historia

Carteles turcos de los años treinta, promoviendo el alfabeto latino, la vestimenta occidental y la monogamia.

Carteles turcos de los años treinta, promoviendo el alfabeto latino, la vestimenta occidental y la monogamia.

El dirigible Graf Zeppelin, sobrevolando la Torre de David, en Jerusalén, en 1931. Foto: American Colony (Jerusalem), Biblioteca del Congreso de EE UU

Con una longitud total de 245 metros (el doble de un campo de fútbol), el Graf Zeppelin era un artefacto descomunal, la mayor aeronave de su tiempo. Durante los años en que estuvo en activo, entre 1928 y 1937, el dirigible transportó 13.110 pasajeros, realizó 590 vuelos por todo el planeta (Estados Unidos, el Ártico, Suramérica) y recorrió más de 1,6 millones de kilómetros. En dos ocasiones llegó hasta Oriente Medio.

La primera vez fue en 1929. La idea inicial era visitar Egipto y, después, Palestina, pero problemas políticos impidieron a los privilegiados viajeros disfrutar de las pirámides, y el viaje se limitó a Jerusalén.

Así recogía el New York Times su regreso a Alemania:

Completing its 8,400-kilomètre trip to Jerusalem and back in eighty-one and one-half hours, the Graf Zeppelin made a smooth landing at Friedrichshafen at 10.15 this morning. It required only seven minutes to haul the big dirigible to the ground. The passengers left the airship in cheerful mood, giving the impression that they had enjoyed to the full their oriental cruise.

Ruta del primer viaje del Graf Zeppelin a Oriente Medio, en un mapa de la época

El dirigible partió de nuevo hacia «Oriente» el 9 de abril de 1931, aterrizando en El Cairo dos días después. Luego continuó rumbo a Jerusalén y, después de sobrevolar también Haifa y Jaffa, regresó a Friedrichshafen el 23 de abril. El trayecto total, realizado en 97 horas, fue de 9.500 kilómetros, a través de 14 países en tres continentes.

De la primera visita del Graf Zeppelin a Jerusalén no hay fotos conocidas (el vuelo sobre la ciudad se realizó por la noche), pero de la segunda, sí. Fueron tomadas por miembros de la colonia estadounidense en la ciudad y por el fotógrafo armenio Elia Kahvedjian.

El Graf Zeppelin, sobre la ciudad vieja de Jerusalén (1931). Foto: American Colony (Jerusalem), Biblioteca del Congreso de EE UU

La historia de Elia Kahvedjian es, también, digna de contarse. Nacido en 1915 en Urfa (norte de Turquía), toda su familia murió durante el genocidio armenio cuando era niño. Elia sobrevivió como pudo hasta que fue recogido por la American Near East Relief Foundation, que lo llevó al Líbano y, después, a un orfanato en Nazaret. El niño ni siquiera sabía su apellido, pero sí sabía que su padre había tenido una tienda en la que vendía café. Le llamaron «Kahvedjian», de «kahve», café, en turco.

En el orfanato comenzó a ayudar a un fotógrafo armenio, que le pagaba por transportarle el equipo, y cuando fue trasladado a otro orfanato, ya en Jerusalén, trabajó para una familia cristiana que tenía una tienda de fotografía. La misma tienda que, años después, acabaría comprando Elia.

Postal del primer vuelo del Graf Zeppelin entre El Cairo y Jerusalén. Foto: Cherrystone Auctions

Kahvedjian murió en 1999, a los 89 años, y dejó un legado de cerca de 3.000 fotografías de Jerusalén y sus alrededores. Su trabajo es un documental incomparable sobre los años finales del Mandato Británico en Palestina.

Cuando el gigantesco Graf Zeppelin hizo su aparición en el cielo de Jerusalén, Elia estaba allí para que nosotros, 80 años después, fuésemos también testigos.


Más información:
» Un estupendo y detallado relato de las dos visitas del Graf Zeppelin a Oriente Medio: Zeppelins Over the Middle East, por Alan McGregor, en Saudi Aramco World
» Sobre la vida de Elia Kahvedjian: Memories of a lost Jerusalem, por Niamh McBurneyen, en Al Arabiya
» Fotografías de Elia Kahvedjian: Elia Photo Service
» Magníficas fotos de los viajes del Graf Zeppelin: The world’s biggest collection of airship memorabilia goes on sale, en The Telegraph

El Graf Zeppelin, en el cielo de Jerusalén

Con una longitud total de 245 metros (el doble de un campo de fútbol), el Graf Zeppelin era un artefacto descomunal, la mayor aeronave de su tiempo. Durante los años en que estuvo en activo, entre 1928 y 1937, el dirigible… Leer

Con una buena dosis de humor negro, la dibujante estadounidense Nina Paley ha resumido en un vídeo de algo más de tres minutos 5.000 años de guerras en Oriente Medio y, más concretamente, en la Palestina histórica. La animación es una síntesis brutal de una historia que, desgraciadamente, no es más que la misma historia repetida una y otra vez. La ambición y la codicia que despierta una privilegiada situación geográfica y estratégica, con el añadido de un par de sentimientos tan irracionales como potentes (la religión, el nacionalismo, la tribu), es lo que tiene.

Como detalla la propia artista en su página, aquí están (todos con sus propias armas, todos intercambiables) los ‘hombres de las cavernas’, los cananeos, los egipcios, los asirios, los israelitas, los babilonios, los macedonios y los griegos, los egipcios, los persas, los romanos, los bizantinos, los árabes, los mamelucos, los otomanos, los británicos, los sionistas y hasta los de Hizbulá. La música de fondo es la banda sonora de la famosa película Éxodo, compuesta por Ernest Gould en 1960 y a la que un año después le puso letra Pat Boone (This Land Is Mine, esta tierra es mía). Y el final, terrible.

El vídeo lo he descubierto gracias al blog Guerra Eterna.

Y, para completar, este otro, ya clásico, sobre los imperios que se han ido sucediendo en Oriente Medio:

Esta tierra es mía

Con una buena dosis de humor negro, la dibujante estadounidense Nina Paley ha resumido en un vídeo de algo más de tres minutos 5.000 años de guerras en Oriente Medio y, más concretamente, en la Palestina histórica. La animación es… Leer

«Cuando estalló la guerra árabe israelí en 1948, bibliotecarios de la Biblioteca Nacional de Israel siguieron a los soldados que entraron en las casas palestinas, en ciudades y pueblos. Su misión era recopilar tantos libros y manuscritos valiosos como fuese posible. Se cree que reunieron alrededor de 30.000 libros en Jerusalén, y otros tantos en Haifa y Jaffa. Oficialmente fue una «operación de rescate cultural», destinada a preservar el patrimonio, pero para los palestinos fue un «robo cultural». La extensión real de esta ‘colección’ no fue conocida hasta 2008, año en que un estudiante israelí de doctorado se encontró con una serie de documentos en el archivo nacional…».

Así presenta la cadena Al Jazeera El gran robo de los libros, un magnífico documental producido por su programa Witness, y dirigido por Benny Brunner.

Los libros robados de Palestina

«Cuando estalló la guerra árabe israelí en 1948, bibliotecarios de la Biblioteca Nacional de Israel siguieron a los soldados que entraron en las casas palestinas, en ciudades y pueblos. Su misión era recopilar tantos libros y manuscritos valiosos como fuese… Leer

El mercado de Ciudad de Kuwait en 1950, una de las imágenes de la colección publicada por ‘Foreign Policy’. Foto: F. H. Andrus

La edición digital de la revista Foreign Policy publica una curiosa fotogalería con imágenes de Kuwait en los años cincuenta, cuando el país no había sufrido aún la tremenda transformación que, a partir de entonces, supuso para este pequeño estado del Golfo la industria del petróleo.

Como explica Cara Parks en el texto que acompaña a las fotografías, antes de que en, 1938, se descubriese petróleo en la zona, Kuwait basaba su economía en su importancia como puerto natural en el Golfo Pérsico, y en lo que ello suponía para el comercio de perlas y otras industrias relacionadas con el mar, algo que cambió por completo con el oro negro. Una vez concluida la interrupción de la Segunda Guerra Mundial, las compañías petroleras comenzaron la explotación masiva en el país, y la producción de crudo se triplicó entre 1951 y 1952, volviéndose a triplicar entre 1952 y 1953.

Una de las compañías que protagonizaron el ‘boom’ fue la estadounidense Bechtel, cuyos ingenieros fueron responsables de buena parte de las construcciones de infraestructuras petroleras en el Golfo. Las imágenes que forman parte de la fotogalería fueron tomadas a principios de los cincuenta por un empleado de esta compañía, Francis Hadden Andrus, y han sido digitalizadas ahora por David C. Foster. Las fotos, escribe Parks, «muestran una sociedad al borde del cambio, en la que los camellos empiezan ya a compartir los caminos con los Studebakers».

La fotogalería puede verse aquí.

Kuwait, antes del petróleo

La edición digital de la revista Foreign Policy publica una curiosa fotogalería con imágenes de Kuwait en los años cincuenta, cuando el país no había sufrido aún la tremenda transformación que, a partir de entonces, supuso para este pequeño estado… Leer

¿Llevaba Sir Winston Churchill unas cuantas copas de más cuando, armado de una simple pluma y, según dicen, a mano alzada, trazó el borrador de la actual frontera entre Jordania y Arabia Saudí? Las malas lenguas aseguran que sí, y si uno echa un simple vistazo al mapa, todo parece indicar que, efectivamente, el legendario estadista británico iba algo cargadillo aquel domingo por la tarde del mes de marzo de 1921 en que, según se vanagloriaba él mismo años después, creó el reino de Transjordania durante una reunión en El Cairo. Por lo visto, antes de plantarse delante del mapa, el entonces Secretario para las Colonias había estado disfrutando de una copiosa -y sin duda bien regada- comida con un grupo de oficiales.

La historia es lo suficientemente jugosa (y, dado el carácter y los hábitos de Churchill, verosímil) como para haberse convertido en una de las anécdotas más citadas cuando se habla del personaje, o incluso de la forma arbitraria y contra natura en que las potencias coloniales se repartían el mundo y trazaban fronteras a base de escuadra y cartabón. De hecho, a la aparentemente absurda línea que separa la actual Jordania de Arabia Saudí se la conoce, entre los interesados en el tema, como «el hipo de Churchill». Y si encima añadimos la ironía de que Arabia Saudí, donde el consumo de alcohol está absolutamente prohibido, deba su frontera norte al efecto de unos cuantos lingotazos de whisky, el episodio cobra, desde luego, un especial interés.

La realidad, sin embargo, se empeña en echar por tierra las mejores anécdotas, y la historia del hipo de Churchill no es una excepción. Estuviese o no algo bebido aquella tarde, no fue el alcohol lo que determinó ese extraño trazado en zigzag (no olvidemos que estamos hablando de kilómetros y kilómetros de desierto), sino una serie de factores, geopolíticos e históricos, algo más complejos. El hipo de Churchill es lo que hoy llamaríamos, de no ser por lo deshabitado del contexto, una leyenda urbana.

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Winston Churchill, durante la conferencia de El Cairo, en 1921. Foto: General Photographic Agency / Hulton Archive / Getty Images

Los entresijos que llevaron a la creación del totalmente artificial reino de Jordania tienen su origen en la Primera Guerra Mundial, en la revuelta árabe contra el Imperio Otomano y en cómo se dividieron británicos y franceses toda la región tras la victoria, aplicando el famoso tratado de Sykes-Picot, y a pesar de la promesa hecha a los árabes de que contarían con un gran estado independiente una vez terminado el conflicto.

En aquel célebre acuerdo, firmado en 1916 a espaldas de los árabes, toda la zona quedaba partida en dos grandes áreas: una al norte, en lo que actualmente es, aproximadamente, Siria y Líbano, de influencia francesa, y otra al sur (actuales Irak y Jordania), de influencia británica, con Palestina como protectorado del Reino Unido.

Acuerdo Sykes-Picot
El plan para el reparto de Oriente Próximo entre británicos y franceses tras la derrota del Imperio Otomano, según el acuerdo Sykes-Picot

En julio de 1919, tras expulsar a los turcos de Damasco, el recién nacido Congreso Nacional Árabe dijo que lo prometido es deuda y proclamó su soberanía sobre «Siria», un amplio territorio en el que incluían, también, los actuales Líbano, Jordania, Israel y los Territorios Palestinos. A la cabeza del nuevo estado embrionario se colocó el emir Faisal, de la dinastía hachemí, procedente de Arabia Saudí, y que había liderado la rebelión con el apoyo de los británicos.

El reinado de Faisal, sin embargo, duró poco. Los franceses no estaban dispuestos a perder su parte del pastel, y el monarca fue expulsado sin contemplaciones de Siria en 1920. En compensación, los británicos ofrecieron a Faisal el trono de Irak, pero ahora les quedaba otro rey sin reino, el segundo hijo del emir, Abd Allah. De modo que terminaron creando para él un país surgido de la nada, sin apenas recursos hídricos y cuyo territorio era y es, en su mayoría, puro desierto: el Reino Hachemí de Jordania.

Para dar forma a los detalles del rompecabezas, Churchill convocó una conferencia de expertos, políticos y militares, que finalmente se celebró en El Cairo en marzo de 1921, y en la que participaron, entre otros, personajes tan conocidos como T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia) o la famosa escritora, viajera, arqueóloga y administradora colonial de Irak (a cuya creación como estado contribuyó de forma esencial), Gertrude Bell.

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Asistentes a la Conferencia de El Cairo, de 1921. Sentado en el centro de la primera fila, Winston Churchill; el cuarto por la derecha, en la segunda fila, T. E. Lawrence; la segunda por la izquierda, también en la segunda fila, Gertrude Bell. Foto:General Photographic Agency / Getty Images

El problema para los británicos era mantener a raya a la dinastía de Saud, rival de los hachemíes, dominante en Arabia Saudí, y dejada de lado por Londres cuando Lawrence se inclinó por Faisal para el liderazgo de la revuelta árabe. Como cuenta con todo detalle Frank Jacobs en su blog Borderlines, en la edición digital de The New York Times, era necesario establecer un límite en una zona en la que el ir y venir de los beduinos quitaba todo el sentido al concepto mismo de frontera, y donde los turcos se habían contentado con dibujar vagas líneas discontinuas para marcar los bordes de la Arabia no otomana.

Palestina y Kerak (Transjordania), con las fronteras entre Jordania y Arabia Saudí aún sin definir, en el ‘Times Survey Atlas of the World’, de 1922. Mapa: Bartholomew, J. G. (John George), 1860-1920 / Wikimedia Commons

Al final, los británicos acabaron cediendo al emir Ibn Saud una parte de la región de Wadi Sirhan, como parte de un complejo acuerdo, y en compensación por la anexión de la ciudad de Aqaba por parte de Londres. El resultado fue, tras el tira y afloja, ese errático trazado en el mapa.

Jacobs, cuyo artículo ha servido de inspiración a esta entrada, y que es autor también de un fascinante blog sobre mapas extraños y curiosidades cartográficas (Strange Maps), lo explica así:

En noviembre de 1923, el acuerdo de Hadda estipuló una frontera no muy diferente de la actual: Wadi Sirham pasó a ser parte del Nejd [Arabia Saudí], y Aqaba quedó integrada en Transjordania [actual Jordania]. Ibn Saud tuvo que renunciar a su exigencia de disponer de un corredor hasta Siria, pero ganó un derecho de libre tránsito. Gran Bretaña perdió el Hijaz [noroeste de Arabia Saudí], pero retuvo una salida al mar para Transjordania [Aqaba] y bloqueó la expansión wahhabi [Saud] hacia Palestina y Egipto.

La influencia de Churchill en el rediseño del mapa de Oriente Medio fue fundamental, pero, para desgracia de su extenso anecdotario, la frontera jordana no fue el resultado de un ataque de hipo etílico.

En cualquier caso, y como dicen los romanos, se non è vero, è ben trovato.

Churchill y Lawrence en El Cairo, 1921. Foto: Biblioteca del Congreso, EE UU

El hipo de Churchill

¿Llevaba Sir Winston Churchill unas cuantas copas de más cuando, armado de una simple pluma y, según dicen, a mano alzada, trazó el borrador de la actual frontera entre Jordania y Arabia Saudí? Las malas lenguas aseguran que sí, y… Leer

«Después de todo, ¿quién se acuerda hoy del genocidio armenio?» Esta terrible y famosa frase, atribuida a Adolf Hitler, resume en apenas unas palabras la impunidad que puede otorgar a las atrocidades el paso del tiempo y el abandono de la memoria. En el caso del dictador alemán, la pregunta cobraba un especial sentido trágico, por cuanto acabó materializándose en la realidad del Holocausto.

Afortunadamente, sin embargo, son muchos los que se acuerdan. No las víctimas directas, que apenas quedan ya, pero sí sus miles de descendientes y todos aquellos dispuestos a mantener vivo el recuerdo de lo que ocurrió.

El 22 de diciembre la Asamblea Nacional Francesa aprobó una ley que sanciona con un año de prisión y 45.000 euros de multa el negacionismo del genocidio armenio. El Gobierno turco respondió tachando la medida de «injusta, racista, discriminatoria y hostil hacia Turquía», suspendiendo las relaciones políticas y militares con Francia y, en una reacción que, más que a reclamar justicia, parece obedecer a esa vieja falacia de que los pecados de los demás justifican los pecados propios, acusando a los franceses de genocidio durante su ocupación colonial de Argelia.

El genocidio armenio, en un artículo publicado en ‘The New York Times’ el 15 de diciembre de 1915

Entre 1915 y 1917, en plena Primera Guerra Mundial, las autoridades del Imperio Otomano, cuyo gobierno estaba entonces en manos del partido nacionalista de los Jóvenes Turcos, organizó y ejecutó la deportación masiva y el asesinato de la población armenia residente en su territorio. El resultado fue la muerte de un número indeterminado de civiles, que se ha calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas. Muchos, hombres, mujeres y niños, fueron asesinados directamente. Otros miles perecieron en interminables marchas por el desierto sirio, privados de agua y de alimentos. La gran mayoría de las víctimas fueron armenios, pero también murieron asirios, caldeos, sirios y helenos pónticos.

El holocausto armenio está considerado como el primer genocidio sistemático moderno y es el segundo caso de exterminio más estudiado de la historia, después del perpetrado unas décadas después por los nazis. Según muchos estudiosos, el ‘ejemplo’ del genocidio armenio fue una referencia fundamental para los ideólogos de la ‘solución final’.

El Gobierno turco, sin embargo, lleva un siglo negando que se tratase de un genocidio. En Turquía está incluso prohibido por la ley calificar los hechos como tal. Ankara no niega que ocurriesen las muertes, pero desmiente rotundamente que fuesen consecuencia de un exterminio programado. Para el Gobierno turco, y, especialmente, para los militares de este país, las masacres fueron el resultado de las luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre durante el confuso periodo de la Primera Guerra Mundial, una guerra en la que, según afirma Ankara, los armenios recibían además el apoyo directo de su enemigo ruso y amenazaban con quebrantar la estabilidad y la unidad del país.

Durante mucho tiempo, por otra parte, Turquía ha mantenido la tesis de que bajo las acusaciones de genocidio subyacían mecanismos de propaganda bélica, puestos en marcha principalmente por los británicos, al formar el Imperio Otomano parte de la coalición compuesta por Austria-Hungría, Alemania y Bulgaria. Algunos negacionistas turcos han llegado a hablar también de una campaña orquestada por los países cristianos occidentales (la mayoría de los armenios pertenecen a esta religión) en contra de un país de mayoría musulmana.

Pero dejando aparte al Gobierno turco y a un puñado de revisionistas, la inmensa mayoría de los estudiosos lo tienen claro: Lo que ocurrió encaja perfectamente con la definición actual de genocidio. No cabe duda de que las potencias occidentales, y especialmente el Reino Unido, con grandes intereses económicos en la zona, estaban más que interesadas en propagar la imagen de una Turquía despiadada, y, de hecho, las noticias sobre las masacres, llegadas de la mano de misioneros y de enviados estadounidenses presentes en la zona (EE UU era aún neutral en la guerra) llenaron los periódicos y escandalizaron a la opinión pública. Pero nada de eso basta para negar una realidad que confirman tanto los estudios históricos como los testimonios de los supervivientes, de sus descendientes y de testigos de la época.

La contradicción interna que la negación del genocidio armenio supone para un país como Turquía, aspirante a ingresar en la Unión Europea y, pese a sus graves problemas de derechos humanos y libertades, bastante decente en muchos otros aspectos, la exponía claramente hace unos días el periodista Robert Fisk en el diario británico The Independent:

Para cientos de miles de turcos el genocidio armenio es un hecho histórico […]. Miles de turcos profundizan en sus raíces familiares y se preguntan: ¿Por qué tenemos abuelas y bisabuelas armenias? ¿Qué es esta historia secreta que puede hacer que te metan en la cárcel simplemente por discutir en público la responsabilidad de Turquía en el genocidio? Y yo me pregunto […]: ¿Por qué un país fuerte y valiente como Turquía […], cuyos soldados fueron los únicos de la unidad de la ONU en la guerra de Corea que se negaron a que les lavaran el cerebro, no puede reconocer los terribles actos que tuvieron lugar antes de que casi todos los turcos actuales hubiesen nacido? No queda vivo ninguno de los asesinos, no puede haber juicios […]. Dentro de cuatro años, el mundo conmemorará el centenario del genocidio armenio. ¿Por qué no reconocer esta historia ahora? Los alemanes han pedido perdón mil veces a los judios, los EE UU han pedido disculpas a los nativos americanos por la limpieza étnica que realizaron en el siglo XIX, los australianos han pedido perdón a los aborígenes, los ingleses a los irlandeses, los ucranianos a los polacos por las violaciones en masa, saqueos y masacres ocurridas bajo la ocupación alemana después de 1941. ¿Qué pasa con los turcos? Muchos de ellos creen que su país debería estar a la altura de su historia, incluso de la menos gloriosa.

Es posible que las razones del Gobierno de Nicolas Sarkozy para promover la ley que acaba de aprobar la Asamblea Nacional no sean del todo desinteresadas. A fin de cuentas, en Francia residen cerca de medio millón de ciudadanos de origen armenio, y el país celebrará elecciones presidenciales en abril del año que viene. Pero su supuesto oportunismo no le resta, al menos en este caso, el valor histórico que tiene, más allá incluso de posibles controversias sobre los límites de la libertad de expresión. Porque lo que molesta a Turquía no es que el Estado castigue a quien niegue un genocidio probado invocando la libertad de expresión (ese podría ser, en todo caso, otro debate), sino que uno de los  genocidios que se considera probado sea el suyo.

El genocidio armenio está oficialmente reconocido en 20 países (Argentina, Bélgica, Canadá, Chile, Chipre, Grecia, Italia, Líbano, Lituania, Holanda, Polonia, Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza, Uruguay, El Vaticano, Venezuela y las propias Francia -desde 2001- y Armenia), y en 42 de los 50 Estados de EE UU (todos, menos Alabama, Mississippi, Virginia Occidental, Indiana, Iowa, Wyoming y Dakota del Sur), cuyo Congreso estudia actualmente una moción al respecto.

Otros, sin embargo, siguen sin usar oficialmente el término «genocidio». Entre ellos, el Reino Unido y, en dos casos especialmente llamativos, Alemania e Israel. Tampoco lo hace España, donde solo las comunidades de Cataluña y el País Vasco reconocen el genocidio como tal.

El pasado mes de marzo, la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso español rechazó una moción de ERC a favor de reconocer el genocidio armenio como un crimen contra la humanidad. PSOE, PP, CiU y UPN votaron en contra. La portavoz del PSOE, Isabel Pozuelo, dijo que «los problemas que tiene hoy Armenia son otros» y añadió que lo prioritario para Armenia es acometer reformas políticas para acercarse a la UE y solucionar el conflicto que mantiene por el enclave de Nagorno Karabaj con Azerbaiyán, aliado de Turquía. El diputado del PP Francisco Ricomá afirmó por su parte que el reconocimiento del genocidio armenio «no forma parte de la prioridad ideológica» de su partido y sería entrar «en el terreno de la revisión histórica».

Fustigarse por los crímenes cometidos por nuestros ancestros solo porque nacieron en el mismo lugar del mundo que nosotros es absurdo. En realidad, estamos tan (poco) unidos a Hernán Cortés como a Gengis Khan. Pero negar esos crímenes solo por el hecho de que quienes los cometieron nacieron en el mismo lugar del mundo que nosotros no solo es absurdo. Es, también, injusto. El primer paso para poder cerrar una herida es reconocer que la herida existe.

La herida armenia

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Una bandera kurda en Duhok, en el Kurdistán iraquí.
Foto: William John Gauthier / Flickr (CC)

Hace poco más de un mes, muchos de los pueblos que habitan Oriente Medio y el Asia central celebraron la festividad anual de Noruz, una tradición que hunde sus raíces en el zoroastrismo y que, durante más de 3.000 años, ha marcado puntualmente el principio de la primavera con ritos asociados al fuego, a la tierra, a la abundancia y al renacimiento de la vida. Es el año nuevo persa y, como tal, la fiesta se vive con especial intensidad en Irán. Pero no sólo allí. Para los kurdos, Noruz es el recuerdo de una victoria.

Cuando, en los tiempos del mito, el legendario héroe Kave Ahangar logró acabar por fin con el poder diabólico del tirano Zahak, la llegada de la primavera y la esperanza de un futuro mejor quedaron asociadas para siempre en el imaginario colectivo del pueblo kurdo. Fue, literalmente, el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Y si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir…

La cuestión es cuándo.

No existe un censo oficial, pero se calcula que los kurdos son actualmente entre 40 y 50 millones. Están repartidos entre Turquía (más de 20 millones), Irán (unos 13 millones), Irak (8 millones), Siria (algo menos de 2 millones) y Armenia (unos 100.000). Muchos viven también en la diáspora, sobre todo en Alemania, Suecia y el Reino Unido. Todos comparten una lengua y una cultura comunes, y la mayoría son musulmanes (suníes, principalmente), pero existe también una minoría de cristianos e incluso algunos judíos. Se les considera el mayor pueblo del mundo sin un Estado propio, y no es muy probable que esta situación vaya a cambiar, al menos a corto plazo.

Y es que los vientos de cambio que están barriendo la región del planeta en la que habitan están soplando en muchas direcciones, pero el Kurdistán, un país que tendría, si existiera, un tamaño semejante al de Irak, no parece ser, para variar, una de ellas.

De momento, lo único que han conseguido los kurdos al abrigo de las revoluciones actuales es obtener la ciudadanía en Siria, donde sufrían todos los problemas de estar sometidos a un Estado y ninguna de sus supuestas ventajas. Se trata de una ‘concesión’ que está enmarcada, en cualquier caso, dentro de las medidas con las que el dictador Bashar al Asad ha intentado, en vano, aplacar las protestas contra su régimen.

¿Llegaremos a ver una revuelta popular kurda semejante a las que están protagonizando muchos de los pueblos árabes? No parece probable.

En primer lugar, una hipotética revuelta kurda tendría, en principio, otras demandas. No se trataría de pedir más democracia, sino, en teoría, de exigir la independencia. Y eso puede ser mucho más complicado, entre otras cosas, porque lo que reclaman ya muchos kurdos, como los de Siria o los de Irak, no es la independencia en sí, sino mayores niveles de autonomía, menos corrupción, mejores condiciones económicas, igualdad de derechos con el resto de los ciudadanos o un respeto básico a su cultura.

En segundo lugar, no serían protestas dirigidas contra un solo régimen, sino contra cuatro, cada uno con su propia realidad, sus propios problemas y su propia política.

Al margen de la Historia

Cuando los antiguos poderes coloniales, Francia y el Reino Unido, se repartieron la región al término de la I Guerra Mundial sentaron las bases para la creación de estados nacionales que atendían exclusivamente a sus intereses económicos y geoestratégicos, y a base de tiralíneas. Con el tiempo, la situación acarreó todo tipo de problemas, incluyendo la división del pueblo árabe, la mezcla de diferentes identidades y comunidades en naciones artificiales, la ascensión al poder de gobernantes corruptos, tiranos, títeres o simplemente inoperantes, y, por supuesto, la pesadilla originada por la creación en Palestina del Estado de Israel.

Pero, probablemente, y al margen del problema palestino, quienes se llevaron la peor parte en el reparto de la tarta fueron los kurdos. Su territorio, el Kurdistán, quedó fragmentado entre nuevos países, y los kurdos se convirtieron, contra su voluntad, en turcos, iraquíes, sirios o iraníes, después de una efímera independencia que fue aplastada en 1921, con la ayuda de los británicos. En cada uno de estos países fueron obligados a «integrarse» y se les prohibió el desarrollo de su lengua, de sus costumbres y de su cultura.

En Turquía, la nación kurda no existe oficialmente. Los kurdos son considerados por el gobierno un pueblo de origen turco, y su idioma, una mezcla deformada del persa, el árabe y el turco. Hasta hace sólo unos años, los únicos maestros que podían enseñar en las escuelas kurdas eran docentes turcos enviados por el Estado desde la otra punta del país.

A pesar de que la situación ha mejorado algo en los últimos años, sobre todo debido al deseo de Turquía de ingresar en la Unión Europea, la represión sigue siendo importante. Es posible que hayan pasado los tiempos más duros del terrorismo independentista kurdo del PKK y la represalia brutal del ejército turco (una guerra que dejó 37.000 muertos desde finales de los años ochenta), pero la situación está aún lejos de una mínima normalidad.

Hace sólo unos días, la decisión de la Comisión Electoral Suprema de Turquía de impedir a importantes candidatos independientes kurdos presentarse a las elecciones de junio provocó violentas protestas en el Kurdistán turco, con el resultado de un muerto y varios heridos. En Estambul, decenas de personas llegaron a acampar en una céntrica plaza de la localidad, en un intento de emular las manifestaciones de la plaza Tahrir de El Cairo. La Comisión Electoral dio finalmente marcha atrás y acordó permitir la participación de los candidatos kurdos.

De las masacres al gobierno

En Irak, la suerte de los kurdos ha sido especialmente trágica. El régimen de Sadam Husein los puso en el punto de mira y, con el fin de evitar cualquier reivindicación que implicara una segregación del norte del país, rico en petróleo y donde vive la mayoría de la población kurda, no dudó en masacrarlos (armas químicas incluidas). Las excusas: terrorismo, colaboracionismo con Turquía o con Irán… Miles de personas, muchas de ellas civiles, y una gran cantidad de niños, fueron asesinados. Unos 5.000 kurdos de la ciudad de Halabja murieron en 1988, cuando el régimen de Sadam Husein usó gas nervioso contra la población. Se calcula que cerca de 182.000 civiles murieron entre 1986 y 1989 durante operaciones militares contra las zonas rurales del Kurdistán iraquí.

Tumbas de víctimas del ataque químico perpetrado por el régimen de Sadam Husein en 1988 contra la población kurda en Halabja, Irak.
Foto: Adam Jones / Wikimedia Commons

No es de extrañar, por tanto, que varias facciones kurdas se levantaran contra el régimen de Sadam tras la primera Guerra de Golfo, o que los representantes políticos de los kurdos iraquíes apoyasen, en su mayoría, la invasión de Irak que lideró posteriormente EE UU, en 2003. Una vez derrocado Sadam Husein los kurdos lograron un alto grado de autonomía, y uno de sus principales dirigentes, Yalal Talabani, es hoy el presidente de Irak.

Actualmente, el Kurdistán iraquí es una de las regiones más estables y seguras del país. Mantiene sus propias relaciones exteriores, y es sede de consulados y oficinas de representación de varios países, como Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Suecia, Holanda o Rusia. En general, los kurdos de Irak se decantan por pertenecer a una nación federal y democrática más que por la independencia, algo, por otra parte, difícilmente conseguible estando a la sombra de Turquía.

La situación, sin embargo, no es tan idílica como pueda parecer. Las tasas de desempleo son muy altas y los graves niveles de corrupción preocupan especialmente a la población, hasta el punto de haber salido también a la calle para exigir reformas, transparencia y democracia. En una de estas protestas, el pasado 17 de febrero, murieron nueve personas al abrir fuego la policía contra grupos de manifestantes que se dirigían hacia las oficinas de los dos principales partidos kurdos iraquíes. Pero el descontento es, de momento, más socioeconómico que nacionalista.

Ciudadanos de segunda

¿Y en Siria? En 1962, antes incluso de la llegada al poder de Hafez al Asad, el padre del actual presidente, el gobierno, dominado ya por el partido Baaz, quitó la ciudadanía y los derechos civiles a más de 100.000 kurdos de la provincia de Al-Jasaka, en el noreste del país, durante una época de fuerte tensión con Turquía e Irak. La medida afectó también a sus descendientes, y ha estado vigente durante casi medio siglo, hasta que fue derogada el pasado 7 de abril por el presidente Bashar al Asad. La razón puede haber sido tanto el temor a que las protestas kurdas avivasen más aún la rebelión popular contra el régimen, como un intento de sembrar división y discordia entre las numerosas facciones y minorías que conforman Siria. Además, medio centenar de prisioneros kurdos fueron liberados.

Hasta ahora, por tanto, los kurdos de Siria (aproximadamente, el 12% de la población, prácticamente todos ellos musulmanes suníes) han luchado más por la dignidad que por la independencia. En las protestas, y a diferencia de actos similares organizados por partidos kurdos turcos o, en el pasado, iraquíes, los manifestantes no reivindicaban ni autonomía, ni Estado federal, ni segregación, sino poder disfrutar de los mismos derechos que tienen las demás comunidades sirias.

Lo que ocurra a partir de ahora es una incógnita, y depende de si el régimen logrará sobrevivir o no, y cómo, a la revolución en todo el país.

El caso de Irán, por último, es más complejo. En un principio, los kurdos iraníes (unos 4 millones, ubicados principalmente en las provincias noroccidentales de Kurdistán, Kermanshah e Ilam) apoyaron la revolución islámica de 1979 contra el sha, pero su oposición a la república teocrática chií les enfrentó al nuevo régimen. Jomeini les declaró una guerra santa y aplastó la revuelta sin contemplaciones. Con la llegada del relativo aperturismo de Jatami, en 1997, lograron algunos avances en el reconocimiento de su identidad cultural, pero cuando las protestas por el juicio en Turquía al líder kurdo Abdullah Öcalan se extendieron también a Irán, comenzaron a producirse choques sangrientos con la policía.

En 2004, miembros del PKK turco crearon el PJAK, una milicia en las montañas de la frontera entre Irak e Irán que, a partir de 2006, llevó a cabo varios atentados con bomba y fue a su vez bombardeada regularmente por el ejército iraní. Según diversas informaciones, el PJAK recibía apoyo de EE UU, lo que resultaba especialmente polémico, dado que Washington (y también la UE) considera al PKK un grupo terrorista.

En noviembre de 2008, poco después de la victoria electoral de Barack Obama, el PJAK anunció que ponía fin a la lucha armada contra Irán y que pasaba a enfrentarse directamente contra Turquía. No obstante, en abril de 2009 tuvo lugar un ataque a una comisaría iraní en el que murieron 18 policías y 8 guerrilleros. Irán contraatacó una semana después bombardeando una aldea kurda iraquí.

División… y petróleo

Más allá de las diferentes realidades de los kurdos en sus respectivos países, o del hecho de que las revueltas actuales en Oriente Medio esten más centradas en reclamar libertad, pan y democracia que en aspiraciones independentistas, uno de los principales impedimentos para que surja una ‘primavera’ kurda se encuentra, probablemente, en los propios kurdos y en la gran división que existe entre los distintos grupos políticos que les representan.

En Irak, sobre todo, la enemistad entre el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) domina la actividad política. Ambos partidos tienen sus propias zonas de influencia (el norte, con capital en Erbil, del PDK; el sur, con capital en Suleimania, del UPK), y la tensión alrededor de Kirkuk sigue manifestándose en ocasionales combates.

Pero al final, como suele ocurrir con tantos otros conflictos en la región, el problema definitivo es el petróleo.

El subsuelo de lo que sería el Kurdistán, un territorio de 500.000 Km² que abarca desde los montes Tauro de la Anatolia oriental, en Turquía, hasta los montes Zagros del oeste iraní y el norte de Irak, tiene una de las mayores reservas acuíferas y petrolíferas de todo Oriente Medio. Prácticamente todo el crudo extraído por Turquía y Siria, y un tercio del que se extrae de Irak, proviene de pozos perforados en territorio kurdo.

Hace más de 30 siglos que los kurdos viven allí, y, aunque han gozado de periodos de cierta autonomía en el pasado (durante el Imperio Persa, al principio del Imperio Otomano), nunca han tenido un Estado real. Es cierto que las rebeliones se han sucedido desde el siglo XIX, pero el feudalismo tribal que caracterizaba la sociedad kurda y la falta de un liderazgo común impidieron durante décadas la creación de una conciencia nacional, y contribuyeron a que los numerosos levantamientos kurdos producidos en los últimos 200 años fueran sofocados.

A pesar de todo, y por más que pese a muchos, la nación kurda sigue existiendo. Existe en su cultura, en su música, en su idioma y en su literatura; en unas tradiciones que, a pesar de la islamización que siguió a la dominación árabe, siguen conservando fuertes vínculos con la religión mazdeísta de sus orígenes, tan vinculada a la naturaleza. Y existe, también, en los recuerdos de los miles de exiliados dispersos por medio mundo, en las aspiraciones de libertad que aún se mantienen vivas, en un pasado común de continuas represiones y persecuciones, y en la esperanza de un futuro mejor que, si no ahora, tal vez llegue algún día tras un nuevo Noruz, en una nueva primavera.

Cronología moderna

  • 10 de agosto de 1920. Tratado de Sèvres, en el que se establece la creación de un Kurdistán independiente que comprendiese la Anatolia suroriental (al sur del lago Van) y la región de Mosul. Yodo quedó en la nada por diferencias tribales y el rechazo del líder nacionalista turco Kemal Ataturk. En este periodo, los partidos kurdos se dividieron en dos ramas: la partidaria de mantener su autonomía en Turquía y la que optaba por la independencia.
  • 1945-1948. Los kurdos piden ante la ONU la independencia de su territorio.
  • 1945. Se funda la República Independiente de Mahabad (Irán), de un año de duración.
  • 1961-1970. Revuelta kurda en Irak.
  • 1970. Los kurdos logran el dominio de una región autónoma en Irak.
  • 1975-1991. Guerra entre los kurdos y las fuerzas armadas de Irak, comenzada por los kurdos.
  • 1978. Abdullah Öcalan funda el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que empieza a operar en Turquía.
  • Años ochenta. Las guerrillas kurdas, apoyadas por la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), y con base en Siria, Irak e Irán, realizan cientos de incursiones armadas en el sureste de Turquía.
  • 1984. El PKK desencadena una guerra abierta contra Turquía.
  • 1988. Ataques con armas químicas a los kurdos iraquíes por parte de Sadam Husein.
  • 1991. Tras la Guerra del Golfo, varias facciones kurdas se levantan contra Irak.
  • 1992. Facciones kurdas iraquíes constituyen un Gobierno.
  • 1994. La activista y diputada kurda Leyla Zana es arrestada y acusada de pertenecer al PKK, tras serle levantada la inmunidad parlamentaria. Permanece diez años en prisión y es reconocida como prisionera de conciencia por Amnistía Internacional.
  • 12 de abril de 1995. Parlamento kurdo en el Exilio, constituido en La Haya.
  • Octubre de 1998. Siria deja de apoyar al PKK.
  • Marzo de 1999. Es capturado en Kenia el líder kurdo Abdullah Öcalan. Juzgado en Turquía por alta traición y asesinato, Öcalan fue condenado a muerte, pero la sentencia está actualmente apelada ante el Tribunal de Justicia Europeo.
  • 7 de abril de 2011. El presidente sirio Bashar al Asad promulga un decreto por el que concede la ciudadanía a los habitantes de origen kurdo.

Fuente principal de la cronología: Wikipedia
Más información: Mediterráneo Sur: El conflicto kurdo

¿Y la primavera kurda?

Hace poco más de un mes, muchos de los pueblos que habitan Oriente Medio y el Asia central celebraron la festividad anual de Noruz, una tradición que hunde sus raíces en el zoroastrismo y que, durante más de 3.000 años,… Leer

Una breve historia en imágenes de los eventos clave y los personajes que han ido marcando el conflicto árabe-israelí a través de las décadas:

1914–1918. El Imperio Otomano, que había conquistado el Mediterráneo oriental en 1516, se alía con Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Los británicos logran la ayuda de los árabes contra los turcos apoyando su revuelta, y les prometen la independencia en sus territorios. Pero Londres, en la Declaración Balfour (1917), promete también a los judíos una patria en Palestina.

Jerusalén, a principios del siglo XX. Foto: Matson Photo Service, Biblioteca del Congreso de Estados Unidos

1918. Los árabes se hacen cargo de Siria, con el príncipe Faisal Ibn Hussein, de la dinastía árabe hachemí, a la cabeza. Pero después de la guerra, la Liga de Naciones otorga a Francia y Gran Bretaña el control (en «mandatos») de los antiguos territorios otomanos. Francia recibe Siria, y Gran Bretaña las actuales Israel, Cisjordania, Gaza y Jordania.

Soldados británicos en la Ciudad Vieja de Jerusalén, durante el mandato británico de Palestina, en los años treinta. Foto: Matson Eric / Wikimedia Commons

1921. Los británicos dividen su mandato en dos: la parte este del río Jordán se convierte en el emirato de Transjordania, gobernado por el hermano de Abdullah, Faisal; la parte oeste será el mandato de Palestina, y se mantiene bajo control británico.

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Abdullah Hussein, emir de Transjordania y futuro rey Abdullah I de Jordania, en El Cairo (sentado a la izquierda en el coche, en la imagen), para un encuentro con el Alto Comisionado británico en Egipto, Edmund Allenby, en 1921. Foto: General Photographic Agency / Hulton Archive / Getty Images

1930. La inmigración judía desde Europa hacia el mandato británico de Palestina, que había comenzado en la década de 1880, se incrementa justo antes de la Segunda Guerra Mundial debido a la persecución nazi. Muchos árabes locales se oponen, y se producen enfrentamientos.

Judíos supervivientes del campo de concentración nazi de Buchenwal, a su llegada al puerto de Haifa. en julio de 1945. Foto: Wikimedia Commons

1947-1949. Gran Bretaña abandona el mandato de Palestina, que queda bajo la supervisión de Naciones Unidas. La ONU propone la creación de dos Estados: uno árabe y otro judío. La propuesta es aceptada por los judíos, pero rechazada por los árabes. David Ben-Gurion declara la fundación del Estado de Israel el 15 de mayo de 1948. Egipto, Siria, Líbano y Jordania invaden el territorio, pero son rechazados. El armisticio de 1949 supune una importante ampliación del territorio designado originalmente para Israel. Entre tanto, se produce la Nakba –catástrofe–, el término con el que el mundo árabe denomina la expulsión, desposesión, exilio o huida de cientos de miles de palestinos tras la fundación del Estado de Israel y la guerra árabe-israelí.

Expul­sa­dos pales­ti­nos con sus pertenencias durante la Nakba, en 1948, en la actual Gali­lea. Foto: Fred Csasznik

1956. Tras llegar al poder en Egipto, Gamal Abdel Nasser integra los ejércitos egipcio y sirio y nacionaliza el Canal de Suez, hasta entonces de propiedad europea. Israel se une a Gran Bretaña y Francia y, el 29 de octubre de 1956, invaden la península egipcia del Sinaí. La presión internacional obliga a los israelíes a retirarse, y el Reino Unido y Francia sacan sus tropas del canal.

El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser iza la bandera de Egipto en Port Said, tras la retirada de las tropas británicas de la zona del canal de Suez, en junio de 1956. Foto: Bibliotheca Alexandrina / Wikimedia Commons

1964. Se funda la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), bajo el liderazgo de Yasir Arafat. Tras la debacle de la Guerra de los Seis Días, la OLP se proclamará la única representante del pueblo palestino. El objetivo: conseguir la devolución de su tierra y acabar con el Estado de Israel.

El líder de la OLP, Yasir Arafat, con Nayef Hawatmeh y Kamal Nasser, en Jordania, en junio de 1970. Foto: Al Ahram / Wikimedia Commons

1967. Las hostilidades entre Israel y sus vecinos continúan, y ambas partes vandesarrollando su fuerza militar. El 5 de junio de 1967, Israel lanza un «ataque preventivo» contra las tropas árabes a lo largo de sus fronteras. En la Guerra de los Seis Días, Israel conquisa el Sinaí a Egipto, los Altos del Golán a Siria, y Cisjordania y la ciudad vieja de Jerusalén, a Jordania. Desde entonces, las conversaciones han girado en torno al regreso a las fronteras anteriores a 1967.

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Prisioneros de guerra egipcios en el desierto del Sinaí, tras la conquista de la península por las tropas israelíes, en 13 de junio de 1967. Foto: Central Press / Getty Images

1973. El 6 de octubre, Siria y Egipto lanzan un ataque sorpresa contra Israel coincidiendo con la festividad judía del Yom Kipur. Después de las pérdidas iniciales, los israelíes recuperan casi todo el territorio que habían ocupado durante la Guerra de los Seis Días.

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Soldados sirios se rinden a las tropas israelíes en los Altos del Golán el 10 de octubre de 1973. Foto: GPO / Getty Images

1979. EE UU combina presiones diplomáticas y económicas para suavizar las relaciones entre Egipto e Israel. En 1979, el presidente egipcio, Anuar Al Sadat, firma un pacto de reconocimiento mutuo con Israel y Egipto recupera el territorio del Sinaí.

El presidente egipcio Anwar al Sadat, el presidente de EE UU Jimmy Carter, y el primer ministro israelí Menájem Beguín, tras la firma de los acuerdos de Camp David, el 17 de septiembre de 1978. Foto: Jimmy Carter Library / CIA

1982. En respuesta a los ataques que venía sufriendo en las ciudades del norte, Israel invade el Líbano y llega a Beirut el 6 de junio de 1982. Durante la guerra se produce la masacre de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Beirut, cuando entre cientos y miles (según las versiones) de palestinos son asesinados a manos de la Falange Libanesa, sin que el ejército israelí, presente en la zona y sabiendo lo que estaba ocurriendo, haga nada por evitarlo. En 1985 Israel se retira de la mayor parte del Líbano, pero mantendrá una «zona de seguridad» a lo largo de la frontera hasta el año 2000.

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Una mujer palestina llora mientras trabajadores de la defensa civil retiran el cadáver de un familiar de las ruinas de su casa en el campo de refugiados de Sabra, en Beirut, tras la masacre cometida por la Falange Libanesa, el 19 de septiembre de 1982. Foto: STF / AFP / Getty Images

1987. Durante los años 80, el establecimiento de asentamientos judíos en tierras palestinas continúa de forma sistemática. En 1987 los palestinos de Cisjordania y Gaza lanzan la Intifada (levantamiento popular) contra la ocupación israelí.

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Una colona judía en el asentamiento de Dolev, en Cisjordania, en 1984. Foto: Chanania Herman / GPO / Getty Images

1993. Tras la Conferencia de Madrid, los Acuerdos de Oslo contemplan el reconocimiento mutuo entre la OLP y el Estado de Israel, y un autogobierno limitado palestino en Cisjordania y Gaza. Jordania firma un tratado de paz con Israel.

El primer ministro israelí Isaac Rabin, y el presidente de la OLP Yasir Arafat, se dan la mano en la Casa Blanca, en presencia del presidente de Estados Unidos Bill Clinton, tras la firma de los Acuerdos de Oslo, el 13 de septiembre de 1993. Foto: Vince Musi / The White House

2000. Bajo el patrocinio de EE UU, Arafat y Ehud Barak, primer ministro israelí, se reúnen de nuevo en Camp David. La conferencia fracasa al no poderse llegar a un acuerdo sobre la parte vieja de Jerusalén. Ariel Sharon, líder del partido derechista israelí Likud, visita la Explanada de las Mezquitas acompañado por 1.000 policías para subrayar la soberanía de Israel sobre la parte más sagrada (para musulmanes y judíos) de la ciudad. El gesto provoca violentas manifestaciones, que desembocan en la Segunda Intifada.

Ariel Sharon, rodeado de personal de seguridad, en la Explanada de las Mezquitas (Monte del Templo para los judíos) de Jerusalén, el 28 de septiembre de 2000. Foto: Brian Hendler / Getty Images

2002. Un terrorista suicida mata a 29 israelíes en un hotel, en el más sangriento ataque individual de la Segunda Intifada. Israel aísla a Arafat en su complejo de Ramala, vuelve a ocupar amplias zonas palestinas que habían conseguido la autonomía en virtud de los Acuerdos de Oslo, y empieza la construcción de un muro de separación en Cisjordania. EE UU plantea una «hoja de ruta» que incluye el fin de los ataques palestinos y el desmantelamiento de los asentamientos israelíes construidos desde marzo de 2001.

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El ejército israelí destruye uno de los edificios del complejo de Arafat en Ramala, Cisjordania, el 20 de septiembre de 2002. Foto: Atta Oweisat / AFP / Getty Images

2003. Con el apoyo de EE UU, Mahmud Abás, también conocido como Abu Mazen, se convierte en el primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina.

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Mahmud Abás, recién nombrado primer ministro de la Autoridad Palestina, en sus oficinas de Ramala, Cisjordania, el 27 de marzo de 2003. Foto: David Silverman / Getty Images

2004. Israel asesina al jeque Ahmed Yassin, cofundador de Hamás en Gaza. Su sucesor, Abdel Aziz Al Rantisi, es asesinado también en un ataque similar con misiles. Arafat muere el 11 de noviembre y Mahmud Abás le sucede como presidente de la OLP, ganando las elecciones, y bajo la promesa de intentar poner fin a la violencia y firmar la paz con Israel.

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Una multitud lleva el féretro del jeque Ahmed Yassin, asesinado en un ataque israelí, durante su funeral en Gaza, el 22 de marzo de 2004. Foto: Mohammed Abed / AFP / Getty Images

2005. Sharon y Abás anuncian un alto el fuego y la violencia disminuye. Después de 38 años de ocupación, Israel completa la evacuación de 15.000 colonos judíos de Gaza, pero el lanzamiento de cohetes desde la franja provoca renovados ataques aéreos israelíes.

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Un colono se enfrenta a un soldado israelí en el asentamiento judío de Neve Dekalim, en Gaza, durante la evacuación forzosa y el desmantelamiento de las colonias israelíes en la Franja, el 17 de agosto de 2005. Foto: Spencer Platt / Getty Images

2006. El paisaje político cambia, tanto en Israel como en los territorios palestinos. En Israel, Sharon entra en coma tras un derrame cerebral y sus poderes pasan a Ehud Olmert. Y, en las elecciones palestinas, Hamás, no reconocida por Israel como interlocutor y considerada un grupo terrorista por buena parte de la comunidad internacional, logra la victoria en Gaza, imponiéndose a Al Fatah.

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El primer ministro en funciones de Israel, Ehud Olmert, junto a la silla vacía del primer ministro, Ariel Sharon, durante una reunión del gabinete de crisis del Gobierno. Foto: Lior Mizrahi / Pool / Getty Images

2006. En julio, tras el asesinato de los miembros de una patrulla israelí en la frontera, Israel entra de nuevo en el Líbano y combate a Hizbulá en una guerra de un mes de duración que causa al menos 1.100 libaneses y 156 israelíes muertos, aparte de enormes destrozos. La comisión oficial israelí concluye que el enfrentamiento terminó «sin una victoria militar definida».

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Un soldado israelí en la frontera entre Israel y Líbano carga una unidad de artillería que dispara proyectiles contra objetivos de Hizbulá en el sur libanés, el 16 de junio de 2006. Foto: Menahem Kahana / AFP / Getty Images

2007. La coalición entre Al Fatah y Hamás se viene abajo cuando Hamás toma el control de Gaza en combates que dejan cientos de muertos. Israel declara Gaza «territorio hostil» y corta el suministro de combustible y electricidad. La división palestina continúa hasta hoy: Hamás controla Gaza, y Al Fatah, Cisjordania. EE UU patrocina una infructuosa conferencia de paz en Annapolis (el primer intento estadounidense en siete años para alcanzar un acuerdo).

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Un chico palestino, junto a un vehículo en llamas durante los enfrentamientos entre Hamás y Al Fatah en Gaza, el 14 de mayo de 2007. Foto: Mohammed Abed / AFP / Getty Images

2008, 2009. Gaza, controlada por Hamás y aislada por un férreo bloqueo económico y humano, sufre dos grandes ofensivas israelíes tras ataques de cohetes desde el territorio palestino hacia las ciudades del sur de Israel. En la primera, en febrero de 2008, mueren más de 120 palestinos; la segunda, entre diciembre de 2008 y enero de 2009, deja más de 1.300 palestinos y 13 israelíes muertos. Un mes después, Netanyahu gana las elecciones en Israel.

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Columnas de humo por las explosiones durante un ataque aéreo israelí sobre Rafah, en el sur de Gaza, el 28 de diciembre de 2008. Foto: Getty Images


A partir de una serie de fotos en The Guardian

La guerra interminable, foto a foto

Una breve historia en imágenes de los eventos clave y los personajes que han ido marcando el conflicto árabe-israelí a través de las décadas: 1914–1918. El Imperio Otomano, que había conquistado el Mediterráneo oriental en 1516, se alía con Alemania… Leer

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