Ocurrió el pasado sábado, durante una marcha de ciclistas activistas internacionales y palestinos en el Valle del Jordán. Los manifestantes intentaban bloquear la carretera 90, una ruta que atraviesa Israel de norte a sur, pasando por la Cisjordania ocupada, pero sin llegar a entrar en el territorio controlado por la Autoridad Palestina. En un momento dado, y sin que aparentemente mediase provocación alguna, un oficial del Ejército israelí golpeó brutalmente con su rifle a uno de los activistas, un ciudadano danés. El vídeo del incidente (arriba) ha dado rápidamente la vuelta al mundo y, a diferencia de lo ocurrido en otras ocasiones similares, ha sido mostrado repetidamente en las televisiones israelíes.
El oficial implicado, un teniente coronel que asegura que había sido golpeado previamente, ha sido relegado de su puesto y, en otro gesto poco habitual, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, condenó el incidente (el Gobierno danés le había pedido explicaciones).También el jefe del Estado Mayor, Benny Gantz, se apresuró a lamentar los hechos.
Todas estas reacciones, sin embargo, no deberían ser noticia. Es lo mínimo que puede esperarse ante semejante acto de brutalidad (una brutalidad que, obviamente, no es patrimonio exclusivo del ejército israelí; no hace falta irse muy lejos), cometido, además, no por un soldado, sino por un oficial que ocupaba el segundo puesto en el mando de la brigada desplegada en esa zona, y perteneciente a un ejército al que le gusta presumir de su «alto carácter moral».
Son noticia porque son excepcionales. ¿Se reacciona solo cuando hay imágenes? ¿Solo cuando hay occidentales implicados? ¿Dónde están las disculpas por los golpes recibidos por tantos manifestantes pacíficos palestinos durante tantos años?
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