La ministra de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Trinidad Jiménez, ha visitado Arabia Saudí, un país clave en la región, no sólo en términos políticos y estratégicos, sino también desde el punto de vista económico y comercial. La ministra se ha reunido con su homólogo saudí, el Príncipe Saud Al Faisal. Con esta visita se pone de relieve el excelente estado de las relaciones políticas hispano-saudíes —hecho que queda reflejado en las visitas de alto nivel que se han venido realizando en el último año—, así como la estrecha amistad que mantienen las familias reales española y saudí. Se ha destacado también el creciente interés de ambas partes por estrechar los lazos económicos y comerciales.
El encuentro con el ministro de Asuntos Exteriores saudí ha constituido una gran oportunidad para profundizar en las relaciones bilaterales entre los dos países. Muy especialmente en el plano económico y comercial, ya que España tiene la voluntad de mejorarlas, aumentando la presencia de empresas españolas altamente cualificadas en sectores estratégicos de la economía saudí. Tras constatar la buena marcha de los contactos políticos entre los dos países…
Hasta aquí, el comunicado oficial. Y no, no se trata de una noticia redactada por un enemigo del Gobierno español. Es, realmente, el texto del comunicado oficial sobre la visita que ha hecho hoy la ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, a Arabia Saudí.
La verdad es que no sabe uno por dónde empezar. Tal vez, por ese «excelente estado de las relaciones hispano-saudíes». Porque si lo que tiene España con el régimen saudí (oposición política prohibida; ilegalidad de practicar abiertamente cualquier otra fe que no sea el islam; censura sistemática de toda expresión cultural; restricciones en prácticamente todos los aspectos de la vida de las mujeres -mujeres encarceladas por conducir su coche en público-; pena de muerte -incluyendo la decapitación por sable- para casos de apostasía, «brujería» y «comportamiento sexual inadecuado»; envío de militares a Bahréin para aplastar las revueltas populares y evitar el efecto contagio…), si lo que define nuestra política con semejante monarquía absoluta, en fin, son unas «excelentes relaciones»…
¿«La estrecha amistad que mantienen las familias reales española y saudí»? Juan Carlos de Borbón podrá tener los amigos que quiera, pero no parece muy ejemplar que el Gobierno alardee de la amistad del Jefe del Estado con dictadores y represores, por no añadir también corruptos, de la casta de Abdalá bin Abdelaziz, o, para el caso, de la del rey de Marruecos, a quien, por cierto, hizo el otro día el monarca español una bonita visita, pagada con dinero público. Porque aunque era un viaje de «carácter privado», su seguridad la pagamos todos, en todo momento.
Intentemos ser prácticos y pensar que se trata de un mal menor, un sapo que hay que tragarse para poder ayudar a las maltrechas empresas españolas en el calvario interminable de la crisis económica, para abrirles nuevos caminos y encontrarles nuevos mercados… Aquí, el comunicado dice:
En lo referente a las relaciones económicas y comerciales entre España y Arabia Saudí, la ministra Trinidad Jiménez ha expresado al príncipe Saud Al Faisal el fuerte deseo de que las empresas españolas estén más presentes y tengan un mayor volumen de negocio en el país. Sobre todo en aquellos sectores en los que muestran una ventaja comparativa, como pueden ser el sector de infraestructuras, el energético el tecnológico. Dentro de este capítulo económico, la ministra española ha trasladado a su homólogo saudí el interés del gobierno español por el proyecto denominado Haramain Highspeed Railway, una línea de 444 Km. de longitud, de alta velocidad, entre Meca y Medina. Triinidad Jiménez ha resaltado la calidad de la oferta española – la más competitiva –presentada por el consorcio formado por RENFE, Adif, Talgo y OHL en el concurso para suministrar diez trenes AVE para este proyecto.
Parece que, con crisis o sin ella, no nos basta con haber negociado en el pasado con casi todos los dictadores del mundo árabe que ahora están cayendo (en el mejor de los casos), o aplastando protestas (en el peor). Si la cosa ‘funcionaba’ antes, para qué cambiar ahora. ¿No hacemos lo mismo con China, que, entre otras muchas perlas, ni se sabe los cientos de personas que ejecuta al año, porque ni siquiera hay cifras públicas?
Pero lo peor es que no sólo nos interesa construir carreteras y vías férreas, o «invertir en energía» (sacar petróleo y gas). También nos gustan otras cosas menos aburridas, más intensas: en noviembre del año pasado España negoció la venta de más de 200 carros de combate, en un contrato de 3.000 millones de euros, considerado el mayor realizado hasta ahora por nuestra industria armamentística. Esperemos que los tanques no tenga que conducirlos la propia Trinidad Jiménez, por aquello de evitarse un disgusto con la Policía Religiosa. O a lo mejor es eso lo que le hace falta.
Y no olvidemos tampoco la importante cantidad de dinero que los saudíes invierten en España. Entre 1993 y 2008, nada menos que 71,68 millones de euros, según datos del Ministerio de Industria. No en vano Arabia Saudí era en esos años el segundo país árabe, después de Libia, con más intereses económicos en nuestro país.
Lo más grave, quizá, es que el viaje y los negocios ni siquiera se justifican expresamente en la necesidad de evitar la pérdida de miles de puestos de trabajo. Se hacen como si fuera la cosa más normal del mundo.
Y no se trata de bombardear Riad. Pero qué menos que, como mínimo, dejar de sacar tajada, por apetitosa que la tajada en cuestión pueda resultar (la economía saudí es la más grande de toda la región, y sus reservas de petróleo constituyen el 24% del total mundial). Invocar los principios que continuamente decimos defender parece haberse convertido en un anacronismo cuando se trata de relaciones económicas.
Y si al final hay que ir de todos modos, aprovechemos que estamos allí para denunciar un par de cosas. No es un riesgo tan grande. Si lo que quiere la monarquía saudí es hacer negocios, los va a hacer de todos modos.
En cualquier caso, los saudíes, el pueblo, tampoco iba a enterarse. Desde el pasado 1 de enero está en vigor una ley en el país, según la cual todos los editores de medios de comunicación, de cualquier tipo, escritos o en Internet, deben comprometerse, según denunció Human Rights Watch, a cumplir con la ley islámica y a adherirse a limitaciones de contenido que incluyen «ofender» a las personas (ya sabemos a qué personas exactamente) y «comprometer» la economía o seguridad de la nación. Bajo esta regulación, todos los periódicos online, sitios web de medios tradicionales, sitios de publicidad, sitios con componentes audiovisuales y servicios de mensajería de texto requieren de una licencia para operar. Los solicitantes deben renovar sus permisos cada tres años y tener una edad mínima de 20 años. Los jefes editoriales de los medios electrónicos deben ser aprobados por el Ministerio de Cultura e Información, como lo son ya los editores de la prensa escrita, la televisión y la radio saudíes. Aquellos que rompan las reglas (escritas, además, de forma muy vaga) pueden ser multados y sus sitios web pueden ser bloqueados.
¿Se refiere a esto el Ministerio de Exteriores cuando habla de negocio tecnológico?
Y la oposición en España, ¿qué dice? De momento, no se le ha levantado ni una ceja.
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