Un extenso artículo de la conocida columnista egipcio-estadounidense Mona Eltahawy, publicado en el último número de la revista Foreign Policy, ha encendido el debate sobre la situación de la mujer en los países árabes y, más en concreto, sobre las causas de la discriminación que sufren muchas mujeres en Oriente Medio.
Portada del número de la revista ‘Foreign Policy’ en el que aparece publicado el artículo de Mona Eltahawy
En su artículo, titulado ¿Por qué nos odian?, Eltahawy sostiene vehementemente que la razón última de la subyugación de la mujer en el mundo árabe no es otra que el odio que sienten los hombres árabes hacia la parte femenina de la población, y enumera una larga y, ciertamente, incontestable, serie de ofensas y casos de violencia y opresión contra las mujeres (en Egipto, en Yemen, en Arabia Saudí, en Libia, en Túnez…), al tiempo que condena las justificaciones hechas en nombre del relativismo cultural.
Eltahawy escribe:
[…] No nos odian por las libertades que tenemos, como se empeñan en decir los tópicos estadounidenses post 11-S. No tenemos libertades porque nos odian. Sí. Nos odian. Hay que decirlo. […]
Es cierto que las mujeres tienen problemas en todo el mundo, es cierto que ninguna mujer ha sido elegida aún presidenta en Estados Unidos, y es cierto que las mujeres siguen siendo consideradas objetos en muchos países ‘occidentales’ […]. Ahí es donde acaba normalmente la conversación cuando intentas discutir sobre por qué las sociedades árabes odian a las mujeres.
Pero dejemos a un lado lo que Estados Unidos hace o deja de hacer a las mujeres. Nómbrenme cualquier país árabe y podré recitar toda una letanía de abusos impulsados por una tóxica mezcla de cultura y religión que pocos parecen dispuestos a, o son capaces de, desenredar, no sea que incurran en blasfemias u ofensas. Cuando a más del 90% de las mujeres casadas en Egipto -incluyendo a mi madre y a cinco de sus seis hermanas- les han cortado los genitales en nombre de la modestia, todos debemos blasfemar. Cuando se somete a mujeres egipcias a «pruebas de virginidad» por el simple hecho de expresar su opinión, no es tiempo de permanecer en silencio. Cuando un artículo en el código penal egipcio dice que si una mujer ha sido golpeada por su marido «con buenas intenciones» no habrá castigo, al infierno con la corrección política. […]. Lo que todo esto supone para el estatus de las mujeres en Oriente Medio es que no es mejor de lo que uno podría pensar. Es mucho, mucho peor. Incluso después de las recientes «revoluciones», todo parece estar bien mientras las mujeres vayan cubiertas, se queden ancladas en sus casas, se les niegue la movilidad de poder conducir sus propios coches, se les fuerce a pedir permiso a sus maridos para poder viajar, o no puedan casarse, ni divorciarse, sin obtener antes la bendición de un hombre. […]
El artículo ha recibido duras críticas, de hombres y de mujeres, árabes y no árabes, con numerosas respuestas en blogs y, sobre todo, en Twitter, donde la conversación, que incluye también muchas alabanzas y muestras de apoyo, puede seguirse, por ejemplo, en la etiqueta #MonaElTahawy.
La mayoría de las críticas no discuten la situación de discriminación de la mujer en los países árabes, sino la afirmación de que sea el odio la principal causa de esta realidad. Otros denuncian que el artículo peca de una excesiva generalización, tanto del mundo árabe, como de los hombres y las mujeres que lo habitan.
Estas son algunas de las respuestas más interesantes:
El siguiente gráfico sobre los mensajes en Twitter referentes al artículo refleja la polarización del debate. Creado por Marc Smith, de la Social Media Research Foundation, y publicado por Alex Hanna, de la Universidad de Wisconsin-Madison, el gráfico muestra las relaciones entre los seguidores (líneas verdes) y las respuestas o menciones de otros usuarios (líneas azules). El análisis de la red produjo 169 grupos, con la cuenta de Twitter de Eltahawy en el centro del Grupo 2 (las líneas rojas resaltan sus conexiones) y la cuenta de Foreign Policy en el centro del Grupo 5. La imagen no rastrea los sentimientos de los tuits, pero según Hanna, muestra grupos de lectores fuertemente polarizados, incluidos egipcios, periodistas estadounidenses, feministas y académicas.
Un extenso artículo de la conocida columnista egipcio-estadounidense Mona Eltahawy, publicado en el último número de la revista Foreign Policy, ha encendido el debate sobre la situación de la mujer en los países árabes y, más en concreto, sobre las… Leer
El mercado de Ciudad de Kuwait en 1950, una de las imágenes de la colección publicada por ‘Foreign Policy’. Foto: F. H. Andrus
La edición digital de la revista Foreign Policy publica una curiosa fotogalería con imágenes de Kuwait en los años cincuenta, cuando el país no había sufrido aún la tremenda transformación que, a partir de entonces, supuso para este pequeño estado del Golfo la industria del petróleo.
Como explica Cara Parks en el texto que acompaña a las fotografías, antes de que en, 1938, se descubriese petróleo en la zona, Kuwait basaba su economía en su importancia como puerto natural en el Golfo Pérsico, y en lo que ello suponía para el comercio de perlas y otras industrias relacionadas con el mar, algo que cambió por completo con el oro negro. Una vez concluida la interrupción de la Segunda Guerra Mundial, las compañías petroleras comenzaron la explotación masiva en el país, y la producción de crudo se triplicó entre 1951 y 1952, volviéndose a triplicar entre 1952 y 1953.
Una de las compañías que protagonizaron el ‘boom’ fue la estadounidense Bechtel, cuyos ingenieros fueron responsables de buena parte de las construcciones de infraestructuras petroleras en el Golfo. Las imágenes que forman parte de la fotogalería fueron tomadas a principios de los cincuenta por un empleado de esta compañía, Francis Hadden Andrus, y han sido digitalizadas ahora por David C. Foster. Las fotos, escribe Parks, «muestran una sociedad al borde del cambio, en la que los camellos empiezan ya a compartir los caminos con los Studebakers».
La edición digital de la revista Foreign Policy publica una curiosa fotogalería con imágenes de Kuwait en los años cincuenta, cuando el país no había sufrido aún la tremenda transformación que, a partir de entonces, supuso para este pequeño estado… Leer
El 18 de octubre de 1991, con todo en contra y ante una prensa incrédula, el secretario de Estado estadounidense James Baker III y el ministro soviético de Exteriores, Boris Pankin, anunciaron que invitaban a árabes e israelíes a una conferencia de paz en Madrid. Aquel día, de pie, al fondo del vestíbulo del hotel Rey David en Jerusalén, me asombró lo que había conseguido Estados Unidos. En el plazo de 18 meses, más o menos, Henry Kissinger había negociado tres acuerdos de retirada de las dos partes y Jimmy Carter había logrado un tratado de paz entre Egipto e Israel; EE UU había librado una guerra breve y triunfal –el mejor tipo de guerra– y expulsado a Sadam Husein de Kuwait. Y ahora tenía grandes posibilidades de dar a árabes e israelíes el último empujón diplomático. O eso pensé.
Baker, que quitaba importancia a todo, se mostró tan precavido como de costumbre. «Chicos», nos dijo a unos cuantos ayudantes en su suite tras la rueda de prensa, «si queréis bajaros del tren, éste es el momento, porque a partir de aquí es todo cuesta abajo». Pero yo no estaba escuchándole. Estados Unidos había utilizado su poder para la guerra y ahora quizá podría usarlo para la paz. Me había vuelto creyente.