Los peligros de una intervención militar en Libia

24/2/2011 | Miguel Máiquez

Alain Gresh, en Nouvelles d’Orient (24/2/2011):

Las informaciones provenientes de Libia son contradictorias, parciales y, en ocasiones, sin confirmar. En cualquier caso, no hay ninguna duda de la brutalidad del régimen, y de que el número de muertos es muy alto: centenares, según las organizaciones no gubernamentales, probablemente más si se tiene en cuenta la violencia utilizada por las milicias del régimen. Si bien el este del paí­s, con las ciudades de Bengasi y Tubruk, ha caí­do en manos de los insurgentes, lo que ha permitido la entrada en Libia de periodistas extranjeros, la parte oeste, y especialmente Trí­poli, continúa siendo inaccesible. Aparentemente, Gadafi ha recuperado el control de la capital, y parece conservar el apoyo de las tribus de la región. […]. Por otro lado, se está apoyando en mercenarios del África subsahariana, lo que podrí­a contribuir a aumentar el racismo contra los negros que viven en el paí­s.

El carácter errático y dictatorial del coronel Muammar al Gadafi quedó confirmado en su iluminado discurso del pasado dí­a 22. El lí­der libio recordó las conquistas conseguidas durante su mandato, y, en particular, la retirada de las bases británicas y estadounidenses y la nacionalización del petróleo, unas conquistas que le valieron, al principio, una popularidad indiscutible y una condena occidental igual de masiva. Pero en su discurso se prodigó también en declaraciones amenazadoras e incoherentes, afirmando que no podí­a dimitir puesto que no ocupa ningún cargo oficial, que lucharí­a hasta la última gota de su sangre, que el paí­s se dirigí­a hacia la guerra civil, etc.

La justificada indignación que ha producido contrasta con el silencio que prevalecí­a cuando el régimen, a principios de la pasada década, masacraba sin piedad a los islamistas al tiempo que ensayaba una reconciliación con Occidente. La detención y la tortura de los militantes islamistas en Libia (como en Egipto o en Túnez) no parecí­a indignar a los bien pensantes. […]

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