El prominente escritor y disidente sirio Louay Hussein fue detenido la semana pasada por las autoridades de Damasco, bajo la acusación de «debilitar el sentimiento nacional y la moral de la nación» a través un artículo publicado en el diario… Leer
El prominente escritor y disidente sirio Louay Hussein fue detenido la semana pasada por las autoridades de Damasco, bajo la acusación de «debilitar el sentimiento nacional y la moral de la nación» a través un artículo publicado en el diario árabe Al Hayat. Hussein fue arrestado en la frontera con Líbano cuando se disponía a viajar a España para visitar a su familia.
Es la segunda vez que Hussein es detenido desde que estalló la revuelta contra el gobierno de Bashar al Assad, en marzo de 2011. Hussein, conocido activista y líder del partido opositor Construyendo el Estado Sirio, pasó también varios años en prisión en la década de los ochenta.
Su caso no es el único. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos llevan tiempo denunciando detenciones de decenas de miles de ciudadanos sirios, muchos de los cuales «desaparecen» sin dejar rastro. Por esta razón, el régimen de Damasco fue acusado el año pasado en un informe de Naciones Unidas de estar cometiendo un crimen contra la humanidad.
A continuación, traducido, el artículo que ha servido de excusa para detener a Hussein. Titulado Los sirios no sienten que necesitan un Estado, acaba de ser publicado en inglés por OpenDemocracy. Lo de menos, obviamente, es estar de acuerdo o no con lo que dice. Lo importante es su derecho inalienable a decirlo.
Por Louay Hussein
Publicado en openDemocracy bajo licencia Creative Commons el 19/11/2014
Traducción del original en inglés
Los sirios no construyeron su estado, en el segundo cuarto del siglo pasado, a través de las luchas y acuerdos habituales que suelen dar lugar al nacimiento de los estados. Nosotros heredamos las instituciones estatales establecidas por el Mandato Francés. Y para los sucesivos golpes militares que arrasaron el país pocos años después de la independencia, no fue difícil convertir el estado en un instrumento de control, en lugar de en una institución capaz de organizar los intereses comunes de todos los sirios.
¿Acaso no le toca ahora al pueblo recoger los pedazos? No. En lugar de eso, es la responsabilidad de aquellos que se han autoproclamado sus líderes políticos: todos sus programas, actitudes y declaraciones deben centrarse en asuntos como la unidad nacional y la autoridad central. Esto no contradice la descentralización administrativa que era necesaria para poder construir un nuevo y moderno Estado sirio, basado en la justicia y la igualdad para todos los sirios, si es que algún día la crisis actual llega a su fin.
Todo esto se hizo mucho más claro cuando Hafez Al Assad ascendió al poder, y especialmente después de que consolidase su autoridad… una autoridad que duró mucho tiempo. Las autoridades militares y políticas pronto convirtieron las instituciones del estado en agencias para oprimir a los ciudadanos y transformarlos en sujetos, no solo en el sentido económico, sino también en el social y el político.
Después de tres décadas de gobierno de Hafez Al Assad, y de unos diez años de gobierno de su hijo, los sirios acabaron viendo el estado como algo extraño, una entidad a la que podían apaciguar, estafar y temer, de la que podían abusar, y a la que ocultaban sus opiniones. Es decir, todo aquello que refuerza las dinámicas que separan a un estado de la sociedad.
Así, cuando una oficina pública otorga cualquier servicio, el oficial de turno lo considera un acto de «generosidad», ya que, de acuerdo con las regulaciones, puede hacer lo que quiera con el dinero público, incluyendo dárselo a su familia o a su entorno. Los sirios corrientes ven la propiedad pública como propiedad del Estado −es decir, propiedad del régimen−, no como propiedad común. Puede entenderse entonces por qué los sirios no muestran mucho interés en cuidar, o proteger, la propiedad pública. La propiedad pública es vista como un recurso para la explotación, el robo o el uso inapropiado siempre que es posible. En resumen, los sirios no han experimentado un verdadero estado. Esto tiene implicaciones graves, y requiere una investigación en profundidad.
Teniendo en cuenta esta relación entre la sociedad y el estado es posible comprender por qué, un año después de que estallara la revuelta siria, algunas áreas rebeldes reclamaron su independencia. Al principio hablaban en términos de independencia judicial o relacionada con la seguridad, tal y como algunos líderes locales señalaron a Kofi Annan durante las negociaciones de la primavera de 2012. Por aquel entonces aún no tenían una idea clara sobre qué significaba exactamente esta independencia, e intentaron exigirla en el marco de una Siria unida.
Incluso la lucha armada contra la seguridad del régimen era, sobre todo, un fenómeno regional. La mayoría de las milicias armadas permanecían en sus áreas nativas tras deshacerse de las insituticiones estatales y del régimen. En ocasiones, estas milicias locales combatieron a las fuerzas del régimen posicionadas en zonas vecinas, pero sin intención de expandir su control. El eslógan «derrocar al régimen» era más un eslógan regional que nacional.
La idea de formar consejos locales para ocuparse de los asuntos públicos cristalizó a medida que fue creciendo la comunicación entre los activistas locales y las organizaciones extranjeras, tanto gubernamentales como no gubernamentales, y a medida que las autoridades iban perdiendo cada vez más territorio. Militares y civiles formaron consejos independientes en ciudades y regiones que alcanzaron un prestigio considerable durante el conflicto, y cuya fuerza se medía por su capacidad para controlar a los grupos armados, o por la importancia de sus relaciones con partidos externos.
Una de las tareas más importantes de estos consejos era supervisar la distribución de comida y alimentos, así como la procedencia de las armas y la munición. Entre sus problemas principales estaba el hecho de que se trataba de entidades locales, independientes las unas de las otras, de un modo que alejaba cualquier necesidad de un estado.
Con el tiempo, cuando los miembros de estos consejos asumieron que seguirían recibiendo fondos del exterior, los argumentos en favor de la independencia fueron haciéndose más claros. La agenda ya no incluia tan sólo independencia en la seguridad o en el sistema judicial, sino también en otros aspectos, como los servicios o la representación política. Como justificación se alegaba que esta independencia era una condición temporal, y que finalizaría tan pronto como concluyese el mandato de Bashar Al Assad. Pero una vez que esta independencia se estableciera, sería muy difícil que estas áreas volvieran a integrarse en un estado central, incluso sin Assad en el poder.
Estas posiciones regionales son el resultado natural de la ausencia de cualquier tipo de conexión legal entre la gente de las comunidades locales y el Estado central; de la ausencia de un sentido de la ciudadanía; de la ausencia de una básica identidad nacional siria, ese elemento que podría dar un significado de afiliación, a través de valores comunes que los ciudadanos puedan ser capaces de sentir, aceptar y defender.
A ello hay que añadir que el régimen destruyó todas las estructuras sociales preestatales, como tribus y sectas, y que fue incapaz de construir una identidad civil sobre la que establecer relaciones recíprocas entre los ciudadanos y el Estado, impidiendo, además, que la construyeran otros. De este modo, durante la revuelta, los sirios no han contado con estructuras sociales no-nacionales o pre-nacionales que pudieran funcionar a modo de red de seguridad. Esta crisis de identidad nacional se traduce en que la gente ha dado la bienvenida a cualquier grupo capaz de ofrecer algo de protección y de cubrir las necesidades básicas, incluso si se trata de grupos fundamentalistas con ideologías que no resultan familiares.
Podemos, por tanto, entender por qué la gente en las áreas rebeldes, o incluso en zonas donde las protestas han sido aplastadas, no han respondido a programas políticos basados en la unidad nacional, o en los intereses comunes de todos los sirios. Esta situación es un indicativo del colapso del Estado sirio, y también del verdadero peligro de fragmentación al que se enfrenta la propia entidad nacional siria.
Artículo original (en inglés): Syrians do not feel they need a state
Más información
» Syria detains prominent Damascus-based dissident (AP)
» Syria detains veteran dissident at Lebanon border (AFP)
» Why is the Syrian regime afraid of Louay Hussein? (Talal Al-Mayhani, en OpenDemocracy)
» An interview with Syrian opposition activist Louay Hussein (Syria Comment)
» Louay Hussein: «Nadie escucha a los sirios» (Mikel Ayestaran)
El prominente escritor y disidente sirio Louay Hussein fue detenido la semana pasada por las autoridades de Damasco, bajo la acusación de «debilitar el sentimiento nacional y la moral de la nación» a través un artículo publicado en el diario… Leer
Los regímenes autoritarios árabes están siendo sacudidos de raíz o se encuentran en plena caída. Y lo mismo está ocurriendo con muchas de las falacias existentes sobre los árabes en sí. Durante décadas, estos regímenes han utilizado la amenaza del islamismo fundamentalista para manipular a sus ‘aliados’ occidentales: o nos apoyáis, o estos extremistas os van a montar otro Irán antes de que os deis cuenta. Y Occidente, temeroso, decidió optar por lo malo conocido.
La calle árabe, sus durante tanto tiempo marginados ciudadanos, ha demostrado la falsedad de este argumento. Y lo ha hecho, además, de un modo que ha sorprendido a casi todo el mundo, empezando por los propios islamistas.
Los millones de tunecinos, egipcios y otros que han irrumpido en el centro mismo de la vida política de sus países han enviado seis mensajes muy claros:
El primer mensaje, el más general, es que los pueblos árabes se han cansado de aguantar tanto a sus dictadores como a los que les han promovido. Han hecho falta varias décadas para llegar a este punto, pero al fin se ha alcanzado.
Los países árabes de la era postcolonial tienen una media de 60 años de vida. Durante la mayor parte de este periodo, las élites gobernantes han dispuesto de tiempo y espacio para construir una nación y edificar un estado. Durante los años que siguieron a la independencia, la abrumadora tarea fue conseguir que las nuevas entidades territoriales encajasen con las antiguas entidades locales, dentro de las fronteras coloniales heredadas, y disolviendo, de paso, el sentimiento panárabe que pudiera estar incrustado entre la población. Los gobernantes argumentaron entonces que estas necesidades estratégicas justificaban el dar prioridad al desarrollo por encima de la democracia. Algunos invocaban incluso la débil noción de «especificidad cultural» para afirmar que la democracia es un sistema poco apropiado para los árabes. El resultado fue un modelo basado en la seguridad y en el control autoritario.
Además, la guerra con Israel fue utilizada como excusa para denostar la apertura política y la democratización, al ser tachadas ambas de distracciones de la principal causa árabe. Al final, tanto esta causa como el otro gran objetivo, el desarrollo, han fracasado. En lugar de lograr progreso y victorias, la mayoría de los estados árabes, tanto monarquías como repúblicas, se transformaron en corruptos negocios familiares, en torno a los cuales surgieron oportunistas camarillas, bajo la protección, todos ellos, de draconianos aparatos de seguridad respaldados por un indiferente Occidente. La corrupción y la ineficacia afectaron a todos los aspectos de la vida social, política y económica.
Todo esto tenía que terminar, y lo ha hecho ahora, gracias a la revuelta de un pueblo que no está dispuesto a seguir siendo humillado. El pueblo ha dado por concluido el tiempo otorgado a sus gobernantes para crear sistemas políticos y económicos viables.
El segundo mensaje de las revueltas desacredita la creencia común de que la única alternativa concebible a la dictadura es un régimen islamista. Aún estamos en los primeros días, pero existen ya suficientes evidencias de que este impulso va encaminado hacia una tercera vía, más allá de esa cerrada dualidad. Tanto en Túnez como en Egipto, la fuerza dominante de la revolución es una nueva generación de jóvenes educados, cuyas valientes acciones han tocado la fibra de todos los estratos de la sociedad, dejando atrás a los tradicionales (e ineficaces) partidos de la oposición.
Su éxito a la hora de movilizar a tantos miembros de la «mayoría silenciosa» demuestra que millones de árabes están hartos tanto del status quo como de cualquier alternativa de futuro basada en la religión. Ciertamente, los islamistas tienen una gran influencia en el mundo árabe, incluidos estos dos países. Pero son sólo una parte del escenario político, y, de momento, se están decantando más por compartir el poder que por controlarlo.
El tercer mensaje es que el cambio que anuncian estas revoluciones no es fruto del trabajo de una élite, o de un grupo promovido por un golpe de Estado o una intervención extranjera. Al contrario, este cambio está inspirado por el pueblo, y lo está realizando el pueblo. Y el hecho de que la paternidad del cambio pertenezca sólo al pueblo permite tener confianza en que el destino de los árabes está, al fin, en sus propias manos. La nueva era estará definida por el poder del pueblo, y no por una junta revolucionaria o por un monarca custodio actuando en nombre del pueblo.
El cuarto mensaje es que esta protesta generalizada tiene un carácter fundamentalmente político. Las exigencias de trabajo y de mejores condiciones de vida pueden haber sido el catalizador, y son importantes en sí mismas, pero las aspiraciones políticas se han colocado pronto a la cabeza de las demandas. En Túnez, el eslogan dominante de la «Revolución de los Jazmines» era: «Viviremos sólo con pan y agua, pero sin Ben Ali». En Egipto, el eslogan «El pueblo quiere cambiar el régimen» expresa la misma idea. La gente no se está escondiendo detrás de peticiones modestas y a corto plazo; lo que quieren es cambiar el sistema político en su conjunto. Se trata de un cambio espectacular y sin concesiones.
El quinto mensaje, que necesita ser comprendido por las clases gobernantes y por quienes las apoyan desde fuera, es que la (superficial) estabilidad basada en una seguridad armada ya no es una opción. Este modelo puede haber aguantado durante mucho tiempo, pero los acontecimientos actuales han demostrado que, al final, acaba haciendo aguas. La miope estrategia de Occidente consistente en comprar estabilidad a costa de cerrar los ojos ante la represión sólo revela la falsedad de sus valores democráticos.
Por último, el sexto mensaje es que la tradicionalmente mano libre de los regímenes autoritarios (incluidos los árabes) está empezando a sufrir parálisis en un mundo interconectado por la cobertura informativa que, más allá de las fronteras, ofrecen los medios por satélite y las redes sociales. La ola de protesta que recorre los países árabes (como en Túnez y Egipto) crece primero de manera organizada en redes sociales como Facebook y Twitter, se hace visible después en las calles, y es recogida y transmitida a continuación por las televisiones por satélite e internacionales.
El resultado es que el trabajo de los servicios de seguridad del Estado y de inteligencia, e incluso el de los militares, se vuelve mucho más difícil. Estas instituciones no poseen ni la habilidad ni las herramientas para hacer frente a «movimientos electrónicos de resistencia civil». Frente a una determinación sin armas pero masiva, y bajo la atenta vigilancia del resto del mundo, estos aparatos de seguridad y los regímenes a los que protegen han sido desenmascarados como tigres de papel.
Khaled Hroub es profesor de Estudios de Oriente Medio en la Universidad Northwestern en Catar. Es también investigador en el Centro de Estudios Islámicos de la Universidad de Cambridge, donde dirigió el Cambridge Arab Media Project (CAMP).
Publicado originalmente en openDemocracy bajo licencia Creative Commons el 9/2/2011
Traducción del original en inglés: Arab third way: beyond dictators and Islamists
Por Khaled Hroub.- Los regímenes autoritarios árabes están siendo sacudidos de raíz o se encuentran en plena caída. Y lo mismo está ocurriendo con muchas de las falacias existentes sobre los árabes en sí. Durante décadas, estos regímenes han utilizado la amenaza del islamismo fundamentalista para manipular a sus ‘aliados’ occidentales: o nos apoyáis, o estos extremistas os van a montar otro Irán antes de que os déis cuenta. […]