Restos del arco de entrada al Templo de Bel, en Palmira (Siria), en marzo de 2016. Las ruinas del templo fueron destruidas por Estado Islámico en agosto de 2015. Foto: Jawad Shaar / Tasnim News Agency / Wikimedia Commons
El hundimiento de los regímenes políticos en el Próximo y Medio Oriente, tras la Guerra de Irak (2001–2003) y la Guerra de Siria después del fracaso de la primavera árabe en 2011, propició el surgimiento de movimientos políticos fuertemente ideologizados con una concepción religiosa radical como Estado Islámico (EI) o Daesh.
En los territorios que permanecieron bajo su control se llevaron a cabo una serie de acciones presentadas como la aplicación estricta de los principios islámicos, pero que, de hecho, suponían ataques contra la concepción occidental de la sociedad, como la destrucción de la biblioteca de Mosul y el saqueo de museos y yacimientos arqueológicos como Nimrud, Hatra, Dur Sharrukin (Khorsabad), incluyendo el palacio de Senaquerib, y especialmente el conjunto arqueológico de la ciudad de Palmira, considerada Patrimonio de la Humanidad (World Heritage Site) por la UNESCO desde 1980, donde fueron destruidos los templos de Bel y Baalshamin, el León de A–lat, el Arco monumental, la Torre de Elahbel y diversas secciones del castillo.
No se trata únicamente de una reafirmación ideológica, sino de la transmisión de un mensaje al mundo occidental que entiende los monumentos histórico-arqueológicos como elementos esenciales de un pasado cultural e ideológico común de la Humanidad. Esta moderna iconoclastia constituye un acto político y propagandístico, que llegó incluso a la decapitación pública del conservador del centro arqueológico, Khaled al–Asaad, acusado de apostasía e idolatría.
Las destrucciones realizadas por Estado islámico desde 2004 no constituyen una excepción, al sumarse, entre otros, al saqueo de los museos egipcios durante las revueltas políticas entre 2011 y 2013, o la voladura por los talibanes de los budas de Bamiyan, también patrimonio de la UNESCO, en 2001.
Borrar el pasado, herramienta de control
El trasfondo ideológico para dichas destrucciones no es únicamente la defensa del monoteísmo, sino una versión moderna de la Damnatio memoriae (condena y eliminación de la memoria) romana, un intento de borrar la existencia de una determinada estructura social y cultural en un territorio como sistema para negar el derecho a la existencia representado por los elementos icónicos de su pasado.
Destruir el pasado significa negar el presente y, especialmente, el futuro. Infamar los vestigios del pasado es también una herramienta político–social destinada a reafirmar la posesión de un territorio mediante la desaparición de los elementos tangibles de su historia. Es una forma de desarraigo.
La iconoclastia incluye, no obstante, problemáticas diferentes. En otros casos, la destrucción de los símbolos del pasado puede simbolizar una revisión de la propia historia, entendiendo que los cambios sociales contemporáneos deben aplicarse también a la construcción del discurso narrativo del pasado. Es el caso de las estatuas confederadas en Estados Unidos.
Beneficio económico y mercado clandestino
Las destrucciones de yacimientos arqueológicos por parte de Estado Islámico tienen también un claro componente de beneficio económico. El saqueo de los museos de Irak durante la invasión de 2003 propició la entrada en el circuito semiclandestino de antigüedades de un gran número de materiales arqueológicos, en parte perdidos definitivamente dentro de las redes ilegales del mercado negro de obras de arte.
Ese saqueo fue seguido por el intento de forzar una modificación de la legislación iraquí para permitir la exportación legal del patrimonio histórico–arqueológico. Con la justificación de preservar una herencia cultural común, se actualizaron las prácticas coloniales que supusieron la exportación del patrimonio arqueológico de Mesopotamia, el Próximo Oriente y Egipto entre finales del siglo XVIII y el siglo XX. Estas son las principales colecciones de los museos europeos y estadounidenses.
Estos materiales, junto a los procedentes de los territorios subsaharianos, asiáticos y oceánicos, se encuentran en muchos casos en litigio de devolución tras las reclamaciones de los países de procedencia. Los pleitos sólo en una pequeña parte culminan con el retorno de los mismos. Esto hace perdurar la fractura y el despojo del patrimonio en aplicación de principios neocoloniales derivados de una errónea, pero arraigada, idea de superioridad cultural.
Financiación de Daesh
El tráfico de antigüedades ha constituido durante años una de las principales fuentes de financiación de Daesh.Exporta el producto de sus expolios a través de las permeables fronteras de Turquía, Jordania y el Líbano con la complicidad activa y pasiva de las redes de tráfico de obras de arte y las autoridades políticas, responsables de la comercialización y del cierre de las fronteras.
Se trata de un tráfico que ha comportado un volumen tan elevado de exportaciones ilegales, realizado casi sin enmascaramiento, que forzó la resolución 2199 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de 15 de marzo de 2015 por la que se declaraba ilegal el comercio de obras de arte histórico–arqueológicas procedentes de Irak y Siria.
Relieve funerario de Palmira, antes y después de la guerra en Siria. Fotos: Gianfranco Gazzetti / Wikimedia Commons – Hamed Jafarnejad / Tasnim News Agency / Wikimedia Commons
Este intento por combatir el tráfico ilícito no tiene muchas posibilidades de servir, al depender fundamentalmente de la voluntad de dos grupos de gobiernos: aquellos que deben impedir el tránsito de los materiales procedentes del saqueo de museos y yacimientos por su territorio, y los que albergan puertos francos de depósito y «enfriamiento» de los materiales antes de que, una vez «blanqueados», pueden incorporarse al mercado clandestino del arte y, lo que es peor, en muchas ocasiones al comercio legal.
En concreto, la resolución de Naciones Unidas incluía: la condena a la destrucción de enclaves del patrimonio cultural de Irak y Siria, con especial mención a los edificios de carácter religioso; la prohibición de llevar a cabo cualquier tipo de tráfico de antigüedades con organizaciones como ISIL, ANF y Al Qaeda; la reafirmación de la ilegalidad del tráfico de obras de arte procedentes de Irak; y la declaración como ilegal del tráfico de obras de arte procedentes de Siria.
¿Hasta dónde llega el patrimonio?
En todo caso, las iniciativas de la ONU y la UNESCO se han demostrado ineficaces debido a la propia extensión de la idea de lo que es y significa el patrimonio histórico–arqueológico en muchos países, cuyos dirigentes llegan a considerar dicha destrucción como un problema menor dentro de las tensiones políticas, sociales y económicas que les afectan, mucho más profundas y acuciantes que la conservación de las obras de arte.
Posiblemente, entra en juego también una decisión calculada de minimizar la expansión de Estado Islámico dentro de una política de contención de daños que pasa por la colaboración encubierta. Como en cualquier transacción económica, existe la venta como resultado de una creciente demanda, pero no se actúa con la suficiente firmeza frente a las redes de tráfico ni tampoco ante los intermediarios en las transacciones ni los receptores de los materiales, dado que, con excepción de las piezas mejor conocidas y catalogadas, el mercado de materiales arqueológicos y de obras de arte se nutre del desconocimiento de la procedencia y del blanqueo a que son sometidos los objetos expoliados.
Dos décadas de destrucción y expolio
La problemática indicada no dispone de una solución a corto plazo pese a que haga ya más de dos décadas de su inicio. Cabe recordar que todavía en la actualidad, y después de tres cuartos de siglo del final de la Segunda Guerra Mundial, las consecuencias del saqueo de los tesoros artísticos europeos por la Alemania nazi continúan sin resolverse. Eso pese a la ingente labor realizada, incluyendo, en el caso de Francia, la creación y difusión de fondos documentales destinados a la identificación de los propietarios legítimos de obras que forman parte de las colecciones nacionales francesas y, en su caso, proceder a su devolución.
Si el citado es un caso difícil pero asumible dado que muchas de las piezas estaban catalogadas antes de 1939, en el caso de los bienes procedentes del saqueo contemporáneo de yacimientos arqueológicos realizados sin ningún tipo de registro técnico, el problema puede llegar a ser irresoluble.
Glòria Munilla Cabrillana es profesora agregada de Estudios de Artes y Humanidades y directora del Máster Interuniversitario del Mediterráneo Antiguo en la Universitat Oberta de Catalunya.
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 14/7/2021
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Manifestación en Afrin, Siria, en contra de la intervención militar turca, en enero de 2018. Imagen: Voice of America / Wikimedia Commons
«Me amenazó con matar a mi hija, violarme, hacer fotos y distribuirlas a todo el mundo. Me obligó a mirar mientras torturaban cruelmente a mujeres. Era tan horrible que me puse enferma solo de verlo», relata una mujer anónima en un vídeo en el que detalla su captura en Afrin, en el norte de Siria.
Afrin era una región de mayoría kurda donde las mujeres tenían más derechos que en ningún otro lugar de Siria, un país patriarcal sumido en una guerra sangrienta. El matrimonio infantil y la poligamia estaban prohibidos, y la violencia doméstica, penalizada.
Durante buena parte de la guerra en Siria, la ciudad de Afrin se mantuvo segura, convertida en un santuario que acogía a todo el mundo. Shiler Sildo, una antigua residente en Afrin de 31 años de edad, voluntaria en la Media Luna Roja kurda, explica a openDemocracy que «disfrutábamos de un ambiente de libertad donde todo el mundo, especialmente las mujeres, podía mostrarse como quisiera. Podías vestir pantalones cortos, faldas, vestidos cortos, lo que fuera».
«Había un nivel de criminalidad muy bajo. Tener esa clase de seguridad en Siria era especial. Había una atmósfera utópica, era un lugar muy pacífico», recuerda Shiler.
Pero esto pronto cambió.
Desde 2018, Afrin ha estado bajo el control de milicias respaldadas por Turquía, que tomaron el control de la región tras una operación de dos meses que sacó de allí a las fuerzas kurdas. Para muchos civiles residentes en la ciudad, es como vivir en estado de sitio.
En marzo de 2018, Shiler y su familia huyeron de su casa de cinco dormitorios. «La ciudad ya no podía seguir aguantando la tensión entre las distintas facciones», dice.
Un clima de miedo
Una comisión reciente de Naciones Unidas ha encontrado grandes evidencias de que «la situación de las mujeres kurdas es precaria». La Comisión de Investigación sobre Siria de la ONU halló pruebas abrumadoras de violaciones diarias, violencia sexual, acoso y tortura, en la primera mitad de 2020. Solo en febrero, el informe documenta la violación de al menos 30 mujeres en la ciudad kurda de Tal Abyad . «Las facciones están cometiendo cientos e incluso miles de violaciones a diario», señala Shyler, con preocupación.
A principios de este año, un vídeo mostró a mujeres siendo sacadas de la celda secreta, ilegal y abarrotada de una prisión. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos informó de que estaban desnudas cuando las encontraron.
Estas atrocidades se asemejan a lo que padeció la población kurda a manos de Estado Islámico en varias partes de Irak y Siria, tan solo unos años antes. La diferencia es que estas mujeres no están siendo torturadas por un grupo militante islamista, sino que se encuentran bajo el control de milicias respaldadas por Turquía, un país miembro de la OTAN y aliado de Estados Unidos.
Hay ahora «un clima generalizado de miedo a la tortura, hasta el punto de que muchas mujeres no salen de sus casas porque no quieren convertirse en el objetivo de los grupo armados», indica Meghan Bodette, fundadora del proyecto Mujeres Desaparecidas de Afrin, una página web lanzada en 2018 para rastrear las desapariciones de mujeres en la zona, la otra gran preocupación, junto a la tortura.
Desde enero de 2018, un total de 173 mujeres y niñas han sido presuntamente secuestradas. Solo se ha informado de la liberación de 64 de ellas, mientras que el destino de las 109 restantes sigue sin conocerse. Meghan lo califica como una «total campaña de terror contra la población kurda». Otros investigadores locales de derechos humanos aseguran que ha habido más de 1.500 secuestros. Es importante reseñar que Meghan solo documenta los casos de aquellas mujeres de las que se conoce la identidad completa.
Cerca de casa
Muchos kurdos huyeron de Afrin en 2018, entre ellos, Hassan Hassan, de 50 años, que cuenta a openDemocracy cómo su familia escapó «con solo algo de comida y la ropa puesta, dejando atrás nuestra casa, los álbumes de fotos, libros de toda una vida, juguetes de niños, muebles y aparatos eléctricos».
La familia de Hassan se refugió en un pueblo y vivió en una cueva durante 45 días: «Había bombardeos a diario, F-16 y drones en el cielo. Pudimos escapar del asedio gracias a la misericordia de Dios». Ahora viven en el lúgubre campamento de Shahba, cerca de Alepo, con otros desplazados internos, incluyendo Shiler y sus tres hijos.
Hassan y Shiler dejaron atrás a unos 200.000 habitantes en Afrin. Los que se quedaron se arriesgaron a ser torturados y secuestrados. Primos, amigos y vecinos de Hassan han desaparecido.
Su nueva vida tampoco ha supuesto un respiro en su sufrimiento. «Ayer no pudimos dormir por el estruendo de las bombas», dice Shiler.
La zona donde se encuentra el campo estuvo anteriormente bajo el control de Estado Islámico, que colocó cientos de minas. Shiler ha sido testigo de la pérdida de vidas, y pasa junto a cuerpos todos los días. «Soportamos este tipo de vida porque, geográficamente, nos sentimos cerca de casa», explica.
Zona peligrosa
Hace ahora un año, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, ordenó invadir este enclave kurdo en Siria para «eliminar a todos los elementos del PKK [Partido de los Trabajadores del Kurdistán] y de las YPG [Unidades de Protección Popular]», grupos que considera terroristas. Describió el área como una «zona segura» de unos 480 kilómetros de ancho a lo largo de la frontera. La violencia fue consecuencia de la orden de Donald Trump de retirar todas las tropas estadounidenses del norte de Siria.
Según Human Rights Watch, la realidad en esta «zona segura» es un horror de saqueos diarios, ejecuciones, tiroteos y desplazamientos forzados. Sarah Leah Whitson, directora para Oriente Medio de la ONG, afirma que existen «pruebas irrefutables de por qué las ‘zonas seguras’ propuestas por Turquía no son seguras en absoluto».
Meghan cita la retirada de Trump como un desencadenante de muchas «ramificaciones políticas internas en los Estados Unidos», lo que hizo que los medios occidentales se tomaran mucho más en serio los asesinatos, gracias a un nuevo ángulo político estadounidense.
Un ejemplo fue el asesinato de Hevrin Khalaf, una política e ingeniera civil kurdo-siria, que fue torturada y ejecutada durante la Operación Primavera de Paz, la ofensiva turca de 2019 en el noreste de Siria. Un vídeo de Bellingcat relaciona su muerte con rebeldes respaldados por Turquía. Otras fuente han informado de que estuvo involucrado Ahrar al-Sharqiya, un grupo rebelde sirio que lucha como parte del Ejército Nacional Sirio apoyado por Turquía, a pesar de que este lo ha negado.
El asesinato de Khalaf fue descrito en el diario conservador turco Yeni Safak como una exitosa operación antiterrorista, lo que no podría estar más lejos de la verdad. Khalaf dedicó su vida a la democracia y al feminismo. La autopsia indicó que la sacaron de su automóvil con tanta violencia que le arrancaron el pelo. Luego le dispararon en la cabeza a quemarropa y murió a consecuencia de una hemorragia cerebral grave.
Expansión turca
Meghan está preocupada por la «política expansionista y muy nacionalista de Turquía», que, según indica, se extiende a Siria y constituye un gran peligro para las minorías étnicas y religiosas. «Mientras mantengan territorio en Siria, existe el riesgo de que intenten invadir y ocupar más», añade.
Un informe del Centro de Información de Rojava revela que más de 40 exmiembros de Estado Islámico están «siendo refugiados, financiados y protegidos por Turquía en las regiones ocupadas», y que están trabajando en Afrin. Shiler, una antigua maestra, asegura que su escuela, que una vez albergó a más de 200 alumnos, es ahora un centro de la inteligencia turca, y que hay una foto de Erdoğan en pleno centro de Afrin. Hassan afirma que su granja «se la han apropiado excombatientes de Estado Islámico».
«Nos pasa a todos»
La sola mención de Estado Islámico es preocupante, particularmente para las mujeres yazidíes, la minoría religiosa que sufrió un genocidio a manos de los militantes de ese grupo. Amy Austin Holmes, investigadora en la Iniciativa para Oriente Medio de la Universidad de Harvard y miembro del Wilson Center, dice que «se calcula que el 90% de la población yazidí de Afrin ha sido expulsada de sus hogares». ¿Cómo puede sobrevivir esta comunidad tras tanta persecución a lo largo de los años?
El doctor Jan Ilhan Kizilhan, un destacado psicólogo kurdo-alemán que trabaja con los yazidíes, habla del trauma colectivo al que se enfrenta este grupo. «Toda la comunidad se ve afectada directa e indirectamente por los asesinatos. Te conviertes en parte de ese trauma colectivo. Si estás sufriendo, es posible que tengas pesadillas, trastornos del sueño y una sensación de impotencia».
Según Jan, eso es también lo que está sucediendo en Afrin: «[Militantes] están cometiendo violaciones, pero también están destruyendo la dignidad de la sociedad. Es un ataque a tu comprensión del mundo, porque la pregunta es: ¿cómo puede un humano hacer esto?».
Hassan y Shiler comparten esa opinión: «Cuando nos enteramos de lo que les pasa a las mujeres, sentimos que nos pasa a todas. Es difícil para los demás entender el impacto psicológico que nos causa», dice Shiler. Hassan, por su parte, cree que su padre, fallecido recientemente, murió «de dolor».
La comisión de la ONU también detalla el saqueo y la destrucción de sitios religiosos, santuarios y cementerios de una profunda importancia en la región de Afrin.
Demasiado poco, demasiado tarde
El informe de la ONU ha confirmado los hallazgos de Meghan, quien, no obstante, y aunque se muetsra agradecida por ello, explica que «tan pronto como estos grupos controlaron el territorio, comenzaron a cometer atrocidades contra la población civil, así que creo que es demasiado tarde». Es muy difícil para los periodistas acceder a esta zona, y quienes hablan arriesgan sus vidas.
«Los medios de comunicación no tienen permitido el acceso, por lo que la gente de Afrin desconoce el número de violaciones que se cometen cada día. La gente está tan asustada que prefiere morir en sus hogares en lugar de salir», dice Shiler.
Estos informes deberían ser usados por Naciones Unidas como una herramienta pata justificar la imposición de sanciones a los Estados responsables de los crímenes. Actualmente, Estados Unidos no ha sancionado a ninguno de los grupos armados respaldados por Turquía, y están permitiendo, de hecho, una operación de ingeniería demográfica con los kurdos, muchos de los cuales perdieron a sus familias luchando al lado de las fuerzas estadounidenses contra Estado Islámico.
Estados Unidos y el Reino Unido son responsables. El Reino Unido congeló las nuevas licencias de exportación para la venta de armas a Turquía, pero las licencias existentes aún pueden utilizarse.
«A Turquía no le importa si ocurren estas violaciones, está satisfecha con cualquier cosa que haga la vida miserable a los kurdos. Pero creo que no les gusta que se hable de ello internacionalmente, y que se le preste atención», señala Meghan.
Shiler, por su parte, piensa que la ocupación es «como el infierno».
Rachel Hagan es una periodista independiente, editora y escritora, especializada en derechos de la mujer y actualidad internacional. Su trabajo ha sido publicado en The Independent, VICE, The Financial Times, Glamour Magazine, ELLE, Huck Magazine y otros.
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Edificios destrozados por las bombas en Alepo, Siria, en marzo de 2013. Foto: Basma / Foreign and Commonwealth Office
La vida en Alepo ha sido una pesadilla prácticamente desde que estalló la guerra civil en Siria, hace ya más de cinco años. Pero desde el pasado 22 de septiembre, cuando, tras el fracaso de un nuevo intento de alto el fuego, comenzó la actual ofensiva del ejército de Asad y sus aliados (la aviación rusa, Hizbulá, la Guardia Revolucionaria iraní y otras milicias chiíes), la ciudad es lo más parecido al infierno que uno pueda imaginarse.
Las desgarradoras imágenes de víctimas, muchas de ellas, niños, enterradas bajo los escombros, o de enormes áreas urbanas completamente arrasadas, hablan por sí solas. Según la ONU, en poco más de una semana han muerto ya cerca de 400 civiles. Los bombardeos en la sitiada parte este de la ciudad, la controlada aún por los rebeldes, son constantes. El viernes pasado, las bombas destrozaron el mayor hospital de la zona. Apenas quedan médicos, apenas queda comida.
El vicesecretario general de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Stephen O’Brien, ya ha dicho que el sistema sanitario en la ciudad «está a punto de hundirse por completo, con pacientes que no reciben medicamentos ni siquiera para tratar las enfermedades más comunes». «La situación no es ya difícil. Va mucho más allá. La gente está atrapada bajo los escombros y no podemos llegar a ellos por la intensidad de los bombardeos», decía hace unos días un enfermero a la agencia Reuters.
En el siguiente audio (de unos cinco minutos de duración, en inglés), Scott Simon, presentador del programa Weekend Edition Saturday, en la radio nacional pública estadounidense NPR, habla sobre cómo es el día a día en la ciudad sitiada con la corresponsal del diario Financial TimesErika Solomon, quien ha estado informando desde desde allí.
Algunos extractos del testimonio de Solomon:
He intentado alejarme de los bombardeos, que, como sabemos, están siendo absolutamente horribles, para averiguar también cómo hace la gente para seguir adelante cada día en Alepo. Y es increíble cuando te cuentan cómo, desde el momento en que se levantan, tienen que calcular cuánto tiempo les queda para conseguir agua o comida, algo que en este momento no están recibiendo como consecuencia del sitio que se ha impuesto sobre las áreas controladas por los rebeldes. […] Los bombardeos normalmente no paran hasta las cuatro o las seis de la madrugada, luego tienes un respiro hasta más o menos las diez de la mañana. Así que te quedan unas cuatro horas de sueño, y luego empiezas el día buscando medicinas, comida, agua…
[…] La mayoría de la gente come pasta, o latas que almacenaron cuando se supo que iba a comenzar el estado de sitio. Algunos se abastecen de verduras que han ido plantando… Pero, aparte de berenjenas, que, aparentemente, crecen bien en entornos urbanos, lo único verde que puedes encontrar más o menos fácilmente es perejil y menta, e incluso eso se está acabando… He hablado con mucha gente que ha reducido sus comidas a dos al día, y cada vez hay más que tan solo hacen una comida diaria, o ni eso.
[…] Se te parte el corazón cuando alguien te cuenta que ha tenido que compartir un trozo de pan con sus vecinos, que se le acercan diciendo «lo siento mucho, pero es que llevamos dos días sin comer». […] La gente está perdiendo la esperanza. Aparte de las bombas que caen del cielo, tienen que luchar cada día para poder alimentar a sus hijos, a sí mismos…
[…] Según la Organización Mundial de la Salud ya solo quedan unos 35 médicos en Alepo. Lo más urgente ahora es el material. Hacen falta generadores… Cuando empezaron a caer las bombas la semana pasada, por ejemplo, los aparatos de oxígeno dejaron de repente de funcionar… Los médicos cuentan que tienen que decidir constantemente quién va a vivir y quién no, elegir entre una persona de 70 años que necesita tratamiento especial, o un niño de tres años que tiene toda la vida por delante…
[…] Hay también un cierto nivel de cinismo que, a veces, es difícil asumir como periodista. Para cada vez más gente todo es una conspiración, todo parece planeado especialmente contra ellos. Pero es que, obviamente, hay mucho resentimiento por todo lo que están sufriendo, y existe esa sensación de que el mundo les ha abandonado. Y eso puede tener consecuencias, sobre todo cuando muchas veces el efecto es redirigir las simpatías hacia los grupos yihadistas que controlan el norte del país.
El pasado 27 de septiembre, Reuters distribuyó nuevas imágenes aéreas, captadas por un drone, de la zona este de Alepo. No hacen falta comentarios:
La vida en Alepo ha sido una pesadilla prácticamente desde que estalló la guerra civil en Siria, hace ya más de cinco años. Pero desde el pasado 22 de septiembre, cuando, tras el fracaso de un nuevo intento de alto… Leer
Miembros de las Unidades de Protección Popular kurdas combaten a militantes yihadistas del Frente Al-Nusra en Ras al-Ayn, al norte de Siria, en octubre de 2013. Foto: Younes Mohammad / Tasnim News Agency / Wikimedia Commons
«La paz perpetua no es un concepto vacío, sino una idea práctica que, mediante soluciones graduales, se va acercando poco a poco hacia su realización final». La frase, del filósofo alemán Immanuel Kant, encabeza, más como un deseo que como una realidad, la sección que la página web Global Security dedica a registrar las guerras activas en el mundo. Se trata de un control que realizan de manera exhaustiva numerosos sitios en Internet (Wars in the World, ConflictMap, Global Conflict Tracker, Armed Conflict Database…). Ninguno de ellos tiene problemas por escasez de contenido.
A pesar de que actualmente no existe ninguna guerra activa declarada de forma oficial entre Estados diferentes, al menos 13 países sufren ahora mismo conflictos armados. Otros muchos padecen desde hace años e incluso décadas situaciones de grave violencia (la causada por el narcotráfico en México, por ejemplo, con decenas de miles de muertos), o realidades bélicas no resueltas aún y calificadas, según el momento, como conflictos de «alta» o «baja» intensidad (la guerra en Colombia, ahora en un frágil proceso de paz).
No obstante, el número de muertos en el mundo como consecuencia directa de las guerras tiende a ser cada vez menor, si nos remontamos lo suficientemente atrás y, especialmente, desde el final de la Guerra Fría. Entre 1950 y 2007 la media fue de 148.000 muertos al año en combates (sin contar las víctimas civiles); entre 2008 y 2012 esta cifra bajó a 28.000. Aún así, en 2013, y según datos del International Institute for Strategic Studies, los conflictos armados causaron en todo el planeta un total de 112.900 muertes (civiles incluidos), alrededor de 3.600 más que el año anterior. Los fallecidos por conflictos armados suponen alrededor del 10% del total de muertes violentas, una categoría que incluye homicidios y suicidios.
Ucrania y Gaza, seguidas de cerca por Irak, están acaparando en las últimas semanas la atención informativa, pero la guerra sigue siendo el día a día de millones de personas en otras partes del mundo cuyo olvido por parte de los medios de comunicación es poco menos que permanente. Son las guerras (Nigeria, República Centroafricana, Congo, Sudán del Sur…) a las que solo nos asomamos en ocasiones extremas, o cuando afectan a ciudadanos o intereses occidentales. Y eso sin contar otras situaciones de violencia estructural y continua que ejercen tantos Estados contra sus ciudadanos, y que no son consideradas técnicamente como «guerras».
Estos son los principales conflictos armados activos en este momento:
ASIA
Gaza
» El conflicto. La crisis actual es el desenlace de una tensión que fue en aumento desde que el 30 de junio se confirmó que habían sido asesinados tres jóvenes israelíes secuestrados semanas antes en Cisjordania, y cuya búsqueda dejó a su vez seis palestinos muertos, 118 heridos y 471 detenidos. Sin pruebas concluyentes, el Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu acusó del secuestro a Hamás, que negó estar implicada. La situación se agravó cuando dos días después ultranacionalistas judíos se vengaron quemando vivo a un joven palestino en Jerusalén. El hostigamiento de Israel a la estructura de Hamás durante la búsqueda de los estudiantes israelíes acabó traduciéndose en el lanzamiento de cohetes desde Gaza contra territorio israelí, lo que llevó al Gobierno de Netanyahu a desencadenar una nueva ofensiva contra la franja, iniciada el pasado día 7. De fondo, el fracaso de las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes, que Israel dio por concluidas tras el pacto de reconciliación alcanzado por Hamás (gobernante en Gaza y considerada un grupo terrorista por Israel y muchos países occidentales) y Al Fatah (gobernante en Cisjordania y a cargo de la Autoridad Nacional Palestina). Israel, respaldado por EE UU, justifica el ataque en su «derecho a defenderse». Hamás, en su resistencia ante la ocupación y la agresión israelíes.
» Qué está pasado ahora. Después de diez días de intensos bombardeos sobre Gaza y de centenares de cohetes lanzados desde la franja contra Israel (la mayoría sin alcanzar sus blancos o interceptados por el sistema de defensa aérea israelí), Israel inició el jueves una ofensiva terrestre, con el objetivo de destruir los arsenales de cohetes de los milicianos palestinos y los túneles a través de los cuáles realizan éstos incursiones en Israel. Antes, fracasó un intento de alto el fuego propuesto por Egipto. Hamás pone como condiciones el fin del bloqueo (económico y humano) israelí a la franja y la liberación de presos detenidos en cárceles israelíes. Este domingo, Israel accedió a respetar una tregua humanitaria de dos horas al día, tal como había solicitado Hamás, aunque solo en un barrio que ha sido bombardeado por tierra y aire repetidamente, provocando el éxodo de miles de personas, que no saben ya dónde refugiarse.
» Las víctimas. En los 13 días transcurridos desde que se inició la llamada operación Margen Protector han muerto, según cifras oficiales de las autoridades de Gaza, más de 400 palestinos (96 de ellos solo este domingo, la jornada más sangrienta desde el principio de la ofensiva). La mayoría son civiles, y muchos de ellos, niños. Además, desde que comenzó la invasión terrestre, el número de desplazados internos en la franja se ha duplicado, superando ya los 50.000 y desbordando las previsiones de la ONU. En el lado israelí murieron este domingo 13 soldados. Hasta ahora habían fallecido cinco militares y dos civiles israelíes.
Bombas israelíes sobre Gaza, el 7 de julio. Foto: Said Khatib / AFP / Getty Images
Irak
» El conflicto. A mediados de junio, los yihadistas extremistas suníes del EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIS, por sus siglas en inglés) se hicieron con el control de Mosul, la tercera ciudad más grande de Irak y la más importante de su zona norte, y, en una espectacular ofensiva, empezaron a avanzar hacia Bagdad y los santuarios chiíes de Kerbala y Nayaf, ante la desbandada del ejército regular iraquí. El avance del EIIL, un grupo escindido de Al Qaeda y cuyos métodos son más brutales aún que los de esta organización, provocó la huida de cientos de miles de personas, principalmente hacia el Kurdistán iraquí. La ofensiva se producía después de que los yihadistas se hubieran hecho con buena parte del nordeste de Siria, y con el objetivo de establecer un estado islámico entre los dos países. La violencia sectaria entre suníes y chiíes ha sido una constante en Irak desde la invasión liderada por EE UU que derrocó a Sadam Husein en 2003. El punto máximo se alcanzó durante la guerra civil de 2006-2007, y la tensión volvió a recrudecerse en 2013 debido al resentimiento de la población suní con la mayoría chií (actualmente en el gobierno liderado por Nuri al Maliki), a la que los suníes acusan de practicar una discriminación sistemática. La guerra en Siria también está afectando. Los lazos entre los suníes de Irak y los de Siria son fuertes, y las tribus suníes iraquíes preciben la «opresión chií» como algo general, proveniente tanto del Gobierno iraquí como de la minoría alauí siria (el alauismo, confesión a la que pertenece el presidente sirio, Bashar al Asad, es una rama del islam que comparte prácticas con el chiísmo).
» Qué esta pasando ahora. A finales de junio, y coincidiendo con el inicio del Ramadán, el mes sagrado musulmán, el EIIL, rebautizado como «Estado Islámico», anunció la instauración de un «califato» en el territorio que controla, y por encima de las actuales fronteras. Unos días después, el líder del grupo y autoproclamado «califa», el hasta entonces esquivo Abu Bakr al Bagdadi, realizó su primera aparición pública. Desde entonces, los extremistas han ido imponiendo su interpretación radical de la ley islámica, especialmente en Mosul. Este viernes dieron un ultimátum a los cada vez menos cristianos que quedan en la ciudad, amenazándoles de muerte si no se convierten o pagan un impuesto especial. Miles de cristianos han huido ya hacia la vecina región del Kurdistán iraquí. Y en el resto de Irak, la violencia continúa: este sábado estallaron varios coches bomba en Bagdad, causando la muerte de al menos 26 personas.
» Las víctimas. Desde la invasión de Irak liderada por EE UU en 2003 han muerto en Irak por causas violentas unas 193.000 personas, incluyendo combatientes y civiles. En 2012 hubo casi 4.600 muertos, en 2013 la cifra se disparó hasta los 9.500, y en lo que llevamos de 2014 van ya más de 7.800. El alto comisario de Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres, informó de que 600.000 iraquíes han sido desplazados a causa de la ofensiva de los militantes suníes. Se suman a otro medio millón de desplazados este año, cuando el grupo yihadista se hizo con el control de varias ciudades en el oeste del país.
Insurgentes suníes encabezados por el grupo Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), en Tikrit, Irak, el pasado junio
Siria
» El conflicto. La guerra civil en Siria, que ha entrado ya en su cuarto año, tiene su origen en las protestas contra el régimen del presidente Bashar al Asad que, con el trasfondo de la llamada ‘Primavera árabe’, se iniciaron en marzo de 2011. El Gobierno reprimió con dureza a los manifestantes y lo que había empezado como una protesta pacífica se acabó convirtiendo en una rebelión armada. Los grupos de la oposición, que se han ido formando a lo largo del conflicto, abarcan desde rebeldes de ideología más moderada hasta militantes islámicos extremistas, e incluyen, principalmente, al Ejército Libre Sirio y al Frente Islámico, respectivamente. Operan, también, muchos grupos fuera de control, y en la parte este del país se han ido haciendo fuertes los yihadistas del denominado ahora Estado Islámico. Hasta el momento, y más allá de autorizar la destrucción de armas químicas en Siria, la comunidad internacional no ha intervenido directamente. El régimen de Asad cuenta con el apoyo de Rusia e Irán, mientras que EE UU, Turquía, Arabia Saudí y Catar transfieren armas a los rebeldes. En general, los países occidentales respaldan a la oposición moderada siria.
» Qué está pasando ahora. El 7 de mayo, la ciudad de Homs, uno de los bastiones rebeldes, fue entregada a las tropas gubernamentales bajo una tregua, tras cerca de tres años de brutal asedio gubernamental. El 3 de junio se celebraron elecciones presidenciales en las regiones controladas por el Gobierno. Asad ganó los comicios con el 88,7% de los votos, entre denuncias de fraude y de «farsa» por parte de la oposición. El 14 de junio, las fuerzas gubernamentales se hicieron con el control del pueblo fronterizo de Kasab, recapturando así todos los territorios perdidos previamente en la ofensiva rebelde de Latakia. Por su parte, los rebeldes capturaron Tall al-Gomo, cerca de Nawa, en la Gobernación de Daraa, y volvieron a entrar en la región de Qalamun. Durante su ofensiva en Irak, los yihadistas del EIIL se apoderaron de armas pesadas y equipo del ejercito iraquí, que han empezado a trasladar a Siria. Actualmente, el Gobierno sirio controla entre el 30% y el 40% del territorio del país, y al 60% de la población.
» Las víctimas. La guerra civil en Siria ha dejado hasta el momento más de 150.000 muertos, de los cuales 51.212 son víctimas civiles. El número de refugiados supera ya los tres millones. Ciudades enteras están completamente devastadas y el daño causado al patrimonio histórico y cultural es inmenso. El 40% de la población vive en una situación de crisis. Se han usado armas químicas en repetidas ocasiones, y ambos bandos han sido acusados desde diversas organizaciones y gobiernos de cometer crímenes de guerra y graves violaciones de los derechos humanos. Se trata del conflicto más brutal de los surgidos a raíz de la ‘Primavera árabe’, y de una de las peores guerras del siglo XXI.
Miembros del Ejército Libre Sirio limpian sus armas en Alepo, en octubre de 2012. Foto: Scott Bobb / Voice of America
Yemen
» El conflicto. En Yemen se superponen actualmente cuatro conflictos: el que enfrenta al Gobierno con la guerrilla huthi en el norte del país; las revueltas en la región de Adén, motivadas por el escaso desarrollo del antiguo Yemen del Sur; las protestas cívicas de la ‘Primavera árabe’ (que, tras la firma de un acuerdo, forzaron la salida del presidente Alí Abdullah Saleh, después de 33 años en el poder), y la presencia de los grupos armados yihadistas asociados a Al Qaeda. Uno de estos grupos, Ansar al Sharía tomó a mediados de 2011 el control de una parte del sur del país, y llegó a declarar la instauración de un emirato islámico en la provincia petrolera de Shabua. Restablecida la estabilidad gubernamental en el país tras la crisis provocada por la salida de Saleh, desde febrero de 2012 el nuevo gobierno redobló su ofensiva contra las bases de Al Qaeda, causando centenares de muertos en el sur, a la vez que se produjo un incremento en la actividad terrorista de este grupo. Yemen es, después de Pakistán, el país donde EE UU realiza más ataques con drones (aparatos aéreos teledirigidos, no tripulados).
» Qué está pasando ahora. Esta semana se han recrudecido los enfrentamientos entre rebeldes chiíes y miembros de tribus islamistas del norte del país. Los rebeldes huthi, pertenecientes a una secta chií, han estado combatiendo contra rivales suníes islamistas de una de las tribus más grandes de Yemen (respaldada por una unidad local del ejército), en la provincia de Jouf.
» Las víctimas. Durante los 10 meses de 2011 que duraron las protestas contra Saleh hubo al menos 746 muertos en enfrentamientos entre leales al presidente y fuerzas de seguridad y los opositores. Por otra parte, en las ciudades bajo control de Al Qaeda se ha impuesto un interpretación estricta de la ley islámica, con detenciones arbitrarias y ejecuciones, lo que ha provocado grandes desplazamientos de población civil. Cientos de personas han muerto en atentados terroristas: los más graves: el 21 de mayo de 2012 en la capital, Saná (83 muertos), el 4 de agosto en Abyan (33 muertos), y el 5 de diciembre de 2013 de nuevo en Saná (68 muertos). Los combates en el norte, entre tanto, han dejado más de un centenar de muertos solo en este mes de julio.
Afganistán
» El conflicto. El final del régimen comunista impuesto por la invasión soviética de los años ochenta dejó un país en guerra civil entre las diferentes facciones de muyahidines. Al amparo de Pakistán, surgió entonces el movimiento fundamentalista islámico talibán, que acabó haciéndose con el poder. La negativa talibán a entregar a Osama Bin Laden tras los atentados del 11-S motivó una intervención internacional liderada por EE UU que depuso al régimen integrista. En 2004 Hamid Karzai fue elegido presidente, con el reto de extender el poder del Gobierno más allá de la capital, Kabul, con la ayuda de una fuerza internacional integrada por 48 países. La espiral de violencia, sin embargo, no cesó. El deterioro de la seguridad fue el argumento que esgrimió a finales de 2009 el presidente estadounidense, Barack Obama, para relanzar la implicación internacional en el conflicto afgano. Obama estableció también 2011 como el año del inicio de la retirada de tropas, que antes de 2014 deberían haber completado el repliegue. La progresiva retirada del contingente internacional se vio acompañada de una escalada de violencia del movimiento talibán. El alto nivel de corrupción y la lucha contra el narcotráfico son los otros dos grandes desafíos en un país donde los factores étnicos y de alianzas juegan asimismo un papel fundamental.
» Qué está pasando ahora. El pasado 5 de abril se celebraron elecciones presidenciales, resultando ganador Abdullah Abdullah (exministro de Asuntos Exteriores). Sin embargo, fue necesaria una segunda vuelta frente a Ashraf Ghani, celebrada en junio y cuyos resultados están aún por determinar. En mayo, los talibanes lanzaron una nueva ofensiva contra las fuerzas internacionales, incluyendo un atentado contra el ministerio de Justicia de Jalalabad. El 15 de julio un atentado con coche bomba causó 89 muertos y 80 heridos en el distrito de Orgun.
» Las víctimas. Hasta el pasado 17 de julio, y desde la invasión de 2001, se han registrado 3.460 muertes militares de la coalición en Afganistán. Más de 23.500 soldados de la coalición internacional han resultado heridos. Respecto a la población civil, varias fuentes cifran en aproximadamente 20.000 los muertos por acciones de violencia entre los años 2001 y 2013.Y en cuanto a las fuerzas de seguridad afganas, se han contabilizado 13.729 muertos y otros 16.511 heridos entre finales de 2001 y principios de 2014, incluyendo tanto a miembros del ejercito como de la policía.
Una patrulla del ejército afgano en la provincia de Khost, Afganistán, en marzo de 2010. Foto: US Army
Pakistán
» El conflicto. Aparte de la disputa que mantiene por el estado de Cachemira, que actualmente pertenece a la India pero que los paquistaníes reclaman como propio, Pakistán sufre desde hace cerca de una década un conflicto en el noroeste del país, que enfrenta al ejército gubernamental con grupos armados religiosos, movimientos locales y elementos de la delincuencia organizada, apoyados por grupos terroristas y contingentes de muyahidines. El conflicto estalló cuando las tensiones provocadas por la búsqueda de miembros de Al Qaeda por parte del ejército paquistaní derivaron en enfrentamientos con combatientes de la región de Waziristán. Mientras, los lazos con EE UU se debilitaron por una serie de incidentes en 2011, entre los que destaca la muerte de Bin Laden en una operación de comandos de EE UU en el norte del país. Pese a ello, el difícil aliado de Washington en la llamada «guerra contra el terrorismo», un aliado cuyo aparato de seguridad está acusado de seguir ofreciendo apoyo encubierto a facciones talibanes, juega un papel clave en el proceso de paz en Afganistán.
» Qué está pasando ahora. El ejército intenta desde 2005 eliminar a los guerrilleros de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA, en inglés), en el noroeste de Pakistán, pero ahora concentra la ofensiva en Waziristán del Norte, donde los grupos insurgentes operan libremente desde que huyeron del fronterizo Afganistán tras la ocupación de EE UU en 2001. El 15 de junio comenzó una nueva campaña militar, motivada en parte por un atentado contra el aeropuerto internacional de Karachi, que mató a 18 personas. Por otra parte, el goteo de muertes causadas por drones de Estados Unidos sigue siendo constante, con cientos de blancos alcanzados desde 2004. Este mismo sábado, misiles lanzados desde un drone estadounidense causaron la muerte de ocho militantes talibanes en la frontera con Afganistán.
» Las víctimas. El conflicto en el noroeste de Pakistan ha causado más de dos millones de desplazados internos, la mayoría de los cuales padecían ya situaciones de extrema pobreza. Al menos 500.000 personas han tenido que abandonar sus hogares en la región de Waziristán del Norte, desde que el ejército inició una ofensiva actual contra de grupos rebeldes. Y en cuanto a los muertos en el conflicto, las cifras incluyen unos 5.000 soldados y 28.000 combatientes entre 2003 y 2014, así como más de 20.000 civiles. Además, cientos de personas (entre 200 y más de 800, según las fuentes) han muerto por ataques de drones estadounidenses.
EUROPA
Ucrania
» El conflicto. Ucrania, el país más poderoso, después de Rusia, surgido de la desintegración de la Unión Soviética, fue escenario desde noviembre del año pasado de protestas ciudadanas por el rechazo de las autoridades a firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Tras ser depuesto el presidente Víktor Yanukóvich por la presión popular, y después de tomar el mando un gobierno provisional, tropas rusas entraron en la provincia de Crimea, asegurando defender los intereses de los rusos que residen allí. El 11 de marzo, Crimea y la ciudad de Sebastopol declararon unilateralmente su independencia de Ucrania y proclamaron la República de Crimea, reconocida solo por Rusia, que promulgó la anexión del territorio. La tensión fue en aumento a partir del pasado mes de abril, con la ocupación por parte de grupos prorrusos de sedes de la administración regional de ciudades del este de Ucrania –incluidas Donetsk, Jarkov y Lugansk–, con la intención (siguiendo el ejemplo crimeo) de anexionarse a Rusia.
» Qué está pasando ahora. Tras el periodo de relativa calma que siguió a la retirada de los insurgentes del norte de Donetsk, el conflicto se ha reavivado desde principios de julio. El día 14 ocurrieron intensos combates en los alrededores de Rozkishnie (Lugansk), el 16 las tropas ucranianas se replegaron a sus posiciones y el día 17 las milicias de la región de Donetsk tomaron la localidad fronteriza de Marinivka. Ese mismo día se estrelló un avión comercial de Malaysia Airlines, con 295 pasajeros a bordo, en la localidad de Grabovo, en la región de Donetsk, una zona que se disputan las tropas gubernamentales y los rebeldes. Según han confirmado los servicios de Inteligencia de EE UU, el avión fue derribado por un misil. Las autoridades ucranianas culparon a las milicias prorrusas, y las autoridades de las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk culparon a Ucrania. El Servicio de Seguridad de Ucrania difundió este domingo en Internet la grabación de una supuesta conversación telefónica entre dos jefes de las milicias prorrusas que, de ser cierta, incriminaría a los separatistas y también a Moscú en la ocultación de pruebas del derribo. El suceso ha reactivado un conflicto que parecía estancado en un punto de no retorno.
» Las víctimas. Según el Ministerio de Sanidad de Ucrania, a fecha del 11 de junio, 225 personas habían muerto desde el inicio de la contraofensiva gubernamental. Entre 15.000 y 20.000 refugiados llegaron a Sviatohirsk provenientes de Sloviansk tras la intensificación del bombardeo en la ciudad por parte de las Fuerzas Armadas de Ucrania a finales de mayo. Según fuentes rusas, 70.000 refugiados han cruzado la frontera hacia Rusia desde el inicio de los combates. La ONU publicó en mayo un informe en el que observaba un «deterioro alarmante» de los derechos humanos en el territorio controlado por insurgentes, con casos de asesinatos selectivos, tortura y secuestros. Rusia condenó el informe, afirmando que ignoraba los abusos cometidos por el gobierno ucraniano.
Uniformados no identificados patrullan en el Aeropuerto Internacional de Simferópol, en Crimea, el pasado 28 de febrero. Foto: Elizabeth Arrott / VOA / Voice of America
ÁFRICA
República Centroafricana
» El conflicto. La República Centroafricana vive una gravísima crisis desde finales de 2012, cuando cuatro facciones rebeldes musulmanas agrupadas en la formación Séléka se levantaron en armas al considerar que el entonces presidente François Bozizé no había respetado los acuerdos de paz de 2007. Estos acuerdos preveían la integración de combatientes rebeldes en el Ejército centroafricano, la liberación de prisioneros políticos y el pago a los milicianos sublevados que optaran por el desarme. Los países de la región enviaron entonces una fuerza multinacional para defender la capital, Bangui, del avance de los insurgentess, que llegaron a estar a sólo 160 kilómetros de la ciudad. Las negociaciones entre el Gobierno y los líderes de Séléka llevadas a cabo en enero de 2013 finalizaron con la firma de un nuevo acuerdo de paz, pero los rebeldes perpetraron un golpe de Estado en marzo de ese año que depuso a Bozizé y situó al frente del país al líder de Séléka, Michel Djotodia. Djotodia solo se mantuvo en el cargo hasta enero de 2014, fecha en que presentó su dimisión ante la oleada de violencia desatada en el país, que provocó centenares de muertos. Los milicianos de Séléka atacaron sobre todo barrios y aldeas de mayoría cristiana; los grupos de autodefensa, enclaves musulmanes. No obstante, la violencia interconfesional es un fenómeno reciente en el país, donde los diferentes grupos religiosos habían convivido hasta ahora en relativa armonía, a pesar de las históricas quejas de la minoría musulmana del norte, que se ha sentido abandonada por los sucesivos gobiernos cristianos. Ambos grupos están utilizando el discurso religioso con fines políticos, pero resulta difícil obviar los intereses económicos y la corrupción generados en la lucha por el control del tráfico de diamantes y de madera.
» Qué está pasando ahora. El pasado mes de febrero, el secretario general de la ONU pidió al Consejo de Seguridad el despliegue de 3.000 soldados internacionales para reforzar a los 6.000 militares de la Unión Africana y 2.000 franceses que se encuentran ya en el país con el fin de mantener la paz y proteger a los civiles. En junio, medio centenar de personas murieron en la ciudad de Bambari durante un nuevo rebrote de violencia, y en agresiones coordinadas por grupos armados como las milicias cristianas anti-Balaka o los exrebeldes musulmanes Séléka.
» Las víctimas. A finales de 2013, las organizaciones humanitarias sobre el terreno y testigos, que responsabilizaban principalmente a los exrebeldes, denunciaban ejecuciones extrajudiciales, torturas, ataques indiscriminados a civiles, agresiones sexuales a mujeres y niñas, pueblos arrasados, infraestructuras destruidas, viviendas y cosechas incendiadas, hospitales saturados, escuelas saqueadas… La falta de seguridad, además, hacía que ni Naciones Unidas ni las agencias internacionales pudiesen acceder a los lugares más remotos en los que se precisaba ayuda. Aproximadamente un 70% de los niños en edad escolar no podían acudir a clase. Muchos desplazados (hay cerca de un millón en total) han buscado refugio en el campo, en la selva o en misiones religiosas, donde, según ha alertado el Comité Internacional de la Cruz Roja, las condiciones son muy precarias, sin acceso a agua potable o a comida, y sin las necesarias medidas de higiene, por lo que se teme la propagación de enfermedades como la malaria.
Refugiados de los combates en la República Centroafricana observan la llegada al aeropuerto de Bangui de soldados ruandeses, integrantes de las tropas internacionales de pacificación destacadas en el país, el pasado enero. Foto: Ryan Crane / US Air Force
Sudán del Sur
» El conflicto. En julio de 2011, poco después de proclamarse la independencia de Sudán del Sur, el líder del Movimiento Popular de Liberación de Sudán, ala política del Ejército Popular de Liberación de Sudán, Salva Kiir, juró como primer presidente de la nueva república. El primer año de independencia estuvo protagonizado de nuevo por los conflictos fronterizos con el gobierno de Sudán, y también por las luchas tribales en el interior del país. Además, en enero de 2012 el conflicto petrolífero entre ambos países provocó que Sudán del Sur parase la producción de petróleo al no alcanzar un acuerdo sobre la tarifa de tránsito del crudo a través de su vecino del norte, de momento la única vía de exportación con la que cuenta. En diciembre de 2013 el régimen de Kiir frustró un intento de golpe de Estado, tras enfrentamientos con militares disidentes que en cuatro días provocaron más de 500 muertos, principalmente en la capital y el estado de Jonglei. Desde entonces se han sucedido los combates, causando miles de fallecidos y situando al país al borde de la guerra civil.
» Qué está pasando ahora. Pese a que a principios de mayo el presidente Kiir y el líder de los rebeldes, Riek Machar, firmaron un acuerdo para el cese de las hostilidades, la situación de violencia continúa. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas advirtió este miércoles de que está dispuesto a considerar «medidas adecuadas» contra las partes en conflicto, en caso de que no pongan fin a la violencia y negocien un Gobierno de transición. Tanto la ONU como la UE ya han impuesto sanciones a los líderes militares de ambos bandos. El Consejo de Seguridad se ha mostrado «alarmado» por informaciones según las cuales las dos partes están reclutando milicianos y haciéndose con armas, lo que viola los acuerdos de paz.
» Las víctimas. Se calcula que en 2011 alrededor de 1.000 personas murieron en los enfrentamientos entre las comunidades Murle y Lou Nuer. En cuanto al conflicto fronterizo con Jartum, el número de desplazados asciende ya a 150.000, según cifras de ACNUR de junio de 2012. Los campos de refugiados sursudaneses, que carecen de recursos para alimentar y trasladar a los desplazados lejos de las zonas fronterizas de conflicto, están saturados. Según datos facilitados por Oxfam, desde que se iniciaron los combates entre las tropas gubernamentales y las fuerzas rebeldes el pasado año, más de un millón de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y se encuentran desplazadas dentro del país, y más de 350.000 han huido a países vecinos. Muchas han tenido que atravesar el río Nilo para llegar hasta Uganda, dejando atrás todas sus posesiones y poniendo en peligro sus vidas.A mediados del pasado mes de mayo se confirmó un brote de cólera que hizo saltar las alarmas ante una posible emergencia sanitaria, que se sumaría a la creciente y dramática crisis alimentaria. Tan sólo el 15% de la población tiene acceso a letrinas sanitarias seguras e higiénicas, y el 30% no tiene acceso a agua limpia.
Civiles refugiados en un recinto de la misión de la ONU en Sudán del Sur (UNMISS), a las afueras de Yuba. Foto: Julio Brathwaite / ONU
Mali
» El conflicto. La inestabilidad de Mali, un país con estratégicos yacimientos de uranio, se hizo cada vez más patente a partir de 2007, cuando Amadou Tounami Touré revalidó su liderazgo en las elecciones presidenciales. Al tiempo que grupos rebeldes hostigaban a la población y se producían secuestros, e incluso asesinatos, de occidentales, el Movimiento Nacional por la Liberación de Azawad (MNLA), una escisión de la antigua guerrilla tuareg, se levantó en armas para reivindicar la autodeterminación del norte del país. Las autoridades de Bamako acusaban al MNLA de estar apoyado por Al Qaeda en Magreb Islámico (AQMI), por el grupo islamista radical Ansar al Din, por excombatientes de las fuerzas del difunto coronel libio Muamar al Gadafi y por traficantes. De hecho, el estallido de la revolución tuareg, de la que, en parte, se ‘apropiaron’ los islamistas, se produjo al abrigo de la guerra en Libia, y de las armas y mercenarios que salieron de este país. En marzo de 2012, decenas de militares se sublevaron, y el amotinamiento acabó convirtiéndose en un golpe de Estado. El 1 de abril, el presidente dimitió, como parte del acuerdo alcanzado con la Junta militar para volver al orden constitucional, pero en enero de 2013 la crisis se agravó ante el avance de los grupos radicales islámicos, lo que provocó la intervención militar de Francia. En junio de 2013 el Gobierno y los rebeldes firmaron un primer alto el fuego, y en agosto Ibrahim Bubakar Keita ganó las elecciones presidenciales. Los enfrentamientos y los atentados, sin embargo, continúan.
» Qué está pasando ahora. Tras el nuevo alto el fuego alcanzado en mayo, este miércoles comenzaron en Argelia las conversaciones de paz entre el Gobierno y los rebeldes tuareg. En vísperas de la negociación, ambos bandos intercambiaron prisioneros. Un total de 45 soldados malienses fueron recibidos por el primer ministro Moussa Mara en el aeropuerto de Bamako, y dos autobuses llegaron al aeropuerto desde el centro de la ciudad con 41 tuaregs que habían estado detenidos en la capital.
» Las víctimas. Más de un millar de soldados y combatientes han muerto en los diferentes conflictos entre Gobierno, tropas extranjeras, grupos tuareg y grupos islamistas. En mayo de 2012, Amnistía Internacional publicó un informe en el que aseguraba que Mali estaba sufriendo la peor situación desde 1960 en lo que respecta a los derechos humanos, a la vez que denunciaba los abusos cometidos por los fundamentalistas islámicos en las zonas que controlaban, y la utilización de niños soldado. Human Rights Watch denunció asimismo violaciones de los derechos humanos y asesinatos de civiles por parte del ejército gubernamental. Y en abril del año pasado, Médicos sin Fronteras informó de que unos 70.000 refugiados malienses continuaban en condiciones precarias en el desierto de Mauritania, con escasas esperanzas de regresar a su país de origen por las tensiones étnicas en el norte de Mali. Por otra parte, grupos islamistas dañaron o destruyeron importantes monumentos históricos durante el conflicto, especialmente en Timbuktu.
Soldados del Ejército de Mali en Gao, en 2013. Foto: Voice of America / Wikimedia Commons
Somalia
» El conflicto. Somalia vive sin un Gobierno estable central desde que en 1991 fue derrocado el dictador Mohamed Barre (el Ejecutivo actual tiene carácter transitorio), y en medio de luchas entre los clanes, liderados por los «señores de la guerra» que se han disputado el control de las regiones desde entonces. Aunque a comienzos de los noventa el país fue escenario de una guerra civil, con el tiempo los distintos dominios se consolidaron, si bien los enfrentamientos entre clanes por disputas territoriales continuaron. En 2006 se creó una alianza entre varios «señores de la guerra», con el fin de contrarrestar el creciente poder de las «cortes islámicas». Los «señores de la guerra» acusaban a las «cortes islámicas» de estar apoyadas por Al Qaeda. Los combates entre ambas partes se saldaron, en menos de tres meses, con más de 350 muertos. Frente al apoyo militar que Etiopía dio al presidente Yusuf Ahmed, Eritrea envió armas a las «cortes islámicas». Los combates entre milicianos islamistas y fuerzas gubernamentales y etíopes no cesaron, a pesar de los diversos anuncios de alto el fuego y de las efímeras treguas, y causaron miles de muertos. La violencia alcanzó en 2009 a tres ministros, que murieron junto a otras 12 personas en un atentado en Mogadiscio.
» Qué está pasando ahora. En 2004 diferentes facciones llegaron a un acuerdo para conformar un Gobierno de transición y unificar el país, y en 2012 se aprobó una nueva Constitución provisional. Pero, a pesar de los avances políticos logrados en los últimos años, Somalia sigue inmersa en el conflicto armado. El Palacio Presidencial de Mogadiscio, sede del Gobierno transitorio, sufrió a principios de julio un fuerte ataque (8 muertos), el segundo en este año, que fue reivindicado por la milicia islamista Al Shabab. Este grupo, que anunció en febrero de 2012 su unión formal a Al Qaeda, lucha para instaurar un estado islámico de tipo wahabí en Somalia, y comete asimismo numerosos actos terroristas en Kenia.
» Las víctimas. Desde 1991, el conflicto somalí ha causado más de 400.000 muertos (3.150 en 2013). En 2012, la Agencia para los Refugiados de la ONU informó de que más de un millón de somalíes habían huido ya hacia los países vecinos, y de que la mayoría citaban la inseguridad y la escasez alimentaria como principales motivos de su huida. Además, más de 1,3 millones de somalíes se encontraban desplazados internamente en el país. En total, un tercio de la población de Somalia, estimada en 7,5 millones de personas, se encuentra desplazada forzosamente.
Un soldado camina por una prisión para mujeres de la milicia islamista Al Shabab en la localidad somalí de Bula Burde, tras ser liberada por tropas de la Misión de la Unión Africana en Somalia, el pasado mes de marzo. Foto: Ilyas A. Abukar / AMISON
República Democrática del Congo
» El conflicto. La permanencia en las provincias fronterizas congoleñas de las milicias hutus de Ruanda, huidas de su país tras perpetrar el genocidio de los tutsis en 1994, ha constituido el principal factor de desestabilización en la historia más reciente de la República Democrática del Congo (RDC). La presencia de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR, hutus) motivó que Ruanda (gobernada desde entonces por tutsis) invadiera dos veces la RDC, en 1996 y 1998, desencadenando sendas guerras. Por su parte, la minoría tutsi congoleña alega vivir bajo la amenaza de un nuevo genocidio de la mano de las milicias hutus ruandesas. Para defenderlos, el general disidente congolés Laurent Nkunda, de etnia tutsi, se hizo con una fuerza de 3.000 hombres, supuestamente apoyados por Ruanda, y, a finales de 2007, se plantó a las puertas de Goma. Solo la intervención de la Misión de la ONU les impidió tomar la ciudad (Naciones Unidas tiene casi 17.000 cascos azules en la RDC, su mayor despliegue en el mundo). Apenas seis años después del fin de una cruel guerra civil en la que habían muerto más de cinco millones de personas, el país volvía a estar sacudido por la violencia. Aunque el Gobierno firmó en enero de 2008 un acuerdo de cese de las hostilidades, los enfrentamientos entre el Ejército y las milicias de Nkunda se reanudaron en octubre de ese año. Nkunda, acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad, fue finalmente arrestado en Ruanda en enero de 2009. La parte oriental de la RDC es una zona muy rica en diamantes, oro y otros recursos naturales, como el coltán, que han sido, al mismo tiempo, parte importante en el origen de la guerra y fuente de financiación para los combatientes.
» Qué está pasando ahora. El fin de décadas de conflicto armado en el este de la República Democrática del Congo parece estar más cerca, después de los logros políticos y militares conseguidos en 2013, incluyendo el aumento de la cooperación regional y la disolución del grupo militar rebelde Movimiento 23 de Marzo, que opera fundamentalmente en la provincia de Kivu del Norte.
» Las víctimas. Más de 2,7 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares en el país, muchas de ellas de varios sitios en pocos meses, y más de 398.000 viven en 31 campos de desplazados y dependen exclusivamente de la ayuda humanitaria. Según explica la ONG Oxfam, las comunidades de Kivu del Norte y Sur aún se enfrentan a asesinatos, violaciones, secuestros, torturas y extorsiones económicas a manos de muchos grupos armados que todavía controlan gran parte de la región. Las fuerzas de seguridad del Gobierno también han llevado a cabo abusos contra la población civil. Las familias viven destrozadas por la continua tensión de vivir bajo la violencia y la explotación, con niños que no pueden asistir a la escuela, una escasez de alimentos generalizada y la consiguiente desnutrición, una atención sanitaria inadecuada y la falta de instalaciones de agua potable y saneamiento.
Miembros de la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO) distribuyen agua potable entre la población de Rumangabo, a 50 kilómetros de Goma, en Kivu del Norte, tras reconquistar la localidad, hasta entonces en manos de las fuerzas rebeldes M23. Foto: MONUSCO / Wikimedia Commons
Nigeria
» El conflicto. Desde octubre de 2010 Nigeria es escenario de una serie de brutales atentados, en su mayoría perpetrados por el grupo radical islamista Boko Haram. Boko Haram, cuyo nombre significa «La educación no islámica es pecado», es una secta que lucha por imponer la ley islámica en Nigeria, país de mayoría musulmana en el norte y cristiana en el sur. La secta inició su campaña violenta en 2009 cuando su fundador, Mohamed Yusuf, murió en un intento de fuga mientras se encontraba bajo custodia policial. Boko Haram fue el grupo responsable del atentado del 26 de agosto de 2011 contra la sede de la ONU en Abuya ( 24 muertos), y del perpetrado el 25 diciembre de ese mismo año, cuando murieron al menos 44 personas en cinco ataques contra templos cristianos en los que se celebraban los servicios religiosos de Navidad. Los últimos incidentes protagonizados por el grupo datan del pasado 15 de abril, cuando cerca de 200 niñas fueron secuestradas en una escuela-residencia en Chibok, al noroeste, horas después de que en Abuya, murieran otras 75 personas por un atentado con bomba en una estación de autobuses. Un total de 44 de las escolares secuestradas lograron escapar, y el 5 de mayo el líder del grupo, Abubakar Shekau, reivindicó en un vídeo la autoría del secuestro. Por otra parte, Nigeria sufre asimismo el llamado Conflicto del Delta del Niger, que surgió por las tensiones entre las empresas petróleras internacionales y los pueblos locales en la década de los noventa, especialmente con los pueblos ogoni y ijaw. La competencia por la riqueza petrolera ha alimentado la violencia entre los innumerables grupos étnicos, lo que ha llevado a la militarización completa del área, a la formación de milicias tribales y al aumento de efectivos de las fuerzas armadas y la policía nigerianas.
» Qué está pasando ahora. La semana pasada, al menos 45 personas murieron en un ataque de Boko Haram a la población de Damboa, en el norte de Nigeria. Los terroristas asediaron la población durante la noche, disparando contra sus habitantes y lanzando explosivos a sus viviendas. Según testigos citados por Efe, las calles quedaron «sembradas de cadáveres».
» Las víctimas. El pasado mes de marzo, un informe de Amnistía Internacional denunciaba que el incremento de los ataques de Boko Haram, así como las represalias incontroladas de las fuerzas de seguridad, habían provocado la muerte de al menos 1.500 personas al noreste Nigeria (más de la mitad, civiles) en los tres primeros meses del año. Según diversas fuentes, el grupo islamista ha matado ya a más de 3.000 personas desde que inició su campaña violenta. En el Conflicto del Delta del Níger han muerto desde 2004 entre 4.000 y 5.000 personas.
Mujeres secuestradas por Boko Haram, en una imagen de un vídeo difundido por el grupo extremista
Con documentación de 20minutos.es, Efe, Reuters, Wikipedia, Oxfam, International Institute for Strategic Studies, Iraq Body Count, The New York Times, El Mundo, El País, RTVE, BBC, entre otras fuentes.
«La paz perpetua no es un concepto vacío, sino una idea práctica que, mediante soluciones graduales, se va acercando poco a poco hacia su realización final». La frase, del filósofo alemán Immanuel Kant, encabeza, más como un deseo que como una realidad, la sección que la página web Global Security dedica a registrar las guerras activas en el mundo. Se trata de un control que realizan de manera exhaustiva numerosos sitios en […]
Uno de los barcos de guerra estadounidenses que permanecen posicionado cerca de Siria. Foto: Lolita Lewis / US Navy
Los horrores y las masacres llevan sucediéndose en Siria desde hace más de dos años. Cientos de miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, un país descompuesto y dividido por un odio que durará generaciones… Si, al margen de que sea o no la mejor opción, las razones para una intervención internacional se fundamentan en intentar detener semejante tragedia, hace mucho tiempo ya que esas razones están sobre la mesa. Y, por otra parte, ninguno de los dilemas y los caminos sin salida que han desaconsejado esa intervención en el pasado han cambiado ahora en lo más mínimo. Las posibilidades de una victoria militar clara y rápida siguen siendo escasas, y el riesgo de que el conflicto se vuelva más duro (represalias, ataques indiscriminados), o incluso de que se extienda a otros países de la región, sigue siendo muy alto. De tener éxito, además, las perspectivas de futuro, teniendo en cuenta la cantidad de grupos extremistas que hay operando sobre el terreno y la fragmentación de la oposición, no son muy halagüeñas.
La diferencia, lo que ha cambiado en estos últimos días hasta el punto de que estemos hablando ya de intervención «inminente» y de planes de ataque, es la posibilidad de que se hayan utilizado armas químicas contra la población. No es la primera vez que se aduce el uso de este armamento prohibido por las leyes internacionales, pero hasta la semana pasada no se había reportado un ataque verosímil a una escala tan brutal. Y Estados Unidos, país en el que están ahora fijadas todas las miradas, pese a mantener una posición de prudencia, ya dijo en su día que esa era la «línea roja» cuyo traspaso no estaba dispuesto a permitir. (El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, tiene prevista una rueda de prensa sobre la crisis siria para este mismo lunes).
Es, por tanto, una cuestión de umbrales, pero también de legitimidad. Hasta el absurdo de la guerra tiene sus códigos, y unas formas de matar son aceptables y otras no, aunque los muertos estén igual de muertos. En teoría, las leyes internacionales consideran el armamento nuclear, biológico y químico como algo que tiene que ser especialmente regulado y controlado, lo use quien lo use. Cualquiera que lo emplee debe enfrentarse a una respuesta. En caso contrario, su utilización podría acabar por normalizarse.
Eso no significa que sea automáticamente legítimo intervenir sin el respaldo de Naciones Unidas. Las lecciones de la invasión de Irak liderada por EE UU, con su sarta de mentiras sobre las armas de destrucción masiva, están aún muy recientes como para haberlas olvidado ya. Pero sí es cierto que abre muchas puertas para justificar un ataque.
James Blitz repasa en el Financial Times precedentes y opciones:
Existen precedentes de acciones legales sin el respaldo de la ONU. Estados Unidos y sus aliados bombardearon Serbia durante 78 días en 1998 para detener la limpieza étnica en Kosovo, y esta acción no tenía autorización de la ONU. No obstante, el presidente Bill Clinton invocó entonces el argumento de que era correcto proteger a una población que estaba en peligro. Por otra parte, Estados Unidos podría argumentar que Siria está violando el Protocolo de Ginebra de 1925, que prohíbe el uso de gases tóxicos en la guerra. Desde el final de la Primera Guerra Mundial, las potencias mundiales han prohibido la utilización de armas químicas y, especialmente, de agentes nerviosos. Estados Unidos podría defender ahora el argumento de que una respuesta militar está justificada, ya que se trata de prevenir que el uso indiscriminado de armas químicas se convierta en una nueva forma de hacer la guerra.
Las diferencias con la guerra de los Balcanes, sin embargo, son notables. En un escenario como el sirio, con los tanques y la artillería del régimen situados en ciudades, como Damasco, el riesgo de causar daño a civiles es mucho mayor.
En cualquier caso, mientras Rusia siga oponiéndose, no hay ninguna posibilidad de que el Consejo de Seguridad autorice una intervención militar en Siria. Otra cosa es que esto sea relevante o no. La experiencia demuestra que, a la hora de verdad, el respaldo de la ONU importa poco cuando las potencias occidentales están resueltas a seguir adelante. De hecho, Obama ni siquiera necesitaría la aprobación del Congreso de su país.
De momento, la división es total. EE UU, el Reino Unido y Francia han amenazado (los europeos, con bastante más vehemencia que Washington) con una «respuesta contundente» si la investigación demuestra el uso de componentes neurotóxicos. Alemania, que sigue siendo la voz discordante en el bando aliado, descarta cualquier tipo de intervención militar. Rusia y China se oponen expresamente a un ataque («no hay pruebas»), e Irán habla incluso de represalias si éste llega a producirse. La Unión Europea ha evitado pronunciarse, a la espera de «los resultados de la investigación», e Israel ha dicho que «no vamos a intervenir en el tumulto regional, pero si nos atacan, responderemos».
Según las siempre macabras quinielas de la guerra, en un eventual ataque a Siria podrían tomar parte Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Arabia Saudí, Catar, Jordania y, probablemente, Turquía, con la ayuda de otros 27 países.
Entre tanto, los inspectores de Naciones Unidas han llegado finalmente este lunes a la zona del supuesto ataque químico, cerca de Damasco. Despues de seis días negándose, el Gobierno sirio cedió a la presión internacional y permitió que una comisión de la ONU accediese al lugar de los hechos. Los expertos están ahora recogiendo muestras y entrevistando a heridos. Para los países partidarios de la intervención, no obstante, la inspección llega demasiado tarde. Y los inspectores, a todo esto, han sido recibidos a tiros. Uno de sus vehículos fue atacado múltiples veces por francotiradores no identificados.
A estas alturas parece claro que el ataque químico se produjo. Uno de los informes más concluyentes en ese sentido es el hecho público hace unos días por Médicos sin Fronteras. Según esta ONG, tres hospitales de la provincia de Damasco a los que presta su apoyo la organización informaron de la llegada de aproximadamente 3.600 pacientes con síntomas neurotóxicos en un periodo de menos de tres horas durante la mañana del pasado día 21. De ellos, 355 fallecieron.
No está tan claro aún, sin embargo, quién fue el responsable. Los rebeldes, obviamente, acusan al régimen; el régimen, a los rebeldes. Resulta difícil creer que alguien pueda perpetrar semejante monstruosidad contra su propia gente, aunque sea con motivos propagandísticos, o para forzar una intervención internacional, pero tampoco encaja en el sentido común que el Gobierno sirio lance un ataque de esas características justo cuando acaban de llegar los inspectores de la ONU. Sea como fuere, eso es, precisamente, lo que hay que investigar. No tanto el «qué», sino el «quién».
Las especulaciones, mientras tanto, continúan. Brian Whitaker se hace eco en su blog de un reportaje publicado por Phil Sands en The National, un diario de los Emiratos, según el cual el bombardeo fue ordenado por oficiales que ignoraban el contenido químico de los misiles. Una de las fuentes de Sands (procedente de «una familia con buenos contactos, tanto entre la oposición como entre los fieles al régimen») indica:
Personas cercanas al régimen nos han contado que que los misiles químicos fueron suministrados tan solo unas horas antes de los ataques. No procedían del Ministerio de Defensa, sino del servicio de inteligencia de la fuerza aérea, bajo las órdenes de Hafez Maklouf [primo de Bashar al Asad]. Los oficiales del ejercito aseguran que no sabían que se trataba de armas químicas. E incluso algunas de las personas que las transportaron afirman que no tenían ni idea de que lo que había en esos cohetes. Pensaban que eran explosivos convencionales.
La comunidad internacional parece haber salido de su letargo con respecto a Siria, pero lo ha hecho sin una sola voz, demasiado tarde y con la opción de más guerra aún como única alternativa. En su editorial de este lunes, El País señala:
Las potencias occidentales tardaron en implicarse en Siria porque pensaron que Al Asad tenía los días contados. Y esa misma tardanza es la que ahora dificulta extraordinariamente la intervención. Al contrario de lo que ocurrió en Libia, el régimen no implosionó, y la situación ha derivado, al cabo de dos años y medio, en una brutal guerra sectaria que enfrenta a suníes, chiíes, alauíes, cristianos y kurdos. Nadie quiere poner las botas en Siria y se estudia una ofensiva con misiles tierra-aire contra objetivos militares y, tal vez, una zona de exclusión aérea. Las opciones son escasas y el riesgo de inflamar toda la región es alto. […]. Con las espadas en alto, la conferencia sobre Siria prevista en Ginebra en octubre parece un sarcasmo, pero es la única alternativa pacífica que queda.
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Vista aérea de Homs. Foto: Shaam News Network / Facebook
Parece el decorado digital de una película apocalíptica, pero es real. Se trata de una espeluznante fotografía aérea del distrito de Jalidiya, en la ciudad siria de Homs, distribuida este lunes por la red de comunicación opositora Shaam News Network. Según informó el domingo por la noche la televisión estatal siria, el barrio, uno de los más grandes de la ciudad, ha sido recuperado por las tropas del régimen tras meses de encarnizados combates. La destrucción es absoluta; la presencia humana, inexistente. Los únicos signos de vida son unos cuantos matojos desperdigados entre las ruinas. Aquí puede verse la misma imagen, mucho más nítida, distribuida por la agencia AFP.
Después de más de un año de cerco y bombardeos casi diarios, el ejército sirio, apoyado por combatientes de la milicia libanesa Hizbulá, lanzó su ofensiva contra este bastión rebelde hace aproximadamente un mes. De confirmarse la caída, el régimen solo tendría por delante unos cuantos barrios rebeldes de la zona vieja de Homs, antes de recuperar por completo la «capital de la revolución», como llaman los militantes opositores a la tercera ciudad más grande de Siria.
Homs. Fuente: BBC
Entre tanto, y al igual que ocurrió durante la toma de Qusair, la intensificación de los combates tanto en Homs como en Alepo ha impedido durante estas últimas semanas a las agencias humanitarias distribuir asistencia y alimentos a los civiles atrapados en el fuego cruzado, según alertó el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU.
El objetivo del PMA era poder alimentar a tres millones de sirios en el interior del país durante el mes de julio, pero Naciones Unidas ya dijo hace unos días que la meta no se podría cumplir, y que, de hecho, la ayuda humanitaria iba a llegar a menos personas que en junio (2,4 millones, frente a los 2,5 millones del mes anterior).
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Un miembro del Ejército Libre Sirio, durante un combate en Alepo, en noviembre de 2012. Imagen: Voice of America / Wikimedia Commons
«Se ha llegado a decir que los rebeldes son ángeles, pero los combatientes que tienen un pasado democrático, los que creen en el mosaico sirio y desean un Estado para todos, son solo una minoría. La mayoría de los rebeldes está muy lejos de tener pensamientos democráticos, tiene otras aspiraciones». Son palabras, recogidas por Reuters, del brasileño Paulo Pinheiro, jefe de un equipo independiente de expertos comisionados por la ONU que acaba de realizar un informe sobre la guerra en Siria
Pinheiro, que adelantó este martes en París algunas de las conclusiones del trabajo, destacó también que el conflicto se está radicalizando cada vez más y que las atrocidades van en aumento: «En lo que respecta a radicalización, violaciones de los derechos humanos y leyes de la guerra, el informe es terrible», dijo. El documento se presentará oficialmente el próximo 4 de junio, y está basado en entrevistas a víctimas y testigos realizadas fuera de Siria, ya que los expertos no han podido entrar en el país.
Pinheiro no quiso pronunciarse sobre la decisión de la Unión Europea de levantar el embargo de armas a ciertos grupos de rebeldes sirios, adoptada este mismo martes, pero sí dejó claro que «es muy difícil distinguir entre rebeldes buenos y malos». En medio, una vez más, de una gran división, la UE acabó permitiendo a sus Estados miembros que suministren armas a grupos de la oposición, al ser incapaz de ponerse de acuerdo para renovar el embargo existente hasta ahora. Todos los países se comprometieron, no obstante, a no hacerlo antes de agosto, con el fin de dar una oportunidad a las conversaciones de paz que se están intentando preparar, con muchos problemas, en Ginebra. La decisión, que nadie se plantea de momento, al menos a corto plazo, ha supuesto un nuevo encontronazo con Rusia.
Según informa Reuters, el Consejo de Seguridad de la ONU tiene previsto incluir al grupo radical islamista Frente Al Nusra, uno de los que combaten contra las fuerzas de de Bashar a Asad, en la lista negra de las facciones de Al Qaeda en Irak. Numerosos militantes radicales suníes provenientes de Arabia Saudí, Libia, Túnez, Líbano y Egipto, además del propio Irak, han radicalizado a los grupos rebeldes en los últimos meses, y la milicia libanesa chií Hizbulá está combatiendo al lado del régimen. Las tensiones entre suníes y chiíes en toda la región se han disparado. Irán (chií) respalda al Gobierno sirio; Catar y Arabia Saudí (suníes) ayudan (con armas y dinero) a los rebeldes.
La exfiscal general suiza y del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia Carla del Ponte, una de los cuatro comisionados del equipo de expertos que ha realizado el informe, asegura que «los dos bandos han cometido crímenes». Y añade: «Su crueldad es increíble, nunca había visto algo así, ni siquiera en Bosnia».
Este miércoles, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó una resolución en la que condena la presencia de combatientes extranjeros en la guerra civil siria, así como los recientes ataques perpetrados en torno a la ciudad de Qusair, asediada por las fuerzas leales al régimen de Asad. «Si la situación actual persiste, o se deteriora todavía más, el aumento de las masacres entre grupos será una certidumbre y no un riesgo», dijo la Alta Comisionada para este organismo, Navi Pillay.
Pillay ha insistido en varias ocasiones en la necesidad de que el Consejo de Seguridad ordene al Tribunal Penal Internacional que investigue los crímenes internacionales cometidos por ambas partes: «La comunidad internacional parece incapaz de asumir un fuerte compromiso para resolver la crisis. A veces parece que no podemos hacer más que llorar y contar los muertos», ha dicho.
Naciones Unidas calcula que desde marzo de 2011, cuando comenzó el levantamiento popular contra el régimen de Bashar al Asad, han muerto unas 70.000 personas a causa de los combates. Los grupos opositores elevan la cifra a 94.000.
Lo cierto es que esta última constatación de los expertos de la ONU solo puede sorprender a quienes aún sigan pretendiendo entender Oriente Medio en términos de blanco y negro, de aliados o enemigos, de «buenos y malos». La realidad es, obviamente, mucho más compleja, y llegado este punto no parece haber soluciones perfectas, en las que el remedio no acabe siendo peor, o tan malo al menos, como la enfermedad. Cada vez más analistas, de hecho, se están limitando a reflejar el «callejón sin salida» de Siria, y pocos son los que se atreven a mojarse.
Lo que sí empieza a estar claro es que, sin más ayuda exterior, los rebeldes sirios van a tener muy complicado acabar por sí solos con el régimen brutal de Bashar al Asad. Y, en el caso de que el Gobierno logre finalmente imponerse (según Asad, ya va camino de ello, gracias a la llegada de los primeros misiles comprados a Rusia y, en menor medida, a la ayuda de Hizbulá), en lo que venga después las represalias son bastante más probables que las reformas.
Pero a la vez, un apoyo militar decidido que facilite la victoria de la oposición conlleva el riesgo de que sean los radicales islamistas quienes dominen el futuro Estado, con el consiguiente peligro de radicalización, sectarización y desestabilización regional, si es que puede hablarse de estabilidad en una zona donde el mayor problema es, precisamente, el carácter ficticio e interesado con que en tantas ocasiones se ha aplicado hasta ahora ese concepto.
Rusia, Irán, China y otros países abogan por una «solución pacífica», pero sus propuestas, aparte de ser poco factibles (y menos creíbles), suponen, en la práctica, la continuidad del régimen de Asad, y eso es algo que a estas alturas resulta no solo dudosamente viable sino también moralmente intolerable.
Y, sin embargo, tal vez es en estos países donde esté la clave. Un cambio en su actual postura diplomática de apoyo al Gobierno sirio, aunque fuese con matices, aunque se edulcorase con retórica, aunque fuese condicionado, dejaría solo a Bashar al Asad y podría provocar eventualmente la caída del régimen, sin necesidad de meter más armas en un conflicto que ya es lo bastante sangriento. La solución duradera a una guerra rara vez es más guerra.
Este giro, que no tiene por qué ser un cheque en blanco, facilitaría también una transición más política, menos marcada por la victoria militar de unos grupos cuyas intenciones democráticas es casi imposible garantizar. Y, tras la celebración de unas elecciones limpias (y todo lo supervisadas que se quiera), obligaría a Occidente a respetar la decisión del pueblo, por más que ésta no fuese de su agrado (como en Egipto o en Túnez), o estuviese cargada de dificultades e incertidumbres.
Se ha hablado incluso del peligro de desintegración del Estado sirio, del país, que supondría la caída del régimen y el ascenso de un gobierno dominado por radicales suníes. Y la desintegración de un Estado es algo que Occidente suele considerar poco menos que una catástrofe. Pero en realidad tampoco puede decirse que Siria haya estado nunca muy integrada, teniendo en cuenta que se trata de un país nacido, como tantos otros en Oriente Medio, del tiralíneas y las cenizas del colonialismo europeo.
Se trata, en definitiva, de elegir entre dos males. Pero mientas que uno de ellos es real, está ocurriendo, el otro es, de momento, solo posible. Es un riesgo muy alto, pero habrá que asumirlo y tratar de minimizarlo. Como indica el dicho inglés, «ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él». No quedan muchas más opciones.
Hoy por hoy, todo esto es, desde luego, ciencia ficción. Pero al menos sería algo más que «llorar y contar los muertos».
«Se ha llegado a decir que los rebeldes son ángeles, pero los combatientes que tienen un pasado democrático, los que creen en el mosaico sirio y desean un Estado para todos, son solo una minoría. La mayoría de los rebeldes… Leer
Un combatiente rebelde lanza una granada contra una posición de las fuerzas gubernamentales en un callejón de Alepo, Siria, este martes. Foto: John Cantlie (AFP / Getty Images).
8/11/2012
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Miguel Máiquez
Un combatiente rebelde lanza una granada contra una posición de las fuerzas gubernamentales en un callejón de Alepo, Siria, este martes.
Foto: John Cantlie (AFP / Getty Images)
Un zapato, pegado en un busto del anterior presidente sirio, Hafez al Asad (padre del actual mandatario, Bashar al Asad), como símbolo de protesta, en el museo de Maaret al-Numan, Siria. El area, en la zona de Idlib, está controlada por los rebeldes. Foto: Bulent Kilic (AFP / Getty Images).
18/10/2012
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Miguel Máiquez
Un zapato, pegado en un busto del anterior presidente sirio, Hafez al Asad (padre del actual mandatario, Bashar al Asad), como símbolo de protesta, en el museo de Maaret al-Numan, Siria. El area, en la zona de Idlib, está controlada por los rebeldes.
Foto: Bulent Kilic (AFP / Getty Images)
Un hombre llora con el cuerpo de su hijo en brazos cerca del hospital Dar El Shifa, en Alepo, este miércoles, después de que tres suicidas detonasen sendos coches bomba en un área de la ciudad controlada por el gobierno, causando la muerte de al menos 34 personas. Foto: Manu Brabo / AP.
4/10/2012
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Miguel Máiquez
Un hombre llora con el cuerpo de su hijo en brazos cerca del hospital Dar El Shifa, en Alepo, este miércoles, después de que tres suicidas detonasen sendos coches bomba en un área de la ciudad controlada por el gobierno,… Leer