sunníes

Protesta frente a la embajada saudí en Teherán contra la ejecución del clérigo chií Nimr al Nimr. Foto: Erfan Koughari / Wikimedia Commons

Quienes confiaban en que el nuevo año trajese al fin la progresiva resolución, si no de todos, sí al menos de algunos de los conflictos que están castigando Oriente Medio, van a tener, muy probablemente, que seguir esperando: una de las claves fundamentales para llegar a alcanzar cierta estabilidad y poner freno a la violencia que arrasa actualmente países como Siria o Yemen pasa por la voluntad de cooperación de las dos grandes potencias de la región, Irán y Arabia Saudí, y eso es algo que, tras la crisis desatada esta semana entre ambos países, no parece que vaya a ocurrir a corto plazo.

La enconada rivalidad entre Riad y Teherán, un enfrentamiento de décadas interconectado con la tensión religiosa (el 95% de los 29 millones de habitantes de Arabia Saudí son musulmanes suníes; el 89% de los 78 millones de Irán, musulmanes chiíes), pero cuyos motivos reales tienen mucho más que ver con la lucha por obtener el dominio geopolítico de la región, se ha acrecentado más aún si cabe estos últimos días, tras la ejecución el pasado sábado, por parte de las autoridades saudíes, de 47 personas acusadas de «terrorismo», entre ellas, un influyente clérigo chií, Nimr Al Nimr.

Los sentenciados, en su mayoría suníes de nacionalidad saudí, murieron en doce prisiones distribuidas por todo el país (decapitados en ocho de ellas, fusilados en las cuatro restantes), en una masiva aplicación de la pena capital que bien podría haber escandalizado no solo a Irán, sino a cualquier otro país, incluyendo los occidentales, que tan a menudo hacen la vista gorda ante los abusos saudíes contra los derechos humanos. Pero no fue el desatado uso del patíbulo lo que soliviantó a las autoridades de Teherán, que, a fin de cuentas, ejecutan a al menos 300 personas al año, frente a la media de 80 de Arabia Saudí (más de 150 en 2015 bajo el reinado del nuevo rey Salman), sino el hecho de que entre los ajusticiados se encontrara el mencionado Al Nimr, una figura muy crítica con el régimen de Riad y que gozaba de una gran popularidad entre la minoritaria comunidad chií de Arabia Saudí.

La ejecución de Al Nimr fue recibida en Irán como una provocación en toda regla. Tan solo unas horas después de que se llevase a cabo la sentencia, grupos de manifestantes incendiaron la embajada saudí en Teherán clamando venganza, y, pese a que el Gobierno iraní condenó el ataque, Arabia Saudí respondió rompiendo relaciones diplomáticas con Irán. En los días siguientes lo harían también Sudán, Bahréin, Yibuti y Somalia, mientras que los Emiratos Árabes Unidos reducían sus contactos con Teherán, y Catar y Kuwait llamaban a consultas a los embajadores iraníes en estos países.

Moviendo piezas en el puzle regional

Esta última crisis es, en todo caso, la escenificación política de un conflicto que lleva años dirimiéndose fuera de las fronteras de ambos países, en guerras subsidiarias (proxy, en el término inglés comúnmente utilizado por los expertos) donde las dos potencias están desempeñando un papel determinante, apoyando a sus respectivas facciones afines.

De momento, un enfrentamiento bélico directo entre Irán y Arabia Saudí, de catastróficas consecuencias para ambos y para el resto de la región, no parece, muy probable. Por un lado, los dos tienen demasiado que perder; por otro, la rivalidad ya se está expresando suficientemente en el complicado tablero que constituyen actualmente los conflictos de Siria, Yemen e Irak. El problema es que este enfrentamiento indirecto puede acabar resultando igual de catastrófico.

En Siria, Irán respalda abiertamente, junto con Rusia, al régimen de Bashar al Asad (por afinidad religiosa —la élite gobernante siria es alauí, una rama del islam conectada con el chiísmo—, pero, sobre todo, para extender su influencia y mantener el eje de territorio amigo que le conecta con la milicia chií Hizbulá en Líbano), mientras que de Arabia Saudí ha partido una parte esencial del apoyo obtenido por las milicias integristas (salafistas y yihadistas) que han acabado eliminando la oposición laica y moderada al régimen de Damasco.

La ayuda de Moscú a Asad es, sin duda, esencial, pero sin la intervención de Teherán, y también de sus aliados chiíes de Hizbulá, el dictador sirio habría tenido serios problemas para mantenere en el poder. Y sin la intervención saudí (especialmente la indirecta, a través de dinero más o menos privado), los grupos yihadistas, incluyendo Estado Islámico, no habrían llegado hasta donde están ahora, ni la oposición laica estaría tan debilitada.

Las  escasas esperanzas de que llegue a alcanzarse un acuerdo sobre el futuro de Siria, y de que puedan avanzar las hasta el momento infructuosas negociaciones de paz, pasan, aparte de por el compromiso de actores externos como Rusia o EE UU, por el entendimiento entre Riad y Teherán, no solo en lo referente a su injerencia (armamentística, política y financiera) en el conflicto, sino, especialmente, y como destaca la analista Itxaso Domínguez de Olazábal, para hacer de la lucha contra Estado Islámico el objetivo prioritario de ambos, más allá de sus intereses contrapuestos. Algo que, por ahora, no está en la agenda real de ninguna de las dos potencias.

En Yemen, mientras tanto, los papeles se reparten al contrario: los saudíes apoyan al régimen del presidente Abd Rabu Mansur Hadi, liderando una coalición internacional que lleva meses bombardeando el país sin piedad, en un intento de acabar con la rebelión de los hutíes, un grupo opositor chií que, con el supuesto respaldo de Irán (según Teherán, solo moral), se hizo a principios de 2015 con el control de la capital, Saná, y forzó la salida del mandatario.

Teherán, a su vez, ha multiplicado su presencia militar en Irak (país de mayoría chií), donde milicias iraníes combaten a los yihadistas suníes de Estado Islámico, de forma paralela a la lucha contra Daesh que llevan a cabo el Ejército regular iraquí y los combatientes kurdos. Irán es, asimismo, y por otro lado, el principal valedor de la milicia chií libanesa Hizbulá, un factor que podría contribuir de forma determinante a desactivar el bloqueo político en el que se encuentra Líbano, sin presidente desde mayo de 2014.

¿Chiíes contra suníes?

Superada al menos —aparentemente— la antigua simplificación de «árabes contra persas», la tentación contemporánea, alentada por el enfoque igualmente simplificador de muchos medios de comunicación, es reducir toda esta crisis a un enfrentamiento religioso, o sectario, entre suníes y chiíes, en una lucha que se habría venido produciendo «durante siglos», y a la que se acude cada vez más a la hora de explicar todos y cada uno de los conflictos de Oriente Medio, con la excepción del palestino-israelí.

La realidad, sin embargo, es bastante más compleja, y tiene como fondo principal el uso que los poderes políticos han hecho y siguen haciendo de esa rivalidad religiosa, invocando argumentos sectaristas para justificar ambiciones estratégicas. La tensión sectaria, evidentemente, existe y juega un papel innegable en los diferentes escenarios de violencia que padece la región, pero es el continuo secuestro identitario que supone la utilización de esa tensión como elemento excluyente (no solo por ambas partes, sino también por Occidente) lo que la ha exacerbado hasta sus incendiarios niveles actuales.

Según explica Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante, bajo este enfoque exclusivamente sectarista subyace un intento de «debilitar a los escasos regímenes seculares que habían conseguido éxitos relativos a la hora de instaurar un Estado moderno, centralizado y avanzado; convertir a estos países en Estados fallidos y volver a las lógicas sectarias y tribales». En este sentido, resulta útil recordar, por ejemplo, el desastre político a que dio lugar en Irak el enfoque sectario del gobierno auspiciado por Estados Unidos tras la invasión de 2003.

Tampoco es cierto, por otra parte, que suníes y chiíes hayan estado en guerra constante desde el cisma que dio lugar a las dos principales ramas del islam, durante el periodo que siguió a la muerte del profeta Mahoma, en el siglo VII. Ambos grupos han alternado periodos de gran conflictividad con largas épocas de convivencia más o menos pacífica, y han compartido objetivos e intereses (dos ejemplos significativos: el califato otomano, de naturaleza suní, obtuvo el respaldo de importantes grupos chiíes a principios del siglo XX; y durante la guerra entre Irán e Irak —1980-1988—, muchos chiíes iraquíes combatieron al lado de Bagdad, anteponiendo la identidad nacional a la religiosa o, al menos, compartiendo con sus compatriotas suníes su condición de víctimas obligadas a luchar por el régimen de Sadam Husein).

Dicho esto, el elemento religioso tampoco puede obviarse, pero la clave en este sentido se encuentra más en el extremismo que caracteriza a los gobiernos, tanto de Irán como de Arabia Saudí (los dos son teocracias fundamentalistas regidas por la sharia, o ley islámica), que en el hecho de que pertenezcan a ramas religiosas diferentes.

A continuación, los episodios más destacados del enfrentamiento entre saudíes e iraníes a lo largo de las últimas décadas, incluyendo las claves de la crisis actual:

1979. Revolución iraní

Durante las décadas más tensas de la Guerra Fría, tanto Irán como Arabia Saudí fueron considerados por Occidente como países aliados frente a la influencia soviética en Oriente Medio (especialmente en Siria y, en menor medida, en Egipto). Con el Irán del sha, colocado en el poder después de que los servicios secretos del Reino Unido y Estados Unidos se encargasen de derrocar al incómodo primer ministro Mohammad Mosaddeq en 1953, se podía contar para cualquier cosa. Y respecto a Arabia Saudí, la tranquilidad estaba también asegurada gracias, en parte, el pacto más o menos secreto alcanzado el 14 de febrero de 1945 a bordo del crucero Quincy entre el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt (que volvía de la Conferencia de Yalta) y el rey saudí Ibn Saud. Por este acuerdo se reconocía que la estabilidad de Arabia Saudí forma parte de «los intereses vitales» de EE UU (petróleo), el reino saudí se comprometía a garantizar el aprovisionamiento energético y Washington le otorgaba, a cambio, «la protección incondicional contra cualquier amenaza exterior». Además, Ibn Saud concedía el monopolio de la explotación del petróleo a las compañías estadounidenses, lideradas por la Aramco del clan Rockefeller, durante un plazo de 60 años, al término del cual Riad recuperaría sus pozos.

Todo esto cambió en febrero de 1979 con el triunfo de la revolución islámica en Irán, liderada por el ayatolá Jomeini. Desde entonces, el objetivo declarado de Teherán de exportar la revolución a todo el mundo musulmán, y, en concreto, la asunción por parte de Teherán de la doctrina de Wilayat Faqih (gobierno del faqih), según la cual el máximo poder temporal entre los chiíes debe residir en su líder supremo, ha chocado de frente con los intereses de Arabia Saudí, que, como guardiana de los lugares más sagrados del islam (La Meca y Medina), insiste en proclamarse como líder del islam suní, mayoritario entre los musulmanes de todo el mundo.

La ineficacia de Irán a la hora de extender la revolución (con la excepción de su influencia en Líbano, a través de la milicia Hizbulá) fue tranquilizando, no obstante, las suspicacias saudíes, mientras que en el interior del reino, cada vez más rico gracias a los ingresos del petróleo, iba cobrando más y más fuerza la interpretación salafista (fundamentalista) del islam suní, que, entre otras cosas, considera herejes a los chiíes.

1980-1988. Guerra entre Irán e Irak

La guerra entre Irán e Irak, que comenzó en 1980, supuso el primer escenario en el que Arabia Saudí se opuso expresamente a Irán. Pese a no ser un aliado natural del régimen iraquí (laico) de Sadam Husein, Riad financió el esfuerzo bélico de Bagdad con unos 25.000 millones de dólares, y animó a los países vecinos (Kuwait, Emiratos, Catar, Bahréin) a que hicieran lo mismo.

En 1981, Arabia Saudí creó el Consejo de Cooperación del Golfo para extender su zona de influencia y aislar en lo posible la onda expansiva de la revolución iraní. La iniciativa, sin embargo, no fue muy eficaz, ya que el resto de las monarquías del Golfo se mostraron reticentes a participar en una fuerza militar conjunta bajo el mando saudí.

La guerra irano-iraquí tuvo consecuencias también en el aspecto económico, ya que, con el fin de debilitar las finanzas iraníes, Riad aumentó considerablemente su producción de petróleo, en un intento de hacer caer los precios y poner en peligro las exportaciones petroleras de Irán, base fundamental de la economía del país persa. Según explica la experta Agnès Levallois en el diario Le Monde, uno de los principales factores que explican la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán es, precisamente, esta competencia sobre la gestión de los recursos energéticos y económicos de la región.

Irán, por su parte, respondió a la invasión iraquí que dio lugar a la guerra desarrollando una estrategia de «defensa preventiva», basada en la creación de lazos (milicias paramilitares, partidos políticos) con árabes chiíes en otros países, lo que le permitiría actuar de manera subsidiaria más allá de su territorio, algo que Arabia Saudí no vio precisamente con buenos ojos.

1988. Masacre en La Meca y primera ruptura

El 31 de julio de 1987, las autoridades saudíes reprimieron una multitudinaria manifestación antiestadounidense y antiisraelí de peregrinos iraníes en La Meca. Durante los disturbios murieron 400 peregrinos, 275 de ellos iraníes. En respuesta, grupos de manifestantes asaltaron la embajada saudí en Teherán y retuvieron al personal diplomático como rehenes. Uno de los funcionarios saudíes murió y, en abril del año siguiente, Arabia Saudí rompió relaciones diplomáticas con Irán por primera vez.

Ambos países, sin embargo, dejarían a un lado sus diferencias para hacer frente común contra Sadam Husein, cuando éste invadió Kuwait en 1990, dando lugar a la Primera Guerra del Golfo. En 1991, Irán volvió a autorizar los vuelos directos de peregrinos a La Meca.

Años noventa. Calma y acercamiento

Durante el resto de la década de los noventa, las relaciones entre Irán y Arabia Saudí, así como entre Irán y Estados Unidos, mejoraron notablemente, gracias, en parte, a las presidencias en Irán del pragmático Hashemi Rafsanjani (1989-1997) y del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005).

Tras largas negociaciones, saudiés e iraníes retomaron relaciones diplomáticas y comerciales y, en 1997, Irán organizó la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica, en la que participaron 54 países, y a la que acudió el entonces príncipe heredero y futuro rey de Arabia Saudí, Abdala bin Abdulaziz.

Dos años más tarde, Jatamí viajó a Arabia Saudí, en la primera visita oficial al reino de un presidente iraní desde la revolución de 1979.

2003. Guerra de Irak

La caída de Sadam Husein tras la invasión de Irak por parte de la coalición liderada por Estados Unidos en 2003 alteró la balanza sectaria en la región. Pese al carácter laico del régimen de Sadam, el dictador, un suní, había enfatizado la vertiente religiosa de su gobierno, en un intento por ganarse simpatías durante los duros años de sanciones económicas internacionales que siguieron a la Primera Guerra del Golfo.

Ahora, Arabia Saudí perdía un importante contrapeso suní frente al poder chií de Irán, en un país, Irak, donde la mayoría de la población es también chií, al tiempo que, de la mano de Washington, el Gobierno iraquí pasaba a manos de un chií, Nouri Al-Maliki (en el poder hasta 2014).

La guerra civil en Irak que siguió a la invasión estadounidense, la creciente actividad terrorista de Al Qaeda (una organización suní que bebe de la ideología salafista que mana del manantial fundamentalista saudí) contra objetivos chiíes (civiles incluidos), la proliferación de milicias chiíes proiraníes y, finalmente, la política discriminatoria hacia la comunidad suní del gobierno de Maliki, convirtieron Irak en un nuevo escenario de enfrentamiento entre las dos potencias, y fueron abonando asimismo el terreno para el nacimiento de Estado Islámico.

2011. Las primaveras árabes

El estallido en 2011 de las revueltas populares que sacudieron Oriente Medio y el Magreb, la conocida como «primavera árabe», supuso nuevos enfrentamientos entre Irán y Arabia Saudí, aliados con facciones enfrentadas entre sí en diversos escenarios, especialmente, en Siria, Bahréin y, posteriormente, Yemen.

En marzo de 2011, tropas del Consejo de Cooperación del Golfo, encabezadas por Arabia Saudí (un millar de soldados) y con participación también de militares emiratíes (500), entraron en Bahréin para ayudar al Gobierno de este país (suní) en su represión contra las protestas de la mayoría chií (la llamada «revolución de la plaza de la Perla»), unas protestas que contaban con el respaldo de Teherán. Hubo miles de detenidos y se impuso el estado de emergencia.

Teherán rechazó la intervención militar saudí en Bahréin, y los países del Golfo, liderados por Riad, denunciaron la «permanente interferencia iraní» en sus asuntos, sobre todo tras el descubrimiento de una red de espionaje relacionada con Irán. El jefe de las tropas enviadas a Bahréin, el general Mutlaq bin Salem, llegó a decir que su objetivo era evitar una «agresión extranjera» en el país árabe, en clara referencia a Irán.

Mientras, en Siria, Irán es, desde que comenzo la guerra civil en 2011, el principal apoyo del presidente Bashar al Asad (alauí, una rama del chiísmo). Damasco recibe de Teherán ayuda tanto militar como financiera. Arabia Saudí, por su parte, respalda a los grupos opositores, mayoritariamente suníes, y dominados ahora por las distintas facciones yihadistas, lo que ha complicado terriblemente el rompecabezas sirio, y ha puesto en entredicho el papel saudí en el conflicto.

2015. Intervención en Yemen

Desde marzo de 2015, Arabia Saudí lidera una coalición militar internacional árabe en apoyo del presidente de Yemen, Abd Rabu Mansur Hadi, quien fue desalojado del palacio presidencial en enero  de ese año por los rebeldes hutíes. Los hutíes profesan el zaidismo, una rama islámica relacionada con la vertiente imamí del chiísmo (institucionalizada en Irán), lo que, en teoría, les hace aliados de Teherán. De hecho, tanto Arabia Saudí como el Gobierno yemení han denunciado en reiteradas ocasiones que los hutíes están recibiendo apoyo de Teherán, algo que Irán, quien no oculta su apoyo moral a los rebeldes, niega.

Según explica Levallois, Arabia Saudí está convencida, «de un modo casi paranóico», de que la revuelta hutí supone la emergencia de una nueva «colonia iraní» al otro lado de sus fronteras, «mientras que lo único que reclaman las minorías chiíes es tener los mismos derechos que sus conciudadanos suníes».

En cualquier caso, exista o no ese apoyo directo iraní, la reducción del conflicto en Yemen a un mero enfrentamiento entre chiíes y suníes supone, de nuevo, una gran simplificación, e implica considerar suníes a todos los rivales de los hutíes, algo que no es cierto.

Como explicaban en la revista Middle East Report los profesores Stacey Philbrick Yadav y Sheila Carapico, «el zaidismo está relacionado con la rama imamí del chiísmo del mismo modo que, por ejemplo, los ortodoxos griegos son una rama del catolicismo. Relacionar ambos credos puede tener sentido, tal vez, en términos esquemáticos, pero en lo relativo a doctrina, prácticas, políticas y hasta festividades religiosas, el zaidismo y el chiísmo imamí son muy distintos. […] En el limitado sentido en que este conflicto es ‘sectario’, también lo es institucional, ya que empezó con la rivalidad existente entre campamentos hutíes y campamentos salafistas financiados por Arabia Saudí […], un relato bastante más interconectado con el poder estatal contemporáneo que con ‘eternas disputas’ entre las dos ramas dominantes del islam».

La guerra en Yemen ha causado ya casi 6.000 muertos, de ellos 2.800 civiles, y desatado una gravísima crisis humanitaria. Según datos de Naciones Unidas, más de 21 millones de personas en Yemen requieren algún tipo de ayuda humanitaria para sobrevivir, lo que supone alrededor de un 80% de la población, incluidas las 2,3 millones de personas que se han visto desplazadas.

2015. Acuerdo nuclear con Irán

Después de doce años de crisis, el acuerdo nuclear alcanzado finalmente el pasado 14 de julio entre Irán y el denominado Grupo 5+1 (EE UU, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) permitió el inicio de la vuelta de Teherán al escenario político internacional, y supondrá, con el progresivo levantamiento de las sanciones económicas, un respiro financiero para el país de los ayatolás.

Arabia Saudí, que se opuso desde un principio a este acuerdo (Irán llegó a acusar a Riad de aliarse con el enemigo número uno, Israel, para impedir que las negociaciones salieran adelante), teme que los nuevos ingresos económicos que empezarán a fluir poco a poco hacia Irán permitan a Teherán incrementar su influencia en la región, al tiempo que se siente, de algún modo, desplazada en las preferencias de sus aliados tradicionales, empezando por Estados Unidos.

2016. Ejecución del Al Nimr y nueva ruptura diplomática

El pasado día 2, Arabia Saudí anunció la ejecución de 47 acusados de «terrorismo», incluyendo al clérigo disidente chií Nimr Al Nimr, una acción ante la que Estados Unidos y los países europeos, maniatados por sus intereses económicos con el reino saudí, permanecieron callados o respondieron de la manera más tibia posible, pero que causó fuertes protestas, no solo en Irán y entre la propia comunidad chií saudí, sino también en Irak, donde cientos de chiíes tomaron las calles pidiendo al gobierno iraquí el cierre de la embajada saudí (reabierta el mes pasado tras 25 años), y en la parte india de Cachemira, donde miles de chiíes se manifestaron contra la ejecución, blandiendo carteles con la imagen del clérigo o llevando banderas negras.

La reacción más intensa, no obstante, se produjo, obviamente, en Irán, donde manifestantes llegaron a incendiar la embajada saudí en Teherán. El asalto a la delegación diplomática derivó en la decisión de Riad de romper relaciones diplomáticas con Teherán, una iniciativa a la que se sumaron posteriormente Sudán, Bahréin, Yibuti y Somalia.

Según la versión oficial, Al Nimr, detenido en julio de 2012 por apoyar los disturbios contra las autoridades saudíes que estallaron en febrero de 2011 en la provincia de Al Qatif, en el este del país y de mayoría chií, fue sentenciado a la pena capital por «desobedecer a las autoridades, instigar a la violencia sectaria y ayudar a células terroristas». Para Irán, Al Nimr no era más que una voz crítica contra el régimen de Riad, y su muerte se enmarca en la represión sistemática que, según Teherán, ejerce el reino saudí contra su minoría chií.

La muerte del clérigo, sin embargo, no puede entenderse sin tener en cuenta la situación interna por la que atraviesa el régimen saudí. De hecho, Arabia Saudí ha aplicado en muy pocas ocasiones la pena capital a detenidos relacionados con protestas de la minoría chií. Así, la mayoría de los expertos coinciden en interpretar la ejecución de Al Nimr como una cortina de humo destinada a desviar la atención de la población, en un momento en el que el Gobierno, atenazado por la caída del precio del petróleo, se enfrenta a una incipiente crisis económica, con un déficit presupuestario cercano a los 80.000 millones de dólares, un desempleo (sobre todo el juvenil) en aumento, y serios recortes sociales a la vista que amenazan con minar el privilegiado estado del bienestar al que están acostumbrados los saudíes.

A ello se añadiría la necesidad de aplacar las voces de las facciones religiosas suníes más ultraconservadoras, cuyas críticas al régimen se han multiplicado en los últimos meses; el deseo de dar un respiro mediático a la guerra en Yemen, estancada y sin resultados favorables claros para el reino saudí; y, por supuesto, la intención de reafirmar la autoridad saudí en la región, en un momento en el que, tras la firma del acuerdo nuclear con Irán, Riad se siente menos respaldada internacionalmente.

Por último, las 47 ejecuciones del pasado sábado pueden interpretarse asimismo como un gesto más dentro de la campaña de mano dura que, obligado a consolidar su poder ante las intrigas internas, parece estar llevando a cabo el nuevo rey saudí, Salman bin Abdulaziz, desde que accedió al trono hace un año tras la muerte de su medio hermano, el rey Abdala, y en colaboración con su hijo, el príncipe heredero sustituto y ministro de Defensa, Mohamed bin Salman.

Ambos serían los principales responsables de que Arabia Saudí haya abandonado la política de discreción y operaciones en la retaguarda que había caracterizado al país durante años, en una nueva era más agresiva en la que se enmarcarían, además de los bombardeos sobre Yemen, el incremento del número de ejecuciones, las ayudas a los insurgentes sirios, el reforzamiento del eje que forma con el resto de las monarquías absolutistas del Golfo (especialmente Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, ya que Omán sigue tratando de mantener un papel más neutral), o incluso los movimientos para alterar el precio del petróleo, destinados a perjudicar a Irán y a los países no pertenecientes a la OPEP.

En cuanto a Irán, las autoridades civiles del país respondieron a la ejecución de Al Nimr lanzando graves acusaciones contra Arabia Saudí (incluendo la de apoyar el terrorismo), pero, al mismo tiempo, han tratado asimismo de calmar los ánimos, empezando por el presidente del país, Hasan Rohaní, quien condenó lo ocurrido en la delegación diplomática saudí y aseguró que el Ministerio del Interior, el servicio secreto y la policía debían perseguir a los responsables. «El ataque de extremistas contra la embajada saudí en Teherán es injustificable y tuvo consecuencias negativas para la imagen de Irán», indico: «Este tipo de actos tienen que terminar de una vez por todasx.

Menos moderada se han mostrado, como era de esperar, la otra columna del poder en Irán: la religiosa. El líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, dijo el domingo pasado que los políticos del reino saudí se enfrentarán a un castigo divino por la muerte el clérigo ejecutado. «La sangre injustamente derramada de este mártir oprimido, sin duda pronto mostrará su efecto, y la divina venganza caerá sobre los políticos saudíes», afirmó. El Consejo de Guardianes de la Revolución, por su parte, prometió una «dura venganza» contra la dinastía real saudí.


Publicado originalmente en 20minutos

Arabia Saudí e Irán: décadas de rivalidad geopolítica con el sectarismo como excusa

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Este recomendable documental de la BBC, emitido originalmente en marzo de 2014 bajo el título de Freedom to Broadcast Hate (Libertad para retransmitir odio), y conducido por el periodista Nour-Eddine Zorgui, explora la relativamente reciente proliferación por todo Oriente Medio de canales de televisión desde los que telepredicadores radicales se dedican de forma incansable a propagar mensajes sectarios y de odio, sunníes contra chiíes, chiíes contra sunníes.

Muchos de estos canales, prohibidos hasta hace no mucho, han alcanzado una gran popularidad en los últimos años, especialmente en Egipto e Irak. La mayoría no hacen público el origen de sus fondos ni la localización de las sedes desde las que operan.

En la versión radiofónica del documental (BBC World Service), Madawi Al-Rasheed, profesora en el Middle East Centre de la London School of Economics, recuerda una clave importante para entender el conflicto actual entre las dos principales ramas del islam, más allá del enfrentamiento político y religioso que dio lugar al cisma, tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632:

El conflicto actual obedece a factores modernos, marcados, principalmente, por la represión que, en general, ha sufrido Oriente Medio bajo los gobiernos autoritarios. El poder autoritario polariza a la población: prohíbe la existencia de actores civiles y agentes sociales, no permite los partidos políticos y, al final, se produce un repliegue hacia la comodidad del territorio sectario. Ante la eliminación del concepto de ciudadanía, la gente se refugia en el círculo más cercano, y más cerrado, de su secta, ya sean sunníes o chiíes.

Las televisiones del odio

Este recomendable documental de la BBC, emitido originalmente en marzo de 2014 bajo el título de Freedom to Broadcast Hate (Libertad para retransmitir odio), y conducido por el periodista Nour-Eddine Zorgui, explora la relativamente reciente proliferación por todo Oriente Medio… Leer

Miembros de tribus locales juran lealtad al grupo extremista Estado Islámico en Mosul. Foto: Niqash

Cuando el pasado 4 de julio el autoproclamado «califa del Estado Islámico», Abu Bakr al Bagdadi, realizó su primera aparición pública en la Gran Mezquita de Mosul, muchos de los extremistas que le siguen asumieron que la ciudad iraquí sería la capital del nuevo «califato», al menos, de momento.

Mosul, la tercera ciudad más grande del país, situada a unos 400 kilómetros al norte de Bagdad y donde viven cerca de 2 millones de personas, cayó en manos de los yihadistas suníes del entonces llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL, ISIS en inglés) hace ya más de un mes. Desde entonces, la vida de sus habitantes ha cambiado radicalmente: coches de la «Policía Islámica» patrullan las calles, los detenidos son procesados en «cortes islámicas», en la frontera del área controlada por los insurgentes se cobran tasas de aduana, y guardianes de la moral religiosa vigilan los mercados locales para asegurarse de que las mujeres van vestidas «correctamente».

Este viernes, los militantes islamistas dieron un ultimátum a los cada vez menos cristianos que quedan en la ciudad: en un comunicado que fue leído en las mezquitas, el grupo Estado Islámico les dio de plazo hasta el próximo sábado para que acepten la llamada dhimma, un contrato usado antiguamente que ofrece protección a los no musulmanes que viven en sociedades islámicas a cambio de que se conviertan al islam o de que paguen un impuesto especial. Según el texto, los cristianos que no acepten ninguna de estas dos opciones, «morirán». Tras conocerse el ultimátum, miles de cristianos empezaron a huir hacia la vecina región del Kurdistán iraquí.

La siguiente crónica, escrita por Khales Joumah y publicada originalmente en Niqash, da una idea de cómo están las cosas ahora en Mosul.


Por Khales Joumah
Publicado en Niqash el 17/07/2014
Traducción del original en inglés

Hace tan solo dos días, Abu Zahra y su amigo, Abed Hamdoun, ambos de Mosul, podrían haberse visto obligados a matarse el uno al otro si se hubieran encontrado en la calle. Hoy, sin embargo, en la ciudad del norte de Irak tomada recientemente por los musulmanes suníes extremistas, ambos pueden estrecharse la mano. Zahra estaba tan feliz que se le saltaban las lágrimas.

Zahra es un miembro destacado del grupo extremista conocido ahora como Estado Islámico (EI), mientras que Hamdoun pertenece a un grupo extremista distinto, Ansar al-Islam. Los dos grupos habían estado luchando hasta ahora debido a políticas internas relacionadas con la organización matriz a la que cada uno decía pertenecer.

La nueva alianza entre estos dos extremistas se debe a que que Ansar al-Islam juró lealtad al EI un día después del sermón realizado por el líder de este grupo en Mosul. Y Hamdoun estaba al frente de un grupo de combatientes que entró en la ciudad para jurar lealtad públicamente al líder del EI, Abu Bakr al Bagdadi.

A finales de junio, el EI anunció la creación de un «califato islámico» en las zonas de Irak y Siria que están bajo su control. A pesar de que han recibido ayuda de varios grupos para conseguir este objetivo, el EI asegura que está al mando del territorio y que los demás grupos deben jurar lealtad a su líder, Al Bagdadi. Ansar al-Islam, el segundo grupo de militantes más grande de Mosul, se oponía al EI, pero ahora ha decidido unirse y acatar sus órdenes.

No son los únicos que han jurado lealtad a Al Bagdadi. También lo han hecho un número indeterminado de otros grupos que operan en la ciudad, así como varios grupos tribales. Estos últimos han sido vistos desfilando hacia los cuarteles del EI (situados en los edificios de las autoridades locales) enarbolando pancartas, cantando eslóganes y prometiendo fidelidad al Estado Islámico.

El EI también ha sido capaz de movilizar a gente más joven. Muchos habitantes de la ciudad de entre 15 y 30 años de edad se unieron al juramento de lealtad. Un joven local, Ahmed Habib, relataba a Niqash que cuando preguntó qué implicaba apuntarse como voluntario en el EI, le respondieron que, si realizaba el juramento, debería obedecer a Al Bagdadi hasta la muerte, y que si en un futuro cambiaba de opinión y renunciaba al voto, sería considerado un apóstata. Los extremistas castigan la apostasía con la muerte.

El líder del EI, Al Bagdadi, fue filmado recientemente por el equipo de propaganda del grupo dirigiendo la oración en la emblemática Gran Mezquita de Al Nouri, en Mosul. Cuando acabó, se le acercaron varios grupos de hombres y un vecino preguntó qué estaba pasando. Le dijeron que los hombres estaban jurando lealtad. «De momento parece que el juramento es voluntario», indica este vecino, quien prefiere no dar su nombre por razones de seguridad. «La pelota sigue en el tejado de la gente local, pero eso no va a durar siempre», añade: «Pronto, todo aquel que no jure lealtad va a ser considerado enemigo».

La aparición pública de Al Bagdadi llenó de orgullo a muchos miembros del EI, quienes empezaron a decir abiertamente a los vecinos que la ciudad sería la capital del nuevo estado islámico, y que las «nuevas conquistas» se lanzarían desde Mosul.

En cualquier caso, el EI está actuando, ciertamente, como si Mosul fuese su capital, especialmente ahora que el «califa» se ha hecho presente en la ciudad, y que la gente le está jurando lealtad.

Como explica un analista en Long War Journal, una publicación que informa sobre las actividades de los extremistas y sobre las operaciones de seguridad que se llevan a cabo contra ellos, «la proclamación del califato causó polémica en los círculos yihadistas. Una crítica común era que los seguidores no pueden, ni deben, jurar lealtad a un líder a quien no han visto. En una época en la que es tan fácil difundir fotos y vídeos, esta crítica cobró mucho peso. Al líder del EI apenas se le había escuchado y eran pocos los que le habían visto. Antes de este nuevo vídeo tan solo existían unas pocas fotos confirmadas de Al Bagdadi. Pero Al Bagdadi y el EI respondieron produciendo un vídeo en el que el líder aparece dando un sermón de un modo relativamente calmado y confiado».

Las pruebas de que el EI ha empezado a fundar su estado son bastante obvias en Mosul: coches con el logo «Policía Islámica» empezaron a circular por toda la ciudad poco después de que el grupo estableciese varias cortes islámicas de justicia.

Uno de los primeros vecinos de Mosul llevado ante un juzgado islámico fue Yunis Hamid, el propietario de un generador que había estado vendiendo electricidad a viviendas situadas junto a la suya, y que fue denunciado ante la Policía Islámica. Cinco horas después de su «arresto», Hamis fue puesto en libertad y pudo volver a su casa. La familia lo celebró con una fiesta, y su madre insistió en que se abriese la camisa para comprobar que no tenía signos de tortura. Según rumores que circulan por Mosul, combatientes del EI han torturado a personas consideradas culpables. Los rumores no han podido ser confirmados, pero muchos lugareños creen que pronto empezarán a ver flagelaciones públicas en las calles.

Además de montar su propia administración, el EI está intentando también gestionar la economía. Mosul ha sido siempre un importante centro para sus asuntos financieros, y una significativa fuente de recursos para la financiación del grupo. Ahora, los combatientes del EI han intensificado su control en las entradas y salidas de la ciudad y recaudan tasas a los conductores de camiones que cruzan las «fronteras» con bienes o combustible. Un comerciante, Ali al Hamadani, aseguraba que uno de sus camiones, que transportaba tomates, solo fue autorizado a pasar la frontera después de que el conductor pagase 200 dólares.

Según cuenta Al Hamadi a Niqash, la «aduana islámica» se aplica a todos los bienes que se importan o exportan, incluyendo bombonas de gas: «Hemos tenido que duplicar el precio, y ahora cobramos hasta 10 dólares por bombona», indica. También se ha confirmado que comerciantes que trabajan para el EI están importando combustible de Irán y de Turquía, y vendiéndolo en el mercado negro a 1,50 dólares por litro, tres veces su precio original.

Asimismo, combatientes del EI han estado cogiendo dinero de bancos de Mosul, concretamente de los bancos Mesopotamia y Hadba, en el centro de la ciudad. Según relataron testigos, conductores enmascarados transportaban billetes de estos dos bancos entre grandes medidas de seguridad. Muy probablemente, este dinero se usa para pagar los sueldos de los combatientes del EI. Cada uno recibe un salario de 65 dólares al mes, y los casados tienen un extra de 25 dólares mensuales por cada hijo a su cargo.

Por otra parte, lo que puede describirse como la patrulla Hisbah del EI ha empezado a operar recientemente en la ciudad. Hisbah significa hacer todo de acuerdo a los mandamientos de Dios; hacer lo que se considera que está bien, y prohibir lo que se considera que está mal, según la doctrina religiosa. Miembros de esta patrulla han entrado en cafés locales y les han dicho a los propietarios que fumar no va a estar permitido. De momento ya han quemado montones de tabaco. También han hecho acto de presencia en tiendas de ropa y han comunicado a los dueños que no van a poder seguir vendiendo prendas ajustadas, ni para mujeres ni para hombres. La venta pública de lencería femenina ya ha sido prohibida.

Los integrantes de esta patrulla recorren los mercados observando a todo el mundo. Hace dos días, uno de ellos detuvo a dos jóvenes recién casados en el conocido mercado de Saryajana y, en voz baja, le dijo al marido que le dijera a su esposa que vistiese «decentemente». La mujer, según aseguró el miembro de la patrulla, llevaba mucho maquillaje y un vestido demasiado estrecho. El joven se ruborizó y, avergonzado, cogió a su esposa de la mano y ambos salieron del mercado. «Nos iremos de Mosul y no volveremos mientras esta gente siga aquí», le escucharon decirle a su mujer.


Artículo original (en inglés): All islamic, all the time – Mosul set to become caliphate’s capital

La nueva vida en Mosul, ‘capital’ del ‘califato’

Cuando el pasado 4 de julio el autoproclamado «califa del Estado Islámico», Abu Bakr al Bagdadi, realizó su primera aparición pública en la Gran Mezquita de Mosul, muchos de los extremistas que le siguen asumieron que la ciudad iraquí sería la capital del nuevo… Leer

«Nos hemos reunido aquí para analizar el rumbo que va a tomar nuestro país». Viñeta de Kal en The Economist.

«Nos hemos reunido aquí para analizar el rumbo que va a tomar nuestro país». Viñeta de Kal en The Economist.

Más de 40 personas han muerto y unas 500 resultaron heridas este viernes en dos atentados con bomba perpetrados, con apenas unos minutos de diferencia, junto a las mezquitas suníes de Al Taqwa y Al Salam, en Trípoli. Es el mayor atentado que sufre la ciudad libanesa desde que acabó la guerra civil en el país, en 1990. Los siguientes vídeos, grabados por cámaras de seguridad, recogen el instante de la explosión junto a la mezquita de Al Salam. Era el momento del rezo, en la oración del viernes.

Ver en YouTube

Hace poco más de una semana, otro atentado mató a 27 personas en Rueis, bastión de Hizbulá a las afueras de Beirut, por lo que en un principio se pensó en un posible acto de venganza. No obstante, el grupo chií se ha apresurado a desvincularse de los atentados –no reivindicados aún por nadie–, y ha indicado que son parte de una estrategia «para sumir a Líbano en el caos». El Gobierno de Siria también ha condenado el doble atentado, que ha calificado de «cobarde acto de terrorismo».

La violencia está resurgiendo de forma alarmante en el Líbano, como consecuencia de la guerra en la vecina Siria, un conflicto que ha disparado los enfrentamientos sectarios entre suníes (opuestos, en general, al régimen de Bashar al Asad) y chiíes, muchos de los cuales apoyan al régimen sirio (Hizbulá ha cruzado la frontera y sus milicianos están ayudando abiertamente al Ejército sirio).

En los últimos meses, la tensión ha sido especialmente fuerte en la ciudad de Trípoli, donde se han producido numerosos estallidos de violencia entre la mayoría suní y su pequeña comunidad alauí (la secta, conectada con el chiísmo, a la que pertenecen Asad y la cúpula gobernante en Siria), con un saldo de decenas de muertos y centenares de heridos.

«Está claro que hay un deseo de provocar una guerra sectaria en el Líbano para desviar la atención de lo que está ocurriendo en Siria», indicó a la agencia AFP Hilal Khachane, jefe del departamento de ciencias políticas de la Universidad Americana de Beirut.

Líbano, ademas, está sin gobierno desde el pasado mes de marzo, cuando dimitieron el primer ministro Nayib Mikati y todo su gabinete, debido a la presión cada vez mayor de los bandos pro Asad y anti Asad. Dede entonces, los partidos no han logrado ponerse de acuerdo para formar un nuevo ejecutivo, tarea que fue encomendada a Tammam Salam. Las discrepancias se centran, principalmente, en la asignación de los puestos clave y de los altos directores de las organizaciones militares y de seguridad.

Por otra parte, Israel bombardeó en la madrugada de este viernes posiciones del Frente Popular de Liberación de Palestina-Comando General (FPLP-CG, cercano al régimen sirio) situadas entre Beirut y Sidón, un día después del lanzamiento desde el Líbano de cuatro cohetes contra el norte de Israel por las Brigadas Abdulá Azzam, grupo vinculado a Al Qaeda, según informa el diario libanés The Daily Star.


Más información y fuentes:
» Bombs kill 42 outside mosques in Lebanon’s Tripoli (Reuters)
» Black Friday in Tripoli (The Daily Star)
» Al menos 35 muertos y 500 heridos en dos explosiones en el norte del Líbano (Efe)
» Dos atentados contra mezquitas causan 42 muertos y 500 heridos en Trípoli (El País)
» Twin explosions hit Lebanon (Reuters, fotos de los atentados)

Leer también:
» La complicada apuesta de Hizbulá

El mayor atentado en Trípoli desde la guerra civil

Más de 40 personas han muerto y unas 500 resultaron heridas este viernes en dos atentados con bomba perpetrados, con apenas unos minutos de diferencia, junto a las mezquitas suníes de Al Taqwa y Al Salam, en Trípoli. Es el… Leer

Hay meses, como éste, en los que la violencia se cobra más vidas en Irak que en Siria. No es cuestión de comparar unos muertos con otros, o de ponerlos en una balanza; todos pesan lo mismo. Pero a veces es necesario recurrir a la fría estadística para recuperar la atención y combatir el olvido; repasar los datos, los números, los recuentos diarios de fallecidos, y mirar después a las víctimas, a los ciudadanos cuya vida ha sido segada mientras esperaban el autobús o en la cola del paro, cuando compraban en un mercado callejero, cuando jugaban al fútbol en un partido de barrio entre aficionados…

Solo este lunes, al menos 64 muertos; desde principios de julio, unos 800; en lo que va de año, y la cifra es de Naciones Unidas, cerca de 3.000. Están todos, para que la cotidianeidad de la muerte no los acabe borrando de la memoria (en la portada de la edición en inglés de Al Jazeera, por ejemplo, no hay ahora mismo ni una sola noticia de Irak), en la página web Iraq Body Count.

De los 64 muertos de este lunes, 54 fallecieron como consecuencia de una cadena de atentados perpetrados en zonas de mayoría chií. En Bagdad estallaron once coches bomba en nueve barrios diferentes. En al menos siete de ellos la mayoría de la población pertenece a esta confesión religiosa. Los otros diez muertos fueron militantes abatidos por las fuerzas de seguridad en la ciudad de Tikrit, según informan las agencias internacionales, citando fuentes oficiales.

En Ciudad Sadr, barrio chií de Bagdad, un coche bomba explotó en una plaza donde estaban reunidos obreros jornaleros que buscaban trabajo. La explosión hizo volar por los aires un minibús, arrojándolo a más de diez metros, y destruyó los escaparates de varias tiendas, según relató un fotógrafo de AFP.

Otro coche bomba explotó en Mahmudiya, a 30 Km al sur de la capital, matando al menos a dos personas e hiriendo a otras 25. En Kut, una ciudad de mayoría también chií a 160 Km al sur de Bagdad, al menos seis personas murieron y 57 resultaron heridas en la explosión de dos coches bomba. Al menos dos personas más murieron y decenas resultaron heridas por la explosión de dos coches bomba en Samawa, otra ciudad chií situada a 280 Km al sur de Bagdad. Y en Basora, en el sur, y también de mayoría chiita, estalló otro coche bomba, con un balance de cuatro muertos y cinco heridos.

En los últimos tres meses, la violencia ha alcanzado niveles semejantes a los de la guerra civil de 2006-2007. Los ataques con bomba, coordinados contra la población civil, ocurren de promedio una o dos veces por semana. A ello hay que sumar otros atentados, con blancos más específicos, que acosan diariamente a las fuerzas del orden.

El incremento de la violencia está vinculado al resentimiento de la población suní con la mayoría chií, actualmente en el poder, y a la que los suníes acusan de practicar una discriminación sistemática. Pero una lectura que se quede en el mero enfrentamiento sectario sería demasiado pobre.

Hace unos meses este blog publicó unas cuantas claves para tratar de entender un poco mejor lo que está ocurriendo. El editorial de este lunes del diario británico The Guardian ofrece algunas más:

[…] La crueldad y los objetivos indiscriminados recuerdan los años terribles que sucedieron a 2006, años que, supuestamente, Irak debería haber dejado atrás con el establecimiento de un gobierno democrático, la aprobación de la Constitución y la transferencia de la responsabilidad de la seguridad a los soldados y la policía iraquí por parte de los estadounidenses

Pero el primer ministro, Nuri al Maliki, ha demostrado ser un líder desastroso que ha trastocado la Constitución para concentrar el poder en sus manos, excluir a la mayoría suní y amenazar potencialmente el hasta ahora pacífico norte kurdo. El consiguiente contraataque de los suníes, explotado por Al Qaeda, es el trasfondo de esta última oleada de violencia. Y la situación ha empeorado tras las recientes fugas ocurridas en las prisiones de Abu Hhraib y Taji, que han devuelto a la lucha a veteranos extremistas, y que parecen demostrar que este gobierno puede ser tan incompetente como dictatorial. A fin de cuentas, la seguridad era, en teoría, el punto fuerte de Maliki.

Es cierto que no es comprable la guerra convencional a gran escala de Siria con las bombas y los asesinatos de Irak, porque las proporciones son diferentes en ambos países. En Irak el Gobierno tiene su base en la mayoría chií, y los rebeldes pertenecen a la minoría suní. En Siria gobierna, o lo intenta, la minoría alauí, conectada con el chiísmo, y los rebeldes proceden de la mayoría suní. El balance militar refleja esta realidad demográfica.

Pero las dos partes, en los dos países, creen que tal vez podrían dar la vuelta a este equilibrio si se aliasen con sus correligionarios al otro lado de la frontera. Los dos conflictos, por tanto, empiezan ya a solaparse, una posibilidad de pesadilla que puede extender la agonía de ambos pueblos durante mucho tiempo.

El periódico español El País dedica también, en una línea parecida, un editorial a la situación de Irak:

[…] Irak, su exacerbada violencia y su caos político, ha sido eclipsado en los últimos años por la vorágine que sacude a otros países árabes en proceso de transición. Pero tras ese velo informativo se está produciendo la disolución como Estado unitario y funcional de la nación llamada a irradiar la transformación democrática del mundo árabe, como asegurara George W. Bush hace 10 años, antes de enviar las tropas a Bagdad. La guerra civil que enfrentó en Irak a las milicias chiíes y suníes y que después volvió a ambas contra el invasor se ha transformado en un terrorismo estructural —la sangre llama a la sangre— que se considera ya adherido irremisiblemente a la vida cotidiana.

Bagdad es un trampantojo democrático, pese a la proliferación de partidos o la celebración de elecciones. El enfrentado Gobierno de coalición entre chiíes, suníes y kurdos, que dirige con mano de hierro el chií Nuri al Maliki, es incapaz de garantizar la seguridad ciudadana o prestar los servicios básicos. Es reflejo de una élite sectaria, opaca y corrupta a los ojos de la mayoría de los iraquíes, más atenta a sus intereses que a los de un Estado en caída libre. La determinante sombra de Irán, en cuya órbita gira Al Maliki, y los acontecimientos de Siria, donde la mayoría suní combate a El Asad, agudizan el autoritarismo de un primer ministro que ignora la Constitución e igual purga a la minoría política suní que llega al borde del conflicto armado con el Gobierno autónomo kurdo.

Como los dirigentes de otros países árabes en ebullición, los de Bagdad tampoco quieren entender, pese al tiempo transcurrido, que el compromiso con el adversario y la inclusión de las minorías son elementos determinantes de la convivencia y la democracia. Irak, invertebrado y vulnerable, se aleja vertiginosamente de ese modelo, con consecuencias irreparables.


Leer también:
» Casi medio millar de muertos en Irak en abril: Algunas claves

Más información y fuentes:
» Al menos 64 muertos en Irak por la ola violencia (AFP)
» Wave of car bombings target Iraqi Shi’ites, killing 60 (Reuters)
» En Irak, retour aux années de plomb (Le Monde)
» Iraq: return of the car bombers (The Guardian)
» Irak se consume (El País)
» Forgotten Iraq: Violence grows as political paralysis continues (Al Bab)
» Iraq: ONU repudia altos niveles de violencia (Centro de Noticias ONU)

El matadero iraquí

Hay meses, como éste, en los que la violencia se cobra más vidas en Irak que en Siria. No es cuestión de comparar unos muertos con otros, o de ponerlos en una balanza; todos pesan lo mismo. Pero a veces… Leer

De la crónica (sin firma) escrita por un periodista de The New York Times cerca de Qusair, la ciudad siria tomada este miércoles por las fuerzas del régimen de Bashar al Asad:

[…] Sin embargo, antes incluso de que la mayoría de los rebeldes huyeran de Qusair, ya se había producido una destrucción menos tangible: el desgarramiento del tejido social en toda esta zona. A lo largo de la cercana frontera y hasta el valle de Bekaa, en el norte del Líbano, se extiende todo un mosaico de etnias y confesiones, entrelazadas desde siempre a través de vínculos comerciales, de amistad, tribales y familiares. Según afirman tanto rebeldes como civiles suníes, cuando, unidos a las tropas sirias, los guerrilleros de Hizbulá del otro lado de la frontera empezaron a sitiar Qusair, esos vínculos se rompieron, tal vez de forma definitiva, y su lucha por acabar con el régimen de Asad se convirtió en una guerra sectaria. […]

La semana pasada, civiles y opositores a Bashar al Asad del interior de la región de Qusair afirmaban que aún soñaban con un futuro mejor y con tener más voz en el Gobierno. Pero, antes o después, prácticamente todos acabaron expresando su rabia contra las confesiones que, bajo su punto de vista, apoyan al presidente, y especialmente contra los chiíes, a quienes culpan de las muchas  bajas sufridas en el intenso asalto liderado por los bien entrenados soldados de Hizbulá.

«No vamos ha olvidar lo que ha hecho Hasan Nasrala», dice Abu Zaid, un combatiente de Qusair de 40 años de edad, refiriéndose al líder de Hizbulá. «Nos vengaremos de él y de su organización aunque tengamos que esperar cien años». […]

El panorama general es más complicado. A pesar de que no es fácil comprobar los hechos en un área donde el acceso está limitado (tanto por los combates como por las restricciones gubernamentales), la lucha sectaria, con ataques de ambas partes, parece que comenzó hace ya más de un año. Civiles cristianos y chiíes que, como muchos suníes, han huido al Líbano, aseguran que también ellos han sido atacados por suníes y expulsados de sus pueblos. […]


Traducción del artículo original en inglés: In Besieged Area of Syria, Bitterness of Sunnis Points to Rending of Sects

La destrucción del tejido social en Siria

De la crónica (sin firma) escrita por un periodista de The New York Times cerca de Qusair, la ciudad siria tomada este miércoles por las fuerzas del régimen de Bashar al Asad: […] Sin embargo, antes incluso de que la… Leer

El líder de Hizbulá, Hasan Nasrala, durante una visita a Irán en 2005. Foto: Satyar Emami / Wikimedia Commons

Cuatro personas resultaron heridas este domingo al impactar tres cohetes en el barrio de Chiyah, un feudo de Hizbulá en la periferia del sur de Beirut. El ataque se produjo al día siguiente de que Hasan Nasrala, el líder de la milicia y partido político chií, justificase su apoyo al régimen sirio de Bashar al Asad y anunciara que sus hombres continuarán combatiendo en el país vecino «hasta la victoria». Ha sido el primer ataque dirigido directamente contra un bastión de Hizbulá en la capital libanesa desde que estalló el conflicto sirio, hace dos años.

«Continuaremos hasta el final del camino», dijo Nasrala el sábado en un discurso televisado. «Aceptamos esta responsabilidad y aceptaremos todos los sacrificios y las consecuencias de esta posición. Seremos los que traigamos la victoria», sentenció.

La guerra en Siria está polarizando el Líbano hasta extremos cada vez más alarmantes. En general, los suníes apoyan la rebelión contra Asad, cuyos oponentes profesan mayoritariamente esta confesión del islam, mientras que los chiíes de Hizbolá y sus aliados respaldan al presidente sirio. En los últimos meses, la tensión ha sido especialmente fuerte en la ciudad de Trípoli, donde se han producido numerosos estallidos de violencia entre la mayoría suní y su pequeña comunidad alauí (la secta, conectada con el chiísmo, a la que pertenecen Asad y la cúpula gobernante en Siria), con un saldo hasta ahora de más de 30 muertos y alrededor de 200 heridos.

Hasta no hace mucho, Hizbulá insistía en que no había enviado, oficialmente, combatientes a Siria. Su apoyo a Bashar al Asad, sin embargo, cobró total visibilidad la semana pasada, cuando fuerzas de la milicia chií y tropas del régimen sirio lanzaron un ataque conjunto para expulsar a los rebeldes de Qusair, una estratégica localidad situada a tan solo 7 kilómetros de la frontera con el Líbano, que era utilizada por los insurgentes como parte de la ruta de suministro de armas.

La apuesta de Hizbulá por Asad no es una apuesta fácil. Con ella, la milicia libanesa se alinea con Irán, la gran potencia chií de la región y su principal patrocinador, al tiempo que, de algún modo, devuelve al presidente sirio el apoyo que éste le prestó durante la guerra contra Israel en 2006. Pero el precio, esas «consecuencias» de las que hablaba Nasrala, es alto, ya que supone «derramar la sangre de hermanos árabes musulmanes», y echar más leña al fuego de la violencia confesional en la región. El momento, por otra parte, no puede ser peor, si consideramos que los enfrentamientos entre suníes y chiíes en Irak (de origen interno, pero conectados también con la situación en Siria) han puesto también a este país en la antesala de una nueva guerra civil.

Hizbulá, además, es consciente de que puede estar erosionando gravemente su imagen y su influencia en el mundo árabe, y dilapidando el enorme crédito obtenido tras su éxito en, precisamente, la guerra contra Israel de 2006.

Para justificar su postura, Nasrala insiste en que el respaldo de Hizbulá al régimen sirio no tiene nada que ver con motivos sectarios o confesionales, sino que se trata de una lucha contra «extremistas apoyados por Estados Unidos e Israel». En este sentido, el líder de la milicia libanesa asegura que los rebeldes sirios están dominados por «yihadistas islámicos fundamentalistas» que están tratando de imponer su influencia en los países sacudidos por la llamada primavera árabe. «Libia y Túnez ya están sufriendo a causa de estos grupos, y esta enfermedad está llegando también al Líbano. Si no les combatimos, los tendremos aquí», dijo.

Nasrala parece olvidar que, aunque de características distintas al integrismo suní, Hizbulá no es exactamente un grupo islámico moderado (más bien todo lo contrario), o que la creciente presencia de facciones fundamentalistas (algunas, directamente vinculadas a Al Qaeda) entre los rebeldes sirios es uno de los muchos factores que están paralizando a Occidente, con EE UU a la cabeza, a la hora de intervenir abiertamente en Siria apoyando a los insurgentes.

Parece obvio, en cualquier caso, que, al margen de que Nasrala crea o no en sus propias palabras, lo que está haciendo realmente Hizbulá es tratar de cubrirse las espaldas, ya que la caída del gobierno de Asad le dejaría sin uno de sus mejores aliados, y cortaría el camino a través del cual la milicia recibe armas de Irán.

De momento, Nasrala cuenta con el apoyo incondicional de las bases de Hizbulá, o al menos eso es lo que la organización puso en escena durante un multitudinario acto celebrado este mismo sábado en la localidad de Mashgara, para conmemorar el 13 aniversario de la retirada israelí del sur del Líbano, y durante el que se retransmitió el discurso del líder de la milicia a través de una gran pantalla de televisión.

«Si vienen aquí, moriremos; no tienen nuestra misma religión», decía una joven de 16 años, participante en la manifestación, a la corresponsal de la cadena de televisión pública estadounidense PBS. «Ellos no tienen la compasión que tenemos nosotros», añadía. Y una mujer de 64 años indicaba: «Si no les combatimos vendrán a por nosotros. Nosotros no somos como ellos». Preguntada por la corresponsal a qué se refería, la mujer alude entonces al famoso vídeo, publicado hace unas semanas en YouTube, en el que un rebelde fundamentalista suní aparece rajando el pecho de un soldado sirio muerto, y mordiendo después los órganos de la víctima. «Nosotros no nos comenos el corazón de nuestros enemigos; no somos salvajes como ellos», afirma la mujer.


Más información y fuentes:
» Hezbolá promete la victoria en Siria y Beirut es atacada con cohetes (Reuters)
» Atacan con cohetes el feudo de Hezbolá en la capital de Líbano (El País)
» Hezbollah Commits to an All-Out Fight to Save Assad (The New York Times)
» Hezbollah’s Vow to Fight for Assad Gets Boost from Images of Syrian Rebel Savagery (PBS)
» After Syria. If the Assad regime falls, can Hezbollah survive? (The New Yorker)
» Hezbollah’s war in Syria threatens to engulf Lebanon (Robert Fisk, en The Independent)

La complicada apuesta de Hizbulá

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Al menos 460 personas murieron en Irak en el mes de abril víctimas de la actual oleada de violencia. Hubo, además, más de 1.200 heridos, muchísimos de ellos, graves. Son cifras oficiales, recopiladas por la agencia AFP a partir de informes elaborados por los ministerios iraquíes de Salud, Interior y Defensa, y publicadas este miércoles.

Localización de algunos de los atentados registrados en Irak el pasado 15 de abril. Mapa: Wikimedia Commons

La mayoría de los fallecidos, un mes más, son civiles, y cerca de la mitad murieron en los enfrentamientos que comenzaron el pasado 23 de abril, tras un ataque de las fuerzas de seguridad contra manifestantes suníes contrarios al gobierno del primer ministro Nuri Al Maliki, dominado por chiíes. A esta ofensiva, en la que murieron 26 personas, siguieron actos de represalia contra las propias fuerzas de seguridad y una serie de atentados, que al final dejaron más de 240 muertos. La escalada ha hecho saltar las alarmas, ante el temor de que pueda repetirse el sangriento conflicto confesional que siguió a la invasión liderada por Estados Unidos en 2003.

El goteo de muertes es diario, especialmente en Bagdad y al norte y al oeste de la capital. Este mismo miércoles, al menos 15 personas han perdido la vida en varios ataques ocurridos en distintos puntos del país.

Desde hace meses, Irak es escenario de manifestaciones de suníes, que se quejan de ser discriminados por el gobierno de Al Maliki y piden la liberación de los detenidos sin cargos, la suspensión de sentencias de condena a muerte (el Ejecutivo iraquí ha acelerado este año su ritmo de ejecuciones, y lleva ya cerca de 150) y la anulación de la ley antiterrorista. En marzo murieron 271 personas y 906 resultaron heridas.

Los enfrentamientos entre suníes y chiíes no son, además, el único problema. La tensión entre el Gobierno central y las autoridades regionales del Kurdistán iraquí también va en aumento.

El Gobierno de Bagdad habla de campañas orquestadas y de complots para desestabilizar el país. Su más reciente medida ha sido suspender las licencias de diez canales de televisión –Al Jazeera, entre ellos–, a los que acusa de «promover el sectarismo».

La periodista de la CNN Arwa Damon, corresponsal de la cadena en Oriente Medio y especializada en el Irak post Sadam Husein, ofrece algunas claves para entender mejor qué está ocurriendo:

Algunas muertes se producen cuando las fuerzas de seguridad se enfrentan a personas o grupos armados. En otros casos se trata de pura violencia confesional, dirigida contra objetivos civiles. Estos ataques, frecuentemente con coches bomba, son relativamente fáciles de perpetrar y causan un gran daño, lo que reaviva unas divisiones que nunca han llegado a desaparecer.

La tensión confesional se ha disparado desde la retirada de las tropas estadounidenses, y las medidas adoptadas por el Gobierno para intentar atajarla solo han conseguido echar más leña al fuego. A ello hay que añadir los intentos de Al Qaeda en Irak y de otros grupos extremistas por hacerse fuertes en el país.

La guerra en Siria también está afectando, o, al menos, no está contribuyendo a hacer las cosas más fáciles. Los lazos entre los suníes de Irak y los de Siria son fuertes, y las tribus suníes iraquíes preciben la «opresión chií» como algo general, proveniente tanto del Gobierno iraquí como de la minoría alauí siria. El alauismo, confesión a la que pertenecen el presidente sirio, Bashar al Asad, y la clase dirigente de este país, es una rama del islam que comparte muchas prácticas y creencias con el chiísmo.

A pesar del entrenamiento que recibieron de las tropas estadounidenses, las fuerzas de seguridad iraquíes no están aún preparadas para enfrentarse a los múltiples desafíos que presenta la situación actual. Los suníes, además, acusan a la policía y al ejército de proteger tan solo los intereses del Gobierno, en lugar de ser una fuerza nacional dedicada a proteger al país y a los ciudadanos. «Conducir por Bagdad y ver los controles policiales llenos de símbolos chiíes tampoco ayuda», indica Damon. Grupos como Human Rights Watch han acusado a las fuerzas de seguridad de cometer abusos para disolver protestas suníes.

Parte del origen del problema está en el pasado reciente. Algunos suníes disfrutaron de grandes ventajas durante el régimen de Sadam Husein, y ahora se ha dado la vuelta a la tortilla. Por otro lado, el Gobierno actual, concebido desde el principio en base a identidades religiosas, no ha logrado articular, o fortalecer, la idea de una única entidad nacional (algo que, aunque Damon no lo menciona, y como en tantos otros países de la región, está detrás de buena parte de los males de Irak desde el momento mismo de su independencia).

El 97% de los iraquíes se declaran musulmanes. De ellos, entre el 60% y el 65% son chiíes, y entre el 32% y el 37%, suníes.


Más información y fuentes:
» 460 muertos en abril en Irak a consecuencia de la ola de violencia (AFP)
» Iraq at crossroads (Arwa Damon, en CNN)
» Iraq on the brink, again (Ryan Crocker, en The Washington Post)
» The Forgotten Stability in Iraq (Mustafa Aydin, en Hürriyet)
» Irak suspende la licencia de diez canales de televisión por satélite por incitar a la violencia sectaria (Reuters, Europa Press)
» Las tensiones sectarias reaparecen en Irak diez años después de la guerra (Ángeles Espinosa, en El País)

Casi medio millar de muertos en Irak en abril: algunas claves

Al menos 460 personas murieron en Irak en el mes de abril víctimas de la actual oleada de violencia. Hubo, además, más de 1.200 heridos, muchísimos de ellos, graves. Son cifras oficiales, recopiladas por la agencia AFP a partir de… Leer

Religiones en Siria

Los principales grupos religiosos presentes en Siria, en un mapa original de M. Izady, Gulf/2000 Project, Columbia University, 2006, traducido al español. Fuente: Le Figaro.

» Más mapas de Siria

Grupos religiosos en Siria

Grupos religiosos en Siria

Los principales grupos religiosos presentes en Siria, en un mapa original de M. Izady, Gulf/2000 Project, Columbia University, 2006, traducido al español. Fuente: Le Figaro.

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