Guantánamo

Barack Obama, en Chicago, durante su último discurso en público como presidente de los Estados Unidos. Foto: The White House / Wikimedia Commons

Al 44º presidente de los Estados Unidos se le podrán reprochar muchas cosas, pero la falta de optimismo no es una de ellas. Cuando el pasado día 11, de vuelta en su querida Chicago, Barack Obama se despidió del pueblo estadounidense en su último discurso público (una nueva demostración de su brillante oratoria y de su capacidad para conectar con la gente), el todavía inquilino de la Casa Blanca recuperó, sin dudarlo, el histórico lema que le llevó hasta la presidencia por primera vez, hace ocho años. Ante una audiencia entregada que clamaba por el imposible («Four more years!», ¡cuatro años más!), y pese al ‘coitus interruptus’ de saber que en tan solo unos días ocupará su puesto un personaje como Donald Trump, Obama cerró sus palabras con el mismo mensaje de esperanza que convenció a millones de personas en 2008, haciendo posible la hazaña de situar por vez primera a un hombre negro en el cargo más importante del país, y, en muchos sentidos, del mundo: Yes, we can (Sí, podemos). Y luego añadió: Yes, we did (Sí, lo hicimos; sí, pudimos). Pero, ¿ha podido realmente?

En términos generales, Obama deja un país mejor que el que encontró, al menos en lo que respecta a la economía, pero también un buen número de expectativas frustradas o directamente incumplidas. El que fuera el candidato del «cambio» y la «esperanza»ha sido asimismo, para muchos, el presidente de las oportunidades perdidas, unas oportunidades que, a la vista de quien va a sentarse en el Despacho Oval a partir del próximo viernes, no van a volver a repetirse fácilmente. Y algunos de sus logros más importantes, como la reforma sanitaria o la migratoria, podrían tener los días contados.

En el exterior, Obama, premiado en 2009 con un Nobel de la Paz que resultó ser, probablemente, algo prematuro, tampoco puede presumir demasiado. El entusiasmo inicial que despertó en todo el mundo el cambio que el joven presidente suponía con respecto a su antecesor (George W. Bush), con sus acercamientos al mundo musulmán (qué lejos queda ya aquel famoso discurso en El Cairo), o sus decisiones de poner fin a dos guerras (Afganistán e Irak), se fue transformando poco a poco en decepción y, en muchas ocasiones, en más de lo mismo.

Quedarán, en el apartado del debe, sus fracasos en el trágico atolladero de Siria y en el moribundo proceso de paz palestino-israelí, o los miles de muertes causadas por sus drones (durante el mandato de Obama, EE UU ha bombardeado un total de siete países —Afganistán, Irak, Pakistán, Somalia, Yemen, Libia y Siria—, frente a los cuatro bombardeados por Bush —los cuatro primeros— ). En el apartado del haber, pasos históricos como la reapertura de relaciones con Cuba y el acuerdo nuclear con Irán, sus iniciativas en contra de la tortura, o momentos ‘cumbre’ como, dejando a un lado las normas del derecho internacional, el asesinato del líder de Al Qaeda y cerebro de los atentados del 11-S, Osama Bin Laden.

Cambios profundos

No obstante, y como siempre en estos casos, tan injusto sería culpar al presidente de todos los aspectos negativos ocurridos durante su mandato, como atribuirle en exclusiva todos los logros. La sociedad estadounidense, como la global, ha experimentado durante estos ocho años cambios muy profundos, unos cambios que han acabado traduciéndose, de algún modo, en una gran polarización ideológica y una evidente desconexión entre ciudadanos y politicos, de izquierda a derecha, reflejadas en manifestaciones tan distintas como el movimiento Occupy que se extendió por EE UU en 2011 tras el 15-M español, o la inesperada elección como presidente del millonario Donald Trump en 2016. Unos cambios que, al mismo tiempo, han permitido también hitos como el reconocimiento, en todo el país, de la legalidad del matrimonio entre homosexuales, o el hecho de que, por primera vez, una mujer (Hillary Clinton) haya estado a punto de ocupar la Casa Blanca.

Paradójicamente, ha sido durante el mandato del primer presidente negro cuando los hondos conflictos raciales tan presentes aún en EE UU han vuelto a exacerbarse (debido, sobre todo, a la violencia discriminatoria ejercida por la Policía contra ciudadanos negros), y ha sido también durante el mandato del que iba a ser «el presidente de la gente» cuando hemos conocido, por ejemplo, el masivo espionaje cibernético al que el Gobierno estadounidense somete a sus ciudadanos. A menudo, también es cierto, Obama se ha dado de frente contra el muro de la falta de apoyo político, especialmente en el Congreso, una cámara que ha estado férreamente dominada por los republicanos en estos últimos años: para cuando el presidente quiso apretar el acelerador de sus reformas, en el tramo final de su mandato, ya era demasiado tarde. A su pesar, Guantánamo sigue abierto, y el cambio en las leyes que regulan la posesión de armas, pendiente.

Tal vez el error, visto sobre todo desde Europa, o desde la Europa más de izquierdas, haya sido creer que Obama era un auténtico revolucionario, y no tanto lo que finalmente resultó ser: un presidente con honestas intenciones transformadoras, pero dependiente, al fin y al cabo, y no siempre en contra de su voluntad, de los mecanismos de poder (políticos, económicos, militares) y los valores tradicionales (capitalismo incuestionable, cierto chauvinismo) que siguen marcando buena parte de la realidad de su país.

Lo que parece claro es que Obama se va con la popularidad prácticamente intacta, un factor al que probablemente haya contribuido el clima viciado que ha caracterizado las últimas elecciones presidenciales. Según un último sondeo de Associated Press-Norc Center for Public Affairs, el 57% de los estadounidenses encuestados aprueban su gestión, lo que le sitúa muy por delante de su predecesor (Bush se fue con un 32%) y ligeramente por encima de Ronald Reagan (51%), aunque aún lejos de Bill Clinton (63%). Para el 27%, Obama ha sido incapaz de mantener su promesa de unificar el país, y uno de cada tres opina que ha incumplido sus compromisos, si bien el 44% cree que, al menos, lo ha intentado.

Obama asumió la presidencia de EE UU con una herencia, la de George W. Bush, que incluía, entre otras cosas, dos guerras, una crisis económica interna sin precedentes desde la Gran Depresión y una imagen de Estados Unidos en el mundo por los suelos. El nuevo presidente ofrecía, para empezar, un talante completamente distinto: más inteligente y tolerante, con un mejor carácter y un fino y agudo sentido del humor, educado en Harvard pero no elitista, soñador pero realista, progresista pero en modo alguno radical, e inmune (algo que ha logrado mantener) a cualquier escándalo de corrupción o de carácter personal. Repasamos ahora su legado, recordando también sus promesas y retos de hace ocho años, tanto en política exterior como en política interior.

EL LEGADO DE OBAMA EN EL EXTERIOR

Oriente Medio

Cuando Obama llegó al poder en enero de 2009, tres años antes del estallido de la ‘primavera árabe’, y ocho antes de la sangrienta irrupción de Estado Islámico, el nuevo presidente tenía ante sí tres desafíos fundamentales en lo que respecta a la región más convulsa del planeta: retirar las tropas estadounidenses de Irak y y lograr la estabilización del país, poner fin a la guerra en Afganistán, y contribuir a un proceso de paz real entre palestinos e israelíes. Ocho años después, la retirada de los soldados es una realidad en Irak, pero el país, asolado por el terrorismo yihadista, la división sectaria y la debilidad de su gobierno tras la nefasta gestión estadounidense que siguió a la invasión de 2003, está muy lejos de ser estable; la guerra de Afganistán se cerró más bien en falso (EE UU aún mantiene tropas allí); y el proceso de paz palestino-israelí está completamente muerto.

En el camino, las nuevas realidades de la zona han supuesto un desafío constante, al que la administración estadounidense no ha sabido responder adecuadamente. La tragedia de la guerra en Siria es, tal vez, el principal ejemplo: la política contradictoria y pasiva de Washington ha contribuido a perpetuar el conflicto y ha dado alas a la Rusia de Putin, cuyo apoyo incondicional al régimen de Asad sigue haciendo imposible una salida. Por otro lado, EE UU ha intentado distanciar su discurso de la política israelí, pero no ha presionado lo suficiente como para forzar avances en el proceso de paz, e incluso ha alcanzado niveles récord en la venta de armas a este país. Y en Yemen, donde otra guerra prácticamente olvidada sigue masacrando a la población, Washington mantiene su respaldo a la coalición, liderada por Arabia Saudí, que está lanzando las bombas.

Según explica a 20minutos.es Ignacio Álvarez-Osorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y coordinador de Oriente Medio y el Magreb en la Fundación Alternativas, «la inacción, el distanciamiento y la parálisis» que han caracterizado la política «fallida, errática e improvisada» de Obama en Oriente Medio han dejado una región «bastante peor de lo que estaba hace ocho años», incluyendo la expansión de Estado Islámico, frente al que EE UU no ha sido capaz de oponer una estrategia verdaderamente eficaz. Aún reconociendo el condicionante de la herencia de Bush, Álvarez-Ossorio no duda en hablar de «gran decepción», tras un principio que parecía esperanzador, «gracias al discurso en El Cairo, o al hecho de que se dejase caer a Mubarak en Egipto».

Sin embargo, teniendo en cuenta las duras críticas recibidas por Bush a causa de su intervencionismo en la región, ¿qué opciones reales tenía Obama? «Podía haber explorado más otras alternativas, basadas en una diplomacia más coherente y en el multilateralismo, en buscar otros actores», explica Álvarez-Osorio. «El intervencionismo militar no es la única opción, pero es difícil ganar credibilidad cuando tus principales aliados siguen siendo países autocráticos, o cuando el distanciamiento de gobiernos como el saudí o el israelí es tan tibio».

El mayor logro conseguido por la administración de Obama en Oriente Medio es, sin duda, la consecución del acuerdo con Irán, un acuerdo que permitió controlar la escalada nuclear en este país y levantar las sanciones impuestas a Teherán; que, en cualquier caso, no es atribuible en exclusiva a la diplomacia estadounidense, y que está pendiente ahora de lo que pueda hacer con él el nuevo presidente Trump.

Cuba y Corea del Norte

Junto con el acuerdo nuclear con Irán, el otro gran momento del mandato de Obama en política exterior ha sido la normalización de las relaciones con Cuba, un proceso cuya primera fase culminó en el histórico apretón de manos en La Habana entre el presidente estadounidense y el cubano, Raúl Castro, en marzo de 2016. Era la primera vez en 88 años que un mandatario de EE UU visitaba la isla, un gesto comparable, en significación histórica, a la visita que Obama hizo también a Hiroshima, la primera de un presidente estadounidense a la ciudad japonesa arrasada por la primera bomba atómica hace 50 años.

No obstante, tampoco aquí el éxito es atribuible tan solo a Obama. La situación de cierto aperturismo en la isla tras la retirada de Fidel Castro del poder, y el final de los años duros de George W. Bush fueron factores fundamentales. Y no hay que olvidar que, al igual que en lo referente a Irán, el nuevo presidente, Trump, tendrá la autoridad ejecutiva de revertir las propuestas diplomáticas de Obama para con la isla, incluyendo la relajación de las sanciones y las restricciones de viaje. Trump, de momento, mantiene abiertas «todas las opciones».

Con otro de los tradicionales antagonistas de EE UU, Corea del Norte, las cosas no han ido tan bien, aunque, en este caso, ha sido la postura aislacionista y beligerante del régimen dictatorial de Pionyang la que no ha contribuido, precisamente, a allanar el camino. La tensión nuclear, las provocaciones a los vecinos y los ensayos armamentísticos han seguido incrementándose, y los conatos de diálogo parecen haber pasado a mejor vida.

Europa y Rusia

«Cuando Obama fue elegido en 2008 se generó una gran expectación en Europa», comenta a 20minutos.es Carlota García Encina, investigadora del Real Instituto Elcano y profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid: «Parecía, sobre todo en comparación con los años de Bush, que se iniciaba una nueva relación transatlántica, pero la generación de Obama no se siente tan ligada al Viejo Continente como las anteriores y, aunque en un primer momento el trato fue cordial, EE UU empezó a mirar cada vez más a Asia y a los países emergentes, y a dejar claro su deseo de que los países europeos se fuesen haciendo cargo de su propia defensa», añade.

Esta cierta distancia, no obstante, ha ido evolucionando a lo largo de todo el mandato, especialmente ante la magnitud de problemas globales como el terrorismo o la llegada masiva de refugiados, o debido a situaciones de crisis como la guerra en Ucrania. García Encina señala, en este sentido, que «Obama fue cada vez más consciente de que necesitaba una Europa fuerte, de que no existe una alternativa, y de que estadounidenses y europeos son quienes siguen haciéndose cargo de la mayoría de los problemas del mundo». «Por eso», agrega, «Obama ha venido insistiendo, sobre todo al final de su presidencia, en la necesidad de ‘más Europa’ [cuando apoyó la opción contraria al brexit, por ejemplo], y de una Europa más activa que reactiva».

La relación con el otro lado del Atlántico, sin embargo, ha estado marcada por la creciente tensión, cuando no enemistad directa, con la Rusia de Putin. Como recuerda García Encina, los planes de Obama para mejorar las relaciones con Moscú (ese «volver a empezar» que se propuso al inicio de su segundo mandato) se vieron truncados por la guerra en Ucrania y la anexión rusa de Crimea en 2014, y, especialmente, por el apoyo del Kremlin al régimen sirio de Bashar al Asad. Tras las acusaciones a Moscú de haber intervenido en la campaña electoral estadounidense, y a pesar del ‘idilio’ político entre Vladimir Putin y Donald Trump, restablecer una mínima normalidad entre ambas potencias no va a ser tarea fácil.

Tratados comerciales

Antes de ser elegido presidente, Obama, quien llegó a ser acusado de «proteccionista encubierto» por su primer rival electoral, el republicano John McCain, se había mostrado partidario, en general, del libre comercio mundial, si bien matizando que «no todos los acuerdos son buenos». Al término de su mandato, el balance en este sentido es más bien pobre, con solo tres acuerdos implementados exitosamente (Panamá, Colombia y Corea del Sur), algo no necesariamente negativo para los detractores de este tipo de tratados, tanto desde la derecha más proteccionista («roban trabajo a los locales y favorecen a las empresas extranjeras»), como desde el activismo izquierdista («contribuyen a aumentar el poder de las grandes corporaciones frente a los gobiernos, y minan los derechos sociales y laborales»).

Los dos grandes objetivos de su administración fueron el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). El TPP, firmado en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40% de la economía mundial, todavía no ha sido ratificado y, teniendo en cuenta que Trump ha anunciado la retirada estadounidense del mismo, su futuro es, siendo optimistas, incierto. Mientras, el TTIP, la controvertida propuesta de libre comercio entre EE UU y la UE, sigue negociándose, pero está siendo abandonada por cada vez más políticos a ambos lados del Atlántico. «A diferencia de lo que ocurre en Europa», indica García Encina, «el TTIP no está en el debate público en EE UU; es un asunto de Washington».

EL LEGADO DE OBAMA EN CASA

Economía

Obama llegó al poder en mitad de una crisis económica descomunal, cuyos efectos aún siguen sufriéndose en medio mundo. Con más de 9 millones de parados, el desempleo afectaba al 6,7% de la población activa; la deuda pública superaba los 10.600 millones de dólares; la industria financiera estaba a un paso del colapso, y 700.000 millones de dólares eran dedicados a gasto militar. Grandes empresas habían quebrado, la confianza de los inversores era prácticamente inexistente, había decrecido alarmantemente la capacidad adquisitiva y, por tanto, el consumo; la industria automovilística (uno de los motores del país) estaba en coma, y el déficit presupuestario alcanzaba un registro histórico de 483.000 millones de dólares, sin contar con los 700.000 millones del erario público destinados a rescatar, principalmente, a los bancos y entidades financieras a la vez causantes y víctimas de buena parte de la crisis.

Al inicio de su primer mandato, Obama impulsó un importante paquete de estímulo económico y una serie de reformas legales y financieras que, poco a poco, han ido dando frutos. Su gobierno supervisó la salvación de General Motors, implementó un Programa de Viviendas Asequibles que evitó que millones de propietarios perdieran sus casas al permitirles refinanciar sus hipotecas, y negoció un acuerdo que anuló muchos de los recortes de impuestos aprobados en la era de George W. Bush, a cambio de congelar el gasto general, e incluyendo importantes medidas fiscales como la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009.

Ocho años después, el desempleo ha caído al 4,6%, el nivel más bajo desde 2007, y la creación de puestos de trabajo sigue estable, con 178.000 nuevos empleos registrados el pasado mes de noviembre. Además, y pese a que Obama no ha conseguido avances en su empeño por aumentar el salario mínimo federal (el Congreso, dominado por los republicanos, se ha opuesto sistemáticamente), o a que el poder adquisitivo sigue sin alcanzar los niveles esperados (el ingreso de los hogares en 2015 seguía siendo inferior al de 2007), los sueldos, en general, han empezado a recuperarse (aunque sigue existiendo desigualdad entre hombres y mujeres), y el mercado de valores está alcanzando nuevos máximos.

Según un informe del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, el crecimiento de los salarios reales ha sido en estos últimos años el más rápido desde principios de la década de los setenta, y en el tercer trimestre de 2016, la economía estadounidense creció un 11,5% por encima del máximo registrado antes de la crisis, con la renta per capita situada un 4% sobre los niveles anteriores a 2009.

Sanidad

La reforma del sistema sanitario estadounidense fue, desde un principio, la gran apuesta de Barack Obama, y también el principal blanco de los ataques al presidente provenientes de los sectores más conservadores. Su implementación, aunque fuese rebajando en parte sus ambiciosos planes iniciales, ha sido, según él mismo, su gran legado. Su futuro, considerando que Trump ha prometido hincarle el diente («suspenderla» y «aprobar una propuesta mejor») nada más asumir la presidencia, está en el aire.

Básicamente, el llamado Obamacare, el paquete de reformas sanitarias aprobado en 2010, tiene como objetivo permitir un mayor acceso de los ciudadanos al sistema de salud, en un país donde no existe una sanidad pública como tal. Los estadounidenses pueden ahora comprar seguros médicos federalmente regulados y subsidiados por el Estado, lo que ha permitido que el porcentaje de personas sin protección se haya reducido del 15,7% (un total de 30 millones) en 2011 al 9,1% en 2015.

La ley, por ejemplo, prohíbe a las compañías de seguros tener en cuenta condiciones preexistentes, y les exige otorgar cobertura a todos los solicitantes, ofreciéndoles las mismas tarifas sin importar su estado de salud o su sexo. Además, aumenta las subvenciones y la cobertura de Medicaid, el programa de seguros de salud del Gobierno.

La reforma, sin embargo, ha tenido que convivir con serios problemas, incluyendo el hecho de que varios estados gobernados por republicanos se han negado a aplicar su parte, o graves dificultades informáticas que fueron ampliamente divulgadas por la prensa y utilizadas por la oposición, disparando las críticas de sus detractores.

Inmigración

La reforma migratoria fue, junto con la sanitaria, la otra gran promesa de Obama durante la campaña electoral que le llevó a la Casa Blanca en 2008, pero sus esfuerzos por que el Congreso la sacase adelante cayeron una y otra vez en saco roto. Finalmente, nada más ser reelegido, el presidente anunció que no estaba dispuesto a seguir esperando, y que aprobaría una serie de medidas por decreto (acción ejecutiva). Lo hizo, finalmente, y entre las airadas críticas de los republicanos, en 2014.

Esta ‘minireforma’ no afectaba a aspectos como la ciudadanía o la residencia permanente (Obama no podía llegar tan lejos, con la ley en la mano), pero sí permitía regularizar la situación de cerca de la mitad de los inmigrantes indocumentados que residen en el país (unos cinco millones, de un total de 11 millones de ‘sin papeles’). En concreto, la reforma afectaba a aquellos que tienen hijos que son ciudadanos estadounidenses o residentes permanentes, y que pueden demostrar que llevan en el país desde antes del 1 de enero de 2010 y carecen de antecedentes criminales. La ley está ahora suspendida por una larga batalla legal en la que se ha cuestionado su constitucionalidad.

Por otro lado, la dura y xenófoba retórica anti-inmigración del presidente electo, Donald Trump, ha hecho olvidar a menudo que la administración de Obama ostenta el récord de deportaciones de EE UU hasta la fecha, con una media de 400.000 al año. Según datos del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), el gobierno de Obama deportó a cerca de 2,5 millones de inmigrantes entre 2009 y 2015. El mayor número de deportaciones se produjo en 2012, cuando fueron expulsadas 410.000 personas, alrededor del doble que en 2003. Un informe de 2013 del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE UU señalaba que alrededor de 369.000 inmigrantes irregulares fueron deportados durante ese año. La mayoría de los deportados, 241.493, eran mexicanos.

Crimen y armas

Las afirmaciones de Donald Trump según las cuales la criminalidad en EE UU está «peor que nunca» son falsas. Es cierto que en algunas grandes ciudades ha crecido la tasa de homicidios, pero, en general, los índices de delincuencia han bajado de forma constante durante los ocho años de gobierno de Barack Obama, uno de cuyos grandes objetivos (no cumplido del todo) ha sido la reforma del sistema de justicia penal y, en especial, intentar acabar con la discriminación racial que conlleva actualmente.

Como destaca la BBC en un repaso al legado de Obama en este aspecto crucial de la política doméstica, en 2010 el presidente firmó la llamada Acta de Sentencias, con la que se equiparararon las penas por posesión de crack y de cocaína en polvo. Hasta entonces, los castigos para los condenados por lo primero, la mayoría ciudadanos afroamericanoss, eran muy severas. En ese mismo año, Obama firmó otra ley que establece que el tiempo mínimo de prisión obligatoria por posesión de cocaína, que suele implicar desproporcionadamente a delincuentes de raza negra, sea más acorde con las penas de cocaína en polvo.

En enero de 2016, por otra parte, Obama tomó una serie de medidas ejecutivas destinadas a limitar el uso del aislamiento en las cárceles federales y proporcionar un mejor trato a los reclusos con enfermedades mentales. También ha utilizado su poder presidencial para conmutar las penas por drogas a más de 1.000 infractores no violentos, y ha apoyado una política del Departamento de Justicia que dio lugar a la liberación anticipada de unos 6.000 reclusos.

Su gran frustración, no obstante, ha sido no poder lograr un mayor control sobre la posesión de armas de fuego. Tras la matanza de la escuela primaria de Sandy Hook en Connecticut, el 14 de diciembre de 2012, Obama pidió mayores restricciones, algo en lo que ha insistido desde entonces, públicamente, varias veces. Sin embargo, debido al poder de presión de lobbies como la Asociación Nacional del Rifle, y a la oposición del ala más conservadora del Congreso, al final no ha podido promulgar nuevas políticas importantes al respecto.

Guantánamo

Antes de ser elegido por primera vez, Obama prometió que cerraría la base estadounidense de Guantánamo, en Cuba, lo antes posible. De hecho, en la primera semana tras su toma de posesión (el segundo día, para ser exactos), el nuevo presidente firmó un decreto que contemplaba la clausura definitiva, «en menos de un año», de esta prisión militar, un complejo penitenciario fuera de la ley por el que habían pasado entonces casi 800 hombres, considerados por EE UU «combatientes enemigos ilegales»; la mayoría de ellos, acusados de pertenecer a los talibanes o a Al Qaeda, algunos sometidos a torturas, y ninguno con el derecho reconocido a un juicio previo o a la representación de un abogado. Ocho años después, y aunque con menos prisioneros (45 en la actualidad, frente a los 242 reos que había en 2009), el gran símbolo de la ‘guerra contra el terror’ de George W. Bush sigue abierto.

A lo largo de estos ocho años, Obama ha intentado en numerosas ocasiones hacer efectivo el cierre de la prisión, pero se ha encontrado una y otra vez con el rechazo y las restricciones del Congreso, reacio, principalmente, al traslado a suelo estadounidense de prisioneros que supondría la clausura de la base. En respuesta, la administración de Obama ha ido llevando a cabo un plan de transferencia de prisioneros a otros países, pero no ha sido suficiente.

Medio ambiente y cambio climático

Obama llegó a la Casa Blanca con una agenda medioambiental muy clara y es justo reconocer que ha tratado de cumplirla. El presidente ha intentado impulsar las energías renovables, promoviendo la construcción de más plantas solares y tomando medidas para modernizar la industria y hacerla menos dependiente del carbón. También prohibió perforaciones petroleras en el Atlántico y el Ártico, y participó activamente en el debate internacional sobre el calentamiento global, contribuyendo de forma determinante a la negociación del gran acuerdo para combatir el cambio climático que 195 países firmaron durante el COP21 en París, en diciembre de 2015.

Este acuerdo, ratificado por EE UU (y amenazado ahora por la postura en contra de Trump), estableció una serie de nuevas regulaciones que controlan la contaminación de las centrales eléctricas de carbón y limitan la minería del carbón y la perforación de petróleo y gas, tanto en tierras continentales como en aguas costeras.

Además, el presidente estadounidense hizo uso de su autoridad ejecutiva para designar un total de 548 millones de acres (más de 2,2 millones de Km²) de territorio como hábitat protegido, más que cualquier presidente anterior.

Obama, sin embargo, dejó pasar también oportunidades importantes. A principios de su mandato, cuando los demócratas tenían aún mayoría, el Congreso llegó a aprobar un estricto programa para controlar las emisiones de carbono. El Senado, sin embargo, dio prioridad a las reformas financiera y sanitaria, y, para cuando la ley volvió al Congreso, los demócratas estaban ya en minoría.


Publicado originalmente en 20minutos

El agridulce legado de Barack Obama, un cambio a medias

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El centro de detención de EE UU en Guantánamo, Cuba, en una imagen tomada el 9 de junio de 2010. Foto: Michael R. Holzworth / US Air Force

Entre los 60 millones de personas que siguieron en directo el pasado lunes el tercer y último debate entre los candidatos a la presidencia de EE UU se encontraban varias decenas de presos de Guantánamo. Algunos de los detenidos en la base, considerados menos peligrosos o menos problemáticos, tienen permitido vivir en celdas comunitarias con acceso a televisión vía satélite. En dos de estas celdas los presos vieron el debate en la pantalla; en otra, lo siguieron por la radio. Probablemente, acabaron decepcionados. A pesar de que el cara a cara electoral estaba dedicado a política internacional, ni el actual presidente, Barack Obama, ni su rival, el candidato republicano, Mitt Romney, hicieron mención alguna a su situación o al destino de la prisión ilegal donde están recluidos. Se habló de Al Qaeda, de terrorismo, de seguridad… Pero, al igual que en los dos debates anteriores, ni una palabra sobre Guantánamo.

Hace cuatro años, el centro de detención de Guantánamo, en Cuba, era uno de los temas estrella en la campaña electoral. En un intento por pasar página sobre uno de los asuntos más polémicos del mandato de George W. Bush, tanto Obama como el republicano John McCain se comprometieron a cerrar la prisión si ganaban, y a poner fin al escándalo de mantener una cárcel donde centenares de capturados en la llamada «guerra global contra el terror» permanecían retenidos y desprovistos de los derechos constitucionales más básicos. Una cárcel que, además, cuesta una fortuna a los contribuyentes estadounidenses (es la más cara del mundo), en plena época de austeridad económica. Cuatro años después el centro sigue funcionando, 166 presos continúan encerrados entre sus alambradas y el debate sobre su futuro brilla por su ausencia.

Para Obama Guantánamo es un tema incómodo. Su deseo de cerrarla chocó de frente con el problema de trasladar a los detenidos a suelo estadounidense y con el veto republicano en el Congreso, pero no por ello deja de ser una promesa inclumplida. Y Romney, por su parte, no tiene mucho que decir: Guantánamo le parece bien como está.

No obstante, el relativo velo de silencio que parece cubrir a la que un día fuera la prisión ilegal más famosa del mundo se rasga de vez en cuando. Aunque con cuentagotas, noticias puntuales han vuelto a situar recientemente a Guantánamo en los titulares (la muerte de un preso, la salida de otro, una declaración en un juicio). Y un toque de atención importante podría venir ahora de la mano de Wikileaks.

La organización que lidera Julian Assange comenzó a a difundir esta semana un centenar de documentos del Departamento de Defensa de EE UU que recogen instrucciones para tratar a los sospechosos bajo custodia de las autoridades militares estadounidenses. Entre ellos hay manuales para las cárceles en Irak (incluida la tristemente famosa prisión de Abu Grhaib), y también para Guantánamo. Los detalles se irán conociendo en los próximos días, pero, de momento, Assange ya ha adelantado que los documentos tienen «una importancia histórica», porque «Guantánamo se ha convertido en el símbolo del abuso sistemático de los derechos humanos».

Estas son, cerca ya de once años después de su puesta en funcionamiento, las claves de la situación actual del centro de detención, en 10 preguntas y respuestas.

1. ¿Qué es el centro de detención de Guantánamo?

Una prisión de alta seguridad situada en una base naval que EE UU tiene en la bahía de Guantánamo, en Cuba. Desde 2002, las autoridades estadounidenses la han usado como centro de detención para acusados de terrorismo, muchos de ellos capturados en Afganistán durante la invasión de este país que siguió a los atentados del 11-S en EE UU.

Guantánamo es una parte del sistema de centros de detención que mantiene EE UU en el exterior, y que incluye cárceles en Irak y Afganistán. Decenas de detenidos han sido llevados hasta esta prisión desde otros centros de detención secretos de la CIA.

2. ¿Cuántos detenidos siguen allí y en qué condición legal?

El pasado 11 de enero se cumplieron 10 años del traslado de los primeros detenidos a Guantánamo. A finales de octubre de 2012 quedan en la base 166. Proceden de más de una veintena de países, aunque actualmente la mayor parte son yemeníes. Según las autoridades estadounidenses, en Guantánamo han llegado a estar recluidas hasta 779 personas. Casi todos, sin cargos ni juicio. Técnicamente, EE UU los considera «combatientes enemigos ilegales» (la mayoría están acusados de pertenecer a los talibanes o a Al Qaeda), y no prisioneros de guerra, por lo que entiende que no tiene por qué aplicarles la Convención de Ginebra y, por tanto, que puede retenerlos indefinidamente sin juicio y sin derecho a la representación de un abogado. No obstante, Washington ha admitido que, salvo los miembros de Al Qaeda, el resto de los prisioneros sí estarían amparados por las convenciones internacionales. Expertos y juristas hablan de «vacío legal».

Todos los detenidos (de más de 40 nacionalidades) que han pasado por Guantánamo o siguen allí son hombres y de religión musulmana. Una docena eran menores de edad cuando ingresaron. Al menos nueve han muerto en la cárcel, seis de ellos, suicidándose. Actualmente los prisioneros están encerrados en una prisión que es una réplica de una cárcel de máxima seguridad de EE UU. Los responsables del centro aseguran que el trato es «humano y justo».

3. ¿Qué prometió Obama y por qué no lo ha cumplido?

Durante su campaña de 2008 para la presidencia, Barack Obama se comprometió a cerrar la prisión de Guantánamo y a derogar los tribunales militares para juzgar a presuntos terroristas. El día después de tomar posesión de su cargo, ya en 2009, el nuevo presidente ilegalizó las técnicas de tortura en los interrogatorios y firmó un decreto por el que ordenaba el cierre del centro de detención en el plazo de un año.

Un problema fundamental, sin embargo, ha hecho que esta orden haya caído en saco roto: El traslado de los detenidos a suelo estadounidense para ser juzgados o para ingresar en otra prisión. Los republicanos, con mayoría hasta ahora en el Congreso, se oponen frontalmente aduciendo que sería una amenaza para la seguridad nacional, y en dos ocasiones, en 2009 y 2010, el Congreso vetó el uso de fondos públicos (80 millones de dólares) para el traslado de los presos de Guantánamo a cualquier otro territorio del país.

El argumento republicano es que, en el supuesto de que algun juicio se declare nulo por, por ejemplo, el uso de torturas durante los interrogatorios, sospechosos de terrorismo podrían quedar en libertad dentro de las fronteras del país. El caso clave es el de Ahmed Ghailiani, el único detenido de Guantánamo que ha sido sometido a un juicio civil, y que fue absuelto en Nueva York de 284 de los 285 cargos presentados contra él, incluendo el delito de terrorismo (posteriormente fue condenado por los atentados contra las embajadas en Kenia y Tanzania). Su juicio paralizó cualquier otro intento de procesar a detenidos de Guantánamo en territorio de EE UU.

4. ¿Qué pasa con el traslado de los presos a otros países?

Sería una forma de acabar con la prisión, ya que todos los detenidos son extranjeros. Más de medio millar han sido transferidos de Guantánamo a otros países desde 2002. En concreto, a Afganistán, Albania, Alemania, Arabia Saudí, Argelia, Australia, Bahréin, Bangladesh, Bélgica, Bosnia-Herzegovina, Dinamarca, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, España, Francia, Irán, Irak, Jordania, Kazajistán, Kuwait, Libia, Maldivas, Marruecos, Mauritania, Pakistán, Catar, Reino Unido, Rusia, Somalia, Sudán, Suecia, Tayikistán, Túnez, Turquía, Uganda y Yemen. No obstante, otros países se niegan acoger a sus propios nacionales detenidos, y algunos ponen condiciones que Washington considera inviables. El pasado mes de septiembre, el Departamento de Justicia anunció que otros 55 presos del centro podían ser transferidos a terceros países.

5. ¿Ha descartado Obama el cierre?

No. A lo largo de la legislatura, la Casa Blanca ha insistido en que permanece comprometida con «el difícil desafío de cerrar Guantánamo». Preguntado al respecto en un programa de televisión, hace un par de semanas, Obama declaró que «todavía quiero cerrar Guantánamo». El presidente reconoció que «no hemos sido capaces de sacar ese tema adelante en el Congreso» y agregó que «necesitamos poner en pie toda una nueva arquitectura legal y para ello hace falta la ayuda del Capitolio».

6. ¿Cuál es la postura de Mitt Romney?

El candidato republicano aboga por mantener operativo el centro de detención. En 2007 dijo: «Me alegro de que [los detenidos] estén en Guantánamo. No los quiero en nuestro suelo. Los quiero en Guantánamo, donde no tienen acceso a los abogados a los que sí tendrían acceso en nuestro suelo. No los quiero en nuestras cárceles, los quiero allí. Algunos dicen que debríamos cerrar Guantánamo. Mi opinión es que deberíamos multiplicar Guantánamo por dos».

7. ¿Qué ocurre con los juicios?

En enero de 2010 el Departamento de Justicia decidió que 50 de los entonces 196 detenidos en Guantánamo debían permanecer en la prisión indefinidamente, sin un juicio. En marzo de 2011, Obama dio marcha atrás y  ordenó la reanudación de las comisiones militares en Guantánamo para los detenidos relacionados con los atentados del 11-S:uno de los cerebros del ataque (Jalid Shaij Mohamed), y cuatro de sus presuntos cómplices.

Hasta ahora, seis detenidos han sido condenados por una comisión militar, cuatro de ellos tras declararse culpables en virtud de un acuerdo de admisión de culpabilidad. Cuatro cumplen pena de Guantánamo y dos han sido repatriados. El Gobierno estadounidense tiene intención de pedir la pena de muerte para seis detenidos que han sido acusados para ser juzgados por una comisión militar. Según denuncia Amnistía Internacional, los seis fueron objeto de desaparición forzada bajo custodia secreta de la CIA con anterioridad a su traslado a Guantánamo, y todos ellos sufrieron tortura u otros tratos crueles, inhumanos y degradantes así como reclusión en régimen de incomunicación durante periodos de hasta cuatro años.

Entre junio de 2008 y finales de noviembre de 2011, la corte federal de primera instancia dictó 47 resoluciones sobre el fondo de peticiones de habeas corpus (obligación de presentar a todo detenido en un plazo concreto ante el juez, que puede ordenar su libertad inmediata si no encontrara motivo suficiente de arresto). En 22 casos, relacionados con 38 individuos, el juez resolvió que la detención era ilegítima. En 25 casos, el tribunal decidió que la detención era legítima en el marco de la «guerra contra el terror» de Estados Unidos. La Corte de Apelaciónde Washington DC ha emitido 16 resoluciones en apelación: en 12 de ellas falló en contra del detenido, y en las otras vcuatro devolvió el caso a la corte federal de primera instancia para que emprendiera nuevas actuaciones.

8. ¿Qué ha revelado ya Wikileaks y qué está revelando ahora?

En abril de 2011, WikiLeaks difundió  759 documentos secretos del Pentágono que revelaban que el Gobierno de EE UU utilizó la prisión de Guantánamo de forma ilegal para obtener información de sus reclusos, muchos de ellos claramente inocentes. De acuerdo a los documentos oficiales filtrados, en la prisión de Guatánamo, Estados Unidos «creó un sistema policial y penal sin garantías en el que solo importaban dos cuestiones: cuánta información se obtendría de los presos, aunque fueran inocentes, y si podían ser peligrosos en el futuro».

A lo largo de 4.759 folios, firmados por los mandos de la base y enviados al Comando Sur del Departamento de Defensa de Miami, se daba cuenta de que sólo el 22% de los detenidos eran de alto interés para los servicios de inteligencia estadounidenses por la información que desvelaban en los interrogatorios, en muchos de los casos por delación, por lo que la mayoría fueron devueltos a sus países de origen o llevados a terceros países. Un total de 485 de ellos estuvieron recluidos al menos cuatro años.

El pasado jueves, Wikileaks comenzó a publicar un centenar de documentos del Departamento de Defensa de EE UU que recogen directrices y procedimientos para tratar los sospechosos bajo custodia de las autoridades militares estadounidenses en las cárceles en Irak y en Guantánamo. Entre los primeros publicados se encuentra un manual de procedimiento militar para el Campamento Delta de la base situada en Cuba, difundido entre el personal civil y militar en noviembre de 2002. En él se establecen las normas administrativas, el reglamento de confinamiento y el código de conducta de los funcionarios.

Varios de estos nuevos documentos están relacionados con interrogatorios a detenidos realizados en el pasado. Wikileaks asegura que, pese a que en ellos se especifica que la violencia física directa estaba prohibida, los documentos también revelan que «una política sistemática de aterrorizar a los detenidos durante los interrogatorios, combinada con una política de destruir las grabaciones de los mismos, dio como resultado abusos e impunidad».

9. ¿Qué pasó con el español detenido?

Hamed Abderraman Ahmed, el único ciudadano español que estuvo retenido en Guantánamo (permaneció en la base desde febrero de 2002 hasta febrero de 2004, cuando fue extraditado a España), fue condenado en 2005 a seis años de prisión en España por integración en organización terrorista. En julio de 2006 fue puesto en libertad tras ser absuelto por el Tribunal Supremo. Vive en Ceuta.

10. Diez datos sobre Guantánamo

  1. La base fue instalada en Cuba por EE UU a principios del siglo XX gracias a un acuerdo entre los dos países, acuerdo que Cuba rechaza alegando que fue firmado bajo presión.Los estadounidenses tomaron posesión del enclave el 10 de junio de 1898, durante la guerra de la independencia de Cuba contra España. Washington envía cada año un cheque a La Habana (que el Gobierno cubano rechaza) por valor de 4.085 dólares, en concepto de «alquiler».
  2. En la década de los sesenta la base de Guantánamo se convirtió en una de las zonas con mayor cantidad de explosivos del mundo. Se calcula que los militares estadounidenses y cubanos instalaron cerca de 70.000 minas antipersona y antitanques en las cerca de 24 millas que la rodean. EE UU eliminó los campos minados a mediados de 1999, con la desactivación de unas 55.000 minas. Cuba mantiene que no las retirará hasta que los estadounidenses abandonen la base.
  3. Situada junto a la bahía de Guantánamo, a 920 kilómetros al sureste de La Habana, la base tiene 117,6 kilómetros cuadrados, de los que sólo 49,4 son de tierra firme, y una línea costera de 17,5 kilómetros. Está cercada por una alambrada electrificada de tres metros de altura. Fue acondicionada como centro de detención tras la invasión de Afganistán, a finales de 2001.
  4. El 17 de septiembre de 2001, tras los atentados del 11-S, George W. Bush firmó un memorando en el que autorizaba a la CIA a instalar centros de detención fuera del territorio de EE UU. En noviembre de ese mismo año, Bush firmó una orden ejecutiva en materia militar sobre «Detención, tratamiento y enjuiciamiento de ciertos extranjeros en la guerra contra el terrorismo», por la que autorizaba al Pentágono a mantener a ciudadanos no estadounidenses bajo custodia indefinida sin cargos. Los 20 primeros prisioneros llegaron a Guantánamo el 11 de enero de 2002.
  5. Durante los primeros años de funcionamiento de la prisión, informes de Naciones Unidas señalaron que existían evidencias de que algunos detenidos habían sido torturados, y denunciaron alimentaciones forzosas a prisioneros en huelga de hambre e interrogatorios llevados a cabo tras confinamientos solitarios prolongados o en condiciones extremas de temperatura, luz y ruido. Otros tratos vejatorios han sido denunciados por organizaciones como Amnistía Internacional.
  6. La primera decisión judicial sobre la situación legal de Guantánamo la tomó el 31 de julio de 2002 la juez federal de Columbia Colleen Kollar-Kotelly, quien determinó que el sistema legal estadounidense carecía de jurisdicción sobre personas retenidas en Guantánamo. Este fallo fue ratificado en marzo de 2003 por el juez federal Raymond Randolph.
  7. En junio de 2009, la Unión Europea acordó con EE UU un mecanismo para permitir a los estados miembros acoger a algunos de los detenidos. Washington pidió inicialmente a España que acogiera a cuatro presos, cifra que llegó a elevarse a cinco, pero de éstos sólo tres llegaron Madrid, en el año 2010: un palestino un yemení y un afgano.
  8. La base naval alberga a un total de 2.100 soldados. De ellos, alrededor de 1.500 trabajan en la prisión.
  9. El complejo es autosuficiente. Cuenta con un centro comercial, bares, restaurantes, estación de bomberos, salas de cine, hospitales y colegios entre otros servicios.
  10. El presupuesto anual aprobado por Washington para el centro de detención es de 137 millones de dólares (unos 100 millones de euros). La manutención anual de cada preso le cuesta a los contribuyentes estadounidenses 800.000 dólares (más de 610.000 euros) al año.

Publicado originalmente en 20minutos

Guantánamo: corramos un tupido velo

Entre los 60 millones de personas que siguieron en directo el pasado lunes el tercer y último debate entre los candidatos a la presidencia de EE UU se encontraban varias decenas de presos de Guantánamo. Algunos de los detenidos en la base, considerados menos peligrosos o menos problemáticos, tienen permitido vivir en celdas comunitarias con acceso a televisión vía satélite. En dos de estas celdas los presos vieron el debate en la pantalla; en otra, lo siguieron por la radio. […]

Detenidos en la base estadounidense de Guantánamo, en Cuba, el 11 de enero de 2002. Foto: T. McCoy / US Navy

Guantánamo, al descubierto. Más de 700 informes secretos desvelados por WikiLeaks destapan las vejaciones cometidas en la prisión militar estadounidense. Los documentos revelan que el principal propósito era «explotar» toda la información de los reclusos a pesar de la reconocida inocencia de muchos de ellos. El 60% fueron conducidos a la base sin ser una amenaza «probable». Decenas de enfermos mentales sufrieron varios años en el penal.

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Bienvenida con cautela de los palestinos al acuerdo entre Al Fatah y Hamás. Las celebraciones en Gaza fueron dispersadas a golpe de porra por la policía, mientras que en Ramala (Cisjordania), la gente parecía estar más preocupada por la Liga de Campeones. Conal Urquhart informa sobre las reacciones al acuerdo alcanzado en El Cairo por los dos grupos políticos que gobiernan Palestina (Hamas en Gaza, Al Fatah en Cisjordania).

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