
Representación de ‘Alicia en el País de las Maravillas’, en el Teatro de la Libertad de Jenin. Foto: The Freedom Theatre
Gideon Levy, en Haaretz:
En el campo de refugiados de Jenin, esta semana, había un hombre que parecía ahorcado. Atado con una cuerda que le rodeaba el cuerpo, se estuvo balanceando adelante y atrás durante un buen rato, con un notable parecido con el muñeco del presidente egipcio que colgaron en la plaza Tahrir de El Cairo. En Jenin, sin embargo, el ahorcado era el sirviente malo de la reina malvada, y formaba parte de una representación de Alicia en el País de las Maravillas que, basada en la historia de Lewis Caroll, se estaba celebrando en el Teatro de la Libertad. El públicó rompió a aplaudir cuando apareció el ahorcado, interpretado por el actor aficionado Amjad Melhem.’
Los directores de la obra son Juliano Mer-Jamis y Zoe Lafferty, y el guionista, un residente temporal en el campo, es el artista Udi Aloni, a quien el programa describe como estadounidense. El productor ha venido desde Gran Bretaña, el vestuario y los accesorios los han traído gente de Portugal, Alemania y Suecia, y el maravilloso elenco de actores está formado por habitantes del propio campamento de Jenin. Los residentes son, también, los encargados de dar publicidad al evento.
Docenas de niños y adolescentes entusiasmados se reunieron una tarde en el modesto pero bien conservado auditorio, situado en el extremo del campo, una sala de muros negros, con alfombras baratas y sencillos bancos de madera. Unas pocas horas antes de que empezase la obra, algunos de estos jóvenes barrieron y limpiaron el teatro, mientas el director, Mer-Jamis, recorría los callejones del campamento repartiendo folletos en los que se convocaba a los niños para que asistieran a la representación gratis.
La obra infantil estaba cargada de mensajes políticos muy adecuados. Antes de la representación, Mer-Jamis se dirigió al público con una media sonrisa y anunció: “Esta es una obra peligrosa con mensajes subversivos, así que cualquiera que hable será expulsado de la sala”. Pero nadie pronunció una sola palabra, nadie interrumpió la obra, aparte de uno o dos niños pequeños que lloraron cuando parecía que Alicia iba a casarse en un matrimonio arreglado.
Y entonces ocurrió el milagro: El conejo mágico rescató a Alicia de su matrimonio infeliz y la trajo al País de las Maravillas, cuya libertad iba a conseguir utilizando su anillo de compromiso. El sirviente bueno se rebeló contra la reina malvada, y todo el mundo esperaba que la Alicia de Jenin liderara la liberación del País de las Maravillas. Pero Alicia se negó a desempeñar el papel que le habían encomendado y, en lugar de eso, pidió a los residentes del campo que se liberaran ellos mismos del régimen opresor utilizando sus propios poderes. Y, ciertamente, los habitantes del País de las Maravillas se liberaron de la reina malvada. Pero su país se quedó sin gobernante. La reina blanca existía sólo en su imaginación, como un símbolo de la libertad.
¿Hemos dicho Egipto? ¿O se trataba de la ocupación israelí? La canción de Queen I Want To Break Free, tocada por la extraordinaria orquesta del campamento, lo decía todo. En las próximas vacaciones escolares, los lectores deberían plantearse traer a sus hijos al Teatro de la Libertad de Jenin. Hay un escenario giratorio, fuegos artificiales y acróbatas, música, trajes de colores y una gran profesionalidad. Las representaciones no son sólo para niños, pero los más pequeños aplauden esta producción con palmas y silbidos ensordecedores.
Cuando la obra acaba, el público abandona la oscuridad del teatro y entra en la oscuridad a la luz del día de la vida en un campo de refugiados, una vida de miseria y hacinamiento, jóvenes sin trabajo, juegos de cartas en el café local, niños jugando con basura en las calles y adultos sentados a la puerta de sus tiendas, mirando al infinito sin esperanza.
El Teatro de la Libertad fue fundado hace muchos años por la madre de Juliano, Arna Mer-Jamis, y los niños que participaron en las obras de esta primera etapa eran combatientes de la primera intifada. Muchos de ellos ya no están vivos. Ahora, resultaba difícil evitar los malos presagios al pensar en lo que podría pasarles a los niños de la producción de Alicia en el País de las Maravillas. ¿Qué le tiene reservado el futuro a esta nueva generación de jóvenes?
Esta semana, el país de las maravillas de Jenin se encontraba en Egipto. Los habitantes del campo de refugiados siguieron muy de cerca los acontecimientos de la tierra del Nilo. Cada noche se reunían en las casas para ver por televisión lo que estaba pasando en El Cairo. Pero en Cisjordania no está soplando ningún viento de cambio. No había manifestaciones de solidaridad, y en las calles no podía verse ni un solo cartel de apoyo. La añoranza de la libertad estaba sólo en el teatro de Jenin.
Los habitantes del campo vieron lo que puede conseguirse con sólo unos días de protesta popular: tumbar un régimen tiránico que ha estado en el poder durante décadas. Sin embargo, aquí, en el campamento, una lucha que ha durado también décadas, una masiva, armada y en ocasiones violenta campaña por la libertad, no ha cambiado nada. Todo es desesperanza. Al final de la semana pasada, las fuerzas armadas israelíes volvieron a invadir el campo y, en la oscuridad de la noche, sacaron a cuatro jóvenes de sus camas. Nadie en el campamento sabía por qué había pasado esto, o a dónde se llevaron a esos hombres. Sencillamente, así es como suceden las cosas.
Detrás de las puertas de hierro del Jalameh, los vendedores ambulantes pregonaban esta semana su mercancía, con la esperanza de que los ciudadanos árabes de Israel, a los que el Estado tiene la deferencia de permitir entrar en Jenin, pudieran comprarles algo. Pero la mayoría de las tiendas situadas a lo largo de la calle que conduce a Jenin, una calle sometida actualmente a obras de renovación muy bien financiadas, están cerradas por la falta de clientes.
Mientras, unos 500 empleados municipales de Jenin se habían declarado en huelga en protesta por una oleada de despidos. Fueron sustituidos por esquiroles suministrados por los contratistas. Un empleado del Ayuntamiento, Yamal Zubeidi, un buen amigo que lleva casi una década acompañándonos en nuestras visitas al campo de refugiados, nos contaba esta semana desde su casa: “El mundo entero está cambiando, pero hay algo que nunca cambia, los salarios de los trabajadores palestinos. El precio del oro sube y baja, el tipo de cambio entre el shekel y el dolar fluctúa, pero hay una cosa que ni sube ni baja nunca: los salarios de nuestros trabajadores. Desde hace 20 años está entre 50 y 60 shekels al día. Un kilo de azúcar costaba un shekel, y ahora es cinco veces más caro, pero el salario sigue siendo de entre 50 y 60 shekels al día. Llenar el depósito de gasolina costaba 20 shekels. Ahora cuesta 70, y el sueldo de un trabajador sigue siendo de entre 50 y 60 shekels al día. El salario de los trabajadores palestinos es como Dios: Siempre lo mismo, por los siglos de los siglos”.
Desde que empezaron las protestas en Egipto, Zubeidi ha estado pegado día y noche a las retransmisiones de Al Jazeera. La revolución egipcia ha hecho brotar una chispa de esperanza, pero, al menos para él, no ha logrado romper el el hechizo de sombría desesperación que envuelve al campamento. “También nosotros hemos tenido manifestaciones”, dice. “Fueron en protesta por la divulgación de los documentos [los cables de Palestina] que hizo Al Jazeera. Aquí tenemos más democracia que en cualquier otro lugar del mundo. Usaban megáfonos para convocarnos a la manifestación, y la Autoridad Palestina llegó incluso a fletar autobuses para ir a las protestas. En Egipto estaba prohibido manifestarse; aquí nos mandan autobuses. Lo único que pasa es que no es la clase adecuada de protestas”.
“Veo Al Jazeera todo el día -continúa Zubeidi- y sé qué puedo creerme y qué no. Todos los habitantes del campo apoyan las manifestaciones de Egipto. Dicen que ojalá ocurriera algo así en todo el mundo árabe. Pero hay una diferencia fundamental entre un régimen y una ocupación. La lucha contra una ocupación dura mucho tiempo. En Egipto se trata de una lucha interna. Si tuviéramos un Estado, sería más democrático que el egipcio. Tenemos mucha más experiencia en levantamientos”
“Una de las razones de nuestro fracaso son los regímenes árabes, que no nos han ayudado. No estamos enfadados con la gente árabe; nuestra rabia se dirige a sus gobernantes. Estos regímenes no nos han ayudado nunca. Se limitan a presionar a Mahmud Abbas para que se embarque en una nueva ronda de negociaciones con Israel. Le dan dinero, no para combatir la ocupación, sino para asfaltar carreteras. Eso no va a llevarnos a ningún sitio. Ahora, despúes de Túnez y Egipto, tenemos más esperanza en el mundo árabe. Siempre hemos dicho que no puede haber guerra sin Egipto, y que sin Egipto tampoco puede haber paz. Tal vez Egipto y el mundo árabe van a fortalecerse ahora, y van a empezar a ayudarnos. Irán es más fuerte, y también lo son Turquía, China y la India. El mundo árabe es el único que no se ha fortalecido aún. Si lo consigue será más democrático y nos ayudará”.
“La situación, tanto aquí como en la granja de Gaza -prosigue-, se parece a Egipto. La gente no tiene trabajo, no hay comida y está prohibido hablar. Pero aquí, cada vez que la gente quiere protestar contra Fatah en Cisjordania, o contra Hamas en Gaza, se les dice: Hay una ocupación. Luchad contra la ocupación. Antes de la segunda intifada existía un deseo de alzarse contra la Autoridad Palestina. La gente incendió jeeps y comisarías de policía. Pero, después de la visita de Sharon al Monte del Templo [la Explanada de las Mezquitas], el levantamiento se dirigió contra Israel. Ahora la ocupación parece un poco distante, pero, si surgen protestas contra el régimen palestino, éstas serán redirigidas, otra vez, contra Israel”.
“Aquí no ha habido manifestaciones en apoyo del pueblo egipcio porque nuestro régimen mantiene lazos con el régimen de Egipto, y no permite las protestas. Pero una nueva intifada podría surgir en cualquier momento. Las voces están sofocadas en Cisjordania, y también en Gaza. Y la mayoría del pueblo palestino, la mayoría silenciosa, sabe que lo que está pasando en Egipto y en Túnez también podría pasar aquí. También aquí hay jóvenes que estudian en universidades pero no tienen trabajo. También aquí tenemos mucha gente hambrienta. Y también aquí hay gente a la que no se le permite hablar. ¿Políticos corruptos? También tenemos de eso. ¿Y quién se opone a ellos? En Jenin hay 200.000 habitantes y 500 policías y soldados. La proporción es la misma en Hebrón, Nablus y Ramala. ¿Qué podrían hacer con cientos de miles de personas alzándose contra ellos? La única pregunta es cuándo”.
“El problema es que, desde 2006, el pueblo palestino está dividido. ¿Te acuerdas de cuando luchábamos juntos en 2002, todas las facciones, Fatah, Hamas, el Frente Popular, unidas? Esos días pasaron. El pueblo está dividido. Yo tengo ya 55 años, y no voy a participar en otro levantamiento, pero mis hijos (mi hijo tenía seis años cuando comenzó la segunda intifada) no van a preguntarme si ellos pueden participar o no. Creo que los manifestantes en Túnez y Egipto han aprendido de nuestra propia experiencia. Durante la primera intifada teníamos comités populares, y en Egipto, los habitantes de los barrios se han organizado de un modo similar”.
“Nos enfrentamos a mucha presión. Yo no vivo en Gaza, pero la presión allí, como aquí, en Cisjordania, también es muy fuerte. Conozco a mucha gente que ha cambiado su manera de mirar a nuestros líderes de Hamas y Al Fatah. Todos los que pertenecen al consejo legislativo tienen un jeep y llevan traje y corbata; todos se han construido auténticos palacios. Al final, habrá una explosión aquí. Y la situación es especialmente peligrosa, muy mala, en los campos de refugiados. Pero tanto en Egipto como en Túnez, la gente tenía un objetivo, derrocar al régimen gobernante, y eso puede conseguirse rápidamente. A nosotros, en cambio, nos llevará años, docenas de años, conseguir nuestro objetivo. Toda Palestina es del tamaño de un barrio de El Cairo, pero nosotros no nos enfrentamos sólo a nuestro propio régimen; nos enfrentamos también a Israel”.
“Esperaba que las protestas de Egipto las hubiesen protagonizado los hambrientos, pero no es eso lo que ha pasado. Cuando éramos jóvenes, creíamos en el Frente Popular, en la revolución, pero desde entonces nos hemos convertido en profesores, médicos, comerciantes… Nadie recuerda haber pertenecido al Frente. Sólo los pobres y los hambrientos continúan en el mismo sitio, así que esperaba que fuesen ellos quienes liderasen la revolución en Egipto. No ha sido así, y probablemente tampoco será así en nuestro caso”, concluye Zubeidi.
Salimos para tomar un café en un local situado en el segundo piso de la principal estación de autobuses de la ciudad. Las imágenes de Al Jazeera pueden verse en una gran pantalla de televisión: Muestran disparos en las calles de Alejandría. Pero a nadie en el café le queda energía para mirar a la pantalla. Varios jóvenes, vigilantes de seguridad que no están de servicio, juegan a las cartas. Los demás hombres miran hacia abajo, para ver lo que está pasando en la calle, apartando sus ojos de Egipto.
Traducción del inglés: Miguel Máiquez