Un porteador en un mercado de Bagdad, en una imagen de archivo. Foto: Chatham House / Wikimedia Commons
En la calle Al Rashid de Bagdad, los puestos, las casas de té y los restaurantes sirven a clientes sin mascarilla en mercados abarrotados, a pesar de que la COVID-19 sigue propagándose rápidamente entre la población. Esta concurrida calle ejemplifica un fracaso preexistente de gestión, que ha afectado a muchos países en desarrollo, sacudidos por el impacto de la pandemia en sus economías.
Cerca de allí, en la plaza Al Rusafi, porteadores exhaustos acarrean pesadas cargas cruzándose en una telaraña de tráfico bajo el sol abrasador del inmisericorde verano iraquí. Un caballo enganchado a un carro observa a los conductores de taxis convertidos en autobuses llamar a gritos a los últimos pasajeros para completar un asiento vacío. Las bocinas se mezclan con una retaíla de insultos lanzados a bocajarro por un enojado conductor que quiere pasar, pero no puede. El diario repertorio de caos continúa, y el estruendo resuena por toda la plaza, en el mismo lugar donde los coches bomba han incinerado a tantos seres humanos en los últimos años.
A los más vulnerables a la pobreza se les ha instado a quedarse en casa, pero no se les ha ofrecido ninguna alternativa, y la ausencia de apoyo financiero les está empujando a retomar sus trabajos en un entorno de riesgo. Si bien la flexibilización de las restricciones de movimiento ha permitido a los trabajadores diarios poder mantener a sus familias, las autoridades no han habilitado equipos móviles de concienciación sobre medidas sanitarias en los mercados abarrotados, ni han organizado la distribución de mascarillas, cada vez más caras.
En Irak, al igual que en los otros países que se están enfrentando a los múltiples desafíos planteados por la pandemia, las personas pertenecientes a los grupos más frágiles tienen que valerse por sí mismas, mientras el gobierno se dispara a sí mismo en la carrera por contener la propagación de las infecciones de COVID-19.
«Nos moriríamos de hambre»
Para los residentes de las muchas áreas empobrecidas del centro y el este de Bagdad, quedarse en casa es un lujo que no se pueden permitir. «Nos moriríamos de hambre», dice Mohammed Turki, un porteador de 44 años, sentado en un callejón cercano.
Turki lleva 16 años trabajando como porteador, ganando, en el mejor de los casos, unos 20 dólares al día. «Pero eso es solo si puedo encontrar trabajo», aclara. De lo contrario, su salario diario transportando mercancías en los mercados de Bagdad no supera los 8 dólares, apenas suficiente para alimentar a sus cuatro hijos.
Actualmente, un paquete de mascarillas quirúrgicas cuesta en Bagdad 13 dólares.
Hacia el mediodía, los propietarios de las tiendas de la cercana plaza Al Rusafi que se quejan de la caída de las ventas bajan sus persianas. Las consecuencias económicas de la COVID-19 están ensombreciendo muchos modos de vida.
Tomando como referencia proyecciones del Banco Mundial según las cuales la pobreza se duplicará en 2020, un informe del Ministerio de Planificación iraquí, con el apoyo de UNICEF y otras organizaciones, señaló que «4,5 millones (11,7%) de iraquíes más corren el riesgo de caer por debajo del umbral de la pobreza, como resultado del impacto socioeconómico de la COVID-19», añadiendo que «este fuerte aumento incrementaría la tasa de pobreza nacional hasta el 31,7%, desde el 20% de 2018».
En el Irak posterior a la invasión, gobiernos consecutivos han fracasado, o han carecido de la voluntad suficiente, a la hora de diversificar la economía dependiente del petróleo del país. Han mantenido en el limbo la industria y la agricultura nacionales, centrándose en cambio en inundar el mercado iraquí con productos importados.
Un reciente estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre el impacto de la COVID-19 y la caída de los precios del petróleo indica que «altos niveles de conflicto, junto con el brote de la COVID-19 y la caída de los ingresos del petróleo, pueden aumentar la pobreza extrema».
Ali Tawfiq se encuentra entre quienes corren ese riesgo de caer más profundamente aún en la pobreza, si se vuelve a imponer un confinamiento total para frenar la propagación de la COVID-19. Para poder seguir cuidando de su padre ciego, de sus dos hermanos discapacitados (un vendedor y otro porteador), y de él mismo, no ve otra opción que seguir tirando de un carrito a través de mercados abarrotados.
«Soy yo el que sostiene a mi familia. No venir al mercado significa no poder comer ni beber», dice.
El legado de la guerra
Tawfiq, de 19 años, pertenece a una de las varias generaciones oprimidas por la guerra que Estados Unidos y sus aliados libraron contra Irak en 2003. Comenzó a trabajar como porteador a la edad de diez años. Pocos años después de la ocupación, perdió a su hermana en un ataque terrorista. «Mi hermana murió en la explosión de un coche bomba en Al Mansour en 2007. Tenía solo diez años», cuenta.
Cada día va a trabajar a pie desde la zona de Alawi Al Hilla. Su hermano mudo de 14 años empezó a trabajar con él hace cuatro. Su hermano mayor, un veterano herido durante la lucha contra los militantes del autodenominado Estado Islámico (EI), y dado de baja posteriormente, dedica sus mañanas a vender botellas de agua en la plaza.
Mientras Tawfiq habla, una bandera iraquí hecha jirones ondea a duras apenas con el escaso viento, colocada en la mano de la estatua de Ma’ruf al Rusafi. Si el poeta estuviera vivo, tal vez reclamaría su tribuna y diría:
Tú, que preguntas por nosotros en Bagdad, somos ganado en una tierra estéril El oeste se elevó a los cielos, observándonos y seguimos mirando desde abajo
El centro de Bagdad exhibe en toda su crudeza la miseria que envuelve al Irak de hoy y borra el esplendor de su pasado. Allí, tanto la historia como los seres humanos han quedado abandonados. Las grietas atraviesan el minarete de la mezquita de Al Khulafa, de la época abasí. El agua subterránea daña los cimientos y el minarete se va inclinando gradualmente hacia el este, al borde del colapso. En el lado opuesto de la calle Al Jumhuriyah, la humedad domina las paredes del interior de la catedral de San José. Dos lugares históricos de referencia que ahora están cerrados a los visitantes.
Montones de basura se acumulan al pie de antiguas mezquitas e iglesias, y de las tradicionales casas shanshūl, en callejuelas ruinosas donde se despoja de su infancia a los porteadores más jóvenes. Mapas de desesperación invaden los rostros de mendigos traumatizados (mujeres y niños), y de ancianos que pasan lo que les queda de vida sorbiendo té hirviendo en las numerosas casas de té de la calle Al Rashid, horrorizados ante la draconiana deformación que ha sufrido su ciudad.
Y mientras Tawfiq, su hermano y Turki deambulaban por los zocos de Bagdad tirando de carritos en chanclas, los políticos que llegaron tras la invasión y su séquito mordían las arcas del Estado como termitas. Los «agentes», como fueron etiquetados por los ciudadanos corrientes, alimentaron sus obesas cuentas bancarias en lugar de invertir en unas infraestructuras en constante deterioro. El debilitado sector de la salud del país es solo un ejemplo.
Miseria en los hospitales de Irak
Un médico empleado por el Estado que trabajó recientemente en uno de los hospitales de Bagdad designados para pacientes de COVID-19 describe en privado la situación de los hospitales iraquíes como «bastante miserable».
El Ministerio de Sanidad de Irak ha confirmado hasta ahora más de 177.000 casos de COVID-19, mientras que la enfermedad ha acabado con la vida de alrededor de 6.000 pacientes infectados*. Los profesionales sanitarios, sin embargo, aseguran en privado que calculan números más altos que los detectados.
«No digo que las estadísticas oficiales mientan, pero no reflejan la realidad», dice uno de ellos, que prefiere permanecer anónimo.
Atrapados en un constante tifón de conflictos y corrupción, los hospitales se encuentran abarrotados con un número «inmenso» de personas infectadas, la capacidad de hacer test es insuficiente, y las camas de UCI para pacientes en fases críticas están tan limitadas que «ponemos a los enfermos en listas de espera» para tratarlos cuando mueran otros pacientes, añade.
Lo que dice no es sorprendente. Si bien el confinamiento impuesto por las autoridades como respuesta a la aparición inicial de infecciones resultó decisivo para frenar el aumento de casos de COVID-19 durante unos meses, la medida no se implementó adecuadamente ni se respetó por completo, especialmente considerando que el vecino de Irak, Irán, es uno de los epicentros de la pandemia en Oriente Medio.
Los concurridos mercados y los pequeños comercios en los barrios populares permanecieron abiertos, a diferencia de los de las calles principales y las áreas más lujosas. Se ordenó el cierre de los restaurantes cuando las autoridades levantaron parcialmente el toque de queda, pero muchos de los que se encuentran en el principal mercado de Shorja, o entre las calles Al Rashid y Al Saadoun, dos de las vías más importantes del centro de Bagdad, permanecieron abiertos.
«En mi opinión, hay al menos 10.000 casos nuevos cada día», dice el médico. Otro doctor, que pide asimismo permanecer en el anonimato, calcula que el número real de pacientes con COVID-19 es al menos el doble de lo que se detecta cada día.
El Ministerio de Sanidad informa de alrededor de 4.000 contagios diarios* de COVID-19.
«Cayendo al abismo»
Los médicos en Bagdad critican la gestión del brote por parte del gobierno, y denuncian que la mayoría de los principales hospitales de la ciudad tuvieron que centrarse en tratar y aislar a pacientes de COVID-19, mientras que otros centros recibían solo urgencias no relacionadas con el coronavirus.
De este modo, y según explica el doctor, las personas que sufren otras dolencias tienen menos posibilidades de ser tratadas en los hospitales públicos, y las familias no saben dónde recibirán sus seres queridos la atención necesaria.
Según datos del Banco Mundial, en Irak hay solo 1,4 camas de hospital por cada 1.000 habitantes.
Los pacientes llegan a un determinado hospital pensando que la sala de emergencias recibe todos los casos, pero son redirigidos a otro lugar, a un hospital especializado, lo que, teniendo en cuenta los tristemente famosos atascos de tráfico en Bagdad, «aumenta la carga», explica el médico. Ante la presión de los familiares de pacientes en estado crítico, «en ocasiones te ves obligado a recibir pacientes con COVID-19 en una sala de emergencias donde hay pacientes que no tienen COVID-19», dice. Así, pacientes que ya eran vulnerables se enfrentan a veces al riesgo de contraer el virus.
«Podría haber un plan alternativo, como, por ejemplo, designar edificios específicos para pacientes [de COVID-19] en cuarentena, con el fin de que los hospitales públicos puedan seguir funcionando con normalidad», indica.
El 4 de agosto, el ministro de Sanidad del país anunció que los hospitales públicos de Bagdad reanudarían sus operaciones regulares, ya que se habían designado cuatro hospitales para atender a las personas contagiadas con COVID-19, una decisión que fue alabada por los médicos. Sin embargo, el gobierno dio otro paso atrás, al levantar el toque de queda de 24 horas que generalmente comienza el jueves y termina el sábado.
En cualquier caso, los pacientes se han enfrentado siempre a «obstáculos» en los hospitales públicos, que no suelen ofrecer servicios médicos integrales, según explica el médico.
«La gente dice que el sistema de salud se ha derrumbado, pero lo cierto es que ni siquiera había uno antes […]. Llevamos mucho tiempo al límite, la COVID-19 nos ha dado un empujón, y ahora estamos cayendo hacia el abismo», añade.
Este joven médico está actualmente en su casa, tratándose a sí mismo del asalto de la COVID-19 a su propio cuerpo.
* Datos a 18 de agosto de 2020
Nabil Salih es un periodista freelance establecido en Bagdad.
En la calle Al Rashid de Bagdad, los puestos, las casas de té y los restaurantes sirven a clientes sin mascarilla en mercados abarrotados, a pesar de que la COVID-19 sigue propagándose rápidamente entre la población. Esta concurrida calle ejemplifica… Leer
Gráficos actualizados de la evolución de la pandemia de COVID-19 en Arabia Saudí, Bahréin, Catar, Chipre, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Palestina, Siria, Turquía y Yemen, con los últimos datos acumulados de fallecidos, casos confirmados y población vacunada.
Gráficos actualizados de la evolución de la pandemia de COVID-19 en Arabia Saudí, Bahréin, Catar, Chipre, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Palestina, Siria, Turquía y Yemen, con los últimos datos acumulados de fallecidos y casos confirmados.
Protesta en Teherán el 11 de enero de 2020, tras el derribo de un avión de pasajeros ucraniano alcanzado por error por un misil iraní, en un incidente que dejó 176 muertos, la mayoría iraníes. Foto: MojNews / Wikimedia Commons
El bloque conservador se hizo con el control del Parlamento de Irán, incluidos los 30 escaños de Teherán, en las elecciones legislativas celebradas en el país el pasado 21 de febrero, unos comicios que estuvieron marcados por una participación que apenas llegó al 42% (la más baja en la historia de la República Islámica), la descalificación previa de muchos de los candidatos reformistas y moderados, y el llamamiento al boicot por parte de facciones de la oposición.
La Coalición de la Unidad, encabezada por el exalcalde de Teherán y antiguo comandante de la Guardia Revolucionaria Mohamad Baqer Qalibaf, y en la que se habían unido las dos listas principales de los conservadores y ultraconservadores, logró al menos 256 escaños de los 290 que componen la cámara.
El Parlamento iraní, que en la última legislatura ha estado dominado por los reformistas y los moderados, cambia así de manos, en un giro que podría obedecer no solo a la abultadísima abstención y al veto sufrido por muchos candidatos opositores, sino también a la crisis económica, consecuencia de, entre otros factores, las sanciones impuestas por Estados Unidos; a la represión de las recientes protestas populares contra el gobierno; o incluso al derribo por error del avión ucraniano de pasajeros el mes pasado, durante la reacción iraní al asesinato por parte de EE UU del comandante de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución Qasem Soleimani.
En 2017, el centrista Hasan Rohaní, apoyado por los reformistas, fue reelegido presidente en unos comicios en los que votaron cerca de dos tercios de los electores, y que, como se ha recordado estos días, fue visto casi como un referéndum sobre el acuerdo nuclear firmado por Teherán con las potencias occidentales. Sin embargo, la decisión del presidente de EE UU, Donald Trump, de dar por finiquitado el acuerdo ha impulsado a los ultras en Irán, aparte de dañar la economía al reactivar las sanciones. La subida del precio de la gasolina en noviembre del año pasado, por ejemplo, provocó fuertes protestas que fueron reprimidas con dureza.
Tras los comicios del 21 de febrero, el líder supremo iraní, Alí Jameneí, llegó a denunciar una «campaña mediática extranjera» para «desalentar» a los votantes y que no acudiesen las urnas. «Se oponen a las elecciones porque no quieren que el fenómeno de la participación popular en las urnas en nombre de la religión y al servicio a la revolución se institucionalice como una realidad», subrayó el ayatolá, en declaraciones recogidas por la agencia Efe.
Esta «campaña negativa» habría comenzado meses antes de las elecciones y se intensificó, según Jameneí, aprovechando el temor por la propagación del coronavirus causante de la COVID-19.
Cuando se celebraron las elecciones legislativas en la República Islámica, el brote de la epidemia en Irán había causado ya ocho muertos, con 43 contagiados confirmados, y provocado el cierre de escuelas y universidades en diez provincias, al tiempo que los países vecinos empezaban ya a bloquear fronteras y se suspendían cada vez más vuelos. Los últimos datos (7 de marzo) elevan a 5.823 el número de casos en el país (el tercero más afectado del mundo, tras China y Corea del Sur), y a 145 el de fallecidos.
No obstante, y tal y como contaba tras las elecciones Ángeles Espinosa, corresponsal de El País en la región, «pocos han creído la excusa posterior de que el temor al coronavirus alentado por la prensa extranjera alejó a los votantes. Al contrario, muchos iraníes sospechan que los responsables han jugado con el anuncio del brote para justificar el desinterés».
En cualquier caso, los resultados de estas elecciones legislativas suponen un duro golpe para Rohaní, que, con las próximas elecciones presidenciales de 2021 en el horizonte, está agotando ya su segundo y último mandato.
Cómo funciona el veto a los candidatos
En cada elección en Irán, ya sean parlamentarias o presidenciales, se registran como candidatos miles de personas. Para las legislativas de este año se inscribieron en torno a 14.000 iraníes. Pero, para poder presentarse, los candidatos tienen que pasar primero el visto bueno del Consejo de Guardianes, la institución más influyente del país, solo por debajo del líder supremo, que designa directamente a la mitad de sus doce miembros. La ley establece que los candidatos deben ser «personalidades políticas y religiosas» de nacionalidad iraní, administradores experimentados, con buenos antecedentes, «dignos de confianza y virtuosos», y creyentes y comprometidos con los principios de la República Islámica y la confesión oficial del país (el islam chií). En estas elecciones, el Consejo de Guardianes, que no está obligado a explicar las razones de sus vetos, rechazó a aproximadamente la mitad de los inscritos. Algunos de los que no pasaron la criba eran representantes de partidos conservadores, pero la inmensa mayoría se identificaban como reformistas o moderados. Además, a unos 90 candidatos reformistas que eran ya miembros del Parlamento se les impidió presentarse a la reelección.
El bloque conservador se hizo con el control del Parlamento de Irán, incluidos los 30 escaños de Teherán, en las elecciones legislativas celebradas en el país el pasado 21 de febrero, unos comicios que estuvieron marcados por una participación que… Leer
Desde principios de este mes se han registrado 21 casos confirmados de personas afectadas por un nuevo coronavirus, cuyo brote parece estar en un centro sanitario del este de Arabia Saudí (concretamente en la localidad de Hofuf, en cuyo hospital se han detectado la mayoría de los últimos casos). El virus fue identificado el año pasado, y desde entonces han sido confirmados unos 40 casos en todo el mundo, con una veintena de fallecidos. La mayoría de las muertes (15) han ocurrido en Arabia Saudí, pero también ha habido víctimas mortales, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Francia, Alemania, Jordania, Catar y el Reino Unido.
Un coronavirus, visto a través de un microscopio electrónico. Imagen: British Health Protection Agency
El virus, denominado NCoV(novel coronavirus), no es el famoso SARS (síndrome respiratorio agudo severo, por sus siglas en inglés), el coronavirus que en 2003 mató a 775 personas, pero pertenece a la misma familia. Se desconoce aún su origen, aunque algunos científicos apuntan a que podría estar relacionado con murciélagos existentes en cuevas de la Península Arábiga donde la gente recoge agua. Sí se sabe que se desarrolla como una neumonía grave en muchos de los afectados, mientras que en otros provoca tan solo un resfriado. Casi todos los fallecidos hasta ahora son hombres mayores que padecían también otras enfermedades de tipo respiratorio.
El pasado día 13, la OMS advirtió por primera vez del riesgo de contagio entre personas: «La mayor preocupación es el hecho de que se hayan visto diferentes agrupaciones de casos en distintos países, lo que aumenta la evidencia de que cuando hay un estrecho contacto entre personas el coronavirus puede contagiarse», señaló. Este miércoles, la OMS confirmó los primeros casos de infección en dos trabajadores sanitarios en Arabia Saudí que estuvieron en contacto con enfermos.
Atendiendo al número de casos confirmados, la mortalidad es muy alta (superior al 50%), pero hay que tener en cuenta que el número total de contagiados será, seguro, mayor, ya que de los que han sufrido tan solo un catarro no se tiene registro.
En declaraciones al diario El País, el experto en coronavirus Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, afirma que «es una situación rara», porque «no es normal que este tipo de patógenos empiecen a propagarse desde un territorio tan poco poblado» como la Península Arábiga. «No sabemos de dónde viene, y tampoco el patrón de la transmisión es claro», añade.
Otra incógnita es por qué se ha acelerado ahora el ritmo de contagios. Enjuanes indica, en este sentido, que «todos estábamos pendientes de la gran peregrinación a La Meca del año pasado, cuando se juntaron 14 millones de personas, y en cambio no pasó nada».
Ha habido, también, cierta polémica en torno al descubrimiento del virus. Según informó en enero la revista Nature, el médico que lo identificó, el virólogo egipcio Ali Mohamed Zaki, mandó las primeras muestras a Holanda a espaldas de las autoridades saudíes, lo que causó malestar en el Ministerio de Salud del país árabe.
El virus fue identificado por Zaki en junio de 2012, en un paciente que falleció en un hospital de la ciudad saudí de Yeda, donde trabajaba entonces el médico egipcio. Posteriormente, en septiembre, la OMS lanzó la primera alerta internacional al confirmarse la infección en el Reino Unido de un hombre catarí que había estado recientemente en Arabia Saudí.
El doctor Zaki indicó hace unos días que, aunque existe el riesgo de epidemia, ésta no tiene por qué darse en su forma más letal: «Parece que va paso a paso y que cada vez se transmite con mayor facilidad», dijo, añadiendo, no obstante, que «ahora tenemos el virus antes de que ocurra la epidemia, y tenemos también las herramientas necesarias para diagnosticarlo».
Los coronavirus causan infecciones respiratorias en humanos y animales. Los afectados tienen fiebre, tos y dificultades para respirar. Además de neumonía, en algunos casos pueden provocar fallos en el riñón. Aún no se sabe cuál es el mejor tratamiento, ni existe una vacuna preventiva. Los pacientes con síntomas severos necesitan atención médica intensiva para poder respirar.
Desde principios de este mes se han registrado 21 casos confirmados de personas afectadas por un nuevo coronavirus, cuyo brote parece estar en un centro sanitario del este de Arabia Saudí (concretamente en la localidad de Hofuf, en cuyo hospital… Leer