ataque a Libia

Artillería de las fuerzas leales a Gadafi, destruida por la aviación francesa, cerca de Bengasi, en Libia, el 19 de marzo. Foto: Bernd Brincken / Wikimedia Commons

¿Era la intervención armada la única manera posible de detener la brutal represión de Gadafi contra su propio pueblo? Muchos piensan que sí, y la ONU ha dado su bendición. Otros, sin embargo, mantienen firme su apuesta por la no violencia como único modo efectivo y moralmente válido de resolver conflictos. Es el caso del británico Symon Hill, miembro del ‘thinktank’ Ekklesia, tal y como explica él mismo en un artículo publicado hoy en The Guardian. Un extracto:

Millones de personas por todo el norte de África y Oriente Medio han demostrado en estos últimos meses el poder de la no violencia. Pero ni los políticos británicos ni los expertos parecen haber aprendido la lección, y se han ido sumando uno tras otro al apoyo a los bombardeos sobre Libia […]. A pesar de todas las evidencias, se vuelve a dar por cierta la antigua suposición de que la violencia funciona.

La no violencia ha sido una de las principales características de la gran mayoría de los activistas que han luchado contra la tiranía en Túnez, Egipto y otros lugares. Comprensiblemente, el pueblo libio ha tenido que recurrir a la violencia en su desesperación, pero su caso ha sido la excepción.

Como pacifista, estoy acostumbrado a que me tachen de ingenuo, de cínico y de antipatriota. La mayoría de los medios de comunicación apenas han dedicado espacio a los que se oponen a los bombardeos. La ausencia de un debate real alcanzó el absurdo cuando a los diputados [británicos] se les permitió votar sobre el ataque… una vez que ya había comenzado. […]

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Más información:
» Reflexiones sobre el ataque a Libia
» La ONU da a esperanza a las revueltas árabe
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Ni una oportunidad al pacifismo en Libia

Symon Hill, en The Guardian

Lanzamiento de un misil Tomahawk desde el destructor ‘USS Barry’, este 19 de marzo. Foto: Roderick Eubanks / US Navy / Wikimedia Commons

Francia, el Reino Unido y EE UU han comenzado este sábado la ofensiva militar autorizada por la ONU contra las tropas de Gadafi en Libia. Los primeros en atacar fueron los aviones franceses, que destruyeron varios objetivos. Después, Estados Unidos lanzó 110 misiles y entró también en acción la fuerza aérea británica (España va a contribuir con un avión cisterna, cuatro aviones de combate F-18 y una fragata, un submarino y un avión de vigilancia marítima). De madrugada, el sistema antimisiles libio intentaba repeler la ofensiva…

¿Se trata de una guerra justa? ¿Era inevitable? ¿Qué la diferencia de otras intervenciones semejantes? ¿Acelerará el final de Gadafi y de su represión brutal o acabará siendo contraproducente? ¿Volveremos a hablar de ‘daños colaterales’ y de ‘mal menor’? ¿Qué va a pasar después en Libia? ¿Y si Gadafi aguanta y la guerra se estanca? ¿Aplicaremos el mismo rasero en otros países? Estas son algunas primeras reflexiones sobre la nueva guerra en la que está inmersa la comunidad internacional.

Íñigo Sáenz de Ugarte, en Guerra Eterna:

[…] Es el comienzo de una guerra, no una crisis ni un operativo militar ni un conflicto. Y como todas las guerras, tiene un comienzo definido y un final que nadie puede precisar honestamente.

Ha habido una breve (tres minutos) intervención telefónica de Gadafi con la televisión libia. Tenía que regresar rápidamente al refugio. Se ha referido a la “cruzada” y ha advertido que el pueblo va a ser armado para responder a esta agresión extranjera. Es curioso cómo los dictadores siguen al pie de la letra el manual empleado anteriormente, en general con no mucho éxito, por otros autócratas rodeados. El único problema viene cuando la realidad confirma una parte de sus amenazas mucho tiempo después de que ellos ya sean historia. Sadam Hussein vivió durante meses escondido en un agujero y luego fue ejecutado. No importó lo más mínimo. Irak inició una etapa de sangre en la que la suerte del dictador o su recuerdo eran ya irrelevantes. A veces, matar al origen de los problemas no es la solución definitiva. […]

Al Jazeera ofreció de forma cruda y descarnada los daños sufridos por los civiles en la invasión de Irak. Pero ahora la cadena de Qatar es enemiga de Gadafi, o al menos así la define el régimen libio. Cuatro de sus periodistas ya han sido detenidos. Qatar forma parte de la ofensiva internacional. ¿Quién mostrará la realidad de los bombardeos sobre Tripoli? La televisión gubernamental libia no tiene credibilidad (ya ha denunciado la muerte de 48 civiles en los ataques). Los periodistas extranjeros que quedan en la capital están rigurosamente vigilados por el Gobierno.

Lluís Bassets, en Del alfiler al elefante (El País):

No es en propiedad una guerra pero es justa. La acción militar decidida hoy en París a partir de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad cumple con todas las condiciones exigidas para la guerra justa o llamada también ‘ius ad bellum’ (derecho a hacer la guerra). Es justa la causa: se trata de proteger a la población libia y de impedir que Gadafi termine aplastando a sangre y fuego la revuelta contra su dictadura. Hay una autoridad legítima que la ha autorizado, la más legítima de todas las que tenemos a nuestra disposición: el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La intención o el objetivo que se persigue es el correcto, y viene incluido ya en la causa. También lo es la proporcionalidad de los medios de acción, hasta el punto de que no se desencadena en propiedad una guerra sino una acción de policía o protección aérea. Es el último recurso, puesto que Gadafi ha sido ya conminado a un alto el fuego y a retirar sus tropas a los cuarteles, mientras que el dictador y sus hijos no solo no han cumplido ninguna de las condiciones exigidas, sino que además han intentado engañar a la comunidad internacional declarando un alto el fuego que en ningún momento han aplicado. Finalmente, tiene el propósito obvio de alcanzar la paz y abrir el camino a la plena soberanía de los libios para que se doten del Gobierno que consideren conveniente.

Isaac Rosa, en Trabajar cansa (Público):

Gadafi no merece ninguna defensa. Sus últimos desvaríos comparándose con Franco no nos lo hacen precisamente simpático, pero estamos en lo de siempre: nuestras bombas no le van a despeinar, y serán otros los que reciban el castigo. Los soldados y mercenarios en primer lugar, que pasan a la categoría de aniquilables; pero también la población civil libia, y probablemente los propios rebeldes que hoy piden bombardeos, y que algún día se arrepentirán de haber pedido ayuda.

Tenemos ya experiencia sobrada en guerras ‘humanitarias’ como para prever lo que pasará: un arranque peliculero, con imágenes de videojuego y discurso triunfal, y luego empezará el goteo de «daños colaterales» con muertos y mutilados, pero también daños no tan colaterales en infraestructuras civiles, viviendas y todo lo que se ponga a tiro.

Kosovo, Irak, Afganistán. Algo podrían contarnos los habitantes de los tres países sobre intervenciones militares que, además de no conseguir los objetivos iniciales (frenar las matanzas, encontrar las armas de destrucción masiva, atrapar a Bin Laden), multiplican el sufrimiento de la población, condenada a un largo período de violencia, pobreza e inestabilidad.

Parece que de una vez para otra se nos olvida: una matanza no se para con una matanza mayor, los pueblos no se liberan a bombazos ni la democracia se impone con las armas. No a la guerra. A ésta tampoco.

Issandr El Amrani, en The Arabist:

The best way to end the bloodshed would clearly be to decapitate the Qadhafi regime, something the insurgents are probably not able to do for now and the international community is likely to refrain from carrying out initially, although things are almost certain to head that way. If so, splits in the international community would resurface — this would be a major violation of the principle of sovereignty. But in a sense the West and the Arabs have already backed the rebels. It gets more complicated in the Qadhafis are gone, both Westerners and Arabs may be ready to deal with regime remnants (particularly if they play a role in getting rid of the Qadhafis) but the insurgents may not want anyone associated with the former regime in place. So prolonged civil war is one possible outcome, yet again. This is why some kind of recognized leadership for the insurgency that is able to negotiate with whoever comes after Qadhafi is necessary. […]

[…] Once empowered, the insurgents will naturally want to go all the way and topple Qadhafi. I totally support them in that endeavor. But we don’t know much about them, or how they might behave towards non-combatants that back the Qadhafi regime. I’m sure any violence against civilians by insurgents will be ignored by the intervention force in the fog of war, but this is possible only to a certain extent before it becomes embarrassing, particularly as UNSC Resolution 1973 gives a mandate to protect civilians from everybody, not just the Qadhafi regime. Sometimes the good guys can be bad guys, as we saw in Darfur (both in terms of the stalled peace process and in terms of the actions of certain Darfuri groups).

Mónica G. Prieto, en El faro de Oriente (Cuarto Poder):

La aprobación de una zona de exclusión aérea contra Libia que implicará ataques inmediatos contra la aviación de Gaddafi envía un mensaje necesario desde hace tres meses para la población de Oriente Próximo: Occidente no sólo defiende los valores de la democracia y la justicia para sí mismo, lo hace para todo el mundo aunque le vaya sus intereses económicos en ello. Es la única acción -aunque terriblemente tardía- que puede reconciliar a los árabes con el primer mundo. Nuestra indiferencia les mata, y la inacción sólo puede generar un odio contra Occidente que se traduzca en extremismo y muertos. Ahora sólo tienen que enviar un mensaje parecido al resto de sus monarquías amigas del Golfo: los muertos civiles no pueden salir gratis, por mucho beneficio que nos reporte mirar hacia otro lado.

Foreign Policy (Debate sobre la intervención militar en Libia):

Speaking in a televised address this afternoon, U.S. President Barack Obama also explained his position largely in humanitarian terms: If the world failed to intervene, he said, “The democratic values that we stand for would be overrun. Moreover, the words of the international community would be rendered hollow.”

That’s one reading of the events unfolding in Washington, London, and Paris. But there’s also a more cynical view: that the intervention, centered on the enforcement of a no fly zone, is too little too late. And that’s if you agree that the United States and its allies should be involved in the first place. Foreign involvement could play into Libyan leader Muammar al-Qaddafi’s hands, other analysts worry, giving him an excuse to strike harder against the now Western-backed rebels.

Marc Lynch, en Foreign Policy:

The Libya intervention is also complicated by the trends in the rest of the region. There is currently a bloody crackdown going on in U.S.-backed Bahrain, with the support of Saudi Arabia and the GCC.   The Yemeni regime of Ali Abdullah Saleh is currently carrying out some of its bloodiest repression yet.  Will the Responsibility to Protect extend to Bahrain and Yemen?  This is not a tangential point.  One of the strongest reasons to intervene in Libya is the argument that the course of events there will influence the decisions of other despots about the use of force.  If they realize that the international community will not allow the brutalization of their own people, and a robust new norm created, then intervention in Libya will pay off far beyond its borders.  But will ignoring Bahrain and Yemen strangle that new norm in its crib? […]
One might think that the disastrous post-war trajectories of Iraq and Afghanistan would have forever ended such an approach to military interventions, but here we are. Has anyone really seriously thought through the role the U.S. or international community might be expected to play should Qaddafi fall?  Or what steps will follow should the No Fly Zone and indirect intervention not succeed in driving Qaddafi from power? No, there’s no time for that… there never is.  For now, I will be hoping, deeply and fervently, that the Libyan regime quickly crumbles in the face of the international community’s actions.  Reports that it has accepted the resolution and a ceasefire could provide the space for the kind of political settlement many of us have been advocating.  Let’s hope.

El País (editorial)

[…] El mensaje político que trasladaba a otros dictadores la inacción de la comunidad internacional podía conducir a una radicalización de la represión de las revueltas, acentuando la inestabilidad. Lo que no se ha permitido a Gadafi tampoco se debe tolerar a Yemen y Arabia Saudí, por más que la respuesta no deba ser militar como en el caso de Libia. Emplear una diplomacia más enérgica frente a estos países es el mejor camino para prevenir las opciones extremas.

La respuesta de la comunidad internacional no debería perder en ningún momento de vista que el objetivo perseguido es impedir que Gadafi siga cometiendo crímenes de guerra. Aunque el establecimiento efectivo de la zona de exclusión aérea suponga una ventaja militar para los rebeldes, son estos quienes tienen que conseguir la caída del tirano. Lo contrario dañaría la legitimidad que necesitan para levantar el régimen que podría sustituir al de Gadafi. Por más que la comunidad internacional desee la caída del dictador, el papel que tiene asignado no es promover la democracia, sino proteger a la población que este se propone masacrar.

La decisión era necesaria y ha cumplido con los requerimientos de la legalidad internacional. Su gravedad, con todo, exigirá que la coalición extreme el rigor en los siguientes pasos a adoptar en los próximos días. Si en Túnez y en Egipto eran limitadas las posibilidades de que una dictadura fuera sustituida por otra, puesto que la victoria contra sus respectivos tiranos fue resultado de manifestaciones pacíficas, la guerra que ha estallado en Libia por culpa de Gadafi augura una transición más compleja. Encerrar otra vez en su botella el genio de la violencia es una tarea que corresponde sobre todo a los libios. Pero la comunidad internacional no puede permitirse errores. Ni los derivados de la inacción ni tampoco los del entusiasmo.

Reflexiones sobre el ataque a Libia

Francia, el Reino Unido y EE UU han comenzado este sábado la ofensiva militar autorizada por la ONU contra las tropas de Gadafi en Libia. Los primeros en atacar fueron los aviones franceses, que destruyeron varios objetivos. Después, Estados Unidos… Leer

Protesta contra Gadafi en Bengasi, Libia, el pasado 25 de febrero.
Foto: Al Jazeera English / Wikimedia Commons

La luz verde del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para el uso de la fuerza contra el régimen libio y para el establecimiento de una zona de exclusión aérea en este país puede tener un doble efecto inmediato: salvar las vidas de muchos de los rebeldes que esperaban en el bastión de Bengasi la acometida final del Ejército de Gadafi, y mantener también con vida la oleada de revueltas que sacude Oriente Medio y el Magreb desde hace cerca de tres meses.

Lo primero dependerá de la velocidad con que sea capaz de actuar la comunidad internacional. En la noche del jueves se esperaba que los bombardeos fuesen inmediatos, con el fin de evitar la caída de Bengasi.

Y en cuanto a lo que se ha venido en llamar la ‘primavera árabe’, la decisión de Naciones Unidas llega en buen momento. La resistencia del régimen en Libia ha estancado un movimiento popular cuyo éxito se estaba basando, en buena parte, en la velocidad de propagación. Egipto sucedió a Túnez en cuestión de semanas y el contagio por toda la región fue prácticamente instantáneo. Pero, tras los primeros levantamientos y protestas en Argelia, Marruecos, Bahréin, Yemen, Omán e incluso Irán, el testigo pasó claramente a Libia, y, a diferencia del presidente egipcio Hosni Mubarak y del tunecino Ben Alí, que acabaron renunciando a sus cargos, Muammar el Gadafi optó por atrincherarse y jugar la baza de la represión y la guerra civil.

Fre­nazo

La comunidad internacional, aliada del dictador libio hasta antes de ayer por intereses energéticos, comerciales y teóricamente antiterroristas, respondió con titubeos. La primera reacción de Italia fue recordar que Libia era un país amigo; la UE dejó pasar días hasta que fue capaz de emitir una condena; el presidente de EE UU, Barak Obama, fue el último en pronunciarse contra la violencia de Gadafi, y Alemania aún se abstuvo este jueves en la votación del Consejo de Seguridad, argumentando que una acción militar supondrá «considerables daños y riesgos», algo en lo que, por otra parte, coinciden también diversos analistas tras el fiasco de Irak.

Sobre el terreno, mientras tanto, los rebeldes y las tribus libias disidentes no han sido capaces de hacer frente a un ejército profesional reforzado con mercenarios.

El resultado: Gadafi ha aprovechado para contraatacar sin piedad.

Repre­sión

Los gobiernos de los países del Golfo Pérsico, por su parte, han empezado a practicar un doble juego, encaminado a mantener en el poder a sus dirigentes mientras guardan la ropa condenando al ‘tirano oficial’ (Gadafi).

Por un lado, la Liga Árabe ha sido, junto con Francia y el Reino Unido, el organismo que más ha presionado para el establecimiento de una zona de exclusión aérea en Libia. Por otro, la represión en sus propios territorios se ha incrementado en estos últimos días, especialmente tras la entrada en Bahréin de miles de soldados de Arabia Saudí y los Emiratos, bajo el paraguas del Consejo de Cooperación del Golfo, y con el objetivo de «mantener el orden».

Amparándose en el estado de emergencia (y con el secretario de Defensa de EE UU de visita en la zona, el pasado fin de semana), las fuerzas del orden no se han andado con contemplaciones a la hora de disolver a los manifestantes acampados en la Plaza de la Perla de Manama, la capital de Bahréin.

A favor de esta escalada represiva juega asimismo el hecho de que la atención mundial se haya desplazado inevitablemente a Japón, dadas las terribles consecuencias del terremoto y el tsunami que han devastado el país asiático, generando además un gravísimo riesgo nuclear.

Desde hace días, la revuelta árabe, que antes ocupaba invariablemente los principales titulares de todos los medios de comunicación del mundo, ha pasado a segundo plano.

Olvi­da­dos

Con el foco centrado en la guerra libia, Bahréin fuertemente controlado, y Egipto y Túnez sumidos en una transición que siempre es difícil, larga y poco generadora de grandes titulares, otros países han empezado a caer en el olvido, a pesar de que muchos de sus ciudadanos mantienen viva, en mayor o menor medida, la llama de la rebelión.

Es el caso, principalmente, de Yemen, que gozó de una gran atención hace unas semanas, pero que parece haber perdido algo de interés informativo; de Omán, un país considerado por la mayoría de los países occidentales como «estable y reformista», a pesar del carácter autocrático y absolutista de su régimen, o incluso de Irak, donde la comunidad kurda se ha rebelado durante semanas contra la lentitud del proceso de reformas.

Al mismo tiempo, en otros países los gobernantes han aprovechado la ralentización para prometer reformas encaminadas tanto a mejorar la situación económica como, en teoría, a aumentar las libertades. Entre estos últimos destacan Marruecos, Jordania y Argelia.

Pales­tina e Irán

El caso palestino es más complicado. Tanto en Gaza como en Cisjordania, los gobernantes (Hamás y Al Fatah, respectivamente) están tratando de desinflar las (de momento, escasas) protestas con el argumento de que la lucha debe centrarse en combatir al ocupante israelí.

La revuelta aquí se enfrenta, pues, a dos problemas: La ocupación (con la consiguiente represión y limitación de movimientos), y la presión de unos gobiernos cuyos niveles de corrupción están, sin duda, a la altura de muchos de sus vecinos.

¿Y en Irán? De momento, el régimen islámico ha logrado mantener a raya los nuevos conatos de protesta, herederos de la ‘revolución verde‘, y ha encarcelado a los líderes de la oposición.

Con respecto a las revueltas en sus vecinos árabes, Teherán mantiene una posición un tanto ambigua con la que trata de sacar partido ante lo que considera un nuevo equilibrio de fuerzas en Oriente Medio: Menos regímenes aliados de Estados Unidos (en principio), gobiernos dominados por chiíes en Líbano e Irak, y el propio país persa como posible nueva potencia regional.

Las revueltas, además, han surgido justo cuando Irán estaba sin­tiendo la pre­sión de las san­cio­nes inter­na­cio­na­les en torno a su pro­grama nuclear, algo de lo que pocos parecen acordarse ahora.

Todo ello, añadido a la creciente inclinación de Turquía hacia Oriente en lugar de hacia Occidente (en parte, por el rechazo de la Unión Europea), está poniendo especialmente nervioso al Gobierno israelí. Y la falta de voluntad de este último para frenar las colonias ilegales en territorio palestino ha empezado a minar el apoyo internacional con el que siempre cuenta.

¿Pri­ma­vera o invierno?

La gran pregunta a estas alturas es si la intervención de la comunidad internacional llega o no demasiado tarde. O, como escribe el profesor Paul Rogers en openDemocracy, si la primavera árabe acabará o no convirtiéndose en invierno, justo en vísperas de la primavera real.

Ello dependerá de la capacidad de Gadafi para resistir (la mayoría de los analistas le dan por acabado, pero el proceso puede durar semanas), y del éxito que tengan las élites gobernantes del Golfo a la hora de reprimir las protestas.

La acción militar autorizada por la ONU tampoco va a ser fácil. Los objetivos no están todavía muy claros, y, además, puede tratarse de la tercera invasión a un país musulmán de una coalición en la que participa EE UU en menos de una década, algo que puede levantar suspicacias, y que Gadafi intentará aprovechar con fines propagandísticos.

Pero incluso en el peor de los casos, es muy poco probable que el fuego de las revueltas se extinga por completo. La magnitud de lo ocurrido en Túnez y, sobre todo, en Egipto, ha iniciado un proceso sin vuelta atrás, aunque bien podría prolongarse durante años.

Y mientras, la onda expansiva de la revolución y sus consecuencias están haciendo extraños compañeros de cama. Líbano, cuyo gobierno está dominado desde hace unos meses por los chiíes de Hizbulá (grupo radicalmente antiaestadounidense), ha sido el país árabe impulsor de la resolución de la ONU, en compañía de Francia, el Reino Unido y… Estados Unidos.

No hay que olvidar, sin embargo, que uno de los líderes históricos chiíes, Mousa al-Sadr, desapareció precisamente en la Libia de Gadafi, presumiblemente asesinado por el régimen libio. Ocurrió en 1978, pero, al parecer, la venganza sigue siendo un plato que se sirve frío.


Publicado originalmente en 20minutos

El permiso de la ONU para atacar Libia, ¿oxígeno para las revueltas árabes?

La luz verde del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para el uso de la fuerza contra el régimen libio y para el establecimiento de una zona de exclusión aérea en este país puede tener un doble efecto inmediato: salvar las vidas de muchos de los rebeldes que esperaban en el bastión de Bengasi la acometida final del Ejército de Gadafi, y mantener también con vida la oleada de revueltas que sacude Oriente Medio y el Magreb desde […]

El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado finalmente hoy la resolución que autoriza tomar «todas las medidas necesarias» para proteger a la población civil libia de los ataques de las tropas de Muamar al Gadafi, y establece una zona de exclusión aérea sobre el país magrebí.

La medida, acordada mientras Gadafi anunciaba su intención de entrar en el bastión rebelde de Bengasi con «bombardeos sin piedad», ha recibido el respaldo de 10 de los 15 miembros del máximo órgano de seguridad internacional, mientras que ninguno votó en contra y los otros cinco se abstuvieron.

Los países que se abstuvieron fueron Brasil, India, Alemania, China y Rusia, estos dos últimos miembros permanentes del Consejo de Seguridad, por lo que la medida habría sido vetada de haber votado en contra.

En la ciudad libia de Bengasi, miles de personas concentradas en la plaza de los juzgados estallaron en gritos de júbilo y lanzaron fuegos artificiales tras la adopción de la resolución por el Consejo de Seguridad.

La ONU autoriza atacar a Gadafi

El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado finalmente hoy la resolución que autoriza tomar «todas las medidas necesarias» para proteger a la población civil libia de los ataques de las tropas de Muamar al Gadafi, y establece una… Leer

Alain Gresh, en Nouvelles d’Orient (24/2/2011):

Las informaciones provenientes de Libia son contradictorias, parciales y, en ocasiones, sin confirmar. En cualquier caso, no hay ninguna duda de la brutalidad del régimen, y de que el número de muertos es muy alto: centenares, según las organizaciones no gubernamentales, probablemente más si se tiene en cuenta la violencia utilizada por las milicias del régimen. Si bien el este del paí­s, con las ciudades de Bengasi y Tubruk, ha caí­do en manos de los insurgentes, lo que ha permitido la entrada en Libia de periodistas extranjeros, la parte oeste, y especialmente Trí­poli, continúa siendo inaccesible. Aparentemente, Gadafi ha recuperado el control de la capital, y parece conservar el apoyo de las tribus de la región. […]. Por otro lado, se está apoyando en mercenarios del África subsahariana, lo que podrí­a contribuir a aumentar el racismo contra los negros que viven en el paí­s.

El carácter errático y dictatorial del coronel Muammar al Gadafi quedó confirmado en su iluminado discurso del pasado dí­a 22. El lí­der libio recordó las conquistas conseguidas durante su mandato, y, en particular, la retirada de las bases británicas y estadounidenses y la nacionalización del petróleo, unas conquistas que le valieron, al principio, una popularidad indiscutible y una condena occidental igual de masiva. Pero en su discurso se prodigó también en declaraciones amenazadoras e incoherentes, afirmando que no podí­a dimitir puesto que no ocupa ningún cargo oficial, que lucharí­a hasta la última gota de su sangre, que el paí­s se dirigí­a hacia la guerra civil, etc.

La justificada indignación que ha producido contrasta con el silencio que prevalecí­a cuando el régimen, a principios de la pasada década, masacraba sin piedad a los islamistas al tiempo que ensayaba una reconciliación con Occidente. La detención y la tortura de los militantes islamistas en Libia (como en Egipto o en Túnez) no parecí­a indignar a los bien pensantes. […]

Leer el artículo completo (en francés)

Los peligros de una intervención militar en Libia

Alain Gresh, en Nouvelles d’Orient