¿Civiles?, ¿combatientes?

4/8/2014 | Christiane Wilke
Shaymaa al-Masri, de cinco años, en el hospital, tras resultar herida cuando la casa de su tío en Gaza fue bombardeada el pasado 9 de julio. Foto: Muhammad Sabah / B’Tselem

En la cobertura periodística de las guerras, ya se trate de informaciones sobre incidentes individuales o de adormecedores recuentos de víctimas, la distinción entre civiles y combatientes es esencial y, con frecuencia, también objeto de disputa. La muerte de cuatro niños que estaban jugando al fútbol en una playa de Gaza se ha convertido en el gran ejemplo de la violencia israelí contra los civiles palestinos, porque esos chicos eran claramente reconocibles como niños y, por tanto, como civiles.

Cuando los medios de comunicación informan sobre el número de víctimas en este conflicto desigual, ofrecen detalles que a la vez refuerzan y complican esa distinción entre civiles y combatientes. Por ejemplo, The Washington Post informó de que, hasta el pasado 26 de julio, 41 soldados y 3 civiles israelíes habían muerto en esta guerra, mientras que en el lado palestino las víctimas mortales ascendían a 129 militantes armados, 119 personas cuya función no era conocida y 676 civiles, incluyendo 111 mujeres y 132 niños. El nivel de detalle en la información sobre las muertes palestinas sugiere que existe una incertidumbre sobre qué palestinos cuentan como civiles y cuáles no. Las mujeres y los niños se subrayan, tanto en este recuento como en otros, porque son considerados unánimemente como civiles, personas inocentes, sin un papel activo y necesitadas de protección (1). El estatus de «civil» en lo que respecta a los hombres palestinos no está, sin embargo, tan claro, tal y como da a entender esa categoría de «función no conocida». Sobre los israelíes muertos no hay dudas. En su caso, los civiles no necesitan especificaciones demográficas, y no hay ninguna zona gris entre civiles y combatientes.

A pesar de que el término «civil» está recogido en las leyes internacionales, existe una larga historia de negación de este estatus a las poblaciones no europeas, algo que tiene mucho que ver con el más frecuentemente observado rechazo por parte de los ejércitos europeos y norteamericanos a considerar a sus adversarios como combatientes legítimos. El surgimiento de la figura del «beligerante sin privilegios», o «combatiente ilegal», al que me he referido en otras partes, es paralelo al correspondiente surgimiento de la figura del civil ilegítimo, no inocente o sospechoso. (2)

Las leyes sobre conflictos armados no definen directamente a los civiles. Todo aquel que no es combatiente es un no combatiente. Los combatientes pueden participar en actos de violencia contra otros combatientes, pero no pueden tener como objetivo, intencionadamente, a no combatientes. Aún así, los civiles son algo más que un término legal mal definido. El concepto está unido a imaginarios de guerras buenas y virtuosas. Y existen diferentes relatos sobre civiles que pueden arrojar luz sobre los polémicos recuentos actuales, tanto en Gaza como en otros lugares.

La historia oficial indica que los civiles están cada vez más reconocidos y protegidos por las leyes internacionales desde que se codificaron las normas que rigen los conflictos armados en las convenciones de La Haya y Ginebra. Las fuerzas armadas declaran públicamente la importancia de proteger a toda costa a los civiles, así como de liberarlos. Por ejemplo, la insistencia del ejército israelí en que las muertes de civiles palestinos se deben a que Hamás los usa como escudos humanos es, aunque una afirmación falsa, la prueba de que persiste una norma según la cual matar a civiles es fracasar como soldado. Cuando mueren civiles, la culpa se dirige hacia otra parte, o se cuestiona el estatus de civil de la víctima.

El lado oscuro del interés de las leyes internacionales en proteger a los civiles es que se espera que aquellos que son protegidos se comporten de forma pasiva, inocente y sumisa. El civil es una caricatura de la mujer o el niño que no participa nunca en política (3). Pero este civil ideal no existe en las zonas de guerra. Cuando se vive bajo una ocupación militar, y con el deseo de liberarse, la gente se implica en acciones políticas contra el dominio extranjero; no se sienta a esperar pacientemente a que llegue la liberación. Y, sin embargo, en Gaza y en otras partes, quienes apoyan políticamente acciones contra la ocupación son etiquetados continuamente como no civiles.

Bajo la celebración oficial de la progresiva protección que brinda el derecho internacional a los civiles se esconde otra historia: la codificación de la legislación internacional sobre conflictos armados que surgió a finales del siglo XIX y principios del XX coincidió con inmensas atrocidades, no solo en las dos guerras mundiales, sino también en innumerables guerras coloniales que ni siquiera fueron reconocidas como guerras.

La legislación internacional ha hecho mucho más por ocultar esta violencia que por frenarla. Un ejemplo: en 1925, en respuesta a la revuelta siria contra el ‘protectorado’ concedido a Francia por la Liga de Naciones, las tropas francesas bombardearon Damasco, una ciudad que tan solo estaba defendida por las propias fuerzas francesas, y mataron a cientos de residentes. Este ataque de un poder ocupante contra la población ocupada presenta muchas semejanzas con la situación estructural en Gaza, donde Israel alega su derecho a la autodefensa frente a un pueblo al que mantiene estrangulado en un estado de sitio. (4)

En los años veinte, los expertos en derecho internacional debatieron el bombardeo de Damasco. En las páginas del American Journal of International Law (AJIL), el capitán del ejército estadounidense Elbridge Colby defendía el ataque en un artículo titilado How to Fight Savage Tribes [cómo luchar contra tribus salvajes], e insistía en que las leyes de la guerra no son aplicables a los conflictos con pueblos «incivilizados»: (5)

Cuando no es posible diferenciar entre combatientes y no combatientes, y los pueblos salvajes o semisalvajes se aprovechan de esta identidad para llevar a cabo artimañas, acciones por sorpresa y masacres contra el ejército ‘regular’, los mandos deben afrontar estos problemas de un modo completamente diferente al que emplearían con pueblos occidentales. (6)

Y, más adelante, añade:

En el caso de los pueblos orientales acostumbrados a cometer y padecer saqueos, a torturar y desollar vivos a prisioneros distinguidos, te enfrentas a un oponente para el que las leyes de la guerra no significan nada. (7)

El modo en que se conduce la guerra pertenece, por tanto, a la discreción única de los mandos.

Las diatribas de Colby son citadas con frecuencia, pero el artículo, aparentemente más razonable, al que estaba respondiendo se suele pasar por alto. En un análisis sobre el bombardeo de Damasco, el reconocido jurista de derecho internacional y editor de AJIL Quincy Wright deploraba la violencia, pero llegaba asimismo a la conclusión de que, puesto que Siria no era un Estado, no había solución legal para una violencia que no era el resultado de una guerra internacional, sino la represión de una insurgencia (8). El tono paciente, razonable e inclusivo de Wright nos recuerda que la exclusión de los pueblos no europeos del derecho internacional no es patrimonio exclusivo de exaltados racistas como Colby, sino que está presente también en pensadores distinguidos, educados y analíticos como Wright.

Ha pasado mucho tiempo desde los años veinte, pero es necesario recordar que las potencias coloniales no acordaron las leyes internacionales que regulan los conflictos armados para proteger de la opresión a los pueblos colonizados. El término «civil», por ejemplo, se aplicaba originalmente a los europeos blancos que trabajaban como sirvientes o como personal no militar en el gobierno colonial (9). Las potencias coloniales insistían en la protección de «sus» civiles, pero no reconocían a los civiles existentes en la población que estaba bajo su dominio. Ante la muerte de civiles, su estatus como tales es cuestionado o eliminado, y el derecho internacional ha sido empleado repetidamente para justificar estos borrones.

Podemos ver ecos de esta historia en los continuados esfuerzos del ejército israelí por negar a los palestinos su estatus de civiles. Los palestinos que viven en Gaza no pueden eludir la proximidad de los combatientes de Hamás. Están expuestos a la mirada de los ‘drones’ israelíes, cuyos operadores, al igual que las terroríficas bombas, equiparan proximidad espacial a complicidad y culpabilidad. Y están expuestos también a un contexto internacional en el que muchos se apresuran a condenar la violencia de organizaciones militares no estatales como Hamás, pero tardan en hacer lo mismo con fuerzas armadas estatales como el ejército israelí.

Cuando se publicaron las imágenes de los niños muertos en la playa, las miramos horrorizados. Ciertamente, matar niños no está bien. Pero cuando vemos niños que han sido asesinados por disparos, necesitamos reconocer también el modo en que hemos deshumanizado y demonizado a sus familias, a sus amigos que ya no son niños, y cuyas muertes se han convertido en menos importantes porque estamos menos convencidos de su inocencia. Si las vidas de los niños son las únicas que merecen protegerse, si son sus muertes las únicas dignas de duelo, entonces nos hemos convertido en cómplices de las «estructuras del sentimiento» (en palabras de Edward Said) que hacen posible la opresión.

El derecho internacional es ensalzado a menudo como un arma contra la violencia y la deshumanización, pero su historia está entrelazada con historias de colonialismo, opresión y racismo. Las leyes internacionales no son una poción mágica; no conducen automáticamente a la emancipación. Cuando evocamos el derecho internacional debemos se conscientes de este pasado, y preguntarnos cómo vamos a utilizar estas leyes, y cómo vamos a aprender de esta historia, si el objetivo es reducir la violencia o justificarla, analizar la opresión o ignorarla. Debemos prestar atención a las víctimas civiles, y debemos prestar atención también a cómo se constituyen las categorías que, en la práctica, definen a combatientes y civiles, tanto para reafirmar virtudes marciales como para dar forma a los recuentos de cadáveres.


Christiane Wilke es profesora asociada y supervisora del Programa de Graduados en el Departamento de Derecho y Estudios Legales de la Universidad de Carleton, en Ottawa, Canadá.


Publicado en Critical Legal Thinking el 28/7/2014 (una primera versión, más corta, fue publicada originalmente en Ottawa Citizen)
Traducción del original en inglés: Civilians, Combatants, and Histories of International Law


Notas:
1. Helen Kinsella, «Gendering Grotius: Sex Difference and the Laws of War», Political Theory 34 (2006): 161 – 191. http://​ptx​.sagepub​.com/​c​o​n​t​e​n​t​/​3​4​/​2​/​1​6​1​
2. «Law’s Enemies: Enemy Concepts in U.S. Supreme Court Decisions»,  Studies in Law, Politics and Society 40 (2007). http://​ssrn​.com/​a​b​s​t​r​a​c​t​=​1​3​3​5​481
3. Kinsella, Gendering Grotius
4. Noura Erakat: http://m.thenation.com/article/180783-five-israeli-talking-points-gaza-debunked
5. Elbridge Colby, «How To Fight Savage Tribes», AJIL 21 (1927): 279 – 288. www​.jstor​.org/​s​t​a​b​l​e​/​2​1​8​9​127
6. Colby, p. 279
7. Colby, p. 285
8. Quincy Wright, «The Bombardment of Damascus», AJIL 20 (1926). www​.jstor​.org/​s​t​a​b​l​e​/​2​1​8​8​917
9. Derek Gregory, «The Death of the Civilian», Environment and Planning D: Society and Space 24 (2006). www​.envplan​.com/​e​p​d​/​e​d​i​t​o​r​i​a​l​s​/​d​2​4​0​5​e​d (pdf)