Un fragmento de Contra el fanatismo, del escritor israelí Amos Oz (traducción de Daniel Sarasola, Siruela, 2002):
Muchos europeos siguen enviándome fantásticas invitaciones para pasar un fin de semana de ensueño en un delicioso centro turístico con compañeros palestinos, colegas palestinos, amigos palestinos, para que aprendamos a conocernos, a gustarnos, a tomar una taza de café juntos, a darnos cuenta de que ninguno de nosotros tiene cuernos ni rabo, con el fin de que el problema desaparezca. Dicha actitud se basa en una idea sentimental, muy extendida en Europa, de que todo conflicto sólo es en esencia un malentendido.
Un poco de terapia de grupo, un toque de orientación familiar y todo el mundo a vivir feliz. Pues bien, traigo noticias tristes: algunos conflictos son muy reales, mucho peores que un mero malentendido. Y también traigo noticias sensacionales: me temo que no hay ningún malentendido esencial entre judíos israelíes y árabes palestinos. Los palestinos quieren la tierra que llaman Palestina. Tienen razones muy poderosas para quererla. Los judíos israelíes quieren exactamente la misma tierra por exactamente las mismas razones, cosa que entraña al tiempo un profundo entendimiento entre las partes y una tragedia terrible. Por muchos ríos de café que bebamos juntos no se extinguirá la tragedia de los pueblos que reivindican –creo que con razón– el mismo pequeño país como su única patria en todo el mundo. Tomar un café juntos es maravilloso y lucharé por ello, especialmente si se trata de café árabe, que es infinitamente mejor que el israelí. Pero el problema no se va a solucionar tomando café. Se requiere algo más que café y entenderse mejor. Se requiere llegar a un acuerdo, a un compromiso doloroso […].
[…] No creo en una luna de miel repentina. No soy un sentimental. No espero que, una vez encontrada alguna fórmula milagrosa, los dos antagonistas se abracen entre lágrimas […]. En caso de esperar algo se trataría más bien de un divorcio limpio y justo entre Israel y Palestina. Y los divorcios nunca son felices. Por muy justos que sean, siguen hiriendo, son dolorosos. Especialmente este divorcio en concreto, que será rarísimo porque las dos partes en litigio se quedarán en el mismo apartamento. Nadie se va a mudar. Y, al ser un apartamento muy pequeño, será más que necesario decidir quién se queda con el dormitorio A y quién con el B y qué pasa con el cuarto de estar. Y, como el apartamento es muy pequeño, habrá que hacer alguna reforma especial en el baño y la cocina. Demasiados inconvenientes. Pero siempre será mejor que esa especie de infierno en vida que todos sufren ahora en ese país tan amado. Palestinos diariamente oprimidos, asediados, humillados, que pasan hambre y privaciones a causa del cruel gobierno militar israelí. Israelíes cotidianamente aterrorizados por despiadados ataques terroristas indiscrimnados a civiles, hombres, mujeres, niños, escolares, adolescentes, clientes de un centro comercial. ¡Cualquier cosa es preferible a esto! Sí, un divorcio limpio. Y tal vez con el tiempo […] se creen dos Estados, atendiendo aproximadamente a realidades demográficas, cuyo mapa debería asemejarse al anterior a 1967, con algunos cambios establecidos de mutuo acuerdo y disposiciones especiales para los santos lugares en disputa de Jerusalén como fórmula esencial. Una vez que se haya procedido a la partición, creo que israelíes y palestinos estarán listos para saltársela y tomar una taza de café juntos […].
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