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Barack Obama, en Chicago, durante su último discurso en público como presidente de los Estados Unidos. Foto: The White House / Wikimedia Commons

Al 44º presidente de los Estados Unidos se le podrán reprochar muchas cosas, pero la falta de optimismo no es una de ellas. Cuando el pasado día 11, de vuelta en su querida Chicago, Barack Obama se despidió del pueblo estadounidense en su último discurso público (una nueva demostración de su brillante oratoria y de su capacidad para conectar con la gente), el todavía inquilino de la Casa Blanca recuperó, sin dudarlo, el histórico lema que le llevó hasta la presidencia por primera vez, hace ocho años. Ante una audiencia entregada que clamaba por el imposible («Four more years!», ¡cuatro años más!), y pese al ‘coitus interruptus’ de saber que en tan solo unos días ocupará su puesto un personaje como Donald Trump, Obama cerró sus palabras con el mismo mensaje de esperanza que convenció a millones de personas en 2008, haciendo posible la hazaña de situar por vez primera a un hombre negro en el cargo más importante del país, y, en muchos sentidos, del mundo: Yes, we can (Sí, podemos). Y luego añadió: Yes, we did (Sí, lo hicimos; sí, pudimos). Pero, ¿ha podido realmente?

En términos generales, Obama deja un país mejor que el que encontró, al menos en lo que respecta a la economía, pero también un buen número de expectativas frustradas o directamente incumplidas. El que fuera el candidato del «cambio» y la «esperanza»ha sido asimismo, para muchos, el presidente de las oportunidades perdidas, unas oportunidades que, a la vista de quien va a sentarse en el Despacho Oval a partir del próximo viernes, no van a volver a repetirse fácilmente. Y algunos de sus logros más importantes, como la reforma sanitaria o la migratoria, podrían tener los días contados.

En el exterior, Obama, premiado en 2009 con un Nobel de la Paz que resultó ser, probablemente, algo prematuro, tampoco puede presumir demasiado. El entusiasmo inicial que despertó en todo el mundo el cambio que el joven presidente suponía con respecto a su antecesor (George W. Bush), con sus acercamientos al mundo musulmán (qué lejos queda ya aquel famoso discurso en El Cairo), o sus decisiones de poner fin a dos guerras (Afganistán e Irak), se fue transformando poco a poco en decepción y, en muchas ocasiones, en más de lo mismo.

Quedarán, en el apartado del debe, sus fracasos en el trágico atolladero de Siria y en el moribundo proceso de paz palestino-israelí, o los miles de muertes causadas por sus drones (durante el mandato de Obama, EE UU ha bombardeado un total de siete países —Afganistán, Irak, Pakistán, Somalia, Yemen, Libia y Siria—, frente a los cuatro bombardeados por Bush —los cuatro primeros— ). En el apartado del haber, pasos históricos como la reapertura de relaciones con Cuba y el acuerdo nuclear con Irán, sus iniciativas en contra de la tortura, o momentos ‘cumbre’ como, dejando a un lado las normas del derecho internacional, el asesinato del líder de Al Qaeda y cerebro de los atentados del 11-S, Osama Bin Laden.

Cambios profundos

No obstante, y como siempre en estos casos, tan injusto sería culpar al presidente de todos los aspectos negativos ocurridos durante su mandato, como atribuirle en exclusiva todos los logros. La sociedad estadounidense, como la global, ha experimentado durante estos ocho años cambios muy profundos, unos cambios que han acabado traduciéndose, de algún modo, en una gran polarización ideológica y una evidente desconexión entre ciudadanos y politicos, de izquierda a derecha, reflejadas en manifestaciones tan distintas como el movimiento Occupy que se extendió por EE UU en 2011 tras el 15-M español, o la inesperada elección como presidente del millonario Donald Trump en 2016. Unos cambios que, al mismo tiempo, han permitido también hitos como el reconocimiento, en todo el país, de la legalidad del matrimonio entre homosexuales, o el hecho de que, por primera vez, una mujer (Hillary Clinton) haya estado a punto de ocupar la Casa Blanca.

Paradójicamente, ha sido durante el mandato del primer presidente negro cuando los hondos conflictos raciales tan presentes aún en EE UU han vuelto a exacerbarse (debido, sobre todo, a la violencia discriminatoria ejercida por la Policía contra ciudadanos negros), y ha sido también durante el mandato del que iba a ser «el presidente de la gente» cuando hemos conocido, por ejemplo, el masivo espionaje cibernético al que el Gobierno estadounidense somete a sus ciudadanos. A menudo, también es cierto, Obama se ha dado de frente contra el muro de la falta de apoyo político, especialmente en el Congreso, una cámara que ha estado férreamente dominada por los republicanos en estos últimos años: para cuando el presidente quiso apretar el acelerador de sus reformas, en el tramo final de su mandato, ya era demasiado tarde. A su pesar, Guantánamo sigue abierto, y el cambio en las leyes que regulan la posesión de armas, pendiente.

Tal vez el error, visto sobre todo desde Europa, o desde la Europa más de izquierdas, haya sido creer que Obama era un auténtico revolucionario, y no tanto lo que finalmente resultó ser: un presidente con honestas intenciones transformadoras, pero dependiente, al fin y al cabo, y no siempre en contra de su voluntad, de los mecanismos de poder (políticos, económicos, militares) y los valores tradicionales (capitalismo incuestionable, cierto chauvinismo) que siguen marcando buena parte de la realidad de su país.

Lo que parece claro es que Obama se va con la popularidad prácticamente intacta, un factor al que probablemente haya contribuido el clima viciado que ha caracterizado las últimas elecciones presidenciales. Según un último sondeo de Associated Press-Norc Center for Public Affairs, el 57% de los estadounidenses encuestados aprueban su gestión, lo que le sitúa muy por delante de su predecesor (Bush se fue con un 32%) y ligeramente por encima de Ronald Reagan (51%), aunque aún lejos de Bill Clinton (63%). Para el 27%, Obama ha sido incapaz de mantener su promesa de unificar el país, y uno de cada tres opina que ha incumplido sus compromisos, si bien el 44% cree que, al menos, lo ha intentado.

Obama asumió la presidencia de EE UU con una herencia, la de George W. Bush, que incluía, entre otras cosas, dos guerras, una crisis económica interna sin precedentes desde la Gran Depresión y una imagen de Estados Unidos en el mundo por los suelos. El nuevo presidente ofrecía, para empezar, un talante completamente distinto: más inteligente y tolerante, con un mejor carácter y un fino y agudo sentido del humor, educado en Harvard pero no elitista, soñador pero realista, progresista pero en modo alguno radical, e inmune (algo que ha logrado mantener) a cualquier escándalo de corrupción o de carácter personal. Repasamos ahora su legado, recordando también sus promesas y retos de hace ocho años, tanto en política exterior como en política interior.

EL LEGADO DE OBAMA EN EL EXTERIOR

Oriente Medio

Cuando Obama llegó al poder en enero de 2009, tres años antes del estallido de la ‘primavera árabe’, y ocho antes de la sangrienta irrupción de Estado Islámico, el nuevo presidente tenía ante sí tres desafíos fundamentales en lo que respecta a la región más convulsa del planeta: retirar las tropas estadounidenses de Irak y y lograr la estabilización del país, poner fin a la guerra en Afganistán, y contribuir a un proceso de paz real entre palestinos e israelíes. Ocho años después, la retirada de los soldados es una realidad en Irak, pero el país, asolado por el terrorismo yihadista, la división sectaria y la debilidad de su gobierno tras la nefasta gestión estadounidense que siguió a la invasión de 2003, está muy lejos de ser estable; la guerra de Afganistán se cerró más bien en falso (EE UU aún mantiene tropas allí); y el proceso de paz palestino-israelí está completamente muerto.

En el camino, las nuevas realidades de la zona han supuesto un desafío constante, al que la administración estadounidense no ha sabido responder adecuadamente. La tragedia de la guerra en Siria es, tal vez, el principal ejemplo: la política contradictoria y pasiva de Washington ha contribuido a perpetuar el conflicto y ha dado alas a la Rusia de Putin, cuyo apoyo incondicional al régimen de Asad sigue haciendo imposible una salida. Por otro lado, EE UU ha intentado distanciar su discurso de la política israelí, pero no ha presionado lo suficiente como para forzar avances en el proceso de paz, e incluso ha alcanzado niveles récord en la venta de armas a este país. Y en Yemen, donde otra guerra prácticamente olvidada sigue masacrando a la población, Washington mantiene su respaldo a la coalición, liderada por Arabia Saudí, que está lanzando las bombas.

Según explica a 20minutos.es Ignacio Álvarez-Osorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y coordinador de Oriente Medio y el Magreb en la Fundación Alternativas, «la inacción, el distanciamiento y la parálisis» que han caracterizado la política «fallida, errática e improvisada» de Obama en Oriente Medio han dejado una región «bastante peor de lo que estaba hace ocho años», incluyendo la expansión de Estado Islámico, frente al que EE UU no ha sido capaz de oponer una estrategia verdaderamente eficaz. Aún reconociendo el condicionante de la herencia de Bush, Álvarez-Ossorio no duda en hablar de «gran decepción», tras un principio que parecía esperanzador, «gracias al discurso en El Cairo, o al hecho de que se dejase caer a Mubarak en Egipto».

Sin embargo, teniendo en cuenta las duras críticas recibidas por Bush a causa de su intervencionismo en la región, ¿qué opciones reales tenía Obama? «Podía haber explorado más otras alternativas, basadas en una diplomacia más coherente y en el multilateralismo, en buscar otros actores», explica Álvarez-Osorio. «El intervencionismo militar no es la única opción, pero es difícil ganar credibilidad cuando tus principales aliados siguen siendo países autocráticos, o cuando el distanciamiento de gobiernos como el saudí o el israelí es tan tibio».

El mayor logro conseguido por la administración de Obama en Oriente Medio es, sin duda, la consecución del acuerdo con Irán, un acuerdo que permitió controlar la escalada nuclear en este país y levantar las sanciones impuestas a Teherán; que, en cualquier caso, no es atribuible en exclusiva a la diplomacia estadounidense, y que está pendiente ahora de lo que pueda hacer con él el nuevo presidente Trump.

Cuba y Corea del Norte

Junto con el acuerdo nuclear con Irán, el otro gran momento del mandato de Obama en política exterior ha sido la normalización de las relaciones con Cuba, un proceso cuya primera fase culminó en el histórico apretón de manos en La Habana entre el presidente estadounidense y el cubano, Raúl Castro, en marzo de 2016. Era la primera vez en 88 años que un mandatario de EE UU visitaba la isla, un gesto comparable, en significación histórica, a la visita que Obama hizo también a Hiroshima, la primera de un presidente estadounidense a la ciudad japonesa arrasada por la primera bomba atómica hace 50 años.

No obstante, tampoco aquí el éxito es atribuible tan solo a Obama. La situación de cierto aperturismo en la isla tras la retirada de Fidel Castro del poder, y el final de los años duros de George W. Bush fueron factores fundamentales. Y no hay que olvidar que, al igual que en lo referente a Irán, el nuevo presidente, Trump, tendrá la autoridad ejecutiva de revertir las propuestas diplomáticas de Obama para con la isla, incluyendo la relajación de las sanciones y las restricciones de viaje. Trump, de momento, mantiene abiertas «todas las opciones».

Con otro de los tradicionales antagonistas de EE UU, Corea del Norte, las cosas no han ido tan bien, aunque, en este caso, ha sido la postura aislacionista y beligerante del régimen dictatorial de Pionyang la que no ha contribuido, precisamente, a allanar el camino. La tensión nuclear, las provocaciones a los vecinos y los ensayos armamentísticos han seguido incrementándose, y los conatos de diálogo parecen haber pasado a mejor vida.

Europa y Rusia

«Cuando Obama fue elegido en 2008 se generó una gran expectación en Europa», comenta a 20minutos.es Carlota García Encina, investigadora del Real Instituto Elcano y profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid: «Parecía, sobre todo en comparación con los años de Bush, que se iniciaba una nueva relación transatlántica, pero la generación de Obama no se siente tan ligada al Viejo Continente como las anteriores y, aunque en un primer momento el trato fue cordial, EE UU empezó a mirar cada vez más a Asia y a los países emergentes, y a dejar claro su deseo de que los países europeos se fuesen haciendo cargo de su propia defensa», añade.

Esta cierta distancia, no obstante, ha ido evolucionando a lo largo de todo el mandato, especialmente ante la magnitud de problemas globales como el terrorismo o la llegada masiva de refugiados, o debido a situaciones de crisis como la guerra en Ucrania. García Encina señala, en este sentido, que «Obama fue cada vez más consciente de que necesitaba una Europa fuerte, de que no existe una alternativa, y de que estadounidenses y europeos son quienes siguen haciéndose cargo de la mayoría de los problemas del mundo». «Por eso», agrega, «Obama ha venido insistiendo, sobre todo al final de su presidencia, en la necesidad de ‘más Europa’ [cuando apoyó la opción contraria al brexit, por ejemplo], y de una Europa más activa que reactiva».

La relación con el otro lado del Atlántico, sin embargo, ha estado marcada por la creciente tensión, cuando no enemistad directa, con la Rusia de Putin. Como recuerda García Encina, los planes de Obama para mejorar las relaciones con Moscú (ese «volver a empezar» que se propuso al inicio de su segundo mandato) se vieron truncados por la guerra en Ucrania y la anexión rusa de Crimea en 2014, y, especialmente, por el apoyo del Kremlin al régimen sirio de Bashar al Asad. Tras las acusaciones a Moscú de haber intervenido en la campaña electoral estadounidense, y a pesar del ‘idilio’ político entre Vladimir Putin y Donald Trump, restablecer una mínima normalidad entre ambas potencias no va a ser tarea fácil.

Tratados comerciales

Antes de ser elegido presidente, Obama, quien llegó a ser acusado de «proteccionista encubierto» por su primer rival electoral, el republicano John McCain, se había mostrado partidario, en general, del libre comercio mundial, si bien matizando que «no todos los acuerdos son buenos». Al término de su mandato, el balance en este sentido es más bien pobre, con solo tres acuerdos implementados exitosamente (Panamá, Colombia y Corea del Sur), algo no necesariamente negativo para los detractores de este tipo de tratados, tanto desde la derecha más proteccionista («roban trabajo a los locales y favorecen a las empresas extranjeras»), como desde el activismo izquierdista («contribuyen a aumentar el poder de las grandes corporaciones frente a los gobiernos, y minan los derechos sociales y laborales»).

Los dos grandes objetivos de su administración fueron el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). El TPP, firmado en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40% de la economía mundial, todavía no ha sido ratificado y, teniendo en cuenta que Trump ha anunciado la retirada estadounidense del mismo, su futuro es, siendo optimistas, incierto. Mientras, el TTIP, la controvertida propuesta de libre comercio entre EE UU y la UE, sigue negociándose, pero está siendo abandonada por cada vez más políticos a ambos lados del Atlántico. «A diferencia de lo que ocurre en Europa», indica García Encina, «el TTIP no está en el debate público en EE UU; es un asunto de Washington».

EL LEGADO DE OBAMA EN CASA

Economía

Obama llegó al poder en mitad de una crisis económica descomunal, cuyos efectos aún siguen sufriéndose en medio mundo. Con más de 9 millones de parados, el desempleo afectaba al 6,7% de la población activa; la deuda pública superaba los 10.600 millones de dólares; la industria financiera estaba a un paso del colapso, y 700.000 millones de dólares eran dedicados a gasto militar. Grandes empresas habían quebrado, la confianza de los inversores era prácticamente inexistente, había decrecido alarmantemente la capacidad adquisitiva y, por tanto, el consumo; la industria automovilística (uno de los motores del país) estaba en coma, y el déficit presupuestario alcanzaba un registro histórico de 483.000 millones de dólares, sin contar con los 700.000 millones del erario público destinados a rescatar, principalmente, a los bancos y entidades financieras a la vez causantes y víctimas de buena parte de la crisis.

Al inicio de su primer mandato, Obama impulsó un importante paquete de estímulo económico y una serie de reformas legales y financieras que, poco a poco, han ido dando frutos. Su gobierno supervisó la salvación de General Motors, implementó un Programa de Viviendas Asequibles que evitó que millones de propietarios perdieran sus casas al permitirles refinanciar sus hipotecas, y negoció un acuerdo que anuló muchos de los recortes de impuestos aprobados en la era de George W. Bush, a cambio de congelar el gasto general, e incluyendo importantes medidas fiscales como la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009.

Ocho años después, el desempleo ha caído al 4,6%, el nivel más bajo desde 2007, y la creación de puestos de trabajo sigue estable, con 178.000 nuevos empleos registrados el pasado mes de noviembre. Además, y pese a que Obama no ha conseguido avances en su empeño por aumentar el salario mínimo federal (el Congreso, dominado por los republicanos, se ha opuesto sistemáticamente), o a que el poder adquisitivo sigue sin alcanzar los niveles esperados (el ingreso de los hogares en 2015 seguía siendo inferior al de 2007), los sueldos, en general, han empezado a recuperarse (aunque sigue existiendo desigualdad entre hombres y mujeres), y el mercado de valores está alcanzando nuevos máximos.

Según un informe del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, el crecimiento de los salarios reales ha sido en estos últimos años el más rápido desde principios de la década de los setenta, y en el tercer trimestre de 2016, la economía estadounidense creció un 11,5% por encima del máximo registrado antes de la crisis, con la renta per capita situada un 4% sobre los niveles anteriores a 2009.

Sanidad

La reforma del sistema sanitario estadounidense fue, desde un principio, la gran apuesta de Barack Obama, y también el principal blanco de los ataques al presidente provenientes de los sectores más conservadores. Su implementación, aunque fuese rebajando en parte sus ambiciosos planes iniciales, ha sido, según él mismo, su gran legado. Su futuro, considerando que Trump ha prometido hincarle el diente («suspenderla» y «aprobar una propuesta mejor») nada más asumir la presidencia, está en el aire.

Básicamente, el llamado Obamacare, el paquete de reformas sanitarias aprobado en 2010, tiene como objetivo permitir un mayor acceso de los ciudadanos al sistema de salud, en un país donde no existe una sanidad pública como tal. Los estadounidenses pueden ahora comprar seguros médicos federalmente regulados y subsidiados por el Estado, lo que ha permitido que el porcentaje de personas sin protección se haya reducido del 15,7% (un total de 30 millones) en 2011 al 9,1% en 2015.

La ley, por ejemplo, prohíbe a las compañías de seguros tener en cuenta condiciones preexistentes, y les exige otorgar cobertura a todos los solicitantes, ofreciéndoles las mismas tarifas sin importar su estado de salud o su sexo. Además, aumenta las subvenciones y la cobertura de Medicaid, el programa de seguros de salud del Gobierno.

La reforma, sin embargo, ha tenido que convivir con serios problemas, incluyendo el hecho de que varios estados gobernados por republicanos se han negado a aplicar su parte, o graves dificultades informáticas que fueron ampliamente divulgadas por la prensa y utilizadas por la oposición, disparando las críticas de sus detractores.

Inmigración

La reforma migratoria fue, junto con la sanitaria, la otra gran promesa de Obama durante la campaña electoral que le llevó a la Casa Blanca en 2008, pero sus esfuerzos por que el Congreso la sacase adelante cayeron una y otra vez en saco roto. Finalmente, nada más ser reelegido, el presidente anunció que no estaba dispuesto a seguir esperando, y que aprobaría una serie de medidas por decreto (acción ejecutiva). Lo hizo, finalmente, y entre las airadas críticas de los republicanos, en 2014.

Esta ‘minireforma’ no afectaba a aspectos como la ciudadanía o la residencia permanente (Obama no podía llegar tan lejos, con la ley en la mano), pero sí permitía regularizar la situación de cerca de la mitad de los inmigrantes indocumentados que residen en el país (unos cinco millones, de un total de 11 millones de ‘sin papeles’). En concreto, la reforma afectaba a aquellos que tienen hijos que son ciudadanos estadounidenses o residentes permanentes, y que pueden demostrar que llevan en el país desde antes del 1 de enero de 2010 y carecen de antecedentes criminales. La ley está ahora suspendida por una larga batalla legal en la que se ha cuestionado su constitucionalidad.

Por otro lado, la dura y xenófoba retórica anti-inmigración del presidente electo, Donald Trump, ha hecho olvidar a menudo que la administración de Obama ostenta el récord de deportaciones de EE UU hasta la fecha, con una media de 400.000 al año. Según datos del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), el gobierno de Obama deportó a cerca de 2,5 millones de inmigrantes entre 2009 y 2015. El mayor número de deportaciones se produjo en 2012, cuando fueron expulsadas 410.000 personas, alrededor del doble que en 2003. Un informe de 2013 del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE UU señalaba que alrededor de 369.000 inmigrantes irregulares fueron deportados durante ese año. La mayoría de los deportados, 241.493, eran mexicanos.

Crimen y armas

Las afirmaciones de Donald Trump según las cuales la criminalidad en EE UU está «peor que nunca» son falsas. Es cierto que en algunas grandes ciudades ha crecido la tasa de homicidios, pero, en general, los índices de delincuencia han bajado de forma constante durante los ocho años de gobierno de Barack Obama, uno de cuyos grandes objetivos (no cumplido del todo) ha sido la reforma del sistema de justicia penal y, en especial, intentar acabar con la discriminación racial que conlleva actualmente.

Como destaca la BBC en un repaso al legado de Obama en este aspecto crucial de la política doméstica, en 2010 el presidente firmó la llamada Acta de Sentencias, con la que se equiparararon las penas por posesión de crack y de cocaína en polvo. Hasta entonces, los castigos para los condenados por lo primero, la mayoría ciudadanos afroamericanoss, eran muy severas. En ese mismo año, Obama firmó otra ley que establece que el tiempo mínimo de prisión obligatoria por posesión de cocaína, que suele implicar desproporcionadamente a delincuentes de raza negra, sea más acorde con las penas de cocaína en polvo.

En enero de 2016, por otra parte, Obama tomó una serie de medidas ejecutivas destinadas a limitar el uso del aislamiento en las cárceles federales y proporcionar un mejor trato a los reclusos con enfermedades mentales. También ha utilizado su poder presidencial para conmutar las penas por drogas a más de 1.000 infractores no violentos, y ha apoyado una política del Departamento de Justicia que dio lugar a la liberación anticipada de unos 6.000 reclusos.

Su gran frustración, no obstante, ha sido no poder lograr un mayor control sobre la posesión de armas de fuego. Tras la matanza de la escuela primaria de Sandy Hook en Connecticut, el 14 de diciembre de 2012, Obama pidió mayores restricciones, algo en lo que ha insistido desde entonces, públicamente, varias veces. Sin embargo, debido al poder de presión de lobbies como la Asociación Nacional del Rifle, y a la oposición del ala más conservadora del Congreso, al final no ha podido promulgar nuevas políticas importantes al respecto.

Guantánamo

Antes de ser elegido por primera vez, Obama prometió que cerraría la base estadounidense de Guantánamo, en Cuba, lo antes posible. De hecho, en la primera semana tras su toma de posesión (el segundo día, para ser exactos), el nuevo presidente firmó un decreto que contemplaba la clausura definitiva, «en menos de un año», de esta prisión militar, un complejo penitenciario fuera de la ley por el que habían pasado entonces casi 800 hombres, considerados por EE UU «combatientes enemigos ilegales»; la mayoría de ellos, acusados de pertenecer a los talibanes o a Al Qaeda, algunos sometidos a torturas, y ninguno con el derecho reconocido a un juicio previo o a la representación de un abogado. Ocho años después, y aunque con menos prisioneros (45 en la actualidad, frente a los 242 reos que había en 2009), el gran símbolo de la ‘guerra contra el terror’ de George W. Bush sigue abierto.

A lo largo de estos ocho años, Obama ha intentado en numerosas ocasiones hacer efectivo el cierre de la prisión, pero se ha encontrado una y otra vez con el rechazo y las restricciones del Congreso, reacio, principalmente, al traslado a suelo estadounidense de prisioneros que supondría la clausura de la base. En respuesta, la administración de Obama ha ido llevando a cabo un plan de transferencia de prisioneros a otros países, pero no ha sido suficiente.

Medio ambiente y cambio climático

Obama llegó a la Casa Blanca con una agenda medioambiental muy clara y es justo reconocer que ha tratado de cumplirla. El presidente ha intentado impulsar las energías renovables, promoviendo la construcción de más plantas solares y tomando medidas para modernizar la industria y hacerla menos dependiente del carbón. También prohibió perforaciones petroleras en el Atlántico y el Ártico, y participó activamente en el debate internacional sobre el calentamiento global, contribuyendo de forma determinante a la negociación del gran acuerdo para combatir el cambio climático que 195 países firmaron durante el COP21 en París, en diciembre de 2015.

Este acuerdo, ratificado por EE UU (y amenazado ahora por la postura en contra de Trump), estableció una serie de nuevas regulaciones que controlan la contaminación de las centrales eléctricas de carbón y limitan la minería del carbón y la perforación de petróleo y gas, tanto en tierras continentales como en aguas costeras.

Además, el presidente estadounidense hizo uso de su autoridad ejecutiva para designar un total de 548 millones de acres (más de 2,2 millones de Km²) de territorio como hábitat protegido, más que cualquier presidente anterior.

Obama, sin embargo, dejó pasar también oportunidades importantes. A principios de su mandato, cuando los demócratas tenían aún mayoría, el Congreso llegó a aprobar un estricto programa para controlar las emisiones de carbono. El Senado, sin embargo, dio prioridad a las reformas financiera y sanitaria, y, para cuando la ley volvió al Congreso, los demócratas estaban ya en minoría.


Publicado originalmente en 20minutos

El agridulce legado de Barack Obama, un cambio a medias

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Una barcaza con inmigrantes africanos a bordo, cerca de la isla italiana de Lampedusa

Dos barcos comerciales y un navío de la guardia costera italiana rescataron el viernes, cerca de la costa de Libia, a unos 700 inmigrantes que intentaban cruzar a Europa a bordo de precarios botes. El sábado fueron recogidos otros 600, entre ellos varias mujeres embarazadas, que viajaban en seis embarcaciones similares. Este mismo domingo, los servicios de salvamento localizaron una decena de embarcaciones más (lanchas neumáticas), con más de 2.100 inmigrantes a bordo.

Los rescatados fueron trasladados a la isla italiana de Lampedusa, donde desembarcaron con los rostros aún ateridos por el frío, pero, al parecer, en buenas condiciones de salud. Ahora les toca enfrentarse al calvario de una probable deportación, y a la perspectiva de tener que regresar a lugares en los que seguir viviendo supone una opción peor que jugarse la vida a bordo de una barcaza, en pleno invierno, sin papeles ni dinero, y con un futuro incierto. Pero al menos pueden contarlo.

Menos de un año y medio después de que, a primeros de octubre de 2013, dos naufragios sucesivos frente a las costas de Lampedusa provocaran la muerte de 366 inmigrantes, muchos de ellos niños, una nueva tragedia volvió a teñir de luto hace unos días el Canal de Sicilia. Las noticias empezaron a llegar el pasado sábado y se fueron confirmando durante las horas siguientes: al menos 300 personas habían muerto de frío o engullidas por las olas tras pasar varios días a la deriva, cuando trataban de cruzar a Italia desde Libia.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) asegura que al menos 218.000 inmigrantes y refugiados cruzaron el Mediterráneo en bote el año pasado. De ellos, unos 3.500 murieron en la travesía. Entre 2000 y 2013, más de 23.000 personas perdieron la vida mientras intentaban alcanzar el viejo continente, lo que supone una media de más de 1.700 fallecimientos documentados cada año. En total, alrededor de 26.000 muertos en 14 años. Las cifras reales, en cualquier  caso, no se conocerán nunca, ya que muchos cuerpos se los traga el mar.

La catástrofe de 2013 en Lampedusa conmocionó a la opinión pública europea y pareció activar respuestas en las instituciones. Pero la realidad ha puesto en evidencia que o no se ha hecho nada, o lo que se ha hecho no está siendo eficaz. En el centro de las críticas se encuentra la decisión de sustituir la operación de búsqueda y rescate italiana Mare Nostrum por una misión de control fronterizo, mucho más limitada, de la Unión Europea, conocida como Tritón.

El pasado jueves, el Alto Comisario de Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres, afirmó que la Unión Europea debe establecer una operación de búsqueda y rescate a gran escala para evitar más tragedias: «No cabe duda, después de los sucesos de esta semana, que la Operación Tritón europea es una sustituta tristemente inadecuada de la italiana Mare Nostrum», indicó. «El foco tiene que estar en salvar vidas. Necesitamos una operación de búsqueda y rescate robusta en el Mediterráneo central, no solo una patrulla fronteriza», añadió.

Y, como recordaba Amnistía Internacional (AI) en un reciente informe sobre refugiados e inmigrantes en el Mediterráneo, no es probable que el número de quienes intentan llegar a Europa vaya a disminuir: «Por una parte, el conflicto en Siria continúa, y la violencia se sigue extendiendo por  Oriente Medio y el África Subsahariana; por otra, se cierran las fronteras terrestres de la ‘Fortaleza Europa’, especialmente vía Turquía, Grecia y Bulgaria, y muchas personas refugiadas y migrantes consideran que la única ruta que aún tienen abierta es la peligrosa travesía por mar hacia Italia o Malta».

La UE y sus Estados miembros, denuncia la ONG, «están imponiendo una prueba de supervivencia a las personas refugiadas y migrantes. Imposibilitadas de entrar en la UE a través de rutas seguras y adecuadas, decenas de miles de personas, desesperadas por encontrar asilo y una vida mejor, tratan de cruzar el Mediterráneo central cada año».

Estas son algunas de las claves de la mayor crisis en términos de vidas humanas a la que se ha enfrentado Europa en los últimos años.

La última tragedia

ACNUR y la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) confirmaron el pasado miércoles que al menos 300 personas habían desaparecido en el mar ser abatidos por una fuerte tormenta cuando intentaban cruzar el Mediterráneo.

Del recuento que hicieron los propios supervivientes se desprende que cuatro botes neumáticos con unas cien personas a bordo cada uno partieron de una playa cercana a Trípoli (Libia) el pasado sábado por la tarde. Traficantes de personas les quitaron sus pertenencias antes de embarcarlos y les llevaron a alta mar a pesar de las pésimas condiciones meteorológicas.

El lunes, la guardia costera italiana rescató a 106 de los que viajaban en el primer bote. Otros 29 habían muerto ya de hipotermia. El miércoles, un barco comercial italiano rescató a nueve inmigrantes más, dos de los cuales viajaban con el segundo bote y siete en el tercero. Según la OIM, el número de supervivientes, entre los que hay niños que viajaban solos, asciende a 115. En total habían emprendido el viaje entre 400 y 450 inmigrantes. Todos los rescates se llevaron a cabo entre la isla italiana de Lampedusa y la costa libia.

«Sabíamos que nos arriesgábamos, que cabía la posibilidad de morir. Es un sacrificio consciente que hicimos ante la posibilidad de tener un futuro», dijo a la OIM uno de los supervivientes, citado por la agencia Efe.

La isla italiana de Lampedusa. Mapa: Wikimedia Commons

Los naufragios más graves

La posibilidad de morir en estas travesías, es, efectivamente, muy elevada, como lo demuestra un repaso a los naufragios más graves ocurridos en los últimos años:

  • 17 de junio de 2003. Naufragio al sur de Sicilia de un barco cargado con inmigrantes, procedente de Libia, con el resultado de 67 muertos y desaparecidos.
  • 19 de octubre de 2003. Mueren o desaparecen 83 inmigrantes por un naufragio frente a las costas de Sicilia.
  • 20 de diciembre de 2003. Cerca de 70 inmigrantes mueren en Marmaris (suroeste de Turquía) debido al hundimiento de su barco, con el que trataban de llegar a Grecia.
  • 15 de abril de 2004. Un total de 80 inmigrantes procedentes de Libia fallecen por el naufragio en Sicilia de su embarcación.
  • 15 de febrero de 2011. Unos 60 tunecinos mueren ahogados frente a la costa de Zarzis (Túnez) cuando intentaban llegar a Italia. Según el relato de los supervivientes fue la guardia costera tunecina la que provocó el naufragio al embestir a su embarcación, en la que viajaban unas 150 personas.
  • 6 de abril de 2011. Cerca de 150 refugiados somalíes procedentes de Libia y Eritrea desaparecen tras el hundimiento de su barco en la isla italiana de Lampedusa.
  • 9 de mayo 2011. Una embarcación procedente de Libia con 72 personas a bordo queda a la deriva durante 16 días. Todos los inmigrantes menos 11 mueren de sed y hambre.
  • 3 de octubre de 2013. Un barco que transportaba inmigrantes desde Libia a Italia se hunde frente a Lampedusa. La mayoría de los inmigrantes eran originarios de Eritrea, Somalia y Ghana. Se confirman un total de 359 muertos, sin incluir a los desaparecidos.
  • 11 de octubre de 2013. Se produce un segundo naufragio a 120 kilómetros de Lampedusa. El barco transportaba inmigrantes procedentes de Siria y Palestina. Mueren al menos 34 personas.

Los que llegan

Al menos 218.000 personas cruzaron el Mediterráneo en 2014 en busca de una vida mejor en Europa. El Ministerio del Interior italiano asegura que solo durante el mes de enero de 2015 atravesaron el Mediterráneo 3.528 migrantes, la mayoría de ellos provenientes de Siria (764), Gambia (451), Mali (436), Senegal (428), Somalia (405) y Eritrea (171).

Según datos ofrecidos por Amnistía Internacional en su informe Vidas a la deriva. Personas refugiadas y migrantes en el Mediterráneo Central (publicado a finales de 2014), entre 2009 y 2012 entraron en la UE más de 1,7 millones de inmigrantes a largo plazo. En términos relativos, añade la ONG, el número de quienes entraron clandestinamente por mar es bastante pequeño. Se calcula que entre 1998 y 2013, 623.118 refugiados y migrantes alcanzaron las costas de la UE de forma irregular, lo que supone una media de casi 40.000 personas al año.

ACNUR, por su parte, indica que en 2013 llegaron en total 60.000 personas por mar a través del Mediterráneo; de ellas, 43.000 llegaron a Italia. En 2014, los refugiados e inmigrantes que entraron de forma irregular en la frontera meridional de Europa por vía marítima fueron más de 130.000, 118.000 de los cuales llegaron a Italia. La gran mayoría de estas personas salieron de Libia.

Más de 150.000 inmigrantes fueron rescatados, y 330 traficantes, arrestados, tras un año de la Operación Mare Nostrum, puesta en marcha por el Gobierno italiano tras el aumento del fenómeno migratorio y las tragedias del 3 y el 11 de octubre de 2013 frente a Lampedusa.

Se calcula que uno de cada siete de estos inmigrantes son menores de edad, y muchos vienen huyendo de la guerra civil en Siria. Según ACNUR, más de la mitad de los niños viajaban solos en sus embarcaciones, sin sus padres o algún otro familiar que les acompañase.

Los que mueren en el intento

El número de personas fallecidas en el mar ha aumentado constantemente desde principios de la década de 2000. Según ACNUR, que ya en 2011 había calificado al Mediterráneo como «la extensión de agua más mortal para refugiados y migrantes», en ese mismo año hubo alrededor de 1.500 muertes. En 2014, unas 3.500.

De acuerdo con los resultados publicados en marzo del año pasado en el informe The Migrants Files, una exhaustiva investigación en la que colaboraron el diario digital español El Confidencial y otros nueve periódicos y diez periodistas de seis países del continente, más de 23.000 migrantes murieron mientras intentaban alcanzar el viejo continente entre 2000 y 2013. Se trata de una cifra un 50% mayor (1.700 fallecimientos documentados cada año, de media) de lo que se calculaba en las estimaciones realizadas hasta la fecha, y que ni siquiera incluía el elevadísimo número de muertes que se produjeron finalmentre el año pasado.

La travesía

Los refugiados e inmigrantes que logran sobrevivir suelen calificar la travesía por mar de experiencia terrorífica. Como recoge Amnistía Internacional en el mencionado informe, los relatos de estas personas son muy coherentes entre sí en lo que respecta a sus descripciones, tanto de cómo se organizan las salidas desde Libia para cruzar el Mediterráneo central, como de las circunstancias del viaje.

Además de las dificultades del viaje en sí, incluyendo las adversas condiciones climatológicas cuando se realiza en invierno, es habitual que estas embarcaciones, no aptas para navegar, dirigidas por capitanes sin experiencia y abarrotadas, se pierdan, se queden sin combustible, y sufran averías en el motor y vías de agua.

En muchas ocasiones los inmigrantes se deshidratan por la escasez de agua potable, se intoxican con el humo del motor o inlcuso mueren asfixiados por el exceso de personas y la falta de aire en las salas de máquinas del casco del barco. Casi nunca hay chalecos salvavidas u otros equipos de salvamento, y muchos de los viajeros no saben nadar. «Los incidentes mortales no son nada excepcionales, incluso cuando el barco no se hunde», indica Amnistía.

ACNUR también ha recogido numerosos testimonios acerca de las duras condiciones del viaje: «Entregaron sus ahorros de toda la vida a los traficantes para poder viajar en embarcaciones precarias y saturadas, hacinados en pocos metros cuadrados sin alimentos, sin agua y sin chalecos salvavidas», relató el Alto Comisionado de esta organización, añadiendo que algunas de las embarcaciones que emprenden el viaje, que habitualmente dura unos cuatro días, se quedan varadas durante el trayecto y permanecen en el mar durante más de dos semanas antes de que llegue el rescate.

Aterrorizados y perdidos

Las condiciones previas a la salida al mar no son mucho mejores. Uno de los testimonios que recoge AI en su informe es el de Abdel, un marmolista de 37 años y padre de seis hijos que huyó de Alepo (Siria) en dirección a Libia en 2012. En 2014 le empezó a preocupar la seguridad de su familia en Libia y decidió marcharse: «El contrabandista organizó que nos recogieran y nos llevaran a la playa de Zuwara a mi familia y a mí. Había aproximadamente 300 sirios en el grupo y alrededor de 500 africanos de diversas nacionalidades. Los libios implicados en la operación llegaban a la playa todos los días con armas de fuego y nos aterrorizaban. Vi cómo pegaban a algunos africanos y a algunos incluso los mataron a golpes con trozos de madera y hierro. Los africanos lo tenían peor porque los trataban como si no fueran seres humanos».

«Finalmente –continúa Abdel–, unos hombres armados llevaron a todos más cerca de la costa, donde esperaban unos botes hinchables. Cuando nos llevaron a mi familia y a mí al barco más grande, esperábamos que fuera mayor porque éramos muchos. Enseguida nos sentimos inquietos por el viaje. Había demasiada gente en el barco. El capitán era uno de los pasajeros africanos y no era un capitán de verdad. Nos hicieron creer que tardaríamos unas seis o siete horas en llegar, pero a mediodía del domingo aún no habíamos llegado. Estábamos perdidos».

Barcos-chatarra

Un fenómeno que ha cobrado especial intensidad este invierno es la aparición en el Mediterráneo de ‘cargueros fantasma’ (barcos sin bandera, sin matrícula ni armador conocido, y normalmente en un lamentable estado de conservación), atestados de refugiados de guerra e inmigrantes. Como indica Ana Carbajosa en un reportaje publicado en El País, «en los últimos diez años, el invierno había sido temporada baja para los traficantes, que encontraban a menos gente dispuesta a morir de frío en los botes de goma. Los cargueros, mucho más seguros y protegidos de las bajas temperaturas, amenazan con poner fin a los patrones estacionales de la migración».

«Fletar barcos-chatarra, llenarlos de cientos de desesperados previo cobro de cientos de miles de euros y abandonarlos a su suerte en alta mar es un lucrativo negocio. El pasaje puede costar tres veces más que en los barcos pequeños, pero a la vez, dispara las probabilidades de sobrevivir», añade. En lo que va de invierno, 14 buques de carga con inmigrantes a bordo han sido interceptados en el Mediterráneo central. En cada barco viajan entre 200 y 800 personas.

De ‘Mare Nostrum’ a ‘Tritón’

El pasado 1 de noviembre arrancó la nueva misión conjunta de la Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores de los Estados miembros de la Unión (Frontex), denominada Operación Tritón. Con la puesta en marcha de Tritón, Italia dio por cerrada su propia operación de rescate y salvamento de inmigrantes, Mare Nostrum, que había sido activada tras la tragedia migratoria en Lampedusa en octubre de 2013, y cuyo coste en su primer año de funcionamiento fue de 114 millones de euros.

Tritón, una operación bastante menos costosa, nació para intentar responder a la petición de ayuda de las autoridades italianas, desbordadas en el rescate de personas en el mar. Sin embargo, la operación arrancó lastrada por la incertidumbre presupuestaria y entre las críticas de muchas ONG’s, que denunciaron que no está diseñada para la búsqueda y salvamento.

El programa cuenta con presupuesto mensual de 2,9 millones de euros (Mare Nostrum costaba a las arcas del Estado italiano 9,3 millones de euros mensuales), y tanto su zona operativa como los recursos necesarios fueron acordados entre Frontex e Italia. Está financiado por las donaciones de unos 26 países de la UE, pero dispone de menos medios que Mare Nostrum (barcos más pequeños, por ejemplo), y su posibilidad de alejarse de las costas italianas (tan solo 30 millas) es muy limitada. De hecho, la Comisión Europea ha insistido en que Tritón no sustituye a Mare Nostrum porque su perímetro es mucho más restringido en torno a Italia y las patrullas no se acercan a las costas libias.

Según la propia agencia, su objetivo es «apoyar la labor de los Estados miembros en el control eficaz de las fronteras en la región del Mediterráneo, y, al mismo tiempo, proporcionar asistencia a las personas o los buques en peligro durante estas operaciones». Pero fuentes de los servicios de la Comisión Europea citadas por Efe reconocieron que el refuerzo en el presupuesto de Frontex para que la operación pueda llevarse a cabo no era suficiente para dotar a Tritón más allá del pasado 31 de diciembre. Fue necesario, por tanto, que el Parlamento Europeo y el Consejo de la UE diesen luz verde a un aumento del presupuesto de la agencia de fronteras exteriores para 2015 para prorrogar la operaciones.

De acuerdo con las cifras proporcionadas por ACNUR, el número de inmigrantes que llegaron por mar el pasado enero subió un 60% respecto al mismo mes del año anterior, cuando Mare Nostrum estaba aún operativo.

Las razones del fin de Mare Nostrum no fueron solo presupuestarias. El programa había recibido asimismo críticas políticas, incluyendo las del Gobierno británico, que llegó a afirmar que la existencia de esta operación suponía «un incentivo» para que los inmigrantes se lanzaran al mar en rudimentarias embarcaciones.

Más control, menos rescates

Tras la investigación que llevaron a cabo en zonas de alta intensidad migratoria de Malta e Italia, los autores del documento Vidas a la deriva concluyeron que «la excesiva preocupación por el control migratorio por parte de los Estados europeos ha reducido la capacidad de los servicios de rescate marítimos en el Mediterráneo». Según explicaron, el cierre de las fronteras ha acaparado la mayoría de los fondos de la Unión en materia migratoria, en detrimento de otras medidas para la atención humanitaria de los inmigrantes.

El gran aumento de personas refugiadas y migrantes dispuestas a correr el riesgo de realizar largos viajes en embarcaciones destartaladas y en condiciones de hacinamiento no es solo consecuencia del aumento de la inestabilidad en Oriente Medio y el Norte de África, o del deterioro de la situación en Libia. «También es consecuencia –indica el informe–, del progresivo cierre de las fronteras terrestres de Europa y de la inexistencia de vías seguras y legales de entrada en la UE para estas personas. Mientras los países de la UE sigan empujando a quienes huyen del conflicto o la pobreza a realizar peligrosos trayectos marítimos, deberán estar dispuestos, colectivamente, a cumplir su obligación de salvar vidas».

«Es una ecuación sencilla: mientras el número de personas que toma esta peligrosa ruta marítima aumente y los recursos dedicados a la búsqueda y el rescate disminuyan, más personas morirán», dijo por su parte John Dalhuisen, director del Programa Regional para Europa y Asia Central de Amnistía Internacional.

Las mafias de traficantes

Pese a que también ha reconocido en varias ocasiones las deficiencias de sus operaciones de rescate, la Comisión Europea, responsable de las políticas migratorias de la UE, suele poner el acento en la necesidad de combatir las mafias de traficantes de personas que controlan las salidas de los inmigrantes desde el sur del Mediterráneo. Poco después de conocerse las primeras muertes de la última tragedia en el Canal de Sicilia, el comisario europeo de Inmigración, Dimitris Avramopoulos, afirmó que «el drama continúa. Nuestra lucha contra los traficantes continúa de manera incansable y coordinada. Hay que hacer más».

También la Organización Internacional para las Migraciones señala como principales culpables a las mafias: el pasado miércoles la OIM denunció que «traficantes ilícitos de personas en Libia son los responsables de la muerte de cientos de migrantes africanos enviados al mar durante una tormenta en botes neumáticos no aptos para navegar. Lo que está ocurriendo ahora es peor que una tragedia: es un crimen, el más atroz que he visto en cincuenta años de servicio», declaró el director general de la organización, William Lacy Swing. «Estas redes de contrabando actúan con casi total impunidad y cientos de personas están muriendo.  El mundo debe actuar», añadió

Sin embargo, mientras que la Comisión Europea pide «redoblar los esfuerzos contra los traficantes que explotan la desesperación de las personas que intentan alcanzar Europa», las organizaciones internacionales de ayuda responden de forma casi unánime que son las políticas europeas migratorias las que acaban forzando a los inmigrantes, especialmente a los de origen africano, a caer en manos de estas mafias.

«La mayoría de las personas que llegan a las costas italianas son potenciales refugiados. Proceden de países en guerra, sufren tortura o situaciones de persecución… Pero estas personas no pueden pedir protección internacional de ninguna otra forma que viajando de forma ilegal. Ellos mismos les están casi obligando a caer en manos de los traficantes», denuciaba en eldiario.es Virginia Álvarez, responsable de política interior de Amnistía Internacional, una contestación compartida por ACNUR y por la Coordinadora Española de ONGs, en conversaciones mantenidas con ese mismo diario.

Disputas entre Italia y Malta

La falta de coordinación entre los Estados ribereños, y especialmente entre Malta e Italia, agrava aún más los peligros del viaje. La disputa que mantienen desde hace tiempo estos dos países respecto a sus obligaciones de búsqueda y salvamento pudo ser, según denunció Amnistía Internacoinal, una de las causas de la tragedia de octubre de 2013, cuando un barco arrastrero que transportaba a más de 400 personas se hundió en la zona de búsqueda y salvamento maltesa.

AI argumenta asimismo que el Reglamento de Dublín, en virtud del cual el primer Estado miembro de la UE al que llega el solicitante es el responsable de tramitar su solicitud de asilo, impone «una injusta presión» sobre los países implicados en las operaciones de salvamento, responsables de cubrir sus necesidades a más largo plazo.

El hecho de que no haya un reparto de responsabilidades entre los países de la UE disuade a los países meridionales, especialmente a Malta, de traer a sus puertos a refugiados e inmigrantes.

Las medidas de Europa

Según un informe de la Comisión Europea (CE), de 2006, la UE recibirá 40 millones de inmigrantes hasta 2050, que compensarán «solo en parte» el envejecimiento poblacional. La población activa se reducirá en 48 millones y la UE pasará de cuatro a solo dos personas activas por cada jubilado.

En febrero de 2002 los Quince aprobaron el Plan Global contra la Inmigración Ilegal, que incluía un banco de datos para controlar visados, mejoras en los controles fronterizos y políticas de repatriación. El Consejo Europeo de Sevilla de junio 2003 estableció un calendario para crear una política común, además de vincular las relaciones con terceros países a la colaboración de éstos contra la inmigración ilegal. Desde entonces, la UE ha firmado con varios países acuerdos de readmisión. En mayo de 2005 se constituyó la Agencia de Control de Fronteras Exteriores (Frontex), encargada de formar a agentes nacionales de fronteras y del seguimiento de la vigilancia fronteriza.

Tras los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla en 2005 y la llegada masiva de cayucos a Canarias desde 2006, España fue la primera en pedir ayuda a Frontex, y la UE puso a disposición española el Centro de seguimiento de satélites europeo de Torrejón de Ardoz. En agosto siguiente, Frontex lanzó el primer despliegue de aviones y barcos para frenar la avalancha de cayucos. La Operación Hera fue relanzada en 2007 y 2008.

El 18 de junio de 2008, la Eurocámara aprobó una polémica directiva europea de repatriación, que suscitó la condena unánime de los gobiernos latinoamericanos y algunos africanos. Según la directiva los indocumentados (incluidos los menores) podrán ser detenidos e «internados» en centros especiales por hasta 18 meses mientras se tramita su expulsión de Europa, adonde no podrán regresar en cinco años. En julio siguiente, los ministros de Interior acogieron la propuesta francesa de un pacto sobre inmigración que propugnaba un modelo selectivo, totalmente controlado, y firmeza absoluta con los indocumentados.

Así, el 16 de octubre de 2008 se aprobó formalmente y por unanimidad el Pacto Europeo sobre la Inmigración y Asilo, que busca limitar la inmigración a las necesidades del mercado laboral. Con él «Europa se dota de una auténtica política de inmigración», algo que era «indispensable», afirmó el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy (presidente de turno).

España fue el país de la Unión Europea que impidió la entrada a más inmigrantes en 2013. En total, se denegó el acceso a 317.840 personas en todo ese año, un 0,6% más que el año anterior, y el 61% de ellas recibió la negativa de las autoridades españolas, según el V Informe Anual de Migración y Asilo (2013) de la Comisión Europea que fue remitido al Parlamento.

Algunas propuestas

Entre las recomendaciones que el informe de la UE hacía a las instituciones y Estados miembros de la UE, se encuentra ofrecer rutas adecuadas y más seguras para que las personas refugiadas tengan acceso a la protección, lo que supone aumentar el número de plazas de reasentamiento y admisión humanitaria de personas refugiadas, facilitar la reunificación familiar a las personas refugiadas que tengan familiares que vivan en la UE, aplicar una definición amplia del concepto de familiar, que abarque la familia extensa o no nuclear, y aplicar una mayor flexibilidad en cuanto a los requisitos documentales y de otra índole.

También se pide que se garantice que las personas refugiadas que llegan a las fronteras terrestres exteriores de la UE puedan acceder a los procedimientos de concesión de asilo, así como un refuerzo de las operaciones de búsqueda y salvamento en el mar Egeo y en el Mediterráneo, lo que incluye comprometer recursos económicos, navales y aéreos suficientes para Frontex, que patrullar en un grado proporcional a la escala de las salidas desde las costas del Norte de África.

Otras recomendaciones son adoptar medidas urgentes para garantizar el registro de información sobre las personas refugiadas y migrantes que mueren o desaparecen en el mar, y su identificación, especialmente mediante entrevistas sistemáticas de las personas rescatadas en el mar,y crear una base de datos y un mecanismo de comunicación centralizados de la UE para proporcionar información oficial a las familias.


Publicado originalmente en 20minutos

Más de 26.000 muertos a las puertas del muro de Europa

Dos barcos comerciales y un navío de la guardia costera italiana rescataron el viernes, cerca de la costa de Libia, a unos 700 inmigrantes que intentaban cruzar a Europa a bordo de precarios botes. El sábado fueron recogidos otros 600, entre ellos varias mujeres embarazadas, que viajaban en seis embarcaciones similares. Este mismo domingo, los servicios de salvamento localizaron una decena de embarcaciones más (lanchas neumáticas), con más de 2.100 inmigrantes a bordo. […]

Protesta de personas sin nacionalidad reconocida (‘bidun’) en Kuwait, en marzo de 2019*. Foto: Wikimedia Commons

Alain Gresh, en Orient XXI (16/5/2013):

Una carretera, a veces un simple camino de tierra, separa los dos mundos. En el ‘lado malo’, casas bajas construidas a base de bloques de cemento y planchas de uralita, entradas tapadas por sábanas tendidas, cables eléctricos a ras del suelo, un aire de provisionalidad que se extiende sin fin. En el otro lado, villas de varios pisos, acicaladas, no necesariamente lujosas, pero que transpiran bienestar y estabilidad.

En el lado bueno, familias de funcionarios, docentes, médicos, poseedores de todos los beneficios de la nacionalidad kuwaití, propietarios de sus propias casas gracias a las ayudas gubernamentales. En el otro, familias de exfuncionarios, de expolicías, de exmilitares, que descubrieron a principios de los años noventa que no eran «nacionales» y que han sido privadas de sus derechos, personas a las que se prohíbe trabajar y a las que se niega el acceso a hospitales y escuelas públicas. Simples arrendatarios que pagan un alquiler mensual al Gobierno.

A tan solo unos metros de allí, los obreros le dan el último toque a una universidad que acogerá a sus primeros estudiantes en septiembre, pero solo a los que viven en el ‘lado bueno’.

Estamos en Tayma, una localidad a unos 25 kilómetros de Ciudad de Kuwait donde, a finales de los años setenta, se construyeron las llamadas bouyout cha’biyya (viviendas populares), con el fin de reagrupar a una parte de aquellos a los que llaman aquí bidun, «sin», es decir, sin nacionalidad; en realidad, sin papeles. A menudo de origen beduino, desconocedores de las prácticas administrativas, los bidun se ‘escaparon’ del registro en los comités de nacionalidad que exige la Ley sobre Nacionalidad aprobada en 1959, poco antes de la independencia del país en 1961. […]

Leer el artículo completo (en francés)


Más información:
» Stateless in Kuwait: Who Are the Bidoon? (Open Society Foundation)
» Kuwait: Stateless ‘Bidun’ Denied Rights (Human Rights Watch)
» Arrests and Trials of Kuwait’s Stateless Protesters (Mona Kareem)
» Kuwait MPs pass law to naturalise 4,000 stateless Bidun (BBC)
» Kuwait: Small step forward for Bidun rights as 4,000 ‘foreigners’ granted citizenship (Aministía Internacional)
» Bedoon Rights


* Entrada actualizada en 2019 (foto)

Los ‘bidun’: sin papeles, sin derechos

Alain Gresh, en Orient XXI

Inmigrantes africanos solicitantes de asilo, en el centro de detención de Holot, en el desierto del Neguev, Israel. Imagen: Voice of America (captura de vídeo)

No es probable que los policías estuviesen pendientes del calendario cuando este martes metieron a la fuerza en un autobús a 150 africanos que estaban protestando en Jerusalén, y los llevaron detenidos a prisión, justo en vísperas del Día Internacional del Inmigrante, la jornada en la que la ONU nos invita a recordar que todos sus países miembros (Israel incluido) aprobaron un documento en el que se establece «la necesidad de promover y proteger de manera efectiva los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos los migrantes, con independencia de su estatus migratorio».

Los inmigrantes africanos habían abandonado un centro de internamiento en el desierto el pasado domingo para protestar contra una nueva ley recién aprobada por el Gobierno israelí, que permite mantenerlos retenidos de forma indefinida en una «instalación abierta», hasta que salgan del país. Ayudados por varias organizaciones de defensa de los derechos humanos, los inmigrantes habían viajado a pie o en autobús hasta Jerusalén para manifestarse ante el Parlamento.

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Inmigrantes africanos son detenidos durante una protesta frente al Parlamento, en Jerusalén, este martes. Foto: Menahem Kahana / AFP / Getty Images

Según el Gobierno israelí, la mayoría de los 50.000 inmigrantes africanos –sudaneses y eriteros, principalmente– que han llegado en los últimos años al país atravesando la frontera con Egipto, son trabajadores «ilegales» que «amenazan la estructura social del territorio».

Sin embargo, abogados y organizaciones defensoras de los derechos humanos aseguran que la mayoría son solicitantes de asilo que han huido de sus países de origen por persecuciones, guerras o duras condiciones de vida. «Venimos de un país en guerra y queremos dignidad. Queremos salvar nuestras vidas. No somos criminales», afirmaba uno de los manifestantes este martes, en declaraciones recogidas por la agencia Reuters.

Ahora, los inmigrantes detenidos permanecerán en prisión durante los próximos 90 días, por haber violado los términos de custodia en la instalación que decidieron abandonar el domingo. El centro, situado en el desierto, en el sur del país, permite a los 400 inmigrantes que fueron trasladados desde una prisión hace algo más de una semana abandonar la instalación durante el día, pero les obliga a regresar por la noche.


Foto: Un grupo de los cerca de 200 inmigrantes africanos que abandonaron a pie un centro de internamiento en el desierto israelí, para dirigirse hasta Jerusalén y protestar ante el Parlamento (Amir Cohen / Reuters)


La ley aprobada el 10 de diciembre por el Parlamento israelí forma parte de una serie de medidas para mantener a raya la inmigración africana, entre las que se encuentra también la construcción de una valla a lo largo de la frontera con Egipto dotada de un sistema de vigilancia de alta tecnología.

En 2012, el Ministerio israelí del Interior puso en marcha otra ley que permite a las autoridades policiales y de seguridad arrestar durante tres años a cualquier persona que entre en el país de forma ilegal, y contempla penas mayores incluso (de entre 5 y 15 años de cárcel) para quienes ayuden o cobijen a inmigrantes «ilegales». En ese mismo año, el Gobierno ordenó acelerar la deportación de unos 25.000 inmigrantes africanos.

Esta ley había sido aprobada hace unos años para frenar la entrada de los operarios palestinos que buscaban trabajo en Israel, pero en 2012 su alcance se extendió a los inmigrantes sin papeles o personas del tercer mundo que entran en busca de asilo.

Ninguna de estas medidas puede resultar sorprendente si acudimos a la hemeroteca. En enero de 2012, por ejemplo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ya anunció que no pensaba permitir que «miles de trabajadores extranjeros inunden el país». «Estamos inundados por una oleada de refugiados que amenazan con llevarse nuestros logros y dañar nuestra existencia», dijo Netanyahu, en declaraciones recogidas por el diario Yediot Aharonot. En la misma entrevista defendía la construcción de la verja de 250 kilómetros en la frontera con Egipto que ahora está ya terminada.


Foto: La verja de seguridad construida por Israel en la frontera con Egipto (Nir Elias / Reuters)


Para el primer ministro, Israel tiene que convivir con el «problema» de su «éxito económico» y de ser «el único país del primer mundo que puede alcanzarse a pie desde el tercer mundo» (en referencia a Egipto, Palestina, Líbano y Siria, los territorios a través de los cuales entran los inmigrantes africanos).

La mayoría de los inmigrantes africanos sin papeles en Israel se concentran en el sur de Tel Aviv, en los barrios más pobres de la ciudad, ocupando infraestructuras precarias. No reciben ayudas del Gobierno y, según recogía la BBC en un reportaje publicado en 2012, muchos de ellos duermen a la intemperie, en calles y parques.

Israel ha suscrito la Convención de las Naciones Unidas para los Refugiados, que prohíbe expresamente la repatriación de aquellos refugiados que procedan de países en los que correrían el riesgo de morir si regresasen. Tal vez por eso, como denuncian algunas ONG de defensa de los derechos humanos, el Gobierno opta en muchos casos por «evadir» el proceso de calificación que determina cuáles de los inmigrantes africanos tienen derecho a asilo político.

A finales del pasado mes de agosto, Israel anunció un acuerdo con Uganda por el que el país africano habría aceptado recibir a decenas de miles de inmigrantes eritreos y sudaneses, inmigrantes que serán perseguidos si no se marchan. Según el Ministerio israelí, Uganda se comprometió a acoger a los eritreos y a servir como punto de tránsito para los sudaneses hacía su país natal. Las autoridades ugandesas, sin embargo, negaron que se hubiese cerrado acuerdo alguno.

En su informe anual correspondiente a 2012, una de las mayores ONG israelíes de derechos humanos, ACRI, denunció la «actitud agresiva» del Gobierno hacia la inmigración no judía, con una «actitud racista y xenófoba prevalente hacia los peticionarios de asilo africanos» y un «nuevo cénit de declaraciones racistas» por parte de diputados, dirigentes políticos y de seguridad, rabinos y líderes vecinales.

El anterior ministro de Interior, Eli Yishai, calificó en su momento la inmigración ilegal de una «amenaza» para su país igual o mayor que el programa nuclear iraní, y declaró que su política consistía en encarcelar a sin papeles para «amargarles la vida» hasta que pudiese deportarlos.


Más información y fuentes:
» Israel sends 150 protesting African runaways back to jail (Reuters)
» Illegal African immigrants protest Israel detention (AFP, vídeo)
» Marcha-protesta de inmigrantes hacia Jerusalén contra la nueva ley israelí (Europa Press)
» Uganda will take in thousands of Israel’s African migrants (Haaretz)
» Los riesgos de ser inmigrante ilegal en Israel (BBC)
» Inmigrantes africanos atrapados en el limbo israelí (El País)
» El ministro israelí de Interior encarcela inmigrantes para «amargarles la vida» (Efe)
» Declaración del Diálogo de Alto Nivel sobre la Migración Internacional y el Desarrollo (Asamblea General de las Naciones Unidas)
» Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (Naciones Unidas)

Amargo final para la rebelión de los inmigrantes en Israel

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El grupo libanés Movimiento Anti Racismo está publicando en su sitio web una serie de vídeos en los que se muestra claramente la discriminación que sufren los inmigrantes en muchas piscinas y playas privadas en el Líbano. A los inmigrantes no les está permitido el acceso, salvo que vayan acompañando a familias libanesas como empleados, y aún así, no pueden bañarse. Este es el primero de los dos vídeos publicados hasta el momento, subtitulado en inglés. Fue grabado en junio de este mismo año.

Inmigrantes discriminados en Líbano

El grupo libanés Movimiento Anti Racismo está publicando en su sitio web una serie de vídeos en los que se muestra claramente la discriminación que sufren los inmigrantes en muchas piscinas y playas privadas en el Líbano. A los inmigrantes… Leer

Inmigrantes trabajado en la construcción en un país indeterminado del Golfo, en una imagen de archivo. Foto: ILO Asia-Pacific / Flickr (CC)1

Cientos de trabajadores de una empresa contratista de Bahréin hicieron huelga este jueves en protesta por la muerte de un compañero, que falleció tres semanas después de ser despedido. El personal de la compañía Bahrain Motors en Hafeera se negó a ir a trabajar, en un gesto que, aunque pueda parecer anecdótico, pone de manifiesto la difícil situación en que viven cientos de miles de inmigrantes en el Golfo Pérsico. Son la otra cara de una de las regiones más opulentas del mundo, en algunos de cuyos países los inmigrantes, a menudo mal pagados y con pocos derechos, llegan a constituir hasta el 80% de la población.

Bihari Lal, procedente del Punjab (India), tenía 43 años, era vigilante en las instalaciones de la compañía y ganaba 65 dinares al mes (unos 153 euros). Según informa el diario bahreiní Gulf Daily News, fue despedido al descubrirse que había desaparecido una bomba de agua. Sus compañeros aseguran que el trabajador sufrió entonces una profunda depresión al verse incapaz de seguir manteniendo a su esposa y a sus hijos, y que finalmente murió de un ataque al corazón. En la protesta participaron más de 300 trabajadores, la mayoría compatriotas del fallecido.

«Se sentaba en el campo y se pasaba las horas llorando y hablando de su familia», dijo al mencionado diario uno de los colegas de Lal. «Fue varias veces a las oficinas [de la empresa] para reclamar sus derechos, pero siempre le decían que volviese al día siguiente», añadió.

Otro compañero dijo al diario que «técnicamente fue una muerte natural, un infarto de miocardio, pero la realidad es que el hombre estaba gravemente deprimido y bajo mucho estrés. No dejaba de hablar de su familia, y de que sus hijos iban a tener que dejar de ir a la escuela porque no podría seguir pagándola. Le dolía tener que volverse a casa sin un centavo».

El trabajo de Bihari Lal, de cuyos envíos de dinero dependían su esposa, sus tres hijos y su madre, consistía en patrullar varios kilómetros durante la noche para asegurarse de que las instalaciones estaban en orden. Según sus compañeros, cuando se descubrió la falta de la bomba de agua, Lal ni siquiera se había enterado: «En esta zona son frecuentes los robos; es imposible que una persona pueda cuidar de todo durante toda la noche».

Los inmigrantes son el gran colectivo ignorado de Oriente Medio, pese a constituir una parte esencial en el funcionamiento de las economías de la región, especialmente las del Golfo. Algunos son trabajadores altamente cualificados, técnicos o empresarios de éxito, pero la inmensa mayoría son obreros manuales, mujeres empleadas en el servicio doméstico o en limpieza de oficinas, chóferes, trabajadores de la construcción, barrenderos, jardineros…

La situación de miseria en sus lugares de origen les ha empujado a tratar de ganarse la vida al calor de la riqueza petrolera del Golfo, donde, a pesar de la crisis económica global, sigue habiendo una  gran oferta de empleo. Las divisas que estos inmigrantes envían a sus familias suponen una parte fundamental del producto interior bruto de sus países de origen. Según informa el portal migranrights.org, en Filipinas, por ejemplo, estas divisas constituyen el 11% del PIB, y en Nepal, el 17%. El problema es que, en muchos casos, estos trabajadores son explotados, carecen de derechos básicos y su labor es subestimada sistemáticamente. Las organizaciones de derechos humanos hablan de «esclavitud moderna».

Hasta la crisis de 1973, la mayoría de los inmigrantes en la zona procedían de países árabes como Yemen, Egipto, los territorios palestinos, Sudán, Jordania o Líbano, pero según fueron adquiriendo más poder económico, y especialmente tras las dos guerras del Golfo, las dinastías reales de países como Kuwait, Arabia Saudí, Bahréin, Catar o los Emiratos Árabes Unidos fueron restringiendo la inmigración de estas comunidades y favoreciendo la de otros países no árabes y no musulmanes.

La mayoría de los inmigrantes del Sur de Asia (indios, paquistaníes, bangladeshíes, nepalíes y afganos) que trabajan en el Golfo lo hacen en el sector de la construcción, donde dan respuesta a la enorme demanda de mano de obra barata que ha supuesto el vertiginoso aumento de las obras de infraestructura e inmobiliarias en la región (los increíbles rascacielos de Dubai o la isla artificial con forma de palmera en los Emiratos no se han construido solos). Del trabajo doméstico para las familias locales se encargan decenas de miles de mujeres llegadas de países como Sri Lanka, India, Filipinas, Etiopía o Indonesia, y muchas realizan también trabajos mal pagados como limpiadoras en fábricas y oficinas. En Arabia Saudí, la mayoría de los inmigrantes son empleados como conductores, ya que las mujeres tienen prohibido conducir.

Migranrights.org, una web dedicada a informar sobre los abusos a los inmigrantes en Oriente Medio, explica así la situación a la que se enfrentan estos trabajadores:

Emigrar el Golfo es una empresa arriesgada. Al llegar, a muchos trabajadores de la construcción y empleadas domésticas los empleadores les confiscan el pasaporte para «guardárselo de una forma segura». Los obreros de la construcción viven a menudo en condiciones de masificación y falta de higiene. Agentes corruptos de contratación se quedan con parte de su salario, y frecuentemente se ven obligados a trabajar bajo temperaturas extremas o sin la seguridad adecuada. No es casual que una de las causas más comunes de muerte entre jóvenes que están perfectamente sanos sea, aparte de los accidentes laborales, un ataque al corazón. Por otra parte, muchas mujeres empleadas en el servicio doméstico están mal pagadas y trabajan excesivas horas, sin derecho a días libres. Algunas son golpeadas por sus empleados y, en casos extremos, violadas.

Con la excepción de Bahréin, todos los países del Golfo tienen un sistema de permisos laborales mediante patrocinio conocido como «kafala», según el cual, el derecho de un extranjero a trabajar y residir en el país depende de que sea patrocinado por su empleador. Los inmigrantes no pueden cambiar de trabajo y se enfrentan a ser deportados si intentan dejar la empresa que les contrató. Esta normativa tiene consecuencias especialmente duras para las mujeres que trabajan en el servicio doméstico, obligadas por ley a vivir con sus empleadores, y que no tienen modo de escapar de situaciones de abuso.


(1) Imagen de 2016, añadida a la entrada posteriormente

Inmigrantes, el triste reverso de la opulencia del Golfo

Cientos de trabajadores de una empresa contratista de Bahréin hicieron huelga este jueves en protesta por la muerte de un compañero, que falleció tres semanas después de ser despedido. El personal de la compañía Bahrain Motors en Hafeera se negó… Leer

Fachada de un edificio en Bengasi, Libia, cubierta con fotografías de fallecidos en la lucha contra el régimen de Gadafi. Foto: Bernd Brincken / Wikimedia Commons

La comunidad libia de la zona rebelde, desbordada por las invisibles cicatrices mentales de la guerra. Pánico continuo, estrés, pérdida de percepción de la realidad, miedos nocturnos y volver a orinarse en la cama en el caso de los niños… Las consecuencias de la guerra en Libia van más allá de los muertos y los heridos. Los psicólogos en el hospital de Bengasi y en otras zonas tomadas por los rebeldes apenas dan abasto.

Misrata, antes y despúes. Dos imágenes de la ciudad libia de Misrata (o Misurata), escenario de los combates más intensos entre los rebeldes y las tropas leales a Gadafi. La primera, tomada estos días, muestra los devastadores efectos de la guerra; la segunda (un vídeo, en realidad), pertenece a la fiesta del ramadán del año pasado.

Un derramamiento de sangre respaldado por EE UU mancha la «primavera árabe» en Bahréin. Un duro e imprescindible artículo de Amy Goodman en Democracy Now! sobre la represión en Bahréin y la respuesta de Estados Unidos, aliado estratégico del país árabe.

La revuelta árabe no empezó este año en Túnez, sino en Líbano en 2005. En su columna del diario británico The Independent, Fisk sitúa el inicio del actual movimiento de protestas en los días que siguieron al asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri, cuando cientos de miles de personas se manifestaron en Beirut para exigir la retirada de los 20.000 soldados sirios que permanecían aún en el país.

El paseo de Gadafi por las calles de Tripoli. El líder libio se da un perfectamente escenificado baño de masas en la capital del país, a bordo de un vehículo descapotable, sonriendo, saludando y alzando los brazos en señal de victoria. El vídeo está tomado de la televisión estatal libia, que asegura que el paseo tiene lugar en mitad de un bombardeo de la coalición internacional.

Ramala, 11 de abril. Las expectativas de los palestinos ante los primeros movimientos para una posible reconciliación entre Fatah (el partido que conforma la ANP, gobernante en Cisjordania) y Hamás (el movimiento islámico que detenta el poder en Gaza). En Nouvelles d’Orient, uno de los mejores blogs de Le Monde Diplomatique.

El ministro de Exteriores israelí, imputado por fraude y blanqueo de dinero. Magnífico perfil del ‘ultra’ Avigdor Lieberman, por Enric González: «[…] Vive en una colonia en los territorios palestinos ocupados, ha sido condenado por pegar a un niño (2001) y es aficionado a las declaraciones escalofriantes: ha propuesto, entre otras cosas, la “ejecución sumaria” de los diputados árabes israelíes, el ahogamiento de los presos palestinos en el mar Muerto y el bombardeo de la presa egipcia de Asuán. La jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, se reunió una vez con él y desde entonces se niega a repetir la experiencia. Su público, sin embargo, agradece su mezcla de franqueza, populismo y odio a los árabes. […]».

Inmigrantes atrapados en la «primavera árabe». La gran cantidad de trabajadores inmigrantes que quedaron en medio de los conflictos de Bahréin y Libia muestra la necesidad de crear políticas que defiendan sus derechos y no los intereses económicos de los países que exportan o importan mano de obra. Un reportaje de Simba Russeau (agencia IPS), ilustrado con fotografías de Emilio Morenatti.

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