No es que hubiera muchas dudas, pero ahora ya es oficial. Casi 25 años después, Israel ha admitido al fin este jueves que asesinó en 1988, en Túnez, al número dos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Jalil al Wazir, alias Abu Yihad.
Abu Yihad había sido cofundador de la OLP junto con Yasir Arafat, y fue la figura más importante en la organización de la primera intifada, tras el estallido de la revuelta a finales de 1987. Israel lo consideraba el responsable de varios atentados en su territorio, incluyendo el ataque contra un autobús en 1978, en el que murieron 38 personas. La OLP siempre acusó a los servicios secretos israelíes (Mossad) de estar detrás de su asesinato, algo que Israel no había admitido hasta ahora.
La confirmación se ha producido en forma de una entrevista realizada hace doce años al jefe del comando que llevó a cabo la operación, y que publica ahora el diario israelí Yedioth Ahronoth, el más vendido del país. En sus declaraciones, Nahum Lev, que murió en el año 2000, reconoce que los agentes se infiltraron por mar en Túnez (donde se encontraba entonces la sede de la OLP en el exilio) y que, en la noche del 15 al 16 de abril de 1988, lanzaron el ataque contra la residencia de Abu Yihad en la capital del país magrebí. El comando estaba integrado por 26 militares de élite seleccionados por la plana mayor del ejército israelí, bajo el mando directo de Moshe Yaalon, actual ministro de Asuntos Estratégicos.
El periódico llevaba meses intentando obtener la aprobación de la censura militar israelí para publicar la entrevista. Al parecer, los censores han decidido finalmente autorizarla, ante la posibilidad de que el caso llegase hasta los tribunales.
En un adelanto publicado este jueves (la versión completa saldrá el domingo), Lev explica que «la parte de inteligencia del asesinato fue supervisada por el Mossad, mientras que la parte operacional fue ejecutada por el Sayeret Markal [un comando de élite]». «Había leído todas las páginas del informe sobre él [Abu Yihad]. Estaba conectado a actos horribles contra civiles. Estaba marcado para la muerte. Le disparé sin dudar», detalla.
Según relata Lev, él mismo y otro agente disfrazado de mujer se acercaron a la casa como si fueran una pareja dando un paseo. Al llegar a la vivienda, Lev disparó en la cabeza al guardaespaldas con una pistola que había llevado escondida en una caja de bombones. Después, varios agentes entraron en la vivienda. Uno de ellos disparó a Abu Yihad, y luego disparó también el propio Lev: «Parecía que estaba sujetando un arma, así que le disparé con cuidado de no herir a su mujer, que apareció en ese momento. Abu Yihad murió. Otros agentes confirmaron la muerte».
El diario israelí recuerda que otro guardaespaldas y un jardinero que estaba durmiendo en la planta baja también fueron asesinados. «Fue una pena lo del jardinero, pero en operaciones como ésta hay que asegurar que toda la resistencia potencial es neutralizada», afirma Lev.
Aparte del interés histórico y de los detalles revelados, la confirmación oficial de que Israel mató a Abu Yihad tiene, a estas alturas, poca relevancia en sí. Todo el mundo, empezando por la resistencia palestina, lo tenía claro desde el principio. Y en cuanto a las consecuencias, es poco probable, por no decir imposible, que alguien acabe por ello ante un tribunal.
Lo relevante es que las «ejecuciones» sin juicio llevadas a cabo por parte de Estados teóricamente democráticos, dentro o fuera de sus fronteras, siguen a la orden del día, pero ahora, sin ningún rubor.
Aunque pueda parecer un razonamiento perverso, en el silencio sobre la muerte de Abu Yihad mantenido hasta ahora puede interpretarse implicitamente un cierto reconocimiento de que se trató de algo al margen de la ley, algo «necesario» (bajo el punto de vista israelí), pero inadmisible (en el sentido literal del término). De hecho, durante décadas Israel rara vez ha asumido su responsabilidad en decenas de otras muertes semejantes.
Esa relativa asunción de ‘culpabilidad’, o, si se prefiere, esa voluntad de seguir guardando ciertas formas, se ha perdido por completo. En los «asesinatos selectivos» de dirigentes y activistas palestinos por parte del ejército israelí, en el asesinato de Bin Laden, o en los asesinatos de supuestos terroristas llevados a cabo por drones estadounidenses, los ejecutores no solo no tienen nada que ocultar, sino que, además, se felicitan por ello, en un contexto de absoluta impunidad. Eso sí, por lo menos son sinceros. Algo es algo.
Con información de la BBC, Europa Press y Ansa
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