La revista británica The Economist dedica esta semana su portada y su editorial a la situación en Siria, bajo el titular Syria: The death of a country (Siria, la muerte de un país). El semanario, que publica también un reportaje sobre la desintegración de la nación árabe a causa de la guerra, repasa el explosivo escenario que se avecina y reclama una intervención internacional urgente, especialmente por parte de Estados Unidos, como único modo de intentar evitar lo que califica de «catástrofe».
En concreto, The Economist insiste en la necesidad de crear una zona de exclusión aérea (incluyendo la destrucción de misiles del régimen) e indica que la Administración de Barack Obama debería reconocer, como han hecho ya algunos países occidentales, un gobierno de transición formado por «miembros selectos» de la oposición. También cree que EE UU debería armar a los grupos rebeldes no islamistas, algo que, en opinión de la revista, no apoyarían muchos países europeos, pero sí el Reino Unido y Francia.
En líneas generales, la tesis de The Economist es que el régimen de Bashar al Asad es intolerable, pero un país devastado y dominado por islamistas radicales puede ser incluso peor, al menos para los intereses occidentales. Por ello, afirma, es necesario asegurarse de que son los grupos «no yihadistas» de la oposición quienes tomarán las riendas tras la caída del dictador.
El arranque del editorial dibuja un panorama con muy poco espacio para el optimismo:
Tras la Primera Guerra Mundial, Siria surgió del despiece del cadáver del Imperio Otomano. Tras la Segunda, obtuvo su independencia. Tras la lucha que está librando hoy, podría dejar de funcionar como Estado.
Mientras el mundo se limita a mirar (o mira hacia otro lado), el país, encajonado entre Turquía, Jordania, Irak e Israel, se está desintegrando. Tal vez el régimen de Bashar al Asad, el presidente sirio, acabará derrumbándose en un caos, o, durante un tiempo, seguirá luchando desde algún enclave fortificado, como la mayor milicia en una tierra de milicias. Sea como sea, Siria tiene cada vez más probabilidades de caer presa de feudos de señores de la guerra, islamistas y bandas: una nueva Somalia pudriéndose en el corazón del Levante.
Y si eso sucede, millones de vidas se verán arruinadas. Una Siria fragmentada alimentaría asimismo a la yihad global y avivaría las violentas rivalidades existentes en Oriente Medio. Las armas químicas de Asad, que de momento están seguras, podrían caer en manos peligrosas. La catástrofe se sentiría en toda la región y más allá. Y, sin embargo, el resto del mundo, incluyendo Estados Unidos, no está haciendo prácticamente nada para evitarlo.
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