Imperio otomano

Mehmed VI
El sultán Vahideddin (Mehmed VI), saliendo por la puerta trasera del palacio de Dolmabahçe en Estambul. Pocos días después de que se tomara esta fotografía, el sultán fue depuesto y exiliado (junto con su hijo) en un barco de guerra británico a Malta (el 17 de noviembre de 1922), y luego a San Remo (Italia), donde finalmente murió en 1926. Foto: Wikimedia Commons

La desaparición del Imperio otomano, paralela en muchos aspectos a la del Imperio austrohúngaro, produjo una larga serie de consecuencias políticas, sociales, económicas, culturales e incluso religiosas para una amplia franja de territorios europeos y asiáticos.

En una perspectiva combinada, destacan tres hechos fundamentales:

En primer lugar, la desaparición de una entidad política multiétnica y diversa, basada en autonomías culturales, en favor de la consolidación definitiva de Estados nación de vocación y titularidad monoétnicas.

En segundo lugar, el reparto desconsiderado de amplios territorios de Oriente Medio bajo la forma de Mandatos de la Sociedad de Naciones, germen de futuros permanentes conflictos en la zona. Los mandatos suponían que territorios o colonias que antiguamente pertenecían al Imperio alemán y al otomano pasaban a ser administrados por las potencias ganadoras de la Primera Guerra Mundial.

En tercer lugar, la redefinición drástica del pueblo turco en torno a un proyecto de occidentalización y secularización radical que en la práctica nunca pudo completarse del todo.

Soldados de la infantería turca en Alepo, actual Siria, durante la Primera Guerra Mundial. Foto: Wikimedia Commons (imagen coloreada)

En noviembre de 1922 se ponía fin definitivamente a una entidad política que había ocupado la historia de Europa, Asia y África durante más de 600 años. La decadencia política del Imperio otomano fue un proceso largo, pero el golpe definitivo fue el de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que se sumó al bando de los imperios centrales, a la postre derrotados.

Incluso tras el fin de la guerra, continuaron los conflictos bélicos con países vecinos como Grecia o entre etnias del propio Imperio. El resultado final fue la aparición de un gobierno alternativo exclusivamente turco designado para establecer la nueva República de Turquía.

Con todas sus imperfecciones, el Imperio otomano tenía una vocación plural y nunca pretendió la asimilación cultural o religiosa de sus poblaciones. Los turcos otomanos, conscientes de su inferioridad numérica, no aspiraron a diseñar un único modelo público para todos los súbditos.

La desaparición de una entidad política multiétnica

Como consecuencia de una tradición islámica que abre el camino a la convivencia de diferentes religiones, la idea de entidad política unificada o la lealtad esperada al sultán no se traducían en un modo de vida único. En el Imperio podían convivir poblaciones de religión cristiana, musulmana o judía. También etnias de origen túrquico, latino, eslavo, caucásico, iranio, griego o magiar, sin que ello implicara un cuestionamiento del proyecto común.

En realidad, el Imperio otomano constituye uno de los mejores ejemplos históricos de utilización de la autonomía como instrumento fundamental de la gestión de la diversidad. Diferentes grupos de población, básicamente alineados conforme a sus creencias religiosas (cristianos ortodoxos, cristianos armenios y judíos, fundamentalmente), componían los llamados millet. Estos fueron antecedentes de las autonomías personales o culturales existentes en varios países de la Europa central u oriental, o de Oriente medio.

Mediante los millet, los diferentes grupos religiosos disponían de autonomía en la gestión de sus propias normas y disputas, con tribunales propios. En última instancia, estos dependían de sus propios líderes religiosos, residentes, como el sultán, en la propia capital del Imperio. El número de millet, además, se amplió en los últimos siglos del Imperio.

Imperio otomano 1899
División administrativa del Imperio otomano en 1899. Mapa: SAİT71 / Wikimedia Commons

Lógicamente, el sistema pluralista del Imperio otomano no siempre funcionó a la perfección ni pudo evitar conflictos entre comunidades. Tampoco se fundamentaba en una igualdad estricta, puesto que hasta las reformas del siglo XIX la comunidad musulmana gozaba de cierta primacía incluso en el plano jurídico.

También resulta inevitable hacer referencia a un lamentable episodio que se produjo en los estadios finales del Imperio y en una situación bélica. Hablamos del genocidio armenio, una evacuación forzosa y letal de gran parte de la población armenia de Anatolia oriental bajo la acusación de colaborar con el enemigo ruso.

Si comparamos el modelo otomano y su desarrollo con las políticas seguidas en la mayor parte de los países de mayoría cristiana y, por supuesto, con las de los Estados nación que los sustituyeron, podemos afirmar que la desaparición de los imperios plurinacionales fue un duro golpe para la diversidad histórica de una buena parte de Europa y Asia.

Fronteras artificiales

La segunda gran consecuencia de la desaparición del Imperio fue la orfandad política en la que se dejó a una amplia zona del occidente de Asia, fundamentalmente poblada por el pueblo árabe.

Reino Unido y Francia se repartieron de forma secreta el control de dichos territorios y la legitimación de tal reparto se produjo mediante el sistema de Mandatos de la Sociedad de Naciones. Este sistema asignaba un territorio al gobierno de una potencia occidental con la excusa de garantizar el desarrollo de sus poblaciones bajo la supervisión de la Sociedad de Naciones. En realidad se trató de una nueva manera de adquirir colonias por parte de dichas potencias a costa de los países derrotados en la guerra.

El nuevo reparto territorial fue muy desafortunado. De entrada, privó de soberanía a los pueblos que poblaban dichos espacios. Además, estableció unas fronteras ilógicas que generaron gran resentimiento en el pueblo árabe al dividirlo arbitrariamente. Con ese sistema tampoco se satisfacían las aspiraciones de las comunidades judías que buscaban disponer de un hogar nacional propio en Tierra Santa.

Además, el reparto de fronteras obvió absolutamente la suerte de otros pueblos, como los kurdos, cuya existencia quedaba condenada a ser permanentemente minoritaria en diferentes Estados, con la consiguiente represión y su exclusión de la comunidad internacional.

El futuro turco

Por último, la desaparición del Imperio marcó la necesidad del pueblo turco, titular teórico de aquél, de redefinirse nacional, territorial y políticamente. El proceso se realizó en condiciones bélicas y de conflictos constantes por todos los puntos cardinales, y bajo la idea de crear un Estado nuevo al estilo occidental.

Retrato de Mustafá Kemal, ‘Atatürk’, realizado en torno a 1918. Foto: Wikimedia Commons

Los fundadores del nuevo Estado turco, liderados por el militar Mustafá Kemal (posteriormente conocido como Atatürk o «padre de los turcos»), implantaron sin piedad un proyecto radical basado en un laicismo estricto, y un nacionalismo mayoritario. Esto pronto supuso la exclusión y represión de la diversidad presente en el país, para desconsuelo de kurdos, caucásicos, griegos, armenios, árabes y otras minorías.

En definitiva, la desaparición del Imperio otomano no puede entenderse como una buena noticia. Los cien años transcurridos desde entonces han servido fundamentalmente para que los Estados sucesores reafirmen su uniformidad a costa de la diversidad y para que las minorías sufran represión y asimilación.

La convivencia en la diversidad, la riqueza cultural y la autonomía de grupos, vividos durante siglos en Salónica, Adrianópolis, Esmirna, Damasco o la propia Estambul, son hoy poco más que un recuerdo de la Historia. Una historia no europea ni occidental, de la que sigue siendo necesario y urgente extraer lecciones.


Eduardo Ruiz Vieytez es profesor de la Universidad de Deusto, en la que ha ejercido como Director del Instituto de Derechos Humanos, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, y Vicerrector de Estrategia Universitaria. En el pasado ejerció como asesor jurídico del Ararteko (Defensor del Pueblo del País Vasco) y fue presidente de una ONG de apoyo a inmigrantes extranjeros. Ha sido Vocal del Foro para la Integración Social de los Inmigrantes, del Comité Científico del Observatorio del Pluralismo Religioso, del Instituto Internacional de Sociología Jurídica (Oñati) y de los patronatos de las Fundaciones Ceimigra (Valencia) y Gernika Gogoratuz (Gernika). Ha realizado estancias de investigación y docencia en diversas universidades extranjeras y ha participado como experto independiente en misiones del Consejo de Europa sobre derechos de las minorías en países como Serbia, Ucrania, Moldavia, Armenia o la Federación Rusa. Sus publicaciones principales tratan sobre minorías nacionales en Europa, derechos humanos y diversidad cultural, lingüística o religiosa.


Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 4/12/2022

Cien años del final del Imperio otomano: el mundo que dejó

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La Comision King-Crane, en el hotel Royal de Beirut, en julio de 1919. Sentados, Henry King (izquierda) y Charles Crane (derecha). Foto: Oberlin College Archive

Nick Danforth, autor del recomendable blog The Afternoon Map, publicó hace unos días en The Atlantic un interesante artículo sobre la misión que, en el año 1919, llevaron a cabo en Oriente Medio los estadounidenses Henry King y Charles Crane, con el objetivo de proponer un diseño de fronteras para la región que fuese lo más racional posible y respondiese asimismo a los intereses de los distintos grupos de la zona. Un extracto, traducido al castellano:

En 1919, el presidente Woodrow Wilson envió a un teólogo llamado Henry King y a un magnate de la fontanería llamado Charles Crane a solucionar Oriente Medio. En pleno colapso del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial, el futuro de la región era incierto, y los dos hombres parecían proporcionar la necesaria combinación de visión para los negocios y conocimiento bíblico. La misión de King y Crane era averiguar cómo querían ser gobernados los habitantes de la región. Sería una prueba fundamental para la creencia de Wilson en el derecho a la autodeterminación de las naciones: la idea de que todos los pueblos deberían tener un estado propio con fronteras claramente definidas.

Tras pasar tres semanas entrevistando a líderes religiosos y comunitarios en Siria, Líbano, Palestina y el sur de Turquía, los dos hombres y su equipo propusieron dividir las tierras otomanas como muestra el siguiente mapa. Sobra decir que sus propuestas no fueron tomadas en cuenta. Siguiendo el Acuerdo Sykes-Picot, Gran Bretaña y Francia se repartieron finalmente la región mediante los llamados mandatos, o como poderes vigilantes […].

Actualmente son muchos los que mantienen que un siglo de inenarrable violencia e inestabilidad —culminado en el brutal intento de Estado Islámico por borrar las fronteras de Oriente Medio— podría haberse evitado si todos los pueblos de la región hubieran conseguido su independencia tras la Primera Guerra Mundial. Pero, como descubrió la Comisión King-Crane en 1919, los grupos étnicos y religiosos rara vez se encuentran divididos en unidades separadas. Y tampoco los miembros de cada grupo comparten necesariamente una misma idea de cómo quieren ser gobernados.

El informe King-Crane sigue siendo un documento notable, no tanto por lo que revela acerca de cómo podría haber sido Oriente Medio, como por la forma en que ilustra los dilemas fundamentales que surgen a la hora de trazar, o no trazar, fronteras. De hecho, el informe insiste en forzar a los pueblos a vivir juntos, a través de complicadas disposiciones jurídicas que prefiguran propuestas más recientes.

El artículo (leerlo completo aquí) incluye un estupendo —y compartible— mapa interactivo con comentarios sobre las principales recomendaciones de la comisión:

Oriente Medio, según las recomendaciones de la comisión estadounidense King-Crane (1919). Mapa: Karl Sturm y Nick Danforth. Pinchar en la imagen para acceder al mapa interactivo

Más información:
» The Middle East That Might Have Been (Nick Danforth, en The Atlantic)
» The King–Crane Commission (Wikipedia)
» The King-Crane Commission Report, August 28, 1919 (texto completo del informe de la Comisión King-Crane)

El Oriente Medio que pudo haber sido

Nick Danforth, autor del recomendable blog The Afternoon Map, publicó hace unos días en The Atlantic un interesante artículo sobre la misión que, en el año 1919, llevaron a cabo en Oriente Medio los estadounidenses Henry King y Charles Crane,… Leer

Manifestación de anarquistas kurdos en Estambul, en 2009. En la pancarta puede leerse ‘Em hemû Kawane li dijî Dehaqan’ (Todos somos Kaveh contra Dahaka), en alusión al héroe mítico kurdo más famoso y a su resistencia contra el tirano extranjero (Kāveh, o Kawe, el Herrero, contra el demonio Azhi Dahaka, o Zahhak). Foto: anarkismo.net

¿Anarquistas en Oriente Medio? En una zona del mundo donde las fuerzas asociadas al nacionalismo y a la religión tradicional se viven de un modo tan intenso, herida por un pasado colonial, y plagada de estados todopoderosos y luchas sectarias, los movimientos anarquistas no han tenido, ciertamente, ni mucho éxito ni mucha visibilidad.

La cuestión resurgió, y tampoco por mucho tiempo, con la aparición del llamado Black Block (bloque negro) en Egipto, durante las manifestaciones y disturbios de enero de 2013, en el segundo aniversario de la revolución que acabó con el régimen de Hosni Mubarak. Pero, más allá del grado de ‘anarquismo real’ presente en estos grupos, la actitud violenta de algunos de sus miembros sirvió a las autoridades para recuperar la ya clásica identificación entre anarquistas y «terroristas», una interesada generalización a la que sigue recurriendo el poder (a menudo, con la complicidad de los medios de comunicación), no solo en Egipto, sino en medio mundo.

En Palestina opera, desde el año 2003, el grupo de origen israelí Anarquistas Contra el Muro, que nació en respuesta al muro de separación construido por Israel en la Cisjordania ocupada. El grupo trabaja en cooperación con activistas palestinos y, desde su formación, ha participado en cientos de manifestaciones y acciones directas contra el muro en particular y la ocupación en general. Todo su trabajo es coordinado a través de comités populares locales de comunidades palestinas.

Pero la propagación de un ideario libertario y contrario al concepto mismo de estado no es una tarea fácil en un territorio ocupado, o entre una población que sigue teniendo la consecución de un estado propio entre sus aspiraciones y reivindicaciones históricas esenciales. Joshua Stephens lo refleja con claridad en un artículo publicado en la web del Institute For Anarchist Studies, donde reseña una conversación mantenida con un anarquista palestino:

«Sinceramente, todavía estoy intentando desprenderme del hábito nacionalista», bromea Ahmad Nimer, mientras hablamos en un café de Ramala. Nuestro tema de conversación parece bastante poco común: vivir como un anarquista en Palestina. «En un país colonizado resulta bastante difícil convencer a la gente con ideas antiautoritarias y soluciones sin estados. Lo que te encuentras, básicamente, es una mentalidad estrictamente anticolonial y, a menudo, basada en un nacionalismo estrecho», lamenta Nimer. Realmente, los anarquistas de Palestina tienen hoy en día un problema de visibilidad. El alto perfil internacional de la actividad anarquista israelí no parece encontrar mucho reflejo entre los propios palestinos.

El problema es similar, salvando todas las distancias y las grandes diferencias, tanto históricas como sociales, en el Kurdistán. Y lo es especialmente ahora, cuando, debido al avance del yihadismo extremista en Irak y a la amenaza de desintegración que se cierne sobre este país, el nacionalismo independentista kurdo parece estar más cerca que nunca de lograr avances importantes (aunque ya ha recibido el rechazo frontal de Estados Unidos, el presidente de la región autónoma del Kurdistán iraquí, Masud Barzani, pidió esta semana al Parlamento que fije una fecha para celebrar un referéndum en las zonas en disputa con Bagdad, como primer paso para una futura consulta de independencia).

Y, sin embargo, incluso entre los kurdos, «el mayor pueblo del mundo sin un estado propio», existe una historia anarquista que, con todo su necesario idealismo y su inevitable candor, resulta interesante recordar, precisamente ahora.

Lo que sigue es, traducido del inglés, un extracto del segundo volumen de la obra de Michael Schmidt y Lucien Van Der Walt Global Fire: 150 Fighting Years of International Anarchism and Syndicalism (AK Press, 2008), publicado en The Anarchist Library:

El anarquismo en Turquía, que llegó a ser una importante fuerza radical en la lucha contra el poder del imperialismo otomano sobre los pueblos búlgaros, macedonios, griegos, árabes, africanos y judíos, empezó a renacer a finales de los años setenta. Sin embargo, este florecimiento se vio obligado a echar raíces en suelo hostil, ya que, desde la formación del Estado turco en 1923, la izquierda política turca estuvo dominada por la tradición comunista y por grupos nacionalistas y socialistas que buscaban la independencia del Kurdistán, un territorio dividido entre Irán, Irak, Siria y la propia Turquía. Los más importantes entre estos grupos eran el Partido de los Trabajadores Kurdos, o PKK, fundado a mediados de los setenta, y el Partido Comunista Marxista-Leninista Turco, TKP-ML, ambos de tendencia básicamente maoísta. Los separatistas kurdos eran también un factor en Irán y en Irak.

[…] El anarquista estadounidense Sam Dolgoff menciona en sus memorias que en 1979 conoció a un anarquista turco en los Estados Unidos, y, según se indica en Anarquismo en Turquía (publicado por el grupo anarquista turco Karambol Publications), grupos y publicaciones anarquistas comenzaron a surgir en los años ochenta, expandiéndose durante los noventa: «En 1993, los anarquistas, con sus banderas negras, participaron por primera vez en las celebraciones del Primero de Mayo en Estambul, y lo harían también al año siguiente en Ankara y otras ciudades, creando mucho interés en los medios, que les dieron una gran cobertura y anunciaron que “al fin tenemos nuestros propios anarquistas”». Entre esta nueva generación de grupos anarquistas turcos se encuentra Firestarter, fundado alrededor de 1991, una Federación de Jóvenes Anarquistas (AGF), los Anarquistas Anatolios (AA), el Grupo Anarquista Karasin (KAG) y, ya en los años 2000, el grupo majnovista KaraKizil (NegroRojo) y sus afiliados de la Iniciativa Anarco Comunista (AKi), esta última, uno de los colectivos fundadores de anarkismo.net.

En los años ochenta surgió también una corriente anarquista entre los kurdos de Turquía, con movimientos como el Grupo 5 de Mayo, formado por turcos y kurdos exiliados en Londres. Estos grupos planteaban la cuestión de la independencia kurda en términos inequívocamente libertarios, y se oponían tanto al fundamentalismo islámico como al nacionalismo. En el manifiesto Hemos venido a enterrar la República de Turquía, no a alabarla, el grupo 5 de Mayo argumentaba que el enfrentamiento entre los nacionalistas modernizadores –los kemalistas que tomaron el poder tras el fin del Imperio Otomano– y los grupos islamistas es, más que un conflicto entre dos sistemas distintos, «una lucha por el poder entre dos fuerzas que en realidad no son tan diferentes la una de la otra». Este grupo condenaba asimismo el autoritarismo de las izquierdas turca y kurda, y ponía como ejemplo la tendencia del PKK a utilizar la fuerza para «eliminar a las organizaciones rivales, tanto turcas como kurdas». Del mismo modo, se oponían a las ambiciones imperiales de la propia Turquía, indicando que «estamos en contra de la política colonialista del Estado turco, y de sus políticas de asimilación, asentamientos e inmigraciones forzosas en la parte norte de Chipre». En el mismo artículo el grupo añade:

«El concepto de nación es un concepto imaginario empleado frecuentemente por las élites dominantes como base para su estructura de poder, así como por las camarillas aspirantes para engañar a las minorías oprimidas. Por esta razón, nosotros no creemos en la llamada auotodeterminación de una ‘nación’ imaginaria, sino en el autogobierno de individuos voluntarios, grupos y comunidades, trabajadores y no asalariados, etc».

Otro texto clave es ¿Necesitan los kurdos un estado?, publicado en 1996 por los Anarquistas Kurdos. En él se condena al PKK y a los grupos separatistas que, «en el nombre de un Kurdistán libre, y apoyados por terratenientes y comerciantes […] se han autoproclamado nuevos jefes del Kurdistán, aplastando con mano de hierro cualquier descontento y cualquier desafío a su poder y a sus propiedades, como cualquier otra autoridad en el mundo». El texto rechaza una solución basada en un estado: «Es una gran mentira, una mentira imperdonable, contarle al mundo, a través de sus medios masivos de comunicación, que el sufrimiento en las vidas de la mayoría del pueblo kurdo está provocado por la falta de un poderoso estado kurdo. La verdad es que la población pobre del Kurdistán está sufriendo, como, en muchos sentidos, la población trabajadora del resto del mundo, debido a las brutales fuerzas del sistema capitalista y sus propias autoridades».

La solución, argumentan los Anarquistas Kurdos, es «decirles a los trabajadores, a los profesores, a los estudiantes del Kurdistán, en las granjas, en las escuelas, en los lugares de trabajo, que no se dejen engañar por un simple cambio de jefes, de turcos a kurdos, de persas a kurdos, de árabes a kurdos; que aprendan de su propia historia y del conjunto de la historia de la clase obrera. La solución es una revolución anarco-comunista, una tarea enorme y que costará sangre, a una escala internacional, que encenderá la llama de la revuelta y de los corazones y las conciencias de turcos, persas y árabes, trabajadores, estudiantes y soldados, para acabar con el poder de la pobreza y con el poder del dinero». «Nuestro objetivo», concluyen, «es eliminar la religión, el estado, el racismo y el dinero».


Más información:
» Michael Schmidt & Lucien van der Walt, The Kurdish Question: Through the lens of Anarchist Resistance in the Heart of the Ottoman Empire 1880–1923 (The Anarchist Library)
» Anarchism en Turkey (Karambol Publications)
» Do the Kurdisk people need a state? (Umanita Nova, 1996)
» A short report on Anarchism in Turkey in 2000
» Interview with Kurdistan Anarchists Forum (anarkismo.net)
» Palestinian Anarchists in Conversation: Recalibrating anarchism in a colonized country (Institute For Anarchist Studies)
»The colour brown: de-colonising anarchism and challenging white hegemony (Budour Hassan)
» Tahrir International Collective Network 

La independencia kurda con ojos anarquistas

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De entre la gran cantidad de películas que la compañía cinematográfica francesa Pathé filmó entre finales del siglo XIX y principios del XX, acaba de emerger una pequeña joya: las primeras imágenes rodadas en Bursa, antigua capital del Imperio Otomano, y actualmente la cuarta ciudad más importante de Turquía. Se trata, en realidad, de dos pequeños filmes, realizados ambos en el año 1890, durante la época del sultán Abdul Hamid II. El primero describe el viaje hasta la ciudad; el segundo muestra algunos de sus lugares más célebres, incluidos los baños turcos o los jardines de Muradiye. En total, unos cinco minutos.

Según informa la agencia turca de noticias Anadolu, la película fue hallada por un investigador durante la restauración que se está llevando a cabo en el complejo de Muradiye. El responsable de la compañía que se encarga de los trabajos de rehabilitación, Mahmut Sabuncuoğlu, la pasó entonces al alcalde de la ciudad para que la hiciese pública y la compartiese «con toda Bursa y toda Turquía». Bursa, uno de los destinos turísticos más importantes de Turquía, fue capital del Imperio Otomano entre 1326 y 1365.

El archivo de Pathé, combinado desde 2004 con el catálogo de la Cinemateca Gaumont, constituye el mayor banco francés de imágenes históricas, con más de 12.000 horas de películas que abarcan hasta el año 1979.

Cinco minutos en la Turquía de 1890

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Derviches en Galata, Estambul, 1870. Foto: Pascal Sebah. Collection Pierre de Gigord-CNRS Éditions. Fuente: Ottoman History Podcast.

Derviches en Galata. Estambul, 1870. Foto: Pascal Sebah. Collection Pierre de Gigord-CNRS Éditions.

Una mujer palestina fumando en pipa. Jerusalén, agosto 1918. Foto: Paul Castelnau, Albert Kahn Collection. Fuente: Ottoman History Podcast.

Una mujer palestina fumando en pipa. Jerusalén, agosto 1918. Foto: Paul Castelnau, Albert Kahn Collection.

Músico callejero turco, hacia 1950. Foto: George Pickow. Fuente: Ottoman History Podcast.

Músico callejero turco, hacia 1950. Foto: George Pickow.

La página web Mideastimage es una auténtica mina de oro para los interesados en la fotografía antigua en general, y para los amantes de las a menudo evocadoras imágenes históricas de Oriente Medio en particular.

Estructurada tanto por lugares como por temas, y con una gran cantidad de información adicional (fotógrafos, fechas, contexto histórico), la página ofrece una impresionante colección de fotos, la mayoría de ellas tomadas en el siglo XIX y principios del XX, que es toda una invitación a sumergirse en un viaje virtual en el tiempo por ciudades legendarias como Damasco, Bagdad, Jerusalén, El Cairo, Palmira, Alepo…

Uno de los apartados más destacados es el dedicado a Turquía (especialmente, a Estambul), bajo el poder entonces de un Imperio Otomano ya en declive.

El tren entre Konia y Eskishehir, parte de la línea Berlín-Bagdad. Foto: mideastimage.com
Cristianas sirias en la región de Mardin, al sureste de Turquía, en 1905. Foto: mideastimage.com
El jefe de los eunucos del sultán Abdul Hamid II, en el Palacio Imperial de Estambul, en 1912. Foto: mideastimage.com
El Parlamento otomano en 1908. Foto: mideastimage.com
El patriarca de la iglesia asiria, cerca de Qudshanis, en la región montañosa de Hakari, hacia 1904. Foto: mideastimage.com
El sultán Abdul Azziz llega en barca a la mezquita de Ortaköy, en Estambul, para la oración del viernes. Foto: mideastimage.com
Estambul, 1903. El sultán Abdul Hamid II, en una ceremonia en el palacio de Yeldiz. Foto: mideastimage.com
Estambul a mediados del s. XIX. Foto: mideastimage.com
Estambul, desde la ciudadela de Mehmet, en el siglo XIX. Foto: mideastimage.com
Gran Bazar de Estambul, en el s. XIX. Foto: mideastimage.com
La Gran Mezquita de Diyarbakir, hacia 1920. Foto: mideastimage.com
Los últimos días del Imperio Otomano. El sultán Mehmet VI, en su palacio de Estambul, días antes de ser depuesto por Ataturk, en 1922. Foto: mideastimage.com
Milicianos turcos en la zona armenia de Van, en el sureste de Turquía. Foto: mideastimage.com
Misioneros capuchinos en Diyarbakir, a finales del s. XIX. Foto: mideastimage.com
Mujeres adineradas en la ciudad de Urfa, en el sur de Turquía. Foto: mideastimage.com
Mujeres europeas en las afueras de Estambul (1911). Foto: mideastimage.com
Mujeres otomanas en las afueras de Estambul (finales del s. XIX). Foto: mideastimage.com
Trabajadores en un café de Estambul, hacia 1890. Foto: mideastimage.com
Una de las cuatro puertas de la muralla de Diyarbakir, hacia 1920. Foto: mideastimage.com
Un café de Estambul hacia 1860. Foto: mideastimage.com
Un porteador de equipajes, en 1890. Foto: mideastimage.com
Vendedores de comida junto a la Mezquita Nueva de Estambul, a principios del s. XX. Foto: mideastimage.com

Turquía, en la máquina del tiempo

La página web Mideastimage es una auténtica mina de oro para los interesados en la fotografía antigua en general, y para los amantes de las a menudo evocadoras imágenes históricas de Oriente Medio en particular. Estructurada tanto por lugares como… Leer

Una bandera kurda en Duhok, en el Kurdistán iraquí.
Foto: William John Gauthier / Flickr (CC)

Hace poco más de un mes, muchos de los pueblos que habitan Oriente Medio y el Asia central celebraron la festividad anual de Noruz, una tradición que hunde sus raíces en el zoroastrismo y que, durante más de 3.000 años, ha marcado puntualmente el principio de la primavera con ritos asociados al fuego, a la tierra, a la abundancia y al renacimiento de la vida. Es el año nuevo persa y, como tal, la fiesta se vive con especial intensidad en Irán. Pero no sólo allí. Para los kurdos, Noruz es el recuerdo de una victoria.

Cuando, en los tiempos del mito, el legendario héroe Kave Ahangar logró acabar por fin con el poder diabólico del tirano Zahak, la llegada de la primavera y la esperanza de un futuro mejor quedaron asociadas para siempre en el imaginario colectivo del pueblo kurdo. Fue, literalmente, el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Y si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir…

La cuestión es cuándo.

No existe un censo oficial, pero se calcula que los kurdos son actualmente entre 40 y 50 millones. Están repartidos entre Turquía (más de 20 millones), Irán (unos 13 millones), Irak (8 millones), Siria (algo menos de 2 millones) y Armenia (unos 100.000). Muchos viven también en la diáspora, sobre todo en Alemania, Suecia y el Reino Unido. Todos comparten una lengua y una cultura comunes, y la mayoría son musulmanes (suníes, principalmente), pero existe también una minoría de cristianos e incluso algunos judíos. Se les considera el mayor pueblo del mundo sin un Estado propio, y no es muy probable que esta situación vaya a cambiar, al menos a corto plazo.

Y es que los vientos de cambio que están barriendo la región del planeta en la que habitan están soplando en muchas direcciones, pero el Kurdistán, un país que tendría, si existiera, un tamaño semejante al de Irak, no parece ser, para variar, una de ellas.

De momento, lo único que han conseguido los kurdos al abrigo de las revoluciones actuales es obtener la ciudadanía en Siria, donde sufrían todos los problemas de estar sometidos a un Estado y ninguna de sus supuestas ventajas. Se trata de una ‘concesión’ que está enmarcada, en cualquier caso, dentro de las medidas con las que el dictador Bashar al Asad ha intentado, en vano, aplacar las protestas contra su régimen.

¿Llegaremos a ver una revuelta popular kurda semejante a las que están protagonizando muchos de los pueblos árabes? No parece probable.

En primer lugar, una hipotética revuelta kurda tendría, en principio, otras demandas. No se trataría de pedir más democracia, sino, en teoría, de exigir la independencia. Y eso puede ser mucho más complicado, entre otras cosas, porque lo que reclaman ya muchos kurdos, como los de Siria o los de Irak, no es la independencia en sí, sino mayores niveles de autonomía, menos corrupción, mejores condiciones económicas, igualdad de derechos con el resto de los ciudadanos o un respeto básico a su cultura.

En segundo lugar, no serían protestas dirigidas contra un solo régimen, sino contra cuatro, cada uno con su propia realidad, sus propios problemas y su propia política.

Al margen de la Historia

Cuando los antiguos poderes coloniales, Francia y el Reino Unido, se repartieron la región al término de la I Guerra Mundial sentaron las bases para la creación de estados nacionales que atendían exclusivamente a sus intereses económicos y geoestratégicos, y a base de tiralíneas. Con el tiempo, la situación acarreó todo tipo de problemas, incluyendo la división del pueblo árabe, la mezcla de diferentes identidades y comunidades en naciones artificiales, la ascensión al poder de gobernantes corruptos, tiranos, títeres o simplemente inoperantes, y, por supuesto, la pesadilla originada por la creación en Palestina del Estado de Israel.

Pero, probablemente, y al margen del problema palestino, quienes se llevaron la peor parte en el reparto de la tarta fueron los kurdos. Su territorio, el Kurdistán, quedó fragmentado entre nuevos países, y los kurdos se convirtieron, contra su voluntad, en turcos, iraquíes, sirios o iraníes, después de una efímera independencia que fue aplastada en 1921, con la ayuda de los británicos. En cada uno de estos países fueron obligados a «integrarse» y se les prohibió el desarrollo de su lengua, de sus costumbres y de su cultura.

En Turquía, la nación kurda no existe oficialmente. Los kurdos son considerados por el gobierno un pueblo de origen turco, y su idioma, una mezcla deformada del persa, el árabe y el turco. Hasta hace sólo unos años, los únicos maestros que podían enseñar en las escuelas kurdas eran docentes turcos enviados por el Estado desde la otra punta del país.

A pesar de que la situación ha mejorado algo en los últimos años, sobre todo debido al deseo de Turquía de ingresar en la Unión Europea, la represión sigue siendo importante. Es posible que hayan pasado los tiempos más duros del terrorismo independentista kurdo del PKK y la represalia brutal del ejército turco (una guerra que dejó 37.000 muertos desde finales de los años ochenta), pero la situación está aún lejos de una mínima normalidad.

Hace sólo unos días, la decisión de la Comisión Electoral Suprema de Turquía de impedir a importantes candidatos independientes kurdos presentarse a las elecciones de junio provocó violentas protestas en el Kurdistán turco, con el resultado de un muerto y varios heridos. En Estambul, decenas de personas llegaron a acampar en una céntrica plaza de la localidad, en un intento de emular las manifestaciones de la plaza Tahrir de El Cairo. La Comisión Electoral dio finalmente marcha atrás y acordó permitir la participación de los candidatos kurdos.

De las masacres al gobierno

En Irak, la suerte de los kurdos ha sido especialmente trágica. El régimen de Sadam Husein los puso en el punto de mira y, con el fin de evitar cualquier reivindicación que implicara una segregación del norte del país, rico en petróleo y donde vive la mayoría de la población kurda, no dudó en masacrarlos (armas químicas incluidas). Las excusas: terrorismo, colaboracionismo con Turquía o con Irán… Miles de personas, muchas de ellas civiles, y una gran cantidad de niños, fueron asesinados. Unos 5.000 kurdos de la ciudad de Halabja murieron en 1988, cuando el régimen de Sadam Husein usó gas nervioso contra la población. Se calcula que cerca de 182.000 civiles murieron entre 1986 y 1989 durante operaciones militares contra las zonas rurales del Kurdistán iraquí.

Tumbas de víctimas del ataque químico perpetrado por el régimen de Sadam Husein en 1988 contra la población kurda en Halabja, Irak.
Foto: Adam Jones / Wikimedia Commons

No es de extrañar, por tanto, que varias facciones kurdas se levantaran contra el régimen de Sadam tras la primera Guerra de Golfo, o que los representantes políticos de los kurdos iraquíes apoyasen, en su mayoría, la invasión de Irak que lideró posteriormente EE UU, en 2003. Una vez derrocado Sadam Husein los kurdos lograron un alto grado de autonomía, y uno de sus principales dirigentes, Yalal Talabani, es hoy el presidente de Irak.

Actualmente, el Kurdistán iraquí es una de las regiones más estables y seguras del país. Mantiene sus propias relaciones exteriores, y es sede de consulados y oficinas de representación de varios países, como Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Suecia, Holanda o Rusia. En general, los kurdos de Irak se decantan por pertenecer a una nación federal y democrática más que por la independencia, algo, por otra parte, difícilmente conseguible estando a la sombra de Turquía.

La situación, sin embargo, no es tan idílica como pueda parecer. Las tasas de desempleo son muy altas y los graves niveles de corrupción preocupan especialmente a la población, hasta el punto de haber salido también a la calle para exigir reformas, transparencia y democracia. En una de estas protestas, el pasado 17 de febrero, murieron nueve personas al abrir fuego la policía contra grupos de manifestantes que se dirigían hacia las oficinas de los dos principales partidos kurdos iraquíes. Pero el descontento es, de momento, más socioeconómico que nacionalista.

Ciudadanos de segunda

¿Y en Siria? En 1962, antes incluso de la llegada al poder de Hafez al Asad, el padre del actual presidente, el gobierno, dominado ya por el partido Baaz, quitó la ciudadanía y los derechos civiles a más de 100.000 kurdos de la provincia de Al-Jasaka, en el noreste del país, durante una época de fuerte tensión con Turquía e Irak. La medida afectó también a sus descendientes, y ha estado vigente durante casi medio siglo, hasta que fue derogada el pasado 7 de abril por el presidente Bashar al Asad. La razón puede haber sido tanto el temor a que las protestas kurdas avivasen más aún la rebelión popular contra el régimen, como un intento de sembrar división y discordia entre las numerosas facciones y minorías que conforman Siria. Además, medio centenar de prisioneros kurdos fueron liberados.

Hasta ahora, por tanto, los kurdos de Siria (aproximadamente, el 12% de la población, prácticamente todos ellos musulmanes suníes) han luchado más por la dignidad que por la independencia. En las protestas, y a diferencia de actos similares organizados por partidos kurdos turcos o, en el pasado, iraquíes, los manifestantes no reivindicaban ni autonomía, ni Estado federal, ni segregación, sino poder disfrutar de los mismos derechos que tienen las demás comunidades sirias.

Lo que ocurra a partir de ahora es una incógnita, y depende de si el régimen logrará sobrevivir o no, y cómo, a la revolución en todo el país.

El caso de Irán, por último, es más complejo. En un principio, los kurdos iraníes (unos 4 millones, ubicados principalmente en las provincias noroccidentales de Kurdistán, Kermanshah e Ilam) apoyaron la revolución islámica de 1979 contra el sha, pero su oposición a la república teocrática chií les enfrentó al nuevo régimen. Jomeini les declaró una guerra santa y aplastó la revuelta sin contemplaciones. Con la llegada del relativo aperturismo de Jatami, en 1997, lograron algunos avances en el reconocimiento de su identidad cultural, pero cuando las protestas por el juicio en Turquía al líder kurdo Abdullah Öcalan se extendieron también a Irán, comenzaron a producirse choques sangrientos con la policía.

En 2004, miembros del PKK turco crearon el PJAK, una milicia en las montañas de la frontera entre Irak e Irán que, a partir de 2006, llevó a cabo varios atentados con bomba y fue a su vez bombardeada regularmente por el ejército iraní. Según diversas informaciones, el PJAK recibía apoyo de EE UU, lo que resultaba especialmente polémico, dado que Washington (y también la UE) considera al PKK un grupo terrorista.

En noviembre de 2008, poco después de la victoria electoral de Barack Obama, el PJAK anunció que ponía fin a la lucha armada contra Irán y que pasaba a enfrentarse directamente contra Turquía. No obstante, en abril de 2009 tuvo lugar un ataque a una comisaría iraní en el que murieron 18 policías y 8 guerrilleros. Irán contraatacó una semana después bombardeando una aldea kurda iraquí.

División… y petróleo

Más allá de las diferentes realidades de los kurdos en sus respectivos países, o del hecho de que las revueltas actuales en Oriente Medio esten más centradas en reclamar libertad, pan y democracia que en aspiraciones independentistas, uno de los principales impedimentos para que surja una ‘primavera’ kurda se encuentra, probablemente, en los propios kurdos y en la gran división que existe entre los distintos grupos políticos que les representan.

En Irak, sobre todo, la enemistad entre el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) domina la actividad política. Ambos partidos tienen sus propias zonas de influencia (el norte, con capital en Erbil, del PDK; el sur, con capital en Suleimania, del UPK), y la tensión alrededor de Kirkuk sigue manifestándose en ocasionales combates.

Pero al final, como suele ocurrir con tantos otros conflictos en la región, el problema definitivo es el petróleo.

El subsuelo de lo que sería el Kurdistán, un territorio de 500.000 Km² que abarca desde los montes Tauro de la Anatolia oriental, en Turquía, hasta los montes Zagros del oeste iraní y el norte de Irak, tiene una de las mayores reservas acuíferas y petrolíferas de todo Oriente Medio. Prácticamente todo el crudo extraído por Turquía y Siria, y un tercio del que se extrae de Irak, proviene de pozos perforados en territorio kurdo.

Hace más de 30 siglos que los kurdos viven allí, y, aunque han gozado de periodos de cierta autonomía en el pasado (durante el Imperio Persa, al principio del Imperio Otomano), nunca han tenido un Estado real. Es cierto que las rebeliones se han sucedido desde el siglo XIX, pero el feudalismo tribal que caracterizaba la sociedad kurda y la falta de un liderazgo común impidieron durante décadas la creación de una conciencia nacional, y contribuyeron a que los numerosos levantamientos kurdos producidos en los últimos 200 años fueran sofocados.

A pesar de todo, y por más que pese a muchos, la nación kurda sigue existiendo. Existe en su cultura, en su música, en su idioma y en su literatura; en unas tradiciones que, a pesar de la islamización que siguió a la dominación árabe, siguen conservando fuertes vínculos con la religión mazdeísta de sus orígenes, tan vinculada a la naturaleza. Y existe, también, en los recuerdos de los miles de exiliados dispersos por medio mundo, en las aspiraciones de libertad que aún se mantienen vivas, en un pasado común de continuas represiones y persecuciones, y en la esperanza de un futuro mejor que, si no ahora, tal vez llegue algún día tras un nuevo Noruz, en una nueva primavera.

Cronología moderna

  • 10 de agosto de 1920. Tratado de Sèvres, en el que se establece la creación de un Kurdistán independiente que comprendiese la Anatolia suroriental (al sur del lago Van) y la región de Mosul. Yodo quedó en la nada por diferencias tribales y el rechazo del líder nacionalista turco Kemal Ataturk. En este periodo, los partidos kurdos se dividieron en dos ramas: la partidaria de mantener su autonomía en Turquía y la que optaba por la independencia.
  • 1945-1948. Los kurdos piden ante la ONU la independencia de su territorio.
  • 1945. Se funda la República Independiente de Mahabad (Irán), de un año de duración.
  • 1961-1970. Revuelta kurda en Irak.
  • 1970. Los kurdos logran el dominio de una región autónoma en Irak.
  • 1975-1991. Guerra entre los kurdos y las fuerzas armadas de Irak, comenzada por los kurdos.
  • 1978. Abdullah Öcalan funda el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que empieza a operar en Turquía.
  • Años ochenta. Las guerrillas kurdas, apoyadas por la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), y con base en Siria, Irak e Irán, realizan cientos de incursiones armadas en el sureste de Turquía.
  • 1984. El PKK desencadena una guerra abierta contra Turquía.
  • 1988. Ataques con armas químicas a los kurdos iraquíes por parte de Sadam Husein.
  • 1991. Tras la Guerra del Golfo, varias facciones kurdas se levantan contra Irak.
  • 1992. Facciones kurdas iraquíes constituyen un Gobierno.
  • 1994. La activista y diputada kurda Leyla Zana es arrestada y acusada de pertenecer al PKK, tras serle levantada la inmunidad parlamentaria. Permanece diez años en prisión y es reconocida como prisionera de conciencia por Amnistía Internacional.
  • 12 de abril de 1995. Parlamento kurdo en el Exilio, constituido en La Haya.
  • Octubre de 1998. Siria deja de apoyar al PKK.
  • Marzo de 1999. Es capturado en Kenia el líder kurdo Abdullah Öcalan. Juzgado en Turquía por alta traición y asesinato, Öcalan fue condenado a muerte, pero la sentencia está actualmente apelada ante el Tribunal de Justicia Europeo.
  • 7 de abril de 2011. El presidente sirio Bashar al Asad promulga un decreto por el que concede la ciudadanía a los habitantes de origen kurdo.

Fuente principal de la cronología: Wikipedia
Más información: Mediterráneo Sur: El conflicto kurdo

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