Las tumbas de los toros sagrados vuelven a la luz

20/9/2012 | Miguel Máiquez
Sarcófago en el Serapeum de Saqqara. Foto: Ovedc / Wikimedia Commons1

«Nos incumbe velar con cuidado por los monumentos. En 500 años, ¿estará Egipto aún en condiciones de mostrarlos a los eruditos que los visiten tal como los vemos hoy?». Con estas palabras se dirigía a mediados del siglo XIX el arqueólogo francés Auguste Mariette al virrey egipcio Said Pachá, a quien había podido acceder gracias a la intervención del famoso ingeniero Ferdinand de Lesseps, quien se ocupaba por entonces de la construcción del Canal de Suez.

Las preocupaciones de Mariette, un estudioso apasionado por el Egipto antiguo («me habría muerto o vuelto loco si no hubiera vuelto inmediatamente», dijo, tras su primer viaje), no cayeron en saco roto: En 1858 se creó, con él al frente, el primer embrión de un organismo de control para vigilar las excavaciones y evitar, en la medida de lo posible, la exportación clandestina de las piezas arqueológicas.

No han pasado aún 500 años, pero sí más de siglo y medio, y, aunque muchos de los tesoros por los que temía Mariette no han corrido la mejor de las suertes (incluyendo el polémico expolio por parte de los museos de las potencias coloniales), otros sí están no solo tal y como los vio él, sino mejor. Entre ellos, el legendario Serapeum de Saqqara, una impresionante necrópolis subterránea que descubrió él mismo en 1850, y que ahora, después de una restauración que ha durado diez años, ha vuelto a abrirse al público.

En el Serapeum de Saqqara, el lugar donde se enterraban, momificados, los toros sagrados (representaciones del dios Apis) en el Egipto de los faraones, no queda ya ni un solo toro. Cuando Mariette lo descubrió, los sarcófagos que los albergaban habían sido todos saqueados, menos uno, cuya momia se encuentra actualmente en el Museo de Agricultura de El Cairo. Pero las tumbas, con toros o sin ellos, siguen siendo espectaculares.

En este complejo arqueológico, situado en la ribera occidental del Nilo, cerca de la pirámide de Saqqara, a unos 25 kilómetros al suroeste de El Cairo, se exhiben desde este miércoles un total de 24 nichos con enormes sarcófagos de granito y basalto. Cada uno de estos gigantescos ataúdes pesa unas 65 toneladas y mide ocho metros de largo y cuatro de ancho. Muchos de estos sarcófagos están cerrados con losas. Los suelos originales se pueden entrever por debajo de los pasillos, que combinan suelos de madera con espacios de cristal iluminados.

Durante los trabajos de restauración se han recuperado, además, dos nuevas tumbas, una de la V dinastía (2500-2350 a.C.), y otra de la VI (2322-2130 a.C.). El primer sepulcro, perteneciente al ministro Ptahhotep, es, en palabras del ministro egipcio de Antigüedades, Mohamed Ibrahim, «una maravilla, porque tiene escenas de la vida cotidiana muy elaboradas».

Inscripciones jeroglíficas en un sarcófago en el Serapeum de Saqqara. Foto: Ovedc / Wikimedia Commons1

Tal y como recuerda la agencia Efe en su crónica sobre la reapertura del recinto, el Serapeum, un gran complejo funerario con pasillos de hasta 170 metros de largo, fue cerrado en 2002 para ser sometido a unos trabajos de reparación que finalmente se aprobaron dos años después. El principal problema eran las peligrosas grietas que presentaban los muros de las tumbas, excavadas en la roca, como consecuencia de las explosiones que se habían sucedido en unas canteras cercanas al lugar.

Con una inversión de 12,5 millones de libras egipcias (2 millones de dólares), se optó por fortalecer las cámaras funerarias con pilares de metal. Los restauradores fijaron las rocas del techo y de los muros, y establecieron sistemas de ventilación e iluminación, así como aparatos que controlan la evolución de las fisuras.

El Serapeum está excavado a 12 metros de profundidad y consiste en tres pasajes, con 24 cámaras laterales talladas en la roca, una para cada sarcófago, algunos de los cuales poseen inscripciones grabadas. Además de ser un complejo funerario, el Serapeum comprendía edificios destinados a los sacerdotes, albergues para los peregrinos y un santuario dedicado a Anubis.

La veneración a Apis, el dios de la fertilidad, comenzó en torno al siglo VII a.C. y se extendió hasta el periodo grecorromano durante más de 14 siglos. El culto estuvo ligado al del dios Ptah, principal divinidad de Menfis, la antigua capital de Egipto.

La reapertura de las tumbas del Serapeum es una buena noticia, tanto para los estudiosos como para el propio Egipto, un país que ha visto caer seriamente sus ingresos por turismo, como resultado de las recientes convulsiones políticas y sociales.

De los desafíos del Egipto revolucionario a los misterios del Egipto faraónico, aún hay mucho espacio en el país del Nilo para evitar las sombras de la intolerancia y experimentar, tal vez, un poco de la emoción que sintió Mariette hace 160 años:

Por una casualidad que no acierto a explicarme, una de las cámaras de la tumba de Apis, tapiada en el año 30 de Ramsés II, se había librado de los expoliadores del monumento y tuve la dicha de recuperarla intacta. Tres mil setecientos años no habían cambiado su primitiva fisonomía. Todavía estaban marcados en el cemento los dedos del egipcio que había colocado la última piedra del muro que sellaba la puerta. Unos pies descalzos habían dejado su huella en la capa de arena que se hallaba en un rincón de la cámara mortuoria. No faltaba nada en este último refugio de la muerte donde descansaba, desde hacía casi cuarenta siglos, un buey embalsamado.


Con información de la agencia Efe, Wikipedia y elreservado.es


(1) Fotos de 2017, añadidas a la entrada posteriormente