epopeya. La primera versión, escrita en el dialecto conocido como babilonio antiguo, fue revisada y actualizada más tarde para crear una nueva, ya en el dialecto babilonio estándar, que es la que encontrarán actualmente la mayoría de los lectores.

Gilgamesh no solo existe en varias versiones diferentes, sino que, además, cada versión está compuesta de muchos fragmentos distintos. No existe un solo manuscrito que cuente la historia completa de principio a fin: Gilgamesh ha de ser recreada a partir de cientos de tablillas de arcilla que se han ido fragmentado durante milenios. La historia nos llega como un tapiz de pedazos que han sido unidos por los filólogos para dar lugar a una narrativa coherente (se han recuperado aproximadamente cuatro quintas partes del texto). El estado fragmentado de la epopeya significa también que la historia se sigue actualizando constantemente, a medida que las excavaciones arqueológicas –o, con demasiada frecuencia, los saqueos– sacan nuevas tablillas a la luz, haciéndonos reconsiderar la interpretación del texto. A pesar de tener una antigüedad de más de 4.000 años, el texto sigue fluyendo, cambiando y expandiéndose con cada nuevo descubrimiento.

El hallazgo más reciente es un pequeño fragmento que había sido pasado por alto en los archivos del museo de la Universidad de Cornell, en Nueva York, identificado por Alexandra Kleinerman y Alhena Gadotti, y publicado en 2018 por Andrew George. En un primer vistazo, el fragmento no parece gran cosa: 16 líneas entrecortadas, la mayoría de ellas ya conocidas por otros manuscritos. Pero, al trabajar en el texto, George se dio cuenta de que había algo extraño. La tableta parecía preservar partes tanto de la versión en babilonio antiguo como de la versión en babilonio estándar, pero en una secuencia que no concordaba con la estructura de la historia tal y como había sido entendida hasta entonces.

El fragmento pertenece a la escena en la que Shamhat seduce a Enkidu y tiene sexo con él durante una semana. Antes de 2018, los académicos creían que esta escena existía en las dos versiones (babilonio antiguo y babilonio estándar), como un mismo episodio con tan solo pequeñas diferencias: Shamhat seduce a Enkidu, mantienen relaciones sexuales durante una semana, y Shamhat invita a Enkidu a que vaya a Uruk. El episodio no es idéntico en las dos versiones, pero las diferencias podían explicarse como resultado de los cambios en la edición al pasar del babilonio antiguo al babilonio estándar. Sin embargo, este nuevo fragmento desafía esta interpretación. Una parte de la tablilla se superpone con la versión en babilonio estándar, mientras que la otra lo hace con la versión en babilonio antiguo. En resumen, las dos escenas no pueden ser diferentes versiones del mismo episodio sino que la historia incluía dos episodios muy similares, uno después del otro.

Según George, tanto la versión en babilonio antiguo como la versión en babilonio estándar contaban lo siguiente: Shamhat seduce a Enkidu, tienen sexo durante una semana, y Shamhat invita a Enkidu a que vaya a Uruk. Los dos hablan de Gilgamesh y de los sueños proféticos de este. Después, sin embargo, resulta que tienen sexo durante una semana más, y Shamhat vuelve a invitar a Enkidu a Uruk.

De repente, el maratón de amor de Shamhat y Enkidu se ha doblado, un descubrimiento al que The Times otorgó el picante titular de «La saga sexual de la antigüedad es ahora el doble de épica». Pero lo cierto es que el hallazgo tiene un significado más profundo. La diferencia entre los episodios puede entenderse ahora, no como meras modificaciones en la edición, sino en relación con los cambios psicológicos por los que atraviesa Enkidu al transformarse en un ser humano. Los episodios representan dos etapas del mismo arco narrativo, ofreciéndonos una sorprendente aproximación a lo que significaba convertirse en un ser humano (adquirir humanidad) en el mundo antiguo.

La primera vez que Shamhat invita a Enkidu a Uruk, describe a Gilgamesh como un héroe de enorme fuerza, y lo compara con un toro salvaje. Enkidu responde que irá, ciertamente, a Uruk, pero no para hacerse amigo de Gilgamesh, sino para desafiarle y usurpar su poder. Shamhat, consternada, insta a Enkidu a que olvide su plan y le describe, a cambio, los placeres de la vida en la ciudad: música, fiestas y mujeres hermosas.

Después de su segunda semana de sexo con Enkidu, Shamhat vuelve a invitarle a Uruk, pero esta vez haciendo hincapié en algo diferente: Shamhat no destaca ahora la fuerza brava del rey, sino la vida cívica de Uruk: «Allí donde los hombres se dediquen a trabajos que requieran habilidad, también tú, como un hombre de verdad, podrás hacerte un sitio». Shamhat le dice a Enkidu que va a integrarse en la sociedad y a encontrar su lugar en el seno de un tejido social más amplio. Enkidu accede: «El consejo de la mujer le llegó al corazón».

Está claro que Enkidu ha sufrido un cambio entre las dos escenas. La primera semana de sexo pudo haberle proporcionado el intelecto necesario para conversar con Shamhat, pero seguía pensando en términos animales, y viendo a Gilgamesh como un macho alfa al que desafiar. Después de la segunda semana, sin embargo, ya está preparado para aceptar una visión distinta de la sociedad. La vida social no se basa solo en la fuerza bruta y la afirmación de poder, sino también en los deberes y la responsabilidad para con la comunidad.

Situada en este desarrollo gradual, la primera reacción de Enkidu resulta más interesante aún, al ser una especie de paso intermedio en el camino hacia la humanidad. En pocas palabras, lo que vemos aquí es un poeta babilonio que mira a la sociedad a través de los ojos aún salvajes de Enkidu. Se trata de una perspectiva no totalmente humana de la vida en la ciudad, vista más como un lugar de orgullo y poder que como un entorno de habilidades y cooperación.

De todo esto podemos aprender, principalmente, dos cosas. La primera es que la humanidad, para los babilonios, se definía a través de la sociedad. Ser humano era una cuestión claramente social. Y no cualquier tipo de sociedad: era la vida social de las ciudades lo que te convertía en un ‘auténtico ser humano’. La cultura babilonia era, en el fondo, una cultura urbana. Ciudades como Uruk, Babilonia o Ur eran los pilares de la civilización, y el mundo más allá de sus murallas era visto como una tierra baldía, peligrosa e inculta.

En segundo lugar, aprendemos que la humanidad es una escala con grados. Después de una semana de sexo, Enkidu todavía no se ha convertido por completo en un ser humano. Hay una etapa intermedia, en la que habla como un humano, pero piensa como un animal. E incluso después de la segunda semana, todavía tiene que aprender a comer pan, beber cerveza y vestirse. En resumen, convertirse en un ser humano es un proceso paso a paso, y no algo binario que se es o no se es.

En su segunda invitación a Enkidu para que vaya a Uruk, Shamhat le dice: «Te miro, Enkidu, y eres como un dios, ¿por qué vagas por la naturaleza salvaje con los animales?». Los dioses son representados aquí como lo opuesto a los animales: son omnipotentes e inmortales, mientras que los animales son inconscientes y están destinados a morir. Ser humano es situarse en algún lugar en el medio: sin omnipotencia, pero con la capacidad de realizar trabajos que requieren habilidades; mortales, pero conscientes de esa mortalidad.

En definitiva, este nuevo fragmento revela una visión de la humanidad entendida como un proceso de maduración que se despliega entre lo animal y lo divino. No se nace simplemente siendo humano: alcanzar la humanidad, para los antiguos babilonios, suponía encontrar un lugar propio dentro de un campo más amplio, definido por la sociedad, los dioses y el mundo animal.


Sophus Helle es un estudiante de doctorado especializado en literatura babilónica en la Universidad de Aarhus, Dinamarca. Su trabajo ha sido publicado en Postcolonial Studies y en Journal of Near Eastern Studies, entre otros medios.


Publicado originalmente en Aeon bajo licencia Creative Commons el 19/2/2020
Traducción del original en inglés: Between gods and animals: becoming human in the Gilgamesh epic

Entre los dioses y los animales: Gilgamesh y lo que nos hace humanos

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Una tarjeta postal del siglo XIX con la pirámide de Keops, o Gran Pirámide, al fondo, en Guiza, Egipto. Imagen: Wikimedia Commons / Dominio Público

Una investigación llevada a cabo por el arqueólogo e ingeniero estadounidense Glen Dash, y publicada en The Journal of Ancient Egyptian Architecture, ha revelado uno de los muchos interrogantes que esconden las pirámides de Guiza, en Egipto: su casi perfecta alineación.

Según explica Dash en su trabajo, la disposición de las tres famosas construcciones (en línea recta y siguiendo las tres estrellas del cinturón de Orion, con un desvío en la actualidad de tan solo cuantos grados, pero correcta cuando fueron construidas), y el hecho de que sus caras miren a los puntos cardinales, se debe a que los antiguos egipcios las levantaron tomando como referencia el equinoccio de otoño.

En concreto, habrían utilizado un instrumento de la época conocido como gnomon (semejante a un reloj solar) para ir marcando los puntos que iba recorriendo la sombra proyectada por el sol, a medida que transcurría el equinoccio, y hasta acabar trazando un arco perfecto. A continuación, unieron dos de esos puntos y trazaron una línea recta, sobre la que levantaron las pirámides.

Las pirámides de Guiza han alimentado a lo largo de la Historia todo tipo de especulaciones, muchas de ellas más cercanas a la fantasía o a la ciencia ficción que a la ciencia real, e incluyendo la de que fueron levantadas por alguna avanzada civilización extraterrestre. Sin embargo, los datos que sí se conocen en torno a estas magnificas construcciones funerarias (varios de ellos, descubiertos recientemente), son ya de por sí suficientemente sorprendentes, sin necesidad de tener que acudir a teorías esotéricas. A continuación, cinco de los más llamativos.

1. Miles y miles de toneladas

El tamaño de las pirámides de Guiza (nombre genérico que se da a las tres grandes pirámides —la de Keops, la de Kefrén y la de Micerinos— construidas por los antiguos egipcios hace unos 4.500 años en la necrópolis del mismo nombre, a las afueras de la actual ciudad de El Cairo) supone el primer desafío a la hora de entender cómo es posible que fuesen levantadas, dada la primitiva tecnología de la época. Las pirámides son realmente masivas.

Solo la pirámide de Keops, conocida también como Gran Pirámide, la más antigua y mayor de todas, y la única de las siete maravillas del mundo clásicas que aún perdura, está construida con unas 170.000 toneladas de piedra caliza, más de 2,3 millones de bloques de piedra con un peso medio de dos toneladas y media por bloque (si bien algunos de ellos llegan a pesar hasta 60 toneladas), que tuvieron que ser movidos cada día durante al menos 20 años. Para ello habrían sido necesarios, de acuerdo con los cálculos de los arqueólogos, en torno a 10.000 obreros, una décima parte de los 100.000 que describió el historiador griego Herodoto después de visitar Egipto en el año 450 a. C., pero aún así un número espectacular.

Se cree que originalmente la Gran Pirámide estaba recubierta además por unos 27.000 bloques de piedra, y que permaneció así hasta principios del siglo XIV, cuando un terremoto desprendió parte del revestimiento calizo. Posteriormente, los turcos otomanos utilizaron ese revestimiento para la construcción de diversas edificaciones en El Cairo. La pirámide, cuya altura actual es de 136,86 metros, llegó a medir más de 146 metros, y fue la construcción más alta del mundo hasta que en el siglo XII se levantó el chapitel de la Catedral de Lincoln, en el Reino Unido, con una altura original de 160 metros (se derrumbó en 1239).

La base de la pirámide de Keops equivale a la superficie de ocho campos de fútbol, y para poder rodearla hay que caminar en torno a un kilómetro. Su altura equivale a un edificio moderno de 40 pisos.

2. No las construyeron esclavos…

… O al menos no todos los obreros que participaron en su construcción eran esclavos, sino hombres libres asalariados. Así lo demostraría el descubrimiento, hecho público en 2010, de una serie de tumbas de trabajadores junto a las propias pirámides, algo que, según explicaron los arqueólogos egipcios que las hallaron, nunca habría sido posible de tratarse de esclavos.

Las tumbas, de 2,74 metros de profundidad, alojaban 12 esqueletos perfectamente conservados. Los huesos fueron encontrados en posición fetal, con la cabeza hacia el oeste y los pies hacia el este, según las antiguas creencias egipcias. En las fosas también había vasijas que alguna vez contuvieron cerveza y pan. Las fosas pertenecen, en concreto, a los trabajadores que construyeron las pirámides de Jufu (Keops) y Jafra (Kefrén), edificadas entre los años 2609 y 2584 a.C., respectivamente.

Según explicaron las autoridades egipcias, estos obreros recibían un salario por su trabajo, una evidencia que demostraría que no eran esclavos. «Además, se han encontrado en las paredes rayados hechos por estos trabajadores, que se hacían llamar los amigos de Jufu», señaló el exministro de Antigüedades de Egipto Zahi Awwas, el mediático arqueólogo que dirigió las excavaciones.

3. Con canales y rampas (o no)

No se sabe con certeza cómo se construyeron las pirámides, ya que no han perdurado documentos de la época que lo describan, y porque, además, se utilizaron diversos materiales (piedra escuadrada, piedra sin tallar, adobe) y técnicas (apilamiento de bloques, muros resistentes conformando espacios rellenos de cascotes).

Una de las hipótesis más aceptadas es la que apunta al aplanamiento previo del terreno rocoso, y a la excavación de canales que luego se inundaban de agua para poder marcar líneas de nivel con las que se preparaba una superficie horizontal. A continuación se rellenaban los surcos y, una vez construida la cámara subterránea, se comenzaba la edificación.

La mayoría de los bloques de piedra eran cortados en canteras próximas al lugar de construcción. Otros eran transportados desde las canteras del sur del país con ayuda de gigantescas barcazas y a través de canales.

El año pasado se dio a conocer el descubrimiento de un papiro en el que un capataz de la época detallaba la construcción de canales artificiales que llegaban hasta pocos metros de la base de la pirámide. Por ellos, y desde el Nilo, se movían los bloques sobre botes de madera cosidos con cuerdas, de los que tiraban los peones, moviendo las rocas más fácilmente hasta la zona de su colocación. En el mismo lugar donde se halló el papiro también se encontraron restos de un barco ceremonial y evidencias de un sistema hidráulico.

Con respecto a la edificación en sí, las teorías incluyen desde métodos que no requerirían el uso de rampas (a base de gradas sucesivas y andamios de madera), hasta rampas incrementadas (una gran rampa de arena rectilínea que aumentaba de altura y anchura según crecía la pirámide), pasando por múltiples rampas (las piedras serían levantadas sobre cada hilada para acceder al siguiente nivel), o cilindros de madera (atados a cada lado de las caras del bloque de roca, y unidos por un sistema de cuerdas y nudos, a modo de rodamientos).

4. La belleza está (también) en el interior

Tan fascinante como el exterior es el interior de las pirámides. El de la de Keops tiene tres cámaras principales, dos situadas en el propio interior de la pirámide, actualmente denominadas Cámara del Rey y Cámara de la Reina, y una en el subsuelo, la Cámara Subterránea.

A las cámaras se accedía, desde el lado norte, por un pasaje descendente, obstruido al final por grandes bloques de granito, y que comunicaba con dos pasadizos, uno ascendente, que desemboca en la Gran Galería, y otro descendente, que llega hasta la cámara subterránea. Cavado a través de la roca sólida, este túnel, de alrededor de 90 metros de largo y un metro de ancho, es de una increíble precisión, y apunta directamente a la estrella conocida como Alpha Draconis.

En el interior de las pirámides, por otro lado, la temperatura permanece constante, en torno a los 20 grados centígrados. Y en las paredes no hay jeroglíficos.

Otro dato curioso es el tamaño del cofre de granito de la Cámara del Rey, considerado demasiado grande como para poder haberlo introducido a través de los pasajes, por lo que se cree que se colocó durante la construcción de la pirámide.

De cada cámara real parten dos estrechos conductos inclinados llamados «canales de ventilación» (por su uso actual: ventilar mediante impulsores eléctricos), cuya función original se desconoce.

5. Ocho caras

La sección horizontal de la Gran Pirámide no es cuadrada, sino octogonal (una estrella de cuatro puntas), ya que cada una de las caras está compuesta por dos planos, con una ligera pendiente hacia el centro. Esto resulta difícilmente apreciable a simple vista, debido a la ausencia casi total del revestimiento original.

Las proporciones de la Gran Pirámide han servido a los arqueólogos como referencia para sistematizar las unidades de medida empleadas en el Antiguo Egipcio. La principal unidad lineal se conoce actualmente como Codo Real, y tiene 0,524 m. de longitud, subdivididos en siete palmos de cuatro dedos cada uno (28 dedos). Esta unidad se usó desde al menos la III dinastía egipcia, alrededor del año 2700 a. C., y una muestra exacta puede observarse precisamente en la Cámara del Rey de la pirámide de Keops, cuya anchura es de 10 Codos Reales (5,24 m.) y su longitud es de 20 Codos Reales (10,48 m.).

Entre las muchas curiosidades matemáticas que presenta la Gran Pirámide destaca la que resulta de restar su altura de su longitud. La cifra que se obtiene, 314,16 metros, es el número Pi multiplicado por 100.


Publicado originalmente en 20minutos

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