Yaşar Kemal, ‘La furia del monte Ararat’

20/11/2009 | Miguel Máiquez
Yaşar Kemal. Foto: Ara Güler / Wikimedia Commons

En la ladera del monte Ararat, a cuatro mil doscientos metros, hay un lago al que llaman Küp. A decir verdad, más parece un pozo que un lago, porque es muy profundo y apenas más grande que una era. Está completamente rodeado de rocas tan escarpadas y relucientes como el filo de un cuchillo. Desde las rocas hasta el lago desciende, cada vez más estrecho, un hollado camino de blanda tierra cobriza sobre la que asoma, aquí­ y allá, la hierba verde. Luego comienza el azul del lago, un azul muy particular. No existe otra agua con un azul semejante, tan oscuro, suave y aterciopelado.

Cada año, cuando se funde la nieve y la primavera abre los ojos, cuando el Ararat estalla en una solemne frescura, las riberas del lago y la delgada capa de nieve se llenan de pequeñas flores de penetrante perfume y brillantes colores. Incluso la más pequeña de ellas reluce a lo lejos con un resplandor azul, rojo, amarillo o morado. El agua azul del lago y la tierra cobriza desprenden aromas de una intensidad enervante, y el olor se difunde hasta muy lejos.

Y cada año, cuando la primavera abre los ojos en el Ararat, los pastores altos y fornidos, de bellos y tristes ojos negros y largos dedos, llegan con sus flautas al lago Küp junto a las flores, al intenso olor, a los colores y a la tierra cobriza. Extienden sus capotes al pie de las rocas rojas, sobre la tierra cobriza y la primavera milenaria, y se sientan a orillas del lago. Antes de que salga el sol, bajo la masa de estrellas que brillan sobre el monte, sacan las flautas del cinto y comienzan a tocar la furia del Ararat. Esto continúa desde el alba hasta el ocaso. Justo cuando el sol se pone, un pájaro pequeñito y blanco como la nieve, estilizado como una golondrina, comienza a dar vueltas sobre el lago, gira velozmente y va dibujando uno detrás de otro amplios cí­rculos blancos que caen en hebras sobre el azul marfileño del lago. En el momento en que desaparece el sol, los flautistas dejan de tocar, vuelven a guardarse las flautas en el cinto y se ponen en pie. En ese instante, el pájaro que vuela sobre el lago desciende como un relámpago, sumerge un ala en el agua azul y se eleva de nuevo. Lo repite tres veces y luego se aleja volando, desaparece de la vista, se esfuma. Tras el pájaro blanco se retiran los pastores, silenciosos, de uno en uno o en parejas, se mezclan con la oscuridad, se van.

Yaşar Kemal (Hemite, Turquía, 1923), La furia del monte Ararat (fragmento)


Edición: Ed. Punto de Lectura, 2000. Traducción de Rafael Carpintero Ortega.


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