
Libia, antes y después. Viñeta de Damien Glez en Internazionale.
Libia, antes y después. Viñeta de Damien Glez en Internazionale.
La muerte este jueves de Nelson Mandela deja al mundo sin una de sus principales referencias morales, sin uno de sus símbolos más auténticos y universales. Mandela, que tenía ya 95 años, representaba –representa– la tenacidad y la fe; la constancia, contra viento y marea, en la lucha por la libertad; el ejemplo vivo de que es posible plantarse, resistir, desafiar al poder, socavar al tirano. Pero también la capacidad de dialogar y de tender puentes para construir el futuro, más allá de la venganza (e incluso de la justicia), y por doloroso que esto pueda resultar.
Al expresidente surafricano se le han reprochado, también, algunas cosas, desde los problemas que aquejaron a su mandato hasta la simpatía que profesó hacia algunos líderes mundiales cuyas credenciales distan mucho de los ideales democráticos que él mismo defendía. Mandela no era un santo. Mandela era un ser humano, pero un ser humano como pocos.
La relación de Mandela con Oriente Medio estuvo marcada tanto por su pensamiento político (socialista, antiimperialista, nacionalista africano), como por su reconocimiento a los apoyos que recibió durante los años que estuvo en prisión. No es una relación muy intensa, pero sí bastante significativa. Pocas veces, en cualquier caso, se mordió la lengua con respecto a lo que pensaba o sentía.
A modo de recuerdo y homenaje a su figura, seleccionamos aquí algunas de sus declaraciones y opiniones sobre diferentes conflictos y líderes de la región:
Mandela apoyaba las reivindicaciones de la OLP, pero mantuvo una posición moderada con respecto a Israel. Reivindicó con firmeza el derecho de los palestinos a la autodeterminación y a tener su propio Estado (Suráfrica mantiene una representación diplomática plena ante Palestina desde 1995), pero reconocía asimismo el derecho de Israel a existir dentro de unas fronteras seguras.
En un discurso que, con motivo del Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, pronunció el 4 de diciembre de 1997 en Pretoria, Mandela alabó a los líderes de ambos bandos por la firma, cuatro años antes, de los Acuerdos de Oslo, acuerdos que en aquel entonces el líder surafricano veía como una oportunidad para la paz. Pero Mandela aprovechó, también, para denunciar la situación en la que se veían (y se ven) obligados a vivir los palestinos:
Me uno a vosotros hoy para sumar nuestra voz a la reivindicación universal del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a tener un Estado. No estaríamos a la altura de nuestra propia razón de ser como gobierno y como nación si la resolución de los problemas de Oriente Medio no ocupase un lugar prominente en nuestra agenda.
Cuando en 1977 la ONU aprobó la resolución por la que se creaba el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, se reconoció que en Palestina se estaban cometiendo injusticias y graves violaciones a los derechos humanos. En esa misma época Naciones Unidas adoptó una posición firme contra el apartheid, y a lo largo de los años se fue construyendo un consenso internacional que ayudó a poner fin a este sistema perverso. Pero sabemos demasiado bien que nuestra libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos.
Mandela tardó cinco años en aceptar la invitación para visitar Israel. Tras su liberación, en 1990, el líder surafricano dijo que había sido invitado por «casi todos los países del mundo, excepto Israel». La invitación israelí se produjo finalmente en 1994, pero en ese momento (en pleno proceso de paz tras los Acuerdos de Oslo) Mandela no quiso realizar una visita que habría tenido, probablemente, una fuerte carga política.
Finalmente, Mandela viajó a Israel y los territorios palestinos ocupados en 1999. En Gaza, el ya expresidente surafricano afirmó que «Israel debería retirarse de las zonas que ha ocupado en países árabes: los altos del Golán, el sur de Líbano y Cisjordania». No obstante, antes de viajar a Gaza, Mandela mantuvo una reunión en Jerusalén con el entonces ministro de Exteriores israelí, David Levy, al término de la cual admitió que Israel no podía devolver los territorios ocupados «si los Estados árabes no lo reconocen».
Respondiendo a quienes criticaron su visita, Mandela dijo:
Israel trabajó muy estrechamente con el régimen del apartheid. Pero yo digo: He hecho las paces con muchos hombres que masacraron a nuestro pueblo como se masacra a los animales. Israel cooperó con el régimen del apartheid, pero no participó en ninguna atrocidad.
Tras su visita al Museo del Holocausto, Mandela aseguró que se había sentido «profundamente dolorido y, a la vez, enriquecido», y enfatizó la importancia de que el mundo no olvide lo que ocurrió.
Dos meses antes de la invasión de Irak que lideró Estados Unidos, Mandela dejó claro su rechazo frontal a la guerra en un duro discurso que pronunció en el Foro Internacional de la Mujer, en Johannesburgo, el 29 de enero de 2003:
Lo que está ocurriendo, lo que Bush está haciendo, es una tragedia. Lo único que Bush quiere es el petróleo iraquí. No hay duda de que Estados Unidos se está comportando mal. ¿Por qué no intentan confiscar las armas de destrucción masiva de su aliado Israel? Esto no es más que una excusa para obtener el petróleo de Irak.
Bush está ahora socavando las Naciones Unidas. Está actuando fuera de esta organización, a pesar de que las Naciones Unidas fue una idea del presidente Roosevelt y de Winston Churchill. Tanto Bush como Tony Blair están socavando una idea que fue defendida por sus predecesores. No les importa. ¿Es porque el secretario general de las Naciones Unidas [Kofi Annan] es ahora un hombre negro? Nunca hicieron algo así cuando los secretarios generales eran blancos.
Si hay un país que ha cometido innombrables atrocidades en el mundo, ese es Estados Unidos. No les importan los seres humanos.
Lo que estoy condenando es que una potencia, con un presidente [George W. Bush] que no tiene visión de futuro, esté queriendo sumir al mundo en un holocausto.
Según reveló su biógrafo Peter Hain, Mandela se sentía tan traicionado por la participación del Reino Unido en la guerra de Irak que llamó por teléfono al entonces primer ministro británico, Tony Blair, para expresarle su enfado: «Mandela echaba fuego por la boca», explica Hain, diputado laborista y gran conocedor de Suráfrica, donde vivió en su juventud como activista contra el apartheid. «Es un error, un gran error, ¿por qué hace esto después de todo su apoyo a África? Le causará un enorme daño internacionalmente», dijo el líder surafricano. «Nunca había visto a Mandela tan frustrado y enojado», señala Hain.
En la misma gira por Oriente Medio que, en 1999, le llevó a Israel y a los territorios palestinos ocupados, Mandela realizó también breves visitas a Damasco y a Teherán. Ambas se desarrollaron en un ambiente de corrección diplomática, sin críticas. En los registros disponibles de sus comparecencias públicas no aparecen menciones a la falta de libertades o a las violaciones de los derechos humanos en estos países (Mandela mantenía también muy buenas relaciones con Gadafi o Fidel Castro, a quienes expresó públicamente su admiración).
Con respecto al entonces presidente sirio, Hafez al Asad (padre del actual mandatario, Bashar al Asad), Mandela se limitó a decir que «estoy feliz por estar junto a un renombrado y conocido presidente», a quien calificó de «una instución». De la reunión que mantuvieron ambos no trascendieron detalles.
En Irán, Mandela visitó la tumba del ayatolá Jomeini (fundador de la República Islámica) y, según informó la agencia oficial de noticias iraní, IRNA, alabó al Gobierno de Teherán por haber roto relaciones con el régimen del apartheid: «Estamos en deuda con la Revolución Islámica», dijo.
En 1992, Mandela, líder del Congreso Nacional Africano (CNA), pero no elegido aún presidente de Suráfrica (lo sería dos años después), fue duramente criticado en Turquía por declinar el Premio de la Paz Mustafa Kemal Ataturk, que le había sido concedido en este país. Según explicó un portavoz de Mandela en aquel momento, el líder surafricano no quiso aceptar el premio debido a las «violaciones de los derechos humanos» cometidas por Turquía contra el pueblo kurdo. El comunicado oficial del CNA fue el siguiente:
El Congreso Nacional Africano es consciente del anuncio por parte del Gobierno de Turquía de que se va a ofrecer el Premio Ataturk al presidente del CNA el 19 de mayo.
Nelson Mandela ha dedicado toda su vida al servicio de la democracia, los derechos humanos y la libertad frente a la opresión.
El CNA desea expresar categóricamente que el señor Mandela no ha aceptado el Premio Ataturk, y que no tiene previsto visitar Turquía. La actitud del CNA no refleja ningún punto de vista negativo sobre Kemal Ataturk, el reformador y fundador de la Turquía moderna.
Mandela acabó reconsiderando su postura y aceptó finalmente el premio en 1999.
Y una cita sin fronteras
He dedicado mi vida a esta lucha del pueblo africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He promovido el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas puedan vivir en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir, hasta lograrlo. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir.
(Neson Mandela, ante el Tribunal Supremo de Pretoria, el 20 de abril de 1964, durante el juicio de Rivonia, como resultado del cual pasaría 30 años en la cárcel).
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Gadafi, en la portada de The Economist.
• Recordando la Nakba. Un adolescente palestino murió el sábado y al menos otros ocho palestinos han muerto este domingo, durante la oleada de enfrentamientos entre manifestantes palestinos y fuerzas israelíes con motivo de la celebración del 63º Día de la Nakba. La Nakba (catástrofe) recuerda la expulsión que sufrieron miles de palestinos al crearse el Estado de Israel, en 1948. La conmemoración, que coincide con las celebraciones israelíes por el aniversario de su Estado, está envuelta este año en una polémica aún mayor de la habitual, al haber aprobado recientemente el Parlamento israelí una ley por la cual no se podrán conceder subvenciones procedentes de fondos públicos a ninguna institución que conmemore o estudie el éxodo palestino. Para conocer historias personales más allá de los números y, en definitiva, para saber más, merece la pena visitar la página web del Instituto para el Entendimiento en Oriente Medio (IMEU, por sus siglas en inglés), que estos días ofrece, en forma de vídeos cortos, los testimonios de jóvenes palestinos que cuentan las experiencias vividas por sus familias, todas ellas víctimas de la Nakba.
• La primavera árabe se tiñe de sangre. Enric González, autor de varios libros muy recomendables y veterano corresponsal de El País (ahora, en Jerusalén), analiza el momento en que se encuentran las revueltas populares en el mundo árabe. El resultado no es muy optimista: «La primavera árabe ha costado ya mucha sangre. Y todo apunta a que este es solo el principio de un proceso largo y violento. Libia sufre una guerra civil que la intervención extranjera no ha decantado hacia los rebeldes; Siria permanece encallada en un círculo de protestas y represión y corre el riesgo de una implosión sectaria de tipo libanés; Bahréin ha sido tomada por tropas saudíes; Yemen se hunde en el caos. Incluso Egipto, cuya revolución resultó relativamente modélica, padece convulsiones sociales y económicas de consecuencias imprevisibles».
• La revolución egipcia, 100 días después: Luchando contra las incertidumbres. Otro balance, centrado en la revolución egipcia y a cargo de Michael Collins, editor del Middle East Institute. Casi tres meses después de la caída de Hosni Mubarak, ¿qué está pasando en el país?, ¿se ha atrancado la revolución o es inevitable un progreso lento y difícil?, ¿están claras las intenciones de quienes están llevando las riendas del cambio? Un análisis detallado con enlaces muy interesantes.
• Apuntando a Gadafi desde el cielo. Rosie DiManno, columnista del Toronto Star, habitual enviada especial a las zonas más calientes de la actualidad, y uno de los periodistas estrella del diario canadiense, ofrece desde Italia una esclarecedora y detallada perspectiva de la misión militar internacional en Libia, a través de una entrevista a Charles Bouchard, comandante de la misión de la OTAN en el país magrebí.
• Apatía en los campamentos palestinos. Gideon Levy dedica su última columna en el diario israelí Haaretz a explicar, mediante una interesante entrevista a un activista local de Hamás, las causas por las que ninguno de los dos grandes acontecimientos de estos últimos días (la muerte de Bin Laden y el acuerdo de reconciliación entre Hamás y Al Fatah) ha logrado generar grandes reacciones entre los palestinos del campo de refugiados de Jenin.
• Los nuevos colores de Bagdad. Con más o menos éxito estético, la capital iraquí se está rediseñando a sí misma tras las grises décadas del régimen de Sadam Husein. Colores chillones, palmeras falsas… Un original reportaje en The New York Times, con fotogalería incluida.
Y también:
• Omán: El ejército irrumpe en el campamento de la protesta
• ¿Qué esperanzas laborales tienen los jóvenes tunecinos después de la revolución?
• Refugiados sirios: Huyendo del terror
• Ahmadineyad destituye a tres ministros, entre ellos el de Petróleo
• La yihad contra los cristianos
• Bin Laden, atrapado en 2001
• La sala X de la casa de Bin Laden
• De Madrid a Tel Aviv, una historia de amor
• Los dioses de Tell Halaf vuelven a Berlín
• El esperado regreso de Kadim
17 de febrero, un tributo a las revueltas en Libia, obra de Abdullah Fadhli (carboncillo y tiza sobre cemento, 1,5 x 2,7 metros). Fuente: enoughgaddafi / Flickr.
17 de febrero, un tributo a las revueltas en Libia, obra de Abdullah Fadhli (carboncillo y tiza sobre cemento, 1,5 x 2,7 metros). Fuente: enoughgaddafi / Flickr.
Con toda la atención del mundo puesta en la muerte de Bin Laden, ejecutado por el ejército de EE UU en la madrugada del lunes pasado, las revueltas árabes parecen haber entrado en una especie de tiempo muerto, al menos en lo que respecta a los intereses de la llamada «audiencia global».
Pero la muerte de líder de Al Qaeda no es, con ser el más importante, el único factor que estaría eclipsando lo que hasta hace tan sólo un par de semanas parecía un movimiento imparable y sin vuelta atrás. Desde Libia hasta Irak, pasando por Yemen, Siria o Palestina, el desgate, por razones diversas, empieza a hacer mella en los movimientos revolucionarios.
En Libia, y pese a los bombardeos de la OTAN, el conflicto atraviesa un claro estancamiento que está perjudicando cada vez más a los rebeldes. La escasez de recursos del gobierno opositor es tremenda, tanto militarmente como en lo que respecta a bienes y servicios para atender las necesidades básicas de la población. Las tropas de Gadafi, mientras tanto, siguen emplazadas a unos 50 kilómetros al oeste de Ajdabiya, el último bastión conseguido por los opositores hace ya más de dos semanas y después de intensos enfrentamientos.
Ante la evidencia creciente de que la solución militar se está volviendo imposible, los 22 aliados que respaldan la intervención de la OTAN (el llamado Grupo de Contacto) están tratando de buscar vías políticas para aumentar la presión sobre el régimen de Gadafi, incluyendo una llamada «hoja de ruta hacia la democracia» y la creación de un fondo, denominado Mecanismo Financiero Temporal, cuyo objetivo será canalizar recursos al gobierno rebelde de Bengasi «de forma más transparente y bajo el paraguas de la ONU».
A Hillary Clinton, por cierto, le preguntaron ayer los periodistas si EE UU contemplaba para Gadafi una operación similar a la que ha acabado con la vida de Bin Laden. La secretaria de Estado, evidentemente, no respondió: «Nuestro trabajo en Libia consiste en proteger a los civiles. Lo mejor sería que Gadafi detenga cuanto antes su brutales ataques contra la población y abandone el poder. Ese es el objetivo», dijo.
Entre tanto, en Siria, la brutal represión del régimen de Bashar al Asad parece estar dando sus frutos. El dictador no se ha mostrado muy impresionado por la tímida presión internacional que está recibiendo (embargo de armas por parte de la UE –¿aún seguíamos vendiéndolas?–, bloqueo de cuentas bancarias por parte de EE UU) y, a base de mano dura, va recuperando el control, aunque sólo sea de momento.
Tampoco hay que olvidar que el presidente sigue contando con el apoyo de una parte de población, aunque, dada la maquinaria propagandística del régimen, y con el veto vigente a los medios de comunicación extranjeros, este apoyo sea imposible de calcular. Mónica G. Prieto contaba hoy en su blog que la mayoría de un grupo de refugiados sirios a los que ha entrevistado en Líbano no culpan a Asad de la situación, sino a su hermano Maher, responsable directo de las fuerzas especiales implicadas en la represión.Para los defensores del dictador, todo se trata de un complot orquestado para derrocar a un régimen laico, y las revueltas son obra de un pequeño grupo de fundamentalistas islámicos empeñados en sembrar el caos y alentados por la prensa occidental.
Lo cierto es que este jueves el ejército sirio ha empezado a retirarse de Deraa, el corazón de las protestas, después de haber realizado cientos de detenciones, registros y confiscaciones de armas y material. Deja un rastro de muertos que, según algunas organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, podría superar el medio millar. Misión cumplida. La ciudad, por si acaso, seguía incomunicada y bajo un estricto toque de queda, con tanques y francotiradores en varias calles, según informa El País.
En cualquier caso, Asad no las tiene aún todas consigo, ni mucho menos. En la madrugada de ayer el régimen realizó detenciones masivas (centenares de personas arrestadas) en Damasco, como medida disuasoria ante las nuevas protestas convocadas para hoy, esta vez bajo el nombre de «viernes del desafío».
En Yemen, por otra parte, el acuerdo para que el presidente Ali Abdulah Saleh abandone el poder recubierto de inmunidad (a pesar de lo cual, se sigue resistiendo) no ha acallado la revuelta pero le ha restado fuerza. La muerte de Bin Laden, además, no ha hecho más que recordar la importante presencia de Al Qaeda en este país, algo que no juega precisamente a favor de los manifestantes, si se tiene en cuenta que el gobierno ha estado mimado por EE UU hasta antes de ayer para que siguiera ejerciendo su papel de tapón contra la organización terrorista. El miércoles, el ejército yemení mató a dos militantes de Al Qaeda, un día después de que un atentado atribuido a este grupo integrista acabara a su vez con las vidas de nueve personas (cuatro civiles, cuatro policías y un militar). El terrorismo ha regresado a las portadas de los periódicos.
También en Irak Al Qaeda ha vuelto a cobrar protagonismo. En un país donde las protestas sociales han recibido menos atención, tal vez por estar dirigidas contra un gobierno teóricamente democrático y respaldado por Occidente, la seguridad ante posibles represalias por la muerte de Bin Laden ha pasado a primer plano, y con razón. Este mismo jueves, un coche bomba conducido por un suicida ha causado más de una veintena de muertos en la ciudad de Hila.
En Bahréin, mientras tanto, continúan las protestas y las detenciones (varios médicos y enfermeros van a ser juzgados por haber asistido a manifestantes), y en Palestina, por último, el acuerdo de reconciliación alcanzado esta semana por Fatah y Hamás parece llegar justo a tiempo para contener el creciente descontento de una población que, al margen de la ocupación israelí, no se resigna ante la inoperancia y la corrupción de sus gobernantes.
¿Significa todo esto que las revueltas árabes están languideciendo?
Es probable que las especiales condiciones que permiten el triunfo de una revolución en países tan férreamente controlados por sus regímenes sólo puedan prosperar si ocurren con cierta rapidez, como sucedió en los casos de Túnez o Egipto. Es posible que, de no ser así, el régimen acabe haciendo efectiva su maquinaria represora, la atención y el apoyo internacional se vayan reduciendo y el desgaste vaya minando poco a poco a los revolucionarios.
Pero también puede ser que ese hipotético desgaste, o la impresión que podamos tener desde fuera, no lo sea en realidad. Cada país tiene su propia realidad, sus propios problemas y su propio ritmo revolucionario. Donde unos necesitan dos semanas, otros necesitan un año.
Un análisis optimista pasa por creer que, al final, Gadafi caerá, y su caída renovará el impulso en otros países. Pasa por pensar que el levantamiento del pueblo sirio, pese a la complejidad étnica, religiosa y política que conlleva, es irreversible, y que Asad, tarde o temprano, con ayuda del exterior o sin ella, también caerá. Pasa por confiar en que la dimisión de Saleh, por muy apañada e injusta que sea, abrirá un camino para un nuevo Yemen más democrático, y que, tal vez un día, algún tribunal internacional le pedirá cuentas.
Las razones para la revolución no han cambiado.
Con toda la atención del mundo puesta en la muerte de Bin Laden, ejecutado por el ejército de EE UU en la madrugada del lunes pasado, las revueltas árabes parecen haber entrado en una especie de tiempo muerto, al menos… Leer
• La comunidad libia de la zona rebelde, desbordada por las invisibles cicatrices mentales de la guerra. Pánico continuo, estrés, pérdida de percepción de la realidad, miedos nocturnos y volver a orinarse en la cama en el caso de los niños… Las consecuencias de la guerra en Libia van más allá de los muertos y los heridos. Los psicólogos en el hospital de Bengasi y en otras zonas tomadas por los rebeldes apenas dan abasto.
• Misrata, antes y despúes. Dos imágenes de la ciudad libia de Misrata (o Misurata), escenario de los combates más intensos entre los rebeldes y las tropas leales a Gadafi. La primera, tomada estos días, muestra los devastadores efectos de la guerra; la segunda (un vídeo, en realidad), pertenece a la fiesta del ramadán del año pasado.
• Un derramamiento de sangre respaldado por EE UU mancha la «primavera árabe» en Bahréin. Un duro e imprescindible artículo de Amy Goodman en Democracy Now! sobre la represión en Bahréin y la respuesta de Estados Unidos, aliado estratégico del país árabe.
• La revuelta árabe no empezó este año en Túnez, sino en Líbano en 2005. En su columna del diario británico The Independent, Fisk sitúa el inicio del actual movimiento de protestas en los días que siguieron al asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri, cuando cientos de miles de personas se manifestaron en Beirut para exigir la retirada de los 20.000 soldados sirios que permanecían aún en el país.
• El paseo de Gadafi por las calles de Tripoli. El líder libio se da un perfectamente escenificado baño de masas en la capital del país, a bordo de un vehículo descapotable, sonriendo, saludando y alzando los brazos en señal de victoria. El vídeo está tomado de la televisión estatal libia, que asegura que el paseo tiene lugar en mitad de un bombardeo de la coalición internacional.
• Ramala, 11 de abril. Las expectativas de los palestinos ante los primeros movimientos para una posible reconciliación entre Fatah (el partido que conforma la ANP, gobernante en Cisjordania) y Hamás (el movimiento islámico que detenta el poder en Gaza). En Nouvelles d’Orient, uno de los mejores blogs de Le Monde Diplomatique.
• El ministro de Exteriores israelí, imputado por fraude y blanqueo de dinero. Magnífico perfil del ‘ultra’ Avigdor Lieberman, por Enric González: «[…] Vive en una colonia en los territorios palestinos ocupados, ha sido condenado por pegar a un niño (2001) y es aficionado a las declaraciones escalofriantes: ha propuesto, entre otras cosas, la “ejecución sumaria” de los diputados árabes israelíes, el ahogamiento de los presos palestinos en el mar Muerto y el bombardeo de la presa egipcia de Asuán. La jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, se reunió una vez con él y desde entonces se niega a repetir la experiencia. Su público, sin embargo, agradece su mezcla de franqueza, populismo y odio a los árabes. […]».
• Inmigrantes atrapados en la «primavera árabe». La gran cantidad de trabajadores inmigrantes que quedaron en medio de los conflictos de Bahréin y Libia muestra la necesidad de crear políticas que defiendan sus derechos y no los intereses económicos de los países que exportan o importan mano de obra. Un reportaje de Simba Russeau (agencia IPS), ilustrado con fotografías de Emilio Morenatti.
Y también:
«¡Aquí no hay nada que ver! ¡Gadafi! ¡Sí, miren a Gadafi! Aquí lo único que hay es petróleo…».
Viñeta de John Darkow en The Columbia Daily Tribune.
«¡Aquí no hay nada que ver! ¡Gadafi! ¡Sí, miren a Gadafi! Aquí lo único que hay es petróleo…».Viñeta de John Darkow en The Columbia Daily Tribune.
• El asesinato de un actor valiente. Sal Emergui (como muchos otros estos días) evoca y homenajea al actor, director teatral y activista por la paz palestino (árabe-israelí) Juliano Mer-Khamis, asesinado a balazos el pasado martes en el campo de refugiados de Yenín por radicales islamistas. Otra crónica, más personal, aquí. Y un ejemplo de su admirable trabajo (una versión muy especial de Alicia en el País de las Maravillas que puso en escena hace tan sólo unos meses), aquí.
• La carta de Gadafi. Íñigo Sáenz de Ugarte glosa con humor y mucha ironía la surrealista misiva del coronel libio a Obama.
• Veinte cosas que hay que saber sobre Yemen. Imprescindible. Una síntesis de lo que hay que saber sobre Yemen, desde la política y la historia reciente hasta las tribus, la guerra civil, Al Qaeda o la cultura del café.
• La batalla en Yemen: actores y resultados. Quién es quién en la crisis: El presidente Saleh, los jóvenes que iniciaron las protestas, las formaciones políticas clásicas, la sociedad tribal, los países que determinan la política exterior…
• La primavera árabe: protestas, poder, respeto. Después de tres meses, las revueltas en Oriente Medio y el Magreb se encuentran en un punto crucial. Varios expertos analizan la situación.
• Punto de inflexión en Europa: la solución turca. Tal vez no esté todo perdido aún en las relaciones entre Turquía y la Unión Europea.
¿Era la intervención armada la única manera posible de detener la brutal represión de Gadafi contra su propio pueblo? Muchos piensan que sí, y la ONU ha dado su bendición. Otros, sin embargo, mantienen firme su apuesta por la no violencia como único modo efectivo y moralmente válido de resolver conflictos. Es el caso del británico Symon Hill, miembro del ‘thinktank’ Ekklesia, tal y como explica él mismo en un artículo publicado hoy en The Guardian. Un extracto:
Millones de personas por todo el norte de África y Oriente Medio han demostrado en estos últimos meses el poder de la no violencia. Pero ni los políticos británicos ni los expertos parecen haber aprendido la lección, y se han ido sumando uno tras otro al apoyo a los bombardeos sobre Libia […]. A pesar de todas las evidencias, se vuelve a dar por cierta la antigua suposición de que la violencia funciona.
La no violencia ha sido una de las principales características de la gran mayoría de los activistas que han luchado contra la tiranía en Túnez, Egipto y otros lugares. Comprensiblemente, el pueblo libio ha tenido que recurrir a la violencia en su desesperación, pero su caso ha sido la excepción.
Como pacifista, estoy acostumbrado a que me tachen de ingenuo, de cínico y de antipatriota. La mayoría de los medios de comunicación apenas han dedicado espacio a los que se oponen a los bombardeos. La ausencia de un debate real alcanzó el absurdo cuando a los diputados [británicos] se les permitió votar sobre el ataque… una vez que ya había comenzado. […]
Leer el artículo completo (en inglés)
Más información:
» Reflexiones sobre el ataque a Libia
» La ONU da a esperanza a las revueltas árabes