Los atentados perpetrados este jueves en Damasco han sido los peores desde que comenzó la revuelta contra el régimen del presidente sirio, Bashar al Asad, hace catorce meses. Los atacantes, dos suicidas en sendos coches bomba, han matado a 55 personas y herido a 372. También han dejado más en la cuerda floja aún si cabe el ya de por sí precario alto el fuego declarado el pasado 12 de abril por el mediador internacional, Kofi Annan.
Los ataques se produjeron justo al día siguiente de que una bomba explotara cerca de los observadores de la ONU que vigilan la aplicación del alto al fuego, y menos de dos semanas después de que, según informaron las autoridades sirias, un agresor suicida se inmolase matando al menos a nueve personas, también en Damasco.
Desde el primer momento, la televisión estatal siria y los líderes del gobernante partido Baaz han culpado a «grupos terroristas», sin especificar más. Por su parte, el Consejo Nacional Sirio, principal grupo opositor en el exilio, niega cualquier implicación y asegura que los ataques benefician, sobre todo, al régimen de Asad. La Casa Blanca ha dicho que no cree que los ataques sean representativos de la oposición: «Hay claramente elementos extremistas en Siria, como lo hemos dicho siempre, que están tratando de aprovecharse del caos en el país, el caos causado por el brutal ataque de Asad contra su propio pueblo», dijo el portavoz Jay Carney, en declaraciones recogidas por la agencia Reuters. Otros, como el Consejo de la Revolución de Damasco, un grupo opositor radicado en la capital siria, han llegado incluso a culpar al gobierno, aunque reconociendo que no tienen pruebas concluyentes. Lo cierto es que, aunque algunos medios apuntan a grupos afines a Al Qaeda, de momento, nadie ha reivindicado los atentados.
Damasco recordaba este jueves el horror de los atentados en Bagdad tras la invasión estadounidense de 2003, aquellos primeros meses en los que la violencia empezaba a extenderse sin que se supiese bien aún de dónde procedía exactamente.
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