En la ladera del monte Ararat, a cuatro mil doscientos metros, hay un lago al que llaman Küp. A decir verdad, más parece un pozo que un lago, porque es muy profundo y apenas más grande que una era. Está completamente rodeado de rocas tan escarpadas y relucientes como el filo de un cuchillo. Desde las rocas hasta el lago desciende, cada vez más estrecho, un hollado camino de blanda tierra cobriza sobre la que asoma, aquí y allá, la hierba verde. Luego comienza el azul del lago, un azul muy particular. No existe otra agua con un azul semejante, tan oscuro, suave y aterciopelado.
Cada año, cuando se funde la nieve y la primavera abre los ojos, cuando el Ararat estalla en una solemne frescura, las riberas del lago y la delgada capa de nieve se llenan de pequeñas flores de penetrante perfume y brillantes colores. Incluso la más pequeña de ellas reluce a lo lejos con un resplandor azul, rojo, amarillo o morado. El agua azul del lago y la tierra cobriza desprenden aromas de una intensidad enervante, y el olor se difunde hasta muy lejos.
Y cada año, cuando la primavera abre los ojos en el Ararat, los pastores altos y fornidos, de bellos y tristes ojos negros y largos dedos, llegan con sus flautas al lago Küp junto a las flores, al intenso olor, a los colores y a la tierra cobriza. Extienden sus capotes al pie de las rocas rojas, sobre la tierra cobriza y la primavera milenaria, y se sientan a orillas del lago. Antes de que salga el sol, bajo la masa de estrellas que brillan sobre el monte, sacan las flautas del cinto y comienzan a tocar la furia del Ararat. Esto continúa desde el alba hasta el ocaso. Justo cuando el sol se pone, un pájaro pequeñito y blanco como la nieve, estilizado como una golondrina, comienza a dar vueltas sobre el lago, gira velozmente y va dibujando uno detrás de otro amplios círculos blancos que caen en hebras sobre el azul marfileño del lago. En el momento en que desaparece el sol, los flautistas dejan de tocar, vuelven a guardarse las flautas en el cinto y se ponen en pie. En ese instante, el pájaro que vuela sobre el lago desciende como un relámpago, sumerge un ala en el agua azul y se eleva de nuevo. Lo repite tres veces y luego se aleja volando, desaparece de la vista, se esfuma. Tras el pájaro blanco se retiran los pastores, silenciosos, de uno en uno o en parejas, se mezclan con la oscuridad, se van.
—Yaşar Kemal (Hemite, Turquía, 1923), La furia del monte Ararat (fragmento)
Edición: Ed. Punto de Lectura, 2000. Traducción de Rafael Carpintero Ortega.
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