Las ciudades son un olor. Acre huele a yodo y especias. Haifa, a pino y sábanas arrugadas. Moscú, a vodka y hielo. El Cairo, a mango y jengibre. Beirut, a sol, mar, cigarrillos y limón. París, a pan recién hecho, queso y cosméticos. Damasco, a jazmín y frutos secos. Túnez, a nardos y sal. Rabat, a alheña, incienso y miel. Una ciudad sin olor no cuenta a la hora de los recuerdos. Los exilios comparten un olor, el de la nostalgia de lo que se fue… un olor que recuerda a otro. Un olor que corta la respiración, tan profundo que te lleva, como un mapa turístico muy gastado, al olor del lugar primero. El olor es un recuerdo y una puesta de sol. Aquí el atardecer es un reproche que la belleza le hace al forastero.
Amar el ocaso no es, como es sabido, uno de los atributos del exilio.
—Mahmud Darwish (Al-Birwa, 1941 – Houston, 2008), En presencia de la ausencia (fragmento)
Traducción de Luz Gómez García
Archivado en: Citas, Cultura y Sociedad
Más sobre: Literatura, Luz Gómez García, Mahmud Darwish