El pasado martes tuvimos ocasión de charlar un rato sobre Estado Islámico y la situación en Siria tras los ataques de París, en el programa Buenos Días Canadá, que dirige y presenta Keiter Feliz en la emisora de radio de Toronto 360FM. […]
El pasado martes tuvimos ocasión de charlar un rato sobre Estado Islámico y la situación en Siria tras los ataques de París, en el programa Buenos Días Canadá, que dirige y presenta Keiter Feliz en la emisora de radio de Toronto 360FM. Muchas gracias a Keiter por la invitación y por mencionar el blog.
La idea, que probablemente tomó cuerpo entre los muros de la prisión iraquí de Bucca tras la invasión estadounidense de Irak, llevaba años fraguándose, pero su resolución duró apenas unos meses: después de una serie de ataques que comenzaron en enero de 2014, y en una auténtica guerra relámpago, los yihadistas fundamentalistas sunníes del conocido entonces como EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIS, por sus siglas en inglés) tomaron Mosul, se hicieron en unas semanas con el control de un extenso territorio en el norte de Irak, lo anexionaron a las zonas que dominaban ya en Siria, y, en un comunicado lleno de referencias a las viejas glorias del imperio musulmán, proclamaron un nuevo «califato» bajo el nombre de Estado Islámico (EI).
La fecha elegida para la proclamación, el 29 de junio, no podía ser más significativa: acababa de comenzar el mes sagrado del Ramadán. Días más tarde, el flamante líder del grupo, Abu Bakr al Bagdadi, autodesignado ahora califa y «príncipe de los creyentes», y el segundo terrorista más buscado en la lista del FBI, solo por detrás del sucesor de Bin Laden en Al Qaeda, llamaba a los musulmanes de todo el mundo a jurarle lealtad y a unirse a la lucha.
Un año, decenas de miles de muertos y tres millones de desplazados después, EI (a quien sus enemigos prefieren denominar por su acrónimo árabe Daesh, un término fonéticamente despectivo), no solo ha logrado sobrevivir a los ataques lanzados por una poco efectiva coalición internacional, por el régimen sirio y por las milicias kurdas, sino que, a pesar de las pérdidas sufridas recientemente, ha consolidado un territorio que abarca ya cerca de un tercio de Irak y alrededor de la mitad (si bien es cierto que con mucho desierto incluido) de Siria.
Sobre la base de un sólido colchón financiero, los yihadistas establecieron el centro iraquí de su «califato» en Mosul, capital de la provincia de Nínive, mientras que en Siria han logrado asegurar su principal bastión en Al Raqqa, al norte del país, tras arrebatársela al Frente al Nusra (filial de Al Qaeda) y otras facciones islamistas.
Su dominio se sustenta en cuatro ejes fundamentales: una interpretación radical, excluyente y visionaria de la religión como justificación teórica; el terror y la violencia como método coercitivo; la satisfacción de necesidades básicas para la población como elemento de cohesión social; y un efizaz aparato de propaganda que logra reclutar combatientes y simpatizantes en todo el mundo a través de mensajes, vídeos y foros, principalmente en las redes sociales de Internet.
El grupo, que opera ya como un auténtico Estado en las zonas que domina, se ha convertido además en la nueva marca de referencia del terrorismo yihadista internacional, coordinando ataques o poniendo en marcha e inspirando células durmientes o terroristas aislados (los llamados «lobos solitarios»), como demuestra la sangrienta oleada de ataques y atentados que marcaron este viernes la víspera del primer aniversario del «califato»: al menos 27 muertos en un atentado contra una mezquita chií en Kuwait, 37 turistas asesinados en un ataque en dos hoteles de Túnez, y un decapitado en una fábrica de la ciudad francesa de Lyon. El jueves, en una de las mayores matanzas perpetradas por los yihadistas en Siria hasta la fecha, los milicianos de EI acabaron con la vida de al menos 200 personas en un ataque a la ciudad fronteriza de Kobani, y durante combates con las fuerzas de la retaguardia kurda.
Según el último recuento realizado por la Misión de la ONU en Irak (UNAMI), entre junio y mayo de este año murieron más de 10.600 civiles por la violencia en este país. Y de acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), tres millones de iraquíes se encuentran desplazados desde enero de 2014, cuando comenzó la ofensiva de Estado Islámico.
A caballo entre el fanatismo religioso y la violencia nihilista, con planteamientos ideológicos teocráticos heredados de Al Qaeda, y con una macabra imaginería grabada en vídeo (decapitaciones, ejecuciones en masa, destrucción de joyas del patrimonio histórico y cultural), Estado Islámico ha sabido aprovechar no solo la debilidad militar de sus oponentes (un ejército iraquí inoperante y en retirada, una Siria devastada por más de cuatro años de guerra civil, una comunidad internacional dividida y dependiente de múltiples intereses geoestratégicos), o el efecto contagioso del terror entre la población, sino también el resentimiento generado entre muchos sunníes por los abusos del anterior gobierno iraquí de la minoría chií, el enfrentamiento sectario entre chiíes y sunníes exacerbado durante estos últimos años en Irak y favorecido por la invasión de EE UU, y, como señala el periodista Enric González, «la mezcla tóxica de petrodólares y fundamentalismo que emana de la Península Arábiga y muy especialmente de Arabia Saudí».
A pesar de que, según Estados Unidos, Estado Islámico habría perdido el control de entre 13.000 y 17.000 kilómetros cuadrados desde que instauró el «califato», el grupo sigue dominando actualmente unos 300.000 kilómetros cuadrados en el norte de Irak y en las provincias sirias de Homs, Al Raqqa, Deir al Zur, Al Hasaka, Hama, Alepo, Damasco y Rif Damasco.
No obstante, más importante que la extensión en sí del territorio (similar a la de Gran Bretaña, con una población de entre cuatro y cinco millones de personas) es la relevancia de sus últimas conquistas, especialmente las llevadas a cabo el pasado 17 de mayo, cuando EI se hizo con el control de Ramadi, la capital de la provincia iraquí de Ambar, y cuatro días después, cuando los yihadistas tomaron la histórica y monumental ciudad siria de Palmira, patrimonio de la humanidad y sede también de una de las más brutales prisiones del régimen de Bashar al Asad.
Ambas victorias han demostrado que EI posee ahora una capacidad de ataque que no tenía hace un año, y que le permite actuar simultáneamente en zonas separadas entre sí por cientos de kilómetros, combatiendo con éxito tanto al ejército iraquí como al sirio, incluso sin la ventaja del factor sorpresa con que tomaron Mosul en 2014.
Lo cierto es que la supervivencia del «califato» no parece amenazada a corto plazo, y que EI difícilmente va a poder ser derrotado mediante bombardeos y acciones puramente militares. Los más de 4.000 ataques aéreos lanzados hasta la fecha por la coalición internacional liderada por EE UU (comenzaron en agosto del año pasado en Irak y se extendieron a Siria en octubre) han matado, según Washington, a unos 10.000 combatientes yihadistas, pero EI no ha dejado de reclutar nuevos efectivos en todo este tiempo. Hasta ahora, el Ejército iraquí solo ha logrado recuperar Tikrit, y gracias al apoyo de las milicias chiíes proiraníes que lidera el general Qasem Soleimani.
Estado Islámico cuenta con unos 200.000 combatientes (muchos de ellos exmiembros sunníes de la antigua Guardia Republicana de Sadam Husein) y una cifra de militantes extranjeros procedentes de un centenar de países que oscila, según las fuentes, entre 15.000 y 30.000.
Los yihadistas mantienen dos grandes frentes abiertos: en Siria combaten contra las tropas del presidente Bashar al Asad, grupos rebeldes de tendencia islamista, el Frente al Nusra y las milicias kurdas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y las Unidades de Protección del Pueblo kurdo sirio (YPG), quienes en ocasiones luchan en un frente común. En Irak, donde EI ha llegado a unos cien kilómetros de la capital, Bagdad, lucha contra grupos tribales, las milicias chiíes, las fuerzas gubernamentales y las fuerzas kurdas peshmerga.
Estos grupos están apoyados por la aviación de la coalición internacional que lidera EE UU y que, en Irak, está formada, además, por Australia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Jordania, Holanda y el Reino Unido. En Siria participan también en la campaña otros países árabes, como Bahréin, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.
La última gran batalla se ha librado en la ciudad siria de Kobani, fronteriza con Turquía, donde este sábado la milicia a kurdo-siria YPG logró poner fin al violento asalto protagonizado desde la madrugada del jueves por Estado Islámico y neutralizar, tras más de dos días de intensos combates, los últimos focos de resistencia yihadistas. Kobani había sido recuperada por los kurdos el pasado mes de enero después de cuatro meses de asedio de Estado Islámico. Esta nueva ofensiva se ha saldado con más de 200 civiles muertos y cerca de 300 heridos.
Con el juramento de fidelidad realizado el pasado mes de marzo por el líder del grupo yihadista nigeriano Boko Haram, Abubakar Shekau, Estado Islámico amplió su influencia en esta zona de África (Boko Haram no opera únicamente en Nigeria, sino también en zonas de Chad, Níger y Camerún) y sumó entre 7.000 y 10.000 combatientes.
En el Magreb, y según informa Europa Press, Estado Islámico cuenta con la fidelidad de varios grupos presentes en tres países: Argelia, Libia y Egipto. En Argelia operan los Soldados del Califato en Argelia; en Egipto, los Soldados del Califato en la Tierra de Kinana y un grupo especialmente activo, Ansar Bait al Maqdis, los Seguidores de la Santa Casa, ahora conocido simplemente como Provincia del Sinaí, una de las 24 wilayas o provincias creadas por las autoridades de Estado Islámico. En Libia, un país convulsionado por un enfrentamiento civil entre los grupos armados que participaron en el derrocamiento de Muammar al Gadafi en 2011, se han creado tres provincias yihadistas: Fezán, Trípoli y Barqa, anunciadas en noviembre de 2014. Son los herederos de grupos como el Consejo de la Shura de Jóvenes Islámicos o los Leones de Libia.
Estado Islámico extiende también sus tentáculos en Afganistán, donde el Batallón Al Tawhid (término utilizado para referirse a la región de Áfganistán y Pakistán), Ansar al Tawhid en Tierras del Hind y la Provincia de Jorasán han proclamado su fidelidad. En Pakistán opera la Brigada Al Tawheed en Jorasan y el Movimiento Califato y Yihad, filiales declaradas de EI.
Por último, en Indonesia y Filipinas se han sometido a la autoridad del califa los Fieles del Califato en Filipinas y los Combatientes para la Libertad del Bangsamoro Islámico (BIFF, por sus siglas en inglés). En Indonesia han proclamado la baya (juramento de fidelidad) los Muyahidines del Timor Indonesio y Jamaah Ansharut Tauhid, los seguidores de Abu Bakr Bashir.
La mayoría de las wilayas declaradas hasta ahora corresponden a divisiones administrativas previas. Sin embargo, en muchas de ellas el grupo ni siquiera cuenta con presencia real. EI ha anunciado además su intención de conquistar o «liberar» países como España o la región del Cáucaso ruso de mayoría musulmana.
Otras organizaciones islamistas radicales no han proclamado la baya al califa, pero sí han declarado su simpatía y apoyo a su causa. Entre ellas están grupos menores como Al Attasam belKetab ua al Sunna (Sudán), el Consejo de la Shura de los Muyahidines en los Alrededores de Jerusalén (Palestina), Jamia Hafsa (Pakistán) o el Batallón Uqba bin Nafi (Túnez), pero también hay otros grupos más importantes.
Desde septiembre apoya a Estado Islámico el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), un grupo fundado en 1998 con el objetivo de derrocar al presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, e imponer la sharia (ley islámica) en el país. También ha llegado el apoyo a EI desde Filipinas, donde Abú Sayyaf pretende crear un estado musulmán en el oeste de Mindanao y el sur del archipiélago.
La mayoría de los actuales dirigentes de Estado Islámico son exoficiales iraquíes, incluyendo a numerosos antiguos miembros de sus comités de seguridad y estrategia militar, y todos ellos bajo el mando de Al Bagdadi. Éste, conocido también como califa Ibrahim, se mantiene en paradero desconocido, y apenas ha aparecido en público. Según algunas informaciones que no llegaron a ser confirmadas, Al Bagdadi habría resultado herido durante un bombardeo de la coalición internacional el pasado mes de marzo.
El otro personaje clave de Estado Islámico es el fallecido Haji Bakr, auténtico ideólogo del grupo, y que murió a principios de enero de 2014 durate un ataque de la Brigada de los Mártires de Siria en la ciudad de Tal Rifaat, en el norte de este país. Tras la muerte de Haji Bakr, el Consejo Militar de Estado Islámico pasó a estar dirigido por Abu Abdulrahman al Bilawi, a quién mataron las fuerzas de seguridad iraquíes en junio de ese mismo año. Le sucedió el coronel Abu Ayman al Iraqi, otro exoficial del ejercito de Sadam Husein.
El pasado 16 de mayo, la Casa Blanca informó de que fuerzas especiales de los Estados Unidos habían matado en Siria a Abu Sayyaf, otro de los líderes del grupo jihadista, implicado en las operaciones militares de EI y a cargo del comercio ilegal de petróleo y gas, así como de las operaciones financieras de la organización.
Con unos recursos económicos calculados en alrededor de 2.000 millones de dólares, Estado Islamico es actualmente el grupo yihadista más rico. Sus principales vías de financiación son la venta ilegal del petróleo de las zonas capturadas en Irak (en torno a un millón de dólares al día); los rescates por los secuestros y el dinero obtenido por la extorsión a comerciantes; los peajes que cobran por circular y transportar mercancías en las carreteras de su territorio; el robo de bancos; y los miles de dólares que consiguen tras colocar de contrabando en el mercado negro piezas saqueadas de museos y lugares arqueológicos.
Estado Islámico también se financia mediante donaciones de particulares, la mayoría procedentes de grandes fortunas del Golfo, aunque, a diferencia de otros grupos yihadistas, esta fuente de ingresos no parece ser tan determinante, ya que constituiría tan solo el 5% del total.
Las imágenes de los métodos represivos de Estado Islámico son bien conocidas. Los yihadistas han grabado en vídeo y difundido fusilamientos, decapitaciones, degollamientos y lapidaciones, así como la quema de sus víctimas o su lanzamiento desde azoteas de altos edificios.
En el territorio que controlan se aplica la interpretación más radical de la ley islámica, con matrimonios forzados de mujeres, situaciones de esclavitud de minorías sometidas (especialmente, la de los yazidíes), ejecuciones rutinarias por delitos menores, entrenamiento militar de menores, expolio de bienes, castigos brutales…
Testigos citados por la agencia Efe esta misma semana narran cómo las mujeres no pueden salir a la calle sin un mehrem o tutor, que tiene que ser un varón de la familia, y vestidas con el niqab, el velo que tapa todo el cuerpo menos los ojos. En los hospitales, las mujeres no pueden ser atendidas por médicos hombres, y viceversa, y los yihadistas han impuesto su propio programa en los colegios y la educación obligatoria para los menores de 7 a 18 años.
«Exigen impuestos por todo: por la limpieza y vigilancia de las calles, a los comerciantes, por el agua, la electricidad y el teléfono. En mi familia pagamos unos 50 dólares al mes, más de lo que pagábamos al régimen», explica uno de estos testigos, un sirio que vive en el califato autoproclamado por los yihadistas. «Y el aumento de las tasas no se ha traducido en una mejoría de los servicios: en Deir al Zur hay zonas en las que la electricidad se corta dos horas, cinco e incluso el día entero», añade. A estos impuestos se suma el zakat, o limosna obligatoria, y en el caso de los campesinos la donación de una parte de su cosecha a los radicales. La situación es similar en la provincia de Al Raqqa, bastión principal de los extremistas en Siria, y donde «un fumador puede ser condenado a tres días de cárcel y a barrer las calles durante otros tres».
En Irak, tras un año bajo el control de Estado Islámico, la vida de los habitantes de Mosul, la tercera ciudad más grande del país, situada a unos 400 kilómetros al norte de Bagdad y donde viven cerca de 2 millones de personas, también ha cambiado radicalmente: coches de la «Policía Islámica» patrullan las calles, los detenidos son procesados en «cortes islámicas», en la frontera del área controlada por los insurgentes se cobran tasas de aduana, y guardianes de la moral religiosa vigilan los mercados locales para asegurarse de que las mujeres van vestidas «correctamente».
Un mes después de entrar en la ciudad, los militantes islamistas dieron un ultimátum a los cristianos que aún no habían huido, para que aceptasen la llamada dhimma, un contrato usado antiguamente que ofrece protección a los no musulmanes que viven en sociedades islámicas a cambio de que se conviertan al islam o de que paguen un impuesto especial. Según el comunicado leído por los islamistas, los cristianos que no aceptasen ninguna de estas dos opciones, «morirían».
Junto a la represión de las poblaciones dominadas y a los cientos de miles de muertos y desplazados, el efecto devastador del avance de Estado Islámico se ha dejado también sentir en el valioso patrimonio histórico y cultural de la región.
Los yihadistas han dinamitado mezquitas y monumentos, saqueado museos, destrozado estatuas y acabado con piezas arqueológicas y artísticas de valor incalculable, incrementando más aún el expolio al que lleva años sometida toda la zona, debido a la guerra civil siria y a la situación de violencia constante en Irak.
El pasado día 23, el grupo comenzó a destruir mausoleos de la ciudad monumental siria de Palmira, patrimonio de la humanidad y una de las ruinas más espectaculares de la antigüedad grecorromana. Antes, los radicales de EI ya habían dañado gravemente las ruinas asirias de Nimrud (del siglo XIII a. C.) y de Hatra, también patrimonio de la humanidad; el Museo de la Civilización de la ciudad de Mosul y el yacimiento de Dur Sharrukin, capital asiria durante parte del reinado de Sargón II (722 – 705 a. C.).
2004
2006
2010
2012
2013
2014
2015
Con información de la agencia Efe
Publicado originalmente en 20minutos
La idea, que probablemente tomó cuerpo entre los muros de la prisión iraquí de Bucca tras la invasión estadounidense de Irak, llevaba años fraguándose, pero su resolución duró apenas unos meses: después de una serie de ataques que comenzaron en enero de 2014, y en una auténtica guerra relámpago, los yihadistas fundamentalistas sunníes del conocido entonces como EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIS, por sus siglas en inglés) tomaron Mosul, se hicieron en unas semanas con el control […]
El 15 de marzo de 2011, hace ahora cuatro años, cientos de personas salieron a la calle en la localidad siria de Daraa para exigir la liberación de una quincena de estudiantes que habían sido detenidos por realizar pintadas en contra del régimen dictatorial del presidente Bashar al Asad. En plena efervescencia de la llamada ‘primavera árabe’, la protesta fue la mecha que prendió la llama. Las manifestaciones exigiendo democracia y el fin de la corrupción política y de los abusos a los derechos humanos pronto se extendieron por todo el país.
El Gobierno respondió con arrestos masivos, tortura de prisioneros, brutalidad policial, más censura, y, también, algunas concesiones políticas menores. Pero las protestas siguieron creciendo, y el cambio parecía posible. Tal vez más a la manera violenta de Libia que a la manera más o menos ‘pacífica’ de Túnez o Egipto, pero inevitable.
Cuatro años después, sin embargo, la guerra civil que estalló tras aquellas primeras protestas continúa, Al Asad sigue en el poder, y el nivel de destrucción del país hace ya tiempo que rebasó los límites de lo imaginable.
La compleja realidad étnica, social y religiosa de Siria, los intereses y apoyos internacionales, y la entrada en el tablero del yihadismo fundamentalista, entre otros factores, han estancado un conflicto cuyas cifras es difícil no calificar de escalofriantes: más de 210.000 muertos, casi cuatro millones de refugiados, cerca del 80% de la población viviendo en la pobreza… Más todo el sufrimiento que es imposible cuantificar en datos: familias destrozadas, daños psicológicos, sueños rotos, niños traumatizados. El país está arrasado desde todos los puntos de vista (humano, económico y cultural), las violaciones de los derechos humanos (tanto por las fuerzas del régimen como por grupos de la oposición) son continuas, el frágil tejido social que la mano de hierro de la dictadura había preservado unido durante décadas está hecho trizas, y las perspectivas de que la pesadilla acabe pronto son, siendo optimistas, escasas.
De momento, el principal ganador en el conflicto no es otro que el presidente sirio. La expansión de los integristas de Estado Islámico en Siria e Irak ha alterado por completo la balanza. Para los países occidentales y muchos países árabes que antes exigían su renuncia inmediata, el enemigo número uno no es ya Al Asad, sino el terror yihadista. Y en este contexto, Al Asad, cuyo ejército sigue masacrando a la población (indiscriminadas bombas de barril incluidas), pero está también en primera línea de combate contra los fundamentalistas, se ha convertido en una pieza clave.
Nadie lo reconoce abiertamente, pero, tanto en Estados Unidos como en Europa, cada vez son más las señales que indican una aceptación de facto de la permanencia de Al Asad en la presidencia, como primer paso hacia una futura coalición de unidad nacional que pueda incluir tanto al presidente como a la oposición antiyihadista. La propia oposición en el exilio ya no condiciona el diálogo a la renuncia del dirigente sirio, aunque aún confía en que el presidente acabe abandonando el poder.
En la UE, la hasta ahora posición casi unánime en contra de Al Asad empieza a diluirse, y pocos dirigentes le califican ya, como hicera en su día el primer ministro francés, Manuel Valls, de «carnicero». «Al margen de Francia, Gran Bretaña y Dinamarca, que rechazan cualquier papel de Al Asad en el futuro de Siria, muchos países europeos piensan que después de cuatro años, esta posición resulta ya insostenible», afirma un diplomático europeo, en declaraciones recogidas por la agencia AFP.
Quien probablemente ha descrito mejor el nuevo escenario es, no obstante, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, quien declaró recientemente que el presidente sirio «ha perdido toda legitimidad, pero no tenemos otra prioridad más importante que desestabilizar y derrotar a Daesh [acrónimo en árabe del grupo Estado Islámico]».
El apoyo de Occidente a los autócratas de la región, moneda común hasta el estallido de la ‘primavera árabe’, se ha alimentado siempre de dos grandes excusas: garantizar el suministro de petróleo (obviando la evidencia de que los productores necesitan al consumidor tanto como los consumidores al productor), y frenar a los islamistas (obviando la evidencia de que el islamismo florece en contextos de represión, desigualdad y miseria). La segunda excusa vuelve a imponerse en Siria, y Al Asad parece ser ahora el «mal menor».
Muchos analistas consideran que la situación actual podría haberse evitado si la comunidad internacional hubiese intervenido eficazmente y desde un principio en favor de los rebeldes, y, en concreto, de la «oposición moderada» que llevó las riendas de la lucha en los primeros meses del conflicto. Pero el apoyo de países como Rusia, China e Irán al régimen de Al Asad, unido a los temores de que las armas acabasen en manos de la oposición yihadista, lo hizo imposible.
Las amenazas de EE UU de bombardear al régimen que siguieron a las denuncias por el uso de gases contra la población se quedaron en nada tras el acuerdo alcanzado con Rusia para la destrucción del arsenal químico sirio. Y la presión diplomática y a través de sanciones económicas más duras que, como alternativa a una nueva intervención militar en la región, podría haberse ejercido de no ser por los vetos de Rusia y China, parece hoy inviable y, para muchos expertos, incluso contraproducente.
La realidad sobre el terreno es que los aviones de la coalicion internacional liderada por EE UU están bombardeando a los, hoy por hoy, mayores enemigos del régimen sirio.
La guerra en Siria es una de las mayores crisis desde la II Guerra Mundial. Los siguientes datos corresponden a los cálculos realizados por las diferentes agencias de la ONU y organizaciones no gubernamentales que trabajan en el país, así como a un informe recién publicado por el Centro Sirio de Investigación Política, con el respaldo de Naciones Unidas.
La falta de libertades y el férreo control policial ejercido por el Gobierno sirio sobre una población que había vivido bajo una ley de emergencia desde que el partido Baaz llegó al poder en 1963, fueron los principales detonantes de las protestas iniciadas en 2011, en el marco de la llamada ‘primavera árabe’.
El país, de mayoría sunní, pero gobernado desde 1971 por la minoría alauí (una rama del chiísmo), representada ahora por el presidente Bashar Al Asad (quien sucedió a su padre a su muerte en 2000), vivió desde el 15 de marzo de 2011 las protestas antigubernamentales más graves de su historia reciente, desde la revuelta sunní de los Hermanos Musulmanes en 1982 en Hama, en la que murieron 20.000 de ellos.
Ante las críticas de la comunidad internacional, el régimen atribuyó a «grupos terroristas» el origen de las revueltas, al tiempo que aseguró ser objeto de un complot extranjero por su apoyo a grupos opuestos a EE UU, en referencia a la milicia chií libanesa Hizbulá, al palestino Hamás y a sus vínculos con Irán. La represión le ha supuesto a Siria sanciones por parte de organismos internacionales y la suspensión de la Liga Árabe en noviembre de 2011.
La situación se agravó a comienzos de febrero de 2012 a raíz del asedio a Homs, bombardeada desde el aire en ataques que dejaron centenares de muertos, y, después, en agosto, con las matanzas de Hula, Tremseh y Daraya, donde la oposición denunció el asesinato de más de 300 personas en cinco días, la mayoría civiles.
En noviembre de 2012 las fuerzas rebeldes crearon en Doha (Catar) la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria (CNFROS), que ha sido reconocida por EE UU, Francia, la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), entre otros países y organismos, como único representante del pueblo sirio.
Hasta ahora, las mediaciones de los enviados especiales de la ONU, primero Kofi Annan, quien dimitió ante la imposibilidad de imponer su plan de paz; después el argelino Ladjar Brahimi, que también renunció, y ahora el italiano Staffan de Mistura, no han conseguido detener la represión ni que prospere una resolución para una intervención militar.
En mayo de 2013 el conflicto se extendió al Líbano, después de que la milicia Hizbulá, aliada de Damasco, interviniera al lado del Ejército para combatir a los rebeldes en la ciudad de Quseir, un enclave estratégico para la oposición debido a su ubicación en la ruta que conecta el norte del Líbano, de mayoría sunní, con Homs, lo que permitía el abastecimiento de armas.
Desde entonces, la guerra ha evolucionado hacia una creciente fragmentación de las fuerzas participantes, marcada por la irrupción de varios grupos yihadistas, especialmente Estado Islámico (EI), que han aprovechado la revolución para reforzarse y ampliar su territorio de operaciones. Estos grupos armados extremistas defienden postulados ideológicos muy alejados de los objetivos iniciales de los revolucionarios, y cuentan con la oposición de una gran parte de la población, debido a su violencia. En septiembre de 2014, EE UU y naciones aliadas, incluyendo varios países árabes, iniciaron una ofensiva de ataques aéreos contra las posiciones de EI.
Mientras, el Ejército Sirio Libre, que durante meses constituyó la base de la rebelión respaldada por Occidente, y que logró incluso algunas victorias contra el régimen, es ahora una alianza de pequeños grupos sin apenas recursos, y tanto los gobiernos de la región como la comunidad internacional han ido tomado posiciones, respaldando con financiación, armas o ayuda no letal a alguno o a varios de los grupos que participan en los combates, complicando más aún la situación.
Actualmente, la comunidad internacional está centrada en la lucha contra Estado Islámico, lo que ha rebajado la presión contra el presidente, Bashar al Asad, quien ha visto reafirmada su retórica de lucha antiterrorista para justificar su represión.
El bando gubernamental está compuesto, principalmente, por las Fuerzas Armadas (el ejército regular) y las Fuerzas de Defensa Nacional (surgidas en 2012 al unirse los Comités Populares y otros grupos armados pro Asad, y que operan bajo el mando de comandantes regionales coordinados desde Damasco). Ambas están controladas por el presidente.
En el lado del régimen combaten asimismo varias milicias y brigadas progubernamentales que, especialmente en algunas zonas del país, como el noroeste, han ido cobrando cada vez más peso. Entre ellas destacan los Batallones Baaz (considerados el brazo armado del partido, y con una gran presencia en Alepo), y el grupo Resistencia Siria (de tendencia marxista-leninista, y dominado por la minoría alauí, a la que pertenecen tanto el presidente como la clase política dominante siria).
Uno de los principales aliados políticos y militares de Al Asad es el partido-milicia chií libanés Hizbulá, cuyos combatientes han sido determinantes en algunas de las victorias más significativas conseguidas por el régimen. El Partido Alauí Democrático, una formación también libanesa, respalda asimismo al presidente sirio, así como numerosas brigadas iraquíes de mayoría chií que combaten en distintas partes del país.
El Gobierno de Al Asad sigue contando con el respaldo diplomático de Rusia, China, Irán, Irak, Venezuela y Corea del Norte.
El denominado originalmente Estado Islámico de Irak y Levante (ISIL), que cambió su nombre por el de Estado Islámico (EI) en junio de 2014, comenzó sus operaciones en territorio sirio en abril de 2013; el Frente al Nusra, considerado la rama de Al Qaeda en Siria, se constituyó en enero de 2012.
El ISIL tuvo su origen en el grupo Estado Islámico de Irak y se creó en octubre de 2006 a partir de la unión de varias organizaciones radicales durante la ocupación estadounidense del territorio iraquí. Ambos combatían con los mismos objetivos, hasta que en junio de 2013 estallaron sus diferencias cuando el líder de Al Qaeda, Ayman Al Zawahiri, designó al Frente al Nusra como la única facción de su grupo en Siria y pidió al ISIL limitar sus acciones únicamente al territorio iraquí, al tiempo que se desvinculaba de él. Ello provocó tensión entre ambos grupos, una situación que empeoró debido a los conflictos entre el ISIL y el resto de organizaciones islamistas opositoras, entre ellas, el Frente Islámico Sirio (FIS), la mayor alianza rebelde, que incluye varias brigadas de combatientes islamistas.
Pese a ser uno de los últimos grupos armados en irrumpir en el conflicto, el peso adquirido por Estado Islámico en Irak, la extrema violencia de sus prácticas (miles de civiles y de prisioneros asesinados a sangre fría, decapitaciones y crucifixiones, rehenes occidentales ejecutados, violaciones, mujeres esclavizadas y homosexuales degollados, persecución brutal de minorías religiosas, destrucción vandálica de patrimonio histórico….), su maquinaria publicitaria (mediantes vídeos y a través, sobre todo, de las redes sociales), y su capacidad para atraer a miles de combatientes extranjeros (cientos de europeos incluidos) han puesto a Estado Islámico en el foco de todas las miradas en la región y el mundo. La formación, relacionada pero no vinculada ya con Al Qaeda –que ha rechazado los métodos del grupo–, ha conseguido importantes avances en Irak y Siria, provocando una intervención militar internacional, principalmente en forma de ataques aéreos, para intentar frenar su expansión.
A pesar de compartir muchos conceptos ideológicos, Estado Islámico (autoproclamado «califato» desde el año pasado), se ha enfrentado, además de al Gobierno sirio, a otras formaciones yihadistas que se encontraban previamente en el país, como el mencionado Frente al Nusra y el Grupo Jorasán (parte también de la red de Al Qaeda y que se coordina con su rama en Siria).
Otro grupo importante es Jund al Aqsa, una escisión del Frente al Nusra formado sobre todo por desertores de otras milicias islamistas. Está integrado en la llamada Alianza Muhayirin ua Ansar, de la que también forman parte los grupúsculos salafistas Liuaa al Umma, la Brigada Omar y la Brigada Haq.
La mayoría de las fuerzas no islamistas, o moderadas, de oposición al régimen de Bashar al Asad están actualmente integradas en la Coalición Nacional de Siria (CNFROS), constituida el 11 de noviembre de 2012 tras un acuerdo alcanzado en Catar con el objetivo de aglutinar a todos los grupos de oposición y acabar con sus diferencias. Desde el pasado 5 de enero de 2015 está liderada por Jaled Joya.
El grupo más importante dentro de la CNFROS, y su embrión, es el Consejo Nacional Sirio (CNS), que nació en agosto de 2011 como un movimiento en el exilio con el propósito de coordinar la revuelta. El CNS está dirigido por el veterano opositor izquierdista y de confesión cristiana George Sabra.
CNFROS y CNS han participado en distintas reuniones en el exilio (en El Cairo y Estambul, principalmente) para preparar una «hoja de ruta» para la etapa transitoria, así como para mantener la lucha y respaldar al rebelde Ejército Libre de Siria (ELS), que opera en el interior, hasta la caída del régimen sirio.
El ELS fue creado en Turquía el 4 de octubre de 2011 por un grupo de desertores y pocos meses después trasladaron su base al interior del país para dirigir sus operaciones sobre el terreno. Cuando comenzaron a operar los grupos yihadistas, el ELS y el FIS centraron sus ataques sobre los fundamentalistas. Según el Ejército Libre de Siria, unos 50.000 combatientes de distintas facciones se enfrentan actualmente sobre el terreno a los yihadistas que, se calcula, cuentan con 7.000 milicianos.
Dentro de Siria combate también contra los yihadistas el Partido de la Unión Democrática (PYD), una de las principales formaciones políticas de la oposición kurdo-siria, que representa al 9% de la población del país y que opera mediante su brazo armado, las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo, con el objetivo último de instaurar un estado autónomo.
Las Unidades de Protección han adoptado una posición defensiva para proteger a la población kurda, y se han acabado convirtiendo en uno de los los actores clave en la lucha contra los avances de Estado Islámico en el noreste de Siria. Cuentan con la ayuda de los peshmerga, las fuerzas de seguridad del Kurdistán iraquí, que también combaten a los yihadistas en el país vecino, así como con el respaldo aéreo de la coalición internacional que lidera EE UU.
Desde que comenzó la guerra, las zonas que dominan los diferentes bandos han ido cambiando con frecuencia, en un conflicto que se caracteriza por combates muy intensos y ganancias pequeñas de terreno.
Actualmente, el régimen controla en torno al 40% del territorio, principalmente en la parte oriental del país, e incluyendo la capital (salvo algunos distritos cercanos donde se sigue combatiendo) y las grandes ciudades, excepto Raqa y la mitad de Alepo. En total, el 60% de la población se encuentra en zonas dominadas por el Gobierno.
Las fuerzas de la oposición no islamista, por su parte, controlan aún bastante territorio en el noroeste del país, parte de Alepo y zonas al sur de la capital y junto a los Altos del Golán, mientras que los yihadistas de Estado Islámico dominan el norte y el noreste, en un territorio conectado con la zona de Irak bajo su control, y con centro en la ciudad de Raqa.
Los principales escenarios bélicos continúan siendo las ciudades:
En 2011, el presidente de EE UU, Barack Obama, trazó lo que denominó una «línea roja», cuyo traspaso motivaría la intervención militar estadounidense en el conflicto: el uso de armas químicas contra la población. Tras producirse varias denuncias, en las que el régimen de Al Asad fue acusado de utilizar gas sarín, el 21 de agosto de 2013 cerca de medio millar de personas murieron y miles resultaron heridas en el distrito de Goutha, cercano a Damasco, víctimas de gases químicos. La oposición, así como Estados Unidos y algunos de sus aliados occidentales, atribuyeron el ataque al las fuerzas del Gobierno sirio. El régimen de Al Asad, por su parte, culpó a los rebeldes.
Las amenazas de ataque por parte de Washington y Londres que siguieron a lo ocurrido en Goutha acabaron siendo neutralizadas finalmente por la firma de un pacto entre EE UU y Rusia para la destrucción de todo el arsenal químico sirio, calculado en más de 1.000 toneladas. El acuerdo, marcado por los continuos retrasos, pero algunas de cuyas fases ya se han completado, especificaba que ambos países llevarían a cabo una evaluación conjunta del tipo y cantidad de armas químicas que posee Siria; que la eliminación del arsenal químico debería realizarse «lo antes posible» y «de forma segura»; y que la destrucción de todas las armas químicas debería haberse completado a mediados de 2014, con el apoyo logístico de Naciones Unidas.
Estados Unidos anunció el pasado mes de agosto que había completado en alta mar la neutralización del arsenal químico entregado por Siria hasta la fecha. Obama declaró, no obstante, que Damasco aún debía «cumplir su compromiso de destruir las restantes plantas de fabricación de armas químicas declaradas», y que sigue habiendo «graves dudas», debido a las «omisiones y discrepancias» en la declaración siria sobre su arsenal químico, así como por las acusaciones de que ha seguido usando este tipo de armamento.
A pesar de las críticas de EE UU y de otros países, como el Reino Unido, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) ha declarado que la respuesta del régimen sirio está siendo «satisfactoria», y Rusia destaca la «buena voluntad» del Gobierno de Al Asad.
La crisis de los refugiados sirios ha desbordado por completo la capacidad de respuesta de los gobiernos de la región y de los organismos internacionales. En Líbano y Jordania, el crecimiento de la población experimentado en el espacio de estos pocos años ha alcanzado niveles para los que estos países no preveían estar preparados hasta dentro de varias décadas. Un tercio de la población actual del Líbano es palestina o siria. Jordania se enfrenta a un desafío similar. Y Turquía se ha convertido ya en el país que más refugiados acoge del mundo. Hay que sumar, además, otros dos millones de desplazados internos en Irak en 2014, y las cerca de 220.000 personas que han buscado refugio en otros países.
El alto comisionado de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), António Guterres, explicó hace unos días ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que el continuo crecimiento en el número de desplazados «es asombroso» y que, al mismo tiempo, la naturaleza misma de la crisis está cambiando: «A medida que aumenta el nivel de desesperación y se va reduciendo el espacio de protección disponible, nos acercamos a un peligroso punto de inflexión».
Tras pasar años en el exilio, los recursos de los refugiados hace tiempo que se han agotado, y sus condiciones de vida se están deteriorando drásticamente. Más de la mitad de los refugiados sirios en Líbano habitan en viviendas inseguras, casi un tercio ya el año pasado. Y una encuesta realizada a 40.000 familias sirias en Jordania reveló que dos tercios de éstas están viviendo por debajo de la línea absoluta de pobreza. «Los llamamientos humanitarios se encuentran sistemáticamente faltos de fondos», denunció Guterres.
El flujo de refugiados ha supuesto un enorme impacto para las economías y las sociedades, sobre todo en Líbano, Jordania y el norte de Irak, desbordando los servicios sociales, las infraestructuras y los recursos gubernamentales. Y a medida que los países de acogida se enfrentan a crecientes riesgos de seguridad, como consecuencia de la expansión regional del conflicto, y no reciben la ayuda necesaria para responder a esta avalancha, los sirios lo tienen cada vez más difícil para alcanzar su propia seguridad.
El número mensual de registros en ACNUR en Líbano ha caído en cerca de un 80% con respecto a principios de 2014, y el número de los que entran en Jordania se ha reducido también sustancialmente. Un número relevante de refugiados sigue cruzando la frontera hacia Turquía, cuyo gobierno ha gastado ya alrededor de 6.000 millones de dólares en asistencia directa a los refugiados sirios.
El drama se ha extendido también hasta el Mediterráneo: miles de familias sirias que han huido de la guerra se ven forzadas a arriesgar de nuevo sus vidas en precarias embarcaciones, buscando protección en Europa. Desde principios de 2015, unas 370 personas han muerto tratando de cruzar el mar. Es decir, un muerto ahogado por cada veinte que consiguen llegar.
Los principales acontecimientos de estos cuatros años de guerra, en una cronología elaborada por la agencia Efe:
2011
2012
2013
2014
2015
Publicado originalmente en 20minutos
El 15 de marzo de 2011, hace ahora cuatro años, cientos de personas salieron a la calle en la localidad siria de Daraa para exigir la liberación de una quincena de estudiantes que habían sido detenidos por realizar pintadas en contra del régimen dictatorial del presidente Bashar al Asad. En plena efervescencia de la llamada ‘primavera árabe’, la protesta fue la mecha que prendió la llama. Las manifestaciones exigiendo democracia y el fin de la corrupción […]
Libia, antes y después. Viñeta de Damien Glez en Internazionale.
* Aunque Nigeria no es un país de Oriente Medio, se incluye este reportaje en el blog por la trascendencia transnacional del movimiento yihadista y fundamentalista islámico, así como por la autoproclamada conexión entre Boko Haram y el grupo sirio-iraquí Estado Islámico.
«Reunieron a la gente, mataron a más de 30 personas y se llevaron a al menos 100 mujeres y niños en dos camiones descubiertos». La pesadilla vivida hace una semana en el remoto pueblo nigeriano de Gumskiri, resumida en esas pocas palabras por un familiar de varios testigos, lleva la inequívoca firma de Boko Haram. Militantes del grupo fundamentalista islámico que tiene en jaque al Gobierno nigeriano desde hace seis años irrumpieron el domingo en esa localidad del noroeste del país, prendieron fuego a casas, tiendas y a un centro médico gubernamental, y, según el recuento final de los propios residentes, asesinaron a sangre fría a 35 personas y secuestraron a 172 mujeres y niños. «Mi hermana y sus siete hijos están entre los secuestrados. Nosotros corrimos a escondernos y tuvimos suerte, pero a otros no les fue tan bien», relataba a Reuters Abu Musa, uno de los residentes.
Boko Haram, una secta cuya denominación significa en lenguas locales «La educación no islámica es pecado», inició su campaña violenta en el año 2009. El rastro de terror que ha ido dejando desde entonces es sobrecogedor: hombres decapitados y mutilados; sus mujeres, obligadas a convertirse en musulmanas y tomadas como esposas; masacres contra comunidades enteras; pueblos arrasados; atentados con centenares de muertos en grandes ciudades; bombas en iglesias, bases militares, comisarías de policía y edificios gubernamentales; bombas también en mezquitas…
Solo en 2014, y según informa la agencia Efe, el grupo ha matado a unas 3.000 personas, cifra a la que ninguna otra organización terrorista se acerca en África, y con la que solo podría equipararse el grupo Estado Islámico (EI), que desde finales de junio ha ejecutado en Siria e Irak a unas 1.500 personas, según datos ofrecidos por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
Ha sido también en este año, 2014, cuando, a raíz del secuestro de más de un centenar de niñas de una escuela en Chibok, las actividades del grupo han alcanzado su mayor repercusión internacional, gracias a que diversos personajes famosos propiciaron en las redes sociales una movilización digital en favor de la liberación de las menores.
La campaña alcanzó un éxito sin precedentes, pero se fue diluyendo con el paso de los meses, mientras la ayuda militar internacional, encabezada por EE UU, tampoco lograba localizar el paradero de las escolares. Y, entre tanto, Boko Haram ha seguido afianzando su control en el norte del país ante la incapacidad del Gobierno y el Ejército nigerianos, a quienes muchos critican por no estar haciendo lo suficiente.
Junto con el fracaso de las autoridades nigerianas, la otra clave es la poca eficacia de la insuficiente intervención internacional. Por un lado, Nigeria no ocupa un puesto destacado en las prioridades reales de los gobiernos occidentales; por otro, estos gobiernos, especialmente el estadounidense, se ven atrapados en el dilema de que para poder frenar a Boko Haram haya que prestar ayuda y armas a unos militares cuyo historial en materia de derechos humanos es de todo menos ejemplar.
Lo cierto es que, una vez pasado el momento viral causado por el secuestro de las menores, Nigeria ha vuelto a sumirse en un olvido del que solo emerge, y de forma fugaz, cuando se produce un nuevo secuestro masivo, como el de esta semana, o cuando se comete un ataque especialmente mortífero, como el triple atentado del pasado mes noviembre contra la Mezquita Central de Kano, en el que murieron más de cien personas.
La crisis, sin embargo, es diaria para cientos de miles de personas desde hace años. Según cifras de Naciones Unidas, 1,5 millones de nigerianos han huido de sus casas en las zonas que controla Boko Haram. Y los que se han quedado solo tienen dos opciones: acatar el credo de los fanáticos o vivir con el miedo constante de ser asesinados.
Después de una interminable serie de golpes militares, Nigeria tiene actualmente un gobierno elegido democráticamente (no exento de acusaciones de fraude), que se enfrenta al gran desafío de mantener unido al país.
La recuperación del poder civil en 1999 y una mayor apertura incrementó las demandas a menudo secesionistas y violentas de diversos grupos étnicos y religiosos. Boko Haram, cuya agenda pasa por imponer un califato islámico más allá de las fronteras establecidas, a la manera del EI en Siria e Irak, es, sin duda, el más sangriento.
Estas son las claves de cómo y por qué ha logrado enquistarse esta secta en el país más poblado de África.
El nombre de Boko Haram (en idioma hausa) ha sido traducido como «La educación no islámica es pecado», pero también, en otras interpretaciones, como «La pretenciosidad es anatema», o «La educación occidental es pecado». El grupo ha extendido su control por un amplio territorio en el norte de Nigeria, ganado al Ejército nigeriano y que comprende los estados de Borno, Yobe y Adamawa.
Boko Haram, cuyos miembros pertenecen al islam sunní, lucha por imponer la ley islámica (sharia) que emana de una interpretación radical y fundamentalista del Corán, y se ha declarado «franquicia» en África del grupo yihadista sirio-iraquí Estado Islámico.
Uno de sus objetivos es el establecimiento de la sharia como norma vigente en los 36 estados del país, y no solo en el norte de mayoría musulmana, donde la sharia (rechazada en el sur, con una mayor proporción de cristianos) ha sido tradicionalmente considerada como un código de justicia informal, y es aceptada, en mayor o menor medida, por amplios sectores de la población.
Boko Haram es considerado una organización que apoya abiertamente el terrorismo contra la población civil, y usa medios violentos y coactivos en la persecución de sus objetivos político-religiosos. En mayo de 2014 el Consejo de Seguridad de la ONU incluyó al grupo en su lista de organizaciones terroristas, algo que ya había hecho Estados Unidos en noviembre del año anterior.
El grupo fue fundado en 2002, en la localidad de Maiduguri, en el estado de Borno, por Ustaz Mohammed Yusuf, militante y líder de Boko Haram hasta julio de 2009. En 2004 la sede fue trasladada a Kanamma, en el estado de Yobe, donde se constituyó una central operativa denominada «Afganistán», desde la que Boko Haram atacó y atentó contra las fuerzas policiales nigerianas.
En los primeros años, no obstante, el grupo se limitó, fundamentalmente, a ejercer una fuerte presión sobre las autoridades locales para que aplicasen la sharia. La secta inició su campaña más violenta en 2009, cuando Mohamed Yusuf murió en un intento de fuga mientras se encontraba bajo custodia policial. Yusuf había sido capturado por el ejército, y los militares lo entregaron a la policía. Según diversas fuentes, su muerte al intentar escapar fue, en realidad, una ejecución a sangre fría.
Tras la muerte de Yusuf, el grupo pasó a ser liderado por Abubakar Shekau.
Parece probado que miembros de Boko Haran han estado en contacto con Al Qaeda (en concreto, con la rama magrebí de esta organización), pero, a pesar de que el Gobierno nigeriano liga a ambos grupos, ni Estados Unidos ni expertos en yihadismo internacional han establecido de momento esa conexión, y siguen considerando al grupo nigeriano un problema de carácter más local. La cercanía ideológica con el Estado Islámico, grupo escindido de la organización fundada por Osama Bin Laden, reforzaría la teoría de que no existe un vínculo formal entre ambos grupos.
Boko Haram se financia a través del pillaje, del robo de bancos, de la extorsión, de aportaciones de simpatizantes extranjeros y de los rescates por los secuestros.
Las víctimas de las primeras bombas fueron principalmente los cristianos, pero pronto Boko Haram extendió sus acciones con secuestros y atentados indiscriminados contra toda la población, incluidos los musulmanes.
Boko Haram fue el responsable del atentado del 26 de agosto de 2011 contra la sede de la ONU en Abuya, que provocó 24 muertos, y también de otro atentado perpetrado el 25 diciembre de ese mismo año en el que murieron al menos 44 personas, en cinco ataques contra templos cristianos en los que se celebraban los servicios religiosos de Navidad.
El 20 de enero de 2012 iniciaron una sangrienta campaña de atentados en el estado de Kano, en respuesta a la negativa de las autoridades federales a liberar a algunos de sus miembros detenidos. Los ataques causaron al menos 250 muertos. El 21 de febrero de 2012 la secta provocó al menos 30 muertos en Maiduguri, al noreste del país, y el 8 de abril otras 38 personas perdieron la vida en un atentado junto a dos iglesias de Kaduna (norte), donde se celebraba el Domingo de Resurrección, ataque que las autoridades atribuyeron a Boko Haram.
El 7 de agosto de ese año un nuevo atentado, que las autoridades volvieron a atribuir al grupo radical, dejó 19 muertos en una iglesia pentecostal en Okene, en el estado de Kogi. El 14 de abril de 2014 la secta volvió a golpear Nigeria con un ataque con bomba que causó varias explosiones en una de las principales estaciones de autobuses de Abuya, la capital, y mató a al menos 71 personas. El mismo grupo había causado el día anterior al menos 98 muertos en ataques a tres localidades del norte en el estado de Borno.
El pasado 14 de abril los fundamentalistas capturaron a 129 niñas en una escuela-residencia de la pequeña localidad de Chibok, en Borno, feudo espiritual de la secta. El secuestro, que se produjo tan solo unas horas después del atentado en la estación de autobuses de Abuya, alcanzó una enorme difusión global gracias a las cuentas de Twitter y otras redes sociales de personajes famosos. Bajo la etiqueta «BringBackOurGirls» («Traed de vuelta a nuestras niñas»), en apenas unos días los mensajes de denuncia y solidaridad con las víctimas se convirtieron en un fenómeno viral.
La campaña, sin embargo, perdió fuerza con el paso de los meses, y la ayuda militar internacional para encontrar a las secuestradas, que lideró Estados Unidos, tampoco tuvo éxito. Un total de 44 escolares lograron escapar entre el 17 y el 19 de abril, y el 5 de mayo el líder del grupo, Abubakar Shekau, reivindicó en un vídeo la autoría del secuestro.
Las autoridades sospechan que las niñas pueden haber sido violadas, después de que una de ellas relatara que las rehenes más jóvenes sufrían hasta «15 violaciones al día» y que ella misma había sido entregada como esposa a uno de los líderes de la secta.
El 6 de mayo el secuestro de otras ocho niñas volvió a conmocionar Nigeria; y solo tres días después el grupo asesinó a 300 personas en la localidad nigeriana de Gamboru, que se sumaron a otras 150 asesinadas entre el 20 y 21 de mayo y otras 200 el 5 de junio.
El anuncio de una supuesta tregua entre el Ejército nigeriano y los terroristas el pasado octubre devolvió a la actualidad la tragedia de las menores, aunque la esperanza de verlas liberadas duró poco. Dos semanas más tarde, Abubakar Shekau reaparecía en un vídeo para desmentir que existiera un acuerdo de alto el fuego con el Gobierno nigeriano y aseguraba que las menores ya habían sido «entregadas en matrimonio«.
El 24 de agosto, en Gwoza, estado de Borno, el grupo declaró un «califato» como primer paso hacia su objetivo de implantar la ley y el Estado islámicos en todo el país, y asesinó a docenas de cristianos en la localidad de Madagali.
La proclamación del «califato» tras la toma de Gwoza ha sido equiparada por algunos expertos a lo conseguido por el grupo Estado Islámico tras conquistar Mosul, en Irak. En este sentido, el analista camerunés Martin Ewi, del think tank Instituto para el Estudio de la Seguridad (ISS), explica en El País que, «antes de conquistar Mosul, el EI no era una organización tan fuerte, como tampoco lo era el grupo nigeriano antes de autoproclamar su califato en Gwoza. Con la toma de Gwoza, Boko Haram se asegura recursos y un puerto desde donde planear con tiempo su siguiente paso». «Desde agosto, el grupo es más poderoso, tiene ambiciones que antes no tenía», añade.
El 1 de septiembre el Ejército nigeriano repelió un ataque de Boko Haram en Bama, también en Borno, con al menos 59 milicianos muertos, y el 12 de ese mes mató a más de cien militantes islamistas en Kodunga. En acciones armadas contra el vecino Camerún, el grupo ha perdido casi 150 activistas en dos choques ocurridos en la región fronteriza de Fotokol.
En septiembre de 2014, Boko Haram controlaba ya trece localidades en los estados de Adamawa y Borno, y cerca de unos 20.000 kilómetros cuadrados.
Hasta el momento, el Gobierno nigeriano del presidente Goodluck Jonathan, que sigue manteniendo la existencia de negociaciones de paz, se ha mostrado totalmente incapaz de responder tanto al secuestro de las niñas como al resto de las maniobras del grupo terrorista. Boko Haram centra sus ataques en una zona declarada en estado de emergencia desde 2012, pero electoralmente estéril para el partido gubernamental.
Ello ha llevado a los grupos de la oposición a acusar a las autoridades de no tener interés en resolver una crisis que, en teoría, no parece determinate de cara a las próximas elecciones, a las que Jonathan volverá a presentarse como candidato. La incompetencia del Ejército desplegado en la zona sería la prueba. Según datos del centro de análisis Chatham House, citados también por El País, de los 2.000 millones de dólares (1.600 millones de euros) del presupuesto de las Fuerzas Armadas nigerianas, solo 100 millones se destinan al despliegue en el noreste.
Algunos analistas, sin embargo, consideran que el problema es más complejo, y que no se puede olvidar la dificultad que supone para los militares combatir en la zona del país que controla Boko Haram.
En cuanto al supuesto interés del Gobierno en no acabar con la crisis, el analista político Nii Akuetteh, exdirector del grupo pro derechos humanos Africa Action, señalaba al canal en inglés de Al Jazeera que «se trata de una teoría conspiratoria sin sentido, porque, aunque no tenga mucha influencia electoral en el norte, el efecto de vencer a Boko Haram sería muy positivo parea el presidente Jonathan en todo el país».
Para Akuetteh, la solución pasa por un mayor compromiso internacional, y por poner la crisis nigeriana en un lugar prioritario, algo esencial, ya que Boko Haram tiene, al igual que el Estado Islámico, un carácter transacional. Sus objetivos no se limitan a Nigeria, por lo que su consolidación puede suponer un importante riesgo de contagio a países vecinos en África Occidental, como Níger o Camerún.
El investigador y especialista en Boko Haram Aliyu Musa, por su parte, confiesa no entender la actitud del Gobierno nigeriano, ya que «combatir a Boko Haram solo puede darle beneficios al presidente, incluso si la situación se agrava y tiene que declarar un estado de guerra en el país, lo que le permitiría mantenerse en el poder sin necesidad de convocar elecciones».
El ejército, desmoralizado y que en muchos casos ha evitado los combates con los militantes de Boko Haram, no se enfrenta tan solo a problemas logísticos o de actitud. Los graves abusos perpetrados por los militares allanan a menudo el camino a Boko Haram a la hora de reclutar militantes en la zona, e impiden, al menos en teoría, que los países occidentales presten una mayor ayuda armamentística al Gobierno nigeriano.
El pasado mes de agosto, Amnistía Internacional publicó un detallado informe en el que denunciaba las «atrocidades» cometidas por el ejército de Nigeria y por grupos afines al Gobierno en el marco de la lucha contra la milicia islamista. La ONG recabó en el estado de Borno testimonios e imágenes que ponen de manifiesto ejecuciones extrajudiciales y otras violaciones de los derechos humanos que habrían sido cometidas en los últimos meses. Para Amnistía, los abusos registrados podrían ser constitutivos de crímenes de guerra.
Entre los casos denunciados figura un «espantoso incidente» cerca de la ciudad de Maiduguri ocurrido el pasado 14 de marzo. Amnistía Internacional localizó un vídeo en el que supuestos miembros del Ejército y de la Fuerza Civil de Acción Conjunta (milicias afines al Gobierno) degüellan a varios detenidos antes de arrojarlos a una fosa. Las imágenes, captadas al parecer el pasado 14 de marzo tras un ataque de Boko Haram, muestran a 16 hombres sentados en línea que van siendo ejecutados «uno por uno».
Amnistía internacional denunció que «más de 600 personas» fueron ejecutadas extrajudicialmente en varios lugares de Maiduguri después de que Boko Haram asaltase una cárcel y liberase a numerosos miembros de la secta islamista. La ONG expuso asimismo en su informe una serie de «atrocidades» cometidas en Bama, donde miembros del Ejército y de la Fuerza Civil Conjunta juntaron a unos 300 hombres y les obligaron a desnudarse. A continuación, los identificados como supuestos miembros de Boko Haram fueron obligados a tumbarse en el suelo y recibieron golpes de palos y machetes. «Tenéis que pegarles, incluso matarlos. Son de Boko Haram», dice uno de los militares presentes.
Como ocurre en Siria e Irak, tanto en Nigeria como en otros países donde el yihadismo fundamentalista ha experimentado espectaculares avances en los últimos años, las soluciones meramente militares, por eficaces que puedan parecer a corto plazo, difícilmente resolverán el problema de fondo.
El fundamentalismo islámico, y Boko Haram no es una excepción, es un fenómeno muy complejo cuya expansión obedece a multitud de causas, desde la más obvia, es decir, la conquista de territorios por la fuerza y a través del terror que impone su naturaleza extremadamente violenta, hasta otras más variables, como la dificultad de luchar contra un enemigo cuya organización y capacidad de renovación en sus estructuras jerárquicas desafían constantemente las tácticas de un ejército convencional. La batalla, por más que el establecimiento de «califatos» haya cambiado en parte el escenario, sigue siendo más ideológica que territorial, y, por tanto, mas difícil de combatir.
Es posible, sin embargo, que ninguna de estas razones sea tan importante como el hecho de que estos grupos son capaces de ofrecer opciones, reales o no, a los elementos más desfavorecidos y desarraigados de poblaciones duramente golpeadas por la miseria y la opresión. La pobreza es, al final, la auténtica gasolina que nutre el motor del fundamentalismo.
En el tercer trimestre de 2013, el PIB de Nigeria creció un 6.8% anual, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que este año lo haga al 7.3%. Sin embargo, y según informa la CNN, el nivel de pobreza del país aumentó 6 puntos porcentuales entre 2004 y 2010. Seis de cada 10 nigerianos viven con menos de un dólar al día, según cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas.
Por otra parte, y aunque Nigeria está dentro de las 30 mayores economías del mundo, en el Índice de Desarrollo Humano ocupa el puesto 153 de un total de 207 países. La esperanza de vida es de 52 años y el nivel de escolaridad de sólo 5,2 años. Y es precisamente en los estados donde se refugia Boko Haram donde la precariedad es más notoria. El desempleo en Borno y en Yobe, los territorios en los que más ha crecido la organización terrorista, supera el 26%.
Publicado originalmente en 20minutos
«Reunieron a la gente, mataron a más de 30 personas y se llevaron a al menos 100 mujeres y niños en dos camiones descubiertos». La pesadilla vivida hace una semana en el remoto pueblo nigeriano de Gumskiri, resumida en esas pocas palabras por un familiar de varios testigos, lleva la inequívoca firma de Boko Haram. Militantes del grupo fundamentalista islámico que tiene en jaque al Gobierno nigeriano desde hace seis años irrumpieron el domingo […]
—Conviértete al islam o muere.
—Tú primero.
Viñeta de Chip Bok.
El periodista y realizador de Vice News Medyan Dairieh pasó tres semanas grabando a los milicianos del grupo yihadista Estado Islámico en la ciudad siria de Raqqa. Allí, y según explica Vice News, «pudo dar cuenta, en primera persona, de cómo los yihadistas europeos juraban lealtad, del adoctrinamiento al que someten a los niños, del surgimiento de la nueva policía de la sharia, y de la instauración de tribunales y prisiones». El resultado es este documental, publicado el pasado 13 de agosto (se pueden activar subtítulos en castellano).
El periodista y realizador de Vice News Medyan Dairieh pasó tres semanas grabando a los milicianos del grupo yihadista Estado Islámico en la ciudad siria de Raqqa. Allí, y según explica Vice News, «pudo dar cuenta, en primera persona, de cómo… Leer
El periodista estadounidense James Foley, que permanecía secuestrado en Siria desde noviembre de 2012, ha sido asesinado (decapitado) por terroristas del grupo fanático yihadista Estado Islámico. Los asesinos colgaron en Internet un espantoso vídeo mostrando la decapitación.
Durante unas horas existió la esperanza de que el vídeo fuese falso, pero un conmovedor comunicado hecho público por la madre del periodista, Diane Foley, confirmó, finalmente, la noticia:
Nos sentimos más orgullosos que nunca de nuestro hijo Jim. Ha dado su vida intentando exponer ante el mundo el sufrimiento del pueblo sirio.
Imploramos a los secuestradores que dejen con vida a los demás rehenes. Son, igual que Jim, inocentes. No tienen ningún control sobre la política estadounidense en Irak, en Siria, o en cualquier otra parte del mundo.
Agredecemos a Jim todas las alegrías que nos ha dado. Era un extraordinario hijo, hermano, periodista y ser humano. Por favor, respeten nuestra privacidad durante estos días, mientras lloramos y celebramos a Jim.
En el vídeo publicado por los terroristas, Foley, que tenía 40 años de edad, se despide de su familia y recita un mensaje en el que acusa al Gobierno de Estados Unidos de ser «el culpable» de su ejecución por su reciente intervención en Irak, antes de ser degollado ante la cámara por un encapuchado que habla en inglés con acento británico.
La grabación comienza con el discurso de Barack Obama del pasado 7 de agosto, en el que el presidente de EE UU anunció el comienzo de los bombardeos contra el grupo Estado Islámico en el norte de Irak, para frenar el avance de los yihadistas hacia el Kurdistán y permitir la asistencia humanitaria a miles de desplazados.
Posteriormente aparece Foley pidiendo a su familia y amigos que «se levanten» contra las autoridades estadounidenses: «Desearía tener más tiempo, desearía ver a mi familia de nuevo, pero ese barco ya ha zarpado. A fin de cuentas, supongo que desearía no ser estadounidense», dice Foley, sereno, y vestido con un mono naranja en una localización desértica no especificada.
Tras la decapitación, el vídeo termina con el encapuchado amenazando de muerte a otro periodista estadounidense secuestrado, Steven Joel Sotloff, cuya vida «depende de la próxima decisión de Obama».
Los familiares de Foley aseguraron en un comunicado en enero de 2013 que un grupo desconocido de hombres armados lo había secuestrado en una zona del noroeste de Siria, el pasado 22 de noviembre. Foley, quien en ese momento trabajaba para la web estadounidense GlobalPost y para la agencia France Press, había sido retenido anteriormente por el Ejército de Libia en 2011, mientras cubría el conflicto en el país tras la caída del régimen de Muamar al Gadafi.
Foley reported from Salahedine, Aleppo which meant facing fighter jets and snipers. Those in Syria know how hard that assignment was.
— Michael Weiss (@michaeldweiss) August 20, 2014
Sandra Mims Rowe, directora del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), ha hecho pública una nota en la que afirma que «el bárbaro asesinato del periodista James Foley, secuestrado en Siria durante cerca de dos años, enferma a cualquier persona decente. Foley fue hasta Siria para mostrar la difícil situación del pueblo sirio, para ser testigo de su lucha y, al hacerlo, para luchar también por la libertad de prensa. Nuestro corazón está ahora con su familia, que ha hecho todo lo posible por encontrar y liberar a Jim».
Siria lleva ya dos años siendo el lugar más peligroso del mundo para los periodistas. Según datos del propio CPJ, al menos 69 profesionales de la información han muerto allí ejerciendo su trabajo, incluyendo a los que perdieron la vida en las zonas fronterizas con Líbano y Turquía. Más de 80 periodistas han sido secuestrados en este país, aunque es difícil conocer el número exacto, ya que en muchos casos no se da publicidad a los secuestros.
El CPJ calcula que alrededor de 20 periodistas, tanto sirios como extranjeros, permanecen desaparecidos actualmente en Siria. Muchos de ellos están en manos del grupo Estado Islámico.
En ocasiones se ha criticado la importancia que dan los medios de comunicación a las muertes de periodistas, en contraste con las de otras personas (voluntarios de organizaciones humanitarias, médicos y personal sanitario, profesionales de todo tipo, simples civiles) que son también víctimas de las guerras o del terrorismo fundamentalista, y cuya identidad queda, al final, diluida en frías cifras.
Todas las muertes causadas por la violencia son igual de horribles. Pero, al margen de que es humano sentir especialmente la pérdida de un compañero, el asesinato de un periodista significa algo más que el final de una vida; significa, como dice Paul Conroy en el tuit que encabeza esta entrada, que el mundo es un poco más oscuro.
Más información y fuentes:
» On James Foley (Max Fisher, en Vox)
» EE UU investiga la posible muerte de un reportero a manos del Estado Islámico (El País)
» Los terroristas del IS decapitan a James Foley, periodista de EE UU secuestrado en Siria en 2012 (Agencias, 20minutos.es)
» Militant Group Says It Killed American Journalist in Syria (The New York Times)
» Mother mourns U.S. journalist purportedly beheaded by Sunni militants (Reuters)
» CPJ condemns killing of American journalist James Foley (CPJ)
» Foley video, photos being scrubbed from Twitter (The Washington Post)
El periodista estadounidense James Foley, que permanecía secuestrado en Siria desde noviembre de 2012, ha sido asesinado (decapitado) por terroristas del grupo fanático yihadista Estado Islámico. Los asesinos colgaron en Internet un espantoso vídeo mostrando la decapitación. Durante unas horas… Leer
Militantes extremistas islámicos hicieron saltar por los aires este jueves en Mosul, Irak, un reverenciado santuario musulmán en el que la tradición sitúa el sepulcro del profeta Jonás. La mezquita estaba situada en un sitio arqueológico que data del siglo VIII A.C. El vídeo de la voladura ha sido difundido hoy en las redes sociales:
Según relataron varios testigos, los milicianos del grupo denominado ahora Estado Islámico ordenaron la completa evacuación de la mezquita del Profesta Younis (Yunus, Jonás), y después la volaron. Varias casas cercanas resultaron dañadas por la explosión. El mismo día, un grupo de yihadistas voló también otra mezquita milenaria cercana, la del Imán Aoun bin al-Hassan.
Estado Islámico, antes llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL, ISIS en inglés), se apoderó de Mosul el pasado mes de junio. Desde entonces impone en la ciudad, convertida en la capital de su autoconstituido «califato», su interpetración extremista del derecho islámico.
Militantes extremistas islámicos hicieron saltar por los aires este jueves en Mosul, Irak, un reverenciado santuario musulmán en el que la tradición sitúa el sepulcro del profeta Jonás. La mezquita estaba situada en un sitio arqueológico que data del siglo… Leer
Cuando el pasado 4 de julio el autoproclamado «califa del Estado Islámico», Abu Bakr al Bagdadi, realizó su primera aparición pública en la Gran Mezquita de Mosul, muchos de los extremistas que le siguen asumieron que la ciudad iraquí sería la capital del nuevo «califato», al menos, de momento.
Mosul, la tercera ciudad más grande del país, situada a unos 400 kilómetros al norte de Bagdad y donde viven cerca de 2 millones de personas, cayó en manos de los yihadistas suníes del entonces llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL, ISIS en inglés) hace ya más de un mes. Desde entonces, la vida de sus habitantes ha cambiado radicalmente: coches de la «Policía Islámica» patrullan las calles, los detenidos son procesados en «cortes islámicas», en la frontera del área controlada por los insurgentes se cobran tasas de aduana, y guardianes de la moral religiosa vigilan los mercados locales para asegurarse de que las mujeres van vestidas «correctamente».
Este viernes, los militantes islamistas dieron un ultimátum a los cada vez menos cristianos que quedan en la ciudad: en un comunicado que fue leído en las mezquitas, el grupo Estado Islámico les dio de plazo hasta el próximo sábado para que acepten la llamada dhimma, un contrato usado antiguamente que ofrece protección a los no musulmanes que viven en sociedades islámicas a cambio de que se conviertan al islam o de que paguen un impuesto especial. Según el texto, los cristianos que no acepten ninguna de estas dos opciones, «morirán». Tras conocerse el ultimátum, miles de cristianos empezaron a huir hacia la vecina región del Kurdistán iraquí.
La siguiente crónica, escrita por Khales Joumah y publicada originalmente en Niqash, da una idea de cómo están las cosas ahora en Mosul.
Por Khales Joumah
Publicado en Niqash el 17/07/2014
Traducción del original en inglés
Hace tan solo dos días, Abu Zahra y su amigo, Abed Hamdoun, ambos de Mosul, podrían haberse visto obligados a matarse el uno al otro si se hubieran encontrado en la calle. Hoy, sin embargo, en la ciudad del norte de Irak tomada recientemente por los musulmanes suníes extremistas, ambos pueden estrecharse la mano. Zahra estaba tan feliz que se le saltaban las lágrimas.
Zahra es un miembro destacado del grupo extremista conocido ahora como Estado Islámico (EI), mientras que Hamdoun pertenece a un grupo extremista distinto, Ansar al-Islam. Los dos grupos habían estado luchando hasta ahora debido a políticas internas relacionadas con la organización matriz a la que cada uno decía pertenecer.
La nueva alianza entre estos dos extremistas se debe a que que Ansar al-Islam juró lealtad al EI un día después del sermón realizado por el líder de este grupo en Mosul. Y Hamdoun estaba al frente de un grupo de combatientes que entró en la ciudad para jurar lealtad públicamente al líder del EI, Abu Bakr al Bagdadi.
A finales de junio, el EI anunció la creación de un «califato islámico» en las zonas de Irak y Siria que están bajo su control. A pesar de que han recibido ayuda de varios grupos para conseguir este objetivo, el EI asegura que está al mando del territorio y que los demás grupos deben jurar lealtad a su líder, Al Bagdadi. Ansar al-Islam, el segundo grupo de militantes más grande de Mosul, se oponía al EI, pero ahora ha decidido unirse y acatar sus órdenes.
No son los únicos que han jurado lealtad a Al Bagdadi. También lo han hecho un número indeterminado de otros grupos que operan en la ciudad, así como varios grupos tribales. Estos últimos han sido vistos desfilando hacia los cuarteles del EI (situados en los edificios de las autoridades locales) enarbolando pancartas, cantando eslóganes y prometiendo fidelidad al Estado Islámico.
El EI también ha sido capaz de movilizar a gente más joven. Muchos habitantes de la ciudad de entre 15 y 30 años de edad se unieron al juramento de lealtad. Un joven local, Ahmed Habib, relataba a Niqash que cuando preguntó qué implicaba apuntarse como voluntario en el EI, le respondieron que, si realizaba el juramento, debería obedecer a Al Bagdadi hasta la muerte, y que si en un futuro cambiaba de opinión y renunciaba al voto, sería considerado un apóstata. Los extremistas castigan la apostasía con la muerte.
El líder del EI, Al Bagdadi, fue filmado recientemente por el equipo de propaganda del grupo dirigiendo la oración en la emblemática Gran Mezquita de Al Nouri, en Mosul. Cuando acabó, se le acercaron varios grupos de hombres y un vecino preguntó qué estaba pasando. Le dijeron que los hombres estaban jurando lealtad. «De momento parece que el juramento es voluntario», indica este vecino, quien prefiere no dar su nombre por razones de seguridad. «La pelota sigue en el tejado de la gente local, pero eso no va a durar siempre», añade: «Pronto, todo aquel que no jure lealtad va a ser considerado enemigo».
La aparición pública de Al Bagdadi llenó de orgullo a muchos miembros del EI, quienes empezaron a decir abiertamente a los vecinos que la ciudad sería la capital del nuevo estado islámico, y que las «nuevas conquistas» se lanzarían desde Mosul.
En cualquier caso, el EI está actuando, ciertamente, como si Mosul fuese su capital, especialmente ahora que el «califa» se ha hecho presente en la ciudad, y que la gente le está jurando lealtad.
Como explica un analista en Long War Journal, una publicación que informa sobre las actividades de los extremistas y sobre las operaciones de seguridad que se llevan a cabo contra ellos, «la proclamación del califato causó polémica en los círculos yihadistas. Una crítica común era que los seguidores no pueden, ni deben, jurar lealtad a un líder a quien no han visto. En una época en la que es tan fácil difundir fotos y vídeos, esta crítica cobró mucho peso. Al líder del EI apenas se le había escuchado y eran pocos los que le habían visto. Antes de este nuevo vídeo tan solo existían unas pocas fotos confirmadas de Al Bagdadi. Pero Al Bagdadi y el EI respondieron produciendo un vídeo en el que el líder aparece dando un sermón de un modo relativamente calmado y confiado».
Las pruebas de que el EI ha empezado a fundar su estado son bastante obvias en Mosul: coches con el logo «Policía Islámica» empezaron a circular por toda la ciudad poco después de que el grupo estableciese varias cortes islámicas de justicia.
Uno de los primeros vecinos de Mosul llevado ante un juzgado islámico fue Yunis Hamid, el propietario de un generador que había estado vendiendo electricidad a viviendas situadas junto a la suya, y que fue denunciado ante la Policía Islámica. Cinco horas después de su «arresto», Hamis fue puesto en libertad y pudo volver a su casa. La familia lo celebró con una fiesta, y su madre insistió en que se abriese la camisa para comprobar que no tenía signos de tortura. Según rumores que circulan por Mosul, combatientes del EI han torturado a personas consideradas culpables. Los rumores no han podido ser confirmados, pero muchos lugareños creen que pronto empezarán a ver flagelaciones públicas en las calles.
Además de montar su propia administración, el EI está intentando también gestionar la economía. Mosul ha sido siempre un importante centro para sus asuntos financieros, y una significativa fuente de recursos para la financiación del grupo. Ahora, los combatientes del EI han intensificado su control en las entradas y salidas de la ciudad y recaudan tasas a los conductores de camiones que cruzan las «fronteras» con bienes o combustible. Un comerciante, Ali al Hamadani, aseguraba que uno de sus camiones, que transportaba tomates, solo fue autorizado a pasar la frontera después de que el conductor pagase 200 dólares.
Según cuenta Al Hamadi a Niqash, la «aduana islámica» se aplica a todos los bienes que se importan o exportan, incluyendo bombonas de gas: «Hemos tenido que duplicar el precio, y ahora cobramos hasta 10 dólares por bombona», indica. También se ha confirmado que comerciantes que trabajan para el EI están importando combustible de Irán y de Turquía, y vendiéndolo en el mercado negro a 1,50 dólares por litro, tres veces su precio original.
Asimismo, combatientes del EI han estado cogiendo dinero de bancos de Mosul, concretamente de los bancos Mesopotamia y Hadba, en el centro de la ciudad. Según relataron testigos, conductores enmascarados transportaban billetes de estos dos bancos entre grandes medidas de seguridad. Muy probablemente, este dinero se usa para pagar los sueldos de los combatientes del EI. Cada uno recibe un salario de 65 dólares al mes, y los casados tienen un extra de 25 dólares mensuales por cada hijo a su cargo.
Por otra parte, lo que puede describirse como la patrulla Hisbah del EI ha empezado a operar recientemente en la ciudad. Hisbah significa hacer todo de acuerdo a los mandamientos de Dios; hacer lo que se considera que está bien, y prohibir lo que se considera que está mal, según la doctrina religiosa. Miembros de esta patrulla han entrado en cafés locales y les han dicho a los propietarios que fumar no va a estar permitido. De momento ya han quemado montones de tabaco. También han hecho acto de presencia en tiendas de ropa y han comunicado a los dueños que no van a poder seguir vendiendo prendas ajustadas, ni para mujeres ni para hombres. La venta pública de lencería femenina ya ha sido prohibida.
Los integrantes de esta patrulla recorren los mercados observando a todo el mundo. Hace dos días, uno de ellos detuvo a dos jóvenes recién casados en el conocido mercado de Saryajana y, en voz baja, le dijo al marido que le dijera a su esposa que vistiese «decentemente». La mujer, según aseguró el miembro de la patrulla, llevaba mucho maquillaje y un vestido demasiado estrecho. El joven se ruborizó y, avergonzado, cogió a su esposa de la mano y ambos salieron del mercado. «Nos iremos de Mosul y no volveremos mientras esta gente siga aquí», le escucharon decirle a su mujer.
Artículo original (en inglés): All islamic, all the time – Mosul set to become caliphate’s capital
Cuando el pasado 4 de julio el autoproclamado «califa del Estado Islámico», Abu Bakr al Bagdadi, realizó su primera aparición pública en la Gran Mezquita de Mosul, muchos de los extremistas que le siguen asumieron que la ciudad iraquí sería la capital del nuevo… Leer