Contendores ardiendo durante una protesta cerca de Ramala, Cisjordania, el 10 de octubre de 2015. Foto: Wikimedia Commons
Después de un par de semanas de relativa calma, la oleada de violencia que sufren desde hace cerca de dos meses Israel y los territorios palestinos ocupados ha vuelto a repuntar con fuerza en estos últimos días, no solo en Jerusalén, el epicentro de los enfrentamientos y de una tensión cada vez más insoportable, sino también en otras ciudades, como Hebrón.
Con la atención del mundo desplazada hacia otras zonas de la región, como Siria o Irak, donde la guerra y el terror yihadista empiezan a tener consecuencias cada vez más serias para Occidente (la crisis de los refugiados, brutales ataques en ciudades europeas como los atentados de París de esta semana), y con un proceso de paz completamente paralizado, la mayor parte de los enfrentamientos actuales están protagonizados por jóvenes que se niegan a aceptar un statu quo basado, esencialmente, en que todo siga igual.
Es la llamada ya «generación de Oslo», en referencia a los palestinos nacidos tras los acuerdos alcanzados en la capital noruega en 1993, unos acuerdos que propiciaron la creación de la Autoridad Nacional Palestina, y cuyo objetivo último, lograr una solución permanente al conflicto, y el cumplimiento de la resolución 242 de la ONU, en la que se exige la retirada israelí de los territorios ocupados, hace ya mucho que quedó en agua de borrajas.
Frustrados por la falta de futuro, criados en el opresivo entorno de la ocupación, y con poco que perder, muchos de estos jóvenes parecen haberse sacudido el miedo a las tropas israelíes, al tiempo que se sienten cada vez menos representados por el a menudo inoperante gobierno palestino y sus llamamientos a la resistencia pacífica. Son, además, muy conscientes de la firme determinación del Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu de no avanzar ni un milímetro hacia esa solución de dos Estados en la que, al menos a medio plazo, muy pocos confían ya.
La «intifada de los cuchillos»
Algunos analistas han calificado esta nueva oleada de violencia como «la intifada de los cuchillos», ya que, a pesar de que ha habido varios casos de tiroteos y atropellos intencionados, la mayor parte de los ataques protagonizados por palestinos se producen con armas blancas. De momento, es difícil saber si se trata de una revuelta con la suficiente extensión y proyección en el tiempo como para poder ser comparada con las dos anteriores intifadas (la primera, la «intifada de las piedras», entre 1987 y 1991, y la segunda, la «intifada de Al Aqsa», entre 2000 y 2005), pero lo cierto es que se trata de la mayor insurrección contra la ocupación israelí desde el último gran levantamiento popular, hace ya diez años.
Solo entre el 1 y el 13 de octubre, los días de mayor violencia hasta ahora, se registraron al menos 17 casos de apuñalamientos de israelíes por jóvenes árabes, y en esta última semana, los ataques y las represalias han sido prácticamente diarios.
El pasado domingo, seis israelíes resultaron heridos y dos palestinos muertos por disparos de las fuerzas de seguridad de Israel en al menos tres incidentes registrados en Cisjordania. El lunes, una joven palestina fue tiroteada tras intentar apuñalar a guardias israelíes en un control, también en la Cisjordania ocupada. El martes, soldados israelíes mataron a un palestino que supuestamente pretendía acuchillarles en Jerusalén, donde dos adolescentes palestinos resultaron asimismo heridos de bala tras acuchillar al vigilante de un tranvía. El viernes murieron dos colonos judíos por disparos cerca del asentamiento ilegal de Otniel, en Hebrón; dos palestinos perdieron también la vida en enfrentamientos con soldados israelíes cerca de esta ciudad, y un tercero falleció a causa de las heridas recibidas en un ataque anterior
Uno de los episodios que más denuncias ha provocado, no obstante, se produjo el jueves, cuando soldados israelíes disfrazados de civiles irrumpieron en un hospital de Hebrón para detener a un palestino al que responsabilizaban de otro acuchillamiento, y acabaron matando a tiros a un joven que se encontraba con el acusado. La rocambolesca entrada de los agentes fue grabada en vídeo por las cámaras de seguridad del hospital, y las imágenes han sido ampliamente difundidas en Internet.
En total, en todo el mes de octubre y lo que llevamos de noviembre, esta última oleada de violencia ha causado ya cerca de un centenar de muertos. La gran mayoría (al menos 78) de los fallecidos son palestinos, y de ellos, una treintena eran presuntos atacantes. Las víctimas mortales israelíes sobrepasan la docena (14 muertes registradas hasta ahora). Hay, además, centenares de heridos, y el miedo (en algunas zonas de Jerusalén, a simplemente caminar por la calle) se ha apoderado de una gran parte de la sociedad israelí.
Éstas son, en preguntas y respuestas, algunas claves para entender mejor lo que está pasando.
¿Cómo y cuándo empezó?
La situación comenzó a deteriorarse a mediados del pasado mes de septiembre, con los enfrentamientos ocurridos tras la propagación de rumores según los cuales Israel pretendía modificar el antiguo acuerdo que permite el acceso al Monte del Templo (para los judíos), o Explanada de las Mezquitas (para los musulmanes). Esta zona de la parte ocupada de Jerusalén, un área vigilada y controlada por las fuerzas israelíes, alberga la mezquita de Al Aqsa y la denominada Cúpula de la Roca, y es considerada el tercer lugar más sagrado del islam. El área tiene asimismo una gran importancia religiosa para los judíos, al ser el emplazamiento de los históricos templos bíblicos.
Israel ocupa la zona desde que se la arrebató a Jordania durante la guerra de 1967, pero el área ha permanecido bajo administración musulmana desde entonces. Un acuerdo alcanzado hace décadas permite el acceso a visitantes no musulmanes, pero la cada vez mayor presencia de visitantes judíos, en muchos casos alentados por activistas que buscan incrementar la presencia judía en el Monte, ha hecho crecer entre los palestinos el temor de que Israel esté planeando modificar los términos del acuerdo.
El Gobierno israelí ha negado estos rumores, y acusa a las autoridades palestinas, tanto civiles como religiosas, de haberlos propagado para incitar a la violencia. Por su parte, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, ha acusado a los colonos judíos y a las autoridades israelíes de realizar «actos de agresión» que han motivado la reciente ola de violencia.
El 13 de septiembre, la Policía israelí entró en la Explanada de las Mezquitas, tras los disturbios ocurridos en la víspera del Año Nuevo judío como consecuencia de los mencionados rumores. Los enfrentamientos, espoleados por la decisión israelí de limitar el acceso de los palestinos al Monte como medida de seguridad, continuaron durante varios días, y el día 28 de ese mismo mes, después de que el Gobierno israelí autorizase la utilización de fuego real contra quienes lanzasen piedras, las fuerzas de seguridad israelíes volvieron a entrar en la Explanada. Durante una intervención ante la Asamblea General de la ONU, Abás afirmó que Palestina está viviendo la situación más crítica desde 1948, y dio por enterrados los acuerdos de Oslo.
El 1 de octubre, una pareja de colonos judíos fueron asesinados ante sus cuatro hijos cerca de Nablús, en la Cisjordania ocupada. Dos días después empezaron los apuñalamientos.
¿Quiénes están realizando los ataques?
La mayoría son jóvenes, en muchos casos menores de edad, y con una mayor presencia de mujeres, incluyendo universitarias, que en revueltas anteriores.
Si bien no parece existir una organización centralizada, se ha hablado de una cierta coordinación a través de las redes sociales, donde, en cualquier caso, se han multiplicado los mensajes que exhortan a realizar más ataques, y han ido ganando terreno etiquetas como «Jerusalén Intifada» o «Intifada de cuchillos». Varios de estos ataques han sido filmados con teléfonos móviles o por cámaras de seguridad, y compartidos en Internet.
¿Cómo se producen y con qué consecuencias?
Aunque la tensión y alarma social habían descendido ligeramente a finales de octubre, la cadena de apuñalamientos e intentos de apuñalamiento de jóvenes palestinos contra israelíes (en su mayoría colonos o uniformados) se ha reanudado en estas dos últimas semanas como un goteo permanente. A principios de noviembre, y según informó Efe, el servicio de emergencias israelí aseguró haber tratado en 40 días a un total de 170 víctimas de ataques, de los que 12 habían muerto y 159 resultaron heridos, una veintena de ellos, graves. En muchos de los casos los atacantes y supuestos atacantes fueron abatidos por las fuerzas de seguridad o por viandantes armados.
Las autoridades palestinas cuestionan esas cifras y consideran que en muchos de los sucesos no hay pruebas que demuestren que los palestinos iban a atacar, por lo que hablan de «ejecuciones sumarias» de inocentes. También denuncian un «uso abusivo de la fuerza» que ha llevado a matar a muchos atacantes pese a que se les podía haber neutralizado y detenido sin matarlos, así como abusos y maltrato innecesario a los agresores una vez neutralizados.
Entre los casos más controvertidos se encuentra el de dos primos del clan Yabari de Hebrón, de 15 y 17 años, que, según denunció el gobernador de esta ciudad, recibieron 57 balas entre ambos y que «no habían atacado a nadie». Otro caso que ha levantado fuertes críticas es la muerte de Thawarat Ashrawi, una anciana de 72 años de Hebrón que fue acribillada por soldados que aseguran que trató de atropellarlos, mientras su familia lo niega y afirma que iba a poner gasolina y no se dio cuenta de que le daban el alto.
A las decenas de palestinos abatidos en ataques (demostrados o supuestos) se unen los muertos por fuego israelí en protestas contra puestos de control militares israelíes en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, lo que eleva los palestinos muertos a cerca de 80, y a los que se suman más de 7.000 heridos (según la ONU) y 1.200 detenidos, en su mayoría jóvenes.
¿Cómo está reaccionando la sociedad israelí?
Según un recientre sondeo de la agencia Midgham, realizado entre ciudadanos israelíes, y citado por Efe, el 75% de los encuestados cree que «se debe matar a los terroristas sorprendidos en el lugar de un ataque», frente a un 25% que discrepa. Además, un 55% de israelíes judíos opina que no se debe imputar por sus actos a quienes «atacan a un terrorista después de que haya sido neutralizado».
Tanto la policía israelí como el propio alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, han llegado a aconsejar a los habitantes de la ciudad que posean licencia de armas que salgan con ellas a la calle. El alcalde insiste en que solo la mano dura logrará frenar esta oleada de violencia: «El número de terroristas que ha surgido de los barrios árabes de Jerusalén en las últimas semanas es inaceptable. Lo que hay que hacer para proteger la vida de la gente es bloquear y controlar muchísimo más de lo que hicimos en el pasado», aseguró.
Las zonas palestina e israelí de Jerusalén, separadas desde hace décadas por una frontera invisible, están estos días más divididas que nunca. Como escribe para la agencia Efe la periodista Ana Cárdenes, «consumados o frustrados, probados o dudosos, los ataques que se registran cada día han alterado las rutinas de muchos, y han extendido el miedo en ambos lados, convirtiendo en habitual una violencia que, según los expertos en seguridad, no va a acabarse pronto».
El miedo a los ataques con arma blanca hace que las calles del corazón de Jerusalén y de la Ciudad Vieja estén excepcionalmente silenciosas y semivacías: «El ulular de las sirenas y el sobrevuelo de los helicópteros se ha convertido en la música de fondo de la ciudad. Las agresiones, casi espontáneas y perpetradas por palestinos sin antecedentes ni especial militancia política, son prácticamente imposibles de abortar, y el nerviosismo de los israelíes es palpable», explica por su parte Beatriz Lecumberri en El País.
Este miedo está también muy presente en la comunidad palestina, donde todos se han convertido en sospechosos, y donde muchos temen ser atacados por colonos u hostigados y detenidos por la policía.
¿Será una nueva intifada?
El histórico dirigente palestino de Al Fatah Marwan Barghouti, uno de los principales líderes de la segunda intifada, y actualmente encarcelado a perpetuidad en una prisión israelí, hizo pública una carta en la que saluda a la «nueva generación que se ha levantado para defender su derecho y su deber de resistir la ocupación […], desarmada y enfrentándose a una de las mayores potencias militares mundiales».
La revuelta tiene, ciertamente, algunos elementos en común con la segunda intifada, cuyo detonante fue la visita del entonces líder de la oposición israelí, Ariel Sharon, a la Explanada de las Mezquitas. Y para muchos analistas, el colapso de las negociaciones de paz, la falta de esperanza por conseguir un Estado propio a medio, o incluso a largo plazo, y la ira y la frustración acumuladas por varias generaciones durante una ocupación que dura ya cerca de medio siglo, han creado el caldo de cultuvo necesario para el estallido de un nuevo levantamiento en toda regla.
No obstante, de momento existen algunas diferencias importantes con las intifadas anteriores, empezando por el hecho de que el presidente palestino, Mahmud Abás, ha reiterado su rechazo a la violencia y ha mantenido, aunque siempre del modo más discreto posible, la coordinación entre las fuerzas de seguridad palestinas y las israelíes, en un intento de evitar que los enfrentamientos se descontrolen por completo.
Durante la anterior intifada, los ataques estaban respaldados por grupos organizados de militantes palestinos que contaban, además, con el apoyo tácito de sus líderes. La mayoría de estos grupos han sido desmantelados durante los últimos años, y muchos de sus miembros están ahora en prisión. Los ataques actuales los llevan a cabo individuos sin afiliaciones políticas declaradas y que parecen actuar por su cuenta. Las milicias de Al Fatah no se han sumado, y Hamás ha mantenido la tregua en la Franja de Gaza, el territorio que controla, pese a alentar la revuelta en Jerusalén y Cisjordania. Esta actuación de lo que se ha venido en llamar «lobos solitarios» ha hecho que, para Israel, su tradicional respuesta puramente militar sea esta vez mucho más complicada.
¿Hay alguna solución a la vista?
No parece probable, al menos mientras el proceso de paz continúe bloqueado. Y los actuales dirigentes de ambas partes tienen poca voluntad, en el caso de Netanyahu, o pocas posibilidades, en el de Abás, de reactivarlo.
El dirigente palestino cuenta con cada vez menos apoyo popular (una encuesta reciente indica que el 65% de los palestinos desea su renuncia), y es continuamente desacreditado como negociador válido por el Gobierno israelí, que le reprocha carecer de la fuerza suficiente para lograr acuerdos. Abás no ha condenado los ataques perpetrados en las calles israelíes, pero mantiene su oposición a una nueva intifada armada y sigue ofreciendo a Israel una cooperación en materia de seguridad que desgasta su imagen entre los palestinos
Como explica el experto en Oriente Medio Nathan Thrall, del International Crisis Group, en un artículo publicado en la revista London Review of Books, cuando Abás llegó al poder en 2005, el veterano líder palestino, «más un funcionario que un líder carismático como Arafat», fue visto como una figura de transición tras los acuerdos de Oslo, en un momento en que los palestinos estaban exhaustos tras las luchas de la segunda intifada, y con una gran necesidad de reconocimiento internacional. El contexto, con Hamás y Barghouti ausentes en las elecciones, los líderes fundadores de Al Fatah asesinados o en prisión, y el firme apoyo del Gobierno estadounidense de George W. Bush, también le favoreció.
Pero estas condiciones, como era previsible, no duraron mucho: «Los palestinos —señala Thrall— se recuperaron de la fatiga de luchar contra Israel, Hamás volvió a la política, el mantenimiento de la ocupación alentó la resistencia, los líderes que cuestionaron esa resistencia fueron desacreditados, y una nueva generación de palestinos creció sin los recuerdos del coste que supusieron las intifadas, e incapaz de entender por qué sus padres aceptaron no solo abandonar la lucha contra el ejército israelí, sino incluso cooperar con él, a través de acuerdos negociados por el propio Abás». Como apuntaba recientemente el dirigente palestino Nabil Shaat, «han pasado 22 años desde la firma de los Acuerdos de Oslo y en la Cisjordania ocupada hay ya 400.000 colonos».
Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (en el cargo desde 2009, y reciente ganador de las elecciones celebradas el pasado 18 de marzo), se mantiene en la idea de que el mejor proceso de paz es el actual proceso inexistente. Como dijo el pasado 27 de octubre, «Israel vivirá siempre con la espada en la mano», para explicar después su intención de mantener el control total sobre toda la Palestina histórica, incluyendo los territorios ocupados.
El dirigente israelí, enfrentado al presidente Obama tras el acuerdo nuclear alcanzado con Irán, y criticado por numerosos líderes europeos, está sometido, además, a una gran presión por parte del ala más dura de su coalición de gobierno, que le exige una respuesta aún más contundente (ya se ha incrementado el número de efectivos militares en Jerusalén y Cisjordania, y se han relajado las normas sobre cuándo puede abrirse fuego sobre los manifestantes) ante la actual oleada de violencia palestina.
Una de las principales características de esta nueva revuelta es, probablemente, la ausencia de actores políticos con la suficiente credibilidad como para poder frenarla o encontrar soluciones.
En este sentido, el profesor del Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad de Groninga (Holanda) Sami Faltas señala al diario El Universal que «en la primera intifada había todavía lazos entre Israel y Palestina por actividades económicas transfronterizas, así como actores políticos que creían en la viabilidad de los acuerdos de Oslo, pero hoy la gente tiene menos que perder que antes. La interdependencia económica, que es fórmula para la paz, no existe más, debido al cierre de las fronteras y a la construcción, por parte de Israel, de un muro de hormigón de hasta ocho metros de altura».
Con Estados Unidos alejado de una implicación directa en el proceso de paz, no existen tampoco otros actores externos de peso con la capacidad de detener una posible irrupción de violencia a gran escala. Egipto, socio reconocido por ambas partes, no está en condiciones de asumir responsabilidades como consecuencia de su situación interna, y la Unión Europea, indica Faltas, ha perdido influencia «por pensar de manera equivocada que resolvería el conflicto solo inyectando dinero».
Después de un par de semanas de relativa calma, la oleada de violencia que sufren desde hace cerca de dos meses Israel y los territorios palestinos ocupados ha vuelto a repuntar con fuerza en estos últimos días, no solo en Jerusalén, el epicentro de los enfrentamientos y de una tensión cada vez más insoportable, sino también en otras ciudades, como Hebrón. Con la atención del mundo desplazada hacia otras zonas de la región, […]
Hay meses, como éste, en los que la violencia se cobra más vidas en Irak que en Siria. No es cuestión de comparar unos muertos con otros, o de ponerlos en una balanza; todos pesan lo mismo. Pero a veces es necesario recurrir a la fría estadística para recuperar la atención y combatir el olvido; repasar los datos, los números, los recuentos diarios de fallecidos, y mirar después a las víctimas, a los ciudadanos cuya vida ha sido segada mientras esperaban el autobús o en la cola del paro, cuando compraban en un mercado callejero, cuando jugaban al fútbol en un partido de barrio entre aficionados…
Solo este lunes, al menos 64 muertos; desde principios de julio, unos 800; en lo que va de año, y la cifra es de Naciones Unidas, cerca de 3.000. Están todos, para que la cotidianeidad de la muerte no los acabe borrando de la memoria (en la portada de la edición en inglés de Al Jazeera, por ejemplo, no hay ahora mismo ni una sola noticia de Irak), en la página web Iraq Body Count.
De los 64 muertos de este lunes, 54 fallecieron como consecuencia de una cadena de atentados perpetrados en zonas de mayoría chií. En Bagdad estallaron once coches bomba en nueve barrios diferentes. En al menos siete de ellos la mayoría de la población pertenece a esta confesión religiosa. Los otros diez muertos fueron militantes abatidos por las fuerzas de seguridad en la ciudad de Tikrit, según informan las agencias internacionales, citando fuentes oficiales.
En Ciudad Sadr, barrio chií de Bagdad, un coche bomba explotó en una plaza donde estaban reunidos obreros jornaleros que buscaban trabajo. La explosión hizo volar por los aires un minibús, arrojándolo a más de diez metros, y destruyó los escaparates de varias tiendas, según relató un fotógrafo de AFP.
Otro coche bomba explotó en Mahmudiya, a 30 Km al sur de la capital, matando al menos a dos personas e hiriendo a otras 25. En Kut, una ciudad de mayoría también chií a 160 Km al sur de Bagdad, al menos seis personas murieron y 57 resultaron heridas en la explosión de dos coches bomba. Al menos dos personas más murieron y decenas resultaron heridas por la explosión de dos coches bomba en Samawa, otra ciudad chií situada a 280 Km al sur de Bagdad. Y en Basora, en el sur, y también de mayoría chiita, estalló otro coche bomba, con un balance de cuatro muertos y cinco heridos.
En los últimos tres meses, la violencia ha alcanzado niveles semejantes a los de la guerra civil de 2006-2007. Los ataques con bomba, coordinados contra la población civil, ocurren de promedio una o dos veces por semana. A ello hay que sumar otros atentados, con blancos más específicos, que acosan diariamente a las fuerzas del orden.
El incremento de la violencia está vinculado al resentimiento de la población suní con la mayoría chií, actualmente en el poder, y a la que los suníes acusan de practicar una discriminación sistemática. Pero una lectura que se quede en el mero enfrentamiento sectario sería demasiado pobre.
Hace unos meses este blog publicó unas cuantas claves para tratar de entender un poco mejor lo que está ocurriendo. El editorial de este lunes del diario británico The Guardian ofrece algunas más:
[…] La crueldad y los objetivos indiscriminados recuerdan los años terribles que sucedieron a 2006, años que, supuestamente, Irak debería haber dejado atrás con el establecimiento de un gobierno democrático, la aprobación de la Constitución y la transferencia de la responsabilidad de la seguridad a los soldados y la policía iraquí por parte de los estadounidenses
Pero el primer ministro, Nuri al Maliki, ha demostrado ser un líder desastroso que ha trastocado la Constitución para concentrar el poder en sus manos, excluir a la mayoría suní y amenazar potencialmente el hasta ahora pacífico norte kurdo. El consiguiente contraataque de los suníes, explotado por Al Qaeda, es el trasfondo de esta última oleada de violencia. Y la situación ha empeorado tras las recientes fugas ocurridas en las prisiones de Abu Hhraib y Taji, que han devuelto a la lucha a veteranos extremistas, y que parecen demostrar que este gobierno puede ser tan incompetente como dictatorial. A fin de cuentas, la seguridad era, en teoría, el punto fuerte de Maliki.
Es cierto que no es comprable la guerra convencional a gran escala de Siria con las bombas y los asesinatos de Irak, porque las proporciones son diferentes en ambos países. En Irak el Gobierno tiene su base en la mayoría chií, y los rebeldes pertenecen a la minoría suní. En Siria gobierna, o lo intenta, la minoría alauí, conectada con el chiísmo, y los rebeldes proceden de la mayoría suní. El balance militar refleja esta realidad demográfica.
Pero las dos partes, en los dos países, creen que tal vez podrían dar la vuelta a este equilibrio si se aliasen con sus correligionarios al otro lado de la frontera. Los dos conflictos, por tanto, empiezan ya a solaparse, una posibilidad de pesadilla que puede extender la agonía de ambos pueblos durante mucho tiempo.
El periódico español El País dedica también, en una línea parecida, un editorial a la situación de Irak:
[…] Irak, su exacerbada violencia y su caos político, ha sido eclipsado en los últimos años por la vorágine que sacude a otros países árabes en proceso de transición. Pero tras ese velo informativo se está produciendo la disolución como Estado unitario y funcional de la nación llamada a irradiar la transformación democrática del mundo árabe, como asegurara George W. Bush hace 10 años, antes de enviar las tropas a Bagdad. La guerra civil que enfrentó en Irak a las milicias chiíes y suníes y que después volvió a ambas contra el invasor se ha transformado en un terrorismo estructural —la sangre llama a la sangre— que se considera ya adherido irremisiblemente a la vida cotidiana.
Bagdad es un trampantojo democrático, pese a la proliferación de partidos o la celebración de elecciones. El enfrentado Gobierno de coalición entre chiíes, suníes y kurdos, que dirige con mano de hierro el chií Nuri al Maliki, es incapaz de garantizar la seguridad ciudadana o prestar los servicios básicos. Es reflejo de una élite sectaria, opaca y corrupta a los ojos de la mayoría de los iraquíes, más atenta a sus intereses que a los de un Estado en caída libre. La determinante sombra de Irán, en cuya órbita gira Al Maliki, y los acontecimientos de Siria, donde la mayoría suní combate a El Asad, agudizan el autoritarismo de un primer ministro que ignora la Constitución e igual purga a la minoría política suní que llega al borde del conflicto armado con el Gobierno autónomo kurdo.
Como los dirigentes de otros países árabes en ebullición, los de Bagdad tampoco quieren entender, pese al tiempo transcurrido, que el compromiso con el adversario y la inclusión de las minorías son elementos determinantes de la convivencia y la democracia. Irak, invertebrado y vulnerable, se aleja vertiginosamente de ese modelo, con consecuencias irreparables.
Hay meses, como éste, en los que la violencia se cobra más vidas en Irak que en Siria. No es cuestión de comparar unos muertos con otros, o de ponerlos en una balanza; todos pesan lo mismo. Pero a veces… Leer
Varias mujeres lloran cerca de la acampada de protesta de los seguidores de Mursi, en El Cairo, tras la represión policial. Foto: Elizabeth Arrott / Voice of America / Wikimedia Commons
Como era previsible, las manifestaciones de este viernes en Egipto a favor y en contra del depuesto presidente Mohamed Mursi acabaron en un baño de sangre. La jornada transcurrió en relativa calma, pero sobre las dos de la madrugada del sábado empezaron en el barrio cairota de Madina al Nasser los choques entre la policía y los partidarios de los Hermanos Musulmanes. Las fuerzas de seguridad cumplieron a rajatabla el ultimátum dado por el ejército y actuaron con contundencia. Según fuentes oficiales del Ministerio de Sanidad egipcio, 38 muertos. Según los Hermanos Musulmanes, cerca de 70 (inicialmente hablaban de 200, pero luego rebajaron la cifra), y unos 4.000 heridos. Todos ellos, civiles.
Las autoridades afirman que utilizaron solo gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes, cuando estos intentaban cortar el puente 6 de Octubre. Los médicos de los hospitales y de los puestos sanitarios de campaña afirman, sin embargo, que la mayoría de las víctimas murieron por disparos de bala. Imágenes como muchas de las captadas por el fotógrafo Mosa’ab El Shamy (algunas son especialmente duras) parecen corroborar la segunda versión:
En el siguiente vídeo, distribuido este sábado por la policía egipcia, se ven también ataques de partidarios de Mursi a las fuerzas de seguridad:
La jornada estuvo marcada por el anuncio de que las autoridades habían presentado finalmente cargos formales contra Mursi, quien permanece detenido, incomunicado y en paradero desconocido desde el golpe militar. Le acusan, entre otras cosas, de traición, por haber conspirado con Hamás durante la fuga de la prisión de Wadi al Natrun, durante la revolución dee 2011, una acción en la que fueron asesinados presos y funcionarios, se secuestró a soldados y se prendió fuego a edificios.
Según informa AP, durante estas tres semanas de detención Mursi ha sido interrogado por oficiales de la inteligencia militar por lo menos una vez al día, en sesiones de hasta cinco horas. Los interrogatorios se han centrado en decisiones adoptadas por su presidencia y en el papel desempeñado por otros líderes de la Hermandad, lo que, según la agencia de noticias, podría significar que las autoridades estarían recabando información para intentar ilegalizar la organización islamista.
Como era previsible, las manifestaciones de este viernes en Egipto a favor y en contra del depuesto presidente Mohamed Mursi acabaron en un baño de sangre. La jornada transcurrió en relativa calma, pero sobre las dos de la madrugada del… Leer
Horrorizados por Siria, olvidamos Irak. E Irak, donde todo iba a ir sobre ruedas una vez que cayera Sadam, sigue siendo una carnicería casi diaria. No es una forma de hablar, es literal. Según datos divulgados este lunes por el gobierno iraquí, el número de muertos por ataques violentos y atentados (casi todos por bombas) en el mes de septiembre llegó a 365 (182 civiles, 95 soldados y 88 policías). La cifra es el doble de la registrada en agosto, y convierte al pasado septiembre en el mes más sangriento en dos años. Y eso sin contar los 683 heridos, muchos de ellos graves, o marcados de por vida.
El día más terrible fue el 9 de septiembre, cuando más de 100 personas murieron en ataques con bombas y con armas de fuego. Este mismo domingo, 35 personas perdieron la vida y más de 90 resultaron heridas en una cadena de atentados y ataques armados en distintos puntos del país, principalmente en Bagdad.
La mayoría de las víctimas son chiíes, y los principales ataques coordinados han sido reivindicados por la rama iraquí de Al Qaeda, una organización suní. El derrocamiento de Sadam Husein dio paso en Irak a una escalada en los enfrentamientos religiosos, que se han exacerbado desde la retirada de las tropas estadounidenses, el pasado mes de diciembre. La rama iraquí de Al Qaeda, conocida como Estado Islámico de Irak, dijo en junio que estaba planificando «un resurgimiento» tras haberse debilitado por el ataque sostenido de las tropas estadounidenses y de otros grupos militantes suníes en el año 2007.
Primero Sadam, luego Bush, ahora Al Qaeda. Es como habitar un país sobre el que hubiese caído una maldición, un país que, encima, parece importarnos cada vez menos, como si de verdad hubiese sido una «misión cumplida».
El martes a mediodía hubo una explosión. Siguieron disparos y murieron 33 personas. Pedazos de sus cuerpos se mezclaban con agua estancada, con la basura, con desechos mojados de alimentos. El martes por la tarde hubo el Atlal.
La palabra árabe significa restos, ruinas, lo que queda de algo que se deja atrás. El Atlal del ataque del martes, uno de los dos que la semana pasada mataron a decenas de personas en la capital y sus alrededores, fueron los cartuchos brillantes de bala que, según los sobrevivientes, habían disparado los soldados contra ellos en el caos y la confusión que siguieron a la explosión.
El Atlal fue también un niño huérfano que estaba vendiendo bolsas de plástico por unos pocos centavos. Fue el vendedor de verduras que vio cómo su hija de 18 meses era arrancada de sus manos mientras él caía sobre el asfalto. Fueron las personas que esperaban de pie en la morgue donde se encontraban los restos de sus familiares, junto con los de la persona que los mató.
[…] En 2003, cuando Estados Unidos comenzó su ocupación, atentados con la mitad de las víctimas de este martes sugerían que Estados Unidos no iba a tener éxito. Hoy, cuando Estados Unidos y sus aliados iraquíes parecen estar ganando, el ataque ni siquiera ha aparecido en la primera página del periódico del gobierno.
«A nadie le importan ya las víctimas», dice Mohamed Awad, uno de los familiares que espera cerca de la Morgue, bajo un sol que parece haber borrado los colores de Abu Ghraib.
Horrorizados por Siria, olvidamos Irak. E Irak, donde todo iba a ir sobre ruedas una vez que cayera Sadam, sigue siendo una carnicería casi diaria. No es una forma de hablar, es literal. Según datos divulgados este lunes por el… Leer
«Estaba en un funeral cuando escuché el cohete que causó la masacre. Había cadáveres y gente herida por el suelo. Ví partes de cuerpos» (Hassan, 14 años). «Pensaron que me iba a suicidar, porque mucha gente lo ha hecho» (Farah, 17 años). «Crearon un escudo humano con niños, lo vi con mis propios ojos» (Hassan, 14 años). «Me colgaron del techo por las muñecas, con los pies en el suelo, y luego me pegaron» (Jalid, 15 años). «He visto niños masacrados. Creo que no voy a volver a estar bien nunca» (Wael, 16 años). «Una vez, cuando estaba en el refugio, estaba tan asustada que me dio un ataque. Mi hermana me dijo que era un ataque de nervios» (Amani, 13 años).
Y así, muchos más. Son testimonios de niños recogidos por la sección británica de Save The Children en los campamentos de refugiados sirios. La ONG los acaba de publicar en el informe Untold Atrocities, The Stories of Syrian Children (atrocidades no contadas, las historias de los niños sirios), un documento brutal, necesario para no perder la perspectiva de lo que está pasando en el país árabe.
En el informe, los niños, testigos de asesinatos, torturas y masacres, narran sus experiencias y, en pocas palabras, reflejan mejor que ninguna crónica periodística el horror de la guerra: «Yo no podía soportar ver la casa en la que murieron mis primos. Y donde quiera que estuviera, si escuchaba un bombardeo me moría de miedo y pensaba en mis primos».
Save The Children, que está prestando apoyo a miles de menores en las fronteras de Siria (no tiene permitido acceder al país) ha pedido a la ONU que refuerce su documentación de todas las violaciones de los derechos de los niños cometidas en este país desde que estalló el conflicto, hace ya año y medio, y que destine más recursos para evitar que los delitos contra la infancia queden impunes: «Los testimonios de los niños sirios deberían ser también documentados para que estos actos violentos contra menores no se cometan con total impunidad», dijo la presidenta de la ONG, Carolyn Miles. «Se están cometiendo actos horribles […]. Estos niños necesitan la atención de especialistas ahora para que les ayuden a recuperarse de sus experiencias traumáticas y a reconstruir sus vidas».
«Estaba en un funeral cuando escuché el cohete que causó la masacre. Había cadáveres y gente herida por el suelo. Ví partes de cuerpos» (Hassan, 14 años). «Pensaron que me iba a suicidar, porque mucha gente lo ha hecho» (Farah,… Leer
Se trataba de una movilización pacífica en apoyo de los cerca de 2.000 presos palestinos en cárceles israelíes que, hace dos semanas, iniciaron una huelga de hambre masiva, en protesta por los confinamientos aislados, los encarcelamientos sin cargos, la falta de acceso a programas educativos o a medios de comunicación, la restricción de visitas de familiares… La activista Rana Hamadeh se subió a un blindado israelí enarbolando una bandera palestina. Luego se bajó. La violenta y absolutamente desproporcionada respuesta de la policía puede verse en el vídeo sobre estas líneas.
Lo triste es que se trata del segundo caso de violencia por parte de las fuerzas de seguridad israelíes en apenas unas semanas. A mediados del pasado mes de abril, un oficial del ejército la emprendió a brutales golpes contra activistas propalestinos que, también de forma pacífica, habían bloqueado una carretera en Cisjordania.
Y lo triste es, también, que el dinero con que se paga a estos policías sale, en parte, del bolsillo de los muchos ciudadanos israelíes que abominan de la violencia y trabajan cada día por encontrar soluciones pacíficas y lugares de entendimiento mutuo.
Buscando en Google una frase al caso, encuentro una inmejorable de Antonio Fraguas (Forges): «La violencia es miedo a las ideas de los demás y poca fe en las propias».
(En Twitter, las reacciones al vídeo pueden seguirse en la etiqueta #Flagwoman).
Se trataba de una movilización pacífica en apoyo de los cerca de 2.000 presos palestinos en cárceles israelíes que, hace dos semanas, iniciaron una huelga de hambre masiva, en protesta por los confinamientos aislados, los encarcelamientos sin cargos, la falta… Leer
La brutal represión policial y las bandas de matones del régimen han causado este viernes en Siria decenas de muertos (se calcula que entre 50 y 70), en la jornada más violenta desde que comenzaron las protestas contra el gobierno de Bashar al Asad. La revuelta, que ha congregado a miles de personas, se ha extendido ya por todo el país, incluida Damasco.
Asad había intentado estos últimos días apaciguar a la población y mantenerse en el poder mediante cesiones como la derogación de la Ley de Emergencia, pero sin dejar de lado la represión. Sin embargo, ahora que la protesta se ha vuelto imparable, y que ha llegado incluso hasta la capital, que estaba más o menos controlada por el régimen, el presidente parece haber optado por una única opción, la de la violencia. Asad está dejando claro que el cambio político relativamente poco cruento, como en Túnez o Egipto, no es precisamente lo que tiene en mente.
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Al tiempo que aumenta la presión internacional sobre el presidente de Yemen, Alí Abdalah Saleh (EE UU y los países del Golfo le están exigiendo que negocie una «transición pacífica», es decir, que se vaya), decenas de miles de manifestantes volvieron a salir este miércoles a la calle y la Policía volvió a responder a tiro limpio, con el resultado de al menos cinco muertos.
La eficacia de las gestiones internacionales está aún por ver. Por un lado, EE UU era hasta antes de ayer un firme apoyo del régimen, en el que Washington veía –y, aunque le pese, sigue viendo– un necesario muro de contención ante la gran presencia de Al Qaeda en el país árabe. De hecho, el mayor temor del Gobierno estadounidense ante la eventual marcha de Saleh es un resurgimiento del grupo terrorista en la zona. Por otra parte, los llamamientos al diálogo por parte del Consejo de Cooperación del Golfo dependen en buena medida del grado de implicación de la siempre interesada Arabia Saudí, que ha sido durante años el principal grifo económico de Saleh.
Lo que sí está claro ya, sin embargo, es la continua violación de los derechos humanos que, de forma especialmente grave, se viene produciendo en el país más pobre del Gofo Pérsico, no sólo desde que empezaron las protestas (con cerca de cien muertos ya), sino en todo este último año. Y el peligro de que el abandono del poder acabe evitando que se haga justicia con los responsables es muy real. Aministía Internacional, que acaba de presentar un detallado informe sobre la situación, ha recordado que los crímenes no pueden quedar impunes y ha exigido que se investiguen «todos y cada uno de los homicidios».
Philip Luther, director adjunto del Programa Regional para Oriente Medio y el Norte de África de la ONG lo ha dejado bastante claro:
La comunidad internacional ha proporcionado ayuda en materia de seguridad y desarrollo a las autoridades yemeníes cuando éstas lo han solicitado. Es hora de que tome cartas en el asunto y ayude a que se haga justicia con las familias de quienes han perdido la vida durante este turbulento periodo.
El peor episodio hasta ahora se produjo el 18 de marzo, fecha que los manifestantes llaman desde entonces «Viernes Sangriento», cuando un ataque de francotiradores aparentemente coordinados contra un campamento de manifestantes en Saná se saldó, según los informes disponibles, con 52 personas muertas y centenares heridas.
El Gobierno yemení anunció al día siguiente que se abriría una investigación, pero no ha dado a conocer más detalles hasta la fecha. Ningún miembro de las fuerzas de seguridad está siendo investigado por las muertes que han tenido lugar durante las protestas antigubernamentales desde mediados de febrero.
Luther continúa:
No se puede permitir que los máximos responsables se queden tranquilamente al margen cuando el pueblo yemení está pidiendo con tanta contundencia que rindan cuentas. La manera de calmar las tensiones en todo el país es que se conozca la verdad y se haga justicia, no tratar de buscar la forma de eludir ambas cosas.
El informe de Amnistía Internacional entra también en detalles sobre las constantes violaciones de derechos humanos –homicidios ilegítimos, tortura y detención prolongada sin cargos– con que el Gobierno yemení ha respondido a las demandas crecientes de secesión en el sur, los ataques de Al Qaeda y el conflicto intermitente con los rebeldes huthis en el norte.
La ONG apunta que un buen primer paso sería la suspensión inmediata de la autorización, el suministro y la transferencia de armas y municionesa las fuerzas de seguridad de Yemen. Entre los proveedores figuran Alemania, Bulgaria, Rusia, Francia, Italia, el Reino Unido, la República Checa, Turquía, Ucrania… y Estados Unidos.
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Con el orgullo herido y la dignidad dañada, Egipto está pasando por una catarsis que ha dejado a buena parte del país sin dormir, devastado y enojado como consecuencia de la violencia que estalló en torno a los recientes partidos de fútbol de la selección nacional contra el gran rival, Argelia.
Las escenas de caos se han sumado a la decepción de los egipcios por no haber logrado asegurarse una plaza para el Mundial de Sudáfrica en 2010. Después de que la victoria por 2-0 en el primer partido en El Cairo forzara un desempate tres días después en Sudán, Argelia ganó el miércoles el encuentro definitivo en Jartum por 1-0. […]