Para nuestros pasos había un pasado; está muerto
desde hace cientos de años.
Los años han borrado su recuerdo
y lo han colocado entre los muertos.
Durante mucho tiempo hemos buscado
sus astros desaparecidos,
hemos recurrido al imposible
para devolverle la vida.
Hemos intentado, traspasando los siglos,
hacerle volver a sus comienzos,
esperando recobrar nuestros sentimientos,
y hemos regresado con las manos vacías.
Hemos atravesado las tinieblas,
franqueado lo impasible, inmóvil,
excavando los huesos amontonados,
y no hemos encontrado lo extraviado.
Hemos visto, allí, frentes
que no veían porque estaban ciegas,
ojos ensimismados en la vida
silenciosa, porque estaban mudos.
Hemos visto restos de corazones
embalsamados con el recuerdo.
En vano habían intentado encontrar
el sentido… eran restos.
Hemos visto labios vacíos
que no emitían quejas ni sentían hambre
y manos marchitas, plegadas,
cuya desgracia no provocaba lágrimas.
Nos preguntamos por nuestro pasado
y tropezamos con un ataúd.
Allí, sobre la tumba, yacía el tiempo descolorido.
Regresamos al calendario:
¿Se puede engañar a los días?
Y oímos gritar a los restos
tras el sarcasmo de las cifras.
Vimos el mañana esperado
arrastrando su mitad paralizada,
arrastrando su mitad despreciada,
su mitad congelada, inerte.
Allí, un libro se cerraba
y finalizaba el antiguo canto.
Mañana, la vida germinará
sobre las heridas del doloroso tiempo.
La voz del ayer se perderá
en el torbellino profundo del tiempo
y sentiremos en nuestras copas
la palpitación del sueño que se despierta.
—Nazik Al Malaika (Bagdad, 1922 – El Cairo, 2007), Calendario
Publicado en Astillas y ceniza (Nazik Al Malaika, 1949). Traducción del árabe por María Luisa Prieto.
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