La Epopeya de Gilgamesh es un poema babilonio compuesto en el antiguo Irak, milenios antes de Homero. Narra la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, cuya incesante y destructiva energía tratan de domar los dioses creándole un… Leer
La Epopeya de Gilgamesh es un poema babilonio compuesto en el antiguo Irak, milenios antes de Homero. Narra la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, cuya incesante y destructiva energía tratan de domar los dioses creándole un amigo, Enkidu, que crece en la estepa, entre los animales. Cuando Gilgamesh oye hablar de este hombre salvaje, ordena traer a una mujer llamada Shambat para que le encuentre. Shambat seduce a Enkidu, y los dos hacen el amor durante seis días y siete noches, lo que acaba transformando a Enkidu de bestia a hombre. Su fuerza disminuye, pero su intelecto se expande, y ahora ya es capaz de pensar y hablar como un ser humano. Shambat y Enkidu viajan juntos hasta un campamento de pastores, donde Enkidu aprende las maneras de la humanidad. Finalmente, Enkidu va a Uruk para enfrentarse al abuso de poder de Gilgamesh. Los dos héroes luchan, y el resultado es que nace entre ellos una apasionada amistad.
Esta es, al menos una de las versiones del inicio de Gilgamesh, ya que la epopeya pasó, de hecho, por varias ediciones diferentes. Empezó siendo un ciclo de historias escritas en el lenguaje sumerio, que fueron después recogidas y traducidas al idioma acadio en una sola epopeya. La primera versión, escrita en el dialecto conocido como babilonio antiguo, fue revisada y actualizada más tarde para crear una nueva, ya en el dialecto babilonio estándar, que es la que encontrarán actualmente la mayoría de los lectores.
Gilgamesh no solo existe en varias versiones diferentes, sino que, además, cada versión está compuesta de muchos fragmentos distintos. No existe un solo manuscrito que cuente la historia completa de principio a fin: Gilgamesh ha de ser recreada a partir de cientos de tablillas de arcilla que se han ido fragmentado durante milenios. La historia nos llega como un tapiz de pedazos que han sido unidos por los filólogos para dar lugar a una narrativa coherente (se han recuperado aproximadamente cuatro quintas partes del texto). El estado fragmentado de la epopeya significa también que la historia se sigue actualizando constantemente, a medida que las excavaciones arqueológicas –o, con demasiada frecuencia, los saqueos– sacan nuevas tablillas a la luz, haciéndonos reconsiderar la interpretación del texto. A pesar de tener una antigüedad de más de 4.000 años, el texto sigue fluyendo, cambiando y expandiéndose con cada nuevo descubrimiento.
El hallazgo más reciente es un pequeño fragmento que había sido pasado por alto en los archivos del museo de la Universidad de Cornell, en Nueva York, identificado por Alexandra Kleinerman y Alhena Gadotti, y publicado en 2018 por Andrew George. En un primer vistazo, el fragmento no parece gran cosa: 16 líneas entrecortadas, la mayoría de ellas ya conocidas por otros manuscritos. Pero, al trabajar en el texto, George se dio cuenta de que había algo extraño. La tableta parecía preservar partes tanto de la versión en babilonio antiguo como de la versión en babilonio estándar, pero en una secuencia que no concordaba con la estructura de la historia tal y como había sido entendida hasta entonces.
El fragmento pertenece a la escena en la que Shamhat seduce a Enkidu y tiene sexo con él durante una semana. Antes de 2018, los académicos creían que esta escena existía en las dos versiones (babilonio antiguo y babilonio estándar), como un mismo episodio con tan solo pequeñas diferencias: Shamhat seduce a Enkidu, mantienen relaciones sexuales durante una semana, y Shamhat invita a Enkidu a que vaya a Uruk. El episodio no es idéntico en las dos versiones, pero las diferencias podían explicarse como resultado de los cambios en la edición al pasar del babilonio antiguo al babilonio estándar. Sin embargo, este nuevo fragmento desafía esta interpretación. Una parte de la tablilla se superpone con la versión en babilonio estándar, mientras que la otra lo hace con la versión en babilonio antiguo. En resumen, las dos escenas no pueden ser diferentes versiones del mismo episodio sino que la historia incluía dos episodios muy similares, uno después del otro.
Según George, tanto la versión en babilonio antiguo como la versión en babilonio estándar contaban lo siguiente: Shamhat seduce a Enkidu, tienen sexo durante una semana, y Shamhat invita a Enkidu a que vaya a Uruk. Los dos hablan de Gilgamesh y de los sueños proféticos de este. Después, sin embargo, resulta que tienen sexo durante una semana más, y Shamhat vuelve a invitar a Enkidu a Uruk.
De repente, el maratón de amor de Shamhat y Enkidu se ha doblado, un descubrimiento al que The Times otorgó el picante titular de «La saga sexual de la antigüedad es ahora el doble de épica». Pero lo cierto es que el hallazgo tiene un significado más profundo. La diferencia entre los episodios puede entenderse ahora, no como meras modificaciones en la edición, sino en relación con los cambios psicológicos por los que atraviesa Enkidu al transformarse en un ser humano. Los episodios representan dos etapas del mismo arco narrativo, ofreciéndonos una sorprendente aproximación a lo que significaba convertirse en un ser humano (adquirir humanidad) en el mundo antiguo.
La primera vez que Shamhat invita a Enkidu a Uruk, describe a Gilgamesh como un héroe de enorme fuerza, y lo compara con un toro salvaje. Enkidu responde que irá, ciertamente, a Uruk, pero no para hacerse amigo de Gilgamesh, sino para desafiarle y usurpar su poder. Shamhat, consternada, insta a Enkidu a que olvide su plan y le describe, a cambio, los placeres de la vida en la ciudad: música, fiestas y mujeres hermosas.
Después de su segunda semana de sexo con Enkidu, Shamhat vuelve a invitarle a Uruk, pero esta vez haciendo hincapié en algo diferente: Shamhat no destaca ahora la fuerza brava del rey, sino la vida cívica de Uruk: «Allí donde los hombres se dediquen a trabajos que requieran habilidad, también tú, como un hombre de verdad, podrás hacerte un sitio». Shamhat le dice a Enkidu que va a integrarse en la sociedad y a encontrar su lugar en el seno de un tejido social más amplio. Enkidu accede: «El consejo de la mujer le llegó al corazón».
Está claro que Enkidu ha sufrido un cambio entre las dos escenas. La primera semana de sexo pudo haberle proporcionado el intelecto necesario para conversar con Shamhat, pero seguía pensando en términos animales, y viendo a Gilgamesh como un macho alfa al que desafiar. Después de la segunda semana, sin embargo, ya está preparado para aceptar una visión distinta de la sociedad. La vida social no se basa solo en la fuerza bruta y la afirmación de poder, sino también en los deberes y la responsabilidad para con la comunidad.
Situada en este desarrollo gradual, la primera reacción de Enkidu resulta más interesante aún, al ser una especie de paso intermedio en el camino hacia la humanidad. En pocas palabras, lo que vemos aquí es un poeta babilonio que mira a la sociedad a través de los ojos aún salvajes de Enkidu. Se trata de una perspectiva no totalmente humana de la vida en la ciudad, vista más como un lugar de orgullo y poder que como un entorno de habilidades y cooperación.
De todo esto podemos aprender, principalmente, dos cosas. La primera es que la humanidad, para los babilonios, se definía a través de la sociedad. Ser humano era una cuestión claramente social. Y no cualquier tipo de sociedad: era la vida social de las ciudades lo que te convertía en un ‘auténtico ser humano’. La cultura babilonia era, en el fondo, una cultura urbana. Ciudades como Uruk, Babilonia o Ur eran los pilares de la civilización, y el mundo más allá de sus murallas era visto como una tierra baldía, peligrosa e inculta.
En segundo lugar, aprendemos que la humanidad es una escala con grados. Después de una semana de sexo, Enkidu todavía no se ha convertido por completo en un ser humano. Hay una etapa intermedia, en la que habla como un humano, pero piensa como un animal. E incluso después de la segunda semana, todavía tiene que aprender a comer pan, beber cerveza y vestirse. En resumen, convertirse en un ser humano es un proceso paso a paso, y no algo binario que se es o no se es.
En su segunda invitación a Enkidu para que vaya a Uruk, Shamhat le dice: «Te miro, Enkidu, y eres como un dios, ¿por qué vagas por la naturaleza salvaje con los animales?». Los dioses son representados aquí como lo opuesto a los animales: son omnipotentes e inmortales, mientras que los animales son inconscientes y están destinados a morir. Ser humano es situarse en algún lugar en el medio: sin omnipotencia, pero con la capacidad de realizar trabajos que requieren habilidades; mortales, pero conscientes de esa mortalidad.
En definitiva, este nuevo fragmento revela una visión de la humanidad entendida como un proceso de maduración que se despliega entre lo animal y lo divino. No se nace simplemente siendo humano: alcanzar la humanidad, para los antiguos babilonios, suponía encontrar un lugar propio dentro de un campo más amplio, definido por la sociedad, los dioses y el mundo animal.
Sophus Helle es un estudiante de doctorado especializado en literatura babilónica en la Universidad de Aarhus, Dinamarca. Su trabajo ha sido publicado en Postcolonial Studies y en Journal of Near Eastern Studies, entre otros medios.
Publicado originalmente en Aeon bajo licencia Creative Commons el 19/2/2020
Traducción del original en inglés: Between gods and animals: becoming human in the Gilgamesh epic
La Epopeya de Gilgamesh es un poema babilonio compuesto en el antiguo Irak, milenios antes de Homero. Narra la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, cuya incesante y destructiva energía tratan de domar los dioses creándole un… Leer
Soy una torre en Estambul. Prendí fuego a Estambul una mañana. Primero quemé la calle donde vivía ella. Aún se hallan entre mis recuerdos un niño, una mujer medio desnuda, un atardecer, aún se rezagan en mi memoria. Quemé los pájaros y los árboles. Sabemos que los pájaros y los árboles son incombustibles, ¿verdad? Pues los quemé. Vi su boca que no se podría cambiar por todo el oro del mundo. Su boca me recordaba sin cesar ríos, tiendas, soles, trenes, caminos, bazares. Sus brazos prendieron fuego a los ardientes ríos toda la noche, toda la noche como si no estuviéramos en el mundo.
Quizá estábamos en esas mañanas no tocadas aún por la mano de Ivi.
Eso era lo que decía yo.
Plantemos las flores, dije.
¡Basta ya! Que no siga doblado el mar.
Desdoblé el mar.
—Ilhan Berk (Manisa, Turquía, 1918 – Bodrum, Turquía, 2008), en Mar de Galilea (1958)
Publicado en castellano en Mar de Galilea (Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, 2005). Traducción de Clara Janés y Çagla Soykan. Fuente: Clara Janés: La poesía turca contemporánea (Alétheia-MuiP).
Soy una torre en Estambul. Prendí fuego a Estambul una mañana. Primero quemé la calle donde vivía ella. Aún se hallan entre mis recuerdos un niño, una mujer medio desnuda, un atardecer, aún se rezagan en mi memoria. Quemé los pájaros y los árboles. Sabemos que los pájaros y los árboles son incombustibles, ¿verdad? Pues los quemé. Vi su boca que no se podría cambiar por todo el oro del mundo. Su boca me recordaba […]
Aunque solo sea por un momento, un descanso de tanta tragedia, y un poquito de aire fresco por la ventana del hedonismo feroz del gran Abu Nuwas:
Hombres, ¡a mí qué me importan
las espadas o los combates!
Yo sólo sigo a una estrella:
la del placer y la música.
En mí no confiéis,
pues soy de aquellos que rehúyen encontronazos y embates.
Cuando veo el enemigo
salto sobre mi potrillo
con las riendas colocadas
por el lado de la cola.
No sé cómo es un arnés,
ni un broquel, ni un alfanje.
Todo mi afán es saber,
cuando sus guerras estallan,
por qué camino escapar.
(más…)
Aunque solo sea por un momento, un descanso de tanta tragedia, y un poquito de aire fresco por la ventana del hedonismo feroz del gran Abu Nuwas: Hombres, ¡a mí qué me importan / las espadas o los combates! / Yo sólo sigo a una estrella: / la del placer y la música. / En mí no confiéis, / pues soy de aquellos que rehúyen encontronazos y embates. / Cuando veo el enemigo / salto sobre mi potrillo / con las riendas colocadas […]
Mahmud Darwish en Haifa, en 1963. Imagen publicada originalmente por
.Para nuestros pasos había un pasado; está muerto
desde hace cientos de años.
Los años han borrado su recuerdo
y lo han colocado entre los muertos.
Durante mucho tiempo hemos buscado
sus astros desaparecidos,
hemos recurrido al imposible
para devolverle la vida.
Hemos intentado, traspasando los siglos,
hacerle volver a sus comienzos,
esperando recobrar nuestros sentimientos,
y hemos regresado con las manos vacías.
Hemos atravesado las tinieblas,
franqueado lo impasible, inmóvil,
excavando los huesos amontonados,
y no hemos encontrado lo extraviado.
Hemos visto, allí, frentes
que no veían porque estaban ciegas,
ojos ensimismados en la vida
silenciosa, porque estaban mudos.
Hemos visto restos de corazones
embalsamados con el recuerdo.
En vano habían intentado encontrar
el sentido… eran restos.
Hemos visto labios vacíos
que no emitían quejas ni sentían hambre
y manos marchitas, plegadas,
cuya desgracia no provocaba lágrimas.
Nos preguntamos por nuestro pasado
y tropezamos con un ataúd.
Allí, sobre la tumba, yacía el tiempo descolorido.
Regresamos al calendario:
¿Se puede engañar a los días?
Y oímos gritar a los restos
tras el sarcasmo de las cifras.
Vimos el mañana esperado
arrastrando su mitad paralizada,
arrastrando su mitad despreciada,
su mitad congelada, inerte.
Allí, un libro se cerraba
y finalizaba el antiguo canto.
Mañana, la vida germinará
sobre las heridas del doloroso tiempo.
La voz del ayer se perderá
en el torbellino profundo del tiempo
y sentiremos en nuestras copas
la palpitación del sueño que se despierta.
—Nazik Al Malaika (Bagdad, 1922 – El Cairo, 2007), Calendario
Publicado en Astillas y ceniza (Nazik Al Malaika, 1949). Traducción del árabe por María Luisa Prieto.
Para nuestros pasos había un pasado; está muerto / desde hace cientos de años. / Los años han borrado su recuerdo / y lo han colocado entre los muertos. / Durante mucho tiempo hemos buscado / sus astros desaparecidos, / hemos recurrido al imposible / para devolverle la vida. / Hemos intentado, traspasando los siglos, / hacerle volver a sus comienzos, / esperando recobrar nuestros sentimientos, / y hemos regresado con las manos vacías. […]
La editorial Pre-Textos acaba de publicar en España la edición en castellano de En presencia de la ausencia, del gran poeta palestino Mahmud Darwix (1941-2008), con prólogo de Jorge Gimeno y traduccion y notas de la arabista Luz Gómez García.
El libro, definido por la propia editorial como una autobiografía poética del autor, se une así a la decente colección de obras de Darwix editadas ya en español, la mayoría de ellas traducidas por la propia Gómez García (Como la flor del almendro o allende, Poesía escogida, Estado de sitio, El fénix mortal) o por María Luisa Prieto (El lecho de una extraña, Mural, Menos rosas, Once astros).
En Poesía escogida (Pre-Textos, 2008), el también poeta Jorge Gimeno definía así el legado literario de Darwix:
Su obra tiene la seña asociada a los sobrevivientes: la de seguir adelante, la de salir siempre corriendo en otra dirección, en busca de rupturas cualitativas. Carisma y visión prístina son sus sellos distintivos; amor a la composición, un constante afán de experimentación musical. Víctima de una historia deshumanizada, el hombre darwixiano se rebela contra lo histórico y su lenta socavación del individuo, busca lo universal, el lugar de encuentro de lo propio con lo ajeno. En los tiempos que corren, es admirable encontrarse con un poeta como Darwix, que no ha renunciado al valor cognitivo de la imagen poética; que sigue escribiendo consciente de ese valor y de ese poder, y que no renuncia a la función básica de la poesía: la de existir.
La vida de Mahmud Darwix (o Darwish), uno de los escritores árabes más leídos y traducidos, estuvo marcada por el exilio y por la militancia en favor de los derechos del pueblo palestino (fue encarcelado en varias ocasiones), pero su obra refleja mucho más que eso. Lírica y épica a un tiempo, experimental, metafísica, introspectiva, comprometida… La poesía y la prosa de Darwix han sido definidas de muchas maneras, tal vez porque a Darwix no es fácil clasificarlo.
En cualquier caso, conseguir conservar todo eso en una traducción siempre es difícil, y hacerlo a partir de un idioma como el árabe, cuya estética y estructura resultan a menudo tan ajenas a las del castellano, más aún. Gomez García, que ha ido adelantando varios fragmentos del libro en su blog, lo ha conseguido, y esta cita es una prueba de ello:
El exilio no es un viaje de ida y vuelta, ni residir en la nostalgia. Quizá sea una visita, esperar a ver qué hace el tiempo con uno, salir de uno mismo hacia los demás para conocerse y congeniar o para que lo propio se encierre en su caparazón. Cada exilio tiene su carácter, cada exiliado sus características. El exilio es un ejercicio de reflexión sobre lo que no tienes, estupor por no tenerlo. El exilio educa el cuerpo, te fascina la belleza de la forma, aunque el significado sea parcial, pues plenitud es la conciencia de que falta algo. Estatuas que glorifican el pasado, estatuas que aspiran a dar el salto del sentimiento de identidad a la identidad del sentimiento, estatuas que liberan al mañana de tener que ser bello y a la naturaleza del férreo sistema de la imaginación. Nada supera a la belleza. Pero tú, que en el fondo eres un campesino, estás de parte de los árboles que se reflejan en el río, de las palomas aeroterrestres, y te demoras largo rato junto a un lirio que crece, solitario, fuera de la maceta… no porque sea, como tú, una especie rara, sino porque se apoya en sí mismo para crecer desvalido. El exilio es el viaje del poeta en el poema, un viaje dentro del viaje, pero el lenguaje metafórico siempre vuelve la vista atrás.
Y mirar hacia atrás, como es sabido, es uno de los atributos del exilio.
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Antes de que fueras mi amada
había más calendarios para contar el tiempo:
los hindúes,
los chinos,
los persas
y los egipcios tenían sus calendarios.
Después de ser mi amada,
la gente comenzó a decir:
el año mil antes de sus ojos
y el siglo décimo después de sus ojos.
En tu amor alcancé el grado de evaporación,
el agua del mar se tornó mayor que el mar,
la lágrima del ojo mayor que el ojo
y la superficie de la herida
mayor que la de la carne.
No puedo quererte más aún
ni estar más unido a ti.
Mis labios no bastan para cubrir los tuyos,
mis brazos no bastan para ceñir tu cintura
y las palabras que conozco
son muchas menos
que los lunares que adornan tu cuerpo.
No puedo
adentrarme más en la espesura de tu pelo:
llevan años
publicando en los periódicos que estoy perdido.
Sigo perdido
hasta próximo aviso.
El lenguaje es ya insuficiente para pronunciarte
y las palabras son como caballos de madera
que corren tras de ti noche y día,
sin alcanzarte.
Siempre que me acusan de quererte,
me siento superior;
convoco una rueda de prensa
y reparto tus fotos a los periodistas,
aparezco en la pantalla del televisor
con la rosa del escándalo
prendida en mi ropa.
Escuchaba a los enamorados
hablar de sus amores,
y me reía.
Pero cuando volví al hotel
y tomé el café, solo,
supe cómo penetra el puñal del amor en el costado
para no salir nunca.
Mi problema con la crítica
es que siempre que escribo un poema en negro,
dicen que lo he copiado de tus ojos.
Mi problema con las mujeres
es que siempre que niego mi relación contigo,
oyen el tintineo de tus pulseras
en la vibración de mi voz
y ven tu camisón
colgado en el armario de mi recuerdo.
No me acostumbres a ti:
el médico me ha aconsejado
que no mantenga mis labios en los tuyos
más de cinco minutos,
ni me siente bajo el sol de tus pechos
más de un minuto,
para no abrasarme.
Si conoces a un hombre
que te quiera más que yo,
preséntamelo
para felicitarlo
y luego matarlo.
—Nizar Qabbani (Damasco, 1923 – Londres, 1998), En tus ojos, el mundo ajusta su hora.
Traducción del árabe: María Luisa Prieto
Antes de que fueras mi amada / había más calendarios para contar el tiempo: / los hindúes,/ los chinos, / los persas / y los egipcios tenían sus calendarios./ Después de ser mi amada,/ la gente comenzó a decir: / el año mil antes de sus ojos / y el siglo décimo después de sus ojos. / En tu amor alcancé el grado de evaporación, / el agua del mar se tornó mayor que el mar, / la lágrima del ojo mayor que el ojo / y la superficie de la herida / mayor que la de la carne. […]
Las ciudades son un olor. Acre huele a yodo y especias. Haifa, a pino y sábanas arrugadas. Moscú, a vodka y hielo. El Cairo, a mango y jengibre. Beirut, a sol, mar, cigarrillos y limón. París, a pan recién hecho, queso y cosméticos. Damasco, a jazmín y frutos secos. Túnez, a nardos y sal. Rabat, a alheña, incienso y miel. Una ciudad sin olor no cuenta a la hora de los recuerdos. Los exilios comparten un olor, el de la nostalgia de lo que se fue… un olor que recuerda a otro. Un olor que corta la respiración, tan profundo que te lleva, como un mapa turístico muy gastado, al olor del lugar primero. El olor es un recuerdo y una puesta de sol. Aquí el atardecer es un reproche que la belleza le hace al forastero.
Amar el ocaso no es, como es sabido, uno de los atributos del exilio.
—Mahmud Darwish (Al-Birwa, 1941 – Houston, 2008), En presencia de la ausencia (fragmento)
Traducción de Luz Gómez García
Las ciudades son un olor. Acre huele a yodo y especias. Haifa, a pino y sábanas arrugadas. Moscú, a vodka y hielo. El Cairo, a mango y jengibre. Beirut, a sol, mar, cigarrillos y limón. París, a pan recién hecho, queso y cosméticos. Damasco, a jazmín y frutos secos. Túnez, a nardos y sal. Rabat, a alheña, incienso y miel. Una ciudad sin olor no cuenta a la hora de los recuerdos. Los exilios comparten un olor, el de la nostalgia […]
Las dos manos que abandoné
Me acompañan como una luna.
De día se perfilan como árboles en el camino
Y cuando en la noche corren las aguas de la imaginación
Me preceden hacia el bosque del sueño.
Las dos manos que abandoné
Se abren como mariposas dentro de mis ojos.
—Abdo Wazen (Beirut, 1957), El bosque del sueño
Traducción de Yumana Haddad
Las dos manos que abandoné / Me acompañan como una luna. / De día se perfilan como árboles en el camino / Y cuando en la noche corren las aguas de la imaginación / Me preceden hacia el bosque del sueño. / Las dos manos que abandoné / Se abren como mariposas dentro de mis ojos. […]
El escritor libanés afincado en Francia Amin Maalouf ha ganado el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010, fallado este miércoles en Oviedo. Se ha impuesto a finalistas como la española Ana María Matute y el poeta chileno Nicanor Parra. Amin Maalouf (Beirut, 1949), narrador y ensayista francófono y una de las voces más importantes de la literatura árabe, es autor de obras como León el africano, Samarkanda o Los jardines de luz.
Maalouf está en posesión de numerosos premios, entre ellos el Goncourt o el Maison de Presse, y es uno de los escritores que más atención ha prestado a la cultura mediterránea.
Entre sus últimos trabajos figura El desajuste del mundo. Cuando nuestras civilizaciones se agotan, un ensayo en el que aboga por la universalidad de los valores y el respeto a la diversidad de las culturas.
El jurado, presidido por el director de la Real Academia de la Lengua, Víctor García de la Concha, se ha reunido en el Hotel de la Reconquista de Oviedo.
Con el Premio de las Letras han sido galardonados José Hierro, Miguel Delibes, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Günter Grass, Doris Lessing, Arthur Miller, Susan Sontag, Paul Auster, y el albanés Ismaíl Kadaré, que lo obtuvo en 2009.
Fuente: 20minutos
El escritor libanés afincado en Francia Amin Maalouf ha ganado el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010, fallado este miércoles en Oviedo. Se ha impuesto a finalistas como la española Ana María Matute y el poeta chileno Nicanor… Leer