Por tercera vez en casi cuatro décadas, dos mujeres, Ghada Karmi y Ellen Siegel, han vuelto a plantarse ante una embajada israelí para poner de manifiesto el absurdo y la injusticia que supone repartir por igual desposesión y privilegios.
La primera vez fue en Londres, en 1973, coincidiendo con el aniversario de la Declaración Balfour; la segunda vez fue de nuevo en la capital británica, en 1992; la tercera fue el pasado 25 de octubre, en la parte trasera de la embajada israelí en Washington (se les prohibió manifestarse frente a la fachada principal). En las tres ocasiones, las pancartas que desplegaron Karmi y Siegel, amigas desde hace cuarenta años, decían exactamente lo mismo.
La pancarta de Karmi, doctora en medicina, académica, escritora, activista y colaboradora en medios como The Guardian o The Nation, dice así: «Soy árabe palestina. Nací en Jerusalén. Palestina es mi patria, pero no puedo regresar». En la pancarta de Siegel, enfermera durante años en campos de refugiados palestinos y también activista, puede leerse: «Soy judía americana. Nací en Estados Unidos. Israel no es mi patria, pero puedo “regresar”».
La historia de Ghada Karmi y Ellen Siegel la contó la revista The Washington Report on Middle East Affairs cuando ambas se reunieron por segunda vez, en 1992. Ahora, la misma publicación vuelve a reseñar la lucha de estas dos mujeres en su último número.
Como cuenta ella misma en sus memorias (In Search of Fatima: A Palestinian Story, Verso Books, 2002), Ghada Karmi tenía apenas ocho años de edad cuando, en abril de 1948, un mes antes de la proclamación del Estado de Israel, su familia tuvo que abandonar su casa en la parte oeste de Jerusalén. Desde entonces, como a tantos otros miles de palestinos, se le ha negado el derecho al retorno.
La estadounidense Ellen Siegel, por su parte, trabajaba como enfermera en los campos de refugiados palestinos de Beirut en 1982, cuando las tropas falangistas libanesas perpetraron, bajo la protección del Ejercito israelí, la tristemente famosa macrase de Sabra y Chatila, en la que murieron cientos de civiles palestinos. Su condición de judía le permite ‘regresar’ a Israel siempre que lo desee, e incluso residir en el país, en virtud de la Ley del Retorno de 1950, que garantiza a cualquier judío del mundo su derecho a emigrar a Israel, establecerse allí y obtener prácticamente sin trabas la ciudadanía israelí.
Alrededor de 750.000 personas, las tres cuartas partes de la entonces población de Palestina, huyeron o fueron expulsadas de su tierra cuando se creó el Estado de Israel. Actualmente, sin embargo, los desplazados palestinos, incluyendo descendientes y refugiados posteriores, son muchos más. En 2007, el Centro de Recursos Badil para la Residencia y Derechos de los Refugiados calculaba su número en 7,6 millones, de los cuales 4,6 millones son refugiados registrados por las Naciones Unidas.
El mismo año de la creación de Israel, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución, la 194, en la que se hacía un llamamiento al nuevo Estado para que repatriase a los «desplazados por el conflicto reciente», con una compensación por sus pérdidas.
El derecho al retorno de los refugiados palestinos ha sido siempre, y seguirá siéndolo, uno de los principales escollos en las negociaciones de paz. Israel teme que el regreso de millones de palestinos a sus antiguos hogares suponga el fin del Estado judío tal y como es ahora. Para los palestinos, sin embargo, la vuelta a su tierra es un derecho irrenunciable.
Se trata, además, de una batalla dialéctica que hunde sus raíces en el origen mismo del problema: Según la versión oficial israelí, los culpables de la situación fueron los líderes palestinos que, apoyados por tropas libanesas, sirias, iraquíes y egipcias, iniciaron la guerra nada más proclamarse el Estado de Israel, y también los propios refugiados, que abandonaron sus hogares presos del pánico. Según los palestinos, Israel simplemente les expulsó de sus casas, por la fuerza, y, en muchas casos, con crueldad.
La actividad de Ghada Karmi y Ellen Siegel a lo largo de estos cuarenta años no se ha limitado a tres actos de protesta, reflejados en otras tantas fotos. Las dos, Karmi en Londres y Siegel, en Washington, trabajan incansablemente en defensa de los derechos de los palestinos, y las dos siguen recordando a quien quiera escucharlas que, según reza el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, «toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país».
En un artículo publicado en el año 2007, el escritor israelí Amos Oz escribía: «Ha llegado el momento de reconocer abiertamente nuestra participación en la catástrofe de los refugiados palestinos. No somos los únicos responsables ni los únicos culpables, pero no tenemos las manos limpias».
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