Francia

El presidente de Egipto, Abdel Fatah Al Sisi. Foto: Presidencia de Rusia

En febrero de 2020, cuando regresaba a El Cairo para visitar a su familia, Patrick Zaky, un estudiante de máster en la Universidad de Bolonia, fue arrestado por las autoridades egipcias. Zaky, un investigador de derechos de género que trabaja para la Iniciativa Egipcia por los Derechos Personales (EIPR, por sus siglas en inglés), fue detenido por cargos que incluían «difundir noticias falsas» e «incitación a la protesta». Su abogado, Wael Ghally, afirmó que fue «golpeado y torturado». Diez meses después, sigue en prisión, a la espera de la audiencia previa al juicio.

Posteriormente, después de una reunión con 13 embajadores y diplomáticos europeos sobre la situación de los derechos humanos en Egipto, otros tres miembros del personal de la EIPR fueron detenidos, entre el 15 y el 19 de noviembre. El director administrativo de la EIPR, Mohamed Basheer; su director ejecutivo, Gasser Abdel Razek; y su director de justicia penal, Karim Ennarah, fueron acusados de «terrorismo» y «difusión de noticias falsas».

Aparentemente, recibieron un tratamiento de castigo. Fueron recluidos en régimen de aislamiento en la prisión de máxima seguridad de Tora Liman, sin contacto con el mundo exterior. A Basheer también se le negó el contacto con sus abogados, y su detención se renovó en secreto, tres días antes de la fecha prevista para la audiencia. A Abdel Razek lo afeitaron a la fuerza, lo dejaron sin calefacción ni ropa de invierno, y lo obligaron a dormir sobre una fría tabla de metal sin una manta. Todos ellos fueron añadidos al llamado Caso 855/2020, que incluye a muchos destacados defensores de los derechos humanos, periodistas y académicos, como Mohamed Al Baqer, Mahinour Al Masry, Islam Mohamed, Solafa Magdy y Hazem Hosny.

El 1 de diciembre se congelaron los activos de la EIPR y los tribunales se negaron incluso a escuchar las pruebas en contra de su clasificación como organización «terrorista».

Después de una gran protesta internacional, con políticos, diplomáticos y hasta celebridades pidiendo la liberación del personal de la EIPR, las autoridades egipcias liberaron repentinamente a Abdel Razek, Ennarah y Basheer en la noche del 3 de diciembre. Sin embargo, Zaky, como muchos otros acusados en el Caso 855/2020, permanece en prisión y, según diversas informaciones, su detención fue renovada por otros 45 días a principios de este mes por un tribunal de El Cairo. Las condiciones de la audiencia fueron excepcionalmente brutales incluso para los estándares egipcios: alrededor de 700 personas asistieron a una sesión en la que se escucharon hasta 50 casos. Según se informó, fueron obligados a esperar 12 horas sin acceso a alimentos, agua o servicios sanitarios, en una situación que afectó asimismo a niños muy pequeños nacidos bajo custodia.

Mientras, aunque han sido puestos en libertad, no se han retirado los cargos que pesan sobre el resto de los miembros de la EIPR, cuyos bienes personales permanecen congelados. Merece la pena señalar también que Abdel Razek, Ennarah y Basheer fueron liberados directamente de la prisión de Tora, un procedimiento inusual, ya que normalmente los prisioneros son trasladados primero a una comisaría de policía, antes de ser puestos en libertad. Esto sugiere que la liberación podría haber sido una intervención directa del presidente egipcio, Abdel Fatah Al Sisi, unos días antes de su visita a París el 7 de diciembre para «fortalecer la cooperación» con el presidente francés, Emmanuel Macron.

Muchos creen que la liberación de estos detenidos fue una medida cosmética para socavar la campaña de solidaridad internacional, allanar a Francia el camino para la reunión, y dejar en evidencia a los pocos gobiernos europeos que mencionaron, tímidamente, los derechos humanos, como aprovechó para recordar el propio Sisi durante su conferencia conjunta con Macron. A cambio, el presidente francés, facilitó lo que Sisi llamó «construcción de civilización», al negarse a imponer condiciones relacionadas con los derechos humanos a los acuerdos para la venta de armas francesas a Egipto, dando así a Sisi, en la práctica, carta blanca para el terrorismo de estado.

Por desgracia, ni las detenciones de los miembros de la EIPR ni la cooperación de Francia con Egipto son una sorpresa. Se trata, sencillamente, del último capítulo de una situación cuyo patrón se ha venido repitiendo durante los últimos seis años: el régimen represivo de Sisi se ha fortalecido gracias al apoyo ‘pragmático’ europeo y a un enfoque permisivo con respecto al terrible historial de violaciones de los derechos humanos de Egipto.

Desde que llegó al poder en 2013, Sisi ha ido reduciendo el espacio político y civil de Egipto, hasta el punto de que los egipcios se quejan con frecuencia de que si respiran en la dirección equivocada corren el riesgo de ser detenidos y ‘desaparecidos’ en el sistema judicial del país, una pesadilla en la que los juicios masivos, los cargos falsos y la corrupción son la norma.

Además, ha ampliado el control del gobierno sobre el poder judicial y el proceso político: «dañar la unidad social basada en la paz», «alterar el orden público» y «obstruir la labor de las autoridades» entran ahora dentro de la definición legal de «terrorismo». Y el uso que se ha dado a estas herramientas es escalofriante. El régimen ha perpetrado asesinatos en masa, incluyendo 3.185 personas presuntamente asesinadas por las fuerzas de seguridad desde julio de 2013, entre ellas, las al menos 900 que murieron en la masacre de Rabaa en agosto de 2013. Ha dictado cada vez más sentencias de muerte preliminares, impuestas a 2.433 personas (a 1.884 de ellas en juicios masivos), incluidos 11 niños. Y al menos 766 detenidos han muerto estando bajo custodia, por tortura, negligencia o asesinato directo. Esas son las cifras conocidas; las reales son, probablemente, mucho peores. Lo que es seguro es que el régimen de Sisi está tan aterrorizado por la disidencia que está exprimiendo la vida de los egipcios.

Las atroces violaciones de los derechos humanos en Egipto constituyen una bofetada cada vez más pública para la UE. La última advertencia severa, al más puro estilo de la mafia, se produjo como reacción a una mera reunión sobre derechos humanos con figuras del gobierno europeo, y el mismo día en que la UE publicó su «Plan de acción para los derechos humanos y la democracia 2020-2024». Sin embargo, la reacción del bloque revela el callejón sin salida de su estrategia actual: sus gobiernos se limitaron a emitir declaraciones de «profunda preocupación», y solo después de una importante campaña internacional. Desde entonces, las delegaciones europeas han continuado operando con normalidad: el embajador danés disfrutó de un plato de koshari con los medios estatales de Egipto, el embajador noruego celebró las nuevas relaciones comerciales ecológicas, y el Reino Unido firmó su asociación económica estratégica con Egipto. La propia UE celebró una reunión para el fortalecimiento de las relaciones con una serie de países entre los que se encontraba Egipto, a pesar de que los abusos contra los derechos humanos del régimen de Sisi han sido descritos como peores incluso que los del expresidente Mubarak.

¿Cómo se ha llegado a esto?

Aprovechando la ‘crisis de los refugiados’ de Europa y los ataques terroristas, Sisi convenció a Bruselas y a los estados miembros clave de que su fuerza era el último bastión contra el terrorismo islamista y ante la ‘avalancha’ de migrantes. Ninguna de estas cosas es cierta: hay pocas señales de radicalización violenta en Egipto, y el país no es una ruta de migración importante. De hecho, la evidencia muestra que la represión sistemática aumenta significativamente las posibilidades de radicalización, y que el empobrecimiento y la represión alimentan el deseo de emigrar. Sisi ha desestabilizado Egipto, haciéndolo más precario y transformándolo, en la práctica, en un «sumidero de inseguridad».

Sin embargo, con el fin de parecer duros a nivel nacional en cuestiones de seguridad e inmigración, y motivados por intereses económicos relacionados con préstamos, inversiones y el incremento de la venta de armas, los líderes europeos han caído de buen grado en la trampa mortal de Sisi. Estas opciones se han presentado públicamente como un sacrificio de los valores fundamentales de la UE, ante la necesidad de estabilidad y seguridad. Y, si bien es cierto que esas decisiones pueden favorecer los intereses comerciales de las empresas europeas, no ocurre lo mismo con el interés nacional. De hecho, al contribuir al empobrecimiento y a la represión, los gobiernos europeos están incrementando la inseguridad, actuando directamente contra ese interés nacional.

Los gobiernos europeos deberían reconocer las grietas que presenta su estrategia actual. Hay muchas formas en las que podrían adoptar una postura clara contra Sisi, desde convocar a los embajadores de Egipto o retirar los suyos de El Cairo, hasta establecer un consejo de derechos humanos para el país en el próximo 46º Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, o suspender los compromisos de «lucha contra el terrorismo». También podrían hablar públicamente contra el régimen, o añadir e implementar condiciones relacionadas con los derechos humanos a las relaciones económicas con Egipto, incluyendo el comercio de armas. La UE podría también utilizar las recientemente aprobadas «sanciones Magnitsky» para prohibir los viajes y congelar los activos europeos de Sisi, su ministro del Interior y el director de la prisión de Tora.

A principios de esta semana, Sisi fue recibido en Francia con un desfile de caballería por París. Lo que habría que hacer ahora, sin embargo, es retirar la alfombra roja y aprender.


Andrea Teti es profesor titular de Política y Relaciones Internacionales y director científico del Proyecto de Transformaciones Árabes en la Universidad de Aberdeen, y miembro del Centro Europeo de Asuntos Internacionales con sede en Bruselas. En Twitter: @a_teti.

Vivienne Matthies-Boon es profesora adjunta de Relaciones Internacionales de Oriente Medio en la Universidad de Amsterdam. Su trabajo se centra especialmente en el trauma político que sufren los activistas dentro y fuera de Egipto. Sus escritos pueden encontrarse en academia.edu.


Publicado originalmente en openDemocracy bajo licencia Creative Commons el 11/12/2020
Traducción del original en inglés: Dancing with the devil: how the EU is complicit in Egypt’s brutal regime

Bailando con el diablo: la complicidad de la UE con el brutal régimen egipcio

En febrero de 2020, cuando regresaba a El Cairo para visitar a su familia, Patrick Zaky, un estudiante de máster en la Universidad de Bolonia, fue arrestado por las autoridades egipcias. Zaky, un investigador de derechos de género que trabaja… Leer

El puerto de Beirut, devastado por la gran explosión del pasado 4 de agosto, que causó al menos 190 muertos y 6.500 heridos, además de daños incalculables. Foto: Mahdi Shojaeian / Mehr News Agency / Wikimedia Commons

Hay muchos motivos históricos e intereses económicos detrás de las asiduas visitas del presidente francés Emmanuel Macron a Beirut en los últimos meses. Líbano se está enfrentando a una nueva crisis económica, política y social, que en el pasado dio origen a una peligrosa falta de seguridad que puso al país entero en una débil situación, en la que la verdadera soberanía brilla por su ausencia.

La invasión siria de Líbano en 1976 y de Israel en 1982 son las más poderosas, y el control de Damasco, Teherán, Tel Aviv y Riad en la política interna del país ha sido importante en los últimos treinta años, tras del fin oficial de la guerra civil (1991).

La población civil lleva décadas intentando hacer lo mismo que trata de promover ahora: liberarse del sistema político neofeudal que ha fragmentado el país en enclaves divididos por razones étnicas, religiosas y políticas, y que en las últimas décadas lo ha dejado a merced de los intereses de países extranjeros, vecinos y no vecinos, en el difícil tablero geopolítico de Oriente Medio.

En los últimos años se han producido protestas en el país, como la Revolución de los Cedros, que, tras el asesinato del primer ministro Rafic Hariri (2005), intentó impulsar movimientos civiles desde abajo, si bien estos nunca fueron realmente independientes de los partidos políticos clásicos.

Liberarse del pasado

Los asesinatos de los periodistas Samir Kassir y Gebran Tueni en 2005, ambos miembros de una sociedad civil que quería llamar la atención sobre el problema de la soberanía de Líbano, son sintomáticos de la dificultad de este país para liberarse de su pasado.

Sin embargo, hay diferentes niveles de responsabilidad por la situación libanesa. En parte se debe al elevado nivel de apoyo por parte de la población; asimismo, las fuerzas de seguridad han mantenido siempre una posición de salvaguarda de la corrupción del gobierno; y otro aspecto es la gestión colonial de Francia desde el siglo XIX.

La última visita del presidente francés, en el centenario de la creación del «Gran Líbano», señala una total ausencia de capacidad de crítica histórica, pues resulta bastante claro que, por un lado, la situación libanesa actual es tan delicada por motivos relacionados con el nivel de corrupción interna, la falta de capacidad a la hora de contar con candidatos y políticos independientes de los señores feudales de hoy, así como por su economía, completamente privatizada y en la que el valor de ser ciudadano no tiene sentido porque no existe un sistema público que proteja a quienes pagan impuestos al Estado.

Y por otro lado está la creación de una convivencia enraizada en la visión de superioridad de una etnia o religión sobre las otras, originada en la fase colonial.

Como se sabe, el «Gran Líbano» fue constituido para permitir a los maronitas cristianos ser mayoría relativa en un nuevo Estado más próximo a Francia y al colonialismo europeo.

La situación cambió en el siglo XX, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, abriendo el país a la independencia y a la multiplicación de los conflictos internos de matriz colonial entre el presidente cristiano y el primer ministro musulmán.

Precarios equilibrios internos

Este conflicto político duró hasta el momento en que la presencia militar y civil de la Organización para la Liberación de Palestina (1971-1975) modificó unos equilibrios internos ya precarios.

Desde entonces, la soberanía del país ha estado dominada por los intereses extranjeros y los diferentes actores internos que han luchado por preservar una posición de poder con la ayuda de países como Siria, Irán, Israel, Arabia Saudita, Francia y Estados Unidos.

En los últimos años, después de 2005, las alianzas políticas han acabado basándose en principios religiosos o étnicos, y las dos coaliciones han sumado miembros de todas las facciones indistintamente: la Alianza del 14 de marzo y la Alianza del 8 de marzo, donde maronitas, sunnitas, chiítas, armenios y drusos se opusieron a Amal, Hizbulá (chiítas), en unidad con maronitas, drusos, armenios y sunnitas respectivamente.

Esta «revolución» política y de partidos no ha mejorado claramente la vida de los ciudadanos libaneses; por el contrario, ha trasladado al Estado libanés el conflicto geopolítico en Oriente Medio entre Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel e Irán, Siria y Hizbulá.

La asunción de responsabilidades por la explosión de Beirut

Es difícil que se depuren responsabilidades por la impresionante explosión del puerto de Beirut ocurrida el pasado 4 de agosto.

Sin embargo, las manifestaciones de ciudadanos libaneses que comenzaron ya en febrero de 2020 muestran nuevamente que parte de la población de este país necesita y merece una clase política diferente, capaz de intervenir en la economía y de cambiar radicalmente el proceso de privatización neoliberal promovido en Líbano desde los años noventa. Las desigualdades quedan patentes en esta nación.

A pesar de que se trata de un país con solo cuatro millones de habitantes, en la lista de multimillonarios de Forbes 2020, 17 eran de esta nacionalidad, y en 2019 ascendían a 20. Actualmente cuenta con un elevado nivel de alfabetización, buenas universidades y una inteligencia cosmopolita, de modo que las responsabilidades políticas de esta generación tienen un gran calado.

Sería necesario que antes de que explote una nueva fase interna más violenta, los libaneses puedan tratar de cambiar su futuro sin estar bajo el yugo de los intereses extranjeros.


Marco Demichelis es investigador de Estudios Islámicos e Historia de Oriente Medio, en la Universidad de Navarra.


Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 7/9/2020

Líbano necesita liberarse de su pasado (y de las injerencias externas)

Hay muchos motivos históricos e intereses económicos detrás de las asiduas visitas del presidente francés Emmanuel Macron a Beirut en los últimos meses. Líbano se está enfrentando a una nueva crisis económica, política y social, que en el pasado dio… Leer

El pasado martes tuvimos ocasión de charlar un rato sobre Estado Islámico y la situación en Siria tras los ataques de París, en el programa Buenos Días Canadá, que dirige y presenta Keiter Feliz en la emisora de radio de Toronto 360FM. Muchas gracias a Keiter por la invitación y por mencionar el blog.

Entrevista: Estado Islámico y Siria tras los ataques de París

El pasado martes tuvimos ocasión de charlar un rato sobre Estado Islámico y la situación en Siria tras los ataques de París, en el programa Buenos Días Canadá, que dirige y presenta Keiter Feliz en la emisora de radio de Toronto 360FM. […]

Sakine Cansiz. Foto: Pluto / Wikimedia Commons

El asesinato en París de tres activistas vinculadas al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ha causado una gran conmoción en la numerosa comunidad kurda de Francia y ha disparado las sospechas de que se trate de un acto relacionado con el reciente diálogo entre representantes kurdos y el Gobierno turco. Las tres asesinadas son Sakine Cansiz, miembro fundador del PKK; Didan Dogan, representante en Francia del Congreso Nacional del Kurdistán y trabajadora del Centro de Información del Kurdistán de París, donde se perpetró el crimen; y Leyla Soylemez, presentada como una joven activista.

Según informa la agencia Efe, sus cadáveres fueron encontrados esta madrugada, con disparos en la cabeza, en el interior del edificio de la calle Lafayette que alberga el mencionado organismo, formalmente de carácter cultural, aunque directamente relacionado con el PKK. La policía sospecha que los asesinatos, cometidos con armas automáticas, pudieron producirse el miércoles por la tarde, cuando se sabe que las tres debían encontrarse en las oficinas. No se han encontrado signos de que las puertas fueran forzadas.

El diario británico The Guardian publica en su edición online un perfil bastante completo de Sakine Cansiz, quien, además de participar en la fundación del PKK en 1978, era asimismo una de las principales organizadoras de los movimientos femeninos en el seno de esta formación.

Originaria de Tunceli (parte oriental de Turquía), Cansiz fue encarcelada, junto con otros muchos miembros del PKK, tras el golpe militar de 1980. La activista fue recluida durante varios años en la prisión de Diyarbakir, donde al menos 34 reclusos murieron por torturas entre 1981 y 1989. Allí lideró un movimiento de protesta entre los presos kurdos que, según señala un activista kurdo citado por The Guardian, «la convirtió en una leyenda dentro del PKK». Tras su liberación, Cansiz participó en uno de los campos de entrenamiento del PKK y se unió a la lucha armada contra el Gobierno turco desde el norte de Irak, bajo las órdenes de Osman Ocalan, hermano del líder del partido, Abdulá Ocalan.

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Sakine Cansiz y el líder del PKK, Abdullah Ocalan, en 1995. Foto: Iha / AFP / Getty Images

Desde esta posición, continúa el diario, Cansiz comenzó a organizar el movimiento femenino en el partido. Según cuenta Aliza Marcus en su libro Blood and Belief, en 1993 las mujeres constituían aproximadamente un tercio del total de combatientes del PKK. «[Cansiz] era la activista kurda más importante. Siempre decía lo que pensaba, especialmente cuando se trataba de problemas que afectaban a las mujeres», indica al Guardian un periodista de la agencia pro kurda de noticias DIHA.

En 1992, Cansiz fue enviada a Europa por Murat Karayilan, el entonces líder del brazo armado del PKK. Tras pasar un tiempo en Alemania se trasladó finalmente a Francia, donde continuó trabajando para la organización. En el interrogatorio al que fue sometido tras su encarcelamiento en 1999, Abdulá Ocalan dijo: «El movimiento de las mujeres nació para liberarlas del feudalismo de los hombres y para crear un tipo fuerte de mujer. Quería que discutiésemos animadamente sobre ello, y, en este aspecto, recuerdo el nombre de Sakine Polat [alias de Cansiz]. Tanto en su mente como en sus emociones, es una mujer fiel al partido».


Más información y fuentes:
» Sakine Cansiz: ‘a legend among PKK members’ (The Guardian)
» Halladas tres activistas kurdas muertas por disparos en la cabeza en París (El País)
» Turquía: El asesinato de tres activistas kurdas busca frenar el proceso de paz (El Mundo)
» Turquía y la guerrilla kurda intentan por tercera vez negociar un alto el fuego (RTVE)

Leer también: ¿Y la primavera kurda?

Asesinada la histórica activista kurda Sakine Cansiz

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Las obras maestras del nuevo Departamento de Arte Islámico del Museo del Louvre (parte 1). Vídeo: Museo del Louvre

En el pasado y el presente del islam no faltan ejemplos de oscurantismo, de fanatismo, de irracionalidad, una pesada losa que comparten casi todas las grandes religiones, empezando por el cristianismo. Pero el pasado y el presente del islam están también, como los de casi todas las religiones, llenos de brillo. Es el brillo que ha hecho posible un fondo de solidaridad y espiritualidad del que se han nutrido y se siguen nutriendo millones de personas, el brillo que ha alumbrado algunas de las obras de arte más maravillosas creadas por el ser humano.

Uno de los tesoros expuestos en el Louvre es «El Píxide de Al Muguira», una urna de marfil procedente del yacimiento español de Medina Azara, que perteneció al príncipe hijo del califa omeya de Al Ándalus Abderramán III.

Para quien necesite pruebas, el Museo del Louvre ha abierto esta semana al público, tras ocho años de obras, las puertas de su octavo departamento: una nueva sala dedicada al arte islámico. El nuevo espacio del museo parisino, una gran estructura cubierta por una capa ondulada parcialmente metálica y translúcida, alberga 15.000 piezas de la colección y 3.400 préstamos permanentes del Museo de Artes Decorativas de Francia, que durante décadas dejó de exhibir una gran cantidad de obras por no contar con las instalaciones adecuadas. Es el añadido arquitectónico más importante en el museo desde la inauguración de la famosa pirámide de cristal, en 1989.

En palabras de Henri Loyrette, presidente y director del museo, «hay una tendencia doble, que va del interés a la repulsión, con respecto al arte islámico y hacia el islam en particular. Queremos revelar el aspecto radiante de esta civilización y su indiscutible contribución al mundo».

Las obras maestras del nuevo Departamento de Arte Islámico del Museo del Louvre (parte 2). Vídeo: Museo del Louvre

Más información: El Louvre quiere «revelar el aspecto radiante del Islam» con una nueva sala monumental (20minutos)

Una ventana excepcional al arte islámico

En el pasado y el presente del islam no faltan ejemplos de oscurantismo, de fanatismo, de irracionalidad, una pesada losa que comparten casi todas las grandes religiones, empezando por el cristianismo. Pero el pasado y el presente del islam están… Leer

«Después de todo, ¿quién se acuerda hoy del genocidio armenio?» Esta terrible y famosa frase, atribuida a Adolf Hitler, resume en apenas unas palabras la impunidad que puede otorgar a las atrocidades el paso del tiempo y el abandono de la memoria. En el caso del dictador alemán, la pregunta cobraba un especial sentido trágico, por cuanto acabó materializándose en la realidad del Holocausto.

Afortunadamente, sin embargo, son muchos los que se acuerdan. No las víctimas directas, que apenas quedan ya, pero sí sus miles de descendientes y todos aquellos dispuestos a mantener vivo el recuerdo de lo que ocurrió.

El 22 de diciembre la Asamblea Nacional Francesa aprobó una ley que sanciona con un año de prisión y 45.000 euros de multa el negacionismo del genocidio armenio. El Gobierno turco respondió tachando la medida de «injusta, racista, discriminatoria y hostil hacia Turquía», suspendiendo las relaciones políticas y militares con Francia y, en una reacción que, más que a reclamar justicia, parece obedecer a esa vieja falacia de que los pecados de los demás justifican los pecados propios, acusando a los franceses de genocidio durante su ocupación colonial de Argelia.

El genocidio armenio, en un artículo publicado en ‘The New York Times’ el 15 de diciembre de 1915

Entre 1915 y 1917, en plena Primera Guerra Mundial, las autoridades del Imperio Otomano, cuyo gobierno estaba entonces en manos del partido nacionalista de los Jóvenes Turcos, organizó y ejecutó la deportación masiva y el asesinato de la población armenia residente en su territorio. El resultado fue la muerte de un número indeterminado de civiles, que se ha calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas. Muchos, hombres, mujeres y niños, fueron asesinados directamente. Otros miles perecieron en interminables marchas por el desierto sirio, privados de agua y de alimentos. La gran mayoría de las víctimas fueron armenios, pero también murieron asirios, caldeos, sirios y helenos pónticos.

El holocausto armenio está considerado como el primer genocidio sistemático moderno y es el segundo caso de exterminio más estudiado de la historia, después del perpetrado unas décadas después por los nazis. Según muchos estudiosos, el ‘ejemplo’ del genocidio armenio fue una referencia fundamental para los ideólogos de la ‘solución final’.

El Gobierno turco, sin embargo, lleva un siglo negando que se tratase de un genocidio. En Turquía está incluso prohibido por la ley calificar los hechos como tal. Ankara no niega que ocurriesen las muertes, pero desmiente rotundamente que fuesen consecuencia de un exterminio programado. Para el Gobierno turco, y, especialmente, para los militares de este país, las masacres fueron el resultado de las luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre durante el confuso periodo de la Primera Guerra Mundial, una guerra en la que, según afirma Ankara, los armenios recibían además el apoyo directo de su enemigo ruso y amenazaban con quebrantar la estabilidad y la unidad del país.

Durante mucho tiempo, por otra parte, Turquía ha mantenido la tesis de que bajo las acusaciones de genocidio subyacían mecanismos de propaganda bélica, puestos en marcha principalmente por los británicos, al formar el Imperio Otomano parte de la coalición compuesta por Austria-Hungría, Alemania y Bulgaria. Algunos negacionistas turcos han llegado a hablar también de una campaña orquestada por los países cristianos occidentales (la mayoría de los armenios pertenecen a esta religión) en contra de un país de mayoría musulmana.

Pero dejando aparte al Gobierno turco y a un puñado de revisionistas, la inmensa mayoría de los estudiosos lo tienen claro: Lo que ocurrió encaja perfectamente con la definición actual de genocidio. No cabe duda de que las potencias occidentales, y especialmente el Reino Unido, con grandes intereses económicos en la zona, estaban más que interesadas en propagar la imagen de una Turquía despiadada, y, de hecho, las noticias sobre las masacres, llegadas de la mano de misioneros y de enviados estadounidenses presentes en la zona (EE UU era aún neutral en la guerra) llenaron los periódicos y escandalizaron a la opinión pública. Pero nada de eso basta para negar una realidad que confirman tanto los estudios históricos como los testimonios de los supervivientes, de sus descendientes y de testigos de la época.

La contradicción interna que la negación del genocidio armenio supone para un país como Turquía, aspirante a ingresar en la Unión Europea y, pese a sus graves problemas de derechos humanos y libertades, bastante decente en muchos otros aspectos, la exponía claramente hace unos días el periodista Robert Fisk en el diario británico The Independent:

Para cientos de miles de turcos el genocidio armenio es un hecho histórico […]. Miles de turcos profundizan en sus raíces familiares y se preguntan: ¿Por qué tenemos abuelas y bisabuelas armenias? ¿Qué es esta historia secreta que puede hacer que te metan en la cárcel simplemente por discutir en público la responsabilidad de Turquía en el genocidio? Y yo me pregunto […]: ¿Por qué un país fuerte y valiente como Turquía […], cuyos soldados fueron los únicos de la unidad de la ONU en la guerra de Corea que se negaron a que les lavaran el cerebro, no puede reconocer los terribles actos que tuvieron lugar antes de que casi todos los turcos actuales hubiesen nacido? No queda vivo ninguno de los asesinos, no puede haber juicios […]. Dentro de cuatro años, el mundo conmemorará el centenario del genocidio armenio. ¿Por qué no reconocer esta historia ahora? Los alemanes han pedido perdón mil veces a los judios, los EE UU han pedido disculpas a los nativos americanos por la limpieza étnica que realizaron en el siglo XIX, los australianos han pedido perdón a los aborígenes, los ingleses a los irlandeses, los ucranianos a los polacos por las violaciones en masa, saqueos y masacres ocurridas bajo la ocupación alemana después de 1941. ¿Qué pasa con los turcos? Muchos de ellos creen que su país debería estar a la altura de su historia, incluso de la menos gloriosa.

Es posible que las razones del Gobierno de Nicolas Sarkozy para promover la ley que acaba de aprobar la Asamblea Nacional no sean del todo desinteresadas. A fin de cuentas, en Francia residen cerca de medio millón de ciudadanos de origen armenio, y el país celebrará elecciones presidenciales en abril del año que viene. Pero su supuesto oportunismo no le resta, al menos en este caso, el valor histórico que tiene, más allá incluso de posibles controversias sobre los límites de la libertad de expresión. Porque lo que molesta a Turquía no es que el Estado castigue a quien niegue un genocidio probado invocando la libertad de expresión (ese podría ser, en todo caso, otro debate), sino que uno de los  genocidios que se considera probado sea el suyo.

El genocidio armenio está oficialmente reconocido en 20 países (Argentina, Bélgica, Canadá, Chile, Chipre, Grecia, Italia, Líbano, Lituania, Holanda, Polonia, Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza, Uruguay, El Vaticano, Venezuela y las propias Francia -desde 2001- y Armenia), y en 42 de los 50 Estados de EE UU (todos, menos Alabama, Mississippi, Virginia Occidental, Indiana, Iowa, Wyoming y Dakota del Sur), cuyo Congreso estudia actualmente una moción al respecto.

Otros, sin embargo, siguen sin usar oficialmente el término «genocidio». Entre ellos, el Reino Unido y, en dos casos especialmente llamativos, Alemania e Israel. Tampoco lo hace España, donde solo las comunidades de Cataluña y el País Vasco reconocen el genocidio como tal.

El pasado mes de marzo, la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso español rechazó una moción de ERC a favor de reconocer el genocidio armenio como un crimen contra la humanidad. PSOE, PP, CiU y UPN votaron en contra. La portavoz del PSOE, Isabel Pozuelo, dijo que «los problemas que tiene hoy Armenia son otros» y añadió que lo prioritario para Armenia es acometer reformas políticas para acercarse a la UE y solucionar el conflicto que mantiene por el enclave de Nagorno Karabaj con Azerbaiyán, aliado de Turquía. El diputado del PP Francisco Ricomá afirmó por su parte que el reconocimiento del genocidio armenio «no forma parte de la prioridad ideológica» de su partido y sería entrar «en el terreno de la revisión histórica».

Fustigarse por los crímenes cometidos por nuestros ancestros solo porque nacieron en el mismo lugar del mundo que nosotros es absurdo. En realidad, estamos tan (poco) unidos a Hernán Cortés como a Gengis Khan. Pero negar esos crímenes solo por el hecho de que quienes los cometieron nacieron en el mismo lugar del mundo que nosotros no solo es absurdo. Es, también, injusto. El primer paso para poder cerrar una herida es reconocer que la herida existe.

La herida armenia

«Después de todo, ¿quién se acuerda hoy del genocidio armenio?» Esta terrible y famosa frase, atribuida a Adolf Hitler, resume en apenas unas palabras la impunidad que puede otorgar a las atrocidades el paso del tiempo y el abandono de… Leer