Miembros del EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIS, por sus siglas en inglés). Foto publicada en una web yihadista y verificada por AP
En noviembre de 1918, recién concluida la Primera Guerra Mundial, el coronel T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, presentó ante el Comité de Guerra británico un mapa realizado por él mismo, en el que mostraba cómo deberían trazarse las nuevas fronteras en Oriente Medio, una vez desaparecido el Imperio Otomano. El mapa, más un boceto que una propuesta detallada, reservaba un espacio para los kurdos de Irak, dividía con más o menos precisión las áreas suní y chií de este país y, aunque mantenía la frontera con la actual Siria para no molestar a los franceses, agrupaba el norte de ambos Estados en una sola zona del mismo color. No le hicieron ni caso.
La Administración británica en Mesopotamia rechazó la idea de plano, y las potencias occidentales siguieron adelante con el acuerdo alcanzado durante la guerra por franceses y británicos, que habían negociado en secreto Mark Sykes y François Georges-Picot. El resultado, un Oriente Medio diseñado según agendas coloniales, a base de escuadra y cartabón, fue el mapa que, con ligeras variaciones, conocemos hoy, y también, aunque no la única, sí una de las principales semillas de un siglo de guerras y caminos sin salida.
Más tarde vendrían la creación del Estado de Israel y el drama palestino, el boom del petróleo y sus consecuencias, las dictaduras, los nacionalismos, los experimentos y las revoluciones, el fundamentalismo islámico, el terrorismo, los dobles raseros de la comunidad internacional y la frustración de que comunidades distintas no puedan vivir en paz bajo un mismo techo, más allá de los países que las albergan. Pero el germen, haber dejado de lado la compleja realidad religiosa y étnica de Oriente Próximo, había quedado plantando mucho antes, en los despachos de Londres y París… ¿Hasta ahora?
Las revueltas de la llamada «primavera árabe», iniciada hace ya tres años; la devastadora guerra civil en Siria y su efecto en los países vecinos; el caos dejado en Irak por la invasión que lideró EE UU en 2003; el renacimiento de las eternas divisiones en el Líbano… Mes tras mes, semana tras semana, las fronteras que durante décadas mantuvieron, a menudo con mano de hierro, los gobiernos de la zona, empiezan a emborronarse. Alianzas y odios ancestrales –entre las dos principales ramas del islam, suníes y chiíes, sobre todo– van tomando cada vez más protagonismo, y la identidad sectaria, étnica y religiosa se superpone a la nacional. Los grupos más radicales del llamado yihadismo aprovechan la debilidad de los gobiernos o las situaciones de guerra para crear pseudoestados en los que las líneas divisorias creadas por Occidente parecen haber dejado de existir.
Un nuevo escenario
En tan solo unos días, los yihadistas suníes del EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIS, por sus siglas en inglés) se han hecho con el control de Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak y la más importante de su zona norte, llegaron a entrar triunfantes en Tikrit, capital de la provincia de Salahedin y localidad natal de Sadam Husein, y avanzan ahora hacia Bagdad tras haber provocado la huida de más de medio millón de personas, y ante la espantada del ejército iraquí.
Los insurgentes, demasiado radicales incluso para la Al Qaeda de la que se escindieron, fanáticos instalados en el terror de la intolerancia total, están estrechamente conectados con grupos similares que combaten en la guerra en Siria. Entre sus primeras acciones, a golpe de excavadora y con la gran difusión mediática que les permite su intensa actividad en las redes sociales, se apresuraron a destruir los abandonados pasos fronterizos con este país y anunciaron la unificación formal de los territorios que controlan en ambos Estados. Las fronteras ideales del califato islámico que tienen en mente se extienden desde el golfo Pérsico hasta el Atlántico, pero, de momento, sus límites no difieren mucho de aquel olvidado mapa de Lawrence.
Esta explosión está suponiendo, además, una oportunidad para los kurdos del norte de Irak, obligados a defenderse ante la ausencia del Ejército nacional iraquí, y ha provocado que Irán (la gran potencia chií) se haya comprometido a intervenir, colaborando incluso con Estados Unidos si es necesario.
Es demasiado pronto para hacer predicciones, y son muchos y muy complejos los intereses que hay en juego, pero, para algunos analistas, podríamos estar asistiendo al final de Irak tal y como lo conocemos.
Estas son, en preguntas y respuestas, las principales claves de la crisis:
¿Qué está pasando en Irak?
El pasado martes, el EIIL, apoyado por combatientes tribales y otros grupos afines, se hizo con el control de Mosul, capital de la provincia iraquí de Nínive, en el norte del país, antes de extender en los siguientes días una espectacular ofensiva hacia las provincias de Salahedin, Kirkuk y Diyala, en su camino hacia Bagdad y los santuarios chiíes de Kerbala y Nayaf. Los insurgentes llegaron a entrar en Tikrit, la cuna del fallecido líder iraquí Sadam Husein, si bien esta localidad fue recuperada después por el ejército.
La toma de Mosul, la segunda gran ciudad que cae en manos del EIIL este año, después de Faluya, supone un duro golpe a los intentos del primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, por derrotar a los insurgentes. Desde la retirada de las fuerzas estadounidenses del país en 2011, los yihadistas han ido ocupando cada vez más territorio.
El avance actual del EIIL ha provocado la huida de cientos de miles de personas (algunas fuentes elevan el número de desplazados en la zona al medio millón), principalmente hacia el Kurdistán iraquí. La ofensiva se produce después de que los yihadistas se hayan hecho con buena parte del nordeste de Siria (el grupo controla la provincia de Al Raqqa y tiene gran presencia en la vecina Deir Ezzor, fronteriza con Irak), y tiene como objetivo establecer un estado islámico entre estos dos países.
La situación se agravó este viernes cuando el más alto clérigo chií en Irak instó a los ciudadanos a tomar armas contra los extremistas suníes, y Naciones Unidas informó de que tiene pruebas de que algunos miembros del EIIL han realizado ejecuciones sumarias de civiles en su avance hacia el sur. Diversos vídeos y fotografías distribuidos estos días en Internet muestran prisioneros capturados por los insurgentes, ejecutados o marchando en grandes filas con destino incierto.
Entre tanto, tropas kurdas tomaron este jueves el control de la ciudad petrolera de Kirkuk, en la región autónoma del Kurdistán iraquí, ante la huida de soldados y policías iraquíes, y con el fin de defender a la población del avance de los yihadistas.
Zonas controladas por el EIIL el 13 de junio de 2014. Mapa: BBC
¿Cuál es el contexto?
La violencia sectaria, principalmente entre suníes (en torno al 35% de la población) y chiíes (cerca del 65%), ha sido una constante en Irak desde la invasión liderada por EE UU que derrocó a Sadam Husein en 2003. El punto máximo se alcanzó durante la guerra civil de 2006-2007 y, tras unos años de relativa calma, la tensión volvió a recrudecerse a lo largo de 2013, con atentados casi diarios y decenas de miles de muertos cada mes.
El incremento de la violencia está vinculado al resentimiento de la población suní con la mayoría chií (actualmente en el gobierno liderado por Nuri al Maliki), a la que los suníes acusan de practicar una discriminación sistemática. Algunas muertes se producen cuando las fuerzas de seguridad se enfrentan a personas o grupos armados. En otros casos se trata de pura violencia confesional, dirigida contra objetivos civiles.
La tensión se disparó tras la retirada de las tropas estadounidenses, y las medidas adoptadas por el Gobierno para intentar atajarla solo han conseguido echar más leña al fuego. El ejecutivo actual, concebido desde el principio en base a identidades religiosas, no ha logrado articular, o fortalecer, la idea de una única entidad nacional. A ello hay que añadir los intentos de Al Qaeda en Irak y de otros grupos extremistas como el EIIL por hacerse fuertes en el país.
La guerra en Siria también está afectando. Los lazos entre los suníes de Irak y los de Siria son fuertes, y las tribus suníes iraquíes preciben la «opresión chií» como algo general, proveniente tanto del Gobierno iraquí como de la minoría alauí siria (el alauismo, confesión a la que pertenecen el presidente sirio, Bashar al Asad, y la clase dirigente de este país, es una rama del islam que comparte muchas prácticas y creencias con el chiísmo).
Por otro lado, a pesar del entrenamiento que recibieron de las tropas estadounidenses, las fuerzas de seguridad iraquíes no están aún preparadas para enfrentarse a los múltiples desafíos que presenta la situación actual. Los suníes, además, acusan a la policía y al ejército de velar tan solo por los intereses del Gobierno, en lugar de ser una fuerza nacional dedicada a proteger al país y a los ciudadanos.
Muertes violentas de civiles en Irak entre 2006 y 2014. Gráfico: BBC
¿Por qué se ha producido ahora el avance yihadista?
El origen del avance actual se encuentra en diciembre de 2013, cuando militantes islamistas tomaron la ciudad de Faluya, en el centro del país, y algunas poblaciones cercanas a Ramadi. Ahora, el EIIL está aprovechando dos factores clave: el creciente descontento de la minoría suní hacia el presidente Maliki, y la cada vez mayor dimensión sectaria de la guerra en la vecina Siria. La debilidad de las autoridades estatales en el norte de ambos países hace posible que los militantes yihadistas puedan cruzar fácilmente la frontera, y no hay que olvidar que la mayoría de la población del territorio en que se mueven es de confesión suní.
En cualquier caso, la ofensiva actual no puede calificarse exactamente como un ataque sorpresa. En las últimas semanas, el EIIL ya había atacado en otras zonas de Irak, como Samarra (localidad especialmente importante para el Gobierno por su santuario chií), y el primer ataque sobre Mosul (el verdadero objetivo) se inició el pasado 6 de junio, aunque en aquella ocasión pudo ser repelido.
¿Cómo han podido avanzar tan rápidamente?
Los insurgentes no han encontrado apenas resistencia por parte de las fuerzas de seguridad iraquíes, aquejadas de graves problemas de corrupción, marcadas por el sectarismo en sus filas y con poco sentimiento de lealtad a un gobierno que, entre otras cosas, tarda meses en pagar los salarios.
El Gobierno iraquí cuenta con unos 930.000 soldados entrenados por EE UU, y con un personal de seguridad complementario de 270.000 efectivos, suficientes, en teoría para contener a los rebeldes del EIIL, cuyo número se calcula entre 10.000 y 15.000. Las tropas iraquíes, sin embargo, están desmoralizadas por la dureza del conflicto y por la crudeza de los ataques de los yihadistas, que incluyen atentados suicidas, decapitaciones y crucifixiones.
Por otra parte, en las áreas suníes suelen estar destacados soldados suníes, que no ven con buenos ojos tener que combatir a miembros de su misma confesión, y en cuanto a la policía, muchos de sus componentes son reclutados entre la población local, y muy vulnerables, por tanto, a la presión de sus correligionarios y de los grupos terroristas. En Mosul, unos 30.000 soldados iraquíes abandonaron sus armas y huyeron cuando fueron atacados por cerca de 800 combatientes.
En cuanto al EIIL en sí, sus militantes estarían siendo apoyados por exoficiales y exsoldados del antiguo ejército iraquí que se disolvió cuando EE UU invadió el país. Además, el grupo, reforzado con voluntarios llegados no solo de Siria sino también de otros países de la región e incluso de Europa y EE UU, parece haber adaptado sus tácticas y su mensaje para conectar mejor con la población iraquí. En Siria no ocultan sus objetivos e imponen abiertamente su radical interpretación de la ley islámica, con prohibiciones que recuerdan las prácticas de los talibanes afganos y ejecuciones en plazas públicas. En Irak parecen concentrarse más en presentarse como los protectores de la comunidad suní frente al gobierno chií de Maliki.
¿Qué es el EIIL y cuál es su relación con Al Qaeda?
El Estado Islámico de Irak y el Levante surgió durante la guerra de Irak de 2003, y juró alianza a Al Qaeda en 2004. En 2006, la organización, bajo el nombre de Estado Islámico de Irak, se estableció como una coalición que englobaba a varios grupos insurgentes iraquíes (incluyendo su predecesor el Consejo de la Shura de los Muyahidines, la propia Al Qaeda en Irak y diversos clanes suníes), con el objetivo de establecer un califato islámico en las regiones suníes de Irak.
El grupo adoptó su actual denominación de Estado Islámico de Irak y el Levante en 2013, al ampliar su ámbito de operaciones a la vecina Siria, donde se ha convertido es una de las principales facciones de la guerra civil, y controla parte de las gobernaciones sirias de Idlib, Alepo y Raqqa. En abril de ese año, la organización se presentó como una fusión entre el original Estado Islámico de Irak (vinculado a Al Qaeda) y el grupo yihadista rebelde sirio conocido como Frente Al Nusra.
Al Nusra, sin embargo, rechazó la supuesta alianza, y dos meses después el propio líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, desautorizó al EIIL como rama territorial de la organización. Al Zawahiri, quien quiere una única facción yihadista combatiendo a las fuerzas del Gobierno sirio, teme que la brutalidad de los métodos del EIIL y la violencia terrorista sistemática que este grupo ejerce sobre la población local acabe deslegitimando la causa yihadista global. Por su parte, el máximo dirigente del EIIL, Abu Bakr al Baghdadi, desobedeció a Al Zawahiri y se negó a aceptar la orden de que sus actividades se limitasen al territorio iraquí.
La competencia entre Al Qaeda y el EIIL por liderar el yihadismo global puede tener como consecuencia un mayor riesgo de atentados en OccidenteLa competencia entre Al Qaeda y el EIIL por liderar el yihadismo global puede tener como consecuencia un mayor riesgo de atentados en Occidente, con fines propagandísticos. Según explica en el diario El País Fernando Reinares, investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos, «a partir de sus conquistas en Irak y Siria el EIIL ha pasado a competir con Al Qaeda por la hegemonía del yihadismo en Próximo Oriente y más allá. Es hoy el desarrollo más importante en la evolución del yihadismo global, cuyos actores están tomando partido por Al Qaeda y sus afines o por el EIIL y los suyos […]. Al Qaeda y el EIIL, en su pugna por movilizar apoyos en el seno de las poblaciones musulmanas, intentarán mostrar potencial para infligir daño a países del mundo occidental utilizando adeptos con que cuenten en los mismos».
¿Cómo actúa en las zonas que controla?
Con sus caras a menudo cubiertas y sus omnipresentes banderas negras, los extremistas del EIIL dirigen las poblaciones que controlan como pequeños Estados, aplicando su radical interpretación de la ley islámica y organizando desde cortes de ‘justicia’ hasta escuelas, servicios urbanos básicos o incluso distribuciones de alimentos.
En Siria ejercen su poder sin contemplaciones (ejecuciones públicas, amputaciones por robos, prohibición de actividades como la música). En Irak parece existir una mayor moderación, aunque solo relativa. En ambos casos han demostrado bastante eficacia a la hora de gestionar los recursos, incluyendo campos de petróleo en Siria o plantas eléctricas en Irak.
Somos soldados del islam, y nuestra responsabilidad es recuperar la gloria del Califato Islámico.
Los líderes tribales y jeques que colaboren con el Gobierno serán considerados traidores.
Las mujeres solo deben salir de casa si es necesario, y, en ese caso, deben vestir de forma modesta y con ropa amplia.
El alcohol, el tabaco y las drogas están prohibidos.
Soldados, policías y miembros de otras organizaciones ateas pueden arrepentirse. Habilitaremos lugares específicos para que lo hagan.
Las reuniones públicas con armas y banderas [salvo las del EIIL] están prohibidas.
Nuestra postura sobre los santuarios y tumbas [chiíes] es conocida [serán destruidos].
En cuanto a sus recursos económicos, el EIIL cuenta con amplias redes de extorsión, y en febrero se hicieron con los valiosos campos de gas de Conoco, cuyo valor se calcula en cientos de miles de dólares. Tras la toma de Mosul, el Gobierno regional iraquí aseguró que el EIIL se había apoderado del equivalente a 430 millones de dólares en moneda iraquí y oro.
¿Quién es su líder?
El líder del EIIL, Abu Bakr al Baghdadi, según una foto distribuida por el Ministerio del Interior iraquí
Nacido en la ciudad iraquí de Samarra en 1971, Al Bagdadi, de quien apenas existen un par de fotografías públicas, asegura ser descendiente directo del profeta Mahoma y, según una biografía citada frecuentemente por los yihadistas, procede de una familia profundamente religiosa y obtuvo un doctorado en la Universidad Islámica de Bagdad. En 2005 fue capturado por las tropas estadounidenses y pasó cuatro años como prisionero en Bucca, al sur de Irak, donde, presumiblemente, entró en contacto con combatientes de Al Qaeda.
En 2010, tras la muerte de varios de los líderes de Al Qaeda en Irak, Al Bagdadi asumió el mando de la organización integrista en el país, en un momento en que la rebelión suní estaba muy debilitada. La guerra en Siria y las políticas del Gobierno iraquí reforzaron tanto al grupo como su liderazgo.
Como señalaba hace unos días un antiguo oficial antiterrorista británico a la agencia AFP, «durante los últimos 10 años, Al Zawahiri [el líder de Al Qaeda] ha estado escondido en la frontera entre Afganistán y Pakistán y se ha limitado a publicar unos pocos comunicados y vídeos, mientras que Al Bagdadi ha capturado ciudades, ha movilizado enormes cantidades de gente, ha asesinado sin piedad a lo largo de Irak y Siria… Si fueras un tipo que busca acción, tu opción sería Al Bagdadi».
¿Cómo son sus combatientes?
El EIIL, un grupo que está combatiendo, con éxito, a dos gobiernos y a otros grupos rebeldes, es como un imán para militantes radicales, no solo iraquíes y sirios, sino de todo el mundo, incluyendo, tal y como puede verse en los vídeos y mensajes que distribuye en Internet, chechenos, alemanes, británicos o estadounidenses.
Un líder del opositor Ejército Libre de Siria indicaba a The New York Times que los combatientes del EIIL están «mejor pagados, mejor entrenados y mejor armados que muchos soldados de los ejércitos nacionales de Siria e Irak». Según testimonios citados por ese mismo diario, muchos se unen a los yihadistas por motivos ideológicos, pero otros lo hacen tambien atraídos por los altos salarios y por la capacidad del grupo para consolidar su poder en las zonas que controla.
¿Pueden tomar Bagdad?
No es muy probable. Por un lado, la defensa de la capital, pertrechada por milicias chiíes y con una presencia del ejército mucho más sólida, no tendría nada que ver con lo ocurrido en el norte. La implicación internacional sería, además, mucho mayor, empezando por Irán.
Por otra parte, no parece que, de momento, el EIIL tenga la capacidad humana, logística y militar necesaria para capturar (y mantener) Bagdad y seguir controlando, a la vez, el resto del territorio.
¿Qué responsabilidad tiene EE UU?
Para algunos analistas, la situación que vive actualmente Irak es la consecuencia directa de la invasión liderada por Estados Unidos en 2003, bajo la presidencia de George W. Bush. La desmantelación del régimen (y del ejercito) de Sadam Husein, que, aunque de forma brutal, mantenía unido el país con un férreo centralismo, no fue sustituida por un gobierno lo suficientemente integrador. El régimen dictatorial de Sadam, controlado por la minoría suní, creó durante décadas un resentimiento entre kurdos y chiíes cuya solución difícilmente podía pasar por darle, sin más, la vuelta a la tortilla. Teóricamente, la intención de Washington era crear un modelo que uniese a todas las comunidades. En la práctica supuso un Estado dominado por la mayoría chií.
La apuesta de la Administración de Barack Obama por Maliki no hizo más que empeorar la situaciónPosteriormente, la apuesta de la Administración de Barack Obama por Maliki no hizo más que empeorar las cosas, creando un país irreversiblemente dividido ahora entre suníes, chiíes y kurdos. La retirada de las tropas estadounidenses cuando aún no estaba garantizada la estabilidad política ni la seguridad acabó de derribar lo que era ya un frágil castillo de naipes. A pesar de los planes iniciales de EE UU de mantener algunas fuerzas en Irak para apoyar al ejército local, las últimas tropas estadounidenses abandonaron el país en diciembre de 2011 sin que se hubiese conseguido un acuerdo en ese sentido entre Bagdad y Washington.
¿Cómo ha respondido Obama?
De momento, el presidente de Estados Unidos ha rechazado una nueva intervención militar terrestre para contener a los yihadistas en Irak. El pasado viernes, Obama indicó claramente que no hará regresar a las tropas estadounidenses a este país, cuya situación describió como un «problema regional a largo plazo», si bien se comprometió a ayudar a las autoridades iraquíes a hacer frente a los guerrilleros, siempre que el Gobierno de Bagdad haga su trabajo: «Estados Unidos hará la parte que le corresponda, pero cualquier tipo de acción que emprendamos deberá estar acompañada por los esfuerzos de los líderes iraquíes», dijo.
No obstante, Obama dejó la puerta abierta a otras opciones militares, entre ellas la que se baraja con más fuerza: ataques aéreos selectivos. Este sábado, el secretario de Defensa de EE UU, Chuck Hagel, ordenó el envío del portaaviones George H.W. Bush al golfo Pérsico.
¿Cómo ha reaccionado Irán?
Las autoridades iraníes (chiíes), que han respaldado siempre al primer ministro iraquí, se apresuraron a expresar su apoyo al Gobierno de Bagdad en su lucha contra los insurgentes suníes, y han llegado a contemplar incluso una eventual (y hasta ahora, impensable) cooperación con Estados Unidos, país que pidió una respuesta «fuerte y coordinada». El presidente iraní, Hassan Rohani, señaló que su país (principal aliado del régimen sirio) no tolerará la violencia y el terror en la región.
Rohani ha negado que Irán haya enviado soldados a Irak, aunque indica que «está dispuesto a ayudar a un país amigo». Como recuerda en El Mundo Javier Espinosa, «Irán ni siquiera necesita implicar gran número de tropas en el territorio iraquí. Desde hace años Teherán apadrina toda una nebulosa de milicias como Asaib ahl Haq, Kataib Hizbulá, Kataib Sayyid al-Shuhada o las Brigadas Badr, que casi actúan como unidades afiliadas a su propio ejército».
¿Qué consecuencias está teniendo la crisis para los kurdos?
Tras el avance de los yihadistas, las fuerzas de seguridad de la región autónoma del Kurdistán iraquí están ocupando las posiciones de las que ha huido el ejército de Bagdad, especialmente en las regiones de Nínive y Kirkuk. Se trata de una zona a la que, tras la invasión estadounidense, regresaron masivamente miles de kurdos desplazados, y en la que se han producido desde entonces continuos enfrentamientos con las autoridades centrales, tanto por cuestiones territoriales como por el control de la gran riqueza petrolera de esta región.
La situación actual supone una oportunidad única para que se produzca una mayor desmembración con respecto a Bagdad, y para que los kurdos afiancen su control político y militar en el norte. Por lo pronto, los diputados de esta comunidad boicotearon esta semana la reunión del Parlamento iraquí en la que Maliki pretendía conseguir apoyo para declarar el estado de emergencia a nivel nacional (una situación que acrecentaría notablemente su poder), y que tuvo que ser suspendida ante la falta de quórum.
Los kurdos ya han mandado al EIIL el mensaje de que no van a reaccionar como el ejército iraquí, y han reforzado sus defensas en numerosas poblaciones. Su papel, no obstante, puede suponer un importante punto de fricción en el futuro, se incline la balanza hacia donde se incline, ya que tanto los árabes iraquíes suníes como los chiíes se oponen a sus reclamaciones territoriales más allá de su enclave actual.
¿Se dividirá Irak?
Esta nueva crisis ha vuelto a poner sobre la mesa la vieja idea, discutida ya durante la guerra de 2003, de que Irak se divida en tres regiones separadas, o incluso en tres naciones independientes: una chií (Bagdad y la mayor parte del sur y la frontera oriental con Irán), una suní (el oeste y algunas zonas del norte), y una kurda (también en el norte, e incluyendo las ciudades de Irbil y Kirkuk, a las que Sadam desplazó grandes cantidades de población árabe).
La opción de la división, planteada también en otros países de la región, tiene defensores y detractores. Por un lado, y contando siempre con que los extremistas del EIIL fuesen reemplazados en un futuro por un liderazgo suní civilizado, el nuevo mapa obedecería a una distribución mas homogénea de la población y supondría, en principio, menos tensiones de carácter étnico y confesional. Por otro lado, y como señalaba el diario británico The Guardian en un editorial, «un Irak dividido sería demasiado débil como para hacer frente, en el mejor de los casos, a la penetración de potencias exteriores, y, en el peor de los casos, podría convertirse en el campo de batalla de la guerra regional entre suníes y chiíes».
La clave, al final, es determinar hasta qué punto es posible un Estado integrador y aconfesional a estas alturas, con tantos muertos a la espalda en todos los bandos.
¿Cómo afecta la crisis a Turquía?
Al otro lado de la frontera septentrional iraquí, el Gobierno de Ankara ya ha celebrado reuniones de emergencia, y decide cómo rescatar a los 80 ciudadanos turcos que mantiene secuestrados el EIIL.
Turquía, con grandes intereses energéticos en Irak, es ahora especialmente sensible a posibles ataques yihadistas, una situación que le ha obligado ha cambiar su discurso en los últimos meses. En 2012, el Gobierno de Recep Tayyip Erdoğan, que apoya a los grupos opositores al régimen sirio de Bashar al Asad, calificó de «apresurada» la decisión de EE UU de incluir al Frente Al Nusra como grupo terrorista. Por entonces, a Ankara no le preocupaba especialmente la ideología de los rebeldes sirios. El pasado mes de junio, Turquía ya había colocado a Al Nusra en su propia lista de grupos terroristas.
¿Cómo está sufriendo la población?
El viernes, la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, mostró su extrema preocupación por «el deterioro dramático de la situación en Irak», de donde provienen «informaciones sobre ejecuciones sumarias y extrajudiciales, y el desplazamiento masivo de medio millón adicional de personas». El sábado, la ONU calificó la crisis como una «tragedia humana» y cifró el número de desplazados internos en todo el país en alrededor de un millón de personas.
La masiva llegada al Kurdistán iraquí en los últimos días de civiles procedentes de la vecina provincia de Nínive ha abierto un nuevo frente humanitario para la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que ya tenía que afrontar la ayuda a los refugiados que siguen llegando de Siria y a los desplazados en los últimos meses de la provincia iraquí de Al Anbar, en el oeste del país.
En noviembre de 1918, recién concluida la Primera Guerra Mundial, el coronel T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, presentó ante el Comité de Guerra británico un mapa realizado por él mismo, en el que mostraba cómo deberían trazarse las nuevas fronteras en Oriente Medio, una vez desaparecido el Imperio Otomano. El mapa, más un boceto que una propuesta detallada, reservaba un espacio para los kurdos de Irak, dividía con más o menos precisión las áreas suní y chií […]
La foto de sí misma publicada por Aliaa Elmahdy en octubre de 2011
«Cuando esta historia se publique, Aliaa Elmahdy habrá borrado las huellas de su antigua vida y se hallará en un lugar desconocido para nosotros, donde continuará huyendo y temiendo el día en que alguno de los hombres de su Egipto natal la localice y se plante frente a ella para llevarla de vuelta».
Así arranca el reportaje, publicado el pasado martes por la revista alemana Der Spiegel, en el que el periodista Takis Würger nos cuenta qué ha sido de la joven egipcia Aliaa Elmahdy desde que en octubre de 2011 subió a su blog una foto de sí misma desnuda, con la intención, en sus propias palabras, de lanzar «un grito contra una sociedad basada en la violencia, el racismo, el sexismo, el acoso sexual y la hipocresía». La foto era un desafío a los sectores religiosos más conservadores de su país, y también, como revela ahora, a sus propios padres. Elmahdy tenía entonces 19 años y estaba bebiendo directamente los vientos de cambio de la revolución egipcia. Estaba, también, escapando de la represión que vivía en casa.
La foto la convirtió en uno de los iconos de la revolución. Su blog recibió más de dos millones de visitas y Elmahdy, que adquirió fama mundial, contó en un principio con numerosos apoyos, tanto de particulares como de organizaciones, incluyendo campañas internacionales de solidaridad. Pero aquella imagen acabó obligándola a cambiar radicalmente de vida.
Un grupo de abogados islamistas la acusó de «violar la moral, incitar a la indecencia e insultar al islam», otros pidieron a las autoridades que le revocasen la nacionalidad egipcia. Elmahdy sufrió amenazas de muerte por parte de islamistas extremistas, e incluso un intento de secuestro y violación:
Un hombre la llamó y le dijo que había encontrado su gato. Elle fue a verle, sola, pero el hombre la estaba esperando con un amigo. El amigo cerró con llave la puerta del apartamento y el hombre intentó bajarle los pantalones, diciéndole que eso era lo que se merecía por haber publicado una foto de ella misma desnuda. Finalmente pudo escapar, después de permanecer encerrada durante toda la noche y de que le robaran la cartera y el teléfono móvil.
En marzo de 2012, la joven decidió huir. Cogió un avión rumbo a Suecia, solicitó asilo y se instaló temporalmente en una pequeña ciudad del país escandinavo, desde la que se comunica solo con las personas que conoce. «No fue fácil contactarla», explica Würger. «Mucha gente ha intentado escribirle correos electrónicos o mensajes en Facebook, pero Elmahdy ignora todos los mensajes procedentes de extraños, porque la mayoría de los extraños solo le escriben para reprenderla».
Poco después. Elmahdy se uniría al grupo radical feminista Femen, fundado en Ucrania y famoso por sus protestas a pecho descubierto, con cuyas activistas ha participado en varias aciones, incluyendo una en Rusia para denunciar la represión contra los homosexuales en este país, y otra en Estocolmo frente a la embajada egipcia.
Würger, que ha logrado entrevistarla, cuenta así cómo nació la famosa fotografía:
Sus padres le decían que una mujer decente no debe posar en fotografías, ponerse flores en el pelo, mostrar las piernas o permanecer de pie con ellas abiertas, vestir prendas ajustadas o pintarse los labios.
Tras acabar el instituto, Elmahdy fue aceptada en la Universidad Americana de El Cairo, donde estudió arte. Sus padres la recogían cada día en el campus. Cuando su madre quiso comprobar si aún conservaba la virginidad, Elmahdy cogió un cuchillo de cocina y dijo que quería irse de casa. Su padre cambió las cerraduras.
En una ocasión en que estaba sola, colocó una cámara sobre un montón de libros en su habitaicón, se pintó los labios de rojo y se desnudó. Después se puso un par de medias y se colocó una flor en el pelo. Se hizo fotos en varias poses. Explica que las tomó para sí misma, como una forma de protesta silenciosa contra sus padres. Cada detalle, la flor, la pose, las medias, alude a una regla impuesta por ellos.
Unas pocas semanas después. Elmahdy se fue del aula en mitad de una clase. Llevaba una mochila en la que había metido algunas prendas de vestir. Tomó un autobús al centro de El Cairo y caminó por la orilla del Nilo, respirando profundamente. Sabía que no iba a volver a casa. […]
[…] Era el año 2011 y el pueblo egipcio estaba rebelándose contra el dictador. Elmahdy fue a la plaza Tahrir varias veces. Allí experimentaría una liberación personal, paralela a la liberación de su país, y allí debió de pensar que ambas cosas estaban relacionadas. Ahí es donde empezaron sus problemas.
En octubre, al pasar algunas fotos desde su cámara digital a su ordenador portátil, encontró las fotos con los desnudos y eligió la más atractiva. Después la subió a su página de Facebook. Los administradores de la red social la borraron a las pocas horas, pero Elmahdy, decidida a que nadie le volviese a decir lo que tenía que hacer, subió la foto a su blog para que todo el mundo pudiese verla.
Al final del reportaje, Würger pregunta a Elmahdy si su mirada en aquella fotografía tenía algún significado. «Significa que no me avergüenzo de ser la mujer que soy», responde ella.
La versión en inglés del reportaje completo puede leerse aquí.
«Cuando esta historia se publique, Aliaa Elmahdy habrá borrado las huellas de su antigua vida y se hallará en un lugar desconocido para nosotros, donde continuará huyendo y temiendo el día en que alguno de los hombres de su Egipto… Leer
Protesta en Túnez por el asesinato del líder opositor Chukri Bel Aid. Foto: Chady Ghram / Wikimedia Commons
Hace poco más de dos años, el 14 de enero de 2010, Zine al Abidín Ben Ali huía a Arabia Saudí, después de haber ocupado la presidencia de Túnez durante más de dos décadas. El dictador (ganó cuatro elecciones con porcentajes de hasta el 99,91% de los votos) cedía al fin el poder tras una revuelta popular que se había iniciado un mes antes, cuando Mohamed Buazizi, un joven de 26 años harto de una vida de constante humillación y sin expectativas, se inmoló a lo bonzo, falleciendo unas semanas después. Su muerte originó un movimiento solidario de protesta social entre los jóvenes pobres y en paro de su ciudad, que se extendió y acabó provocando la histórica caída del presidente. Había nacido la que pronto sería bautizada como «primavera árabe». El siguiente en caer, hace ahora justo un año, sería el presidente egipcio, Hosni Mubarak.
Desde entonces, Túnez ha sido el espejo en que se han mirado muchas de las sociedades árabes que han luchado o siguen luchando por hacer realidad un cambio tras años y años de opresión. También ha sido el modelo con el que, en contraste con la incertidumbre de Libia o la violencia polarizada de Egipto, Occidente respiraba más o menos tranquilo. La transición no era fácil, y las amenazas eran muchas, pero el país parecía caminar en la buena dirección: Elecciones, un gobierno de coalición, Ben Ali juzgado y condenado (aunque en ausencia), el turismo remontando tímidamente, los acuerdos comerciales a salvo… La presión de los salafistas (islamistas radicales) era cada vez más evidente, pero los disturbios en las universidades por el uso del nikab (velo integral), los ataques a galerías de arte, bares y santuarios sufíes, y las amenazas a personajes públicos eran vistos como actos puntuales de una minoría. Estaba el problema del atranque político, pero todos los procesos de transición son complicados. Como mucho, el país se encontraba en punto muerto.
Desde dentro, sin embargo, las cosas no se han visto nunca tan de color de rosa. El pasado martes por la noche, el dirigente izquierdista Chukri Bel Aid, un abogado de 47 años, líder del Partido de los Patriotas Demócratas Unificados (PPDU, integrado en el opositor Frente Popular), militante laico convencido y muy crítico con el Gobierno, denunciaba en un programa de televisión las «tentativas de desmantelar el Estado y crear milicias para aterrorizar a los ciudadanos y arrastrar al país hacia una espiral de violencia». Unas horas después, a la mañana siguiente, dos tiros acababan con su vida en la puerta de su casa.
Detonante
El asesinato de Bel Aid, cuya autoría no ha sido aclarada aún, ha desbordado un vaso que ya estaba lleno. La oposición acusa al partido islamista Al Nahda (o Ennahda, en el Gobierno) de no haber hecho nada para impedirlo, o, directamente, de estar detrás, algo que los islamistas niegan. Y la tensión, entre tanto, se ha disparado, con una huelga general incluida. Porque, más allá de un enfrentamiento entre laicos e islamistas, el conflicto tiene también una base económica, en la que sindicatos y movimientos izquierdistas exigen al Gobierno políticas más sociales.
En los días siguientes a la muerte de Bel Aid han vuelto las manifestaciones y los disturbios a las calles, y el primer ministro ha amenazado con dimitir si su propio partido sigue rechazando su propuesta de crear un gobierno de tecnócratas como paso previo a la celebración de nuevas elecciones. Además, este mismo domingo, tres ministros y dos secretarios de Estado pertenecientes al partido Congreso Por la República (CPR) han renunciado a su cargo.
Y todo ello en un contexto regional cada vez más explosivo, con el terrorismo islamista ganando espacio en el Sáhara y el Sahel, y acusaciones de que parte de las armas de que se nutren los terroristas están llegando a través de Túnez, procedentes del caos libio.
Si la transición tunecina estaba en punto muerto, ahora parece haber perdido, además, los frenos.
Encrucijada
Rachid Ghanuchi, el líder histórico del islamismo tunecino, proclamó al volver del exilio, tras la caída de Ben Ali, que Túnez iba a convertirse en «una sociedad democrática y modélica en el mundo árabe». La realidad, sin embargo, ha acabado situando al país en una difícil encrucijada. Los islamistas, muchos de los cuales fueron perseguidos, encarcelados y torturados durante la dictadura, cuentan con un innegable apoyo popular (y electoral), fruto en parte de su éxito entre las clases más castigadas por el paro y la miseria, y también de la división de la oposición. Y este apoyo puede derivar hacia un régimen donde vuelvan a perderse muchas libertades y a vulnerarse muchos derechos, especialmente, esta vez, para los sectores laicos de la población y para las mujeres.
En este sentido, es importante recordar que, desde la época del presidente Habib Burguiba (1957-1987), Túnez es uno de los países árabes donde más han arraigado formas de vida y pensamiento muy conectados con modelos occidentales.
Pero la tentación de alejar a los islamistas del poder, formando un gobierno (no electo directamente) de tecnócratas, y convocando nuevas elecciones, como ha propuesto el primer ministro, tiene también sus riesgos. Aparte de tratarse de una maniobra en principio poco democrática, el resultado puede ser contraproducente. Baste recordar la brutal guerra civil a la que dio lugar en Argelia la anulación de las elecciones que habían llevado a los islamistas al Gobierno, en los años noventa.
Estas son, en preguntas y respuestas, algunas de las principales claves de la evolución de Túnez desde la revolución y de su situación actual.
¿Quién gobierna ahora en Túnez?
Túnez fue el primer país de la llamada «primavera árabe» en celebrar elecciones a una asamblea constituyente. Los comicios tuvieron lugar el 23 de octubre de 2011 y en ellos el partido islamista Al Nahda (renacimiento, en árabe) logró 90 de los 217 escaños del parlamento, 60 más que su más inmediato competidor, el centrista Consejo Por la República (CPR).
Se constituyeron entonces las primeras instituciones democráticas: La presidencia del Estado fue para en el líder del CPR, el laico moderado Moncef Marzuki, y la de la Asamblea Nacional Constituyente recayó en Mustafá Ben Yafaar, del socialdemócrata progresista Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades (FDTL, o Al Takatul). El partido más votado, Al Nahda, se reservó la jefatura del Gobierno, con su secretario general, Hamadi Yabali, como primer ministro. En diciembre de ese mismo año los diputados aprobaron una nueva Constitución provisional.
¿A qué se debe la crisis política?
La coalición de Gobierno ha sido conflictiva desde el principio. Ni Marzuki ni Ben Yafaar tienen en realidad mucho poder, y los dos socios del Ejecutivo acusan a Al Nahda de acaparar el proceso constituyente, por lo que le han retirado su apoyo y hasta han amenazado con dimitir. La lucha en el seno de la llamada ‘troika’ ha impedido el consenso necesario para designar a los principales ministros (tras meses de negociaciones infructuosas) y ha estancado también la redacción de la nueva Constitución, que tenía que haber estado lista el pasado mes de octubre.
Además, en el seno de Al Nahda existe también una gran división entre moderados, encabezados por el primer ministro Yabali, y radicales, partidarios de abrazar tesis más cercanas a las de los salafistas. Bajo la etiqueta de un «islamismo más auténtico», estos últimos sienten mayores simpatías por Ghanuchi, el líder histórico, cuya rivalidad con Yabali es cada vez mayor.
¿Quiénes son los salafistas?
El salafismo es una corriente ultraconservadora del islam, tradicionalmente apática con respecto a la vida política, muy atomizada (hay multitud de predicadores, cada uno con sus propios seguidores), y que ha crecido, sobre todo, en los suburbios de las grandes ciudades y entre los sectores más humildes de la población. Los salafistas abogan por una interpretación literal del islam, en un intento de recuperar la «pureza» de la religión.
Una corriente del salafismo, denominada popularmente salafismo yihadista, rechaza limitar la acción religiosa a la predicación y hace de la ‘guerra santa’ el centro de su actividad. Los salafistas de esta tendencia defienden el combate armado con el fin de liberar los países musulmanes de toda ocupación extranjera. También se oponen a la mayor parte de los regímenes de los países musulmanes, que juzgan como impíos, y pretenden instaurar estados «verdaderamente islámicos». Históricamente reprimidos, han ido propagando su discurso en los últimos años a través de cadenas de televisión privadas, muchas de ellas de origen saudí.
¿Cómo están actuando?
Los salafistas de Túnez, ampliamente extendidos, sobre todo, en el sur del país, han protagonizado numerosos incidentes violentos, en un intento de desestabilizar al Gobierno, de presionarlo para que imponga la ley islámica, o, simplemente, de crear una situación de caos que haga imposible el desarrollo normal de la transición democrática.
Así, han atacado canales de televisión, tiendas en las que se vende alcohol, galerías de arte a las que acusan de «impías», cines en los que se proyectan películas «inmorales», y todo tipo de acontecimientos culturales. También han provocado disturbios en actos políticos de la oposición, han destrozado decenas de santuarios religiosos populares y, en general, llevan a cabo continuas campañas de intimidación y amenazas, especialmente contra periodistas y en la universidad, donde se oponen a la restricción del uso del nikab, persiguen a las mujeres que no lo llevan y amedrentan a los profesores que lo prohíben. Disponen, además, de grupos de matones armados.
Oficialmente, Al Nahda (y, especialmente, el primer ministro) trata de distanciarse de la violencia salafista y condena muchos de estos actos. La oposición, sin embargo, acusa al partido islamista de no combatir suficientemente a los salafistas, o incluso de connivencia con ellos. Políticos de Al Nahda han llegado a justificar algunos ataques hablando de «provocaciones laicas». El asesinado Bel Aid había denunciado que le había sido denegada la protección especial que había solicitado ante las continuas amenazas que recibía.
¿Qué consecuencias ha tenido el asesinato de Bel Aid?
Aparte del agravamiento de la crisis política e institucional, desde la muerte de Bel Aid decenas de miles de manifestantes han protestado contra el crimen en las calles de la capital, Túnez, donde el miércoles murió un agente de policía por pedradas. También ha habido manifestaciones en otras ciudades como Sidi Bouzid, la cuna de la revolución que acabó con el régimen del presidente Ben Ali, y Gafsa, situada en el sur y considerada un bastión de seguidores del opositor de izquierdas asesinado. En esta última localidad se produjeron este viernes graves disturbios entre cientos de manifestantes anti islamistas y la policía (gases lacrimógenos incluidos), durante la celebración de un funeral simbólico en honor de Bel Aid.
¿Quién mató a Bel Aid?
Aún no se sabe, pero el esclarecimiento del crimen puede ser clave a la hora de apaciguar los ánimos en el país. Si, como se sospecha, los autores están más relacionados con el salafismo que con el islamismo oficial, su detención podría ser para Al Nahda, que ha sido acusada de instigar y hasta de estar detrás del asesinato, una buena oportunidad para dejar claro su distanciamiento de los extremistas, más allá de la condena del crimen en sí, que ha sido unánime.
¿Qué son las ‘Ligas de Protección de la Revolución’?
Otro gesto importante por parte de Al Nahda podría ser la disolución de las llamadas «Ligas de Protección de la Revolución», una especie de milicias vecinales que, a modo de vigilantes, actúan al margen de la ley, a menudo contra sectores laicos. Estas milicias constituyen, junto con los grupos de matones salafistas y las bandas simplemente criminales, uno de los grandes problemas actuales de seguridad en Túnez, problemas que derivan de la incapacidad del Gobierno a la hora de reconstituir las fuerzas del orden tras la revolución.
Tras la caída de Ben Ali, la hasta entonces omnipresente policía secreta (unos 80.000 agentes) fue prácticamente desmantelada, y la policía ordinaria, formada por agentes a menudo mal pagados y poco motivados, sufre el estigma de seguir estando relacionada con las prácticas dictatoriales del pasado. El Ejército, por su parte, es relativamente pequeño (35.000 efectivos, en un país de 10,5 millones de habitantes), y, a diferencia de en Egipto, su papel en el mantenimiento del orden público es poco importante.
¿Cómo es la situación económica?
La crisis que vive Túnez no es solo un conflicto entre laicos e islamistas. Al igual que al inicio de la revolución, la difícil situación económica en la que sigue inmerso el país, con una alarmante pérdida de empleo, la inflación muy alta y numerosos casos de corrupción, sigue siendo un factor fundamental. Ello explica la huelga general del pasado viernes (la primera en más de 30 años), convocada por el principal sindicato del país (la Unión General de Trabajadores Tunecinos, UGTT), así como la división entre la derecha conservadora y religiosa, por un lado, y el sector trabajador y campesino, por otro.
A pesar del apoyo que tradicionalmente reciben los islamistas en muchas zonas rurales, es también en estas áreas donde más duramente está golpeando el desempleo. Y, en un país con una importante tradición sindical, el respaldo a grupos más cercanos al movimiento obrero puede llegar a ser más importante que la fidelidad a las opciones religioso-conservadoras.
No obstante, si bien es cierto que, de momento, la demanda de «trabajo, libertad y dignidad» que acompañó a la revolución sigue sin ser plenamente atendida por el Gobierno, también es verdad que el Ejecutivo ha dado algunos pasos en esa dirección. En los presupuestos de 2013, por ejemplo, el gasto público tiene un incremento del 4,9%, una cantidad que, en gran parte, se piensa destinar a programas encaminados a reducir las disparidades regionales y a estimular la creación de empleo. El Gobierno también ha sido elogiado recientemente por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) tras lograr firmar un acuerdo con los representantes sindicales y la patronal, que fue calificado de «hito social».
¿Qué otras asignaturas siguen pendientes?
En general, la libertad política en Túnez se ha ido incrementando de manera exponencial durante estos dos años, pero existen muchas áreas donde organizaciones internacionales y locales de derechos humanos denuncian aún muchas carencias, sobre todos las relacionadas con la libertad de expresión y el funcionamiento de las instituciones. Todavía existen grandes obstáculos para el desarrollo de un sistema político abierto y democrático, empezando por la falta de una reforma de los ministerios clave: el de Justicia y el de Interior, que aún conservan prácticas más propias de la época de la dictadura.
Al cumplirse un año de la revolución, Amnistía Internacional publicó un informe en el que afirmaba que el actual Gobierno tunecino estaba haciendo retroceder los avances en la situación de los derechos humanos conseguidos tras la caída de Ben Ali, «lo cual hace dudar de su compromiso con las reformas». La ONG denunciaba, entre otras cosas, que habían aumentado las restricciones a la libertad de expresión de periodistas, artistas, críticos con el Gobierno, escritores y blogueros, «con la excusa de mantener el orden y la moral públicos». También indicaba que «las autoridades tunecinas no parecen haber podido o querido proteger a los ciudadanos de la agresiones de grupos al parecer afines a los salafistas».
¿Qué propone el primer ministro para salir de la crisis?
Yabali insiste en que la mejor solución para Túnez pasa por su propuesta de formar un Gobierno de tecnócratas y «apolítico» hasta la celebración, «lo antes posible», de nuevas elecciones. El primer ministro ha reconocido que tomó esta decisión de manera individual sin consultarlo con su partido -Al Nahda-, pero asegura que va a «continuar con la realización de esta iniciativa», cuya responsabilidad asume, y que, dijo, tuvo que tomar «para salvar al país». Según Yabali, su propuesta «ofrece a todos los partidos y al pueblo alcanzar rápidamente una solución de concordia, y un gobierno independiente que trabaje para llevar a cabo los objetivos de la revolución».
El vicepresidente de Al Nahda, Abdelhamid Yalasi, aseguró que esta formación «no está de acuerdo con la postura tomada por el jefe del Gobierno». La división existente llevó finalmente este domingo a Yabali a amenazar con dimitir si la Asamblea Nacional Constituyente rechaza su propuesta, aunque no renunciará a su cargo como secretario general de Al Nahda, a pesar de las críticas recibidas. «Si los miembros [del nuevo gabinete] son aceptados, especialmente por los partidos con representación en la Asamblea, permaneceré como jefe del Gobierno», precisó.
Las propuestas, añadió Yabali, «deberán ser remitidas antes del lunes», día en el que está previsto que especifique la fecha del anuncio del nuevo ejecutivo. El primer ministro apunta que podría ser «a mediados de la semana siguiente como tarde».
¿Cómo afecta a Túnez el auge del terrorismo islamista subsahariano?
En Túnez y en Argelia se han interceptado importantes alijos de armas procedentes de los antiguos depósitos de Gadafi, y los rebeldes tuareg y salafistas que se hicieron con el control del norte de Mali en marzo del año pasado nutrieron sus arsenales con armamento libio.
Un dirigente del partido opositor tunecino Nidá Tunis, Lazar Akremi, admitió recientemente que «Túnez se ha convertido en un pasillo por donde circulan armas» de Libia. «Necesitamos ayuda de Europa para restablecer la seguridad fronteriza, sobre todo con Libia, cuyas dificultades en reestructurar el Estado animan a muchos clanes mafiosos al comercio ilegal con sus iguales libios», indicó por su parte un portavoz de Al Nahda, quien señaló la falta de material como una de las principales carencias del país.
Ante la gravedad de la situación, Libia, Argelia y Túnez firmaron en la ciudad libia de Gadamés, cuatro días antes del ataque terrorista a la planta de gas argelina de In Amenas, un acuerdo de coordinación en materia de seguridad de fronteras y de lucha antiterrorista y contra el narcotráfico y el crimen organizado. Los primeros ministros de los tres países manifestaron entonces que la situación en Mali se había «deteriorado» de tal manera que podría tener consecuencias para la seguridad y la estabilidad de la región.
17/1/2011. El primer ministro, Mohamed Ghanuchi, anuncia un Gobierno de «unidad nacional», que incluye a los tres líderes de la oposición y a seis ministros del anterior régimen.
18/1/2011. Los dos ministros de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), que desempeñó un importante papel en la revuelta, dimiten en protesta por la composición del nuevo Ejecutivo.
30/1/2011. El histórico líder islámico Rachid Gannuchi regresa tras dos décadas de exilio.
31/1/2011. La UE congela los activos del matrimonio Ben Ali.
19/2/2011. Entra en vigor la amnistía general para los presos políticos.
27/2/2011.Dimite Ghanouchi ante las protestas ciudadanas. Le sustituye Beyi Said Essebsi. Poco después abandonan sus cargos dos ministros del partido de Ben Ali.
1/3/2011. El partido islamista Al Nahda, en la clandestinidad durante el mandato de Ben Ali, es legalizado.
7/3/2011. El primer ministro Essebsi nombra un nuevo gobierno.
23/3/2011. El Partido de los Obreros Comunistas Tunecinos presenta su comité político, tras veinticinco años de clandestinidad.
24/5/2011.El Banco Mundial anuncia que planea conceder préstamos a Túnez en los próximos dos años por valor de 1.500 millones de dólares.
20/6/2011. Ben Ali y su esposa son condenados en rebeldía a 35 años de prisión cada uno por malversación de fondos públicos.
4/7/2011. Ben Ali es condenado en rebeldía a 15 años de cárcel por posesión ilegal de armas y estupefacientes en otro nuevo juicio. El exmandatario tiene casi un centenar de cargos por los que responder.
23/9/2011. El movimiento Al Nahda logra 90 de los 217 escaños del parlamento, 60 más que su más inmediato competidor, el centrista Consejo Por la República (CPR), tras la celebración de elecciones constituyentes.
21/11/2011. Se constituyen las primeras instituciones democráticas: Presidencia del Estado (Moncef Marzuki, CPR), de la Asamblea Nacional Constituyente (Mustafá Ben Yafaar, FDTL) y del Gobierno (Hamadi Yabali, Al Nahda).
11/12/2011. La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) aprueba por mayoría una Constitución provisional que regula las prerrogativas de las tres presidencias del país y de las instituciones.
11/6/2012. Toque de queda en ocho provincias a raíz de una ola de ataques protagonizada por miles de radicales islámicos en la capital, en respuesta a una exposición de arte considerada por los salafistas como un atentado contra el islam.
13/6/2012. Un tribunal militar condena a Ben Ali a cadena perpetua por su implicación en la represión de la revuelta.
14/8/2012. Al menos tres muertos en los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes que intentaban asaltar la embajada de EE UU en Túnez en protesta por una película que se mofa del profeta Mahoma, que se suma al asalto a otras embajadas estadounidenses en el mundo musulmán.
9/1/2013. Marzuki comienza contactos con los principales líderes políticos para fijar la fecha de las elecciones legislativas y presidenciales.
6/2/2013.Asesinato del dirigente laico izquierdista Chukri Bel Aid.
Nota: Aunque no consideramos a Túnez un país de Oriente Medio, incluimos este y otros artículos sobre el Magreb por la evidente significación de la llamada ‘primavera árabe’ en toda la región.
Hace poco más de dos años, el 14 de enero de 2010, Zine al Abidín Ben Ali huía a Arabia Saudí, después de haber ocupado la presidencia de Túnez durante más de dos décadas. El dictador (ganó cuatro elecciones con porcentajes de hasta el 99,91% de los votos) cedía al fin el poder tras una revuelta popular que se había iniciado un mes antes, cuando Mohamed Buazizi, un joven de 26 años harto de una vida de constante humillación […]
Coincidiendo con la celebración del aniversario de la fundación de la república turca, decenas de miles de personas se manifestaron este martes en Ankara, en defensa de los valores laicos del Estado. La policía los dispersó con cañones de agua y gases lacrimógenos. Foto: Adem Altan / AFP / Getty Images
Turquía se presenta a menudo como modelo de relativa prosperidad y de mezcla posible entre valores democráticos e islámicos, como ejemplo a seguir para las naciones del mundo árabe que están luchando por desembarazarse de sus regímenes dictatoriales. Esta imagen tiene mucho de cierto, pero contrasta con la lucha interna que se vive dentro del país entre laicistas e islamistas, militares y civiles. El equilibrio sobre el que se asienta actualmente la república, con un gobierno islamista moderado y unos valores constitucionales diseñados para salvaguardar el laicismo de la sociedad, es frágil y complicado. Y el ejército, tradicional garante (por las buenas o por las malas) de esos valores seculares, empieza a dar muestras de menos firmeza, o incluso de alejarse, poco a poco, de la política.
Este lunes, el país celebró el 89 aniversario de la fundación de la república por parte de Mustafa Kemal Atatürk. Las reformas aprobadas por el «padre de la patria» a partir de su llegada al poder, en 1923, hablan por sí mismas: Atatürk, héroe de guerra, salvador de la nación de entre las cenizas del Imperio Otomano, arquitecto de la Turquía moderna y, también, gobernante de maneras dictatoriales, adoptó una nueva Constitución, cerró las escuelas religiosas y abolió la sharia (ley islámica); prohibió el fez y el velo, introdujó la vestimenta occidental y adoptó el calendario gregoriano; aprobó un nuevo código civil que terminó con la poligamia y el divorcio por repudio, e introdujo el matrimonio civil; elaboró el primer censo de población; sustituyó el alfabeto árabe por el latino; declaró la laicidad del Estado; estableció que la llamada a la oración y las recitaciones públicas del Corán se hiciesen en turco en vez de en árabe; reconoció el derecho de voto (y el derecho a ser votadas y a ocupar cargos públicos y oficiales) a las mujeres; proclamó el domingo, en lugar del viernes musulmán, como día de descanso…
Para salvaguardar todo eso durante estos 89 años ha estado el ejército, que no ha dudado en actuar contra el poder civil cuando lo ha considerado oportuno, y ha derribado cuatro gobiernos democráticamente elegidos en sendos golpes de Estado. Ahora, sin embargo, los militares, o una parte de ellos, están tocados. Las recientes sentencias del llamado caso Balyoz («maza», en turco) se resolvieron con condenas de cárcel para 331 miembros del ejército turco acusados de golpismo. Entre ellos, tres generales, que fueron condenados a cadena perpetua. Fue un proceso lleno de irregularidades, pero, a la postre, supuso una victoria para el poder civil, representado ahora por los islamistas moderados del gobierno de Erdoğan.
Dos imágenes de este lunes ilustran bastante bien este nuevo estado de cosas. La primera se produjo en la mansión presidencial, el palacio de Çankaya, en Ankara, durante la tradicional recepción para celebrar el aniversario de la fundación de la república. Los principales altos mandos militares aparecieron junto a las esposas del presidente, Abdullah Güll, y del primer ministro, Recep Tayyip Erdoğan (ambos del partido islamista moderado Justicia y Desarrollo), a pesar de que éstas iban ataviadas con el velo islámico. Por primera vez, además, la esposa de Güll (con su velo) asistió a la parada militar, celebrada frente al mausoleo de Atatürk. Hace solo unos años, esto habría sido impensable.
El presidente de Turquía, Abdullah Gül, y su esposa, Hayrünnisa Gül, junto al primer ministro, Recep Tayyip Erdoğan, en el desfile militar del 89 aniversario de la fundación de la república. Foto: Presidencia de Turqiuía
La segunda imagen tuvo lugar también en la capital del país, cuando la policía empleó cañones de agua y gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes que se habían concentrado para festejar el Día de la República y reivindicar la laicidad del Estado, pese a la prohibición de las autoridades.
Coincidiendo con el aniversario, los grupos laicistas habían convocado una manifestación para reivindicar los valores de Atatürk, pero el gobernador de la provincia de Ankara (con el respaldo del gobierno central) rechazó autorizar la marcha alegando informaciones sobre la supuesta intención de «grupos radicales» de «incitar a la anarquía», una decisión que fue muy criticada por la oposición y por los grupos opositores de la izquierda. Finalmente, decenas de miles de personas se concentraron para secundar la convocatoria, gritando consignas como «¡Somos los soldados de Mustafa Kemal!», o «¡Turquía es laica y seguirá siendo laica!». Unos 3.500 policías levantaron barricadas e impidieron que los manifestantes llegaran al mausoleo. Erdoğan calificó posteriormente la manifestación de «provocación».
Entre tanto, y aunque puedan parecer anecdóticos, otros detalles parecen querer horadar también el legado de Atatürk. El ministro de Energía, por ejemplo, pretende que el país abandone el meridiano de Greenwich como referencia horaria, y adopte en su lugar el meridiano 40º, que pasa por Arabia Saudí. Con ello, Turquía, que desde 1924 ajusta su hora con el meridiano 30º (GMT+2), pasaría a hacerlo con el 40º (GMT+3). Respondería así a la llamada hecha por el reino saudí, que ha pedido a los países con mayoría musulmana que ajusten sus relojes al llamado Islamic Mean Time (IMT), abandonando el universal Greenwich Mean Time (GMT). Es decir, una hora más lejos de Europa, y una hora más cerca del corazón del mundo islámico…
Turquía se presenta a menudo como modelo de relativa prosperidad y de mezcla posible entre valores democráticos e islámicos, como ejemplo a seguir para las naciones del mundo árabe que están luchando por desembarazarse de sus regímenes dictatoriales. Esta imagen tiene mucho de cierto, pero contrasta con la lucha interna que se vive dentro del país entre laicistas e islamistas, militares y civiles. […]
Las fotos de sí misma desnuda publicadas por Aliaa Magda Elmahdy. «Los restángulos amarillos sobre mi boca, mi mano y mi sexo hacen referencia a la censura del conocimiento, de la expresión y de la sexualidad», escribió. Fotos: Aliaa Magda Elmahdy
En octubre del año pasado, la joven bloguera egipcia Aliaa Magda Elmahdy publicó en su blog una foto de sí misma desnuda, con la intención, en sus propias palabras, de lanzar «un grito contra una sociedad basada en la violencia, el racismo, el sexismo, el acoso sexual y la hipocresía», en un claro desafío a los sectores religiosos más conservadores de su país.
Elmahdy, que tenía entonces 19 años de edad, y que se describe a sí misma como feminista y atea, publicó también la imagen en su cuenta de Twitter, bajo la etiqueta #nudephotorevolutionary. Su blog recibió más de dos millones de visitas y muchos apoyos, tanto de particulares como de organizaciones, pero también numerosos insultos e incluso amenazas de muerte. Un grupo de abogados islamistas llegó a acusarla de «violar la moral, incitar a la indecencia e insultar al islam».
Entre los que recogieron el testigo de Elmahdy se encuentra la activista iraní residente en Estados Unidos Maryam Namazie, quien el pasado 8 de marzo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, lanzó a través de Internet The Nude Photo Revolutionary Calendar, como muestra de apoyo a la joven egipcia. El calendario, que abarca desde abril de 2012 hasta abril de 2013, fue diseñado por Sonya JF Barnett (también activista en favor de los derechos de la mujer, y una de las fundadoras de la Marcha de las Putas en Toronto), e incluye imágenes de mujeres de distintas edades y procedencias que han decidido «posar desnudas por la libertad».
«Ante la obsesión del islamismo y de la derecha religiosa por el cuerpo femenino, y su exigencia de que nos pongamos velos y mordazas, la desnudez rompe tabúes y es una forma importante de resistencia», explica Namazie. Barnett, por su parte, ha dicho que «sentía que las mujeres necesitaban expresar su solidaridad con Aliaa. Hace falta tener muchas agallas para hacer lo que ella hizo, y las reacciones pueden ser muy hirientes. Queríamos que supiese que hay otras como ella».
El calendario completo (en pdf) puede descargarse o comprarse aquí. La campaña está presente también en Facebook y en Twitter.
En octubre del año pasado, la joven bloguera egipcia Aliaa Magda Elmahdy publicó en su blog una foto de sí misma desnuda, con la intención, en sus propias palabras, de lanzar «un grito contra una sociedad basada en la violencia, el… Leer
La revista británica The Economist dedica esta semana su principal editorial y su artículo destacado al papel que están jugando los islamistas en las actuales revueltas árabes. En síntesis, el semanario señala que, si bien es cierto que los yihadistas están intentando sacar partido y tomar posiciones de cara al futuro, también lo es que esta supuesta «oportunidad de oro» no cuenta de momento con el suficiente respaldo entre la población, pese a los temores de algunos en Occidente.
En un detallado y extenso reportaje, The Economist destaca asimismo la desunión existente entre los diferentes grupos islamistas radicales y analiza la posición de Al Qaeda ante la oleada de revueltas democráticas. En el editorial, y a pesar de que el titular de la portada es «El islam y las revoluciones árabes», la revista advierte, con buen criterio, del peligro que conlleva confundir «islámico» con «islamista».
El semanario recuerda además que es preferible una sociedad democrática en la que participen políticamente los radicales a una dictadura en la que estos estén perseguidos, por intranquilizador que ello pueda resultar para los gobiernos occidentales. El ejemplo de Argelia, con la atroz guerra civil que siguió a la anulación de las elecciones ganadas por los islamistas, es bastante esclarecedor; y la posibilidad de que los grupos más moderados ganen fuerza, como en Turquía, no puede descartarse.
A continuación, el artículo, traducido al castellano:
A primera vista, la imagen resulta familiar. Veteranos de la yihad afgana organizan campos de entrenamiento en la exuberante Montaña Verde, en Libia, con vistas a las rutas marítimas que van hacia Europa. Yihadistas armados cruzan las calles polvorientas con sus acólitos también armados. Los predicadores llaman a sus seguidores a las armas.
Y, sin embargo, hay algo que no encaja cuando Muammar al Gadafi asegura que la revolución libia es una conspiración de Al Qaeda. Estos yihadistas respaldan con entusiasmo la campaña de bombardeos liderada por la OTAN. «Una bendición», dice Sufian bin Qumu, que estuvo preso durante seis años en el redil de Guantánamo, y que, antes de viajar a Afganistán, conducía camiones para la empresa de transportes sudanesa de Osama bin Laden. «Excelente», añade Abdel Hakim al Hisadi, un comandante rebelde que fue instructor en el campo de Khost, la base afgana de Bin Laden: «Ha cambiado la manera en que vemos a Occidente. Están salvando a nuestra gente, y tenemos que dar las gracias».
En apariencia, Occidente y los grupos yihadistas no habían estado tan alineados desde que los gobiernos occidentales armaron a los mujaidines antisoviéticos en los años ochenta. Sin excepción, aquí todos proclaman sus diferencias con Al Qaeda, insistiendo en que, desde el principio, la suya es una lucha local contra un gobernante tirano, y no una guerra global contra Occidente.
A mediados de los años noventa formaron el Grupo Libio Islámico de Combate, que durante cinco años mantuvo una guerra de guerrillas en las colinas de Darna, una ciudad costera al noreste de Bengasi. Muchos huyeron a Afganistán tras los enfrentamientos con las fuerzas antiinsurgencia de Gadafi, pero la mayoría guardaron distancias con Al Qaeda. «Conocí al jeque Osama», dice Hisadi, «pero me negué a darle la mano».
Los combatientes islamistas de Darna son ahora parte de la oleada de protestas y revueltas que se ha extendido por el mundo árabe. Movimientos que comenzaron cobrando fuerza y ganando adhesiones mediante exigencias laicas -dignidad, libertad política- han ido adoptando, con el tiempo, un cariz más sectario y religioso. Del mismo modo que las protestas han dado poder a una largo tiempo aletargada clase media árabe, también han liberado el potencial del islamismo, una corriente con muchas caras y de amplio espectro que, a pesar de estar fuertemente enraizada en toda la región, ha sido reprimida y manipulada durante décadas por la mayoría de los regímenes árabes. Y algunas de sus manifestaciones, como en Darna, resultan sorprendentes.
La liberación de miles de prisioneros políticos islamistas tras las revoluciones en Egipto y Túnez ha cerrado un oscuro capítulo para los derechos humanos en estos países. Ramas como el Grupo Libio Islámico de Combate o, en Egipto, Jamaat Islamiya, que llevaron a cabo campañas terroristas en los noventa, y se inscribían en el ala más radical, expresan ahora un recién descubierto entusiasmo por la política pacífica, y explican que en el pasado recurrieron a la violencia tan sólo como respuesta a la represión. El Grupo Libio Islámico de Combate ha cambiado su nombre por el de Movimiento Islámico Libio, y su politburó de 12 miembros ha prometido lealtad al Consejo Nacional de Bengasi.
Islamistas moderados, incluyendo los poderosos Hermanos Musulmanes egipcios y otros similares relacionados con ellos en otros países, encuentran emocionante la mayor libertad de que disfrutan hoy, pero esta libertad también les supone un desafío. Despojados de la comodidad que les confería su papel de nobles oponentes contra odiados regímenes, ahora tendrán que ensuciarse las manos en la política, proponer iniciativas concretas y aceptar la diversidad dentro de sus propias filas. Los miembros más jóvenes, recién salidos de la nueva experiencia de trabajar junto a liberales laicos, e incluso comunistas, para lograr objetivos comunes, están cuestionando cada vez más el dogmatismo de sus envejecidos líderes. Esta corriente islamista emergente no tiene como referencia modelos teocráticos como el de Irán, sino el AKP turco, un partido elegido democráticamente, cuyo sabor islámico está diluido en la tolerancia hacia los demás y el respeto a las instituciones laicas.
Pero existen también otras manifestaciones más inquietantes de este resurgir islamista. Sólo hay que preguntar a Anwar Mitri, de 45 años de edad y administrador de una escuela en la provincia de Qena, en el Alto Egipto. El pasado 20 de marzo, un grupo de autoproclamados «vigilantes musulmanes» le arrestaron, le «condenaron» y le cortaron la oreja derecha, según dijeron, como castigo por haberle alquilado un piso a una mujer a la que consideraban prostituta, así como por haber tenido, supuestamente, relaciones sexuales con ella. Mitri afirma que sus atacantes le dijeron que los «nazarenos» como él, perteneciente a la minoría cristiana copta de Egipto (entre el 8 y el 10% de la población), ya no están protegidos por la oficina de Investigaciones para la Seguridad del Estado, la temida rama de la policía secreta que ha sido neutralizada en gran parte tras la caída del régimen del presidente Hosni Mubarak.
Ataques similares en otras zonas rurales de Egipto han tenido como objetivos tiendas de bebidas alcohólicas, supuestos burdeles y, en un caso fatal, un granjero musulmán acusado de apostasía. La mayoría cree que los responsables de estos ataques son salafistas, seguidores de un grupo fundamentalista influido por Arabia Saudí que ha calado hondo especialmente entre las clases más desfavorecidas del país. Otros, no obstante, afirman que tanto estos incidentes como los ataques terroristas contra los coptos que tuvieron lugar antes de la revolución serían más bien obra de elementos criminales de la policía secreta, con el objetivo de fomentar divisiones sectarias entre la población. Sea cual sea la causa, los cristianos de Egipto están cada vez más atemorizados. El reciente rumor de que los salafistas planeaban arrojar ácido a una mujer sin velo fue suficiente para que se evacuara a todos los estudiantes de una residencia universitaria en la ciudad de Asyut, en el Alto Egipto.
Al igual que ocurre con los Hermanos Musulmanes, en el seno de los salafistas egipcios hay diversidad de opiniones. La mayoría condena estos excesos y solía sentir, en el pasado, aversión por la política. Poco después de la revolución egipcia, un predicador salafista llegó a lanzar una fatua contra Mohamed ElBaradei, premio Nobel de la Paz y antiguo jefe para la energía nuclear de la ONU, convertido ahora en una de las principales figuras de la oposición laica egipcia, por el pecado de haber desobedecido al «legítimo líder» del país, Hosni Mubarak. Pero, a medida que el movimiento de protesta se fue haciendo lo suficientemente fuerte como para desbancar al gobierno de Mubarak, los salafistas, muchos de los cuales habían sido encarcelados o torturados por el régimen, se sumaron a las protestas con entusiasmo.
A mediados de marzo, cuando los egipcios votaron las reformas constitucionales en referéndum, se dijo que los salafistas habían impulsado la victoria del «sí» avivando el temor a que los cristianos y los laicos pretendiesen borrar un artículo que establece la sharia islámica como la fuente principal de la legislación. Votar «no», susurraban a través de una eficaz campaña en los sermones de los viernes y en panfletos, era votar contra el islam.
Estas connotaciones sectarias han sido explotadas, tanto por radicales religiosos como por los gobiernos, en Bahréin, Siria y Arabia Saudí. Durante años, la familia gobernante de Bahréin, suní, ha alimentado discretamente el miedo a que la población chií del reino (el 70% del total) acabe siendo manipulada por Irán, la superpotencia chií. Las protestas pro democráticas que estallaron en enero, y que han sido aplastadas desde entonces, empezaron con una agenda laica y reformista, pero, ante la presión de la represión violenta, ha ido adquiriendo, inevitablemente, un tono más sectario.
De forma similar, las manifestaciones en la ciudad siria de Deraa surgieron en mayo como protesta por el encarcelamiento de varios menores por realizar grafitis. Pero cuando empezó a desarrollarse un ciclo de represiones violentas y contramanifestaciones, con docenas de muertos por disparos de la policía, la ira se fue extendiendo, especialmente entre los musulmanes suníes. Estos constituyen dos tercios del total de la población de Siria, pero, desde hace 40 años, están sometidos al dominio de la alauita familia Asad. Los alauitas, una rama escindida del islam chiíta, son tan sólo el 6% de la población siria.
En Siria, la oposición mayoritaria, con su legado de dura represión estatal y su fraccionamiento interno, ha luchado por contener los impulsos sectarios. Pero el régimen de Bashar al Asad ha estado rápido a la hora de explotar el nerviosismo ante las diferencias religiosas, con el fin de asegurarse su continuidad en el poder. Después de haber presenciado de cerca los baños de sangre en los países vecinos de Irak y el Líbano, incluso muchos de los detractores de Asad parecen dispuestos a aceptar libertades políticas limitadas a cambio de paz social.
Los extremistas islamistas no parecen estar envalentonándose sólo en países marcados por el sectarismo. El último número de ‘Inspire’, una revista yihadista online que se declara a sí misma como la portavoz en lengua inglesa de Al Qaeda en la Península Arábiga, la franquicia en Yemen del grupo yihadista global de Osama bin Laden, saluda el fervor revolucionario árabe como una oportunidad de oro: «Las revoluciones que están sacudiendo los tronos de los dictadores son buenas para los musulmanes, buenas para los mujaidines y malas para los imperialistas de Occidente y sus secuaces en el mundo islámico», afirmaba su editorial del pasado 29 de marzo.
Semejante entusiasmo no se ha reflejado aún en un incremento detectable de la influencia de los grupos armados yihadistas. No obstante, el cada vez menor peso de la ley en Yemen, donde la oposición al presidente Alí Abdulah Saleh se ha unido en una amplia alianza, ha reducido significativamente la presión sobre Al Qaeda (una incursión de la organización terrorista en un arsenal de la provincia de Abiyan, al sur del país, dejó al menos 150 muertos el pasado 28 de marzo). El asunto preocupa a las potencias occidentales que están interviniendo en Libia. Libia oriental, la zona fuerte de los rebeldes contra Gadafi, ha sido siempre un semillero para el activismo islamista. En concreto, se dice que Darna es la ciudad árabe de la que, en proporción, han salido más combatientes yihadistas para luchar en Irak.
El almirante James Stavridis, comandante supremo aliado en Europa, señaló recientemente a un grupo de senadores estadounidenses que informes de los servicios de inteligencia sugerían la presencia de Al Qaeda y de Hizbulá, la guerrilla chiíta libanesa, entre la oposición libia. No obstante, Stavridis dijo también que los líderes opositores parecían ser «hombres y mujeres responsables». Los observadores no están muy impresionados por la eficacia de la oposición, pero sí coinciden en señalar que los elementos radicales parecen ser una pequeña minoría. De momento, su ira se dirige únicamente contra el coronel Gadafi y su régimen, y su objetivo declarado es la creación de un Estado moderno, pluralista y democrático.
El miedo a que la democratización árabe acabe siendo un caballo de Troya para el islam radical, expresado en voz alta en columnas de opinión en Israel y entre los conservadores occidentales, olvida, sin embargo, otro factor importante: A pesar de que el destino de Palestina sigue uniendo a islamistas de todas las ramas, en todo lo demás parecen estar completamente divididos.
Algunos, por ejemplo, continúan tachando de cruzada imperialista la intervención occidental en Libia, a pesar de que ha estado precedida de invitaciones tanto de la Liga Árabe como de la Conferencia Islámica, las mayores instituciones panislámicas. Mientras que los extremistas de Al Qaeda celebran la ola democrática como una oportunidad, clérigos ultraconservadores de Arabia Saudí respaldados por el Estado han condenado las revueltas, calificándolas de herejía. Los medios de comunicación iraníes, censurados por el Estado, se han indignado por el triste destino del movimiento democrático en Bahréin y han celebrado la caída de los «tiranos» en Egipto y Túnez, pero han guardado un inquietante silencio sobre la sangrienta represión de los disidentes en Siria, el único aliado árabe de Teherán.
El egipcio Yusuf ak Qaradawi, predicador estrella en el canal por satélite Al Jazeera, ha demostrado ser un poderoso animador de los movimientos de protesta en todas partes. No contento con aprobar la intervención de Occidente en Libia, lanzó una fatua en la que prometía recompensas celestiales para cualquier musulmán que mate al coronel Gadafi. Sin embargo, como suní cercano a los Hermanos Musulmanes, también ha desccrito a los activistas demócratas de Bahréin como fanáticos chiítas y herramientas al servicio de Irán.
Los mismos Hermanos Musulmanes parecen estar divididos, aunque no en líneas ideológicas especialmente divergentes. El grupo, fundado en Egipto en 1928, ha sido una importante incubadora de movimientos islamistas, y ha sobrevivido a décadas de represión. Su altamente disciplinado movimiento juvenil jugó un papel crucial en las protestas que derrocaron a Mubarak. Ahora, muchos de sus miembros más integrados en la estructura parecen gravitar hacia la formación de un nuevo partido político, de cuya fundación se encargaría un ex miembro descontento de la oficina de orientación de la Hermandad, más que el candidato propuesto por los líderes.
Mientras tanto, en la revolución libia, el radicalismo está mostrando una cara razonable. En uno de los sermones de los viernes pronunciado frente a los juzgados de Bengasi, la base del alzamiento, el predicador hizo un llamamiento a la formación de un Estado democrático y civil. «El discurso que estoy escuchando es democrático», señala Zahi Mogherbi, un profesor de ciencias políticas que achaca la radicalización a la represión de Gadafi.
En Darna, los concejales se esfuerzan en explicar por qué la ciudad ha enviado a tantos yihadistas para luchar en guerras en el extranjero. «Antes de Muammar [Gadafi] no teníamos movimientos islámicos ni problemas con los islamistas», explica un juez local: «Lo que él quería era deslegitimar a sus opositores». La ciudad se enorgullecía de su reputación como centro intelectual, antes de que el coronel ahogase a las «clases charlatanas».
En las montañas que rodean a la ciudad, Hisadi, el comandante rebelde, enseña nociones básicas a los nuevos reclutas, al tiempo que insiste en que tanto él como sus acólitos dejarán las armas cuando caiga Gadafi. Hisadi espera que se estrechen los lazos con Occidente, y aspira a recuperar el púlpito en la mezquita del que fue expulsado por el coronel. Bin Qumu, el conductor de camiones de Bin Laden, quiere escribir su autobiografía y abrir una escuela para enseñar ética.
La revista británica The Economist dedica esta semana su principal editorial y su artículo destacado al papel que están jugando los islamistas en las actuales revueltas árabes. En síntesis, el semanario señala que, si bien es cierto que los yihadistas… Leer
Miles de personas se manifiestan contra el gobierno de Mubarak en la plaza Tahrir de El Cairo, el 4 de febrero. Foto: Mona / Flickr (CC)
Los regímenes autoritarios árabes están siendo sacudidos de raíz o se encuentran en plena caída. Y lo mismo está ocurriendo con muchas de las falacias existentes sobre los árabes en sí. Durante décadas, estos regímenes han utilizado la amenaza del islamismo fundamentalista para manipular a sus ‘aliados’ occidentales: o nos apoyáis, o estos extremistas os van a montar otro Irán antes de que os deis cuenta. Y Occidente, temeroso, decidió optar por lo malo conocido.
La calle árabe, sus durante tanto tiempo marginados ciudadanos, ha demostrado la falsedad de este argumento. Y lo ha hecho, además, de un modo que ha sorprendido a casi todo el mundo, empezando por los propios islamistas.
Los millones de tunecinos, egipcios y otros que han irrumpido en el centro mismo de la vida política de sus países han enviado seis mensajes muy claros:
El primer mensaje, el más general, es que los pueblos árabes se han cansado de aguantar tanto a sus dictadores como a los que les han promovido. Han hecho falta varias décadas para llegar a este punto, pero al fin se ha alcanzado.
Los países árabes de la era postcolonial tienen una media de 60 años de vida. Durante la mayor parte de este periodo, las élites gobernantes han dispuesto de tiempo y espacio para construir una nación y edificar un estado. Durante los años que siguieron a la independencia, la abrumadora tarea fue conseguir que las nuevas entidades territoriales encajasen con las antiguas entidades locales, dentro de las fronteras coloniales heredadas, y disolviendo, de paso, el sentimiento panárabe que pudiera estar incrustado entre la población. Los gobernantes argumentaron entonces que estas necesidades estratégicas justificaban el dar prioridad al desarrollo por encima de la democracia. Algunos invocaban incluso la débil noción de «especificidad cultural» para afirmar que la democracia es un sistema poco apropiado para los árabes. El resultado fue un modelo basado en la seguridad y en el control autoritario.
Además, la guerra con Israel fue utilizada como excusa para denostar la apertura política y la democratización, al ser tachadas ambas de distracciones de la principal causa árabe. Al final, tanto esta causa como el otro gran objetivo, el desarrollo, han fracasado. En lugar de lograr progreso y victorias, la mayoría de los estados árabes, tanto monarquías como repúblicas, se transformaron en corruptos negocios familiares, en torno a los cuales surgieron oportunistas camarillas, bajo la protección, todos ellos, de draconianos aparatos de seguridad respaldados por un indiferente Occidente. La corrupción y la ineficacia afectaron a todos los aspectos de la vida social, política y económica.
Todo esto tenía que terminar, y lo ha hecho ahora, gracias a la revuelta de un pueblo que no está dispuesto a seguir siendo humillado. El pueblo ha dado por concluido el tiempo otorgado a sus gobernantes para crear sistemas políticos y económicos viables.
El segundo mensaje de las revueltas desacredita la creencia común de que la única alternativa concebible a la dictadura es un régimen islamista. Aún estamos en los primeros días, pero existen ya suficientes evidencias de que este impulso va encaminado hacia una tercera vía, más allá de esa cerrada dualidad. Tanto en Túnez como en Egipto, la fuerza dominante de la revolución es una nueva generación de jóvenes educados, cuyas valientes acciones han tocado la fibra de todos los estratos de la sociedad, dejando atrás a los tradicionales (e ineficaces) partidos de la oposición.
Su éxito a la hora de movilizar a tantos miembros de la «mayoría silenciosa» demuestra que millones de árabes están hartos tanto del status quo como de cualquier alternativa de futuro basada en la religión. Ciertamente, los islamistas tienen una gran influencia en el mundo árabe, incluidos estos dos países. Pero son sólo una parte del escenario político, y, de momento, se están decantando más por compartir el poder que por controlarlo.
El tercer mensaje es que el cambio que anuncian estas revoluciones no es fruto del trabajo de una élite, o de un grupo promovido por un golpe de Estado o una intervención extranjera. Al contrario, este cambio está inspirado por el pueblo, y lo está realizando el pueblo. Y el hecho de que la paternidad del cambio pertenezca sólo al pueblo permite tener confianza en que el destino de los árabes está, al fin, en sus propias manos. La nueva era estará definida por el poder del pueblo, y no por una junta revolucionaria o por un monarca custodio actuando en nombre del pueblo.
El cuarto mensaje es que esta protesta generalizada tiene un carácter fundamentalmente político. Las exigencias de trabajo y de mejores condiciones de vida pueden haber sido el catalizador, y son importantes en sí mismas, pero las aspiraciones políticas se han colocado pronto a la cabeza de las demandas. En Túnez, el eslogan dominante de la «Revolución de los Jazmines» era: «Viviremos sólo con pan y agua, pero sin Ben Ali». En Egipto, el eslogan «El pueblo quiere cambiar el régimen» expresa la misma idea. La gente no se está escondiendo detrás de peticiones modestas y a corto plazo; lo que quieren es cambiar el sistema político en su conjunto. Se trata de un cambio espectacular y sin concesiones.
El quinto mensaje, que necesita ser comprendido por las clases gobernantes y por quienes las apoyan desde fuera, es que la (superficial) estabilidad basada en una seguridad armada ya no es una opción. Este modelo puede haber aguantado durante mucho tiempo, pero los acontecimientos actuales han demostrado que, al final, acaba haciendo aguas. La miope estrategia de Occidente consistente en comprar estabilidad a costa de cerrar los ojos ante la represión sólo revela la falsedad de sus valores democráticos.
Por último, el sexto mensaje es que la tradicionalmente mano libre de los regímenes autoritarios (incluidos los árabes) está empezando a sufrir parálisis en un mundo interconectado por la cobertura informativa que, más allá de las fronteras, ofrecen los medios por satélite y las redes sociales. La ola de protesta que recorre los países árabes (como en Túnez y Egipto) crece primero de manera organizada en redes sociales como Facebook y Twitter, se hace visible después en las calles, y es recogida y transmitida a continuación por las televisiones por satélite e internacionales.
El resultado es que el trabajo de los servicios de seguridad del Estado y de inteligencia, e incluso el de los militares, se vuelve mucho más difícil. Estas instituciones no poseen ni la habilidad ni las herramientas para hacer frente a «movimientos electrónicos de resistencia civil». Frente a una determinación sin armas pero masiva, y bajo la atenta vigilancia del resto del mundo, estos aparatos de seguridad y los regímenes a los que protegen han sido desenmascarados como tigres de papel.
Khaled Hroub es profesor de Estudios de Oriente Medio en la Universidad Northwestern en Catar. Es también investigador en el Centro de Estudios Islámicos de la Universidad de Cambridge, donde dirigió el Cambridge Arab Media Project (CAMP).
Por Khaled Hroub.- Los regímenes autoritarios árabes están siendo sacudidos de raíz o se encuentran en plena caída. Y lo mismo está ocurriendo con muchas de las falacias existentes sobre los árabes en sí. Durante décadas, estos regímenes han utilizado la amenaza del islamismo fundamentalista para manipular a sus ‘aliados’ occidentales: o nos apoyáis, o estos extremistas os van a montar otro Irán antes de que os déis cuenta. […]